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Hallazgos

Print version ISSN 1794-3841

Hallazgos vol.12 no.23 Bogotà Jan./June 2015

https://doi.org/10.15332/s1794-3841.2015.0023.009 


Nueva distribución del mundo:
racismo, independencia e identidad latinoamericana
*

New world distribution:
racism, independence and Latin American identity

Nova distribuição do mundo:
racismo, independência e identidade latino-americana.

Alberto Pinto Mantilla**

* Artículo de reflexión. Las ¡deas fundamentales de este artículo hace parte de la Investigación realizada por más de 10 años y proceden de la tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, la cual se hizo con recursos propios.

** Economista, magíster en Economía de la Universidad Nacional de Colombia y doctor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Autónoma de México. Profesor asociado de la Universidad Industrial de Santander (Colombia). Desde 2009 integra el grupo de investigación GIDROT, "Desarrollo regional y ordenamiento Territorial", reconocido por Colciencias.
Correo electrónico: jpinto@uis.edu.co

Recibido: 8 de agosto de 2014 / Evaluado: 20 de septiembre de 2014 / Aceptado: 22 de octubre de 2014

10.15332/s1794-3841.2015.0023.009

Cómo citar este artículo: Pinto Mantilla, A. (2014). Nueva distribución del mundo: racismo, independencia e identidad latinoamericana. Hallazgos, 12 (23), 191-209. (doi:10.15332/s1794-3841.2015.0023.008)



RESUMEN

En este artículo se pretende explicar cómo la cultura imperial y el talante prepotente y racista ibérico ocasionó la ruptura con la madre patria y luego la guerra. Los criollos heredaron, entonces, el orden social cristiano, con el blanco como catequizador de indios y propietario de dilatados señoríos. Pero la guerra archivó la devoción por España, preservando, no obstante, las rentas de nobles conquistadores. Luego se procuró borrar el pasado realista y latino, con instituciones liberales y nuevos apellidos. Al final del evento quedaron, realmente, frágiles estados coloniales, con castas y regiones, petrificadas y aisladas, desde la misma conquista.

Palabras clave: catolicismo, racismo, independencia, identidad, Latinoamérica.



ABSTRACT

In the article the "New distribution of the world: racism, independence and Latin-American identity", is explain as the imperial culture and the overbearing mien and Iberian racist caused the break with the native mother and then the war. The Creoles inherited, then, the social Christian order, with the target as catequizador of Indians and owner of extensive dominions. But the war filed the devotion for Spain, preserving, nevertheless, the revenues of conquering nobles. Then one tried to erase the realistic and Latin past, with liberal institutions and new surnames. At the end of the event fragile colonial conditions stayed, really, with castes and regions, petrified and isolated, from the same conquest.

Keyswords: Catholicism, racism, independence, identity, Latin American.



RESUMO

Este artigo tem como objetivo explicar como a cultura imperial e o temperamento arrogante e racista ibérico causou a ruptura com a Espanha e depois a guerra. Os crioulos herdaram, então, a ordem social cristã, com o homem branco como catequizador de índios e proprietário de domínios dilatados. Mas a guerra fechou à devoção pela Espanha, preservando, no entanto, a renda dos conquistadores nobres. Depois se tentou limpar o passado realista e Latino, com as instituições liberais e novos sobrenomes. No final do evento ficaram, estados coloniais realmente frágeis, com castas e regiões, petrificadas e isoladas a partir da mesma conquista.

Palavras-chave: Catolicismo, racismo, independência, identidade, América Latina.



LEGADO HISTÓRICO DE SALVACIÓN

Para el cristiano, la historia fluye por voluntad expresa de Dios, desde el olvido de la ley, por Adán y Eva, al tiempo presente y continuará imparable hasta el día del juicio final. Luego de la caída, salida del edén y muerte de Abel a manos de Caín, los hijos de Dios siguen cargando el peso del pecado original y la traición y rebeldía de algunos hijos de la estirpe. La vida es un tiempo fugaz, época de dolor y sufrimiento que permite ascender al cielo. Está regida por fuerzas ajenas a la voluntad pero afines al plan de Dios. Así, en Occidente nació una visión providencial de la historia: un acontecer de salvación en el cual Dios, su iglesia, todos los santos y milagros participan; esta visión histórica se forjó y orientó la vida de todos los reinos papales durante el medioevo. Luego se halló un mundo idólatra, olvidado por Dios y mancillado por la obra de Satán; pero el papa, Alejandro VI, vicario de Dios y gracias al derecho divino, dio el mundo recién hallado a los reyes católicos, para que lo convirtieran y allanaran la obra de Cristo. Así, se bautizó y mató a millones de indios paganos y salvajes. La fe católica y su visión de la historia llegaron a las Indias con la misión de cumplir el plan de Dios y esperar el retorno de Cristo.

En Iberia la unidad cristiana se logró en torno al apóstol Santiago, quien lideró la eterna batalla contra el mal y la herejía luterana. Del siglo VIII al XV, leoneses, catalanes, gallegos, aragoneses y vascos libraron una cruzada para echar infieles y hacer de los judíos cristianos contritos de su deicidio (Castro, 1987, p. 260). El pacto político entre estos reinos y el origen de la nación ibera fue fruto, por tanto, de fe y linaje: sangre, limpia de tara mora o judía por los cuatro costados, honra al noble y es certificada por la inquisición; la sangre sucia, por el contrario, condenaba al infiel y a la plebe de por vida. El ibero se alejó del saber y aforo fabril inexistente en Hispania, pues para diferir del infiel y judío —según Américo Castro— el ibero miró con desdén toda labor artesanal y financiera propia de herejes. Así, luego de vencer el mal, Iberia se vio como pueblo elegido, creado por Dios para convertir el orbe cristiano. Todo decía que Dios ocultó las Indias para que Iberia la develara y vieran el regreso de Cristo y el juicio final. Para hacer su labor se valieron del misionero y del inquisidor. Santa institución que lideró la eterna lucha contra el mal y la apostasía luterana. Decían que su misión era quemar herejes, proteger la fe y limpiar las Indias del mal; así llegó junto al inquisidor y sus útiles de tortura, el diablo y su sequito de brujas. El santo inquisidor tenía todo el poder y el apoyo moral del papa; era obrero de Dios; podía detener a viles, a siervos, nobles, su poder llegó hasta el cementerio a excomulgar a muertos (Ítalo, 2003, p. 194). El ibero tenía el deber ante Dios de afinar la obra iniciada por la Iglesia tras la muerte de Cristo: ahora debían crear un orden en tierras papales para que indios y negros expiaran su idolatría y salvaran el alma. Iberia trajo, pues, la fe y el fanatismo de su orden racial y religioso, replicó en las Indias su prejuicio de sangre impura y creó un orden de castas, con el blanco y cristiano, en la cúspide de la pirámide social y los sucios mestizos, por ser degenerados, en la base.

