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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.6 no.10 Medellín Jan./June 2009

 

Cincuenta años después de Hiroshima*

 

John Rawls

Traductor: Jorge Giraldo Ramírez

Recibido: febrero 5 de 2009. Aprobado: febrero 28 de 2009

* Traducción de Jorge Giraldo Ramírez publicada por primera vez en español con la debida autorización de los editores de John Rawls: Collected Papers, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1999, pp. 565-572, editado por Samuel Freeman. Copyright © por President and Fellows of Harvard College. "Fifty Years after Hiroshima" fue publicado originalmente en Dissent (Verano 1995), pp. 323-327.


 

El quincuagésimo aniversario del bombardeo a Hiroshima es una ocasión para reflexionar sobre cómo deberíamos evaluar ese hecho. ¿Es realmente un gran error, como muchos pensamos ahora y muchos lo pensaron entonces, o quizás está justificado después de todo? Creo que tanto el bombardeo a las ciudades japonesas a comienzos de la primavera de 1945 como el posterior bombardeo atómico a Hiroshima el 6 de agosto fueron grandes errores, y deben verse como tales. Para apoyar esta opinión, quiero exponer los que yo creo que son los principios rectores de la conducción de la guerra -ius in bello- por parte de los pueblos democráticos. Estos pueblos1 tienen fines de guerra distintos a aquellos de los Estados no-democráticos, especialmente de los totalitarios, tales como Alemania y Japón, que buscaron la dominación y explotación de los pueblos sometidos y, en el caso alemán, su esclavización cuando no su exterminio.

Aunque no puedo justificarlos apropiadamente aquí, empiezo por exponer seis principios y asunciones en apoyo de aquellos juicios. Espero que no sean vistos ñol con la debida autorizacomo irrazonables; y ciertamente son familiares, pues están estrechamente vinculados con buena parte del pensamiento más tradicional en esta materia.

1. El objetivo de una guerra justa librada por una sociedad democrática decente es una paz justa y duradera entre los pueblos, especialmente con su enemigo actual.

2. Una sociedad democrática decente está combatiendo contra un Estado que no es democrático. Esto se desprende del hecho de que los pueblos democráticos no libran guerras entre sí2 ; y puesto que estamos preocupados con las reglas de la guerra tal y como se aplican a tales pueblos, asumimos que la sociedad contra la que se luchó es no-democrática y que sus objetivos expansionistas amenazaban la seguridad y las instituciones libres de los regímenes democráticos y provocaron la guerra3 .

3. En la conducción de la guerra una sociedad democrática tiene quedistinguir cuidadosamente tres grupos: los líderes estatales y funcionarios, sus soldados y su población civil. La razón de estas distinciones descansa en el principio de responsabilidad: puesto que el Estado contra el que se lucha no es democrático, los miembros civiles de la sociedad no pueden ser quienes organizaron y entraron en la guerra. Esto lo hicieron sus líderes y funcionarios apoyados por otras élites que controlan y dirigen el aparato estatal. Ellos son responsables, quisieron la guerra, y por hacerlo, son criminales. Pero los civiles, a menudo mantenidos en la ignorancia e influidos por la propaganda estatal, no lo son4 . Y esto es así incluso si algunos civiles hubieran tenido mayor conocimiento y hubieran sido entusiastas partidarios de la guerra.

En la conducción de la guerra pueden darse muchos casos marginales como éste, pero son irrelevantes. Los soldados, tal como los civiles, sin contar a los altos mandos y oficiales, no son responsables de la guerra, sino que son reclutados y forzados de diversas maneras, y a menudo su patriotismo ha sido cruel y cínicamente explotado. Los fundamentos para que ellos puedan ser atacados directamente no están en que sean responsables de la guerra, sino en que un pueblo democrático no tiene otra forma de defenderse, y tiene que defenderse. En este caso no hay alternativa.

