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Avances en Psicología Latinoamericana

versión impresa ISSN 1794-4724versión On-line ISSN 2145-4515

Av. Psicol. Latinoam. v.27 n.2 Bogotá jul./dic. 2009

 

La Teoría de la Evolución, y la búsqueda de sentido y dialéctica en la psicología del desarrollo contemporánea

Evolutionary Theory, and the search for meaning and dialectics in contemporary developmental psychology

Carlos Hernández Blasi*

* Universitat Jaume I (España). Correspondencia: Departamento de Psicología, Universitat Jaume I. Avd/Sos Baynat, s/n. 12071-Castellón, España. Correo electrónico: blasi@psi.uji.es.

Fecha de recepción: 18 de noviembre de 2008
Fecha de aceptación: 9 de noviembre de 2009


Abstract

In this paper it is claimed that the many advances accomplished by developmental psychology during the last century (due mostly to the generation and testing of different theories about development) have been made to the cost of both a certain fragmentation of the field, and a lack of appropriate dialectical explanations that truly grasp the complexities of developmental processes. It is suggested that, if developmental psychology takes biological knowledge seriously, particularly evolutionary theory, there might be a chance to improve both its internal cohesion and its social impact, as well as to provide more accurate explanations about how psychological development works out.

Key words: history of psychology; evolutionary theory; developmental psychology; evolutionary developmental psychology.

Resumen

En este artículo se sostiene que los numerosos avances experimentados por la psicología del desarrollo durante el siglo XX (debidos en buena parte a las distintas conceptualizaciones teóricas del desarrollo generadas) se han logrado a costa de una excesiva fragmentación de la disciplina, y una ausencia de explicaciones que recojan de forma verosímil la complejidad de los procesos de desarrollo. Aquí se sugiere que una psicología del desarrollo que tome los conocimientos aportados por las ciencias biológicas en serio, y, más concretamente, la teoría de la evolución, mejorará en coherencia interna, relevancia social, y explicará de forma más apropiada el desarrollo.

Palabras clave: historia de la psicología, teoría de la evolución, psicología del desarrollo, psicología evolucionista del desarrollo.


Introducción

Parafraseando una canción de Joan Manuel Serrat, bien podría decirse que la psicología del desarrollo hace veinte años (aproximadamente) que cumplió los cien. Durante los primeros cien años, se han producido una serie de avances epistemológicos y científicos importantes en la disciplina, mientras durante los últimos veinte venimos asistiendo a un período de renovación. Este período de renovación va ligado, a mi juicio, a la búsqueda de una disciplina más unificada y con una mayor relevancia social, capaz de superar visiones demasiado compartimentalizadas del desarrollo y de ofrecer explicaciones del mismo más ajustadas a la realidad, y, por tanto, más dialécticas. Esta renovación parece indisociable de la apertura de la psicología del desarrollo a las aportaciones de las ciencias biológicas, en concreto, las provenientes de las neurociencias, la genética, y el evolucionismo. En este artículo, sostengo que la adopción de una perspectiva evolucionista comprometida con el estudio del desarrollo psicológico puede revertir en una disciplina más unificada, con una mayor significación o relevancia social, y una visión más genuinamente dialéctica del desarrollo.

Cien años de psicología del desarrollo: teorías y debates en el siglo XX

Hace ya algún tiempo (Hernández Blasi, 1998), caractericé el surgimiento y progresión de las distintas conceptualizaciones sobre el desarrollo aparecidas durante el siglo XX en términos de dos grandes debates epistemológicos. El primero de ellos, al que me referí en términos de "la disputa entre el rigor y la importancia", involucraba fundamentalmente cuatro conceptualizaciones teóricas: la psicoanalítica, la conductista, el procesamiento humano de la información y la teoría piagetiana. Dos de ellas (la conductista y el procesamiento humano de la información), con una fuerte raigambre anglosajona, parecían inclinarse por favorecer el avance de una psicología del desarrollo basada más en el rigor metodológico de sus trabajos que en la importancia conceptual de los mismos, alimentando "la paradoja de una ciencia próspera que nos dice bien poco acerca de las cuestiones que nos atraen hacía ella" (Cole, 1987, p. 12). Por su parte, el psicoanálisis y la teoría piagetiana, de tradición más europeacontinental, se inclinaban hacia una psicología del desarrollo más cualitativa, centrada en los contenidos, y menos obsesionada con la "metodolatría" (expresión acuñada por Gordon Allport), aún a riesgo de parecer empíricamente menos fiable.