La América sajona, vivió un proceso histórico diferente. Fue poblada por hombres que luego de objetar el poder papal, rechazaron todo poder y erigieron la libertad religiosa como lema; adoptaron un sistema electivo y un cristianismo tildado de democrático (De Tocqueville, 1998, p. 271) En este mundo de libertad y temor a las fuerzas el mal, todas las iglesias fundaron escuelas donde la gente aprendía a leer para saber de Dios y vencer tentaciones de Lucifer; renació la pasión por el saber propio de los griegos; se crearon academias para reforzar la mejora científico-técnica y acelerar la llegada del milenio. En el siglo XVIII el progreso fue un signo de la cercanía del milenio; época que duraría mil años, de gozos materiales y espiritual del elegido al acercarse el día del retorno de Cristo. Solo apoyando la ciencia y su labor productiva sería posible, entonces, apurar la llegada del milenio. La Iglesia reformada, en este mundo de cambio social, opinó que la universidad debía abolir los estudios de teología y acoger artes prácticas, pues la lectura de la Biblia era suficiente para acceder a Dios (Nisbet, 1996, p. 187).

Ya en el siglo XIX, Norteamérica tiene una misión que cumplir y para hacerlo, echa rivales, extiende su confín y se rodea de los más débiles (Fuentes, 1990, pp. 100, 101). América es una quinta parte de su actual territorio: al este limita con el Atlántico y al oeste con el río Mississippi, Iberia coarta su expansión; al noreste, posee la ex colonia de Luisiana; al sur, rayando al golfo de México, en la baja Florida, San Agustín, primer templo católico en tierra protestante. Pero este país con un destino por cumplir amplía sus fronteras: compra Alaska al reino Ruso, la Florida a los iberos, Luisana al reino galo y roban más de la mitad del país Azteca; en 1898 vencen al reino ibero, y le quitan el resto de su imperio en el Caribe y en el siglo XX se toman el Istmo de Panamá.


GUERRAS IMPERIALES

Para ver la fuerza del joven imperio se muestra cómo Napoleón Bonaparte con intensión de extender su reino allende la mar y rehacer su poder organizó, en 1803, un ejército de más de cuarenta mil hombres. Debían penar el crimen de blancos; no se actuó a ciegas: Noé maldijo a Ham por haberlo visto desnudo y borracho; su herencia africana debía limpiar la culpa; así, fueron al África a salvarlos del pecado y esclavizaron su población; a los conversos los marcaban con una cruz como prueba de fe; se actuó acorde a la ley. Desde san Agustín se sabía que la esclavitud era un justo castigo para el impío; así la tiranía y maltrato al negro era parte —se argüía— del insondable plan maestro de Dios; esta práctica fue justificada por todas las iglesias, todas apoyaron la trata. En Inglaterra el tratante era anglicano, en Portugal, España y Francia, católicos; había judíos, hugonotes, calvinistas y cuáqueros, en el negocio. Así, la tropa napoleónica cruzó el Caribe con el plan de castigar negros amotinados desde 1791 en Haití. Según Germán Arciniegas el Caribe se convirtió en una gallera; los negros se sublevaron en San Juan Bautista (Puerto Rico), Santiago de Cuba, Porto bello, Panamá, Jamaica, Santa Marta, Cartagena de Indias (Colombia), Long Island, Nueva York y Carolina del Sur. Al fin la tropa imperial regida por el conde Plilipe Leclerc de Hauteclocque fue vencida por unos negros ávidos de libertad. La liberté, égalité y fraternité sonarán con más fuerza desde una colonia de negros, que desde la patria de Danton y Maximilien de Robespierre guiará los derechos del hombre y no solo de los de Occidente. Este revés acabó con el sueño galo de acabar el motín y rehacer el estatuto colonial que orienta el canje de manufacturas por producción rural trasatlántica (Smith, 2005, pp. 391, 392).

En 1804 nació la republica de Haití, país de esclavos que derogó el estatuto colonial y acogió el ideal jacobino. No heredó instituciones, disciplina civil, ni pautas de gobierno, solo tierra pelada, trapiches en ruinas, mentes sujetas, caos y un desgobierno propicio a tiranos. Simón Bolívar, debido al desinterés inglés por su lucha, reinició la campaña desde Haití; su presidente, Alexandre Petion, le dio asilo y pertrechos: barcos, armas, pólvora y tropa, y le exigió a cambio que liberara a los esclavos, pero Bolívar no pudo cumplir la palabra y solo liberó a los suyos. El nuevo país fue ignorado por Occidente, pues alteró el pingüe negocio de seres en el mundo; labor en poder de negreros lusos, iberos, holandeses, anglos, galos, daneses, suecos y americanos. Los traficantes de Jamaica y Cuba quedaron perplejos ante lo ocurrido en Haití, temían que la rebelión se extendiera. Norte América y Francia, modelo de igualdad y libertad, no reconocieron a Haití. Su utopía civil era para occidente no para sus colonias; creían que otro motín arruinaría la agricultura y el comercio mundial.

Luego de reiterados los motines y seguros de que los negros podían tomarse el control de muchas zonas, se reguló su trata. Inglaterra, Francia, España, Suecia, Austria, Prusia, Portugal y Rusia declararon en 1815 que la venta de personas era repugnante para la humanidad y la moral cristiana. Juraron combatirla y abolirla tan pronto como pudieran. Inglaterra aceptó la libertad de Haití en 1825 y la de América en 1863, tras abolir su tiranía. Pero quedó el hecho histórico que revela la trata como un acto cristiano, permitida por Dios, para garantizarle al negro su acceso al cielo. Según el escritor Hugh Thomas, salieron de África unos 13.000.000 de negros; del total llegaron con vida a Europa o alguna colonia 11.328.000; la diferencia mutilada, mal herida o muerta se tiró al océano Atlántico o Pacifico (Thomas, 1998, pp. 798, 799).

Luego de Haití, Napoleón olvidó su sueño imperial, pero ideó un plan para impedir que Inglaterra recobrara sus colonias; vendió el territorio de Luisiana (de los iberos) a los americanos por 15.000.000 de dólares. James Monroe, usando el favor galo y la debilidad ibera, en 1818, le ordenó a Andrew Jackson, futuro presidente, invadir la Florida, en tanto el reino ibero débil por la guerra y falta de aforo fabril y militar fue forzado a ceder la Florida a los americanos. Ellos, al final, tomaron el Estado de Texas y, por el tratado Guadalupe-Hidalgo, lograron California, Nuevo México, Utah, Nevada, Arizona, algo de Colorado y Wyoming, por 15.000.000 de dólares; igualmente, toparon ricas vetas de oro en Sacramento, California, y así iniciaron la conquista del oeste y lejano oeste americano.

