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Hallazgos

Print version ISSN 1794-3841

Hallazgos vol.13 no.26 Bogotá July/Dec. 2016

https://doi.org/10.15332/s1794-3841.2016.0026.04 


Latinoamérica, entre la utopía de salvación y la utopía del progreso*

Latin America between the utopia of salvation and the utopia of the progress

Latinoamérica, entre a utopia de salvação e a utopia do progresso

José Alberto Pinto Mantilla**

* Artículo de investigación. Las ideas de este artículo hacen parte de la tesis doctoral en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México [unam], finalizada en el 2009. Igualmente la tesis fundamental del artículo fue publicado en el libro Encuentro, destrucción y ocultamiento de las indias occidentales: crónicas del pueblo indio y de otras culturas (2013).

** Economista y magister en Economía de la Universidad Nacional de Colombia y doctor en Estudios Latinoamericanos de la unam. Profesor asociado de la Universidad Industrial de Santander (Colombia). Desde 2009 integra el grupo de investigación gidrot, "Desarrollo Regional y orden Territorial", reconocido por Colciencias. Dirección, carrera 28 No. 51- 47, edificio Arvicón, apto. 502, Bucaramanga. Teléfono residencia: 6477049, Teléfono oficina; 6434000 ext. 1161.
Correo electrónico: jpinto@uis.edu.co.

10.15332/s1794-3841.2016.0026.04

Recibido: 20 de enero 2016 / Evaluado: 19 de febrero de 2016 / Aceptado: 20 de marzo de 2016

Cómo citar este artículo: Pinto Mantilla, J.A. (2016). Latinoamérica entre la utopía de salvación y la utopía del progreso. Hallazgos, 13(26), 93-115 (doi: http://dx.doi.org/10.15332/s1794-3841.2016.0026.04).



Resumen

El propósito de esta publicación es analizar el proceso histórico dado durante la dependencia metrópoli colonia y del Estado colonial. La investigación pone de manifiesto el influjo de los reyes católicos y su orden social, el cual cesó durante la colonia, pero su mentalidad continúa vigente. Trayendo a cuestas la herencia colonial, la élite criolla acogió el liberalismo sajón, vinculándose rápidamente, con su riqueza agropecuaria y minera, en el mercado mundial. Esta élite, conocedora del motín jacobino, usó su arenga libertaria sin hacer los cambios económicos y políticos que realizó la Revolución Francesa. El criollo, además, erigió la raza como emblema de civilidad y progreso, y como un buen ejemplo de implementación; esto lo vemos en los gobernantes de la naciente república de Estados Unidos, quienes avizorando el desarrollo del capitalismo promovieron la emigración de europeos con todas las facilidades para que cercaran vastos territorios. El neoliberalismo recoge su idea de libertad, en la libertad de empresa, pues todos ofertamos trabajo y consumimos; esta utopía fabril y de lucro es la nueva religión.

A partir del marco teórico y de conceptos argumentados de Max Weber y con una metodología de análisis comparativo, se toman las reflexiones de varios autores que fortalecen la hipótesis "que el mercado y libertades decidan la suerte humana y natural, llevará a un final de espanto, pues, el hombre olvidó su casa y el tiempo que precisó la vida para crecer y progresar; ignoró que es más fácil que todas las almas vayan al cielo que replicar la dicha del rico para siete mil millones de seres".

Se trata, pues, en este análisis de deconstruir el imaginario de progreso; resaltar que el hombre y la sociedad nacieron en armonía natural, acatando los ciclos naturales y acoplados al medio ambiental. Hoy se insiste en la utopía terrena o celestial olvidando la crisis ambiental. Mundo utópico y antinatural, pero el escenario donde el modelo neoliberal operará hasta el día del juicio final.

Palabras clave: élite criolla, países, liberalismo, progreso, religión.



Abstract

The intention of this publication, it is analyzes the historical process given during the dependence metropolis colony and of the colonial State. The investigation reveals the influence of the Kings Católicos and his social order, which stopped during the colony but his constant in force mentality. Bringing piggyback the colonial inheritance, the Creole elite received the Saxon liberalism, linking itself rapidly, with his wealth, agricultural and mining, on the world market. This elite, knowledgeable of the Jacobin riot they used his libertarian harangue without doing the economic and political changes that the French Revolution realized. The Creole, in addition, raised the race as emblem of civility and progress, and as a good example of implementation, we see it in the leaders of the nascent republic of The United States who avizorando the development of the capitalism, they promoted the Europeans' emigration with all the facilities in order that they were surrounding vast territories. The neoliberalism gathers his idea of freedom, in the freedom of company, so, we all offer work and consume; this industrial Utopia and of profit, it is the new religion. Stocks on the theoretical frame and concepts argued of Max Weber and with a methodology of comparative analysis there take the reflections of several authors who strengthen the hypothesis "that the market and freedoms decide the human and natural luck, it will go to an end of fright, so, the man forgot his house and the time that needed the life to grow and to progress; he ignored that it is easier than all the souls go to the sky that to answer the happiness of the rich one for seven billion beings".

The imaginary one of progress treats itself, so, in this analysis of deconstruir; to highlight that the man and the company was born in natural harmony; respecting the cycles natural and connected to the environmental way. Today one insists on the Utopia terrena or celestial forgetting the environmental crisis. Utopian and unnatural world, but the scene where the neoliberal model will operate up to the Day of Judgment.

Keywords: Creole elite, country, liberalism, progress, religion.



Resumo

O propósito desta publicação é analisar o processo histórico ocorrido durante a dependência metrópole colônia e do Estado colonial. A pesquisa mostra o influxo dos reis católicos e sua ordem social, o qual acabou durante a colônia, mas sua mentalidade continua vigente. Carregando nas costas a herança colonial, a elite crioula adoptou o liberalismo saxão, se vinculando rapidamente, com sua riqueza agropecuária y mineira, no mercado mundial. Esta elite, conhecedora do motim jacobino, usou sua arenga libertária sem fazer as mudanças econômicas e políticas que realizou a Revolução Francesa. O crioulo, além, erigiu a raça como emblema de civilidade e progresso, e como um bom exemplo de implementação, isto é observado nos governantes da nascente república dos Estados Unidos, os quais observando o desenvolvimento do capitalismo promoveram a emigração de europeios com todas as facilidades para que ocupassem vastos territórios. O neoliberalismo incorpora sua ideia de liberdade, na liberdade de empresa, ora todos ofertamos trabalho e consumimos; esta utopia fabril e de lucro é a nova religião.

A partir do marco teórico e de conceitos argumentados pelo Max Weber e com uma metodologia de análise comparativa se utilizam as reflexões de vários autores que fortalecem a hipótese: "que o mercado e liberdades decidam a sorte humana e natural, levará num final de espanto, ora, o homem esqueceu sua casa e o tempo que precisou a vida para crescer e progredir; ignorou que é mais fácil que todas as almas forem ao céu que replicar a felicidade do rico para sete mil milhões de seres"

Trata-se nesta análise de desconstruir o imaginário de progresso; ressaltar que o homem e a sociedade nasceram em harmonia natural, os ciclos naturais e acoplados ao meio ambiental. Hoje se insiste na utopia terrena ou celestial esquecendo a crise ambiental. Mundo utópico e antinatural, mas o cenário donde o modelo neoliberal atuará até o dia do juízo final.

Palavras-chave: elite crioula, países, liberalismo, progresso, religião.



