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Co-herencia

versão impressa ISSN 1794-5887

Co-herencia v.5 n.8 Medellín jan./jun. 2008

 

Ayala Diago, César Augusto (2006) El populismo atrapado, la memoria y el miedo: el caso de las elecciones de 1970. Medellín, La Carreta Universidad Nacional de Colombia, 319 pp.

 

Alvaro Tirado Mejía*

alvarotirado@hotmail.com


 

El profesor César Augusto Ayala viene desarrollando una importante investigación sobre el movimiento de las derechas de Colombia, en la primera mitad del siglo XX, en el centro de la cual se encuentra la figura de Gilberto Alzate Avendaño. Investigaciones como esta son de especial importancia para develar nuestro pasado político y contribuyen a llenar un profundo vacío de nuestra historiografía, una de cuyas fallas está referida a la carencia de trabajos serios sobre la historia política, especialmente del siglo XX. El profesor Ayala tiene solvencia académica y una sólida preparación como investigador, confirmada con sus estudios de doctorado en la Universidad de Moscú y con el ejercicio de la cátedra en la Universidad Nacional Popular -Colombia-, es autor, además, del más completo estudio sobre la alianza Nacional Popular -Anapo-, publicado recientemente como libro bajo el nombre de El populismo atrapado, la memoria y el medio. El caso de las elecciones de 1970.

Este trabajo se sustenta en una exhaustiva consulta de periódicos, tesis de grado, entrevistas y una amplia bibliografía. Como lo anota el autor, en el libro, compuesto por 15 capítulos: "las voces de los protagonistas está siempre presente. Así lo hemos querido para que el lector viva y sienta la voz del pasado, y no solo del autor. Es muy probable que esto haga pesada su lectura pero en cambio va en favor del rescate de la memoria y fluye a favor de la historiografía". Desde el capítulo décimo hasta el final el libro se centra en el experimento del fugaz partido Acción Nacionalista Popular. Un aspecto digno de destacar es el estudio de las influencias ideológicas y literarias en los personajes y corrientes de derecha en Colombia, desde los años veinte hasta el inicio de la segunda guerra mundial. El presente libro, que según el proyecto del autor será seguido de dos tomos más, hasta completar el periplo vital de Gilberto Alzate Avendaño - fallecido en 1960 a los cincuenta años-, se inicia con el entorno político y cultural de los años veinte, período en el que irrumpe el grupo Los Leopardos, el cual modeló el perfil de la derecha en la que militó Alzate, aunque éste no fue uno de sus miembros. Se trata, por supuesto, de un trabajo polémico, como polémicos fueron las ideas y los actores del movimiento de derechas, en el que el autor trata de lograr una perspectiva de interpretación que lo aleje de lo que considera la historiografía que se ha impuesto en el país, de corte liberal y progresista.

Pocos períodos han sido tan definitivos en la historia moderna como el posterior a la primera guerra mundial. Durante él, se hundieron los viejos imperios y comenzó a sacudirse el orden colonial; el mapa europeo se transformó, apareció la hiperinflación tan destructiva como la guerra, el espectro de la revolución recorrió Europa; Turquía y China conocieron la república, Gandhi inició su prédica pacifista y en México se inició el ciclo de las revoluciones sociales, seguido, poco después, por el estallido de la Revolución soviética. El viejo orden se tambaleaba y el mundo se polarizó entre revolución y reacción, dando lugar a la tragedia del siglo XX, durante gran parte del cual y en grandes sectores del planeta, a nombre de lo uno o de lo otro, se impuso el totalitarismo. Afortunadamente sobrevivió la democracia, que parecía arrinconada y al borde de la extinción, en los momentos cruciales de enfrentamiento entre los dos extremos.