4. Una sociedad democrática decente tiene que respetar los derechoshumanos de los miembros del otro bando, tanto civiles como soldados, por dos razones. Una, simplemente porque son titulares de esos derechos de acuerdo al derecho de los pueblos. La otra razón es que hay que enseñarles a los soldados y civiles enemigos el contenido de aquellos derechos mediante el ejemplo, respetándolos en su propio caso. De esta manera, su significado se les transmite mejor. Se les asigna un cierto estatus, el estatus de miembros de una sociedad humana en la que poseen derechos como personas humanas5 . En el caso de los derechos humanos durante la guerra, se le da una interpretación estricta al estatus aplicado a los civiles. Esto significa, tal y como lo entiendo aquí, que nunca pueden ser atacados directamente excepto en casos de crisis extrema, cuya naturaleza discutiré más adelante.

5. Continuando con la idea de enseñar el contenido de los derechoshumanos, el siguiente principio es que los pueblos justos deben prefigurar mediante sus acciones y proclamas durante la guerra la clase de paz que proponen y el tipo de relaciones que buscan entre las naciones. Al hacerlo, muestran de forma abierta y pública la naturaleza de sus metas y la clase de pueblos que son. Estos últimos deberes recaen básicamente sobre los líderes y funcionarios de los gobiernos de los pueblos democráticos, puesto que están en la mejor posición para hablar por todo el pueblo y para actuar de acuerdo con la aplicación de esos principios. Aunque todos los principios precedentes también especifican deberes de los estadistas, esto es especialmente cierto para los principios 4 y 5. La forma en que una guerra se lleva a cabo y las acciones que le ponen fin perduran en la memoria histórica de los pueblos y pueden configurar el escenario para la guerra futura. Este deber de los estadistas siempre tiene que tenerse presente.

6. Finalmente, anotamos el papel del razonamiento práctico medios-fines para juzgar la pertinencia de una acción o política para alcanzar el objetivo de la guerra o para no causar más daño que bien. Esta manera de pensar -ya esté dirigida por el razonamiento utilitario (clásico), o por un análisis costo-beneficio, o por el peso de los intereses nacionales, u otros- tiene que estar enmarcada y limitada estrictamente por los principios precedentes. Las normas de conducción de la guerra configuran líneas precisas que definen la acción justa. Los planes y estrategias de guerra y la conducción de las batallas, tienen que ceñirse a estos límites. (La única excepción, repito, es en tiempos de crisis extrema).

En conexión con el cuarto y quinto principios de conducción de la guerra, ya he dicho que obligan especialmente a los líderes de las naciones, quienes están en la posición más efectiva para representar los objetivos y obligaciones de su pueblo, y a veces llegar a ser hombres de Estado. Pero, ¿quién es un hombre de Estado? No existe despacho del hombre de Estado, tal como existen el de presidente, canciller o primer ministro. El hombre de Estado es un ideal, como el ideal del individuo virtuoso o sincero. Los hombres de Estado son presidentes o primeros ministros que llegan a ser hombres de Estado mediante su actuación ejemplar y liderazgo en su función en tiempos duros y difíciles, y una fuerza, sabiduría y coraje manifiestos. Guían a su pueblo en periodos turbulentos y peligrosos, por lo cual siempre son estimados por él como sus grandes hombres de Estado.

El ideal de hombre de Estado está sugerido en la expresión "el político mira la próxima elección, el hombre de Estado la próxima generación". Es tarea del estudiante de filosofía buscar las condiciones permanentes y los intereses reales de una sociedad democrática justa y buena. Es tarea del hombre de Estado, sin embargo, discernir en la práctica estas condiciones e intereses; el hombre de Estado mira más profundo y más allá que los demás e identifica lo que debe hacerse. El hombre de Estado tiene que hacer lo correcto, o casi, y hacerlo rápido. Washington y Lincoln fueron hombres de Estado. Bismarck no. No veló por los intereses reales de Alemania hacia el futuro y sus juicios y motivos estuvieron frecuentemente distorsionados por sus intereses de clase y su sólo deseo de ser Canciller de Alemania. Los hombres de Estado no tienen que ser desinteresados y pueden tener sus intereses propios mientras ocupan su cargo, pero deben ser desinteresados en sus juicios y evaluaciones de los intereses de la sociedad y no dejarse dominar, especialmente durante guerras y crisis, por pasiones de venganza y retaliación contra el enemigo.

