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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.11 no.21 Medellín July/Dec. 2014

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

Ciencias sociales e historia Un balance de las formas de hacer: perspectivas de teoría y de investigación*

 

 

Renán Silva**

** Doctor en Historia Moderna, Universidad de París-Francia. Profesor, Departamento de Historia, Universidad de los Andes, Bogotá-Colombia. rj.silva33@uniandes.edu.co

 

Recibido: 22 de octubre de 2014 | Aprobado: 7 de noviembre de 2014

 

Tarea compleja enfrentar el análisis de esta obra o su simple presentación ante un grupo de lectores específico, en este caso lectores pertenecientes a una comunidad académica de las ciencias sociales y la historia, tan diferente a aquella del medio intelectual en que la obra ha surgido. No hay duda alguna que la simple reseña breve –casi una simple noticia breve–, a la manera de un compte rendu en la tradición, por ejemplo, de ANNALES, es insuficiente desde todo punto de vista, pero un estudio detallado –en profundidad, como se diría recurriendo a un inevitable galicismo– exigiría una lectura extensa e intensa, de tal manera que su examen fuera de manera muy directa una toma de posición frente a la obra y posiblemente una crítica detallada de algunos de los textos que la componen. Pero todos esos serían caminos muy complejos que, por exceso de pretensión crítica, podrían ser la vía para cerrar los ojos ante el carácter innovador y original de una obra que no solicita, además, ni una lectura continua de todos sus materiales ni la aceptación de todas y cada una de sus propuestas, y sobre todo de sus análisis concretos.

Se puede tomar entonces la vía de una ''Nota crítica'', también en la tradición de ANNALES, para hacer la presentación de la obra, indicar las líneas de fuerza que la cruzan, describir de manera un tanto rápida sus contenidos y tratar de discutir algunos de los aspectos centrales que la caracterizan y señalar la pertinencia de la propuesta que se encuentra en el núcleo de este trabajo. Este será nuestro camino.

Indiquemos ante todo algunas de las características externas de la obra, pues ellas nos pueden poner en camino de entender algunos de sus aspectos más sobresalientes. Se trata de una obra de alrededor de unas mil páginas, dividida en tres volúmenes, subtitulados como Criticar, Comparar, Generalizar, tres palabras que indican con toda exactitud tres operaciones básicas de investigación –es decir de conocimiento, de ciencia, de producción de ciencia social– que van a ser discutidas a lo largo de la obra y con énfasis en cada volumen correspondiente. El conjunto de la obra comprende 30 artículos y 35 autores, estando cada volumen precedido de una introducción que describe el volumen respectivo y que traza a manera de síntesis algunas observaciones sobre los aspectos más sobresalientes que son examinados, sin proponerse como una lectura excedente y parasitaria respecto del contenido del volumen.

El conjunto de la obra viene acompañado por una breve Nota del Editor, que se repite en cada uno de los volúmenes. Señalemos además que la obra ha encontrado su lugar en la Colección Cas de Figure, una de las menos convencionales entre las colecciones de libros de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, colección en la que algunas de las más originales (y a veces hasta excéntricas) novedades de las ciencias sociales han encontrado su lugar, una colección que, junto con Raisons d'agir, permite seguir muy de cerca ese movimiento de la ciencia social que la lleva por caminos arriesgados y prometedores que amplían sus horizontes de problemas, y que además la inscriben en un diálogo productivo con la filosofía y con otros tipos de saberes, en el examen de problemas que su propio presente impone a la consideración de los estudiosos de la sociedad y en el replanteamiento de formas de considerar el pasado en las cuales la lucha contra la rutina y la necesidad de actualización del conocimiento reclaman sacudones que permitan alertar sobre la necesidad de modificar perspectivas de análisis menos bien establecidos de lo que la tradición ha pensado.