En Colombia los años veinte también fueron de cambios, movimiento y tensión. La economía se desarrolló al impulso de la indemnización por la separación de Panamá, de los empréstitos extranjeros, de las obras públicas, del inicio de la industrialización y del aumento de las exportaciones. Al amparo de ese crecimiento, las estructuras sociales se sacudieron, se aceleró la migración de campesinos hacia los centros urbanos o hacia donde se adelantaban obras públicas, aparecieron los primeros sindicatos, las mujeres comenzaron a trabajar en las fábricas, surgieron los conflictos agrarios y comenzaron a aclimatarse las ideas socialistas. Estados Unidos se perfilaba corno gran potencia mundial, en la región de Centroamérica y el Caribe adelantaba una política imperialista a través de invasiones y ocupaciones. En Colombia continuaba abierta la herida por la separación de Panamá, y los debates acerca de la aprobación del Tratado Urrutia-Thompson avivaban el nacionalismo. Sin embargo, las estructuras políticas permanecían estáticas y la hegemonía conservadora, vieja ya de varios decenios, simplemente se prolongaba. Tras la tragedia de la guerra de los Mil Días una nueva generación de colombianos había irrumpido para propiciar el civilismo, la concordia y la convivencia política, superando la pugna atávica entre liberales y conservadores. Dicho sector, agrupado fundamentalmente en el Republicanismo, fue denominado como La generación del centenario, porque sus integrantes empezaron a ocupar los primeros papeles de la escena al cumplirse el primer centenario de la declaración de independencia.

Desde principios de los años veinte irrumpió en la vida cultural y política del país un grupo de brillantes jóvenes, la mayoría universitarios, que actuó contra los miembros de la generación del centenario, contra la hegemonía conservadora y contra las formas culturales tradicionales. Esa generación es conocida corno la de Los Nuevos. Los puntos de convergencia, en sus inicios, fueron dos publicaciones: la revista Universidad, dirigida por Germán Arciniegas y la revista Los Nuevos, de efímera existencia pero de gran proyección, dirigida por Felipe y Alberto Lleras Camargo. En ellas se expresó una de las generaciones más brillantes de la historia de Colombia,

en el terreno de las letras y espe cialmente en el de la política. Además de los mencionados, formaron parte de ella, entre otros, Carlos y Juan Lozano, Jorge Zalamea, León De Greiff, Luis Tejada, Luis Vidales, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Maya. También eran parte de esa generación y escribían en esas publicaciones, Silvio Villegas, Augusto Ramírez Moreno, Eliseo Arango, José Camacho Carreño y Joaquín Fidalgo Hermida, conocidos corno Los Leopardos. En un principio, todos ellos convivieron en los cafés, en las publicaciones y en la vida bohemia, pero bien pronto la política les señaló diferentes rumbos. La mayoría militó dentro de las diversas vertientes del partido liberal y Los Leopardos lo hicieron corno representantes de la extrema derecha, fungiendo de rebeldes o como una vertiente del partido conservador.

Precisamente, el inicio de este trabajo se refiere al contexto de los años veinte y específicamente al grupo de Los Leopardos, a su nacimiento, a sus lecturas e influencias, a su actividad política y a su perfil corno grupo de derecha inspirado intelectualmente en la Acción Francesa y en autores como Charles Maurras. Referirse a ese grupo es de obligación en un trabajo en cuyo centro está Gilberto Alzate Avendaño. Los Leopardos formaron un grupo de brillantes oradores y ágiles escritores e introdujeron en la vida política colombiana una vertiente desconocida hasta entonces en el bipartidismo, la concepción de derecha, filosóficamente antiliberal, jerarquizada, rebelde y antidemocrática. Como tendremos oportunidad de tratar más adelante, la magnitud de su influencia fue creciendo con el tiempo, hasta el punto de colonizar el pensamiento del partido conservador en los años cuarenta y en los inicios de los cincuentas. Alzate, quien nació en 1910, por razones de edad no podía formar parte de ese grupo. Sin embargo, es innegable la influencia que recibió de él, al igual que el resto del sector derechista. Probablemente, por esa razón y como una manera de englobar a Alzate dentro del grupo, el profesor Ayala habla de «sensibilidad leoparda. Con este grupo, excluyendo a Fidalgo, quien se borró de la vida pública, y a Camacho Carreño, que se distanció, trabajó Alzate de consuno contra los gobiernos liberales y, en 1937, fundaron un partido, la Acción Nacionalista Popular (ANP). Sin embargo, mirando en perspectiva, lo de Los Leopardos fue un rótulo que cubrió una posición de extrema derecha enmarcada en la pugna por el control del partido conservador. Alzate ideológicamente tiene más entidad, más permanencia y menos volatilidad.

Pero, ¿cuál fue la importancia de estos grupos de derecha y cuál su legado? Para responder a este interrogante es necesario tratar por separado el aspecto organizacional o electoral y el doctrinario. Veamos: Los Leopardos, y luego el conjunto del grupo de derechas, actuaron en el partido conservador como especie de ruedas sueltas cuyos goznes les permitían salir o entrar, disparar desde fuera o representar al partido en los cargos de elección, fustigar a las directivas o componerse con ellas abriendo la puerta giratoria para volver a entrar. Dada esa circunstancia, es necesario detenernos un poco en los aspectos de la pugna conservadora entre los llamados civilistas y los derechistas. Por supuesto, existían elementos generacionales en la medida en que muchos de los primeros pertenecían a la generación del centenario. También obraba la pugna legítima en toda agrupación política en la competencia por acceder a la dirección partidista. Pero también existían motivos ideológicos profundos.

