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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.10 no.18 Medellín Jan./June 2013

 

DOSSIER

 

La investigación en comunicación: Los límites y limitantes del conocimiento*

 

Research in Communication: Knowledge limits and limitations

 

 

Sergio Roncallo-Dow **, Enrique Uribe-Jongbloed*** Isabel Calderón- Reyes****

** Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá-Colombia. Profesor Asistente, Facultad de Comunicación, Universidad de La Sabana, Bogotá-Colombia. sergioroncallo@hotmail.com

*** M.A. en Estudios de Patrimonio Cultural, Universidad Tecnológica de Brandemburgo en Cottbus-Alemania. Profesor Asistente, Facultad de Comunicación, Universidad de La Sabana, Bogotá-Colombia. enrique.uribe@unisabana.edu.co

**** Comunicadora Social, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá-Colombia. isabelcalderonreyes@gmail.com

 

Recibido: agosto 26 de 2012 | Aprobado: noviembre 16 de 2012

 


Resumen

Este artículo busca debatir las preguntas concernientes al campo de estudio de la comunicación, su objeto y el público objetivo de sus avances. Fuera de preguntarse sobre el qué y el porqué de la comunicación, cuestiona el rol de la medición bibliográfica como criterio suficiente para determinar la calidad de la investigación y propone abrir un debate público con los desarrollos investigativos del campo. El debate toma aspectos epistémicos del campo de estudio y confronta la visión positivista que limita actualmente las políticas gubernamentales sobre ciencia y tecnología. Finalmente se propone una visión más amplia de los problemas atinentes a la comunicación y se abren algunos interrogantes a propósito de la cienciometría como criterio de medición de calidad.

Palabras clave Comunicación, Investigación, Cienciometría, Revistas Científicas, Epistemología de la Comunicación


Abstract

This article seeks to debate questions regarding the field of studies of Communication, its subject matter, and the target audience for its advances. Beyond questioning the what and why of communication, it questions the role of bibliometrics as sufficient criteria to determine research quality, and proposes opening a public debate with the research advances of the field. The debate draws from epistemic aspects of the field of studies and criticizes the positivistic perspective currently embraced by national policies on science and technology. Finally, the article proposes a wider perspective on the issues relevant to communication and raises questions about scienciometry as quality criterion.

Key words Communication, Research, Scienciometry, Research Journals, Epistemology of Communication.


 

 

1. Investigar: ¿Qué?

[...] hay que bajar al viejo caos y sentirse a gusto en él

Wittgenstein

Posiblemente una de las preguntas que más dificultades causa hoy en el ámbito de la reflexión académica en ciencias humanas y sociales, tiene que ver con el status de la comunicación, su ubicación dentro de los campos problémicos actuales y, sobre todo, con la dificultad que implica pensar en qué consiste, propiamente, la investigación en comunicación. Con todo, el lugar que ocupa la comunicación en el debate no es para nada gratuito y no obedece a una moda o a alguna suerte de manierismo intelectual propio de nuestro tiempo; de hecho, es precisamente este lugar transversal el que ha obligado a otras ciencias sociales y humanas –con mucha más tradición y académicamente legitimadas– a repensar sus agendas y poner sobre la mesa problemas abiertamente atinentes a lo comunicacional.

A lo largo del siglo XX, pensadores como Heidegger (1997b), Wittgenstein (2001) y Gadamer (1997), desde la filosofía, y Luhmann (2000) desde una vertiente un tanto más sociológica –por mencionar tan solo estos cuatro– han mostrado suficientemente el papel que juega la comunicación en términos de un lugar de ligazón y concreción de los sentidos que dan como resultado ese todo que conocemos como entramado social. Más allá de la alabanza retórica que podría colegirse al pensar el problema de la comunicación desde la reflexión interdisciplinar, lo que sí resulta sintomático es el modo en que se han venido dando los acercamientos al problema y la manera en que lo comunicacional emerge en medio de un halo de opacidad. Esto evidencia su profunda densidad y su complejidad estructural que, con creces, disloca los tradicionales lugares que abrían un repertorio de certezas epistemológicas y nos obliga a dar al problema una mirada a) meta-mediática y b) desanclada del prejuicio positivista del objeto.

Desde estos dos asideros iniciales, queremos retomar el problema que acabamos de trazar: el lugar problémico central que ocupa hoy la comunicación. Veamos.

Esta centralidad está abierta, en una buena parte, por las preguntas que atraviesan hoy las miradas de los investigadores. Los interrogantes a propósito del sentido, de ciertos consumos culturales, de ciertos vectores de resistencia1 (tema recurrente en los Estudios Culturales, por ejemplo) abren el camino al reconocimiento de problemas que están explícitamente ligados a la comunicación y a los modos en que dan las formas de relación con el otro. Como ya señalara Heidegger (1997b), a propósito del hombre, el ser-ahí, Dasein, es siempre Mitdasein. Esto en tanto que ''el mundo del Dasein es un mundo en común (Mitwelt). El ser-en es un ser-con otros. El ser-en- sí intramundano de estos es la coexistencia (Mitdasein)'' (123). Esto implica entonces pensar la existencia como co-existencia: ser es ser-con, ser-con-el-otro. Si al hablar de los útiles Heidegger habla de ser como un estar a la mano, al hablar de los existentes humanos, se habla de un acompañar: el otro que me acompaña, precisamente desde el ser-con. Es por esto que el mundo del Dasein es un mundo del con, ser es ser-con-otros. Esta breve idea heideggeriana que hemos traído de Ser y Tiempo evidencia el carácter eminentemente comunicacional del hombre y los modos en que desde ese carácter se entreteje la relación con el otro.

Cuando hoy, poco menos de un siglo después de que Heidegger escribiera, nos encontramos con las preguntas que recorren la investigación en ciencias sociales y humanas parecería claro que la comunicación –y todos sus dilemas– lejos de haber quedado anclados en las discusiones culturológicas de los años ochenta y noventa, han abierto el camino para pensar en nuevos lugares de enunciación investigativa y en la necesidad de abrir el espectro del análisis propendiendo por lo que Dogan y Phare (1990) han llamado un conocimiento híbrido que se abre cada vez más camino en nuestro presente; un presente en el que la especialización absoluta cae en el anacronismo y en el que se propende, cada vez más, por la búsqueda –no simplemente discursiva– de la inter y la transdisciplinariedad, sobre todo en los estudios y la investigación en comunicación. Como ellos mismos lo recuerdan,

[l]a fragmentación de cada disciplina deja lagunas entre las especialidades, que se suman a las que produce la división de las ciencias sociales en disciplinas establecidas. A veces, la hibridación tiende puentes sobre esas lagunas y a veces las colma totalmente (Dogan & Phare, 1990: 65).

