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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.10 no.19 Medellín July/Dec. 2013

 

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

 

Pécaut, Daniel. La experiencia de la violencia: Los desafíos del relato y la memoria. Medellín, La Carreta Editores E.E., 2013.

 

 

Saúl H. Echavarría Y.

Universidad EAFIT, Medellín. syepes@eafit.edu.co

 

¿Es posible que una sociedad como la colombiana pueda unificar en un relato la experiencia de violencia que ha vivido en los últimos 60 años? La respuesta ciertamente negativa que tiene tal pregunta es el hilo con el que el profesor e investigador Daniel Pécaut, uno de los más serios y dedicados investigadores sobre la sociedad colombiana contemporánea, teje los argumentos en este libro que ahora ve la luz en la páginas editadas por la Carreta Editores.

El texto cuenta con cinco capítulos –dos de los cuales son inéditos–, todos producidos en los últimos 15 años y con la vista siempre atenta a los cambios más leves de nuestro conflicto, así como también a las grandes transformaciones que permiten multiplicar las visiones y que nos llevarían a hablar de diversos conflictos, o bien de uno solo bajo muchísimos matices, tantos como la disciplina del observador pretenda o mejor, y manteniendo una clásica metáfora del autor mismo, como las multiformes y variables imágenes que se le presentan al observador de un caleidoscopio.

El despliegue de una amplia red de conceptos sociológicos, políticos, lingüísticos, históricos, incluso psicológicos, dan forma a un discurso sumamente coherente sobre un ámbito problemático cruzado por la incoherencia. La ''realidad'' desde sus múltiples construcciones va dejando sujetos desarticulados, espacios vacíos, tiempos inertes.

La violencia es el tema. Pero más que el conjunto de hechos concretos que puedan caber bajo ese sustantivo tan abstracto, tan volátil, tan colombiano, La Violencia –con mayúscula y en singular– es el tema que se hace problema a lo largo de los capítulos del texto. Desde la obsesión de muchos colombianos por hacer de La Violencia un ente cuasi-natural, una entidad mítica omnipresente que explicaría nuestra cotidianidad, hasta la acción de muchos actores que da cuenta por el contrario de una banalización plena de la agresión, que se ejecuta racional, premeditada y maquinalmente, el texto le abre al lector vías llenas de sentido para contemplar la vorágine de nuestro tiempo.

La historia o las historias, el relato o los relatos, la memoria o las memorias, la experiencia o las experiencias, son algunos de los pares problemáticos en los que se encuadra un discurso con pretensiones de construir una identidad que se muestra siempre esquiva y efímera. La condición del ''otro'' es tan circunstancial como los relatos mismos, y la imposibilidad de mantener con alguna consistencia la distinción política ''amigo-enemigo'' hace que la condición de un ''nosotros'' sea tan vaga como la posibilidad misma de hablar de una sociedad, en singular.

El texto del profesor Pécaut es abundante en información, bien trazado en su estructura, rico en categorías de análisis, sugestivo en la interpretación, y brillante en muchas de sus anticipaciones. Son cinco artículos, escritos en cuatro momentos distintos de nuestra historia reciente, los que componen al texto; Pero es un texto. El primero de los capítulos ''Pasado, presente y futuro de la violencia'' es, de un lado, el eje articulador de la obra y es el que le da forma y contenido a los siguientes; pero, por otro lado, establece con el último capítulo ''Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible'' un puente hermenéutico comprensivo que deja clara la posición del autor tanto sobre la triplicidad del tiempo en la que puede leerse nuestro conflicto, como la triple imposibilidad de aprehenderlo, por la exorbitante complejidad con la que los colombianos lo hemos nutrido.

Para Kant, el espacio y el tiempo son condiciones a priori de la posibilidad de la experiencia. Para Pécaut, pace Kant, la posibilidad de que la sociedad colombiana pueda construir un relato, o pueda tener en su inventario una experiencia de los últimos cincuenta años, es imposibilitada porque no cuenta con un tiempo, sino muchas temporalidades; ni con un espacio, pues esta categoría ha sido múltiplemente modificada tanto por los agentes (Pécaut dice ''actores'') como por los pacientes del conflicto. La imposibilidad de la experiencia es la imposibilidad del sujeto. No contamos con un sujeto espacio-temporalmente determinado capaz de reconstruir lo vivido al modo de una experiencia. El acontecimiento acaso es narrable, pero la sucesión de los acontecimientos, le quita a cada uno su carácter excepcional y los deja sumidos en una serie indistinta de meras acciones sin agentes diferenciables, sin consecuencias precisas y sobre todo sin la posibilidad de asignar responsabilidades.

La memoria, incluso la individual, le es negada al individuo que obligado a migrar ininterrumpidamente a través de los espacios más disímiles. Es muy atinado el ejemplo del capítulo 2: el individuo que antes era un sujeto participante de una estructura social; luego, es el colono valiente que valora su tierra; después el individuo atemorizado que intenta mantenerse en medio de las coacciones; y por último, el desplazado que ya no tiene posesión sobre nada, ni siquiera sobre su sí mismo, pues ya no lo puede narrar con sentido de propiedad. Ese 'yo' que en un ahora cuenta la historia es nada más que un sujeto gramatical, pues ni los espacios habitados a su pesar ni los múltiples tiempos cruzados le permiten configurar una unidad de vida que pueda llamarse experiencia.

Este carácter multiforme que tiene que adoptar el paciente (pero también, aunque en disposiciones distintas y correlativas, el agente) del conflicto en Colombia, es una de las signos que con mayor fortuna atribuye el profesor Pécaut a nuestra historia de violencia. La Violencia en Colombia es multiforme, proteica, cambiante y, sin embargo, los colombianos, la vemos como la misma. Hablamos de La Violencia en mayúsculas, como si fuera un ente natural, o metafísico, en todo caso omnipresente, un ente capaz de hacer cosas y a cuyas acciones atribuimos la responsabilidad de nuestra realidad, y de una fuerza tal que ante ella no podemos sino resignarnos y esperar cada día una nueva manifestación de su naturaleza destructiva, que tendrá lugar a través de entes anónimos, a los cuales previamente ya les hemos quitado responsabilidad o que finalmente no nos importará.

La construcción metafórica de la visión caleidoscópica de nuestra historia violenta vuelve a aparecer aquí como una de las más afortunadas categorías interpretativas del profesor Pécaut. En el caleidoscopio aleatoriamente se combinan los siguientes elementos: en los años cincuenta, un fenómeno violento entre amplios sectores de la población más humilde, acaudillados por las élites de los dos partidos políticos; un momento posterior, entre los años 60 y 70, de conflictividad entre movimientos de guerrillas, principalmente pobres pero movidas por la tensión ideológica comunista, y un Estado, asegurado ya por las élites, enteramente opuesto a las reformas sociales, y ausente en gran parte del territorio nacional. Hasta ahora llevamos cuatro elementos en el visor. El número se complejizará: En los 80, el narcotráfico ingresa en el visor con sus propias fuerzas, pero con sus riquezas modificará tanto la naturaleza de los actores ya existentes, como las relaciones entre ellos. Los Narcos se enfrentan militarmente al Estado, el estado los ataca, pero también recibe de ellos su dinero. El Estado crea cuerpos de fuerza para perseguirlos, pero hasta los máximos órdenes institucionales están en deuda con los narcotraficantes. Los narcos les pagan protección a las guerrillas, pero también las combaten con su propia fuerza, y también con algunas fuerzas del estado que han sido cooptadas por el narcotráfico (6). Además crean las bandas sicariales que permiten la defensa de los emporios de droga en las ciudades. En los años 90, aparecerán con fuerza propia las organizaciones que son el resultado de la mixtura entre dinero de los narcotraficantes, algunas fuerzas del Estado y las bandas sicariales, los paramilitares, pero ninguno de los contribuyentes desaparece, sino que siguen existiendo vinculados a través de distintas redes tanto con los antiguos como con los nuevos actores.

Para ver las redes operando, añadamos una capa más al visor del caleidoscopio. En esta capa están los actores de acuerdo al modo como se modifican de acuerdo a su relación con la economía ilegal. Las guerrillas pasan a ser actores económicos, enfrentados a los paramilitares por el dominio de los territorios cultivados. Pero ambos tienen un alto grado de cooperación cuando se trata de llevar el producto a las redes de comercialización. Las bandas sicariales prestan sus servicios de transporte a unos y otros, pero también tienen negocios propios tanto de narcotráfico como de ajusticiamiento para los enemigos propios, de la guerrilla o de los paramilitares o del Estado. El Estado mismo se ve cruzado por el enorme poder corruptor del narcotráfico, y el límite entre la economía legal y la ilegal se hace definitivamente borroso en sectores como el de la agricultura industrial, la ganadería, la construcción o el sector financiero, los cuales no pueden renunciar a hacer uso de los enormes capitales derivados de las drogas. La economía de la violencia aumentará su volumen de los negocios con mucha fuerza a finales de los 90 con la entrada en operación del sector minero. En la primera década del siglo XXI, asistimos a la desaparición formal de uno de los actores, los paramilitares, los cuales dejan su espacio para unas fuerzas ella mismas multiformes y terriblemente combativas entre sí, las llamadas bandas criminales, que establecen el mismo tipo de relaciones con todas las fuerzas previas, pero añadiendo un grado más de violencia.