Podemos comenzar por indicar los aspectos más elementales de Faire des sciences sociales, resaltando de una vez lo que su título indica: que no se trata ni de la exposición de un ideario –ni de un ideal– de investigación en ciencias sociales (de manera básica la sociología, la antropología, la economía, la psicología y la historia, aunque la lingüística y la filosofía no dejan de tener su parte importante en la obra), ni de un estado del arte simplificado de las disciplinas que se interrogan sobre la sociedad, sino que se trata de una muestra de formas concretas de hacer investigación, y por lo tanto de una mirada sobre la ciencia que efectivamente se hace, en el campo que designamos grosso modo como ciencias sociales, sin que se deje de lado un diálogo respetuoso pero crítico con la tradición y con las grandes obras de los clásicos.1

Sin embargo, presentadas así las cosas puede quedar la idea de que se trata de un summa extensa de variedades –y tratándose del caso francés de vanidades–. Como sabemos, a todo lo largo del siglo XX y en lo que va corrido del siglo XXI las ciencias sociales no han hecho más que dar prueba de su capacidad de historizar todos los objetos y procesos de la vida social, incluidos aquellos en los que la historia y la sociedad parecerían encontrarse más lejanas, destruyendo esa falsa aura de objeto natural que por mucho tiempo los hizo hurtarse al análisis histórico y social.2 Por ello mismo una compilación puramente agregada de textos sobre los más diversos –y hasta exóticos– objetos sociales, adornados con algún comentario inteligente de tipo medianamente abstracto, con apariencia de filosofía, no resulta empresa muy difícil.

Pero lo que nos ofrece Faire des sciences sociales no tiene nada que ver con ese tipo de publicaciones tan corrientes en la bibliografía académica –frecuentes en gran medida porque se prestan a la publicación de libros que pueden ser compilaciones útiles, pero que desde el punto de vista de su unidad no constituyen lo que habitualmente se esperaría de un libro–. La riqueza de casos examinados simplemente recuerda la manera como la perspectiva de pensar por caso ha terminado por ganar un lugar en el análisis histórico y social, y la forma como el enfoque de caso –un caso posible de lo real, como dirían Gaston Bachelard o Pierre Bourdieu, por lo tanto un caso construido como objeto de investigación–, ha ganado espacio en las ciencias sociales, en gran medida por la manera como permite ligar perspectivas de teoría, de método y de técnica, y por la forma como permite discutir en forma comparativa, mientras se avanza en el estudio de lo que en principio aparece como ''singularidad''.3

Como mencionamos líneas arriba, Faire des sciences sociales está acompañada de una breve Nota del Editor que ofrece algunas pistas más sobre el origen y destino de la obra y sobre el lugar que quiere ocupar en el campo de las ciencias sociales. Ante todo, se dice allí4, el libro no es la representación de una institución universitaria en particular –aunque tenga su origen en el Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales–, ni es la declaración de principios sobre una forma ''nacional'' de hacer ciencia social, ni busca definir una manera única de investigar en los marcos de disciplinas sociales a las que también aspiraría a encuadrar bajo parámetros que constituyeran una forma canónica. Es simplemente un bosquejo de trabajos en curso, con un alto grado de experimentación y provisionalidad, pero con una clara decisión de enfrentar los retos de la ciencia social y la historia, en una perspectiva que no disuelve la actividad de los científicos sociales ni en la retórica de la investigación que debería hacerse, ni en una abstracta filosofía social que diera cuenta de las operaciones de conocimiento por fuera de su práctica investigativa cuando se confronta con datos, observaciones y fuentes, ni mucho menos es un intento de arrastrar a las ciencias sociales al mundo de un empirismo exaltado que pensara que de lo que se trata es, a todo precio, de hacer, sin ejercer control y reflexividad sobre cada una de las operaciones teóricas que guían la práctica de la investigación.

Faire des sciences sociales es además obra de una generación nueva, que conoce las tradiciones que la preceden –heredadas de por lo menos tres generaciones de investigación que la anteceden–, que quiere poner los acentos en lo nuevo de la investigación, ''mostrar cómo la investigación se hace y se renueva'' y ''cuál es la coyuntura intelectual –y en parte institucional– en que estas evoluciones se inscriben''. La obra no es, desde luego, una obra cerrada ni excluyente que encuentre sus apoyos exclusivamente en la tradición francesa o del Continente europeo, y las referencias intelectuales que incluye atraviesan el Atlántico y dan prueba de una apertura que no puede cerrar los ojos ante un mundo global, aunque desde luego es mucho más lo que podría hacerse en este campo de la búsqueda de experiencias de investigación y de reflexiones teóricas más allá del tradicional encierro parisino.

