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Revista Lasallista de Investigación

versão impressa ISSN 1794-4449

Rev. Lasallista Investig. vol.11 no.2 Caldas jul./dez. 2014

 

Editorial

El reconocimiento de lo humano tras el hecho investigativo

Indudablemente estamos frente a un muy valioso aporte investigativo. En este número de la Revista Lasallista de Investigación podremos hallar una amplia gama de temas que comparten en común el serio ejercicio de búsqueda de respuesta a las preguntas que atañen a hombres de ciencia de las más diversas disciplinas, lo que constituye un valor agregado a una publicación que desea ofrecer variedad de frutos de los esfuerzos académicos realizados por investigadores de trayectoria.

Quiero reflexionar brevemente en este escrito en torno al mito de Ícaro. Pienso que podría servirnos para recordarnos lo humano que sigue permaneciendo detrás de cualquier hecho investigativo o, en otras palabras, para mostrarnos que todo conocimiento hallado a través del proceso investigativo debe redundar en beneficio de la pervivencia del género humano, porque al fin y al cabo se conoce para la vida.

Recordemos brevemente el mito: Minos, rey de Creta, contrata a Dédalo como arquitecto para construir el laberinto en el que pretendía ocultar y encerrar la vergüenza del Minotauro. Al terminarlo, el rey decide encerrarlo a él y a su hijo Ícaro en una torre para que no rebelen su secreto. Dédalo decide, para conseguir su libertad, usar su ingenio y con plumas y cera construye dos pares de alas, le entrega las suyas a Ícaro, no sin advertirle antes de la necesidad de volar con prudencia, no acercarse demasiado ni al sol ni al mar, evitando los extremos… asumido el escape, Ícaro -temeroso al principio- en pleno vuelo olvida las recomendaciones y con atrevimiento no se da cuenta de que la cercanía al sol le derrite sus alas hasta que es demasiado tarde: cae irremediablemente en un grito aterrador al mar que lo ahoga. Termina el mito señalando: “Así fue como el joven Ícaro, por su excesiva soberbia, imprudencia y temeridad encontró la muerte, cuando debería haber alcanzado su libertad”. Hasta aquí el mito. No olvidemos la situación mientras continúo con esta reflexión en la cual veremos surgir otros argumentos que parecieran no tener relación con el mito que acabo de resumir.

Así pues, para nadie es un secreto que vivimos en un ambiente académico que, no solo en nuestro país sino en el mundo entero, le concede poca importancia a la reflexión de índole human ística, con algunas valiosas y valientes excepciones. Mi propósito fundamental aquí no es hacer una defensa de las humanidades para que les sea concedido de vez en cuando algún espacio en publicaciones de alto impacto o para tratar de defender su presencia en los planes de estudio de nuestros profesionales. Deseo sencillamente recordarles la necesidad de no olvidar lo que somos y lo que hemos hecho como seres humanos, y lo que ha significado que nuestro conocimiento de la realidad no se haya vuelto solamente un ejercicio instrumental que entremezcla herramientas y cosas. Nuestra historia es la de una especie que, luego de numerosas adaptaciones para sobrevivir, encontró en el preguntar la posibilidad de salirle al paso a una dotación orgánica desventajosa respecto a la de otros animales. Esto porque nuestro cerebro fue lo que nos permitió asociar solidariamente los más diversos subsistemas orgánicos en una unidad cíclica y sellada que constituye cada uno de nuestros cuerpos, lo que, en últimas, constituye la mayor evidencia de nuestra pertenencia a una realidad y de que estamos vivos.

Ver nuestro cuerpo como la manera más evidente de realización de un proyecto vital no significa considerarnos solo como fruto de un proceso orgánico de adaptación y superación biológica. No podemos dejar de lado que tal desarrollo vinculó el surgimiento de otro desarrollo paralelo e integrado: el de nuestro espíritu, alma, psique, mente, conciencia, o como lo deseemos llamar, asunto que quiero presentar vinculado al ejercicio del preguntar y al hecho de la libertad como posibilidad de actuar ante las cosas sin depender de ellas. No es mi propósito aquí hacer una presentación de la manera como surge el pensamiento humano, pero sí mencionar cómo a través del proceso de asociación que se da entre los seres humanos aparece el recurso del lenguaje como fruto de un cerebro especializado que encuentra en gruñidos, nasalizaciones, chillidos y gestos los medios más efectivos para llevar a cabo -con los otros- acciones que redundarán en beneficio de todos: familia, horda o tribu…

Aprendimos, en algún momento de nuestra historia, sobre la necesidad de estar con los demás, con los otros, no solo con el núcleo familiar sino también con grupos más amplios para facilitar la consecución de alimentos, para aminorar el riesgo de fracaso en la caza de grandes y peligrosas presas, para combatir tribus rivales…Nuestro cerebro nos dotó de lo que la naturaleza nos había privado: nuestra inteligencia nos brindó las adaptaciones más geniales y nuestro pensamiento halló en los diversos lenguajes el sortilegio para -en un primer momento- encantar el mundo, aunque luego lo desencantamos hasta hacerle perder su ingenuidad…

Viendo en conjunto todo lo anterior, podemos afirmar que somos fruto de un proceso adaptativo lento, pero seguro… que nos ha funcionado hasta ahora, pues seguimos vivos. Con nuestra capacidad de emplear símbolos, que no solo signos, nuestra manera de ver el mundo nos hizo percibir una realidad que es distinta a la de todos los demás seres que habitan con nosotros: mientras ellos no proyectan, ni se preocupan -en sentido literal- nosotros sí lo hacemos. Este ha constituido nuestro rasgo diferenciador esencial: al existir, nuestra realidad se nos ha tornado pregunta. De tal manera que la pregunta está vinculada al hecho proyectivo: nos adelantamos a las cosas, a lo que sucederá con ellas. Así, prever lo que sucederá se convierte en una necesidad humana que nos constituye en seres insatisfechos, seres que esperan siempre.