Al final del siglo XIX, el reino ibero solo poseía la isla de Cuba y Puerto Rico, últimos escoyos para un nuevo dominio imperial. América, para completar su plan de defensa, precisó bases navales en el Caribe y cruzó el istmo centroamericano. Era más expedito que rodear la costa del Brasil hasta el estrecho de Magallanes o el Canal del Beagle, en la gélida tierra del fuego, para cruzar, a través del Pacífico, hasta las minas de oro de California. Controlando Cuba, distante solo a través del canal de la Florida y Puerto Rico, al este, vigilaba el golfo de México y todo paso por el Caribe. Así, para cubrir el área y unir el este con el oeste americano, ideó la guerra iberoamericana; luego se tomó Panamá edificando un canal. Pronto, los reinos europeos verían cómo la joven potencia realizaba su sueño de crear una América para los americanos: tierra de promisión y libertad.

Así, finalizó el dominio europeo del mundo y empezó a hacer carrera la famosa doctrina Monroe. Las Indias se dicen soberanas, inician una vida republicana y sórdidos criollos optan por el liberalismo sajón y luego el neoliberalismo americano. Iberia recuerda triste la obra imperial de los Austria y los Borbón, pero enredan las causas de su aparatosa caída. De ser el pueblo elegido y muy rico, gracias a la conversión del pueblo indio, pasó a ser el borde exterior de Europa; algunos autores creen, en rigor, que la cultura europea acaba en los Pirineos, luego sigue el África y sus dogmas de fe que invitan al martirio.


LA ILUSTRACIÓN Y EL RACISMO OCCIDENTAL

Con la revolución gala, la plebe guillotinó al vicario de Dios, cuestionó el orden cristiano y creó el sistema republicano. El tiempo dejará de ser de Dios y el Estado planificará y garantizará el futuro ciudadano. La historia se verá, en definitiva, como un proceso dirigido por una voluntad política organizada a través del Estado. Será el hombre, con ayuda del Estado y apoyado en instituciones laicas, quien avalará la libertad y garantizará el bienestar humano. La Ilustración abolirá la diferencia entre historia sacra y profana; la historia será una sola y el Estado regirá la sociedad, y garantizará los derechos del hombre. En este contexto, el ejército napoleónico con su ideal burgués recorre Europa para hacerla partícipe de la libertad y del progreso. Entró a Portugal en 1807 con la venia de la realeza ibera que apetecía una parte del reino de luso; con la excusa de cuidar la retaguardia el ejército galo, a la espera de una orden imperial, dejó tropa en Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián y Barcelona.

En 1808 la milicia gala se tomó la capital. La tropa de asalto la conformaba una legión de siniestros mamelucos, gente impía listada y entrenada en Egipto, para llevar el noble ideal de la revolución: libertad, igualdad y fraternidad; así, para ilustrar derechos del hombre y ciudadano, se forzó una república liberal en un reino leal a Dios, tutor del orden cristiano y vigilado por la inquisición. Se dictó la carta de Bayona, cesó el santo oficio, confiscaron bienes, liberaron presos y cedió la libertad colonial. El pueblo ibero vio la tropa extranjera vejando altares, al ateo Napoleón coronado emperador y a sus hermanos despachando como reyes. El pillaje galo develó, empero, tres siglos de desprecio por el progreso que alteró el norte de Europa. Bolívar se dio cuenta del contraste colonial en visitas a Alexander von Humboldt; sabía que él había visto y aprendido en tres años más de lo que vieron los iberos durante tres siglos; existía un orden de castas y capas tan difusas que sería difícil que la gente pudiera verse algún día como conciudadanos (Ospina, 2010, p. 176).

En Iberoamérica la élite vivía una vida galante; reinos llenos de finqueros, monasterios y altares, cercados de pobreza. En este orden social se incubó la tirria del ibero hacia el criollo, pues su padre lo negó y él maltrató al indio; así el odio y separación de la metrópoli era previsible. El criollo pese a su poder y dinero sentía el trato osco, la vista altiva del blanco llegado de Iberia. Sabía que el recién llegado tenía fuero y mejor trato del oficial real. Una cultura racista y hostil, reacia a la igualdad y libertad colonial, germinó desde la conquista.

Ahora bien, el racismo europeo tiene origen bíblico. La Iglesia de Cristo mató al infiel, quemó herejes, atacó reinos reformados y dudó de la humanidad indígena. Occidente desprecio al indio, no por su fe sino por su raza, fuerza y falta de deseo sexual. Georges Louis Leclerc conde de Bufón, por ejemplo, ignoró el origen del hombre y el tiempo bíblico; con otro tiempo captó la idea de la evolución de las especies y las expuso en una lucha tenaz, venciendo retos de la naturaleza. Su obra fue prohibida por el santo oficio pero no por la burla a los pueblos del Nuevo Mundo; se le hizo saber que el sagrado depósito de la verdad le estaba confiado a la Iglesia y que este depósito decía que en el principio creó Dios los cielos y la Tierra y que todas las cosas fueron hechas en el principio del mundo. La Iglesia no podía aceptar tamaña desviación; mostró su ateísmo; fue destituido de la universidad y se le obligó a retractarse. Entonces se abandonó todo aquello que pueda ser contrario a la narración de Moisés (White, 1972, p. 85). Pero su ingenio fue más allá. Dijo que en otro tiempo, Asia y las Indias eran una sola, los animales corrían libres. Luego, quienes quedaron en las Indias se caracterizaron por tener menor ímpetu y talla que sus pares europeos, por efecto del sol, la selva, el calor y la lluvia. Las Indias eran impropias para el progreso físico y mental del hombre; en ellas nacían homúnculos, débiles y flojos; fríos en ardor sexual; los animales, más chicos, eran retraídos, sin brío y ágiles corredores. El salvaje era débil y de menor órgano genital; no tenía pelo ni barba, y ningún ardor para su hembra (Zea, 1978, pp. 153, 154).

El negro, desde su hallazgo en África, era mentiroso, flojo, lascivo, ebrio, practicaba el vudú, la magia y otros ritos a Chango: diosa natural. Era, eso sí, trasnochador, bailarín y ebrio. Las castas revelaron más pasión por el vicio y flojera que por el trabajo en minas y granjas; tiraban el dinero a manos llenas. Al criollo, a la par, así venga de noble cuna, esta tierra lo debilita, se torna ávido del caudal familiar, flojo y distante de la fe. Todos tarde o temprano mutan en una horda, decaída por efecto de un clima ardiente y pesado. Van por la jungla como judío errante, sin lugar santo ni capilla, villas a donde llegar, huertas para comer; sin avíos domésticos ni casas seguras. Todo es llevado de la metrópoli, pues en el trópico no es viable la industria, por la flojera y torpeza del indio, efecto del sol, los mosquitos, aguaceros bíblicos, el calor y la humedad. Esta mentalidad no podía aceptar al criollo como par y su postura relució en Cádiz. Además, ¿a quiénes y a cuántos pueblos de las Indias se les aceptaría como iberos? La legación mexicana, verbigracia, de iberos de noble cuna y sin macula citaba en contra de la solicitud de igualdad del indiano, la existencia de castas en el reino. El maestro Leopoldo Zea mostró que de 6.000.000 de habitantes, 3.000.000 eran indios, 2.000.000 de castas y 1.000.000 de blancos cristianos. De este último millón, la mitad era digna, por cualidad y riqueza, de ser delegada ante el reino (Zea, 1978, pp. 223, 224). El negro y otras castas no tenían derecho a la igualdad. Del indio se dijo, de ahí el resguardo, que no podía dársele derechos. Urgía, primero, la tutela y el beneficio real, como la prédica bíblica; se debían bautizar y civilizar, para que dejaran la selva y acataran la fe.


RACISMO, IGUALDAD Y RELACIÓN COLONIAL

En 1700, Carlos II de Austria, joven débil y sin hijos, heredó por dote y sangre, de Felipe V, el reino Borbón. El reino debía frenar viejas prácticas y renovar instituciones caducas, pues el país estaba quebrado. Será, empero, Carlos III, sucesor de Fernando VI, quien encararía el hecho y trataría de revivir el imperio. El reino Borbón delegó la reforma al visitador de la Nueva España, José de Gálvez, conde de Sonora; él vio la necesidad de renovar el estatuto colonial para modernizar la metrópoli y la agricultura colonial. Iberia quería tener mayor control sobre el territorio y la economía virreinal, para detener el alijo y la llegada de extraños.

El primer paso de la reforma fue nombrar en cargos directivos a iberos ilustres y reforzar el monopolio colonial. Se cedió además el comercio de uno o dos bienes ultramarinos a compañías navales. La real Guipuzcoana de Caracas operó el comercio exterior de Venezuela entre 1728 y 1781, incluida la trata; la Gaditana de negros y la de Filipinas, además de controlar la trata, coparon casi toda la actividad naval de Buenos Aires (Pigna, 2110, p. 15). Pero el oficial criollo que usaba el fuero vigente según pacto con la nobleza local, al ser relevado del cargo, avivó su ojeriza al ibero; el recelo del mestizo y la burla social por ser bastardo eran hechos reales. La reforma hizo crecer el desgarro criollo, dado el nepotismo y favor real al tráfico ultramarino. Pero el miedo al indio, al negro, a los blancos y mestizos pobres llevó a que el criollo rico optara aliarse al rey y al gachupin monopolista. Durante la reforma y motín jacobino, el criollo, con un juicio válido del tesoro virreinal y sabiéndose segregado, sintió que podía reelaborar su duda y exigir igualdad y un comercio libre al reino.

En este contexto ocurrió el asalto galo y a Cádiz llegó la tirria colonial. Fueron iberos y criollos pidiendo igual trato; venían de mundos diferentes con anhelos propios. Camilo Torres alegó que el criollo era español nacido en las Indias. Dijo:

"Somos hijos, somos descendiente de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios a la corona de España [...] Tan españoles somos, como los descendientes de Don Pelayo i tan acreedores por esta razón, a las distinciones i privilegios del resto de la nación [...] con esta diferencia, si hay alguna, que nuestros padres, como se ha dicho, por medio de indecibles trabajos i fatigas descubrieron, conquistaron i poblaron para España este Nuevo Mundo" (Guerra, 1994, pp. 217, 218).

En las Indias es justo el sentir, pues todo blanco es noble; es flor de la ciudad, habitada por cruces de todas las razas. Se llama blanco al chapetón y al criollo, que es honroso y de sumo agrado, distinguirlo del indio que tiene tez rojiza y del africano. Decir "soy blanco" es decir "soy caballero"; con razón porque blanco se dice al europeo (Gilij, 1955, p. 250). Todo blanco, en rigor, es noble; si escribe con estilo es sabio; sí lee en silencio, cierra los ojos, cita la Biblia, libros piadosos y novelas ejemplares, es un santo. El criollo, pese a, siente la tirria del ibero pero sabiéndose pilar del orden cristiano, lo agita más salvarse, rozar la nobleza, asistir a festejos galantes, que sudar la tierra. En iberia nunca se vio ni se trató al indiano ni al criollo como igual, era un fulano que vivía en palacetes, sin rose ni derechos reales.

La regencia de Cádiz tenía un plan para salvar el reino. La invasión gala ponía fin al pacto firmado por los reinos para sacar al infiel. Los reinos iberos usaron el desgobierno del invasor para tildar el orden real y destruir el sistema monárquico; querían acordar el tipo de gobierno y redactar una constitución, con apoyo colonial. Mantener el reino sin rey fue parte del ideario liberal; el plan fracasó. La cita avivó el recelo ultramarino. El criollo tenía poder y ricos feudos; su sueño era igualar a sus pares europeos y todo quería menos reñirle a la realeza; quería ser ibero y por tesoro y títulos tenía derecho. Así, en la cita loó la raza de la realeza y la suya propia, pues sus viejos conquistaron y poblaron estos reinos para gloria de la madre patria. No deseaban un gobierno autónomo sino que el intruso respetara la vida del rey, para que retomara a palacio. Pero el porte racista de iberia no aceptó al indiano como igual; era difícil llegar a algún acuerdo y continuar la relación colonial; el criollo, como vasallo ultramarino nunca será aceptado como par por ibera: "Para el metropolitano, América no es sino un lugar para explotar [...] Bastará ser nativo [...] para ser visto como inferior. En igual plano de inferioridad estarán criollos, indios, mestizos, negros, mulatos y las innumerables castas surgidas del mestizaje que se daban en estas tierras" (Zea, 1978, p. 224). El Nuevo Mundo no es, por tanto, más que un coto colonial, rico en oro y plata, poblado por indios, negros y castas inferiores; ideal para la labor agraria y minera, pero nulo para el arte fabril y comercio. El criollo exigió, sin embargo, que sus tributos guardaran relación con la legación y que se registraran sus títulos reales y la estirpe de su familia.

En Cádiz no existió pacto de nada, era lo esperado. La nata de lo más ilustre y liberal de Iberia no cedió; pensó en su estatus y cómo parar el motín sin pactar la alocada petición migratoria. Querían salvar el pacto colonial, con un régimen liberal sin realeza; cuidar el estatuto colonial, donde la capital produjera manufacturas y las Indias materias primas. La petición criolla fue negada o aceptada para futuro estudio. Iberia no podía ver al otro como igual; quería abolir el despotismo real, aprobar una constitución y sacar al invasor; pero a las Indias las regía el estatuto colonial; en iberia el pueblo es libre y soberano, con derecho a tener el régimen político y la ley que más le convenga. Este poder legislativo del pueblo no podía ser usurpado por ningún rey ni casa real, por preclaro que fuera su linaje. Para Iberia el pacto lograría, por tanto, salvar el reino: restituir la ley colonial y dilatar la producción fabril y agraria. Pero el criollo tenía su plan; usó la cita para exigir sus derechos; sabía de la riqueza americana y su potencial agrario; usó el pillaje galo y la retirada del rey para hacer su sueño realidad; pero nada logró. Tuvo que olvidar su utopía aristocrática y verse como criollo sin derechos reales.


LA RUPTURA COLONIAL Y EL HONOR DEL PUEBLO IBERO (T1)

En plena invasión gala, Carlos IV abdicó a favor de Fernando, su hijo. En la ciudad de Bayona, Fernando, en pieza teatral, tornó el cetro a su padre, quien abdicó: "a mí aliado y caro amigo el emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias" (Pigna, 2010, pp. 205). Acto ilegal que reveló la indignidad de la realeza ibérica porque Portugal, contrario a lo hecho por Iberia, repudió la exigencia gala a su embajador en Paris de que si el rey no hacia lo mandado, la casa Braganza no reinará en Europa dentro de dos meses. Esta actitud hostil fue resistida por la realeza que emigró a la selva carioca. El sequito real, con toda su cohorte oficial y lo más insigne del régimen, estaba guiando el destino imperial desde Río de Janeiro en 1807; desde allí se opuso al invasor (Pigna, 2010, pp. 201-205). En 1810 aprobó la constitución de Portugal, Brasil y Algarve; en este pacto el carioca era súbdito real con iguales derechos que el luso. En 1821 el rey volvió a Lisboa y el pueblo aceptó la regencia de su hijo, Pedro I. Esto revela la ausencia de gritos, guerras, sangre, patria boba, para la creación del Brasil. Así, se preservó unida la ex colonia, nació la república alrededor de un área donde su elite honró y amó su terruño. Con el tiempo Brasil se convirtió en país serio, reconocido mundialmente y con futuro.

Para ilustrar el desaire ibero por su colonia veamos el ejemplo sajón. El tráfico inglés lo guió luego de la extinción de la compañía de Plymuth, un trato comercial libre, diferente al ibero. Esta libertad comercial permitió alguna mejora agrícola y fabril, al punto que, debido al progreso colonial, el imperio podría llegar a gobernarse desde América. En el futuro —dice Smith— la sede del Gobierno está llamada a desaparecer; tal ha sido el desarrollo colonial que posiblemente la recaudación de impuestos de América podría superar a la metropolitana. Entonces, lógicamente, la sede del imperio se trasladaría a esa parte del reino (Smith, 2005, p. 556). Por el contrario, para Iberia el área colonial era impropia para la vida; el rey, antes que huir a suelos remotos y nocivos, salvó su vida y abdicó a favor del intruso. El criollo, sin cotejar la conducta real, honró al rey y su orden social; evocó su linaje y nunca pensó que el rey pudiera vivir en tierras malsanas; optó esperar, y sabía que por linaje y tesoro debía vérsele como ibero nacido en América. Terco en su utopía, juró lealtad al rey, loó la nobleza y recusó al hereje. Pedirá el visado de sus títulos, su blasón y escudo familiar, lo que más ansiaba era visitar el palacio de la Moncloa, ir a conciertos, acatar a la Iglesia y lo dispuesto por la santa inquisición.

En Cádiz, mudo el rey, la élite negó la queja colonial; exigió la autonomía de cada reino y propuso la república, pero no aceptó al criollo como par. Iberia creo su nación, en torno a su sangre y fe romana: un Dios, un rey y una sola iglesia, vejada por el invasor. En este contexto y fieles a Dios, el 2 y 3 de mayo de 1808, el pueblo ibero furioso con el intruso se soliviantó en la puerta del sol; fue un motín anónimo, de un pueblo exaltado; la gente se volcó defendiendo la honra de Dios y a su patria; la trifulca dejó muertos de ambos bandos regados por la plaza.

En las Indias la ruptura era predecible; en ciudades coloniales se instauraron las juntas creadas en la metrópoli para resistir a Napoleón en 1808. Fue un estallido en la calle real de ilustres villas, pues los países no existían. Nueva España se independizó en 1810, esperando el retorno del rey; Caracas juró fidelidad y respeto al rey depuesto; lo propio hicieron Buenos Aires, Santiago de Chile, Quito, Santa Fe de Bogotá, Cartagena de Indias y Mompox. Nadie dudó del rey Borbón, menos reñirle a la nobleza; solo querían que estas tierras no cayeran en manos impías y proteger los derechos de nuestro bien amado señor don Fernando VII. Usaron el pillaje galo para forzar el registro de su ciudadanía Ibera; utopía que nunca será realidad y, más grave aún, la tirria al indiano, criollo, mestizo y ahora sudaca, aumentará día tras día. Será, pues, la antipatía y el racismo, lo que causó la ruptura y luego la guerra. Iberia se negó a ver como iguales y con derechos a sus hijos bastardos regados por su reino. La elite criolla, obligada, se dedicó a tejer un imaginario de nación, opuesta al otro, de quien añora su cultura y raza. A pesar del ultraje y la ruptura, subsiste en el inconsciente el ser americano opuesto al chapetón monopolista.

En 1813 Napoleón y su tropa salieron de Madrid; el palacio lo ocupó un colegiado que debate tesis liberal y el absolutismo. Esta regencia se recordará porque apartó dinero del erario para que el pintor de la corte, Francisco de Goya, inmortalizara con su pincel el motín del 2 y 3 de mayo. Esta asonada que enalteció al pueblo ibero y rebajó aún más la figura real. En 1814 la regencia fue sucedida por la realeza y un ejército enviado por el linaje europeo para asistir al rey. Para la santa alianza: Austria, Prusia y Rusia, debía restituirse el orden cristiano. Así, durante un tercio de siglo, la santa alianza otorgó el poder y vigor ideológico para una política de paz; su ejército recorrió Europa derrocando minorías y reprimiendo mayorías (Kart, 1975, p. 22). El rey volvió protegido y reabrió la inquisición; la realeza ibera recobró su lugar en el orden social. Cuando el museo del Prado reabrió sus salas, el público ávido por ver la matazón y el horror de la guerra quedó atónito, porque fue Diego Velásquez, junto con sus Meninas, el artista aclamado.

La pintura de Goya y su visión de la guerra: la carga de los mamelucos contra el pueblo y los asesinatos de la Moncloa, masacres notorias, fueron al sótano del edificio; la razón era clara: la imagen era del pueblo, no de la nobleza, que entregaba su vida por la nación. Entonces Goya se tildó de subversivo. Por el contrario, el cuadro de las Meninas, donde se pintaba a la familia real, les pareció más didáctica; allí se refleja el poder real, pero también el ocaso del imperio. Los artistas inmortalizaban a princesitas y a su alteza real, que junto al pueblo llano, compuesto por enanos, patizambos, bufones, locos, picaros y un sinfín de anormales, rondaban la corte, buscando la forma de ganarse la vida con su tara. Toda aquella gente, que deseaba morir en la corte o cerca para subir al cielo, es glorificada por el arte. Pero ambos lienzos ven igual destino: el fin de un reino contrario a toda reforma. Así la realeza compartiera el aire y el mismo lugar con una horda fea y deforme o hubiera estado distante del motín del 2 y 3 de mayo, el fin del reino es seguro. Veía el ocaso un reino que en plena revolución científico técnica preservó inamovible el orden social medieval y vivió del oro y la plata colonial sin alterar su economía. El imperio que porfía su futuro, a la casa de Austria o Borbón, se desmorona.

Pero el pueblo está feliz por su lucha y el envío de un ejército de más de 12.000 soldados al mando de Pablo Morillo para rematar la revuelta colonial; el general era célebre, pues aliado al ejército inglés venció en la ciudad de Vigo a Napoleón y echó su tropa. El rey, seguro del porte bélico del oficial, le dio naves, barcos de guerra y le confió la suerte de seis unidades de a pie y dos de a caballo, para restituir el reino más grande del mundo. La tropa cruzó la mar para sitiar y cañonear a la amurallada Cartagena de Indias; luego de cuatro meses la ciudad se rindió y él hizo a los sobrevivientes de aquella gesta lo que la horda mameluca le hizo al pueblo ibero; luego tiraron por el río de la Magdalena, rematando rebeldes y subieron a Santa fe de Bogotá para zanjar el motín granadino. Allí fusiló a los líderes, entre ellos a Francisco José de Caldas y Camilo Torres, partidarios de que se registraran como iberos a los blancos nacidos en tierras virreinales; para ellos todo fue un sueño; Iberia los mató por subversivos. El talante punitivo del ejército realista continuó y la rebeldía colonial innovó una guerra a muerte contra todo ibero que no apoyara el motín colonial. En 1820 Iberia se vio forzada a reconocer al ejército patriota; Morillo fue a Santa Ana, cerca de Trujillo, Venezuela, a pactar con Simón Bolívar; hubo canje de soldados y se aceptó al ejército patrio como fuerza beligerante. La guerra siguió pero poco; un motín republicano en España puso en peligro la continuidad del sistema realista; el rey y su corte urgían del rigor disuasivo de la tropa para gobernar.


DEL PERÍODO COLONIAL A UNA LIGA DE NACIONES LIBERALES

Pues bien, antes de la guerra para restablecer el poder real, en las Indias se hablaba de reinos y de español peninsular y americano; con idéntico origen, igual religión e idioma. Había, pese a, un ser americano distinto al español: chapetón monopolista. Los oriundos del Nuevo Mundo —dirá Alexander von Humboldt— prefieren ser americanos, igualando la nación con el continente. Luego, efecto del lío, todo cambió; había que resistir al otro, que negó al criollo su igualdad. Al punto de la ruptura el ser americano fue sucedido por el ideal de quienes, por raza y religión, pedían igualdad por sentirse tan españoles como los nacidos en Iberia.

Pero la guerra arruinó virreinatos, al igual que la ilusión criolla de ser español. Pero si su nación lo negó, entonces, ¿quién era? Y si el virreinato no iba más, ¿cómo llamar esta región? ¡Nadie lo sabía! Había que iniciar de cero; inventar proyectos colectivos, héroes que murieran enfrentando al otro, también utopías sociales que unieran y permitieran armar al pueblo. Fueron tres siglos honrando la cultura ibera, urbes, iglesias, castillos, carrozas, ropajes, perfumes, vida galante, negando el terruño donde nacieron, crecieron, acapararon tierra y juntaron reales. De pronto todo cambio: Iberia no registró a sus hijos. A la élite suramericana le tocó hacer un retoque histórico; durante tres siglos se destruyó y negó el pasado indio, su cultura, trato piadoso con la naturaleza. Ahora, en desquite, Iberia negó al criollo que había ignorado y maltratado al gentío materno, por sentirse europeo sin serlo —según Darcy Riveiro—. Como fuera, quien sintió la ojeriza y desprecio del otro tenía que crear un imaginario social, una nación para frenar el ideario imperial de la metrópoli. ¿Pero quién compondrá el orden social que enfrentará al otro? Sabían que el indio, el negro y las otras castas no tenían derechos; eran castas inferiores, sin moral cristiana y voluntad para vivir en sociedad.

La libertad y su avance inesperado encontraron al criollo sin saber quién era y dónde vivía. Además de que, para vencer al otro hacía falta un colectivo y tropas que lo expulsaran del territorio. Tres siglos de inamovilidad, donde el criollo era segregado, llegaron a su fin; quedó una sociedad inmóvil que limita la igualdad y la libertad. Esto era predecible. Siglos de poder real impidió que el criollo probara formas de gobierno, pues carecía de libertad y vivía alejado de la política. Urgía crear guías de gobierno, de moral y pautas ciudadanas para proteger la libertad que exigía la sorpresiva realidad. Bolívar vio el dilema y previó el futuro. Notó que estábamos alejados de todo gobierno y del servicio público. No éramos virrey ni gobernador; arzobispo y obispo, nunca; diplomático menos; tropa subalterna; noble sin fuero real. Éramos, mejor, colonias que exportaban bienes agrícolas y riqueza minera a cambio de géneros obtenidos en países que habían renovado el arte fabril. En Europa y Norteamérica, además, la libertad como guía social estaba de moda; se vivían épocas de crisis del Estado providencial; el prorrateo del globo del papa Alejandro VI se hacía trizas. Esta crisis la vio Francisco de Miranda y anunció su final: "[...] la revolución vendrá de todos modos; o la hace el pueblo a la francesa y posiblemente aliándose a Francia, o la hace la aristocracia y los hacendados, que se pondrían bajo la protección inglesa" (Pigna, 2010, p. 51). Es época de revolución, no habrá mejor día para hacerla, y la nobleza educada en europea lo sabe; el liberalismo y su mano invisible, guiando la libre de empresa y la teoría de las ventajas naturales de los países, ha suplido a la providencia en la gestión del Estado y del mundo. El contexto fue usado por la nobleza criolla, aliada al reino inglés, para pelearle al ibero, privatizar tierras de la Iglesia y la reserva india; así la civilización y el progreso enraizarán en estos dominios.

Con un presente casual surgieron, pues, sin arte estatal y ahítos de fe, líderes que guiaron el futuro de estos países. Una élite blanca deseosa de salvar el orden social creado por Iberia, ahora bajo su mando, antes que en crear una sociedad igualitaria y que facilite el ascenso social. Según José Gil Fortoul la riqueza en las Indias se hallaba concentrada en pocas familias, dueñas de tierras y esclavos. El trabajo era visto como deshonra; solo la carrera militar, religiosa, jurídica y burocrática era actividad digna para los bienes nacidos o superiores (Pigna, 2010, p. 142). En esta sociedad, con una estructura económica creada siglos atrás, la guerra debía ser guiada y costeada por ricos finqueros, dispuestos a todo menos a liberar a la indiada y a los esclavos, ejecutores del trabajo que abastecía a la sociedad. Así ocurrió; no fue la plebe (fabriles, artesanos, mercaderes y obreros) quien se amotinó como en Francia, sino un señorío blanco, que recorría el viejo mundo, visitaba cortes, amigos jacobinos y pagaba abultadas fortunas por ser oficial del ejército real.

En castillos, sociedades secretas y desfiles, transcurrió parte de la juventud de Francisco de Miranda, Bernardo O'Higgins, José de San Martín y Simón Bolívar, antes de unirse al fragor social que liberó a las Indias y donde su familia era parte del linaje blanco odiado por la indiada y la raza negra. Pero algunos riñeron del liderazgo criollo y pidieron cambiar el orden social heredado de Iberia. Su delito fue de alta traición y un tiro para acallar su voz disonante. Este fue el caso de Manuel Carlos Piar quien, en su calidad de mulato y sin reales, exigió igualdad y libertad para los esclavos; dudó del apego y el desvelo de la nobleza criolla por las castas del orden social existente. Bolívar vio que el alegato y sencillez de Piar eran ciertos; reparó, así mismo, que de seguir su ideario se perdería el sostén de finqueros que daban dinero y recuas de esclavos necesarios para la guerra; los líderes de la revuelta sabían que sin el apoyo criollo con víveres, dinero y esclavos, la revolución fracasaría.

Ante el apuro de regir la ex colonia se citó a la élite virreinal en Panamá. Bolívar quería realizar su sueño de unidad continental inspiradora de la carta de Jamaica; allí vio la necesidad de coordinar los ejércitos patrios para vencer al reino ibero. Solo así, pensaba, podía evitarse el rearme y retoma continental desde alguna provincia por parte de la guardia real. Así, una necesidad bélica ayudó a Bolívar a pensar el escrito creador de la América Latina: es una idea grandiosa pretender hacer del Mundo Nuevo una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen igual origen, idioma, hábitos y la misma religión, deberían tener un solo Gobierno que confederase los diferentes estados. Pero Bolívar se percató de que luego de vencer la tropa realista, la unidad continental parecía innecesaria y esto lo llevó a citar en Congreso Anfictiónico en 1826. Su plan era salvar la nación creada en su imaginación y que apagó el liberalismo, pues siempre será mejor para el poderoso rodearse y negociar con países débiles y pequeños.

Bolívar no asistió al evento. Fue la Gran Colombia, México, las Provincias Unidas de Centroamérica, Perú, Bolivia y el general Santander, desde Santa Fe de Bogotá invitó a Inglaterra y Norteamérica, como amigables oyentes. La cita negó el sistema realista, se aceptó la teoría liberal y respaldó la doctrina Monroe. La dupla angloamericana frenó la creación de un sistema confederado y exigió preservar el estatus legal de las colonias del Caribe y desconocer la autonomía política de Haití. El país de esclavos libres, donde inició la gesta libertaria, no fue invitado y la promesa de Bolívar de acabar la esclavitud se olvidó. El criollo al apoyar la doctrina Monroe olvidó su pasado y su raíz Ibera para traer instituciones ajenas al continente. Lo propio eran los virreinatos y su orden social; su fe católica, iglesias y abadías, erigidos, irónicamente, para sepultar imperios de indios y su vida profana. Lo ajeno a la doctrina Monroe, el federalismo y sus instituciones, vistas ahora como modelo para ser como los americanos. Así se tiró la ocasión para preservar unida la ex colonia, arrastrar y purgar en la oscuridad de la noche el orden social de los generales y su ilusorio linaje. Unidad que sí preservó el pueblo carioca.

En este mundo, finalmente, ¿qué ley regiría cada país? ¿Cómo ajustar el interés minero y agrario al liberalismo sajón? Ante la prisa se optó por copiar. El pasado de otros países será el modelo. Bolívar se opuso, pues traer instituciones ajenas era cargar nuevas cadenas; se plagia lo venerable; vida e instituciones de países distintos al nuestro, con un pasado glorioso, era cierto. Es uno de esos milagros que de siglo en siglo crea la política, verdad, pero distinto al pasado de estos reinos. Su institucionalidad y cultura es ajena a la idiosincrasia latina y a su pasado histórico. Este cálculo político se ignoró y se trajeron instituciones americanas y la utopía jacobina, a reinos que juraron acatar al rey pilar del orden social cristiano. Así, la fe papal, el temor a toda ideología herética, el racismo y el estatus que da la propiedad territorial guiarán el futuro de estos países.


INSTITUCIONES LIBERALES EN UN ESTADO COLONIAL

Así, en la inesperada realidad, en vez de crear instrumentos de cohesión social, teniendo presente el contexto y las cultura de cada región, se trajeron instituciones para dirigir la vida de zonas que insistían en preservar el orden colonial, cuerpos legales para la política y rutina civil, que nada tenían que ver con la sociedad ideada por los reyes católicos para instruir a los indios y esperar el retorno de Cristo. Luego de los ajustes legales nació lo que Carlos Fuentes llamó "la tensión entre el país real y el país formal", "se creyó que copiando leyes, florecerían países libres y democráticos, fue vana ilusión, pues, se creó un divorcio entre 'la nación real y la nación formal" (Fuentes, 1990, p. 44). Para exhibir la base legal se hicieron desfiles, cívico-religiosos, durante los cuales indios y negros, incrédulos y harapientos, cargaban la carta magna, junto a María Virgen, hasta el altar mayor. Luego de peleas vacías la separación de la Iglesia y el Estado, que porfiaron impíos liberales, no cambió el deseo de salvación por el derecho a la libertad y felicidad de parte del Estado laico; el futuro de estos países seguirá ligado al "Dios proveerá" y el Estado protegerá el orden cristiano. A este liberalismo anticlerical el Nóbel Octavio Paz lo llamó declamatorio, por quedarse en arenga y buena intención. Por ley se dio libertad religiosa y se sacó a Dios de la constitución, en países que esperan ayuda divina y cargan toda la pena, seguros de que Dios tiene reservadas cosas mejores.

La carta votada con gozo rigió la vida en libertad de países irreales. Se crearon poderes públicos para vigilarse: que unos crearan y votaran leyes; otros dieran pronta y equitativa gestión judicial y que un tercero electo fuera el presidente. El Nóbel Mario Vargas Llosa anotó que en tanto América creó una constitución sencilla y breve, Suramericana es célebre (en su carta) por la hinchazón palabrera, en la cual toda constitución aventaja y enaniza a la anterior en capítulos y disposiciones. Era ficción jurídica; el país es otro, está cruzado por una estructura de castas, con el blanco, español o indiano, como señor del feudo y real minero; contexto que se ignoró al copiar la ley americana o jacobina. Así, según el crítico charrúa Eduardo Galeano, el criollo se dedicó a copiar. La copiandería es el triste legado republicano; el autor de Las venas abiertas resalta como nuestra América se dedicó, luego de 1810, a citar leyes sajonas, ideas francesas y cuanta cosa viniera de afuera.