Sobre todo, están compelidos por el objetivo de lograr una paz justa y evitar las cosas que harían que fuese más difícil alcanzar tal paz. Aquí las proclamas de una nación deben aclarar (el hombre de Estado debe velar por eso) que el pueblo enemigo tendrá garantizado un régimen autónomo propio y una vida decente y plena una vez que la paz sea seguramente restablecida. Sin importar lo que puedan decir sus líderes, sin importar cualquier represalia que puedan temer razonablemente, ese pueblo no puede ser tratado como esclavo o siervo después de la rendición6 , ni se le pueden negar sus plenas libertades en el debido momento; y bien puede ser que consiga libertades que no disfrutaba antes, como eventualmente le sucedió a los alemanes y japoneses. El hombre de Estado sabe, aunque los demás no, que todas las descripciones del pueblo enemigo (no de sus legisladores) inconsistentes con esto son impulsivas y falsas.

Volviendo al caso de Hiroshima y el bombardeo a Tokio, encontramos que ninguno se ajusta a la excepción de crisis extrema. Un aspecto de esto es que, puesto que (supongamos) no hay derechos absolutos -derechos que tienen que ser respetados en todas las circunstancias-, hay ocasiones en que los civiles pueden ser atacados directamente por un bombardeo aéreo. ¿Hubo momentos durante la guerra en los que Gran Bretaña pudo haber bombardeado correctamente Hamburgo y Berlín? Sí, cuando Gran Bretaña estaba sola y desesperada enfrentando la fuerza superior de Alemania; más aún, este período se extendería hasta cuando Rusia hubo repelido claramente el primer asalto alemán en el verano y otoño de 1941, y pudo luchar contra Alemania hasta el fin. El punto de corte tendría que ser distinto, digamos el verano de 1942, y ciertamente Stalingrado7 . No daré mucha importancia a esto, ya que el asunto crucial es que, bajo ninguna condición, se podía permitir que Alemania triunfara, y esto por dos razones básicas: primero, la naturaleza y la historia de la democracia constitucional y su lugar en la cultura europea; y segundo, la maldad peculiar del nazismo y el enorme e incalculable mal moral y político que representaba para la sociedad civilizada.

El mal peculiar del nazismo necesita ser entendido puesto que, en algunas circunstancias, un pueblo democrático puede aceptar la derrota si los términos de paz ofrecidos por el adversario son razonables y moderados, no lo someten a humillación y permiten esperar una relación política decente y eficaz. Sin embargo, era característico de Hitler no aceptar ninguna posibilidad de relación política con sus enemigos, quienes tenían que ser tratados mediante el terror y la brutalidad, y sometidos por la fuerza. Desde el principio, la campaña contra Rusia, por ejemplo, fue una guerra de destrucción contra los pueblos eslavos, manteniendo a los habitantes originales solamente como siervos, en el mejor de los casos. Cuando Goebbels y otros advirtieron que la guerra no podía ganarse de esta manera, Hitler rehusó escucharlos8 .