El conservatismo civilista, como se derivaba del origen de su partido y era su tradición, filosóficamente era de estirpe liberal, doctrinariamente reconocía el régimen republicano, la separación de poderes, el orden constitucional, la consagración de derechos y libertades públicas, el sufragio popular, entre otros elementos. Como paradigma de esta posición estaba la actitud tomada y defendida en las postrimerías del régimen conservador, ante las leyes de orden público, o «Leyes heróicas», presentadas por el gobierno, las cuales fueron impugnadas con base en esos principios por dirigentes conservadores como Abel Carbonell y Rafael Escallón. Laureano Gómez, Aquilino Villegas, y dirigentes como los nombrados, si bien practicaban una oposición a ultranza al régimen liberal, lo hacían sin abjurar de esos principios. Como se menciona en este libro, el 11 de septiembre de 1932, desde Chía, Laureano Gómez consignó los argumentos que los separaban del grupo derechista: «El genuino conservador [...] acata el orden constitucional, porque abomina la dictadura; repudia la violencia y las vías de hecho y se hace servidor de la ley [...] execra el absolutismo, con cualquier título con que sea ejercido. Y reposa en la garantía de las leyes como base de una sociedad de hombres libres». Por el contrario, desde su manifiesto constitutivo, Los Leopardos, y luego el conjunto del grupo de derechas, se proclamaban nacionalistas, reaccionarios, jerarquizantes, enemigos de la democracia liberal y de sus rasgos constitutivos como el parlamentarismo y el sufragio universal, cuando no directamente fascistas, falangistas, corporativistas y en algunos casos, nazis.

En medio de las controversias en el partido conservador sobre asuntos de doctrina, de táctica referente a abstención o participación electoral, o si como método de lucha se debía acudir a las vías de hecho y a la llamada legítima defensa, el grupo derechista formó tolda aparte y creó el partido Acción Nacionalista Popular (ANP) bajo la jefatura de Alzate Avendaño. Esta agrupación incorporó en su momento, aparte de algunos de Los Leopardos, a jóvenes derechistas de la nueva generación, como Fernando Londoño Londoño, Antonio Álvarez Restrepo, Rodrigo Jiménez Mejía, Jesús Estrada Monsalve, Juan Zuleta Ferrer, José Mejía y Mejía, Daniel Valois Arce, los hermanos Jesús, Rafael y Abel Naranjo Villegas, entre otros. Todos ellos eran buenos escritores y la mayoría excelentes oradores, e impusieron un estilo retórico con alusiones permanentes a Grecia y Roma, por lo cual fueron denominados greco-latinos, cuando no, con guasa, por sus impugnadores, grecoquimbayas. Su labor proselitista se desarrolló sobre todo en el occidente colombiano, de donde procedía la mayoría de ellos, y muy especialmente en el departamento de Caldas.

Los dirigentes de esta agrupación se dedicaron a una permanente agitación en la radio y a través de manifestaciones que cubrían las principales poblaciones del Departamento. En su prédica como grupo aparte del conservatismo, exaltaban la figura de Bolívar como caudillo e insistían en los tópicos que en ese momento propugnaba la extrema derecha europea, en medio de un ritual de himnos falangistas y saludos fascistas. Pero su eventual electorado estaba compuesto fundamentalmente por masas campesinas, en un país donde más de la mitad de la población vivía en el campo y en gran parte era analfabeta. Por su parte, el oficialismo conservador movilizó sus cuadros y sus gentes con el eficaz apoyo de los curas en los pueblos, tal como lo recordaba, tiempo después, Fernando Londoño Londoño. Respecto de los liberales, como anotó José Mejía y Mejía, durante la instalación en Bogotá del Comando de extrema derecha, «los ideólogos de la derecha exageraban los homenajes gramaticales a Bolívar mientras que la izquierda que escribía mal conquistaba las masas trabajadoras del país". Por supuesto, negar el valor conceptual y la prosa de los escritos de Alberto Lleras, Jorge Zalamea o Gerardo Molina es algo más que injusto. Pero el diagnóstico estaba acorde con la realidad. El día de las elecciones el partido Acción Nacionalista Popular fue barrido, sus candidatos perdieron en los lugares donde había concentrado su campaña y a duras penas logró un representante a la Cámara y uno a la Asamblea de Caldas. El partido liberal obtuvo 592.283 votos, el conservador 322.825 y el total de los nacionalistas sumó 14.246. Prontamente el partido se disolvió, la mayoría de sus dirigentes volvieron al conservatismo y Alzate Avendaño, por un tiempo, se concentró en el ejercicio de su profesión de abogado.