Desde mi punto de vista, éste era un falso debate que finalmente acabóen tablas (Hernández Blasi, 1998). Era un falso debate porque hoy en día parece claro que cualquier conceptualización psicológica del desarrollo que se precie debe aspirar a ser, a la vez, relevante en sus contenidos y propuestas, y rigurosa a nivel metodológico. Acabóen tablas porque, hacia a comienzos de la década de los setenta, esta es precisamente la posición que fue adoptada por la mayoría.

Al segundo debate, abierto a continuación del anterior, me referí en términos de una pugna entre "viejas" y "nuevas" dialécticas. Este debate arrancaba, a mi parecer, de la progresiva asunción por la mayor parte de psicólogos del desarrollo que los modelos mecanicista y organicista (Overton y Resse, 1973; Reese y Overton, 1970) eran insuficientes para entender la complejidad de su objeto de estudio. En este sentido, el modelo dialécticocontextual (Riegel, 1975, 1976), que se inclinaba por una visión materialista del desarrollo (es decir, por una aceptación de una identidad funcional entre mente y cuerpo) donde las componentes genéticas y ambientales se conforman progresivamente las unas a las otras durante el paso del tiempo, empezó a cobrar popularidad. En aquel entonces, consideré que algunas aproximaciones evolucionistas (como la etología y la sociobiología), junto con la conceptualización de la escuela sociohistórica, generada por Vygotsky y sus colaboradores, representaban ambas una "vieja" dialéctica del desarrollo. "Vieja" en el sentido de ser, por una parte, planteamientos materialistas relativamente antiguos desde un punto de vista histórico (aunque la sociobiología es ciertamente más novedosa, las tesis evolucionistas se remontan a más de un siglo y medio), y, por otra, estar en la práctica más sesgadas hacia un reduccionismo biológico, en el caso de los enfoques evolucionistas, y hacia un reduccionismo cultural, en el caso de muchos de los seguidores de la escuela sociohistórica (Hernández Blasi, 1998) (enfatizo "los seguidores" de la escuela sociohistórica porque, a mi juicio, la conceptualización vygotskyana sigue siendo una de las formulaciones dialécticas más consistentes propuestas hasta la fecha).

Dentro de las "nuevas" conceptualizaciones dialécticas del desarrollo, aparentemente más comprometidas con un discurso integrador y antireduccionista, incluí el enfoque del ciclo-vital, la teoría ecológica de sistemas de Bronfenbrenner, y, de una manera muy genérica, el entonces incipiente contextualismo evolutivo.

Con independencia de la validez actual del análisis que realicé en términos de estos dos grandes debates epistemológicos, creo que las distintas conceptualizaciones del desarrollo mencionadas han contribuido de una manera significativa a enriquecer la visión que en estos momentos tenemos del desarrollo psicológico. Cada una de ellas ha permitido a nuestra disciplina "explorar" e "incorporar" nuevos territorios. Así, por ejemplo, el conductismo permitióconocer mejor los procesos de aprendizaje infantiles, y facilitóindirectamente el empleo de una metodología más rigurosa en el estudio del desarrollo (Delval, 1978, 1988); el procesamiento humano de la información y la teoría piagetiana permitieron aumentar los conocimientos sobre los procesos mentales de niños y adolescentes; el enfoque del ciclo vital permitióexplorar el desarrollo psicológico que temporalmente sucede a la adolescencia; la escuela sociohistórica revelóla importancia de los factores históricos y sociales en la ontogénesis cognitiva; y la caracterización realizada por la teoría ecológica de sistemas ha ayudado tremendamente a entender de qué está compuesto un entorno de desarrollo.

Junto con estos y otros logros relevantes, quedaron también, a mi juicio, una serie de cuestiones abiertas (o no resueltas), así como algunos territorios inexplorados (o que, tras serlo, no fueron realmente "incorporados" a la disciplina), que caracterizan de algún modo la psicología del desarrollo contemporánea, y que voy a analizar a continuación.

La primera cuestión que, a mi entender, permanece abierta es si hemos sido capaces de vertebrar una psicología del desarrollo unificada internamente, y relevante o significativa desde un punto de vista social (ya Bronfenbrenner planteaba en 1979 si la psicología del desarrollo se estaba convirtiendo en "la ciencia de la extraña conducta de los niños en situaciones extrañas, con adultos extraños, durante el menor tiempo posible", p. 38). Aunque, como he mencionado más arriba, la disputa entre el rigor y la importancia que ocupóuna parte importante de nuestra historia como disciplina acabó en unas tablas, lo cierto es que el equilibrio entre ambos elementos parece haberse logrado a costa de una tremenda fragmentación de nuestro objeto de estudio.

El panorama actual de la investigación en psicología del desarrollo parece estar configurado por un conjunto de dominios de conocimiento que, como "reinos taifas", permanecen ensimismados en su propio rigor metodológico e importancia conceptual, pero relativamente desconectados unos de otros. El resultado de esta atomización del desarrollo es, en la práctica, un desdibujamiento de aquello que realmente queremos comprender ("las personas en desarrollo", en expresión de Bronfenbrenner), y, en consecuencia, una mayor dificultad para progresar como disciplina y crecer en relevancia social: lo que sabemos sobre niños y adolescentes parece carecer, a veces, de significación o relevancia excepto para unos pocos: los propios psicólogos del desarrollo que se ocupan de investigar cada uno de estos "átomos" de conocimiento.

La segunda gran cuestión que, a mi juicio, permanece abierta en la moderna psicología del desarrollo es la puesta en marcha de una aproximación realmente dialéctica al desarrollo. Ni las "viejas" ni las "nuevas" conceptualizaciones dialécticas que mencionaba más arriba parecen haberlo logrado por el momento. Por ejemplo, los seguidores del enfoque sociohistórico (a veces llamados neovygotskyanos) continúan centrados en la "línea cultural del desarrollo", desatendiendo en buena medida el papel desempeñado por la "línea natural del desarrollo" (véase, por ejemplo, Moll, 1994, para una reflexión a este respecto) y algo parecido está sucediendo con otros enfoques. Y es que, desengañémonos, una parte importante de los psicólogos del desarrollo que tradicionalmente se han identificado como seguidores de una aproximación dialéctica, se han convertido en la práctica en modernos "ambientalistas"; con un ambientalismo ciertamente más rico y sofisticado que el de antaño, sí, pero ambientalismo, al fin y al cabo. En realidad, pretender elaborar una dialéctica del desarrollo psicológico sin tomar en serio los componentes biológicos del comportamiento es como, si me permite hacer una analogía un tanto atrevida pero muy gráfica, pretender hacer una tortilla sin huevos.

Es preciso señalar, no obstante, que el rechazo o aversión a la inclusión de los conocimientos biológicos en psicología se remonta a bastante tiempo antes. Por razones epistemológicas comprensibles, los dos grandes paradigmas del siglo pasado, conductismo y cognitivismo, no vieron la necesidad de tomar en consideración la biología del comportamiento (Hernández Blasi, 2000). Desde su punto de vista, lo que un psicólogo tenía que hacer es centrarse bien en el estudio de la conducta observable, bien en los mecanismos mentales, independientemente de los mecanismos biológicos que les dan soporte (y que, sin embargo, hay que decir, no menospreciaban en absoluto).

Este punto de vista ya no parece sostenible en la actualidad (Hernández Blasi, 1999), en la medida en que cada vez un mayor número de psicólogos entiende que dichos niveles de estudio (conducta y cognición) difícilmente pueden ser comprendidos en su totalidad, si no se toman en consideración la contribución de los componentes genéticos y cerebrales a los mismos, así como sus orígenes filogenéticos (véase, por ejemplo, Gottlieb, Wahlsten y Lickliter, 2006). De hecho, neurociencia, genética, y evolucionismo se están convirtiendo, a mi juicio, en avanzadilla de una nueva psicología del desarrollo, que ve la necesidad de "incorporar" estos nuevos territorios en su seno ("reincorporar", tal vez, en el caso del evolucionismo) e integrarlos con el resto de conocimientos hasta ahora acumulados.

En lo que resta de artículo, sostendré que la adopción de una perspectiva evolucionista del desarrollo puede contribuir notablemente a unificar nuestra disciplina, aumentar su relevancia social, y alcanzar una comprensión verdaderamente dialéctica

Teoría de la evolución y psicología del desarrollo: mucho ruido y pocas nueces

Tal vez algunos puedan sorprenderse al leer que incluyo el evolucionismo como una de las "nuevas fronteras" en psicología del desarrollo, puesto que, como es bien sabido, el origen de nuestra disciplina se ha vinculado tradicionalmente al auge de las tesis evolucionistas acaecida durante el nacimiento de la psicología (véase, por ejemplo, Delval, 1988; Dixon y Lerner, 1985, 1992). Sin embargo, como han señalado algunos autores, esta vinculación originaria fue mucho más aparente que real (véase, por ejemplo, Charlesworth, 1992; Bradley, 1989; Morss, 1990). Valga como testimonio que buena parte de las ideas evolucionistas en las que se apoyaron algunos pioneros de nuestra disciplina (como, por ejemplo, la idea de la recapitulación de Haeckel: "la ontogénesis es una reproducción de la filogénesis") han resultado ser falsas (véase, por ejemplo, Morss, 1990, para un análisis pormenorizado). De hecho, algunos autores han señalado que dichos pioneros se sintieron más fascinados en realidad por las tesis evolucionistas de corte lamarckiano que por la teoría de la evolución de Darwin en sí, fundamentada en el concepto de selección natural (véase, por ejemplo, Hawley, 2008).

Además, más allá de los orígenes, hay que tener presente que, a lo largo del siglo pasado, las relaciones entre la psicología del desarrollo y la teoría de la evolución de Darwin han resultado poco fructíferas en términos reales, si exceptuamos la teoría del apego y, tal vez, el estudio de algunos aspectos del desarrollo emocional (Hernández Blasi, Bering y Bjorklund, 2003). La teoría darwinista, o mejor dicho, neodarwinista, de la evolución no ha calado hondo hasta hace poco en psicología, permaneciendo más bien como un referente lejano, en manos de otros especialistas del comportamiento animal (por ejemplo, primatólogos y etólogos), y con apenas un vago valor heurístico, en el mejor de los casos (como siempre, hay algunas excepciones; véase, en el caso de la psicología del desarrollo española, a Juan Delval, 1994). Dicho con otras palabras, los psicólogos, en general, y los psicólogos del desarrollo, en particular, han respetado y han valorado mucho las ideas evolucionistas desde siempre, pero, hasta la fecha, no las han incorporado sistemáticamente a su práctica cotidiana.

Con el advenimiento de la llamada psicología evolucionista a finales del siglo pasado, parece abrirse una nueva etapa en las relaciones entre evolucionismo y psicología (véase Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Buss, 1989; Cosmides y Tooby, 1987). Desde esta perspectiva, se propone explícitamente una aproximación al conjunto del comportamiento humano que es simultáneamente psicológica y evolucionista (de hecho, con frecuencia, la psicología evolucionista se autodefine como un híbrido entre la psicología cognitiva y la biología evolucionista; Cosmides, Tooby y Barkow, 1992; Tooby y Cosmides, 2005); y se sostiene que una adecuada comprensión del comportamiento humano no será posible a menos que se realice una aplicación real, seria y sistemática de las tesis neodarwinistas en psicología (Tooby y Cosmides, 1992).

Fundamentalmente la psicología evolucionista defiende que la mente humana está dotada de una serie de mecanismos cognitivos específicos, diseñados para resolver los problemas más frecuentes que han encontrado nuestros antepasados a lo largo de la historia de la especie, como, por ejemplo, cooperar, competir, emparejarse, o criar hijos. Dichos mecanismos recordarían las distintas utilidades de una Navaja Suiza, en el sentido de estar organizados de forma modular; habrían sido diseñados paulatinamente a través de la selección natural; tendrían una base neurofisiológica determinada, y se activarían de forma relativamente automática o inconsciente (véase, por ejemplo, Buss, 2005, 2007; Cosmides y Tooby, 1997; Tooby y Cosmides, 2005, para más detalles).

La psicología evolucionista no se ocupa, sin embargo, específicamente del desarrollo, aunque ciertamente le otorga importancia (véase, por ejemplo, Buss, 1995, 2005), y algunas de sus contribuciones más significativas tengan que ver con el entorno familiar (véase, por ejemplo, Salmon y Shackelford, 2007). Tampoco dispone de modelos explicativos suficientemente potentes que permitan entender la compleja dinámica entre genética y medio ambiente, aunque le reconozca explícitamente su valor (véase, por ejemplo, Tooby y Cosmides, 1992). A pesar de estas lagunas y de las numerosas críticas y controversias que ha suscitado desde su surgimiento (algunas más justificadas que otras; véase, por ejemplo, Hagen, 2005; Lickliter y Honeycutt, 2003), creo que hay que reconocerle a la psicología evolucionista el mérito de estar contribuyendo de alguna manera a construir una psicología más "evolucionada" y una teoría de la evolución más "psicológica". Una psicología más "evolucionada", en el sentido de que una aplicación de la teoría de la evolución al comportamiento contribuye sin duda a generar una disciplina más cohesionada y relevante; una teoría de la evolución "más psicológica", en el sentido que la psicología evolucionista parece adaptarse mejor que otras disciplinas de corte evolucionista y comparativista, como la primatología y la etología, a las especificidades propias del comportamiento humano.

Así, por ejemplo, al abrir un manual de psicología evolucionista como el de David Buss (2007), encontramos epígrafes que hacen referencia a cuestiones como: los problemas de la supervivencia humana, las estrategias de emparejamiento, la crianza de los hijos y las relaciones de parentesco, o la naturaleza de las relaciones grupales; que, a mi juicio, ponen de manifiesto que el comportamiento es algo más que una serie de procesos psicológicos inconexos que la psicología académica trata de comprender en sus laboratorios. Bajo el paraguas de la evolución (el mismo paraguas que cubre y da forma a la biología moderna; Theodosius Dobzhansky, 1973, uno de los padres del neodarwinismo, sostenía que "nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución"), dichos procesos parecen cobrar un mayor sentido y relevancia, al mostrar que, en su mayoría, responden a la necesidad de satisfacer funciones vitales básicas en el contexto de entornos ecológicos y humanos complejos y cambiantes. No obstante, es necesario precisar "en su mayoría" porque los psicólogos evolucionistas no consideran que todos los comportamientos sean adaptaciones, diseñadas a través de la selección natural, para resolver problemas específicos. También piensan que la evolución ha preservado características que son mejor definidas como subproductos, y efectos azarosos o ruido (véase, para más detalles, Buss et al., 1998; Tooby y Cosmides, 1992).

Por otra parte, la psicología evolucionista, a diferencia de otras disciplinas comparadas como las arriba mencionadas, fija como objetivo exclusivo de su estudio el comportamiento humano (aunque existe desde hace años también una etología humana, derivada de la etología general; véase, por ejemplo, Eibl-Eibesfeldt, 1984) y, con ello, posibilita una aplicación de la teoría de la evolución al mismo más sistemática y fructífera. A modo de ejemplo, Patricia Hawley (2008, p. 198) señala recientemente la inconveniencia de restringir el estudio de los procesos y mecanismos de dominancia social humana exclusivamente a variables etológicas (como el género, la edad y el tamaño), dejando de lado otras variables que, a su entender, son tanto o más significativas entre humanos respecto a este fenómeno, como, por ejemplo, las cogniciones sociales, la personalidad, la edad mental, o las creencias morales. De esta manera, pone de manifiesto que las aproximaciones comparadas al comportamiento humano son ciertamente necesarias (imprescindibles, diría yo), pero no son suficientes.

En definitiva, la psicología evolucionista parece aportar a la psicología contemporánea una nueva visión que, tomando en serio las tesis de Darwin y sus seguidores, enriquece y permite entender mejor algunos aspectos del comportamiento. El "problema" para la psicología del desarrollo es que, como he señalado, apenas se ocupa de la evolución del desarrollo de los procesos psicológicos, y, lo que tal vez es más esencial, no dispone de modelos explicativos que permitan dar cuenta de la dialéctica entre genética y entorno, por un lado, y ontogénesis y filogénesis, por otro. Aquí es donde creemos que cobra sentido la propuesta de una perspectiva como la llamada "psicología evolucionista del desarrollo", que trataré en el próximo apartado.

Psicología evolucionista del desarrollo: un posible punto de encuentro y referencia

La psicología evolucionista del desarrollo (PED) es una perspectiva que se empezóa gestar hace apenas diez años, aprovechando el auge del nuevo evolucionismo en psicología representado por la psicología evolucionista. Hasta la fecha, ha huido de cartas fundacionales, adscripciones explícitas, o declaraciones de principios más o menos ostentosas. De hecho, con frecuencia la PED se reconoce como punta de iceberg de un movimiento abiertamente multidisciplinar en biología y psicología del desarrollo, que incluye a especialistas de muy diversas procedencias y motivaciones, interesados en promover una comprensión genuinamente evolucionista del desarrollo psicológico (véase, por ejemplo, Hernández Blasi y Bjorklund, 2003, p. 264). Sin embargo, creo que es justo señalar que una parte importante del liderazgo epistemológico de este movimiento corresponde al profesor estadounidense David F. Bjorklund, de la Florida Atlantic University, secundado por otros investigadores, como David Geary, Peter Smith, Anthony Pellegrini, y Bruce Ellis, entre otros muchos (véase Causey, 2008).

La PED ha sido definida, a grandes rasgos, como "la aplicación de los principios básicos de la evolución darwinista, en particular la selección natural, para explicar el desarrollo humano contemporáneo. Implica el estudio de los mecanismos genéticos y ambientales que subyacen al desarrollo universal de las competencias cognitivas y sociales, así como de los procesos epigenéticos (interacciones gen-ambiente) evolucionados que adaptan dichas competencias a las condiciones locales; asume que no son tan sólo los comportamientos y las cogniciones que caracterizan a los adultos el producto de las presiones de la selección actuando en el curso de la evolución, sino también las características de los comportamientos y de las mentes infantiles" (Bjorklund y Pellegrini, 2002, p. 4).

En este sentido, a diferencia de la psicología evolucionista, la PED se ocupa específicamente de ofrecer una explicación evolucionista del desarrollo, y prefiere operar sobre la base de modelos explicativos como la teoría de sistemas dinámicos (véase, por ejemplo, Thelen y Smith, 1994, 2006) y la teoría de sistemas de desarrollo (véase, por ejemplo, Gottlieb, 2000; Gottlieb, Wahlsten y Lickliter, 2006), que permiten captar mejor las complejas relaciones entre genética y medio ambiente, por un lado, y entre filogénesis y ontogénesis, por otro.