Éste es, muy probablemente, el panorama epistemológico de nuestro tiempo.

En este sentido, la investigación en comunicación se enfrenta, precisamente, a la necesidad de un re-conocimiento meta-mediático de su rango de acción que permita comprender las dinámicas densas que tienen lugar en los momentos de producción y concreción de los sentidos de lo social –lato sensu–. En épocas flexibles y reiteradamente llamadas hedonistas e individualistas (Lipovetsky, 2002, 2006), los modos en los que una sociedad se narra y establece su cosmovisión son cada vez más fragmentados y difusos. Los tejidos comunicativos se hacen cada vez más finos y los modos de codificación de lo real empiezan a responder a dinámicas más ancladas a las particularidades de los discursos que se localizan y se re-territorializan en medio de la globalización. En estos lugares están las oportunidades clave para la investigación en comunicación y a la vez, los grandes dilemas –epistemológicos y metodológicos– que deben enfrentarse.

En nuestros tiempos resulta clave abandonar ciertas posturas con las que la comunicación ha sido pensada desde las facultades, esto es, desde el discurso/ámbito académico. Uno de los puntos fundamentales tiene que ver con la necesidad de la formación de profesionales en comunicación dotados de un pensamiento crítico que les permita comprender la realidad a la que se enfrentarán una vez egresen y deban encarar un país que requiere ser pensado e investigado con unos anteojos que permitan captarlo en su totalidad y, sobre todo, que permitan comprender la multiplicidad de discursos que convergen en él. Esta necesidad pedagógica y formativa nos lleva al segundo de los puntos de toque que hemos anunciado líneas arriba: la renuncia al objeto en términos positivistas. Permítasenos aquí un breve rodeo.

Si aceptamos que el estudio de y la investigación en comunicación deben apostarse no sólo en el énfasis mediático sino, más ampliamente, en la pluralidad de las codificaciones que dan lugar al todo del entramado social, resulta clave repensar la idea misma del qué. En efecto, ya Martín-Barbero (1984) había sugerido –en un texto que hoy es un clásico– la necesidad de ''perder el objeto'' y enfatizó, precisamente, que lo que se requería era menos una teoría explicativa y más una postura reflexiva en la que la obsesión por el propio objeto despareciera en pos de una búsqueda, quizás más modesta, pero que diera un mayor rendimiento al campo mismo.2 Las palabras de Martín-Barbero, 28 años después, siguen vigentes:

Durante mucho tiempo hemos estado convencidos de que el gravísimo error era no tener una teoría que nos dijera con claridad qué es comunicación o, a nivel de la especificidad profesional, ¿qué diablos hace un comunicador? Yo diría que aunque parezca paradójico, durante estos últimos años tuvimos que perder la obsesión por el objeto propio, tuvimos que perder la obsesión positivista para acortar la especificidad de nuestro campo, para que pudiéramos empezar a escuchar en serio las voces que nos llegan de los procesos reales en los que la comunicación se produce en América Latina (1984: 18).

 

2. Investigar: ¿Para qué?

En efecto, hoy la pregunta por el objeto parecería experimentar una suerte de revival que estancaría las posibilidades de crecimiento de la comunicación como campo investigativo dentro de las ciencias sociales y humanas. Ha llegado el momento de comprender el hecho de que el problema no pasa por la legitimación del campo en el sentido del afincamiento objetual a una u otra certeza epistemológica y/o metodológica y que, de igual modo, tampoco tiene que ver con una suerte de redescubrimiento de un objeto propio que habría permanecido eclipsado por la presencia de epistemologías ''perturbadoras'' durante los últimos años. En términos estrictos, esta vez sí, la investigación en comunicación afronta el gran reto del desanclaje epistemológico y de los múltiples procesos osmóticos que atraviesan hoy la producción misma de conocimiento, y esto no sólo dentro del dominio de las ciencias sociales y humanas.

Un ejemplo nos aclarará esto último: pensemos en la relación entre ética y comunicación y el modo mismo en el que esta última debería ser re-pensada. La reflexión a propósito de la ética, necesaria y pertinente, requiere repensarse allende los límites de las ciencias sociales y humanas para afrontar los dilemas claves de una realidad en permanente recodificación como la que tenemos ante nosotros. En efecto, dominios científicos aparentemente tan claros como la biología –esto lo ha sugerido el artista brasileño Eduardo Kac (2008)– han dejado de pertenecer al ámbito de las ciencias de la vida para convertirse en ciencias de la información. Esto lo ha también señalado Donna Haraway (1995), quien sugiere cómo la biología ha pasado ''de ser una ciencia centrada en el organismo, entendido en términos funcionalistas, a una que estudia máquinas tecnológicas automatizadas, entendidas en términos de sistemas cibernéticos'' (73). Esta afirmación, problemática inicialmente, podría comprenderse, por ejemplo, a la luz de la aparición de ciertas herramientas de uso relativamente amplio como el software RaSmol que redefinen la escrituralidad misma de las estructuras moleculares y las hacen visibles. Éste es un punto clave en la medida en que evidencia la necesidad de diálogo entre las llamadas ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu, como lo indicara ya Habermas (2001), y sugiere relocalizar los focos de investigación precisamente en los lugares de intercambio. Si bien la academia –en el sentido más amplio del término– muchas veces ha tendido a mantener ciertas visiones feudales y autopoiéticas respecto de los dominios atientes a los objetos de investigación, un acercamiento como el que hemos pretendido ejemplificar aquí con Kac y Haraway nos muestra la importancia de retomar ciertas certezas desde nuevos lugares y con nuevas glosas. Si se quiere, lo que evidencia este punto a propósito de la biología es la necesidad de modificar nuestros juegos de lenguaje en el momento en el que hacemos investigación y ver cómo ''información'' y ''comunicación'' hoy co-existen al lado de ideas como las de ''ADN'' e ''ingeniería genética'' y cómo una idea fundamental como la de ética requiere ser puesta en juego con un glosario mucho más rico y variopinto, más polifónico, en el que el diálogo debe ser la apuesta fundamental: ¿Qué tipo de ética tenemos que pensar hoy? ¿Podemos estar por fuera de los debates que abren –por ejemplo– la biología y la neurociencia? ¿Nuestro diálogo debe apuntar solamente a buscar puntos tangenciales con otras ciencias sociales y humanas? ¿Permaneceremos anclados al debate mediático o, en el mejor de los casos, al culturalista?

No se trata sólo de readaptar el vocabulario existente a ''nuevas'' circunstancias técnicas, sino de ser capaces de ver que es la gramática de base la que cambia y, con ella, los modos mismos de codificación de la realidad. En especial, además, de repensar este aspecto desde la visión de otras escuelas no occidentales, como lo propone Gunaratne (2010) para la integración entre los estudios de la cibernética y la filosofía oriental.

De ahí que la apuesta por la ''pérdida del objeto'' no es un paso en falso hacia la dispersión del campo ni un juego de lenguaje que propende por la arbitrariedad. Por el contrario, lo que esto implica, 28 años después, es la constatación de que debemos repensarnos, en tanto academia, y salir de la cómoda certeza de un escenario/refugio al estilo de la caverna de Platón.

Así, tal como hemos señalado la necesidad de formar críticamente a quienes ingresan a las facultades de comunicación, es clave el asentamiento de una comunidad académica en la que sea el diálogo el que guíe las discusiones y los rumbos de investigación. Una comunidad que, como señala Esposito (2009), no debe pensarse en términos estrictamente positivos sino, más bien, como un modo de fractura de la uniformidad. Se hace absolutamente necesario un diálogo de saberes, de epistemes y de abordajes metodológicos; es necesario, de una vez por todas, empezar a oír lo que nuestros colegas y estudiantes tienen para decir abandonando los anteojos del prejuicio disciplinar y excesivamente positivista. Sobre una estela de esta índole debe ser pensada hoy la investigación en comunicación que sólo puede concertarse si hay una comunidad plural que facilite la continua reconstrucción y reinvención del campo. La comunidad, de nuevo, no es un agregado que constituya una mismidad, sino que se trata, más bien, de una conjunción de voces múltiples que puedan construir un mejor país porque, después de todo, una de las preguntas clave tiene que seguir siendo aquella que indaga por el sentido mismo del investigar: ¿Para qué investigamos?

Ciertamente, la investigación no puede estar desvinculada de la docencia ni ser pensada como una actividad-otra que ejercemos los profesores en los ratos en los que estamos fuera del aula. La concreción de esa comunidad polifónica tiene que ver no sólo con quienes estamos a un lado del aula sino, más bien, con la necesidad de involucrar a los estudiantes en el ejercicio reflexivo del pensar(se) y pensar su entorno, en el ejercicio del preguntar que, como nos lo recordara Heidegger (1997a), es la manera en la que se abren los caminos y en la que el mundo se des-oculta ante nuestros ojos. De este modo, una posibilidad inicial para contestar la pregunta apenas esbozada tiene que ver con la necesidad de una investigación que logre articular el todo de esa comunidad que converge en las facultades y, más ampliamente, en las universidades y que busque, diríamos con Heidegger, traer a la presencia aquello que permanecía oculto. Dos problemas se abren aquí entonces.

De un lado, la necesidad de desarrollar un tipo de investigación que nos permita pensar nuestra realidad y producir efectos sobre ella. La investigación transforma la realidad y, por ello, debemos articular nuevas glosas, menos binarias, que no escindan el hacer del pensar, la lexis de la praxis, y que nos permitan reflexionar desde una postura más holística y desde una gramática menos limitada que abra el camino a la fundamentación de nuevas epistemes. Retomando a Martín-Barbero (1984: 18): ''hay que llegar a la teoría pero desde los procesos, desde la opacidad, desde la ambigüedad de los procesos''. Por lo tanto, nosotros mismos somos quienes debemos encontrar un modo de descentrar –o incluso de des-occidentalizar– los estudios en comunicación, en particular, y en todas las ciencias sociales, porque si dejamos en manos de aquellos que controlan el conocimiento el ritmo de cambio, nos quedaremos esperando este giro epistemológico por mucho tiempo (Gunaratne, 2010).

Del otro, se hace necesario recuperar el componente heurístico de la investigación y retomar conciencia del deber que tenemos como investigadores. No se trata de emprender ''búsquedas'' de las que ya tenemos claras y concretas conclusiones. No se trata de legitimar aquello que sabemos de antemano, pues así no se produce efecto alguno sobre la realidad. Debemos evitar la endogamia que nos lleva a discutir lo mismo con los mismos, y atrevernos a romper los paradigmas y rendirnos ante las imposiciones de la moda científica. Las preguntas que involucran la comunicación son, desde su densidad, interrogantes que nos arrojan a la contingencia misma del comportamiento de los hombres y sus vicisitudes en la vida social; son interrogantes que nos obligan a volver la mirada al otro y que nos compelen, diría Ricoeur (2005), a reconocerlo, no a reducirlo a una categoría de análisis. Sólo si entendemos que se trata de producir efectos sobre lo real y de comprender los procesos cambiantes que componen eso real habremos entendido el sentido mismo del investigar. No se trata de producir por producir ni de publicar artículos sólo por la indexación o por los puntos que traen en el CvLac o el escalafón docente. Se trata de ser leídos, de hacer comunidad y de aprender a oírnos entre colegas, entre investigadores. Más allá de lograr simplemente un reconocimiento, la investigación debe propender por tener un efecto en la sociedad, en primer nivel mediante el diálogo colegial, y en segundo nivel, en la educación de futuros comunicadores, cuyo conocimiento se transferirá después a la sociedad en general.

Así, una investigación poiética y abierta a nuevos modos del decir y del hacer será el único instrumento efectivo para recomponer las gramáticas con las que, día a día, entramos a las aulas a dar clase. Si hoy enfrentamos un reto en comunicación es precisamente el de las gramáticas obsolescentes y, paradójicamente, el del lugar central que hemos empezado a ocupar en los abordajes que se hacen desde otras esferas de las ciencias sociales y humanas, e incluso en campos del saber supuestamente blindados de estas discusiones, como la biología y la neurociencia.

 

3. Investigar: ¿Mediciones y calidad?3

Tal como ha sido planteado hasta el momento, la motivación para la investigación debe centrarse en el interés por encontrar nuevos caminos y proveer a nuevas generaciones de herramientas críticas que les permitan abordar los contextos propios. En contraposición, el énfasis en el proceso de medición del conocimiento, bien sea a través de pruebas estandarizadas o por medio de puntajes otorgados a aquellas investigaciones más citadas, se convierte en un objetivo perverso en términos de construcción y difusión del conocimiento.

El deseo por tener escalas y niveles para medir el conocimiento, de modo que sea fácil argumentar si una institución o un académico posee mayor o menor productividad, reduce la realidad a lo contable, asumiendo que todo aquello que es real es necesariamente medible –en el mejor de los casos–, o que sólo lo medible es real, –en el peor de ellos. Este énfasis en la medición parece ignorar que la citación, rapidez de consulta, inclusión en las referencias, etc., no demuestran, por sí mismas, ningún avance intelectual. Cuando se conoce y se aprende el sistema, que privilegia la citación de material de su mismo repositorio del conocimiento, lo único que se hace es conformar –y confinar– el desarrollo intelectual, creativo y científico a los conceptos favorables de una estructura hegemónica predeterminada4.

En la actualidad, se asume que la publicación en revistas indexadas garantiza la calidad en las investigaciones. Se ha llegado a asimilar la equivalencia entre aquello que está indexado y aquello que es relevante y está bien hecho. Por supuesto, se trata de una relación proporcional directa: entre mejor indexada se encuentre la publicación, mayor calidad se espera de los artículos que allí aparecen.

Hay dos premisas complementarias que se articulan para que haya tanta confianza en la publicación e indexación académica. Las dos serán revisadas de manera independiente: la primera premisa es que todo aquello que se publica en las revistas científicas es de alta calidad y es relevante para el área del conocimiento que enmarcó la investigación; la segunda premisa es que las teorías y prácticas que no se traduce en este tipo de publicaciones carecen de valor científico.

a. Todo lo publicado es de alta calidad

Basadas en esta premisa, las revistas científicas aseguran, mediante sus sistemas de evaluación y control que aquello que publican es de alta calidad. Sin embargo, esto asume que su sistema de evaluación es siempre capaz de distinguir, sin lugar a dudas, la calidad de un trabajo. Esto no es tan simple. Aunque los sistemas de doble revisión ciega por medio de árbitros pretenden asegurar que los trabajos presentados cumplan con ciertos requisitos, no siempre asegura este sistema que aquello que sea presentado sea de alta calidad.

Permítasenos retomar uno de los ejemplos más representativos de esta falacia: el caso de la parodia realizada por Alan Sokal en 1996 (Sokal, 1996). El físico estadounidense se dirigió a la revista Social Text y envió una contribución que fue publicada en un número especial dedicado a los problemas de la ciencia en el ámbito sociopolítico. Aunque se trata de un ejemplo ya clásico, permítasenos recordarlo brevemente.

El artículo se llamaba ''Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica''5 y se trataba de una parodia. Sokal pretendía ridiculizar la forma de escribir de ciertos autores (en particular filósofos contemporáneos) que, en una muestra de cientificismo sin fundamentación, abusaban de los términos de las ciencias naturales sin conocer sus significados e implicaciones. Aunque se trataba de una parodia y el mismo Alan Sokal declaró, un poco después de la publicación del artículo, que su intención era poner en evidencia la ''vaciedad'' de discursos que han alcanzado la fama dentro de las comunidades académicas francesa y estadounidense (Bricmont & Sokal, 1999: 14), éste fue tomado en serio por los editores de la revista, quienes lo publicaron sin darse cuenta de que el autor estaba poniendo a prueba sus controles de calidad y sus criterios para la selección de contenidos6.

El problema que vislumbran no atañe únicamente a las ciencias sociales por defecto. Al contrario, es precisamente un problema con el cual los investigadores en ciencias sociales que, presas de un cientificismo afanoso, han tratado de competir con las ciencias exactas y han asumido que deben copiar sus métodos, su terminología y procurar ofrecer hallazgos similares. Esto tampoco quiere decir que no haya habido casos bochornosos en la publicación de ciencias exactas, sino que en el afán por validar su conocimiento, los científicos sociales han caído en el juego de apropiar, sin sentido, el uso de la terminología de las ciencias duras.

Aunque sería ambicioso pretender explicar por qué suceden cosas como éstas, sí se puede aventurar hipótesis, basadas en la comprensión del sistema que rige la producción editorial indexada. La presión para publicar puede llevar a los científicos a actuar de distintas formas. Cuando la publicación no es vista como un medio sino como un fin en sí mismo, el proceso de producción de conocimiento no busca ya dar cuenta de una realidad, sino caber dentro de los cánones aceptados de difusión.

Ya que las revistas científicas se convierten en el espacio necesario para la valoración de los académicos y la justificación de su modus vivendi, el énfasis por la calidad se ve suplantado por la necesidad de producción rápida y, al menos superficialmente, convincente.

b. Aquello que no es publicado en revistas científicas no es de calidad

Mientras las publicaciones científicas se llenan de peticiones de publicación de dudoso mérito, hay un enorme caudal de conocimiento que se queda por fuera del sistema. Las teorías y prácticas académicas que no se han hecho un lugar dentro del ámbito de las revistas indexadas son excluidas, arrinconadas y se les da un trato definitivamente distinto. Esta segunda premisa, resultante de la equivalencia artificialmente establecida entre la calidad y la indexación, hace tanto daño a la comunidad académica como la primera, que ya se puso sobre la mesa.

Santos Herceg (2010), un filósofo chileno, se preguntó sobre las opciones que tenían sus colegas para adaptarse a la tendencia de publicar en revistas indexadas y así conseguir los recursos necesarios para ejercer su profesión. Probablemente no hace falta decir que el resultado de su pesquisa fue desolador. Si él o alguno de sus colegas decidiera publicar sus textos en una revista que estuviera bien clasificada, lo más recomendable sería que, al menos, cambiara de idioma de publicación y no tratase de publicar en su propio país, por las siguientes razones:

1. No existía ninguna revista chilena especializada en filosofía que estuviera indexada en ISI7.

2. De las 141 revistas de filosofía que estaban indexadas en ISI, seis eran de España, y sólo dos eran de América Latina8: una de México y otra de Colombia.

3. En SciELO9 había una sola revista chilena especializada en filosofía: la Revista de Filosofía de la Universidad de Chile.

4. En el resto de América Latina, había en total 13 revistas de filosofía indexadas en SciELO.

Si éste es el caso para el campo de la filosofía en Chile, aunque por la exploración realizada por Santos Herceg se pueden extender sus conclusiones a América Latina, nos queda pendiente ver cuál es la situación en el campo de la comunicación.