Está claro que mientras en las primeras etapas de la guerra se daba para Gran Bretaña una excepción de crisis extrema, esta nunca se presentó en ninguna ocasión para Estados Unidos en su guerra con Japón. Los principios de la conducción de la guerra siempre fueron aplicables a ella. Incluso en el caso de Hiroshima, muchos involucrados en los más altos niveles del gobierno reconocieron el carácter cuestionable del bombardeo y los límites que se estaban cruzando. Sin embargo, durante las discusiones entre los líderes aliados en junio y julio de 1945, el peso del razonamiento práctico medios-fines guiaba el debate. Bajo la presión continua de la guerra, las dudas morales habían fracasado en obtener una visión articulada y expresa. Con el desarrollo de la guerra, el pesado bombardeo de civiles en las capitales de Berlín y Tokio y cualquier otra ciudad fue crecientemente aceptado por el lado aliado. Aunque después del estallido de la guerra Roosevelt había urgido a ambos lados a no cometer la inhumana barbarie de bombardear civiles, hacia 1945 los líderes aliados habían asumido que Roosevelt habría usado la bomba en Hiroshima9 . El bombardeo nació de lo que había sucedido anteriormente.

Las razones prácticas de medios-fines usadas para justificar el bombardeo atómico sobre Hiroshima fueron las siguientes:

El bombardeo se hizo para apresurar el fin de la guerra. Es claro que Truman y la mayoría de los líderes aliados pensaban que se lograría. Otra razón fue que así se salvarían vidas, donde las vidas que contaban eran las vidas de los soldados estadounidenses. Las vidas japonesas, militares o civiles, presumiblemente importaban menos. Aquí los cálculos de menos tiempo y más vidas salvadas se apoyaban mutuamente. Además, lanzar la bomba les daría al Emperador y a los líderes militares una manera de salvar la cara, una cuestión importante dada la cultura samurai japonesa. Ciertamente, al final de la guerra unos pocos líderes japoneses quisieron hacer un último sacrificio pero fueron detenidos por otros seguidores del Emperador, quien ordenó la rendición el 12 de agosto después de haber recibido la promesa de Washington de que podría permanecer en su cargo en el entendido de que tenía que cumplir con las órdenes del comando militar estadounidense. La última razón que quiero mencionar es que la bomba fue lanzada para impresionar a los rusos con el poder americano y hacerlos más accesibles a nuestras demandas. Esta razón es altamente discutida pero es tan recurrida por algunos críticos y académicos como importante.

El fracaso de estas razones para reflejar los límites de la conducción de la guerra es evidente, así que me enfoco en un asunto distinto: la falta de cualidades propias de los estadistas entre los líderes aliados y por qué pudo suceder esto. Truman una vez describió a los japoneses como bestias que serían tratados como tales; ¡qué tan tonto suena ahora llamar bárbaros y bestias a los alemanes o japoneses!10 De los nazis y los militaristas Tojo, sí, pero ellos no son el pueblo alemán ni el japonés. Más tarde Churchill concedió que había llevado el bombardeo al extremo, conducido por la pasión y la intensidad del conflicto11 . Un deber del hombre de Estado es no permitir que tales sentimientos, por naturales e inevitables que puedan ser, modifiquen el curso que un pueblo democrático debería seguir en busca de la paz. El estadista entiende que las relaciones con el enemigo actual tienen especial importancia porque, como he dicho, la guerra tiene que ser dirigida de forma abierta y pública de tal modo que haga posible una paz amistosa y duradera con el enemigo derrotado, y prepare a su pueblo respecto a cómo puede esperar que será tratado. Sus miedos presentes de ser sometidos a actos de venganza y retaliación tienen que ser apaciguados; los enemigos actuales tienen que ser vistos como socios en una paz futura justa y compartida.