Una caracterización adecuada de esta aproximación excedería con mucho el espacio disponible en este artículo, e iría, además, más allá de los objetivos del presente trabajo. Sin embargo, en la Tabla 1, se recogen algunas de sus asunciones básicas (véase, por ejemplo, Bjorklund y Pellegrini, 2002; Bjorklund y Hernández Blasi, 2005; Geary y Bjorklund, 2000; Hernández Blasi y Bjorklund, 2003, para una descripción pormenorizada de las mismas, así como de la propia perspectiva). En otros lugares (Bjorklund y Hernández Blasi, 2005, p. 837; Hernández Blasi, Bering y Bjorklund, 2003, p. 280), es posible encontrar también una pequeña selección de temáticas, de naturaleza tanto teórica como aplicada, que han sido estudiadas en el pasado reciente desde distintas aproximaciones evolucionistas. Dichas temáticas se consideran compatibles con una perspectiva PED, y permiten ilustrar sus amplios intereses (para revisar algunas temáticas más actuales, véase, por ejemplo, Ellis y Bjorklund, 2005).

Tabla 1. Algunas asunciones básicas de la psicología evolucionista del desarrollo (Tomado de Hernández Blasi, Gardiner y Bjorklund, 2008)

Es preciso señalar, sin embargo, que la PED es probablemente en estos momentos más bien un proyecto o propuesta en construcción, del que los principios presentados constituyen en cierto modo los planos, que una realidad consolidada (Hernández Blasi, Gardiner y Bjorklund, 2008). Es un proyecto que, entre otras metas, aspira a unificar la psicología del desarrollo y sus distintas teorías bajo un mismo paraguas, el de la teoría de la evolución, que tan fundamental ha sido para otras disciplinas, como la biología (Bjorklund, 1997), en el convencimiento que un mayor conocimiento de los "porqués" del desarrollo nos ayudará significativamente a comprender mejor sus "cómos" y "cuándos", y, por tanto, la ontogénesis humana en sí (Hernández Blasi y Bjorklund, 2003). Aunque ciertamente le unen una serie de vínculos con la psicología evolucionista, empezando por el propio nombre de la disciplina, es conveniente indicar también que no se limita ni mucho menos a ella (véase Hernández Blasi, Gardiner, y Bjorklund, 2008, para un análisis comparativo más pormenorizado).

Desde un punto de vista epistemológico, se podría decir que la PED no es una perspectiva reduccionista, en el sentido que no cree que el estudio del desarrollo se deba ni pueda "reducir" al estudio de la evolución del desarrollo. Antes bien, considera que la evolución es una de las piezas clave de un complejo puzzle que, junto con otros factores o "piezas", como los condicionantes proximales del desarrollo, la historia reciente y la cultura (Michael Cole, 2006, calificaba hace poco la cultura como "una propiedad filogenética de la especie humana"), y sus interacciones en el curso del tiempo, han de permitirnos comprender mejor el desarrollo psicológico humano. Bunge y Ardila (1988) probablemente la encuadrarían dentro del llamado materialismo emergentista que ellos defienden para la psicología moderna. Por este motivo, creo que una perspectiva como la PED puede contribuir sobremanera a la construcción de una psicología del desarrollo verdaderamente dialéctica.

Es importante señalar, no obstante, que la PED no aspira a configurarse en una alternativa a teorías o enfoques tradicionales existentes, que se mueven a otros niveles de análisis, sino que más bien propone un marco o metateoría dentro del cuál fijar el estudio el desarrollo (Bjorklund, 1997; Hernández Blasi y Bjorklund, 2003). En esta dirección, el ideal último de la PED no es pervivir como disciplina o perspectiva autónoma, sino lograr que las ideas evolucionistas estén tan interiorizadas en nuestra especialidad que haya un momento en que no tenga sentido distinguir entre Psicología del Desarrollo y Psicología Evolucionista del Desarrollo, porque se hayan convertido en una misma cosa (Geary, 2006; Hernández Blasi, Gardiner y Bjorklund, 2008).