Es paradójico que al nosotros ser naturales -como todas las demás cosas- y seres de la realidad, hayamos aprendido a complicarnos la vida y a vernos de manera no tan natural, y hasta ahora esto ha sucedido solo con nosotros. Aunque nuestro desarrollo psíquico significó avances técnicos, científicos, arquitectónicos, ingenieriles, económicos, sociales… también implicó el desarrollo de una actitud que no logramos controlar: la insatisfacción. Al lado de nuestra inteligencia y de nuestra capacidad comprensiva humanas sentimos la presencia de la pasión, el desborde de deseos y la capacidad de destrucción incorporadas.

Somos nuestros mayores enemigos. Con nuestra palabra somos capaces de elaborar las más hermosas odas, pero a la vez de los más destructores chismes y comentarios malintencionados… Tenemos capacidades insuperables para llevar a cabo los más hermosos sueños, mas -a la vez- la historia reciente ha sido testigo de nuestra capacidad incontrolable de crear las más atroces pesadillas.

Y lo hacemos todo desde una absoluta libertad… siendo los únicos seres con posibilidad de actuar…

Somos algo muy extraño. Se nos olvida esto… sabernos parte del paisaje, del entorno, pero a la vez quien le da sentido nos coloca en una posición extraordinaria. Somos quienes con nuestra capacidad de darnos cuenta concedemos existencia a nuestra realidad. Ella pende de nosotros, no hay algún otro ser vivo que sea capaz de establecer el sentido de lo que es. Sin embargo, este privilegio es a la vez desventaja: nuestra insatisfacción nos obliga a arriesgar cada vez más. Siendo una especie relativamente joven, a comparación de otras que nos llevan muchísima ventaja en el tiempo, hemos logrado alterar las claves mismas del equilibrio de lo natural.

Pareciera que hemos perdido el sendero de nuestra presencia privilegiada en medio de la realidad. Hemos olvidado que nuestro modo de relación con las cosas permitiría ver el grado de evolución alcanzado por esta extraña especie, excepcional, paradójica, que busca su sentido y el sentido de su realidad.

Habiendo empeñado su hábitat por acumular oropel, presintió el cumplimiento absoluto de sus necesidades, sabiéndose insatisfecho como el que más.

Insisto: pareciera que perdimos la senda: las promesas de un futuro lleno de bienestar y excelentes condiciones de vida para todos se nos ocurren irrealizables: ciertamente solo algunos muy pocos lo logran, mientras la mayoría de nuestros congéneres viven de manera absolutamente imposible. Edulcoramos la cruda y amarga realidad, perfumamos el olor putrefacto de la miseria, decoramos nuestro cuerpo con cuanto injerto nuevo va saliendo para acallar la insatisfacción física propia, nos llenamos de artilugios tecnológicos que pierden vigencia cada semana por la llegada de otros nuevos de mayor capacidad y ofrecimientos, pensando quizá que con ellos podemos estar más cerca de quienes queremos, a la vez que demostramos poder y solvencia económica.

Comprometemos nuestra felicidad buscándola en fines que, si bien asumimos, no nos satisfacen …

He conducido este escrito a un rincón oscuro y tétrico. Lo que les argumento parecen afirmaciones apocalípticas que estamos condenados a enfrentar porque quizá, como Ícaro con sus alas de cera, advertidos por la prudencia paternal, nos acercamos demasiado al rigor del sol y a causa de nuestra suficiencia nos dimos cuenta demasiado tarde de la posibilidad de cambiar de ruta…

No. Nuestro propósito no puede ser simplemente el fracaso. Todo lo que hemos logrado como especie extraña no imagino que lo echemos por la borda porque olvidamos qué somos, quiénes somos… lo humano tiene esperanza…

A pesar de lo sospechosos que somos, queda espacio y tiempo para recordar que los logros que hemos realizado pueden reivindicar nuestra capacidad creadora ante nuestra posibilidad destructora…

Nuestra labor en la academia, en nuestras aulas, en nuestro ejercicio familiar, permite aconsejar, como Dédalo, a su hijo Ícaro…

Podemos devolver la esperanza perdida…

Tenemos a nuestro servicio el mismo medio que nos condujo a este punto y que podríamos emplear para contagiar a los demás de sentir la necesidad de volver a conceder el lugar que merecemos en la realidad: la capacidad de preguntar y responder, el ejercicio del diálogo, de decir esto que pensamos a aquellos que nos entregan en un propósito de formación.

Podemos tener la esperanza de reivindicar nuestra humanidad, es posible recordar que si sabemos es para vivir, y que nuestro propósito fundamental es seguir estando vivos… que las precarias alas formadas con la maleable cera son solo herramientas para acercarnos al sol o al mar, a las cosas… que fundamentalmente depende de nuestra prudencia su uso para disfrutar libremente de lo que esencialmente somos: seres vivos con una extraña manera de preguntar por todo esto que es…

Conrado Giraldo Zuluaga Ph.d.
Profesor titular
Facultad de Filosofia
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia