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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.6 no.10 Medellín Jan./June 2009

 

Reseña artística

Ethel Gilmour y su cielo azul

 

Imelda Ramírez

iramirez@eafit.edu.co

Cuando el pasado mes de septiembre la prensa local informó el fallecimiento de la artista Ethel Gilmour, el titular de la noticia decía, en un sentido figurado, que ella moraba en "su cielo azul"1 . La expresión obedece, quizá, al hecho de que para esta artista, nacida en el Sur de los Estados Unidos pero colombiana por amor, el cielo azul se había convertido en una metáfora rica en posibilidades poéticas.

Desde cuando se instaló en Colombia, en el año de 1971, y una vez retomó la pintura figurativa, luego de formarse en el Instituto Pratt de Nueva York, en la tradición del Expresionismo Abstracto, Ethel pintó, una y otra vez, las nubes blancas sobre el cielo azul. Las nubes, me imagino, fueron una de esas tantas figuras que le sirvieron para hacer la transición de la abstracción a la figuración: quizá, cuando ella pintaba éstas, y otras figuras similares, no hacía algo muy diferente a su pintura abstracta: moldeaba gestualmente el material blanco pastoso, ya en forma de nube, de oveja lanuda, o de ola espumeante al romperse en la playa. Si miramos con cuidado esos pequeños detalles de sus pinturas, podemos compararlos con unos cuadros expresionistas abstractos en miniatura. En ellos, al mismo tiempo, registramos lo mucho que disfrutaba pintándolos, así como la penetración y la agudeza que contienen.

Pero más allá de los aspectos materiales, su pintura es un rico legado poético de ideas sobre la vida y la muerte, sobre la fraternidad y el cuidado de uno, de los otros y de la tierra, y de reflexiones sobre la presencia del dolor y el sufrimiento en la vida cotidiana colombiana. Su pintura y su poesía me evocan las palabras de Heidegger cuando se refería al "habitar". Para este autor, los seres humanos -como mortales que somos- habitamos "en el modo" como somos capaces de cuidar la unidad conformada por la tierra, el cielo, "los divinos y los mortales"2 .

Cito las descripciones que hace el filósofo de los componentes de esta unidad, pues, para mí, hacen una bella resonancia con las imágenes de Ethel. Como parte indisociable de esa unidad, la tierra es, para este autor, "la que, sirviendo, sostiene; la que floreciendo da frutos; extendida en riscos y aguas, abriéndose en forma de plantas y animales". El cielo, entre otros aspectos, es "la luz y el crepúsculo del día, la oscuridad y la claridad de la noche, lo hospitalario y lo inhóspito del tiempo que hace, el paso de las nubes y el azul profundo del éter". Los "divinos", por su parte, son "los mensajeros de la divinidad que nos hacen señales. Desde el sagrado prevalecer de la divinidad aparece el Dios en su presente o se retira en su velamiento". Y ante ellos, estamos los habitantes de la tierra, que nos caracterizamos por ser mortales y por nuestra capacidad de hacer que nuestra muerte "sea una buena muerte". Habitamos, entonces, según el filósofo, en la medida en que recibimos, preservamos, dejamos ser y cuidamos esa unidad de la que hacemos parte, conformada por la tierra, el cielo, los divinos y los mortales.

En las imágenes de Ethel, por su parte, la tierra aparece plegada en sus montañas. De ella brotan geranios, guayacanes y san joaquines florecidos. La lluvia cae y lava su dolor ("Si hay dolor, deja que sea la lluvia", escribe en sus cuadros, siguiendo a Faulkner) y los animales queridos, a menudo, también lo contrarrestan. Su cielo azul está habitado por seres celestiales (los ángeles del Giotto, o Dios cuidando al mundo; aunque, a veces, esté dormido) y otros seres que ya murieron (sus pintores maestros, o su perro, llamado Nubes). Y abajo, en la tierra, los mortales se debaten su suerte, a veces a sangre y fuego, y otras, como en su caso, la suerte se gana cuidando "el mundo" en torno suyo, pero también el más distante, cuyos testimonios dolorosos fueron quedando registrados en el acompañamiento que les hizo desde la intimidad de su pintura (la compasión pensada como sufrir-con, como luchar-con3 ). En fin, su cielo azul aparece como un manto protector que reúne, consuela, acoge y cuida de todos.

Otras veces, el cielo azul de Ethel es sólo un concepto, una palabra de cinco letras, y un lugar imaginado para la memoria. Siendo aún muy joven, su sobrino David murió mientras estudiaba los delfines en el Mar del Norte. Ethel le rindió un homenaje: pintó su corta vida como una mariposa y su eternidad, como un lucero en una noche estrellada. Colocó el cuadro dentro de una urna de madera y cristal y, en su interior, introdujo un desfile de pequeños animales plásticos, como si fueran los guardianes de su memoria.

Mientras construía ese homenaje, se reía diciendo que se tomaría todo su tiempo para pintar las estrellas, siguiendo los pasos de una artista que vio por televisión, quien afirmaba haberse tardado veinte años pintando un cosmos. Pero el tiempo de Ethel era corto, y ese proyecto quedó abierto. Al mismo tiempo que trabaja en la construcción de aquel lugar para la memoria de David, y elaboraba el camino que le mostraba su enfermedad, Ethel fue produciendo otras metáforas que le sirvieran de acompañamiento. Entre ellas, nos legó la imagen del Guayacán florecido en el cielo azul, el cual, una vez sus hojas caen y mueren, florece generosamente, y revela la majestuosidad de su belleza.

Medellín, mayo de 2009

 

Notas al pie

1 John Saldarriaga, "Ethel ya está en su cielo azul", Medellín, El Colombiano, 24 de septiembre de 2008, disponible en, http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/ethel_ya_esta_en_su_cielo_azul/ethel_ya_esta_en_su_cielo_azul.asp, consultado en abril 2 de 2009.

2 Martin Heidegger, "Construir, Habitar, Pensar", La editorial virtual, Buenos Aires, 2004, disponible en http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Heidegger/Heidegger_ConstruirHabitarPensar.htm, consultado en abril 5 de 2009.

3 Paul Ricœur, Vivo hasta la muerte, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 41.

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