Estos comentarios dejan en claro que, a mi juicio, los bombardeos a Hiroshima y otras ciudades japonesas fueron grandes males que, según los deberes del estadista, exigían ser evitados por parte de los líderes políticos en ausencia de una crisis excepcional. También creo que hubiera podido llevarse a cabo con un costo pequeño en víctimas adicionales. Una invasión era innecesaria en ese momento, ya que la guerra estaba efectivamente terminada. Sin embargo, si esto es o no verdad no representa ninguna diferencia. Sin la crisis excepcional, aquellos bombardeos eran grandes males. Está claro que una expresión articulada de los principios de la guerra justa introducidos en esa ocasión no habría alterado el resultado. Simplemente, era demasiado tarde. Un presidente o primer ministro tenía que haber considerado con cautela estas cuestiones, preferiblemente mucho antes, o al menos cuando tuviera el tiempo y la tranquilidad para pensar las cosas. Las reflexiones sobre la guerra justa no pueden ser escuchadas en el acontecer cotidiano, bajo las presiones de los hechos próximos al fin de las hostilidades; muchos están ansiosos e impacientes, y simplemente exhaustos.

De forma similar, la justificación de la democracia constitucional y el fundamento de los derechos y deberes que ella tiene que respetar deberían ser parte de la cultura política pública y discutirse en las numerosas asociaciones de la sociedad cívica como parte de la educación de todos. Esto no es evidente en el día a día de la política ordinaria, pero tiene que ser asumido como presupuesto, no como un asunto cotidiano de la política, excepto en circunstancias especiales. De la misma manera, no había suficiente comprensión previa de la importancia fundamental de los principios de la guerra justa para que su expresión pudiera haber bloqueado el atractivo del razonamiento de medios-fines en términos de cálculo de vidas, o del menor tiempo para el fin de la guerra, o de algún otro balance de costos y beneficios. Este razonamiento práctico justifica demasiado, de manera muy fácil, y proporciona una vía para que la fuerza dominante acalle cualquier preocupación moral que pueda surgir. Si los principios de la guerra son postulados en esa ocasión, suscitan fácilmente más consideraciones para ser tenidas en cuenta.

Otra falla de los líderes políticos fue no tratar de entrar en negociaciones con los japoneses antes de dar cualquier paso tan drástico como el bombardeo de ciudades o el bombardeo a Hiroshima. Un intento consciente era moralmente necesario. Como pueblo democrático, le debíamos eso al pueblo japonés -si se lo debíamos a su gobierno es otro asunto. Hubo discusiones en Japón durante algún tiempo sobre la forma de terminar la guerra, y el 26 de junio el gobierno había sido instruido por el Emperador para hacerlo12 . Seguramente se habían dado cuenta que con la armada destruida y las islas exteriores tomadas, la guerra estaba perdida. Cierto, los japoneses estaban engañados por la esperanza de que los rusos llegaran a ser sus aliados13 , pero las negociaciones son precisamente para despojar al otro bando de ilusiones de cualquier tipo. Un estadista no está exento de considerar que tales negociaciones puedan disminuir el valor del impacto de los ataques subsecuentes.

Truman fue en muchos sentidos un buen, y a veces un muy buen presidente. Pero la manera como terminó la guerra muestra que fracasó como estadista. Para él fue una oportunidad perdida, y una pérdida para el país, así como para sus fuerzas armadas. En algunas oportunidades se dice que cuestionar el bombardeo a Hiroshima es un insulto a las tropas estadounidenses que libraron la guerra. Es difícil entender esto. Deberíamos estar en condición de recapitular y considerar nuestras faltas después de cincuenta años. Esperamos que los alemanes y los japoneses hagan esto - "Vergangenheitsverarbeitung", como dicen los alemanes. ¿Por qué no deberíamos hacerlo nosotros? ¡No es posible que pensemos que libramos una guerra sin error moral!

Nada de esto cambia la responsabilidad de Alemania y Japón por la guerra ni por su conducta durante ella. Dos doctrinas nihilistas tienen que ser repudiadas enfáticamente. Una está expresada en el comentario de Sherman, "la guerra es el infierno", así que cualquier cosa es válida para terminarla tan pronto como se pueda. La otra dice que todos somos culpables y que no estamos en condiciones de culpar a ningún otro. Ambas ideas son superficiales y niegan todas las distinciones razonables; son invocadas falsamente para intentar excusar nuestra mala conducta o para argumentar que no podemos ser condenados.

