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Revista Lasallista de Investigación

versão impressa ISSN 1794-4449

Rev. Lasallista Investig. v.5 n.1 Caldas jan./jun. 2008

 

Editorial

Una mirada al Carrasquilla cotidiano

Fernando Aquiles Arango Navarro1


1 Editorialista invitado. Comunicador Social de la Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana. Coordinador del Semillero de Investigación SICA de la Corporación Universitaria Lasallista. Vinculado a la Corporación CORPOLUCES para la Investigación y el Desarrollo. Profesor de docente de la Corporación Universitaria Lasallista.
Correspondencia: e-mail: fearango@lasallista.edu.co

Recibido: 25/01/2008; fecha de aprobación: 05/02/2008


Tras el sesquicentenario de Tomás Carrasquilla Naranjo en enero pasado, que tuvo menos rimbombancia de la que merecería tan formidable escritor, y en el cual se recordaron sobre todo aspectos relacionados con su producción literaria, es el momento de mirar algunos aspectos del ser humano tras el famoso novelista.

Porque hay que dejar en claro de entrada que Carrasquilla fue un novelista en el cabal sentido del término. En su Historia de la Lengua y la Literatura Castellana (tomo XI, 1919), el filólogo español Julio Cejador y Frauca lo cataloga como "el primer novelista regional de América, el más vivo pintor de costumbres y el escritor más castizo y allegado al habla popular, no sólo de su tierra antioqueña, sino, y por lo mismo, de cualquier región americana".

Pero, ¿quién fue este autor que se preocupó por describir al hombre rural de su tiempo, con sus hábitos y decires, e incluso con su gastronomía?

Ya se sabe que Carrasquilla nació en Santo Domingo en 1858, hijo del ingeniero Raúl y de la ama de casa Ecilda, y que se vino para Medellín donde se graduó de bachiller en la Universidad de Antioquia. Y en esta misma institución empezó a estudiar Derecho en 1876. Vale citar que no fue catalogado como buen estudiante y él mismo se calificó de "vago y perezoso".

En esos años, Antioquia era uno de los estados federales más conflictivos, según el docente e investigador colombiano Carlos Sánchez Lozano, con la tasa de natalidad más alta y la de analfabetismo más baja, en Colombia. Cuando estaba estudiando Derecho se inició una de las tantas guerras civiles en el país entre liberales y conservadores, pero Carrasquilla no quiso sumarse a las tropas de ningún bando y justificando su desinterés bélico con la frase: "en estas cosas yo prefiero que otros peleen por mí", se devolvió para su pueblo.

Seguramente algunos lo habrán tildado de cobarde, pero nuestro autor no era "hombre de armas tomar" y prefirió asir la aguja en vez de empuñar el fusil: se dedicó a la sastrería allá en Santo Domingo.

Una de las características de Carrasquilla es justamente que aunque durante su vida Colombia padeció varios conflictos, incluso la cruel Guerra de los Mil Días, no fue escritor de violencias, al contrario, sus personajes son, en medio de su rusticismo y sus tragedias, mostrados con un cierto humor.

Duró poco de sastre y llegó a funcionario municipal, primero como secretario y más tarde como juez, hasta 1890 cuando volvió a mirar hacia Medellín, donde empezó a escribir por insinuación, y reto, de Carlos E. Restrepo, quien luego llegaría a la presidencia de Colombia.

Su vida, que en lo económico no fue de angustias porque su familia tuvo negocios de minas, transcurrió luego en la burocracia, nacional o local, lo que le permitió vivir sin afanes. Como tenía un espíritu festivo y plácido, cultivó con entusiasmo la bohemia, pues Carrasquilla nunca negó su gusto por el licor y el tabaco. Por las mujeres no tanto, porque fue conocida su faceta de homosexual.

Incluso el profesor y periodista Juan José Hoyos, en el prólogo a El crimen de Aguacatal, cuando habla de los rasgos de la personalidad de su autor, Francisco de Paula Muñoz, cuenta que este gruñón y gran reportero del siglo XIX se enfrentó a las "figuras sacrosantas de la poesía y de la prosa de la época: Gregorio Gutiérrez González y Tomás Carrasquilla". A éste último - dice Hoyos en su prólogo- "Muñoz le dijo "hasta misa" a don Carrasco y llegó hasta el extremo casi vil de enrostrarle públicamente su homosexualidad, llamándolo, palabras más, palabras menos, 'viejo marica'."

Aparte de lo anterior, y de lo buen escritor, vago, perezoso y burócrata, hay que sumarle el amor por las tertulias. Tras venirse en 1919 de Bogotá, adonde se había ido en 1914 a saborear las mieles burocráticas -como decían en ese tiempo- Carrasquilla cultivó con mayor intensidad la bohemia, sobre todo mediante las tertulias en algunos sitios del centro de Medellín, donde se dedicaba a tomar aguardiente, comer empanadas y hablar de lo divino y lo humano, rodeado de la admiración de un grupo de contertulios que prácticamente se peleaban el honor de ser sus compañeros de mesa.

Los últimos años de Carrasquilla estuvieron marcados por la ceguera que comenzó a padecer en la década de los 20, de la fue operado en 1934 para restituirle parcialmente la visión; y por problemas en las extremidades inferiores.

Sus últimos años fueron alegrados por el Premio Nacional de Literatura y Ciencias en 1936, cuando frisaba los 78 años; y cuatro años después, en diciembre de 1940, murió de una gangrena en Medellín.

Carrasquilla dejó un legado representado en nueve novelas y dieciséis cuentos, en los cuales habló del hombre antioqueño de su época, al que situó en el entorno regional -sólo dos cuentos tienen escenarios bogotanos-, y del cual contó todo aquello que pudiera ayudar a entenderlo en contexto, incluso de la gastronomía, y dar cuenta de su cosmogonía y sus constructos.

Su mérito es haber pintado con palabras al antioqueño de cierta época histórica y habernos ayudado a entenderlo y a apreciarlo. Por eso lo recordamos.

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