En un plano más concreto, indican los editores, la obra quiere dar prueba de todo lo que hay de renovación en el campo de los problemas, de los métodos y de las referencias intelectuales, constituyéndose en una muestra (claro que incompleta) de la vitalidad de todo que se hace hoy en las ciencias sociales, y ello después, como se sabe, de una fase escéptica que en cierta manera reclamaba nuestra claudicación en medio del descubrimiento de una supuesta crisis del conocimiento que al final del siglo XX habría descubierto que el escepticismo y el relativismo –o la propia imposibilidad de un conocimiento asimilable a algo que fuera considerado como verdad siquiera provisional– eran el único destino posible para las ciencias sociales, aunque lo terminante de esta conclusión, que no es ajena al conjunto de la obra, es responsabilidad de quien firma estas líneas y no debe dejar en el aire la idea de que se trata de uno más de los famosos ''libros manifiesto'' a que en ciertas épocas nos han acostumbrado profetas de la ciencia social del tipo de Edgar Morin o Inmanuel Wallerstein, a lo largo de una serie de obras breves (como en el caso del sociólogo) o extensas y repetitivas (como en el caso del filósofo).

Como ya indicamos, Faire des sciences sociales se organiza como una estructura en tres volúmenes que pueden ser abordados uno a uno en orden consecutivo (Criticar, Comparar, Generalizar), o leídos en un orden no consecutivo (ya que las tres dimensiones centrales ya anotadas aparecen en medidas diversas en cada uno de los volúmenes), o aún pueden ser abordados de forma ''saltona'', a la manera de quien explora un menú que en parte le es conocido, en parte le es desconocido, en parte le reitera ciertos temas clásicos de la investigación en ciencias sociales, en parte se los presenta bajo formas nuevas y ángulos sorprendentes. Nosotros podemos proceder aquí de manera consecutiva, apoyándonos en el orden que la propia se propone editorialmente.

Criticar, el primer volumen, desde el principio sorprende por la fidelidad a un programa que ha sido el programa repetido de las ciencias sociales clásicas y de sus grandes continuadores; pero un programa que aquí se presenta, descubriendo ángulos nuevos, vinculado a esa tradición que se encuentra en el comienzo de las mayores obras de ciencia social en el cierre del siglo XIX y el comienzo del siglo XX (de Marx a Durkheim y a Weber), y que encontró su venerable continuidad en obras como las de Marcel Mauss, de justificada presencia en la obra, y de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron –con mucha más presencia del segundo que del primero, lo que parece también muy justificado, si se tiene en cuenta los abusos de promoción de Bourdieu que se han hecho después de su muerte y los intentos de constitución de su importante y admirable trabajo en la obra por excelencia, al tiempo que un cierto silencio ha rodeado la obra del segundo, situación a la que ha contribuido su propia escritura, una escritura que a veces se pone como barrera ante sus propios devotos lectores.5

Pero más allá de los autores, lo que importa es la restitución del movimiento de la crítica como el movimiento fundador no solo de las ciencias sociales, sino de cada una de las obras y trabajos de investigación que desean mantener la continuidad y potenciar los alcances de las disciplinas de la sociedad; y más importante aunque la propia restitución de la exigencia crítica como exigencia primera de la investigación, puede ser proceso de clarificación que respecto de esa operación de conocimiento realiza la obra en su conjunto y de manera particular en su primer volumen.

De acuerdo con los autores, la crítica, como operación de conocimiento, no es un punto esencial que se encontraría al comienzo del trabajo de investigación y que se adobaría con una o varias manifestaciones públicas de fe en el progreso de la humanidad y en su redención. La crítica sería, por el contrario, una operación de conocimiento –no una prueba de militancia– que se encontraría en todas las fases del trabajo del investigador, y sería ante todo un gesto técnico –expresión bien explicada de manera práctica en la obra– y no un imperativo político impuesto desde el exterior del trabajo. La tarea de este primer volumen, como dicen los autores, tiene el propósito recordar ''que la operación crítica concierne, de manera práctica, al conjunto del ciclo de producción de saberes de ciencia'', y no solamente a una de esas fases en particular.6

La presencia inicial de la crítica tendría que ver con ese primer gesto de investigación que la caracteriza con el verbo desplazar, que remite a la exigencia de introducir quiebres y fracturas, discontinuidades, por relación con las formas del pensamiento ordinario sobre el mundo social, y avanzar por tanto en el proceso de objetivación, es decir de formas nuevas de definición de la materia que se considera, descubriendo en ella nuevos ángulos que en la mirada cotidiana se hurtan a la observación ordinaria que necesariamente se vence a la rutina y huye de la sorpresa y la interrogación, al establecer con los objetos una relación puramente utilitaria.7