Pero si en lo electoral los nacionalistas fueron barridos, su victoria se produjo en el terreno ideológico dentro del partido conservador. Visto en perspectiva, más allá de los gestos y los enunciados, el grupo de las derechas no tuvo una fuerte consistencia. El caso de Silvio Villegas es paradigmático. Era nacionalista a ultranza, pero cuando se produce la matanza de las bananeras exalta las bondades de la empresa extranjera y toma partido por ella, y cuando el ministro José Antonio Montalvo expide medidas para la protección del subsuelo frente a los monopolios petroleros, lo ataca. Fue un admirador de Charles Maurras y sus primeras fuentes doctrinales las derivó de ese escritor. Pero, para poder asumir la dirección de El Deber, un periódico de la curia, abjura de dicho autor. En incontables artículos y en su libro No Hay Enemigos a la Derecha, de 1936, hizo con frecuencia el elogio de Mussolini y de su estilo y prácticas de gobierno, pero en un momento de unión con el partido conservador reniega de esa posición. Sin embargo, en el conservatismo las tesis nacionalistas de extrema derecha se fueron imponiendo al impulso de las simpatías con los regímenes de Franco y Oliveira Salazar. El Aquilino Villegas civilista es el que propone la legítima defensa como arma de acción política, el mesurado Ospina Pérez es el que en forma elegante y discreta, como era su estilo, apoya a los jóvenes nacionalistas. El Laureano Gómez, autor de El Cuadrilátero, obra en la que critica a Mossolini y a Stalin por totalitarios, es el que desde el gobierno promueve la Asamblea Constituyente para producir una Constitución de resonancias corporativistas. Alzate Avendaño decía en 1939: «Yo no creo en las virtudes del sufragio inorgánico, ni reconozco que la voluntad de la Nación emane de un escrutinio parecido a un censo pecuario». El eco de esas posiciones resuena amplificado en palabras del presidente Laureano Gómez con motivo de la reforma constitucional propuesta por su gobierno: «El sufragio universal inorgánico y generalizado interviniendo en toda la vida social para definir la dirección del Estado, contradice la naturaleza de la sociedad». En palabras de Alzate, al clausurar la Convención de su partido Acción

Nacionalista Popular: "el movimiento se estructura en forma piramidal, cuya base son militantes y cuyo vértice es la jerarquía». El Laureano Gómez de 1951 iba más allá, pues retorna estos conceptos jerarquizantes, no ya para el partido sino para el conjunto de la sociedad:

 

la sociedad semeja una pirámide cuyo vértice ocupa el genio, si existe en un país dado, o individuo de calidad destacadísima por sus condiciones intelectuales […] Por debajo encuéntranse quienes, con menos capacidades, son más numerosos. Continúa así una especie de estratificación de capas sociales, más abundantes en proporción inversa al brillo de la inteligencia, hasta llegar a la base, la más amplia y nutrida, que soporta toda la pirámide y está integrada por el oscuro e inepto vulgo, donde la racionalidad apenas aparece para diferenciar los seres humanos de los brutosa 1.

Una de las tesis más audaces de este trabajo, pero en mi opinión fuertemente controvertible, se refiere al papel democratizador que el profesor Ayala le asigna a este grupo nacionalista. En sus palabras, la Acción Nacionalista Popular «decía ir en contra de la democracia, pero cada uno de los pasos que daban sus caudillos, por escrito o verbalmente la enriquecían». El tema amerita que nos detengamos un poco en este asunto y que consignemos algunas de las opiniones que al respecto aparecen en el trabajo:

Era una paradoja: la derecha que se expresaba desde la sensibilidad leoparda jalonaba la democracia en el país, querían llevar al conservatismo y a la ANP a la participación electoral, principio y fin de la democracia occidental, luchaban por conquistar una democracia interna en el partido conservador (Cap XII).
Que la supuesta extrema derecha del partido pidiera democracia interna y autocrítica nos resulta paradójico, pero era la realidad. Los jóvenes nacionalistas luchaban por eso, es decir un partido Conservador democrático con voz y voto para su militancia. (Capítulo XIII) para el nacionalismo la democracia era la abolición de los privilegios y la justiciera posesión de bienes. Era pues, el momento para desarrollar, por fin, en Colombia el pensamiento primoriverista (de Primo de Rivera). (Capítulo XIV).
Frente a la democracia formal o representativa, Alzate profundizó la tesis nacionalista de la democracia funcional, en la cual el Estado fuera la doctrina en Acción […] al fracasado Estado liberal debería suceder el Estado Corporativo, que reglamentaría los oficios, sobre el encuadramiento profesional, en organismos corporativos (Capítulo XV). Podemos concluir que desde la derecha de los años treinta se contribuyó, a veces por el camino de la negación a sostener el proceso democrático que permitió que la Revolución en Marcha tuviera otra oportunidad. (Capítulo XV).

En las querellas por el mando en el conservatismo, los nacionalistas impugnaban la dirección y los métodos de Laureano Gómez, hasta el punto de que alguno de ellos dijo que se trataba de una disciplina para perros. Por eso pedían participación y una democracia interna que su concepción política negaba para la sociedad. El llamamiento a elecciones dentro de su partido, lo que implicaba era el uso circunstancial de una forma de acceder a la dirección. Respecto de la participación electoral para el manejo del país, sobre lo cual tenían una profunda desconfianza, no fue un asunto de principios y, según las conveniencias, unas veces optaron por la participación y otras por la abstención beligerante. Para Alzate «el sufragio o la insurrección, la conquista electoral del Reich o la marcha sobre Roma, no dependen de la doctrina sino de las circunstancias. No hay que confundir las formas con la esencia». Es bueno recordar que Mussolini utilizó las elecciones como medio y que el partido de Hitler llegó al poder en elecciones, sin que eso desdibujara el manifiesto y expreso carácter antidemocrático de esos regímenes. Ahora bien, cuando los nacionalistas definieron la democracia le dieron un contenido corporativista. En su momento los nacionalistas, por convicción, no se reclamaban demócratas. Con ello se diferenciaban de otras vertientes políticas. Y mal podría ser de otra manera cuando sus puntos de referencia eran los regímenes que negaban la democracia en la península Ibérica, en Italia o en Alemania. Suena audaz expresar que sostenían la democracia por vía de la negación.

En el período a que se refiere este libro, la controversia política por lo regular estaba cargada de agresividad. El cambio que se produjo en 1930 con la caída del partido conservador y la llegada al poder del liberalismo, sirvió de caldo de cultivo para aumentar la beligerancia. Casi nadie pensaba que el régimen conservador iba a tocar su fin. Los conservadores estaban acostumbrados a gobernar en el entendido de que al liberalismo se le asignaba una cuota burocrática de tanto en tanto. Por su parte, el liberalismo se había acostumbrado a esta situación y la política de muchos de sus dirigentes estaba encaminada a las alianzas con el sector vencedor en el conservatismo, para poder reclamar la cuota. En 1930 los liberales se encontraron con el poder y los conservadores con que ya no lo tenían. Como alguien anotó, los liberales creyeron que lo habían ganado todo y los conservadores pensaron que nada habían perdido. La situación de transición y de ajuste fue dura, estuvo signada por la pugnacidad en el Parlamento, en la prensa y en la plaza pública, y en algunas regiones especialmente rurales se presentaron episodios de violencia. En el partido de gobierno los cambios comenzaron con Olaya, se aceleraron con López durante la Revolución en Marcha y se estabilizaron con Santos. Ante las transformaciones, el conservatismo desarrolló una oposición implacable. Como se consigna en este libro: «Nada le reconocieron los Leopardos al liberalismo. Nada tampoco le había reconocido Aquilino Villegas, representante de la generación anterior: ni hombres probos, ni ideólogos, ni programas, ni presente, ni futuro".

Lo anterior viene a cuento porque el profesor Ayala introduce en su investigación el tema de la violencia para explicar los cambios en el mapa electoral a partir de 1930: «dramática y remota época, en la que Colombia de conservador se convirtió en país liberal. Abordamos los mecanismos por medio de los cuales se llegó a ese tránsito. Sostenemos y constatamos que los inicios de la violencia que caracterizó al siglo XX colombiano, provienen de allí». «El abuso de poder de los liberales adquirió los distintivos de una revancha sin límites». Esta idea se repite varias veces y vuelve en el capítulo de conclusiones: «tuvimos entre otros propósitos en este libro contar, para unos, y recordar para otros, que la violencia colombiana empezó de manera sólida y sostenida con el advenimiento del liberalismo al poder».

