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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.7 no.12 Medellín Jan./June 2010

 

Reseña artística

 

Arquitecturas leves

 

 

Fredy Alzate Gómez*

fagomez@yahoo.com

*Magíster en Artes Plásticas y Visuales. Profesor de cátedra, Departamento de Humanidades, Universidad EAFIT.

 

Recibido: mayo 10 de 2010. Aprobado: mayo 28 de 2010


 

La forma relacional

Arquitecturas leves es un conjunto de elaboraciones en el ámbito de lo escultórico que constituyeron el trabajo de tesis de Maestría en Artes Visuales en la Universidad Nacional, sede Bogotá (2006) y que se complementó con nuevas obras a partir de procesos activados con los objetivos propuestos a la División de Investigaciones de la Universidad Nacional bajo el programa de apoyo a tesis de Maestría (2006-2007).

A partir de la pregunta por el lugar físico y por el lugar del deseo del individuo en la ciudad de Bogotá, bajo los conceptos de marginalidad y precariedad, el proyecto de investigación Arquitecturas leves pretende recuperar núcleos o sustratos de pensamiento que permitan expresar la inestabilidad, el equilibrio precario y, en general, la transitoriedad de la existencia a través de la relación centroperiferia, ser humano-hábitat en el marco de los entornos urbanos efímeros, cambiantes y confusos.

Teniendo como referente algunos barrios de invasión en el sur de la ciudad de Bogotá, se retoma la materialidad de la arquitectura de la supervivencia, para dimensionar la práctica artística desde valores contextuales. En medio del caos y la incertidumbre que puedo leer en los barrios espontáneos, lo que se dibuja es un lugar diferente al de la polis moderna, una antítesis que acusa, en su fragilidad, las características de un no-lugar. En medio de este panorama, el arte puede crear una pausa, establecer un intervalo, arar en el vacío, para proponer una dicotomía entre el lenguaje de la arquitectura tradicional, entendida como instrumento de medición y como conjunto de saberes destinados a organizar el tiempo y el espacio de la sociedad y una arquitectura producto ya no del ejercicio de proyección del espacio ideal habitacional, sino de la construcción casi a la deriva de espacios de supervivencia.

 

*

Durante seis años, trabajé como pintor. En ese momento, buscaba expresar el paisaje de la ciudad. Más tarde, cuando inicié el proyecto de la Maestría, abandoné las exclusividades disciplinares y, en adelante, la pintura, la gráfica o la escultura dejaron de ser entidades en las que me limitaría a explorar sus componentes. Fue así como adopté el modelo topográfico para activar estrategias investigativas y de producción de obra que permitieran inventar recorridos entre los signos que encontraba en la ciudad.

En la experiencia de la Maestría, cuando visité por primera vez algunos barrios de Ciudad Bolívar, tuve cierto extrañamiento, producto de una angustia generada por la manera como la ciudad asimila y normaliza las diferencias, por la forma como emerge la idea de centro y periferia y el establecimiento de códigos visuales, de expresión y comportamiento que, en suma, tienden a estratificar los grupos, facilitando su clasificación y la fijación de límites sociales y económicos.

La extrañeza, el reconocimiento de no ser iguales dentro de la misma ciudad, me exigió mirar el espacio desde la estética del fragmento, dando valor a cada particularidad desde sí misma, frente a la automatización del todo. Así, en las diferentes visitas de campo, la mirada y las intenciones estaban encaminadas a identificar puntos topológicos que me sirvieran como referentes de las relaciones transitorias y emocionales que los habitantes establecen con su entorno y con su territorio.

Las primeras imágenes que aparecen en los recorridos realizados en el barrio Casucha en Ciudad Bolívar expresaban un conjunto de identidades precarias, formas abiertas e inestables: los techos de varias casas, visibles desde zonas altas, exponían un inventario de objetos abyectos y materia heterogénea. La casa soporta en sus techos el peso indolente de ruinas y vestigios, pero, como en una contradicción de fuerzas, la materia extraña pisa los techos y evita la destrucción por efectos de la fuerza de lo natural.

Esta situación me cuestionó sobre cómo asumir la complejidad del mundo que nos rodea, evitando en lo posible reducir la experiencia de la realidad a principios excluyentes y esencialistas, para desarrollar propuestas que dan cabida a la paradoja, a la contradicción, a lo plural e indeterminado.

Sentí con esas imágenes que la piedra, elemento primigenio para la construcción de viviendas y de múltiples significaciones en la historia de la humanidad, asediaba la seguridad de quienes la habitaban. De esta manera, la idea de casa como contenedor que nos acoge de manera natural se presentaba como trampa. El techo se desploma, se precipita, es lo que hay que levantar para evitar el desmoronamiento de la casa.

Hileras de piedras en los techos me recordaron una práctica simbólica de poner montículos de piedras sobre cruces que marcan el lugar de muerte de un transeúnte en carreteras, en algunos cementerios y en lugares declarados campos santos por desastres naturales, como el barrio Villatina en Medellín, cubierto por un alud de tierra, y el pueblo de Armero, desaparecido por una avalancha de lodo. Lo que rezan las creencias populares es que, al ubicar una piedra más, se ayudará al descanso del alma del muerto.