La crítica es pues todo menos una proclama escandalosa y en principio se hace a través de un movimiento suave de deslocalización del objeto, un movimiento que puede ser caracterizado –o lo debería ser– con el rótulo de ''irónico-crítico'', resultado de poner un objeto en observación bajo otra luz, bajo otro conjunto de relaciones, preguntarse por su aparición o por su formas anteriores de relación; o para decirlo de manera más breve, desplazar, el verbo reiterado por los autores, puede ser el equivalente de la operación brechtiana por excelencia: el distanciamiento, si no se olvida que la operación compromete también al investigador, y no es solamente una forma que aparece al final, cuando se trata de establecer el diálogo con el público a través de la representación –en Brecht– o de la escritura (y en general de la presentación de resultados, que no tienen por qué asumir como forma exclusiva la escritura) –en el caso del investigador social–.8

Pero a la manera de un escalamiento de posiciones en el proceso de avance de la investigación ofrecido por el movimiento crítico inicial y calificado por los autores del volumen como ''pensar de otra manera'', criticar encuentra enseguida nuevas fases y nuevas formas de realización. En este caso se trata de lo que los autores designan, con una expresión que puede inducir al equívoco, como ''mostrar el error''. En realidad se trata de algo que es mucho más y no se limita a indicar lo que separa el trabajo de un investigador del de quienes lo han precedido en el estudio de un tema o problema similar. En principio, claro, hay la relación con la los pares, con la literaturasecundaria, a la que hay, en dosis distintas, que referirse, y no simplemente por cortesía y buenas maneras, sino para ir construyendo las condiciones de un debate, de una controversia de ciencia, de algo que es diferente, claro, del espectáculo mediático o de las pruebas públicas de orgullosa vanidad, y que corresponde en realidad a una forma del diálogo crítico que debe producir la investigación.

Por olvidado, por abandonado que se encuentre un problema, casi siempre hay algún antecedente que se puede mencionar. Las declaraciones demasiado concluyentes acerca de la inexistencia de cualquier antecedente de investigación son en general formas de autopromoción de los investigadores de las que debe desconfiarse. Sea en el nivel de la alta elaboración de ciencia, o sea bajo la forma de tanteos o de balbuceos iniciales o fracasados, no resulta sociológicamente verosímil asumir un desierto completo y la falta de cualquier antecedente en relación con los problemas sobre los que investigamos. Y hay siempre algo que decir sobre lo que se ha formulado sobre un problema determinado, por baja que sea su elaboración, o hay por lo menos la oportunidad de interpretar esos silencios, esos descuidos o esos abandonos, de una forma que resulte productiva en el plano de la investigación, por lo menos para saber de qué manera se constituye la agenda de una disciplina bajo sus formas dominantes, o cuáles son los problemas históricos y sociales que una sociedad se ha negado a enfrentar, y que en el presente parece poco interesada en considerar. Todo eso es también parte del problema que se quiere elaborar –como sabemos, la ausencia de palabras sobre un problema determinado es tan reveladora como el exceso de palabras.

Pero más allá de lo que la rutina designa como ''literatura secundaria'' de un problema de investigación –una expresión que deberíamos renovar– se encuentra el diálogo necesario con las formas más elaboradas de la teoría en un campo determinado, esa conversación permanente que debe mantenerse con las obras clásicas, que no son simplemente erudición histórica que se puede dejar de lado, sino el lugar concentrado en donde se formado y discutido el núcleo de problemas que por largo tiempo ha determinado las disciplinas que conforman las ciencias sociales. Por eso se trata de un punto imprescindible del diálogo crítico, de una manera de potenciar la imaginación buscando la renovación de fórmulas de eficacia comprobada, pero que no dejan de ser también expresión de dificultades que las teorías han ido dejando en el camino y que cada generación de nuevos investigadores debe volver a examinar.