La PED surge en un período donde, como se ha indicado antes, el zeitgeist o espíritu de los tiempos (Boring, 1950) vuelve a ser propicio a la implementación de las tesis evolucionistas en nuestra disciplina. Una rápida revisión de los capítulos de la nueva edición del Handbook of Child Psychology (Damon y Lerner, 2006) muestra, por ejemplo, que las referencias más o menos extensas, incluso con su propio encabezamiento, a los aspectos filogenéticos de los distintos procesos de desarrollo descritos son frecuentes en muchos de ellos; no importa si el tema escogido es las diferencias de género (Ruble, Martin y Berenbaum, 2006), la cognición espacial (Newcombe y Huttenlocher, 2006), la adolescencia (Collins y Steinberg, 2006) o incluso habilidades artísticas, como el dibujo y la música (Winner, 2006), por poner algunos ejemplos. En esta línea, la PED recoge de alguna manera dichas inquietudes y realiza una propuesta potencialmente capaz de promover una implicación más sistemática de los investigadores del desarrollo, y de aglutinar las diferentes temáticas en torno a un marco teórico común, sirviendo de punto de encuentro y de referencia.

En definitiva, creo que perspectivas como la PED pueden contribuir de manera importante a enriquecer la conceptualización de los procesos de desarrollo psicológico, dotando a la disciplina que los estudia de una mayor significación o relevancia sociales (ligada a la mayor relevancia que el estudio de la filogénesis imprime a la comprensión de los distintos procesos), y proporcionando un marco conceptual dónde los diferentes elementos que configuran la ontogénesis humana (distales y proximales, biológicos y socioculturales) puedan ser estudiados de manera integrada y auténticamente dialéctica

Conclusión

He iniciado este artículo revisando brevemente dos debates que, a mi juicio, han influido en las conceptualizaciones sobre el desarrollo psicológico realizadas en nuestra disciplina durante el siglo XX, en un intento por entender cuáles son los retos que tiene que afrontar en la actualidad. El primero de estos debates ha sido dominante hasta aproximadamente los años setenta, y se ha planteado entre conceptualizaciones del desarrollo que prefirieron optar por contenidos relevantes, aún a costa de perder rigor metodológico (por ejemplo, el psicoanálisis), y conceptualizaciones que prefirieron lo contrario (por ejemplo, el conductismo). El segundo de los debates, que ha tenido lugar desde la resolución del anterior, se ha planteado entre conceptualizaciones que ofrecían explicaciones dialécticas clásicas del desarrollo (que, con frecuencia, sus seguidores acostumbran a sesgar hacia uno de sus componentes) (por ejemplo, el enfoque sociocultural), y explicaciones dialécticas modernas, con menor pedigrí, pero más comprometidas con el antireduccionismo (por ejemplo, la teoría ecológica de sistemas).

El resultado fue, siguiendo con este análisis, que el primero de los debates se resolvióa favor de una psicología del desarrollo que ha conseguido un mayor equilibrio entre "lo metodológicamente riguroso" y "lo conceptualmente relevante", aunque a costa de una fragmentación excesiva de su objeto de estudio (la persona en desarrollo). Esta fragmentación ha provocado una pérdida de significación interna y de relevancia social de la disciplina. Sin embargo, el segundo de los debates sigue abierto, como consecuencia de una resistencia latente a tomar en serio los componentes biológicos del desarrollo (neurociencia, genética y evolucionismo).

A partir de este planteamiento, he sostenido que la asunción de una perspectiva comprometidamente evolucionista del desarrollo puede contribuir a incrementar la significación interna y social de nuestra disciplina, y, a la vez, obtener explicaciones realmente dialécticas del desarrollo. También he descrito algunos intentos fallidos en el pasado. A mi juicio, una psicología del desarrollo que sea capaz de ubicar los procesos comportamentales en una perspectiva filogenética, mostrando cómo, en realidad, constituyen acciones y respuestas a las necesidades humanas básicas acaecidas desde nuestros orígenes como especie; y, a la vez, sea capaz de hacerlo de una manera no reduccionista, integrando todos los elementos implicados, tiene todo a su favor para lograrlo. En esta dirección, he presentado brevemente una nueva perspectiva teórica, la psicología evolucionista del desarrollo, como una propuesta que podría servir de punto de encuentro y referencia a los psicólogos del desarrollo para alcanzar dichos objetivos.


Referencias

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