Colón y la segunda venida de Cristo

La Iglesia propagó la idea de la Tierra como un disco plano y negó su forma globular. Así, a tercos marinos, listos a repeler piratas y huracanes, los agitó la idea de caer en el infierno que —decían— estaba en el ignoto Atlántico. Todo abate en su atril decía que el rojo sangriento del cielo, al ángelus, reflejaba el fuego eterno del infierno: antro tétrico, lleno de sierpes y reptiles (Udías, 2004, p. 72). Esto era parte del sentir de la época. Cristóbal Colón (1451-1506), navegante financiado por la Corona española para descubrir nuevas tierras, de niño vivió horas de ocio viendo naves y su ocaso en lejanía; el hecho le permitió negar la idea de la Tierra como disco plano; de adulto negó la tradición y sintetizó textos geográficos y bíblicos para argüir que el mundo era redondo y más chico que el de Ptolomeo. Cádiz estaba, entonces, más cerca de Asia y era navegable; Colón calculó el viaje en 1479, armado del atlas de Paolo del Pozzo Toscanelli. El geógrafo trazó una tierra: Europa, Asia y África, más grande y el orbe más chico; sumando errores, la parte para cruzar era pequeña; según el cálculo el trecho de Canaria a Molucas era 2400 millas náuticas, cifra irreal, que indujo a Colón a iniciar el viaje; realmente son 10.600 (Brading, 2003, p. 26).

Remitiéndonos a las investigaciones de Samuel Eliot Morison (citado en Brading 2003, p. 26), Colón envió su propuesta a los reyes de Castilla y Aragón, con el padre capuchino Juan Pérez; pero los teólogos de Salamanca objetaron el viaje, puesto que la idea carecía de sentido. La mar era innavegable, pues todo navío caería en la fosa ardiente del averno. Pero Colón intuía otra verdad; con la visión de marino que conoce la mar y ha leído todo sobre el tema; pero con un embrollo de ideas y malos cálculos, recorrió durante siete años las cortes de Portugal y Castilla. Todos oían y resistían su alocada tesis, porque su idea era absurda, geógrafos y peritos navales lusos, con una experiencia de más de cien años bordeando la costa africana, pidieron a su rey que negara toda ayuda a Colón, a quien veían como a un utopista y no como marino (Brading, 2003, p. 26). Un prodigio llenó de gozo a los fieles y llevó a Colón de vuelta a la reina: la toma de Granada; luego de ocho siglos de resistir al infiel, el reino de Castilla y Aragón, unidos en 1474, sacaron a moros y judíos de tierra cristiana. El hecho revivió el milenarismo del abate calabrês del siglo XII, Joaquín de Fiori, divulgado por el correo de la reina y Colón, el abate Pérez (Brading, 2003, p. 28). Así, un error náutico le dio aliento a Colón para ir a la reina y preparar su aventura. Su tesis traída de Imago Mundi, del clérigo Pierre D'Ailly, tomada, a su vez, del profeta Esdras, decía que una séptima parte del orbe estaba anegado, razón por la cual el trecho entre la costa occidental de Europa y la oriental de Asia era navegable. Colón vio el globo chico y conquistable, por lo que el reino del Gran Khan y las especias, contado por Marco Polo, estaba más cerca; podía irse por la ruta de occidente. Así, guiado por profetas y el texto de un clérigo que se creía inspirado halló Colón el sostén para iniciar su aventura (White, 1972, p. 154).

La locura de Colón figuró mucho más; influido por Agustín y Pierre D'Ailly, Colón sacó que de los 6000 años que duraría el mundo (faltaban 155), tiempo apenas suficiente para llevar el evangelio según precepto de Jesús, convertir la grey a la verdadera fe y liberar los santos lugares. El marino se veía, de hecho, como instrumento providencial, elegido para iniciar la gesta que señalara el fin de la historia humana, época que empezaría antes del retorno de Cristo y el Juicio Final (Brading, 2003, p. 26). Así, el ideal de Colón era convertir el reino del Gran Khan y hacer pactos contra el infiel, como preludio al envió de una cruzada bélica a redimir la tierra santa.


Las Indias y el mercado mundial

En 1492 América completó la Tierra; la conversión y pillaje al pueblo indio: cultura entreverada con el hábitat, inició el ocaso planetario. Un área bañada de ríos y llena de fauna y flora, donde el indio vivía en una armonía natural, fue invadido y devastado por una cultura fanática. Dicen que la conquista de las Indias, vista desde el punto de vista ambiental, es uno de los mayores errores del ser humano, pues se anuló un acumulado histórico exitoso de acomodo cultural al hábitat tropical. El nativo estaba acoplado al entorno americano, desde el glaciar y la cúspide andina, hasta el llano y la selva tropical (Maya, 1996, p. 72). Contrario, el hallazgo de otro mundo en la mar y otra ruta hacia las Indias, virando al sur del litoral africano, fue visto por Smith como gesta heroica del hombre. Algo era cierto: Colón, de Gama, Vespucio y Magallanes acabaron la idea de la Tierra como disco plano y probaron su forma globular. Los lusos necesitaron cerca de 100 años para tomar el atajo a la India, realizando una apropiación lenta de la costa africana y pausas para fundar colonias en Madeira y Azores (Brading, 2003, p. 23). En 1497 de Gama zarpó del reino luso, dobló la punta africana y en 1498 llegó a Calicut, costa de la India; el viaje virando el continente negro daba a Portugal derecho a comercial con la India. En 1500 la marina lusa pisó tierra firme y fundó Vera Cruz en litoral carioca. Asíinició el sistema capitalista mundial; antes el comercio y las disputas se realizaban en el Atlántico y la costa africana; pero lusos y castellanos querían ir a la India por su oro,vigilar el comercio de especias y la trata de esclavos.

El choque con este mundo alteróa Occidente pero su fe siguió incólume. Cuando Copérnico supo que habían definido la forma de la Tierra, notó que eso alteraba la idea de ciencia y el objetivo de su vida. El pacto de Tordesillas dividió la tierra hallada entre el reino ibero y lusitano; para el fiel, la más segura y mejor cesión del derecho imperial es el don papal de 1493, pues, el papa, como vicario de Cristo es monarca del mundo y tiene el derecho de despojar a los infieles de sus tierras, de modo que permita predicar el evangelio (Brading, 2003, p. 242). Luego del reparto, otros reinos excluidos del botín riñeron con el papa; lo retaron a que publicara el testamento del padre Adán para ver a quién le había heredado la Tierra (Mathias, 1994, p. 17) pero Europa ávida de oro y su iglesia, con una misión bíblica por cumplir, recorrió el mundo y propuso crear un reino universal a la espera de Cristo.