Sé que esta rápida reconstrucción del caleidoscopio del profesor Pécaut hecha por mí es pobre y torpe; sin embargo los invito a mirar cada una de las imágenes que con estos pocos elementos se pueden armar para que entiendan la dimensión de lo sugerido por este profundo investigador de la realidad colombiana. La Violencia no es un ente natural que vaya escribiendo la historia de Colombia. Son múltiples actores que al mismo tiempo que permanecen, dan lugar a nuevas versiones suyas en las cuales no se reconocen, y con los cuales establecen todo tipo de relaciones, intentando cada uno conservar un espacio de poder alrededor de cierto tipo de recursos.

En estas condiciones de la violencia transida por la economía ilegal, ''la apelación a lo político pierde toda pertinencia''. De esta afirmación quisiera derivar dos breves consideraciones adicionales sobre dos momentos del texto que hoy estamos presentando: Una sobre un elemento común a la imposibilidad de una opinión publica fuerte en Colombia, y la otra sobre las anticipaciones que hizo el profesor Pécaut en su texto de 1996, sobre lo que ahora sucede.

Las FARC saben que siempre ''son ellas las que salen perdiendo cuando tratan de comprometerse, incluso parcialmente, con los manejos políticos'' (p. 110). Es iluminador el abordaje de las causas de la longevidad de las FARC. Dentro de ellas no está, en modo alguno, la representación social, ni la vinculación con ningún móvil eminentemente político. Las principales razones que permiten tal duración en el tiempo son el control de instancias productivas en la economía ilegal, la conservación de una visión ''campesinista'' (que no campesina) de la sociedad colombiana y el alejamiento de cualquier práctica política en su interior (no discusión, no distensión) son los recurso que les ha permitido mantener su cohesión como grupo. Enemigas, al igual que el Estado, de todo tipo de organización social autónoma, han procurado destruir todo vínculo de confianza que se pueda desarrollar en las sociedades que controlan. Pero reconociendo que la intimidación constante tampoco es una capital seguro, encuentran que solo el capital a secas es el que les puede permitir su conservación en medio de un contexto social sin sociedad. Una pregunta pertinente puede ser ¿la ausencia de una opinión pública Colombia cobre la droga de qué modo se inscribe en este procedimiento?

Y la segunda: En el texto del 2006 el profesor Pécaut constata que hasta entonces sorprendentemente la dependencia de las FARC de la economía ilegal no haya bandolerizado a sus comandantes, y postula como elemento de cohesión el paradigma discursivo de una cúpula histórica, con Manuel Marulanda Vélez como su máximo exponente. En ese contexto dice: ''Se han conocido otros líderes revolucionarios legendarios que, al final de su reinado, han hecho del inmovilismo una virtud y al prohibir cualquier tipo de liberación, han creído y han hecho creer que el monolitismo garantiza la perennidad de su obra. Cuando se abra la sucesión, se verá más claramente cómo las FARC no podrán conservar su cohesión si no vuelven sobre una estrategia más claramente política que no podría ser distinta a comprometerse en negociaciones, al menos parciales. El repliegue territorial que han sufrido, la pérdida moral de sus tropas, su aislamiento internacional deberían llevarlas a este punto'' (p. 113).

En este punto, tengo que reconocer la eficacia de la anticipación, pero añadiría que lo que no había sucedido hasta el 2006, la bandolerización de la FARC tuvo dos precipitantes que la convirtieron en un hecho real: de un lado la bandolerización de los antiguos paramilitares creó muchísimos grupos de fuerza (inicialmente más de 30), que se ubicaron en sectores con cultivos ilícitos y minería ilegal, estableciendo así un muy complejo sistema de arreglos con los respectivos frentes de FARC para facilitar principalmente el tráfico de sustancias y productos, aprovechando las redes nacionales e internacionales que eran sostenidas por cada vez más pequeñas y organizadas estructuras del narcotráfico. Y este factor precipitó el último: súbitamente, los jefes de muchos frentes de las FARC, se vieron súbitamente enriquecidos, con estructura semifeudales, con sistemas de tributos relativamente organizados y con una estructura jerárquica superior cada vez más débil por los golpes sufrido durante el gobierno Uribe.

Las FARC están experimentando una disolución desde adentro. Esto los ha llevado a acelerar lo que siempre habían evitado: la negociación y la firma de un acuerdo. ¿Un acuerdo de paz? Definitivamente no, pues la violencia en Colombia no obedece a los clásicos criterios que hacían posible la guerra y, entonces la paz: la distinción entre amigo y enemigo no existe en nuestro contexto como lo dice repetidamente el profesor Pécaut, y por ello, lo que Colombia ganará con esta firma, estará por verse. Entre tanto, el caleidoscopio seguirá aumentando el número de imágenes fantasmagóricas con las que se puebla nuestra realidad.