Finalmente, por así decir, ese movimiento crítico se despliega hacia el ''exterior'', bajo la forma de lo que se designa como los efectos críticos de las ciencias sociales (aunque yo preferiría decir: los posibles efectos críticos...), y que incorpora una de las tareas que los autores de la obra piensan como constitutiva del trabajo de las ciencias sociales, es decir la de provocar el debate público. El punto es de amplio interés porque la forma como el problema se plantea constituye no solo un regreso a la tradición clásica de Durkheim y de Weber (en gran parte ignorada), sino porque constituye una respuesta a las furiosas plumas radicales de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, que han logrado que las declaraciones político- morales y los ''compromisos revolucionarios'' tomen el primer plano de la actividad investigativa, y permitan pasar en silencio por las exigencias propias del oficio y por la crítica como ''gesto técnico'' de construcción de objetos de ciencia. La ciencia social no se opone a la política, a la acción ciudadana; la ciencia social bien realizada, como operación de conocimiento, se opone solamente y combate con esas construcciones improvisadas, sin argumentos y sin demostraciones, que se amparan del vocablo crítico, para imponer opciones de partido o de religión, y para qué medio de la gritería a la que convocan, y en el fragor de las declaraciones de principio, cualquier examen reflexivo sea simple objeto de burla y desprestigio, bajo la seducción que inspiran las consignas y las declaraciones de ''amor y entrega por la causa justa''.

Comparar, el segundo volumen de Faire des sciences sociales, es tan sorprendente como el primero, y lo es sobre todo en un punto preciso, que se desprende de su presentación por los directores del volumen, pero mucho más de la lectura del conjunto de sus artículos. Si Criticar está pensando y realizado sobre una línea de epistemología crítica que ha sido una constante en un tramo de la filosofía francesa en el siglo XX, tramo que nos es relativamente conocido, Comparar se incluye desde el principio y sin mayores discusiones en la perspectiva del comparatismo clásico, planteado desde principios del siglo tanto entre los sociólogos fundadores de esa disciplina (se encuentra definido como tarea imperativa en la propia obra de Durkheim y de sus inmediatos sucesores en Francia), lo mismo que se encuentra en los creadores de ANNALES, en particular en Marc Bloch, quien escribió de manera programática sobre el método comparativo, lo llevó a las discusiones de un Congreso Internacional de Historia en su época –según una historia bien conocida y muchas veces repetida– y en cierta manera lo practicó, a veces por fuera de toda formalidad de método, como se observa en sus constantes incursiones en la historia inglesa y en la historia alemana de las épocas que investigó, como queda claro tanto en Los reyes taumaturgos como en La sociedad feudal.

Pero no hay duda de que por fuera de algunas grandes excepciones –que tienden a coincidir con lo que tradicionalmente se ha llamado en los Estados Unidos la sociología histórica–, por mucho tiempo, entre los investigadores dedicados a la investigación en ciencias sociales e históricas, el método comparativo ha sido un ideal proclamado pero muy poco puesto en marcha como programa de investigación consciente, lo que habla de las propias dificultades de este enfoque. Los textos reunidos en el volumen testimonian de la riqueza por todos admitida del enfoque comparativo, y ofrecen pruebas además de la riqueza concreta de ese método tal como se pone en marcha hoy en muchísimas investigaciones, traten ellas sobre el presente, traten sobre las sociedades del pasado.

Sobre el enfoque comparativo la posición de los autores del volumen y de los prologuistas es radical: ''No hay reflexividad sin comparación''9, de tal manera que identificada la actitud comparativa con el ejercicio mismo del pensamiento, no queda duda de que en opinión de los autores la comparación no es uno más entre los métodos posibles de los científicos sociales e historiadores, sino una operación que debe ser una constante en el trabajo de investigación, por lo menos para las formas más elaboradas de la investigación social. Hay sin duda formas y grados diferentes de ejercer ese método, y hay unas maneras de hacerlo que no dejan de relacionarse con la experiencia del investigador, con un alto grado de erudición en las áreas culturales o el campo de problemas sobre los que trabaja, y con una cierta sofisticación en el terreno de la epistemología de las operaciones de conocimiento que pone en marcha un investigador.

Lo que se nota de inmediato en los textos que componen este segundo volumen es que hay una diferencia entre la actitud comparativa, un principio básico de investigación que debe estar presente en todos los que nos dedicamos a este oficio y que debe ser considerada como una virtud, por su fuerza heurística, cuando llega a incorporarse como mecanismo reflejo, como habitus, por parte del investigador –por lo demás debe recordarse que se trata de una actitud que ponemos a funcionar todos nosotros de manera constante en la vida cotidiana, cuando tomamos decisiones, cuando evaluamos situaciones, cuando manifestamos preferencias–. Esa actitud comparativa, como tal vez lo advertimos ya, no se agrega a posteriori, luego del inicial ejercicio crítico del que nos habla el volumen I de la obra. Por el contrario, la propia determinación del objeto de ciencia como objeto diferente de aquel que encontrado en el mundo ordinario definido por las conductas y las actitudes puramente prácticas, exige ya una actitud comparativa y experimental, que generalmente se inicia en el campo (prometedor y difícil) de la analogía, cuando intentamos desplazar el objeto y ponerlo bajo nuevos sistemas de relaciones, desbaratando su contexto habitual, descentrándolo, hundiéndolo en las tramas de las génesis complejas (por oposición a los orígenes simples). Hay pues mucho de actitud comparativa en nuestros movimientos iniciales, movimientos que son ya de una evidente complejidad, si no se confunden las palabras y las cosas y si no nos doblegamos ante la definición puramente observacional de nuestro relación con los objetos de ciencia que queremos construir a expensas de sus iniciales definiciones en el mundo ordinario.