En el medioevo el mercado se limitaba al Mediterráneo: la vía fluvial y marítima abrió la labor fabril a mercados más vastos, y en ríos y mar el arte fabril mejoró. Ahora, el hallazgo de las Indias dilató el canje y renovó la labor fabril. La metrópoli le asignó a sus colonias una labor agrícola y minera; por el exceso de suelo, el precio de la tierra y la abundancia de trabajo, fue una labor útil y eficaz para el reino. Dice Smith que en América no existía labor fabril, menos de lujos, por lo que era mejor obrar estos bienes en la metrópoli que en ultramar. Así progresó la industria y en ultramar realizaron labores rurales; el mercado mundial deberá surtirse con la cosecha colonial y la industria urbana. La relación colonial del reino ibero fue rigurosa: el rey negó la libertad colonial y cedió el monopolio aun solo puerto, de ahí se hacían a la mar solo como parte de una flota y en cierta época del año, o bien en virtud de una licencia costosa. Esta fue la política ibera y su efecto se notó en el alto precio de bienes; además, el trato colonial mejoró la industria de Francia, Flandes, Holanda y Alemania, no en la metrópoli (Smith, 1982, pp. 542-557). Mientras iberia dio espejos y baratijas por el oroindio, el europeo del norte hizo lo propio con el español: un genio de las letras, Gracián, puso al ibero en su sitio: lo que el español le hace al indio—dijo— se lo hace el galo al ibero; si los engañan con espejos y collares, sacando con cuentas tesoros sin cuento, el galo con peines, estuches, perfumes y trompas de París, vuelven a quitarle al ibero toda la plata y el oro (Méchoula, 1981, p. 38).España no tenía otra opción, pues por no ser tildado de judío —dice Américo Castro— el ibero rechazó desde el siglo xvi toda actividad mental o práctica que pudiera parecer de hispano hebreos. Y España quedó aislada, en parálisis, y no participó de la tarea científica y económica de los otros reinos. Esa y no otra fue la razón del atraso cultural de España y Portugal, cuya secuela llega al tiempo presente (Castro, 1987, p. 11).


Lutero y la libertad

Martín Lutero dividió a la Iglesia y difundió la idea de libertad; el cisma alteró la historia cristiana. Para Karl Lowith, luego de que la razón humana dudó de hechos sagrados, no parará ante principio o institución por noble que fuera. El cisma fue fatal: mostró el ocaso papal. Fue la licencia dada al recién electo arzobispo Alberto de Branderburgo para vender perdones lo que causó el cisma. El obispo debía pagar el cargo, repartiendo con el papa el dinero recogido para la basílica san Pedro. El arzobispo para cautivar a la gente efectuó una feria itinerante con más de 9000 reliquias, unas de cuerpo entero, de los mejores santos y profetas. La feria fue exitosa; la venta de perdones se triplicó. Decían que para el fiel era digno y enaltecía su fe ver un hueso de Isaac, mana del desierto, un trozo de la zarza ardiente, un vaso oloroso del vino de Canaán, restos de la corona de espinas y piedras usadas para lapidar a Esteban (Johnson, 2004, p. 377). Lutero, sobrecogido por el fetichismo, se enojó y colérico pegó sus 95 tesis en la iglesia de Wittemberg. Pero áulicos papales idearon las más insólitas razones para defender el negocio; el jerarca Cayetano fue el más recursivo y versátil de todos; le dijo a Lutero que él sabía que una sola gota de la sangre de Cristo podía redimir a la humanidad, el resto de la vertida en el huerto y la cruz había sido dada al papa como tesoro para vender las indulgencias (Draper, 1876, p. 221). Para el papa de ahí procedía su poder y excomulgó a Lutero en 1520. El clérigo, por su parte, denunció la oferta de salvación del papa y el culto a las imágenes que tanto poder le dieron a Roma y propagó el arte cristiano. La tesis luterana partió de la siguiente idea: hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo; ató esta doctrina a cuatro solos: solo Cristo, solo la Gracia, la Biblia y la fe; la fe. Asimismo, es donde Dios, pues luego del pecado somos relapsos; pero en la Biblia el pío podrá hallar su salvación; Dios habla a través de la Biblia, lo demás (concilios, bulas y rutina papal) sobra y puede prescindirse de ello; pensó que al margen de las obras, Dios predestina al hombre al cielo o al infierno: la gracia es don de Dios, pero esa fatalidad no libera al hombre de responsabilidad alguna, pues Cristo exige trabajo, mesura y oración.

Con Lutero el trabajo tuvo otro sentido. Según Max Weber, Lutero trocó una fe de indulgencias y obras, por una fe práctica, donde el trabajo es una misión dada por Dios; para salvarse cada uno debe hacer su labor: la tarea fijada por Dios para su gloria. Profesión, calling o trabajo, por venir de Dios debe ser recto y metódico. La idea luterana de profesión y destino preparó hombres aptos, con vigor y listos a ejecutar un duro y afanoso trabajo para honrar a Dios; la diferencia de fortuna y rango es parte del plan oculto de Dios, que arranca en la tierra y cesa en el cielo. Pero nadie puede vivir sin trabajar; así el rico pueda comer sin trabajar, debe realizar su tarea con Dios; el hombre no solo debe trabajar sino realizar un trabajo con vocación y disciplina; trabajo que agrade a Dios y aumente su riqueza. Lutero alabó el capital alemán, resaltó el canon divino de tener que trabajar así se tenga fortuna. Foucault destaca que para Weber el lucro de un vasallo alemán es un signo de la elección por parte de Dios; signo de haber sido elegido; una señal dada por Dios a esa alma y a su reino. No te vas a salvar porque trates de lucrarte como toca, sino que si te has lucrado, significa que Dios te ha envidado un signo de que lograras la gloria (Foucault, 2007, p. 107).


El puritanismo y el espíritu capitalista

Juan Calvino creyó recibir de Dios el saber bíblico y la tarea de reformar la Iglesia;hizo de la predestinación el distintivo de su iglesia; para él, se salvan los elegidos, ellos, el restó ira al infierno, pues Satán actúa por orden divina (Johnson, 2004, p. 386). Este actuar excluyente le dio chance a John Milton para objetar la voluntad despótica de Dios: yo podré ir al infierno, dijo; pero un Dios así no tendrá nunca mi respeto (Weber, 2006, p. 104). Calvino predijo, finalmente, que la fe y el saber de Dios irradiarían el orbe: antes del retorno de Cristo y Su juicio se sabrá la verdad; así los hijos de Dios, incluso judíos, se unirán a Cristo para amarlo; pero Calvino y su iglesia limitaron el saber a lo espiritual y amor a Dios. En el siglo xvii, iglesias proclives al lucro dilataron su augurio a todo saber; manifestaron que el lucro era una prueba del regocijo y agrado de Dios por la labor realizada. Permitieron cobrar intereses por avances de capital; así el comercio y la búsqueda de utilidad mejoraron el avance fabril.

Ahora bien, la Iglesia reformada alteró la ética católica que loaba al pobre y su amor al prójimo, para exaltar el lucro y la riqueza obtenida trabajando. La nueva iglesia unió el altruismo: gusto a dar, a compartir, con el egoísmo del que piensa en su bienestar y dinero. Una —se creyó— encarna al Bien, la otra al Mal; ahora estas conductas las encarna la nueva iglesia, su amor al trabajo, la riqueza y el bienestar; la generosidad convive con un sano egoísmo en el interior de esta iglesia. Para ser altruista debe tenerse algo para dar; es absurdo compartir lo que no se tiene, pues para dar debe poseerse algo propio. Así se aprobó el tener y se avivó la solidaridad en iglesia de estos elegidos de Dios. Nace, pues, una ética que une el egoísmo al bienestar colectivo, que difunde la simpatía —amor hacia el otro— en el reino (Smith, 2004, pp. 29-30).

Francis Bacon dijo, contrario al cisma luterano, que no heredamos culpa alguna: nuestro ser no fue arrasado por el pecado y la maldad. De igual manera, afirmó que luego del pecado, Adán y Eva perdieron la gracia y dominio del mundo; esas pérdidas, empero, podían salvarse: una con piedad y fe, la otra con las artes y la ciencia. Así, mientras la nueva iglesia aceptó la caída del hombre, Bacon exaltó la voluntad del hombre de redimir la gracia y el saber perdido por el pecado (Bowler, 1998, p. 64). Negó la vileza del hombre y pensó que podía dominar al mundo con la ciencia. En la búsqueda de saber, el hombre tiene, además, el aval de Dios y las pistas dejadas por Él para que el hombre pueda inquirir y conocer Su obra. Así, el poder sobre la creación, luego de conocer las leyes que rigen el mundo, permitirá recobrarla gracia y el saber perdido luego del pecado.

Bacon renovó la virtud en el siglo XVII; para su iglesia el avance científico era signo de la llegada del milenio: época que durará mil años de gozo material y espiritual al saber cerca el retorno de Cristo; solo avalando la ciencia y el progreso veremos el milenio. El puritano, por tanto, vio y ayudó a alterar el mundo: creían que el número de científicos, centros de investigación, institutos, universidades y publicaciones apuraban la llegada del milenio (Nisbet, 1996, p. 187). La ciencia permitía apreciar la obra de Dios, la técnica hacía posible mejorar Su obra y la industrialización abriría el milenio. El ideal puritano trocó el valor utilitario dado a los saberes por algo espiritual: un valor redentor. La ciencia permitía conocer y acercarse a la obra de Dios, ya que el experimento indaga la naturaleza. Este diálogo, empero, requiere un lenguaje para preguntar y un diccionario para leer la respuesta; para Galileo, es con círculos, triángulos, en lenguaje matemático, incluso geométrico, como se habla a la naturaleza y se recibe su respuesta (Koyre, 1978, p. 153). Entonces, la iglesia puritana pensó que debía abolirse el estudio bíblico; reducir la cultura teologal, avivándola ciencia: matemáticas, óptica y física; querían depurar la escuela de todo intento de inculcar al estudiante religión, pues la Biblia acercaba a Dios y otro agente era superfluo. La escuela, primero, debía explicar el mundo secular, hacer estudios científicos y prácticos; estos eran ideales académicos de todo credo reformado (Nisbet, 1986, p. 190).

Luego de la reforma luterana, con una ética que admitió el lucro y alguna libertad, se destaca el influjo que tuvo la virtud: disciplina, mesura, ahorro y disposición al trabajo, al salir del monasterio y copar la sociedad. La reforma postuló que el trabajo no era castigo, sino medio de salvación, pues los hombres en su labor alaban a Dios y alejan al Demonio; el rico, por tanto, podía ir al cielo, ya que su capitales prueba del agrado de Dios por la labor realizada. Eran pecado la sensualidad, la vida lujosa, la liviandad y la alegría carnal, que apartan al hombre de una vida frugal y laboriosa. En estos reinos nació un espíritu fabril, asistido por un trabajo profesional y eficiente, actitud reforzada por la sobriedad y celo a ahorrar e invertir. Por ello, cuando la disciplina monacal, tras dividir la tierra papal, arraigó en el reino, la producción rural y fabril creció; el nuevo contexto social exhibirá disciplina, lucro, acopio de capital y una abultada oferta de bienes. Dijo Smith (1982) que el capital crece con el ahorro y disminuye con el despilfarro; por eso el hombre pródigo es enemigo de la sociedad y el sobrio un benefactor de esta (pp. 305-308).


Deconstrucción del cosmos griego y la ciencia moderna

Para el griego la Tierra está al fondo del cosmos; cerrada por círculos cristalinos, donde un éter resbaloso gira los astros. Con esta visión, paganos y fieles validaron un orden social inamovible y eterno. Saber para el griego es, entonces, conocer el lugar de las cosas en el orden cósmico; nadie desea alterar el orden sino contemplarlo. Así, el ocaso de la ciencia griega, la creación de la ciencia actual y otro orden social, fue la revolución más honda, efectuada o padecida por el ser humano, desde la invención del cosmos por los griegos (Koyré, 1978, p. 155).

En el siglo XVI la ciencia griega vio nacer una ciencia operativa: del cosmos orgánico y espiritual se transitó a un mundo mecánico, sin vida (Capra, 1996, p. 39). René Descartes, por ejemplo, como hombre de fe partió del hecho de que Dios creó el cielo y la tierra. Él mismo, había inventado un orden y un conjunto de leyes, para que, siguiendo su ruta, los astros circularan y actuaran todo hecho natural. Para modelar su obra Dios había usado de base una sustancia material y otra inmaterial, afín al ser divino. La primera —sustancia física— está en los entes materiales; la segunda, sustancia pensante, inmaterial e inteligente, hace posible el conocimiento; asimos estas sustancias con rutinas inductivas de razonamiento científico. Como sustrato de su actuar investigativo, Descartes elaboró una metáfora, según la cual el conocimiento humano es similar a un árbol. Sus raíces podrán identificarse con la metafísica, Dios y su plan supremo; el tronco sería la física, esto es, todos los fenómenos de la tierra y el cielo, y sus ramas, los demás saberes.

Pero quien cerró este cambio cultural y político fue Isaac Newton; creyó en un Creador ajeno a la naturaleza y con poder sobre ella. Dios creó el mundo al inicio del tiempo y le fijó un orden que podría haber sido otro, pero no fue así (Dampier, 1997, p. 49). Dios rige el mundo con unas leyes dadas por Él mismo; con esas leyes dispone y predice todo lo creado. La esencia de Dios está, pues, en Su obra; esa es su filosofía natural y la explicación de su obra tiene cobertura universal, puesto que recoge el actuar divino y la creación del mundo. Su fe y ardor por develar secretos del cosmos se trocaron en una teología inspirada por Dios y que sirve para probar Su existencia; su plan fue conocer y alabar a Dios en Su obra. Newton aplicó su saber a la astronomía; a su visión mecánica del mundo le sumó la naturaleza inerte de Bacon y la sustancia física de Descartes, creando una maquina ideada por un Dios creador, para que el hombre, imagen y semejanza Suya la descubra y explote. La fe en la existencia de una ciencia divina permitió unir, pero no por Newton, el ideal de progreso, el retorno de Cristo y la era del milenio. Así, el saber del mundo y la visión de una sociedad futura motivaron el proceso fabril y explotación de la naturaleza. La idea del mundo mecánico y la máquina serán, en rigor, el aporte de un grupo científico religioso que inició la utopía del progreso; época de bienestar material y dicha espiritual del elegido. La naturaleza se trocó en un ente creado por Dios, para ser elegido, fichado, estudiado y explotado; extensión de la materia inerte, desespiritualizada y lista para que los buenos, guiando su avidez, la sujeten y exploten. En los siglos XVI y XVII, la visión medieval del mundo de la ciencia griega y teología cristiana cambió; la idea de un universo orgánico, viviente y espiritual la suplió un mundo-máquina y esta será la visión. El cambio lo propiciaron los nuevos hallazgos en física, astronomía y matemáticas, conocidos como revolución científica (Capra, 1996, p. 39).


Un mundo mecánico y el arte fabril

La nueva ciencia con el estudio del movimiento y fuerzas cósmicas ideó la mecánica celeste: mundo de ordenadas y predecibles figuras que giran en torno a un centro. Con esta visión, un grupo científico religioso, tutor del arte y la ciencia, ideó la mecánica fabril. El uso de máquinas en un espacio cerrado afectó el proceso de trabajo; alejó al comerciante y artesano de la producción; asoció y organizó a miles de obreros, lejos de casa y de la fuerza del río; ubicó en un espacio cerrado una fuerza motriz, un módulo de transmisión y un mecanismo ejecutor al final de la cadena. El efecto fue la obtención de más piezas, pues cada operario hizo su labor al tiempo que otros iniciaban un nuevo bien y, el último, pulía datos finales. La máquina y demás útiles fabriles fueron probados en centros técnicos por peritos que meditaban y esperaban, entre felices y espantados, la llegada del milenio (Pinto, 2013, p. 191).

La búsqueda de salvación y ascenso social arraigó en un área local y alrededor de una iglesia; por su valor redentor, núcleos académico religiosos vigilaron el avance científico y diseño de máquinas. En esos centros unieron la ciencia, el uso fabril y el ideal redentor del progreso; todo era estudiado por una élite devota de la ciencia que quería unir su saber a la producción. La ciencia de Kepler, Galileo y Newton provocó, por tanto, progreso a pesar de no ser ideada por técnicos, sino por teólogos, sabios y filósofos (Mumford, 2000, p. 151). La ciencia desbordó el ideal científico, y llegó a artífices en reinos regidos por príncipes mecenas del saber; así, aparecieron grupos científicos y la aplicación fabril creció. En Italia, Galileo Galilei creó en 1603 la Academia Nazionale de Lincei, para el estudio matemático, físico y ciencias; por su parte, Florencia creó la Academia de Ciencias de Cimento en 1651, por el físico Evangelista Torricelli, que quería saber el efecto de la presión atmosférica para el equilibrio de fuerzas en la máquina. En Londres se fundó en 1660, con la utopía de Bacon como modelo, la Royal Societ y; en Francia, el rey Luis XIV creó en 1666, con Juan Bautista Colbert, la Academia Royale des Sciencies de París; en Alemania se fundó, a cargo del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz, la Academia de Ciencia de Berlín (Pinto, 2013, p. 193).

La idea del mundo mecánico y la máquina será el aporte de un grupo científico religioso amigo del progreso; así otras culturas hubieran trazado máquinas, no crearon La Máquina, pues carecían de una visión mecánica del cosmos y de una naturaleza sin vida. El hábitat tuvo que verse, primero, como materia, desespiritualizado; alguna materialista para que el hombre con su aforo fabril lo conozca y explote. Occidente llevó la física y las artes hasta donde ninguna cultura había llegado; adaptó la naturaleza, la sociedad y la vida al mundo y lógica de la máquina (Mumford, 2000, pp. 22-43).

Así, J. B. Burydice que la idea de progreso surgió en el siglo xvii (citado en Lowth, 2007, p. 81), en un medio socio cultural que inventó el absurdo de un universo mecánico; mundo que, contrario a la ciencia griega, puede conocerse, manipular y alterar, pero que de seguro, antes del retorno de Cristo, sufrirá una catástrofe ambiental. Desde entonces la utopía del progreso relevó a la utopía salvadora; igualó progreso y evolución, copiando los últimos aportes científicos; enalteció al ser humano y al sajón como paradigma de civilización y progreso. Pareciera haberse realizado el ideal aristotélico de que el destino humano no es solo vivir, sino también vivir bien, pero no es cierto: vemos muerte, pobreza y desnutrición; el mundo colonial invadiendo las capitales occidentales, pues los ríos de leche y miel del progreso prometido, al igual que la libertad, no llegan a dos tercios de la población que vive en países coloniales.


Motín jacobino y el nuevo orden social

Al final del siglo XVIII el orden social por el que Cristo murió llegó a su fin; en el reino galo algo tan banal como el tesoro real opacó la luz de Luis xvi (1774-1793) y fue guillotinado. Este fue un hecho insólito, pues el rey figura a Dios y su orden social. Los infieles lo mataron; pillaron áreas reales y de la Iglesia; el rico y advenedizo se igualó al noble. Se sabe que de 662 supervivientes de la Bastilla, había 20 burgueses y 76 soldados, el resto era plebe: tenderos, artífices, obreros de 30oficios: entre ellos 49 carpinteros, 48 ebanistas, 41 cerrajeros, 28 zapateros, 10 peluqueros que también hacían pelucas, 11 vinateros, 9 sastres, 7 canteros y 6 jardineros (McPhee, 2003, p. 68). El motín arrasó el orden real y creó otro sistema político: un pacto civil para la defensa de los derechos del hombre en la tierra, no de su utopía salvadora. El hombre, con el Estado y nuevas instituciones, garantizaría la Liberté, Egalité y Fraternité. Ahora el curso del tiempo lo tomaba el hombre y el Estado vigilaría y avalaría el presente y futuro social. El cambio fue lento: hubo bodas entre decaídas castas y burgueses. A pesar de la novedad y transformación sociocultural que permitió el motín, François Furet dice que hasta mediado el siglo XIX el país siguió igual que antes; hasta que Francia no se renovó fabrilmente, luego de 1830, el trabajo, la vida y posibilidad de ascenso social eran igual al existente previo el brote jacobino (McPhee, 2003, p. 212).

La creación de un orden social, en el cual la mejora y el ascenso fueran posibles, fue lenta, pero algunos reinos lo lograron. Así trocaron un orden social excluyente, fijo y eterno, por un orden laico guiado por la libertad, el espíritu científico, amor al trabajo y acicate del lucro. La sociedad, además, luego del motín jacobino unió trabajo y ética puritana como regla social. Se propuso alterar la sociedad con un Estado burgués y republicano. Así, el Estado galo, con apoyo oficial y tropa profesional, invadió reinos y tumbó reyes del viejo orden; la gesta napoleónica fue única: su tropa invadió Europa, derribó reinos repletos de historia, mitos y piedad, para que copiaran su Liberté, Egalitey Fraternité; devastaron feudos de estirpes cercanas a Dios. Pero la réplica fue inmediata y deshizo lo hecho por los jacobinos. Para restaurar el antiguo orden citaron al congreso de Viena y en septiembre de 1815 lo revalidaron en París, Francisco I, soberano de Austria, Federico Guillermo III, rey de Prusia y Alejandro I, zar de Rusia. Los reinos de la Santa Alianza acordaron restituir el régimen realista y eliminar los principios ideológicos de la revolución que era —según ellos— lo que había originado el motín ateo. Así quiso rendirse el ideal igualitario de la revolución gala. Según Foucault la paz solariega de reinos reformados no podía permitir un imperio universal al que se opuso Europa desde el siglo XVII. Durante casi un tercio de siglo, la santa alianza dio la fuerza y el vigor ideológico necesario para una política de paz; su ejército —como el napoleónico—cruzó Europa, abatió minorías y reprimió mayorías, para reponer el antiguo orden (Polanyi, 1975, p. 22). Pese a esto, en reinos reformados se unieron libertad, mesura, disciplina, trabajo y ahorro. La ciencia y su técnica avanzaron, para garantizar el bienestar y la mejora social como antesala del milenio.


La ciencia y el hábitad del mundo indio

Iberia vivió alejada del avance científico de los reinos reformados. La inquisición ibera defendió la ciencia bíblica y nada podía hacerse fuera de ella, pues mayor es su autoridad que todo vigor de la mente humana (Andrew, 1972, p. 435). El rey, a su vez, negó cualquier labor mental o practica propia de herejes y el reino quedó solo en parálisis y no realizó la reforma que alteró a Europa (Castro, 1987, p. 11). La escuela, a su vez, con poder real o pontificio otorgó grados en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. En estos reinos así debía ser, pues la Biblia es la palabra de Dios. Por eso todo bachiller debía ser filósofo, luego obtenía el título de maestro y doctor (Gilij, 1995, p. 288). Urgía entonces el hecho de fortalecer la cultura teologal para salvarla fe, conjurarla reforma y erigir el reino de Cristo, y ese tipo de estudio se daba. Así era el medio cultural ibero en el siglo XVIII. Pero el rey, al notar el atraso científico y productivo, quiso alterar la relación colonial; de esta manera, su objetivo fue alentarla manufactura y la creación rural con la tesis fisiócrata: dejar hacer dejar pasar.

