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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.7 no.13 Medellín July/Dec. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

GIRALDO RAMÍREZ, Jorge (editor académico) C. Betancur: Sobre política. (Artículos y fragmentos escogidos). Medellín: Universidad EAFIT, 2010. 307 pp.

Palabras para presentar un libro de Cayetano Betancur

 

 

Rubén Sierra Mejía


 

Sobre política (Artículos y fragmentos escogidos) reúne textos de Cayetano Betancur que nos presentan una faceta del escritor antioqueño a la que poca atención le hemos prestado sus lectores. La política, como lo señala Jorge Giraldo Ramírez, su compilador y prologuista, no era un tema que los filósofos colombianos hubieran sumado al corpus de sus referencias. Cuando en 1982, con ocasión su muerte, escribí un corto ensayo de homenaje, me ocupé de señalar los problemas filosóficos de su interés, de la orientación que le dio a su pensamiento, de sus maneras en el tratamiento de las cuestiones filosóficas, pero nada dije de sus escritos políticos. Simplemente los desdeñé como asuntos marginales. Mi acercamiento a su obra habían sido sus libros y artículos publicados en las revistas de mayor circulación en Colombia. Hoy puedo reconocer que aquel ensayo, si bien lo encuentro acertado en sus líneas generales, no ofrece un perfil completo de su carácter intelectual. La antología de Giraldo Ramírez me muestra que la política, como tema filosófico, fue una de sus ocupaciones constantes y fundamentales.

Conservador y católico, Betancur asumió los compromisos con su religión y con su partido. Pero ese compromiso no lo condujo a un acatamiento ciego de las doctrinas y las orientaciones de una y otro. Fue un filósofo en la acepción genuina de la palabra, y por lo tanto sus propios sentimientos y creencias, eran también susceptibles de examen, de buscar su sentido en las raíces del pensamiento, sin temor a que este proceso pusiera al descubierto sus debilidades. No es extraño, entonces, que se hubiese preguntado si es posible elaborar una filosofía católica a partir de la filosofía de Martin Heidegger, pues, nos dice, su analítica existencial "revela para muchos espíritus hondamente cristianos, las posibilidades de una nueva y profunda vinculación de la razón a la fe, respetando, en todo caso, la autonomía de esta última". Ni que considerara que la crítica de Nietzsche al cristianismo lo fue sólo del luteranismo sin que hubiese afectado a la versión católica. Son problemas, podemos suponer, de quien no quiere renunciar a su fe pero tampoco a las corrientes de pensamiento que le permitieran comprender el mundo actual. Estas especulaciones, aparentemente sin valor filosófico, tenían su razón de ser para una mentalidad religiosa como la suya: "…el cristianismo no es una ideología estática", afirma. Su renovación es por lo tanto necesaria, podemos concluir, para enfrentarse a ideologías capaces de poner en peligro su existencia, como para él el comunismo, en tanto que concepción del mundo.

Recuerdo este matiz de su pensamiento con el propósito de llamar la atención sobre el carácter de un intelectual dedicado a reflexionar sobre los problemas concernientes al hombre en su esencia y en sus circunstancias históricas, abierto a todas las posibilidades de especulación, sin intransigencias doctrinarias. Dueño de esas notas, sus ideas de naturaleza religiosa y política, respondían a su personal reflexión y al análisis de su propio mundo espiritual.

Perteneció a la generación que trajo a la vida cultural colombiana la filosofía contemporánea. En varios aspectos sus problemas eran comunes y coincidió con algunos de sus coetáneos en la orientación que dio a su pensamiento. Formados todos ellos en las escuelas de derecho de Colombia, en un momento en que el sistema jurídico de Hans Kelsen estaba en auge, la mayoría de nuestros filósofos sintieron la seducción del pesador austríaco. Betancur se ocupó de él en varias oportunidades y con diferentes propósitos. Pero desde muy temprano se apartó de su riguroso formalismo en dos aspectos: en la fundamentación misma del derecho al reconocer en éste, como base, el valor de la seguridad jurídica, y en la convicción de que no siempre es posible, para la solución de los problemas que el devenir histórico le presenta a la ciencia del derecho, una solución estrictamente jurídica sin recurrir a argumentos de naturaleza moral. "Como conservadores nos opusimos siempre, durante el régimen que precedió al trece de junio, a esa diaria invectiva del derecho positivo, para colocar por encima la ley moral, porque juzgábamos eminentemente peligroso el que se abriera camino la idea de que un país puede gobernarse con un derecho que no sea a la vez la expresión de altas normas éticas".

No obstante que Betancur participó en la introducción en nuestra cultura de la filosofía contemporánea, su trabajo filosófico establece una distancia que es digna de reconocer frente a sus contemporáneos: estos ignoraron una tradición colombiana, para la cual los movimientos filósofos tenían valor en cuanto sirvieran de herramientas para interpretar los problemas políticos y sociales del momento y se pudieran obtener de sus conclusiones posibilidades para una acción política. Un ejemplo puede servirnos para ilustrar la afirmación que acabo de hacer. Al finalizar el siglo XIX y comenzar el XX, el pensamiento de Herbert Spencer llegó a ser muy conocido por los colombianos, en particular por los de ideología liberal. Entre sus seguidores, Carlos Arturo Torres es quizás el más representativo. Con ocasión de la muerte del filósofo inglés, escribió Torres un ensayo de cierta extensión sobre el valor de su obra. Pero lo importante para una historia del specerismo en Colombia, no es este artículo sino lo que significó el pensamiento de Spencer para el trabajo personal del escritor colombiano. Esa influencia se la puede descubrir, sin mayor esfuerzo, en la lectura de Idola Fori. Sin embargo, debemos considerar este libro como una obra en la que su autor se propuso organizar sistemáticamente sus observaciones en la prensa colombiana sobre el comportamiento de los liberales que promovieron e hicieron después la guerra que conocemos con el apelativo de Mil Días. Fue el pensamiento evolucionista de Spencer, su insistencia en la carencia de ideas fijas en la historia de los partidos políticos, su negativa de conocimientos absolutamente ciertos, su creencia en la salud de la periódica división de los partidos, su principio de tolerancia; digo que fueron estos conceptos los que nutrieron sus colaboraciones periodísticas, las que escribió primero en La crónica, en la que combatió por igual al régimen de Miguel Antonio Caro y a quienes veían en la guerra la única manera eficaz de hacer la oposición, y después en El nuevo tiempo en busca de un entendimiento entre el gobierno de José Manuel Marroquín y los liberales alzados en armas. Herbert Spencer no fue, pues, un filósofo que hubiese nutrido de ideas a Carlos Arturo Torres para la escritura de su libro de filosofía política, Idola Fori, sino también y sobre todo quien le dio los instrumentos conceptuales y argumentativos para analizar el estado de intransigencia que no permitía un entendimiento entre los dos partidos tradicionales de Colombia.

Los filósofos colombianos del siglo XX, en cambio, buscaron situarse en el momento filosófico europeo y pensar los problemas que la historia de la disciplina les presentaba, como si estos fuesen el único corpus al que debían dedicar su estudio y su oficio de escritores. La actitud de Cayetano Betancur fue distinta: no sólo investigó los procesos filosóficos nacionales, sino que además supo recoger de la tradición a que me referí la tarea de interpretar aquellos fenómenos políticos que consideraba de interés para su estudio como filósofo.

Con el cometido de transplantar la filosofía contemporánea a Colombia, no se trató únicamente de una divulgación de sistemas nacidos y cultivados en otras latitudes. Más importante y de mayor calado en la cultura nacional fue la tarea de naturalizarla, de hacer de la filosofía una cosa nuestra, como lo son las otras manifestaciones de la cultura. Por supuesto que para esa tarea de naturalización se requería de una serie de unidades administrativas, como institutos, congresos y revistas especializadas, de programas, en fin, que permitiesen el cultivo continuado de la disciplina, con controles de nivel académico, con las posibilidades de crítica entre colegas, de divulgación de lo que allí se produjera. Betancur, participó activamente en esta tarea: a él se le debe la fundación de revistas, como Ideas y Valores, y el concurso en la creación de agrupaciones encaminadas al intercambio de opiniones, de conocimientos, de resultados provenientes del trabajo investigativo y del puro ejercicio de pensar. Reconoció, pues, una tradición local de hacer filosofía, pero también colaboró eficientemente en el programa de implantar la filosofía contemporánea en Colombia; de superar lo meramente circunstancial para estudiar los grandes temas filosóficos, con el único afán del aumento del saber por sí mismo.

En estas reflexiones a que me ha llevado la lectura del libro Sobre política, creo conveniente decir algunas palabras sobre la importancia que tienen los decenios de los cuarentas y cincuentas en el proceso de solidificación del trabajo filosófico. Fue una suerte que compartió con el resto de las ciencias sociales: historia, sociología, antropología, etc. Esos años nos sitúan en el momento de madurez de la generación que nació en las inmediaciones de 1920, sin duda la más importante, en todos los campos del saber social y de las artes, que produjo Colombia en el siglo pasado. Por primera vez Colombia contó con un grupo verdaderamente profesional en las ciencias sociales: quienes antes hacían este trabajo no tenían formación académica apropiada, afrontaban tareas para las que carecían de los instrumentos teóricos e incluso conceptuales necesarios, lo cual se refleja en su obra escrita, sin que le neguemos la importancia de ésta para una historia de nuestra cultura. Además de su trabajo investigativo, asumieron profesionalmente la misión de difundir la ciencia de su dominio, lo que tuvo como resultado la conformación, años más tarde, de comunidades científicas; y por último, los protagonistas de esta misión disponían de conocimientos actuales que confrontaban con la producción científica mundial, lo que tuvo como resultado que el pensamiento moderno se aclimatara en Colombia. Naturalmente la creación de instituciones, la aparición de nuevas áreas de estudios universitarios y, por consiguiente, de fuentes de trabajo para los nuevos profesionales, permitieron, en el caso de la filosofía, que esa generación pudiera producir una obra de naturaleza eminentemente académica.

A partir de entonces, podemos observar en la producción filosófica un proceso de asimilación constante, un trabajo de recepción que pertenece a la historia de la cultura más que al de la filosofía misma. En estudios como éste, el valor de la obra filosófica colombiana cede lugar a la importancia de la reseña o de las referencias del pensamiento europeo recibido. La fenomenología de Husserl es sin duda la corriente filosófica que más larga trayectoria muestra en Colombia durante los últimos decenios, y que aun se cultiva, cosa que no ha sucedido con otras corrientes o escuelas que llegaron en los mismos años. Pero, más allá de los testimonios de lectura presentes en obras nuestras que se inspiran en esta corriente filosófica, podemos hacernos una serie de preguntas, aparentemente insustanciales: ¿Por qué vías llegó la fenomenología a Colombia? ¿Cuáles fueron los primeros libros que sobre el tema conocieron los colombianos? ¿Quiénes los leyeron? Son peguntas relativamente fáciles de responder en el caso de la fenomenología. Sabemos al menos que uno de los primeros libros sobre el tema que llegaron a manos del lector colombiano fue El idealismo fenomenológico de Husserl, de Teodoro Celms, lo que de entrada crea expectativas sobre la manera como se comprendió, en los primeros años de su recepción, el pensamiento husserliano. Y, dentro de la misma propuesta de trabajo, no deja de ser significativo que Max Scheler fue uno de los fenomenólogos más leídos en la época, y que no fuese su obra sobre la sociología del saber sino aquella que versa sobre axiología la que llamó la atención de nuestros filósofos, entre ellos de Betancur.

El libro que presenta la Universidad EAFIT busca de alguna manera responder la pregunta de Betancur, implícita en los artículos que lo componen: ¿Qué es la política? La selección de los textos permite que el lector pueda captar los matices del pensamiento del escritor, un pensamiento que, como lo afirma Giraldo Ramírez en su prólogo, "a veces se traslapa con reflexiones jurídicas y sociológicas, o con estudios sobre obras y autores". Quiero subrayar que esos textos están dirigidos a dos públicos diferentes, al general, y al de sus colegas o académico, y que estos dos públicos exigieron el empleo de escrituras distintas que proporcionaran un mensaje comprensible a cada uno de los auditorios señalados. Esta fue una actitud deliberada en su oficio de escritor. Muy distante está la escritura de Bases para una lógica del pensamiento imperativo en relación con los artículos de prensa que recogen Sobre política. De una escritura rigurosa, sometida a un control conceptual y a un argumento impecable, cuando escribe para sus colegas, pasa a una escritura suelta, sin atenerse a los formalismos de los lenguajes especializados, a los tecnicismos o idiolectos, cuando decide escribir para un público lego, cuando busca incidir en la opinión pública. "La estructura de la Constitución" es una conferencia dictada en 1952, esto es, en la época en que estaba reunida la comisión encargada de redactar una nueva Carta que orientara el destino político de Colombia. En cuanto conferencia, estaba dirigida al público general, no al gremio de los juristas. El lenguaje que utiliza Betancur carece de obstáculos para el lector sin dominio de la ciencia jurídica. Por otra parte, no se propone el conferencista ofrecer una síntesis de lo que es una constitución política. El problema lo saca del campo de su especialización para situarlo en la historia moderna, para poder así ofrecer a la opinión pública su pensamiento de lo que debería ser una nueva constitución apropiada para que Colombia se adapte a los tiempos presentes. Las conclusiones parecen triviales, un simple lugar común: La Constitución de Colombia, dice en uno de los apartados finales, "ha de ser republicana porque todo en ella debe confluir al bien común. Y ha de ser democrática, porque todo hombre, cualquiera que sea su origen o clase social, puede aspirar a conocer y determinar ese bien común, en el ejercicio de los poderes del Estado". Pero el concepto de Betancur adquiere un sentido de exhortación si tenemos en cuenta que la dirección ideológica de quienes, en ese momento, redactaban la nueva Constitución de Colombia apuntaba hacia un estado corporativista con evidente debilitamiento del poder legislativo frente al Ejecutivo.

Esta doble finalidad de la escritura, nos permite afirmar, para concluir, que Cayetano Betancur representó en Colombia la imagen del filósofo moderno, del filósofo preocupado por los problemas que le plantea su mundo y su tiempo. No ha sido otra la conducta del filósofo europeo ni la del estadounidense. Aun en nuestros días la filosofía habla los dos lenguajes: el de la academia, para la comunicación entre el gremio, y el público con el que busca tener una incidencia en la opinión general. Un ejemplo que considero muy ilustrativo, lo encontramos en Kart Jaspers, un filósofo de recias maneras académicas en la exposición escrita de su pensamiento. Sin embargo, al terminar la Segunda Guerra Mundial, impartió en la Universidad de Heidelberg un curso sobre la culpa, curso en el que asume el papel de conciencia de una nación humillada, a la que los países vencedores señalaban como la única culpable de la tragedia por la que había atravesado una buena porción del mundo. Jaspers no abandona, en estas conferencias, la actitud filosófica, aunque su objetivo se aleja del problema de la culpa, en cuanto tema universal de la moral, la culpabilidad, para dirigirse a un problema de su momento. Mostrar a sus conciudadanos los principios para pensar su propia culpa y la del Estado alemán era la primera tarea para logar la comunicación perdida entre conciudadanos, con frecuencia entre padres e hijos.

El ejemplo de Jaspers es uno entre muchos de los que puede ofrecer la historia de la filosofía del siglo XX. Pero en Colombia, en la generación de que vengo hablando, sólo Cayetano Betancur muestra actitudes análogas a las del filósofo alemán. Hace un momento me referí a su conferencia sobre "La estructura de la constitución", que si bien no responde a una situación nacional como la que se vivía en Alemania en la época post-hitleriana, no se puede negar que en Colombia se esperaba con ansiedad y temor el proyecto de constitución que se estaba redactando bajo la orientación de Laureano Gómez. Para el mismo efecto, es también pertinente recordar el artículo "Un gobierno de Jure", en el que plantea el problema, desde la prensa colombiana, sobre la legitimidad del gobierno que se estableció en el país después de la caída de la dictadura del General Rojas Pinilla: una junta militar nombrada por quien tuvo que abandonar el poder presionado por la sociedad civil. Estas actitudes me autorizan a decir que Betancur es sin duda el filósofo de su generación con una obra que aun tiene interés para un diálogo con las más recientes generaciones colombianas. Dentro del grupo que lo acompañó en la tarea que he reseñado de la recepción de la filosofía, sin duda encontraremos otros integrantes con conocimientos más vastos y más sólidos de los momentos esenciales de la filosofía moderna, pero ninguno como Betancur asumió el estudio del saber filosófico como un instrumento conceptual para pensar problemas planteados por las circunstancias políticas y sociales.

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