Con el objetivo de ilustrar este punto y plantear las inquietudes que surgen de una investigación contextualizada en Colombia en el año 2012, desarrollamos un ejercicio parecido al que llevó a cabo Santos Herceg en Chile. En el portal de Internet de Publindex10 hemos realizado una búsqueda de las revistas de comunicación colombianas que están indexadas. Los resultados de la investigación están expresados en la siguiente tabla:

A todos los profesores colombianos de comunicación, a quienes sus universidades exigen productividad (entendida en el sentido que le da Colciencias, que es equivalente a publicación de sus trabajos en revistas indexadas) les toca competir por el espacio en estas cinco revistas. Pero el problema no acaba allí, porque estas cinco revistas, a su vez, están más interesadas en publicar los textos de los profesores, preferiblemente extranjeros, que ya tengan publicaciones en otros índices internacionales, quienes ya tienen mayor prestigio y unos indicadores bibliométricos favorables.

Aunque no existen datos exactos o concluyentes acerca del número de programas de comunicación que existen, Felafacs reconoce más de 200 facultades y escuelas de comunicación a nivel iberoamericano y en Colombia, solamente, enlista 54 programas12. Según datos del ICFES y del Ministerio de Educación Nacional en Colombia existen 86 programas de comunicación de carácter profesional registrados hasta noviembre de 2011. Bajo ninguna circunstancia se podría pensar que los profesores e investigadores de esas facultades apenas producen suficiente conocimiento para cinco revistas. No sólo es esto problemático en cuanto a espacio de divulgación científica para los profesores, sino que además plantea un problema sobre el destinatario final de la investigación. Si la investigación en comunicación en Colombia no es publicada en revistas científicas dentro del mismo país y en el mismo idioma mayoritario de éste, la pregunta pasa a si nuestra construcción de conocimiento debe nutrir nuestro propio desarrollo o el ajeno. En esto concordamos con Gavrilović (2009), quien sostiene que:

Publicar los resultados de las investigaciones de humanidades en un idioma extranjero, en un país en el cual grandes segmentos de la población tienen dificultad en el conocimiento de su propio idioma, hace que esos resultados sean inaccesibles para un público amplio, y hace que la existencia de las humanidades sea inútil, puesto que los resultados de estas disciplinas no son (o al menos no deberían ser) escritos exclusivamente para científicos de disciplinas iguales o cercanas (68).

Si el escrutinio de las revistas colombianas es desolador, aquel de las revistas internacionales tampoco ofrece mucha esperanza para los investigadores colombianos. En la actualidad se publican alrededor de 150 revistas indexadas de comunicación. Los grupos Sage Publications, de Estados Unidos, Taylor & Francis (Routledge), del Reino Unido, y Elsevier, de Holanda, dominan el escenario13. Journal Citation Reports, de Thomson Reuters, recoge en su catálogo 44 revistas de comunicación en inglés, en las que se observa una preeminencia de investigaciones cuantitativas y una preferencia por los artículos funcionalistas sobre artículos críticos. (Fernández Peña, 2007).

Estos hallazgos, que nos preocupan por cuanto constituyen un indicio más de lo que Gunaratne (2010: 474) denomina el oligopolio de las ciencias sociales por parte de los Estados Unidos y el Reino Unido, también suscitan otros apuntes y obligan a realizar una mirada crítica sobre el rol de las universidades y las revistas académicas colombianas, así como de Colciencias, en mantener sus exigencias de participación en índices internacionales como certezas de calidad.

En esta torpe competencia por demostrar numéricamente el desempeño del conocimiento los profesores colombianos el proceso es nefasto. Un joven profesor sin publicaciones tiene todo en su contra: 1. Hay pocas revistas en las cuáles publicar; 2. La mayoría de las revistas para publicar en el índice, exigen publicar en un idioma diferente al del profesor; 3. Las revistas existentes privilegian autores que ya hayan publicado en otras revistas del índice; 4. Los artículos aceptados se miden de acuerdo con la cantidad de citas que éstos hagan de otras publicaciones dentro del mismo índice; 5. El número de publicaciones del profesor dentro del índice determinará el acceso a financiación para futuros proyectos de investigación. Este proceso limita radicalmente la postulación de nuevas ideas y desarrollos que no provengan ya del mismo índice, y en el idioma de éste.

 

4. Las trampas de la cienciometría: el conocimiento como dominación

Habiendo desenmascarado la falacia de esas dos premisas –que todo lo publicado es de calidad, y que aquello no publicado en esos índices es irrelevante– nos preguntamos ahora si la construcción misma de estos espacios de conocimiento, no se transforma en una forma de control de la distribución de la información.

Si la sociedad actual es la sociedad de las redes estructurada sobre la sociedad del conocimiento (Castells, 1997), entonces la idea de organismos centrales administración del conocimiento a través de bases de datos, citación y referenciación, se convierten en profecías auto-cumplidas, donde se recopila el conocimiento que es transado y etiquetado como de alta calidad. En otras palabras, el sistema se convierte en el mensaje: estar reseñado en una de dichas bases de datos valida el conocimiento como aceptable, discutible, y a su vez controlable, dominable y, lo peor de todo, vendible. De este modo, la onda neoliberal logró que los ''negocios ya no sean sólo negocios y la ciencia no sea sólo ciencia: ambas esferas han sido ampliamente politizadas y comodificadas'' (Nwagwu, 2010: 232).

El absurdo llega hasta el punto que las exigencias de las revistas académicas ya incrustadas en estos cánones se transforman en demandas económicas para aquellos que desean publicar en ellas. No basta entonces con concentrar el conocimiento, sino que además quienes deben financiar la divulgación de los avances científicos son los mismos que los producen. Esto no sólo desincentiva la publicación de aquellos investigadores cuyos medios no están tan fácilmente disponibles, también promueve a que quienes dominan el sistema y tienen bolsillos profundos inunden con su material las revistas que ellos mismos, en una espiral de citaciones, se encargan de mantener.

Sobre su conducta –la de aquellos individuos y grupos que han descubierto la posibilidad de obtener enormes ganancias a costa de la publicación y divulgación de contenidos científicos–, en la cultura anglosajona se están dando cuestionamientos14. Elsevier, que ha hecho su negocio a costa de los presupuestos de las bibliotecas universitarias, ha sido protagonista en los medios de comunicación masivos en Europa y Estados Unidos por la mercantilización del saber que lleva a cabo. Esta mercantilización del saber ha alcanzado proporciones alarmantes, lo suficiente como para que la sociedad se atreva a cuestionar el monopolio que llevaba ejerciendo desde hacía años sin que nadie se preocupara por ello.

Ian Sample (2012) nos revela en su artículo para la versión electrónica de The Guardian que en el mes de abril de 2012, representantes de la Universidad de Harvard anunciaron públicamente que no seguirían comprando las publicaciones de Elsevier para sus bibliotecas. Es perentorio seguirle la pista a esta decisión y a esta iniciativa, que ponen sobre la mesa el debate y hacen que sea imposible pasar por alto el tema del lucro en el ámbito de la academia, pues:

esta movida extraordinaria lanza a una de las más ricas y prestigiosas instituciones al centro de un debate cada vez más candente sobre el acceso a los resultados de la investigación académica, gran parte de la cual es financiada por los [impuestos de los] contribuyentes (Sample, 2012).

Entre las personas que apoyan esta acción está Heather Joseph, directora de una organización internacional de bibliotecarios llamada Scholarly Publishing and Academic Resources Coalition. Sample (2012) la cita afirmando que éste es un buen momento para que otras universidades aprovechen el impulso y sigan el ejemplo de Harvard. Según Joseph, desde su organización, así como a través de otras herramientas, los bibliotecarios han estado llamando la atención sobre este problema, pero es más significativo lo que está sucediendo ahora: que quienes estructuren el debate sean los académicos, que son precisamente quienes producen y consumen el contenido de los artículos.

Por su parte, varios investigadores, siguiendo el liderazgo del académico británico Timothy Gowers (2012), ya se han pronunciado contra la explotación económica por parte de Elsevier y han tomado la determinación, en muchos casos, de no seguir publicando allí sus textos. Tampoco harán el trabajo de la evaluación de artículos.

Gowers, matemático e investigador de Cambridge, publicó en su blog una entrada en la que denunciaba la situación de abuso por parte de Elsevier (Garcia Donate, 2012; Jha, 2012a). Gowers (2012) planteó el problema desde varias aristas. En primer lugar, asegura que este grupo publica revistas de matemáticas de excelente calidad. Ahora bien, los precios que cobra por las suscripciones a dichas revistas son muy elevados. Como si fuera poco, pone en práctica un método de mercadeo, conocido como bundling en el ámbito anglosajón, que consiste en armar varios paquetes de revistas, de modo que si la biblioteca de una universidad o un grupo de investigadores desea tener acceso a una de las revistas, debe pagar suscripción a todo el paquete.

Se calcula que las utilidades de esta editorial son aproximadamente del 35% (Arnold – Cohn, 2012). Sin embargo, los procesos más importantes de la edición científica y académica, que son la revisión por pares y la adquisición de los artículos, le salen gratis a la editorial, pues es una regla que la revisión por pares no se paga, así como tampoco se acostumbra a pagar a los investigadores por sus productos de investigación, sino que se toma como algo que los científicos deben entregar, a cambio del reconocimiento que pueden obtener por la circulación de sus artículos en las revistas mejor posicionadas15.

Jha (2012a) reporta que como resultado de lo que hizo Gowers, apareció una iniciativa llamada The Cost of Knowledge. Sucedió porque uno de los lectores del blog, Tyler Neylon, que leyó la entrada – tan sólo un día después de que ésta hubiera sido publicada– creó una página web en la que todos los científicos y académicos que quieran pueden inscribirse y sumarse a la protesta. La página web es www.thecostofknowledge.com y allí aparece la lista de las personas que han firmado, llegando a 2000 en la primera semana y crece todos los días16 (Arnold – Cohn, 2012).

La preocupación no es sólo por los costos en términos estrictamente cuantitativos. Otro aspecto problemático es que unos pocos, que son dueños de editoriales, sean quienes deciden cómo se distribuye el conocimiento. El problema es entonces doble, pues ''esto no es sólo acerca del exorbitante costo las revistas académicas y el comportamiento de la industria que las publica. Es sobre el asunto mucho más profundo de cómo debería operar la ciencia en una sociedad democrática'' (Coles, 2012).

Winston Hide, quien fuera hasta el mes de mayo de 2012 editor asociado de la revista Genomics, publicada por Elsevier, renunció a su cargo el miércoles 16 de dicho mes. Él mismo nos explica en su contribución al blog Notes & Theories (Hide, 2012) que no soportó trabajar para una revista publicada por un grupo cuyas decisiones editoriales no coincidían con sus convicciones personales: ''no puedo trabajar más para un sistema que provee ganancias sólidas a la compañía editorial mientras le niega a colegas de los países en desarrollo acceso a los resultados de investigación'' (Hide, 2012).

Su situación era la siguiente: como director asociado de una de las revistas más prestigiosas de biomedicina, su trabajo consistía en revisar, evaluar (o mandar a evaluación por pares) y editar manuscritos que, en su gran mayoría, eran escritos por investigadores chinos. Le parecía francamente injusto que después de investigar, escribir y presentar su trabajo a las revistas, los investigadores chinos en sus universidades tuvieran que pagar cuotas astronómicas para estar al día con los hallazgos de los otros científicos que se desempeñaban en su área. Al dejar su puesto, Hide (2012) concluye: ''entonces preferiría dedicar el tiempo limitado que tengo disponible a una revista de acceso abierto que provee su trabajo sin costo para los investigadores que requieren con urgencia sus contenidos para mejorar su calidad de vida''.

La mercantilización del conocimiento actúa en detrimento de los ideales de cooperación que se tienen como ciertos en las comunidades científicas. ¿Cómo se puede trabajar? ¿Cómo se puede generar más conocimiento, si el acceso al conocimiento está restringido?

En nuestro segundo apartado nos preguntábamos sobre los receptores de los beneficios de la investigación, y considerábamos que los dos niveles, la comunidad académica –profesores y estudiantes–, y a través de estos últimos la sociedad entera, serían los destinatarios del conocimiento desarrollado y publicado. Sin embargo, los altos costos de suscripción llevan a que unos pocos puedan estar enterados de lo que pasa, y por lo tanto, a que sean menos quienes puedan disfrutar de los avances en el conocimiento. Moisés Wasserman, rector de la Universidad Nacional de Colombia entre 2006 y 2009, lo expresa en estas palabras: ''si la riqueza depende del conocimiento, y el conocimiento depende cada vez más de la riqueza, entraremos en una espiral que nos aleja a los dos mundos en forma creciente'' (Wasserman, 2012: 12).

Por eso una de las propuestas de Gunaratne (2010: 486) para salir de esta espiral es que se promuevan diferentes perspectivas de estudio ''iniciando revistas académicas de revisión por pares, preferiblemente con acceso gratuito en línea, y publicando libros con el respaldo de universidades fuera de los centros oligopólicos de ciencias sociales de occidente'', en clara contraposición a ceder ante la presión de incluirse en las bases de datos que sesgan, cierran y limitan la posibilidad del conocimiento a los ejes hegemónicos ya reconocidos.