Pues bien, el rey Borbón quiso alterarla relación colonial: abrió el comercio y realizó viajes para develar el tesoro biológico colonial. Jean Baptiste Colbert, portavoz de Luis XIV, había diseñado una política para avivar la ciencia, industria y agricultura. La colonia, según su tesis, debía proveer bienes rurales y la metrópoli, manufacturas; el plan puesto en práctica en época de Borbón realzó el carácter y la identidad colonial, pues la libertad otorgada era para el noble dueño de la tierra; no es la libertad liberal al trabajo y espíritu fabril, no; es sinecura la élite criolla que concentró la tierra y coartó toda mejora y ascenso social. Así, el rey, al aceptar el ideal fisiócrata del dejar hacer, dejar pasar y liberar el comercio, visibilizó a la élite criolla dueña de minas, fincas y hatos lecheros amplios e improductivos.

El criollo "descubrió" el tesoro biológico y se acercó a su suelo; aunque el fin realera otro, la coyuntura reveló el tesoro biológico y la ojeriza metropolitana. Para mejorar el pacto colonial y la renta, el rey apoyó la educación y la ciencia: vinieron sabios con libros, libretas, equipo, pinza, bisturí, tablas y telescopio; querían develar el caudal oculto en tres siglos de retiro, fueros y favor real. La exploración fue hecha por eruditos ávidos de conocer el suelo indio y explotar su tesoro. Vinieron científicos, médicos, botánicos, astrónomos y artistas, que fueron asistidos por brujos, indios, mulas y pilas de equipos y atavíos; cruzaron áreas de selva virgen; descubrieron el caucho, la quina y la coca; vieron pozos carburantes y teas encendidas. Además, revelaron el radio dela tierra; disecaron animales y ficharon matas; refirieron ríos, mareas y sistemas de lluvia. Todos estos hechos fueron analizados, señalados y reunidos en libros, revistas y referidos en aulas, que liberaron las Indias de "los mitos inventados durante tres siglos de retiro y burla al saber nativo" (Wolfang, 1946, pp. 22-23). Cruzaron cerros, hallaron plantas y animales, pintaron lienzos y acuarelas. Así nació una escuela de arte inspirada en el sinfín de color y vida tropical; lejos del arte cristiano: madonas, salones, palacios, iglesias, santos y su ideal gótico, por vez primera, se estudió la vida tropical: loros, cotorras, patos, gansos, tucanes, cóndores, águilas, reptiles, delfines, murciélagos, mapaches, perezosos, insectos, pumas, zorros, venados, jabalíes, comadrejas; ahora la flora, cerros, ríos y la selva tropical podía ser vista, investigada y fichada en revistas de la ilustre Europa. El suelo indio, a pesar de que la élite supo del territorio y tesoro biológico, quedó en el olvidó; el liberalismo y un mercado eficiente, enseñó la ventaja de la especialización productiva.

Puede decirse que conocer el suelo y el raudal biológico indio le dio identidad, un tanto de brío y orgullo al criollo. El territorio, su clima y variedad de vida eran parte del suelo virreinal; al saber de su riqueza, sentirse dueño de este capital y ante el ultraje metropolitano, la élite quiso forzar su españolidad y vino la disputa: no fue un cambio sociocultural, como el hecho por la plebe jacobina. La élite, heredera del orden social y su riqueza, no cedió ni expropió ninguna finca; al contrario, defendió el orden colonial, ahora sin realeza: armó indios, negros y mestizos contra el abuso real, el tributo y mal gobierno, pero no alteró nada, sino que realzó la supremacía blanca y su cultura; en una sociedad variopinta exaltó su color y catolicidad, pues es pilar del orden social y sistema de castas heredado.


Racismo y ocaso del reino ibero

Sin finalizar su misión papal, el reino ibero llegó a su fin; algo tan fútil como la ciudadanía criolla puso fin al reparto papal, vicario de Dios y signatario de bulas infalibles. La discordia de todas maneras había llegado, a no ser que se hubiera aceptado la igualdad entre los españoles nacidos en la metrópoli y los españoles nacidos en la colonia; algo imposible por el racismo, burla al indio y cualquier cruce racial. Para Occidente, las Indias estaban pobladas de salvajes, desnudos y miserables (Smith, 1982, p. 498). El criollo quiso olvidar ese mundo, pues hacía parte del pasado cruel del pueblo indio, ignorando su sangre mezclada; pensó que probando su "blancura" podía ir a la corte. En las Indias presumía su linaje, puesto que todo blanco era noble y el registro de su cuna le habría dado vida al imperio; pero tratar a un criollo como par era algo absurdo para el ibero. Así, entes virreinales, estirpes y el pacto colonial llegaron a su fin.

La élite criolla dueña de mayorazgos, luego de reñirle a la nobleza ibera por su rechazo, se opuso a mantener logros reales y la integridad territorial; quería ampliar sus feudos y privatizar el suelo indio, no salvar el área colonial y ser americano. El poder estatal pasó a quienes, hasta hacía poco, querían ser iberos, excluyendo castas impuras; los reinos, seguidamente, olvidaron sus lazos y se cerraron, no tenían identidad para diferenciarse del vecino, por lo que la selva, vagos límites, una frontera o isla valiosa fueron la táctica usada para llamar al contraste y pelea de iguales. Se trazaron países, se limitaron áreas, se tomaron islas, se partió el suelo habitado por tribus unidas por tiempos y territorios ancestrales.

Nada se hizo por cambiar la integridad de las "descubiertas" tierras coloniales:

[...] pienso el Estado de América, como en el ocaso del imperio romano; entonces, cada división creó un orden político afín a su pasado, al interés de jefes, razas o grupos; con una diferencia, que el área volvía a viejas naciones; nosotros apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que, además, no somos indios, ni europeos sino un cruce entre el dueño y el usurpador. (Bolívar, 1986, p. 67)

El riesgo se sabía pero el racismo y falta de identidad frenaron el hecho de crear simpatías en el interior de la región. Cuando la idea de nación llegó a las Indias, lo hizo fatalmente siguiendo el interés de jefes locales ávidos de retener y dilatar su feudo, pero sin identidad con el territorio y su población; contrario, eran fieles a la cultura y liberalismo sajón que creían promotor del progreso. De seguido, la élite criolla igualó su interés al de la nación y postuló la existencia de una república, blanca y católica, iniciado el siglo XIX.

Los países que estuvieron bajo el control de reinados de España fueron creados, posteriormente, por una casta militar salida del linaje criollo heredera de una cultura colonizadora. El ideal nacional fue brotando luego, siempre obra del verbo patriota del político de turno; nadie puede decir, ciertamente, cuál es el contraste entre argentino y uruguayo, peruano y boliviano, venezolano y colombiano, guatemalteco y mexicano; nada explica por qué existen en Centroamérica y el Caribe nueve países (Paz, 1981, p. 87), salvo el interés agro ganadero del linaje criollo. Leopoldo Zea vio la presencia de países débiles, sin raíz, bastardos; países despreciados hasta por sus conquistadores y colonizadores. En las Indias, tierra mestiza y multicultural, el linaje criollo excluye la otredad y alardea suporte europeo; no encarna al pueblo ni siente el territorio; es una élite que negó y niega su pasado y añora su idealizado mundo europeo que la utiliza. No ve que solo seremos nación y parte activa de la historia, no un negocio eficaz, cuando la élite que regenta el país sienta amor por el territorio, su gente y cultura; que aísle su ideal mundo europeo y mire al interior de esta tierra india, mestiza, zamba y mulata.