La imagen de los techos y la idea de casa como trampa me llevaron a explorar estrategias en el proceso constructivo en el taller, para que las situaciones creadas, desde un principio intuitivo, relacionaran la piedra, la fundación, el lindero y la parcela. Lo frágil, lo duro, lo estable, lo flexible, la lucha diaria, la inestabilidad, lo perdurable, lo que está a punto… de caer o de permanecer. La suspensión, el equilibrio, la contradicción de las fuerzas. La testarudez. La interdependencia…

Derivado de estas observaciones, desarrollé una serie de instalaciones en las que cemento, tapia, pintura, ladrillo, vidrio o madera, como reductos de lo urbano, se configuraban como unidades con las cuales, dentro del proceso de construcción en el taller, parecían habitar una serie de verbos transitivos como elevar, permanecer, soportar, aguantar, construir o derrumbar, por la imagen expuesta de actividad y efecto.

Utilicé materiales de desecho, no en su condición de basura o residuo, sino todo lo contrario, en condición de sobrantes utilizados como soluciones espontáneas en lugares donde la urbanización precaria permite la reutilización de estos materiales.

Por ejemplo, en la instalación Arquitectura leve (2006), un largo tablón empotrado en la pared se dobla abatido por el peso de un apilamiento de escombros en el extremo suspendido en el centro del espacio. Con la suma de cada pieza, el tablón cede y se pone en riesgo la permanencia de la pequeña torre. Aparece la idea de columna que, en este caso, contradice su condición de metáfora y de símbolo de una cultura cimentada en lo estructural, donde resultan decisivos el orden y la seguridad, pues advierte estas elaboraciones, además de un caótico devenir, un ambiente de máxima inestabilidad.
La primera piedra, bendita; la segunda, esperanzadora; la tercera marcará el principio; la cuarta será sostén; la quinta dará tranquilidad, pero la altura de la sexta reclamará bases y la séptima quebrará la línea; la octava le apostará al equilibrio… en adelante, en espera de la fractura.
(F. A.)

 

**

Cuando las personas enfrentan la construcción de sus viviendas desde conocimientos empíricos, dejan expresado el accionar del bricoleur que, en el pensamiento de Lévi-Strauss, es el sujeto que se las arregla con lo que tiene a la mano y que evidencia las estrategias usadas por las personas para modificar la realidad, adaptarse a su medio y sobrevivir.

Apropié estos modos de resolver los problemas básicos, ornamentales o funcionales en los barrios de invasión para dar lugar a procesos escultóricos que configuraran obras capaces de ser vehículo para generar relaciones de sentido con otros territorios, disciplinas y modos de experimentar la realidad.

Como menciona Diego León Arango, en el catálogo de la exposición Leve (Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Bogotá, abril-marzo, 2007), al crear situaciones que revelan los estados de la materia y avivan la significación de los materiales el proyecto Arquitecturas leves hace visible algunas relaciones imperceptibles de los procesos constructivos cotidianos, dejándolos en un estado de apertura, aunque en la ambigüedad de sus tensiones y estados fluctuantes. Los elementos pierden su carácter funcional y se reconfirman en otros, también a-funcionales, pero dinámicos y significantes, complejamente imbricados con el espacio que los acoge y contribuye a su formulación.

 

***

Paralelamente a las esculturas e instalaciones, desarrollé la serie de pinturas Traza. El término alude a lo que se proyecta como diseño, a la forma de una persona o cosa y a la huella o vestigio que deja en su retirada.

La obra Parábola, acrílico sobre lona (40 x 40 cm) (2007), que pertenece a esta serie, presenta un conjunto de piezas que se articulan suspendidas en un espacio pictórico que no define territorio alguno. Así mismo, la obra Aparato, acrílico sobre lona (40 x 40 cm) (2008), hace parte de un conjunto de piezas que, como dice Diego León Arango en el catalogo de la exposición Traza (Quinta Galería, Bogotá, 2007), reivindican el estatus de un tiempo y un espacio congelados pero potentes, donde todavía las formas no se singularizan pero se presienten, las acciones no se desarrollan pero se intuyen; se trata de una zona media de indeterminación entre lo que ya no es y lo que puede llegar a ser.

Otra serie de pinturas que se relaciona con estas ideas es Tempo. Las obras Campamento y Temporal, ambas realizadas en acrílico sobre lona (40 x 40 cm) (2008), proponen parajes desolados donde el paisaje urbano se reconfigura a partir de imaginarios que enlazan prácticas constructivas de la vida cotidiana que, de alguna forma, resisten las estrategias reguladoras de una racionalidad que cada día deviene más instrumental.

Por último, me referiré a la obra Rizoma, acrílico sobre lona (110 x 80 cm) (2008). Esta pintura alude una extraña maraña de tubos expuestos que encontré sobre algunas calles de Ciudad Bolívar; conexiones que unen redes de distribución de agua con cada casa construida aleatoriamente sobre terrenos en proceso de urbanización. Un tramado caótico de tubería que se extiende visible y vulnerablemente por las calles, acusando demanda por la obtención de los servicios básicos para sus habitantes recién llegados. En esta pintura, al igual que en algunos objetos escultóricos, hago alusión a la metáfora botánica del rizoma, que proponen los filósofos Deleuze y Guattari, porque permite comprender los procesos de crecimiento urbano que no operan de manera lineal a pesar de naturalizarlos como representaciones de formas variables.

Para cerrar, valdría la pena señalar que cuando con fines analíticos se equipara a las ciudades con organismos, normalmente su crecimiento se sitúa en una falsa imagen. Por este motivo, uno de los objetivos del proyecto es trasladar el mundo objetual a un lugar en que se evidencie los vacíos que dejan las impuestas valoraciones de lo que es útil y relevante en nuestra sociedad, para nombrar las fisuras y los irresolutos presentes en la arquitectura de la supervivencia.

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