De otro lado se encuentra lo que debe ser llamado en rigor el método comparativo, un complejo dispositivo, no fácil de poner en marcha, que por el camino los investigadores de terreno no han hecho más que enriquecer, y que ha terminado convertido en una forma de control de nuestras propias hipótesis y demostraciones. Lo que la lectura deja claro en este punto es que la idea de que comparar es poner en relación dos objetos para observar sus similitudes y diferencias y que la regla número uno es la de que no se pueden comparar sino objetos que tengan rasgos estructurales comunes, como enseña el viejo catecismo, es una verdad que hoy en día parece ampliamente superada, por formas complejas de comparaciones cruzadas, desplazadas en el tiempo y en el espacio, que pueden poner en juego objetos de los que en principio se diría que son simplemente incomparables, y que los buenos comparatistas ponen en marcha comparaciones de escalas y niveles diversos, a veces en el marco de ''unidades'' homogéneas, a veces en el marco de unidades muy heterogéneas, aunque de la lectura de los textos, por paradójico que parezca, no se deduce la idea de que en cuanto al método comparativo ''todo es posible''.10

De otro lado, más allá de sus virtudes como forma de producir conocimiento en nuestras disciplinas, la actitud y el método comparativos se han convertido en una de las más provechosas formas de control de las operaciones que adelanta un investigador y de los resultados que produce, una idea que, como sabemos, se encontraba ya en la obra de Durkheim y de los comparatistas de principios del siglo XX. Porque comparar es también modular, matizar, como es al mismo tiempo relacionar y desde luego especificar, es decir construir sistemas de diferencias históricas en el marco de procesos que pueden ser de apariencia similar desde el punto de vista de su definición, bien sea puramente general, bien sea puramente monográfica.

Comparar –el volumen que comentamos– se organiza sobre tres grandes rúbricas: primero ''El espíritu comparatista'', que corresponde grosso modo con lo que hemos llamado actitud comparatista, y en donde se presentan a través de dos cuidados textos, los puntos que ponen de presente el valor general de la operación comparativa. Segundo, y aquí ya los asuntos de investigación se tornan aún mucho más complejos, ''Los instrumentos de la comparación'', cuatro textos que ponen de presente, a través de estudios de caso de situaciones y procesos muy disímiles: la comparación entre hombres y primates; la comparación en el campo del derecho, visto éste en perspectiva histórica; la comparación histórica específica entre patrimonios técnicos ingleses y franceses, a partir de una fuente histórica precisa; y la comparación a escala internacional de intercambios culturales, captados a través del fenómeno de la traducción. Decimos que los asuntos se tornan aquí más complejos porque el propio método comparativo se especifica en función de sus objetos y de sus fuentes, y las preguntas que pueden formularse sobre qué y cómo comparar adquieren una gran singularidad desde el punto de vista de las técnicas y datos que reclama su elaboración, cuando lo que debe abordarse es un cuestionario de ciencias sociales.

Finalmente, la tercera parte de los textos, a partir de casos y situaciones concretas, se enfila en dirección del análisis del propio acto de comparación –señalemos de paso hubiera sido mejor hablar de prácticas de comparación, y evitar la idea de ''acto comparativo'', que puede dejar una impresión equívoca en el lector–, mostrando que ese acto (o práctica) puede ser el mismo objeto de examen crítico, y que los resultados de comparación de una obra determinada pueden ser de nuevo analizados, no solo como resultado, sino mucho más como forma particular de llevar a cabo una comparación, porque la forma de poner en marcha el método comparativo, como es de suponerse, condiciona desde el principio el resultado de la ''experiencia comparativa''.