El motín jacobino y la impostura criolla

Bolívar vio que el sajón quería partir el área: Inglaterra deseaba suscribir pactos con países europeos y suramericanos para oponerse a la santa alianza, liderar una liga de países liberales y dominar el mundo; ese fue el objetivo sajón. La situación llevó a Bolívar a objetar todo pacto que ligara la suerte de alguno de estos países con viejos reinos o el naciente poder americano; dijo que luego de tratar al poderoso sería eterna la gratitud del débil. Como político, a pesar de entender el interés sajón, buscó su apoyo; creyó que este pacto le daba a la región el respeto para parar la invasión ibera que, unida a la santa alianza, aspiraba vencer al ejército patriota y restaurar el imperio (Bolívar, 1986, p. 124).

La élite criolla, sin un ideal político ni lenguaje propio, copió la arenga liberal para referir un orden gótico; ofertas y gritos sediciosos iluminaron un país señorial; pensaron que copiando y vociferando el imaginario ilustrado hacían la revolución y dirigían el cambio sociocultural que realizó el motín jacobino. Esto fue mentira. El impostor criollo, con su grito jacobino cubrió su rencor de no haber sido aceptado como par de la realeza ibera; su discurso lo alejó un poco más del reino ibero y enmascaró el orden medieval. Fingieron ser liberales, defenderla igualdad y la libertad, en el orden colonial, excluyente, racista y jerárquica, que no realizó el cambio sociocultural hecho en Europa. Así, la élite criolla fingió haber realizado la revolución liberal, pero no fue así. Durante el periodo histórico de la conformación de los Estados y luego los intentos por crear un Estado unificado, la sociedad siguió inmóvil, cargando el excluyente y honorífico fardo colonial; sin opción de cambiarlo por el poder político y económico de la élite criolla y el influjo espiritual de la Iglesia católica.

Así, el pacto colonial finalizó pero subsistió el orden social y el racismo que propició la guerra. Ahora la sociedad sería regida por una élite que ocultaba su color y excluía al indio y mestizo. Todo era claro, el linaje criollo votó la teoría racial que postuló al ario como ideal y al indio y africano como trabas al progreso. El cruce de blanco con indio o negro era una condena segura a un estatus inferior y traba al progreso. Esta tesis guío la política del país, un Estado colonial, regido por la casta criolla, con gente excluida de toda política pública; pueblos de indios, negros y mestizos, que viajaban selva adentro al notar la codicia del Estado, patrón y el colono por su tierra. Así, el poder y la rutina que dilató el orden colonial refería el orden social blanco y cristiano; orden de castas ajenas y sin identidad: intrusos en la tierra donde nacieron, timadores del suelo indio, prestos a seguir el crimen paterno; amos ilegales de selvas y llanos, bosques y lagos, montañas y ríos, que riegan impenetrables campos y extensas propiedades.


Del pacto colonial al liberalismo sajón

El liberalismo forzó un trato comercial que le permitió mejorar la industria; la colonia, por precio y exceso de tierra, debió dedicarse a la agricultura. Así nació la idea de que el comercio entre países los beneficiaba, pues su esencia era intercambiar bienes propios por otros más útiles para el reino (Smith, 1982, p. 204). Así nació el ideal de la división internacional del trabajo y un mercado surtido por colonias y metrópolis. Los países —se dijo— asignan capital y trabajo a obras que aviven la creación y el comercio; este interés causa el bienestar y la fortuna mundial; es lo que permite que Portugal destile vino, América siegue cereal y Britania mejore su industria (Ricardo, 1993, p. 102). Se dijo, asimismo, que la labor fabril era casual y podía revertirse. Esta tesis se ató a la teoría cuantitativa del dinero: así al crecer los metales preciosos, el precio relativo del dinero disminuía y subía el de los bienes; en este evento, la relación de canje de fabriles y primeras materias se trocaría: la labor fabril sería barata y la rural cara, lo que afectaría la asignación de capital y trabajo y llevaría al inversor a producir bienes rurales. Esta mutación, por supuesto, nunca aconteció y el reino sajón realizó una revolución industrial sin precedente en la historia.

Con esta tesis, la escuela liberal educó a la élite criolla y acopló la economía mundial; pero mientras el comercio le sirvió a Europa para liberar trabas feudales, acopiar dinero y mejorar su industria, en las Indias la élite criolla posó de liberal, aceptó la tesis de la ventaja relativa y compró fabriles sin turbar el orden colonial; las casas de comercio se lucraron, frenaron la labor fabril e importaron lujos y manufacturas. Pronto se olvidó el ideal de investigar la flora tropical, identificar el territorio y hacer un balance del tesoro biológico; lo mejor era —según la profecía liberal— producir para satisfacer una demanda creciente y comprar los bienes ingleses.

Ajustar el pacto colonial al liberalismo era fácil; Inglaterra lo hizo; mejoró la agricultura y estos países urgidos por una fuerte demanda aceptaron su ventaja agraria y pastoril. Inglaterra renovó su industria y surtió al mundo; el comercio subió y aquella época se erigió como el siglo del progreso. El reino prosperó, mejoró el nivel de vida y la élite criolla hizo suyo el estilo de vida sajón: el gusto y porte del lord inglés llegó a los nuevos países, de los criollos y a la aislada selva amazónica. Como por arte divina brotaron al interior del Amazonas vivaces villas llenas de trastos, basura, insectos, perros, gatos y ratas, vistas atónitas por indios y fieras salvajes. Belem y Manaos en Brasil, Ipiales en Colombia e Iquitos y su casa de hierro en Perú; todas, fruto del acople de la selva al comercio mundial; hubo bonanza. Miles de colonos ávidos de riqueza y venidos de todos los países, como virus, tocaron la región para realizar el desangre del caucho; la locura causada por los nuevos métodos fabriles y la avidez de dinero alteró sistemas de caza, pesca y agricultura trashumante, que convivían en equilibrio dinámico con la selva desde tiempo inmemorial. Los indios de Brasil, Perú, Colombia y países amazónicos vieron como su suelo ancestral fue talado y quemado. La selva y su tesoro biológico se trocaron por mercancía. El liberalismo —dijeron— es el futuro; la ciencia económica aseveró que una mano invisible, relevando la providencia, vigilaba el comercio mundial y convertía el egoísmo sajón en bienestar para toda la humanidad.

Luego de aceptar la tesis liberal, el criollo, en su afán de copiar la vida europea, ofreció la ventaja natural del continente; dio a cambio de lujos y fabriles un país agrícola, pastoril y minero; creyó que, por su talento agrario, la región no debía invertir recursos copiando técnicas costosas; lo mejor era comprar manufacturas con el valor exportado y conquistar el mundo con recursos y materias primas. Para optimar la cuantía exportada, liberalizó resguardos, misiones y tierra clerical; pero sin un plan educativo, científico técnico, que educara la población como hizo la Europa reformada; por el contrario, olvidó los viajes científicos, recusó el saber indio y fingió hacer el cambio sociocultural del motín jacobino. El liberalismo criollo nació, pues, en el entorno de castas del orden cristiano, sin libertad y con tres siglos de rechazo a todo lo que objetara la ciencia bíblica. Fue un liberalismo fisiócrata, con una élite que no siente el territorio, omite el tesoro biológico y la diversidad sociocultural de su propio país.