Para el profesor Ayala la violencia fue un factor fundamental para el cambio en la composición electoral registrado durante la República Liberal. No se trata, por supuesto, de participar en un ejercicio macabro e inconducente de recriminaciones y exoneraciones, pues evidentemente en las luchas guerreras del siglo XIX y en las confrontaciones del siglo XX ambas colectividades llevan su cuota de responsabilidad. Pero es preciso matizar las afirmaciones del profesor Ayala en este campo. Entre las causas del clima de violencia habría que tener en cuenta que la intemperancia verbal, la descalificación del oponente y la visión del contradictor como enemigo, contribuyeron decisivamente a la violencia. Como anota el profesor Ricardo Arias Trujillo en un interesante libro sobre los Leopardos, publicado por la Universidad de los Andes:

El traslado de la obra de la Acción Francesa a Colombia no fue selectivo. En el equipaje llegó también el lenguaje de la violencia y el veneno político [...] Los Leopardos tuvieron una alta cuota de responsabilidad en todo este dramático proceso. Jugaron con candela, y lo siguieron haciendo durante los diez y seis años de gobierno liberales, y el país estalló efectivamente en llamasa 2.

Es cierto que a partir de las elecciones de 1930 la composición electoral fue variando, pero es exagerado el peso que se le da para explicar ese cambio a hechos esporádicos de violencia, que de ninguna manera correspondían a una política oficial. En los cambios en la composición electoral obraron otros factores determinantes. Ante todo, que el liberalismo venía desarrollando un trabajo con las masas populares, con los nuevos sectores que estaban surgiendo, como el proletariado y las clases medias. Desde el Estado se llevaban a cabo profundas transformaciones y las administraciones liberales adelantaron políticas especialmente atractivas para los sectores populares: Reforma Constitucional, Ley de Tierras, reforma tributaria, apoyo al sindicalismo, Universidad Nacional y política educativa, etc. Con el tiempo, muchos de los impugnadores de la obra liberal, especialmente la de López Pumarejo, le hicieron su reconocimiento. Mientras el liberalismo en el gobierno se fortificaba, el conservatismo no atinaba a definir su rumbo. La cohesión que logró el partido liberal en el gobierno le permitió arbitrar entre sus diferentes tendencias e incluir, en el partido y en el servicio del Estado, a una generación de jóvenes brillantes que venían de diferentes vertientes ideológicas, así como a nuevos sectores sociales. Por otra parte, la política de abstención privó al conservatismo de una tribuna y de un medio de influencia en el manejo del Estado y la oposición a ultranza le enajenó muchas voluntades. Cuando el partido conservador rectificó, se encontró con que había perdido parte del electorado que apoyaba opciones con resultados.

En la investigación para este tomo, el profesor Ayala ha desarrollado una labor titánica para reconstruir el pensamiento y la acción de Alzate Avendaño en la primera fase de su vida. Seguramente en los otros dos tomos que anuncia, se verá un Alzate más matizado en sus posiciones. Como aparece en este libro y como ocurrió durante todo el transcurso de su vida política, Gilberto Alzate Avendaño fue un hombre de ideas, un luchador, un gran polemista. En el capítulo introductorio se anota: «No fue Alzate un godo a mansalva, escondido o clandestino: no se aisló de los procesos históricos a los que convocaba su época: estuvo junto a los anhelos de los estudiantes primero, y confluyó con todos sus pares en la vida profesional. Conocía indistintamente a todos los intelectuales y políticos colombianos de la época y todos ellos lo reconocían como amigo». Lo anterior puede explicar que, con criterio académico, se me hubiera invitado a escribir, desde una orilla ideológica opuesta, estas consideraciones

 

Notas al pie

1 Restrepo Piedrahita, Carlos (1976) 25 años de evolución político-institucional, 1950-1975. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, p. 21.

2 Este interrogante, aunque parece dejar en punta la reflexión en el texto, lo que pretende es establecer la posibilidad de pensar un individuo caracterizado antropológicamente con cualidades distintas a las atribuidas por Hobbes. En tal caso, semejante reflexión sería objeto de otro trabajo

 

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