Además de esto, otra alternativa es la creación de índices regionales (como SCielo en Latinoamérica) en distintos lugares del mundo, que busquen equilibrar un poco la balanza y sirvan de referencia para los procesos académicos locales (Nwagwu, 2010). Obviamente estos intentos ya han comenzado a dar frutos, y el movimiento contra-hegemónico del conocimiento ha logrado ostentar algunas victorias menores. Pero, al igual que en el caso de los medios minoritarios tratando de competir con los grandes conglomerados mediáticos (Evans, 2002: 324), cuando estos movimientos comienzan a despertar suficiente interés y apoyo nacional, o internacional, las fuerzas hegemónicas actúan con mayor dilación para avanzar sus intereses y prevenir la expansión de estas reacciones de base.

 

5. Democratizando el control de calidad

El hecho de que las revistas indexadas que constituyen el medio de comunicación al interior de las comunidades científicas hayan sido concebidas como publicaciones dirigidas a una audiencia reducida no debería hacerlas inmunes a un análisis realizado por fuera de sus ámbitos. Dado que la publicación en estas revistas guarda una relación con la legitimidad y el reconocimiento de las teorías y prácticas, y por lo tanto, con el reconocimiento al trabajo de los científicos, las normas que las rigen son un problema que atañe a la sociedad. Por lo menos, así debería ser. En primera instancia, ¿por qué no se puede someter la pertinencia de estas publicaciones a debates públicos? ¿Por qué, si Colciencias funciona con recursos públicos, no se pueden cuestionar sus criterios y prácticas de evaluación del conocimiento?

En una segunda instancia, ¿por qué sólo podemos enterarnos del trabajo que están llevando a cabo los científicos cuando éste se encuentra en la fase más adelantada?

Aquellos grupos, que Kuhn (2001) define como comunidades científicas y Crane (1969) como colegios invisibles, históricamente han estado separados del público. Es decir, se ha levantado una muralla entre el público amplio y una comunidad científica hermética. El argumento con el que se ha justificado la construcción de esta muralla ha sido la percepción de que el público general no entiende ni conoce de ciencia, ni siquiera si se trata de un público que está formándose –como los estudiantes universitarios– en determinadas materias o trabajando en estas materias pero al margen de las instituciones.

El problema es que detrás de esa muralla, los ''expertos'' (miembros del colegio invisible, de la comunidad científica) quedan blindados. No están expuestos ni son vulnerables. Además, su condición de expertos impide que se dispongan a oír las voces que vienen de afuera de sus círculos cerrados. El sistema está diseñado para que ellos sean quienes determinen si su trabajo tiene relevancia, pertinencia, y se corresponde con la realidad. Por otro lado, una dinámica más participativa estaría más cercana a una idea democrática de la ciencia y su comunicación. Esta es la noción de comunidad que habíamos planteado líneas arriba: un espacio de intercambio amplio, participativo y de composición heterogénea, tanto epistemológica como socialmente. Esta comunidad sería mayor garantía de calidad en el trabajo desarrollado por científicos que el sistema de revisión por pares.

En su propuesta de borrador para acabar el imperialismo académico Chandra Kant Raju (2012) apunta a considerar otro beneficio que resultaría de una mayor participación de distintos actores en el proceso de legitimación del conocimiento científico. Él aduce que:

el control de calidad, especialmente en una era digital (donde hay bajos costos asociados a la publicación), debería tomar idealmente la forma de un debate público post-publicación. Este tipo de debates puede ser promovido, por ejemplo, invitando comentarios por árbitros (y respuestas de los autores), dentro de un sistema como viXra. Los árbitros no gastarían más tiempo (si fueron sinceros en el viejo sistema) pero la calidad del debate mejoraría. Además, el hecho es que con las ideas novedosas, los árbitros tienden a equivocarse con frecuencia y, en este sistema, habría espacio para corregir esos errores (Raju, 2012: 5).

La idea es que si los conocimientos requieren de una revisión antes de su publicación, ¿por qué no aprovechar y llevar a cabo revisiones más incluyentes y heterogéneas? Ya no estamos en el siglo XIX. Cuando surgieron las revistas científicas, e incluso cuando se consolidaron, era inexistente o le faltaba desarrollo a la tecnología que pudiera permitir una mayor participación. En la actualidad sí es posible diseñar y poner a funcionar plataformas en las que los debates científicos puedan ser realmente exogámicos.

La urgencia de promover un modelo de recepción de las revistas científicas y académicas en el que se le dé importancia a la retroalimentación y a las lecturas hechas por individuos de distintos niveles de experticia en los temas nos lleva de nuevo a un punto mencionado anteriormente. El fomento de los procesos de lectura y escritura no puede seguir siendo un tema de segundo orden; ni en el ámbito de la ciencia ni en el ámbito de la comunicación. Mientras lo siga siendo, las condiciones en las que se generan y transmiten el conocimiento y el aprendizaje seguirán siendo policivas.

Las alternativas están disponibles y hay esfuerzos por democratizar el acceso al conocimiento y la retroalimentación sobre el mismo. El desarrollo acelerado de la tecnología, así como las transformaciones del mundo editorial, dan para que se puedan conducir estas situaciones de otra manera. Cameron Neylon, un biofísico que trabaja desde julio del 2012 en una editorial dispuesta a ofrecer acceso abierto, conocida como la biblioteca pública de ciencia (Public Library of Science), se mostró esperanzado con respecto a esto afirmando que:

si miras la forma en que funciona la red y qué causa diseminación efectiva en la red, queda claro que los contenidos abiertos se esparcen más allá, tienen más influencia, son usados de más formas, que lo que pudieron imaginar aquellos que los escribieron (Neylon, citado en Jha, 2012b).

 

6. ¿Hacia dónde?

Al comienzo de nuestro texto nos preguntamos sobre el objeto y el objetivo de estudio de la comunicación: el qué y el para qué. Parte del problema que hemos esbozado proviene de adoptar una posición excesivamente positivista que exige la presencia de un objeto concreto (vg. medible) para poder darle valor al estudio de la comunicación, y que además asume que el propósito de su estudio es la producción de un conocimiento cerrado y cernido sobre los académicos especialistas. Esta posición positivista, que aboga por la disciplinariedad cerrada y por la objetivación desmedida, no da cuenta de un proceso social que depende en una buena parte de subjetividades, y que incluye no sólo a los académicos como potenciales receptores del conocimiento, sino a toda la sociedad. Más ampliamente lo que proponemos es una visión panorámica que, allende el objeto, permita poner sobre la mesa las preguntas densas y opacas que trae consigo la comunicación y que los investigadores en esta área reiteradamente hemos evadido. Proponemos un diálogo que consolide una comunidad que pueda ver más allá de sus propios anteojos y que no se refugie en las pocas certezas que se han legitimado desde nuestra visión limitada –muchas veces feudal– de la comunicación como campo de estudio.