Éxodo sajon y el sueño criollo

Estos paisitos cegados por el avance sajón y queriendo ser como ellos, renegaron del pasado; culparon al cruce racial y pasado ibero del atraso; dijeron que el ibero era tan bárbaro como el indio, a quien casi aniquilan; el uno no razona, siente; al otro la inquisición le impidió pensar y olvidó la ciencia; así el fardo ibero había dejado tantas trabas al progreso como el indio. Ante tal revés, el criollo se sintió inepto de realizarla obra civilizadora que ejecutó Inglaterra; sabía que iberia, vencida y difamada con su verbo liberal, estaba en la sangre y en la cultura criolla. Así el mestizaje ibero sería la mayor traba al progreso y la civilización. Con este albur, ¿cómo alterar el pasado? Solo existe una opción: mejorar la raza y cambiar la mente, pues en América el éxodo noreuropeo venció la barbarie: allá la raza nórdica realizó la obra civilizadora y esto debe hacerlo la región; deben borrarse los errores del pasado, así la civilización vencerá a la barbarie (Zea, 1978, p. 246). Debe repoblarse la región; liquidar restos de malas razas y su pérfido cruce; admitir éxodos blancos; cruzar la mejor semilla criolla con arios; nosotros —dicen— somos europeos nacidos en América, pues el indio fue rendido o muerto; linaje, razón, color es europeo; por eso, el suelo y todo el tesoro americano, incluso el indio, son acervos para que Europa realice su obra civilizadora como lo hace en África y Asia. Poblemos, pues, a Iberoamérica pero con blancos; de no ser así, de no poblar el área con migrantes de arte y talento, otros lo harán por nosotros. Démosle, pues, tierra y apoyo al colono sajón, para que con su talento técnica y porte fabril corrija, para bien nuestro y de la humanidad, esta hábitat salvaje y bravío (Zea, 1978, pp. 247-248).

Pero en Suramérica el éxodo sajón no repetirá el milagro americano: allá el migrante quiere olvidar su inútil existencia, realizar su sueño en libertad y en un país bañado por ríos de leche y miel: tener parcela y mujer; abrir un sitio en la nueva nación, adoptar su estilo de vida; ser americano, pues América es patria de libertad y trabajo; el Estado, lo más, apoyó al colono; urge correr la frontera india, acabar la barbarie y llevar progreso asuelo americano. Aquí el Estado aviva el éxodo y tutela al extranjero; la tropa sigue el pillaje y usurpación del suelo indio, pero no para democratizar el disfrute del suelo. El área indiano se repartirá en parcelas; la tierra tiene dueño, existen una cultura feudal y extensas estancias: ricos rentistas o quien cerque la tierra en la guerra de exterminio a la población nativa. Tras el éxodo del siglo XIX se dividieron algunas fincas y resguardos para crecer aún más la heredad, la cultura medieval y estatus señorial de la élite criolla (Zea, 1978, p. 268).

En esa época los rentistas, casas de comercio y el Estado aspiraban dilatar el área rural, no para explorar la selva, hallar especies prolíficas y hacer una nación incluyente; esa no fue la intención. No hubo durante tres siglos de vida colonial ningún interés por la ciencia; en la calle real y las estancias plagiaban la moda europea, conocían de envíos y de cómo acceder al mercado, dada la ventaja natural del continente. No deseaban buscar el origen del orden y la justicia social. Si hablaron de educación y de ciencia, fue por el influjo jacobino, para usar el lenguaje de quienes guillotinaron al rey y lucir librepensadores: la separación de Iglesia y Estado fue una ficción; nunca pensaron realizar el cambio sociocultural que el motín jacobino realizó en su suelo; usaron un verbo radical para reñirle a la realeza su no registro como iberos y evocar las revoluciones de otros.


Casas de comercio y desapego del territorio

Carl von Linneo fue de los primeros en buscar, clasificar y nombrar la naturaleza creada por Dios; se interesó en el equilibrio entre especies y naturaleza. Su idea de una armonía natural de origen divino le obligó a creer en un orden y una creación estable (Bowler, 1998, p. 123), pero el criollo desterró el ideal de indagar la vida tropical y acoplarla a las ideas de Linneo. Acabada la guerra urge el dinero y las casas de comercio lo logran vendiendo bienes. Sabiamente el mercado deriva la ventaja de cada región; el mercader no tiene que innovar con exóticos bienes y menos dilucidar el plan divino, sabiendo el ideal de indagar la vida tropical. Era vano disponer viajes para investigar feraces pero ignotas especies: en el liberalismo, el mercado con el principio laissez-faire— dejar hacer dejar pasar— asignaba eficientemente los recursos; ante la certeza, muchas especies fichadas y archivadas fueron enviadas al rey por el general Pablo Morillo; otras perdieron el registro; las más estarán apiladas en bodegas de edificios coloniales, mojadas con lluvia tropical, crecidas del mar de leva y mohosas, podridas y mal olientes se tirarán al caneco de basuras. Las que se salvaron, en álbumes rotos y sin costura, se guardaron, más por su valor artístico e histórico, que por develar orígenes de un grupo científico, ávido por leer la mente de Dios, conocer y hacer más productiva su obra maestra.

Para honrar el viejo orden social, cronistas de la ciencia inventaron, empero, el mito de una continuidad científica republicana; otros lo negaron: no puede haber vida científica al margen del tejido social, dijo Alejandro Humboldt. El raudal de tesoro orgánico visto por él chocaba con la miseria de castas excluidas y vida señorial de unos pocos criollos (Paredes, 1986, p. 95). Otro grupo, valedor de la ciencia granadina, reveló la vida del grupo y realzó su labor científica. La sociedad, pese a esto, desapareció, pues el medio sociocultural carecía del apremio para existir (Obregón, 1992, p. 28). El azteca dice igualmente: sí admitimos que a un grupo científico los une algún paradigma; es obvio que en México existió la ciencia entre hombres que dominan diversos saberes. Este grupo le dio vida al proceso y así su interés haya sido diverso, sus miembros defendieron ideas comunes tiempo atrás (Trabulse, 1997, p. 28). El debate debe la problemática entre reinos papales y reformados; para la Iglesia católica es ocioso saber la ley de la creación: lo que Dios quiere que el hombre sepa está en la Biblia. Con esta certeza iberia negó la libertad de debatir textos sacros y ratificó la futilidad de la ciencia. Poco valía saber cómo se creó el mundo si se perdía el alma; lo que debía hacerse, entonces, era legar algún predio al papa y a su iglesia, pues tienen la llave del cielo; no simpatizando y apoyando la demanda de una indiada diabólica, sino apoyando su conversión.

Era tal el acato bíblico y desprecio por la ciencia que, finalizando el siglo se oyeron voces que defendían la ciencia bíblica y su orden social; no como dato histórico sino verdad que debía protegerse del hereje. Se revivió la ciencia geocéntrica para renovar la fe y respeto por la Iglesia; en su afán de salvar la ciencia bíblica renacieron tesis como la de que sí era cierto que el Sol era centro estelar, pero que a pesar de ello la Tierra estaba al fondo del cosmos. Esta idea es pilar teológico, pues la tierra no es un planeta más, es lugar de pecado y redención, sitio donde Cristo murió para salvar al hombre y a la mujer; esta teoría teleológica geocéntrica revivió al hereje Tycho Brahe, quien sostuvo que la Tierra estaba quieta al fondo del cosmos y los astros girando alrededor del Sol lo hacían en torno suyo. A pesar de objetarla Biblia, se aceptó la tesis heliocéntrica; de modo que si algo salva a nuestra América y aleja de los reinos reformados es tener la fe verdadera y, por ende, carecer de libertad religiosa y otras libertades creadas por el espíritu humano luego del cisma luterano.



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