El vacío moral de estos nihilismos está manifiesto en el hecho de que las sociedades civilizadas decentes y justas -sus instituciones y leyes, su vida civil y tradición cultural y sus costumbres- dependen absolutamente de hacer distinciones políticas y morales significativas en todas las situaciones. Ciertamente la guerra es una clase de infierno, ¿pero por qué debería esto suponer que cesen todas las distinciones morales? Y aún reconociendo también que algunas veces todos, o casi todos, pueden ser culpables en algún grado, esto no significa que todos lo son igualmente. Nunca hay un momento en el que estemos libres de todos los principios y restricciones políticas y morales. Estos nihilismos fingen estar libres de aquellos principios y restricciones que siempre aplican plenamente para nosotros.

 

Notas al pie

1 Algunas veces uso el término "pueblos" en el mismo sentido de naciones, especialmente cuando quiero contrastar pueblos con Estados y un aparato estatal.

2 Asumo que los pueblos democráticos no libran guerras entre sí. Existe considerable evidencia de esta importante idea. Ver la segunda parte del artículo de Michael Doyle (1983: 205-235, 323-353). Ver especialmente el resumen de la evidencia en la primera parte, pp. 206-232.

3 La responsabilidad de la guerra raramente recae en un solo bando, y esto tiene que aceptarse. Algunas manos sucias están más sucias que otras y algunas veces, incluso con manos sucias, un pueblo democrático debería tener el derecho y el deber de defenderse de otro bando. Esto es claro en la Segunda Guerra Mundial.

4 Aquí sigo a Michael Walzer (1977).

5 Debo la idea de estatus a las discusiones con Frances Kamm y Thomas Nagel.

6 Ver los comentarios de Churchill explicando el significado de "rendición incondicional" (1950).

7 Tengo que advertir que el equilibrio de intereses no está involucrado. Más aún, estamos ante una cuestión de juicio respecto a si se presentan ciertas circunstancias objetivas que constituyan la excepción de crisis extrema. Como sucede con cualquier concepto complejo, tal excepción es en cierto grado vaga. Si el concepto se aplica o no depende del juicio.

8 Sobre las protestas de Goebbels y otros, ver Allan Bullock (1952).

9 Para un relato de los hechos, ver David M. McCullough (1992) y Barton Bernstein (1995).

10 Ver (McCullough, 1992: 458) y el intercambio ente Truman y el senador Russell de Georgia en agosto de 1945.

11 Para una reflexión sobre Dresde, ver (Gilbert, 1988: 259).

12 Ver (Weinberg, 1994: 886-889).

13 Ver (Weinberg, 1994: 886).

 

Bibliografía

1. Bernstein, Barton (1995) "The Atomic Bombings Reconsidered". En: Foreign Affairs, 74 (jan. / feb.)

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2. Bullock, Allan (1952) Hitler: A Study in Tyranny. London: Oldham's Press. Vers. cast., (1984) Hitler: Estudio de una tiranía. Barcelona: Grijalbo.

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3. Churchill, Winston (1950) The Hinge of Fate. Boston: Houghton Mifflin.

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4. Doyle, Michael (1983) "Kant, Liberal Legacies, and Foreing Affairs". En: Philosophy and Public Affairs, 12 (sum. / aut.)

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5. Gilbert, Martin (1988) Winston Churchill: Never Despair. Boston: Houghton Mifflin.

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6. McCullough, David M. (1992) Truman. New York: Simon and Schuster.

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7. Walzer, Michael (1977) Just and Unjust Wars. New York: Basic Books. Vers. cast., (2001) Guerras justas e injustas. Barcelona: Paidós.

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8. Weinberg, Gerhard (1994) A World at Arms. Cambridge: Cambridge University Press. Vers. cast., (1995) Un mundo en armas. Barcelona: Grijalbo.

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