Vemos entonces como esta objetivación del conocimiento se transforma, a su vez, en un interés directo por la cuantificación de la producción intelectual, y cierra el debate académico sobre el eje de la publicación en revistas indexadas como marcador (para Colciencias único) del desempeño académico de un profesor-investigador. El conocimiento, lejos de contribuir al afianzamiento de una comunidad se convierte en un dispositivo de dominación/control en el que los criterios de calidad académica quedan eclipsados por lógicas de otra índole.

Como se mostró en las páginas anteriores, la falacia de la calidad respaldada por estos medidores es clara. La cienciometría, una herramienta que sirve para medir la ciencia, ha recibido una importancia desbordada en los últimos años. En el afán por reducir a números computables la labor académica-investigativa más compleja en el ámbito social, se ha asumido que conocimiento es sólo aquello que puede ser inscrito en ciertos cánones que, como hemos sugerido, no son automáticamente pruebas de calidad, ni mucho menos de relevancia temática.

El qué se estudia cuando se habla de comunicación, y el para qué se estudia, queda entonces confinado a lo que esas publicaciones consideren relevante o actual. Siendo así, el debate no es siquiera epistémico sino pragmático, y el destino final de la investigación deja de ser el grupo social amplio de la conexión bidireccional investigador-estudiantes-sociedad y se convierte en el círculo investigador- revista-investigador que excluye del debate a la sociedad misma que es el fundamento de estas ciencias.

No decimos que las revistas no sean útiles, ni que la producción que en ellas se encuentra no representa los avances en el campo, pero nos negamos a aceptar que sean las únicas discusiones o, mucho peor, que sólo la publicación en éstas determine la calidad de los investigadores.

 


Notas al pie

* Este artículo procede parcialmente de la investigación Límites de la identidad en la modernidad tardía: Reconfiguración de los mitos modernos y la vigencia de los meta-discursos, COM- 53-2011, del grupo de investigación Cultura Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana. El proyecto es financiado por el Fondo Patrimonial para la Investigación de la misma universidad y tiene una duración de dos años.

1 Por cuestiones de espacio y por las pretensiones mismas de este escrito, no podemos detenernos aquí más a fondo en este punto. Para una relación de la multiplicidad temática que emerge entorno a la investigación en comunicación puede consultarle el trabajo de José Miguel Pereira (1998). Este trabajo se ha actualizado en: Pereira (2001) y Santos & Pereira (2008).

2 Ver también la presentación de Marques de Melo (1994) sobre los retos para la investigación en comunicación en América Latina.

3 Algunos apartes de este acápite son discutidos con mayor detalle por Calderón-Reyes (2012).

4 Este es un problema que afecta todas las áreas del conocimiento, desde la filosofía (ver Santos Herceg, 2010) hasta la neurología infantil (ver Brumback, 2009), y a todos los continentes (ver Nwagwu, 2010).

5 Originalmente, ''Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity''

6 En la introducción al mismo texto, Bricmont y Sokal nos explicitan su intención: ''Seamos claros. No pretendemos atacar a la filosofía, las humanidades o las ciencias sociales en general; al contrario, consideramos que dichos campos son de la mayor importancia y queremos poner en guardia a quienes trabajan en ellos y, muy especialmente, a los estudiantes frente a algunos casos manifiestos de charlatanería. Concretamente queremos <<deconstruir>> la reputación que tienen varios textos de ser difíciles porque las ideas que exponen son muy profundas. En la mayoría de los casos demostraremos que, si parecen incomprensibles, es por la sencilla razón de que no quieren decir nada''. (Bricmont & Sokal, 1999: 23).

7 La sigla ISI se refiere al Instituto de Ciencias de la Información de Filadelfia (Information Sciences Institute). Este ente fue creado en 1955 por Eugene Garfield, un investigador destacado y pionero en el campo de la cienciometría. ISI tuvo una larga trayectoria publicando y ofreciendo una serie de productos utilizados a la hora de realizar estudios bibliométricos. Elaboró bases de datos de revistas científicas y académicas: la base de datos llamada SCI (Science Citation Index), que se ocupa de escalafonar las publicaciones sobre ciencia y tecnología, y la Revista de Reporte de Citaciones (Journal Citation Reports), una lista anual de revistas en relación con su factor de impacto, un concepto que se explicará en breve. Sus bases de datos cubren más de siete mil revistas de casi todas las áreas del conocimiento. En general, se considera que las revistas escalafonadas por ISI están entre las mejores del mundo de sus respectivas especialidades. Thomson Reuters Web of Knowledge (en siglas: WOK) es una plataforma que compró los productos de ISI, de modo que ahora el Journal Citation Reports aparece asociado a su nombre.

8 Hay 4 brasileñas pero el idioma actúa como limitante, dificultándole la publicación a los científicos hispanoamericanos.

9 SciELO es una Biblioteca Científica Electrónica en Línea de la Fundación para el Apoyo a la Investigación del Estado de São Paulo, Brasil (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo - FAPESP) y del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (BIREME). La sigla SciELO se explica por el nombre de la biblioteca en inglés: Scientific Electronic Library Online.

10 Publindex es el sistema de indización nacional que clasifica las revistas científicas en 4 categorías. De mayor a menor estas categorías son A1, A2, B, C.

11 Esta tabla fue realizada por los autores con base en los resultados obtenidos en la búsqueda de revistas colombianas de Comunicación indexadas. Se usó el buscador del portal de Publindex http://scienti.colciencias.gov.co:8084/publindex/EnArticulo/busqueda.do el 7 de julio del 2012.

12 La información se obtuvo en el portal de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Se puede consultar aquí: http:// felafacs.org/seccioneswww./colombia/

13 Otras importantes son: Lawrence Erlbaum y Blackwell Publishing. Entre las editoriales vinculadas a Universidades destaca Oxford University Press.

14 Las casas editoriales más grandes en el ámbito de las revistas científicas son Elsevier, Springer y Wiley, que son dueñas de más de veinte mil revistas científicas (Jha, 2012a).


 

 

Referencias

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