Del Estado colonial a una nación multirracial

Así, evadieron la historia los sorprendidos países; el lapso que necesitó el mundo pagano para trazar la idea del Dios verdadero: Cristo redentor: uno y trino; para crear un idioma, identidad colectiva y dogmas de fe para forzar al infiel y excomulgado hereje, lo efectuó, el criollo, entre 1810 y 1824. En este lapso la élite negó de nuevo el pasado indio y ahora, ¡quien lo creyera!, su origen Ibero que tanto faroleó; su pasado lo anuló y tildó, pues fue fruto de la feroz pero incompleta conquista Ibera. Miranda revelará asesinatos durante más de 300 años: la furia asesina de Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Gonzalo Jiménez de Quesada y otros contra la indiada; como dan la recua de indios a la tropa para que los sometan y catequicen. Vasco Núñez de Balboa, por ejemplo, cuando algo le irrita le tira perros hambrientos a la indiada. Así se realizó la conquista. Más tarde para Domingo Sarmiento el apuro será civilidad o barbarie. En América dijo:

[...] "la civilización se ha impuesto, ejemplarmente, en los Estados Unidos. Allí una raza europea realizó la misión civilizadora que esta raza tiene encomendada. Y lo que ha sido hecho en los Estados Unidos, podrá, también, ser hecho en la América colonizada por el imperio Ibero. Para ello tendrán que ser borrados los errores de la colonización ibérica. Habrá que limpiar la raza, cambiarla; limpiar la mente, cambiarla, para que la civilización triunfe sobre la barbarie" (Zea, 1978, pp. 246, 247).

La élite criolla, ansiosa por olvidar su pasado, renegó y ocultó su origen ibero, lo encubrió con instituciones y apellidos ingleses: delata el rudo asalto Ibero y la irresuelta conquista, pues ahora su utopía es ser americano, país al que mira boquiabierto y timorato.

Pero se requería más que un acopio de leyes para resistir al otro. Era necesario crear un colectivo con sentido patrio, capaz de parar las ínfulas iberas de rehacer el reino. Quien tomó el Estado fue, precisamente, el que hasta hacía poco decía ser parte del otro y ahora debía enfrentarlo. Una élite blanca, más identificado con el otro por su color, religión y vida galante, apropia el sentido del ser para vencer a quien no es. Llamados retóricos alistaron miles de indios, negros y mestizos. Pero lo que se creó fue una nación de minorías, de una élite blanca igualada al otro y que mira hacia afuera, más que en el interior de su propio país; su vida pasa evocando Madrid, Paris, Londres y Manhattan; admira su orden social, disciplina y vida serena. A pesar de su pasmo por lo ajeno, habló de un país en el cual la base social del orden ibero no tenía el perfil para ingresar a la nación. Nunca fueron vistos como iguales y por su estilo de vida eran inhábiles para ejercer a plenitud su libertad. Al no tener disciplina laboral, obstruían la llegada de la técnica y progreso sajón. Es justo y generoso, para la indiada, entonces, ser convertidos, darles educación religiosa, cambiar el estilo de vida cooperativo e inútil por otro afín al pique liberal. Pero el indio y el negro no se sumaron al ideal nacionalista. La oferta igualitaria y de libertad, para juntar la indiada y sacar al otro se olvidó; se trazó el país, se habló de república, se partieron pueblos milenarios, y otros se sujetaron en zonas agrestes, donde el Estado liberal y neoliberal no hacía presencia.

Luego de la discordia nacieron, en una ex colonia deshecha por la apatía, copias del Estado europeo; un Estado colonial en poder de una élite blanca sin identidad, ética, honradez para aplicar su propia ley y simpatía por el otro: lazo o identidad que nos saca de nuestro pellejo y nos liga al otro (Smith, 2004, pp. 126, 128). Estados coloniales, poco serios, con bolsones de pobreza, caseríos selváticos, indios y negros huyendo del colono y granjero blanco, que tiraniza, cerca la reserva india, tala la selva, lleva ganado e infecta el río. Iberia, de hecho, no añadió a su teología una ética laica y una ley que llegue a la estirpe cristiana; la moral la sanciona la Iglesia y su listado de penitencias; el infierno y dolor por la pérdida del cielo pende de la justicia divina, pues todo acto sin confesar es pecado y lo ve Dios, juez justo pero implacable. Su ex colonia erigió Estados de leyes, controlados por una nobleza ávida de poder y que tiene interés en la reserva india y el tesoro público, y donde la ley se aplica a los de ruana. La vana constitución es letra muerta ante el orden heredado, pues la misión, rechazo del otro y robo del pueblo indio, siguió en los siglos XIX, XX y XXI.

En la América india, mestiza, zamba y mulata existe segregación, no los ilusorios derechos del hombre y del ciudadano. La ley crea "[...] igualdades ficticias, las cuales solo funcionan cuando hombres le dan su asentimiento. Cuando el hombre sabe respetar en el otro hombre su identidad, cuando no pretende imponerle la suya. La ficción descansa, entonces, en un pacto que lo ejecutan hombres reales. Pacto sin el cual la ficción igualitaria queda en eso en ficción" (Zea, 1978, pp. 176, 177) Este es el lío: heredamos el racismo que negó al otro por infiel, judío, hereje, negro o indio y que nace del legado agustiniano: "oblígalos a venir". Así, en un mundo que negó y sigue negando la otredad, la igualdad y la libertad, es eso ficción.

De esta manera, iniciado el siglo XIX finalizó la relación colonial pero se heredó su orden de castas, feudos agrícolas, reales mineros y el ultraje blanco, quien oculta en este odio su origen espurio. La nueva sociedad empezó a vivir a expensas del saber y avance fabril de otros países. Pone en el mercado mundial los recursos naturales y la riqueza minera, confiada que el liberalismo sajón igualará el desarrollo de todos; sueña que Occidente irradiará progreso y bienestar al mundo entero. Pero el pueblo indio exige deconstruir el imaginario de progreso, respetar la vida y la cultura de su pueblo. Narran que sus tatas habitaron la selva y respetaron la vida; siglos antes de que la élite blanca realizara el acto simbólico de crear su nación.

El ser americano y la continuidad del proceso evolutivo en el planeta, niega la otredad y acepta el robo del patrimonio indio y la ruina de su hábitat. Sin reescribir el pasado que delata a muchos y avergüenza al resto, seguirá la ruina de la selva y el maltrato al gentío materno y todo cruce racial, así corra sangre indita o negra por nuestras venas. Es hora, pues, de crear países donde el mestizaje sea orgullo nacional y no el agravio patrio que siempre ha sido; trauma criollo pero, más aún, de quienes luego del genocidio indio perpetrado por sus abuelos dicen ser la suiza suramericana y tildan al resto de acomplejados. El afecto racial, la igualdad y libertad como principio universal unirán a la patria grande de Bolívar o a sus países.



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