El tercer volumen de Faire des sciences sociales se titula: Generalizar, y puede ser, por lo menos ésa es nuestra percepción, el más complejo desde el punto de vista de la lectura y posiblemente el que presenta un carácter más inseguro frente a los logros de la obra, sin que la explicación sea un misterio: es que desde sus propios orígenes (por ejemplo en Durkheim, Simiand y Weber) el problema ha constituido una inquietud mayor, y en buena medida las ciencias sociales se constituyeron en ''nuevas ciencias'' a través de una crítica radical del acusado carácter ideográfico que el nuevo pensamiento sociológico encontraba en el análisis histórico, una crítica que en los tempranos años treinta del siglo XX tendrá una síntesis muy elaborada en la obra de Norbert Elias La sociedad cortesana, cuyo primer capítulo es una crítica formidable del ''monografismo'', del ''ideografismo'', del recurso excesivo al nombre propio y al personaje, por parte de los historiadores.

Lo que ocurrió fue que casi simultáneamente con la crítica recibida por parte de los sociólogos, un grupo de profesores de la Universidad Estrasburgo, dos de los cuales llegarían pronto a París a continuar su trabajo de enseñanza y a fundar una revista que haría historia a lo largo del siglo XX, fueron capaces de organizar una aguda discusión sobre el expediente crítico con que se les cuestionaba, incorporar a su trabajo las nuevas orientaciones a partir de las cuales se ponía en entredicho su trabajo, y utilizar esa historia enriquecida (¿o transformada?) en contra de quienes habían sido sus críticos iniciales, acusándolos de des/historizar la sociedad y sus procesos, y producir generalizaciones abusivas, que terminaban siendo solamente la expresión de formas poco cuidadas de aplicar a la sociedad modelos de análisis que eran simplemente estilizaciones de procesos históricos complejos (como en el caso de las conocidas tipologías sociológicas de los orgánico y lo mecánico, lo folk y lo urbano, lo comunitario y lo societario, etc).

El debate ha sido ampliamente animado desde entonces y por él han transitado toda clase de falsas oposiciones y de soluciones transitorias, que a veces se han presentado como la solución del problema. Los textos de Faire des sciences sociales y su presentación, la más amplia, compleja y especializada de las que incluye la obra –cf. Volumen III11– dejan la idea de que se trata al mismo tiempo de una tensión que puede ser constitutiva e insuperable en las ciencias sociales –aunque no tenga la misma forma de realización en el análisis histórico que en las otras ciencias de la sociedad– y de un requisito de análisis que no puede ser postergado acudiendo a la idea de la dificultad intrínseca del problema, una idea que me parece que de manera puramente pragmática planteó en varias oportunidades Marcel Mauss, tratando de los problemas de las relaciones entre etnografía u etnología, sobre la base de su concepción de que la más general de las ciencias sociales era la sociología, el lugar por excelencia entonces de la generalización, la que el mismo practicaba sobre la base de materiales empíricos acumulados y analizados, como lo hace en las páginas finales de las técnicas del cuerpo.12

Así pues se trataría, en mi opinión, de una tensión insuperable, que el volumen elabora, con rigor y con cuidado, pero que sigue desde el horizonte de la ciencia social sigue haciéndonos un giño irónico con el que nos invita a pensar que un problema epistemológico mayor sigue sin encontrar solución, recordándonos que las soluciones particulares de este problema general siguen aquejadas del problema de su propia particularidad.13

Aun así, el volumen advierte y subraya algunos puntos básicos del problema, puntos que por básicos –¿o más bien elementales?– no dejan de tener importancia. De un lado la idea de que generalizar no es enunciar generalidades, es decir, banalidades, una proposición que puede representar mucho más de lo que a primera vista se piensa. En segundo lugar los autores desarrollan una crítica reiterada de un error que podemos llamar de perspectiva, presente desde la época del Durkheim de Las formas elementales de la vida religiosa [1912], y en buena manera ampliado por Lévi-Strauss en Las estructuras elementales del parentesco [1949]. Se trata de esa especie de vuelta regresiva hacia los orígenes, para buscar en la forma menos evolucionada (la religión de los grupos australianos, por ejemplo) una estructura matricial básica, que por el camino (histórico) no hubiera hecho más que diferenciarme, sin agregar ningún elemento nuevo a la estructura. Serían pues esos elementos iniciales eternamente presentes, los que permitirían generalizar con mayor seguridad, cuando se quieren poner de presente los elementos generales y constantes de un proceso social determinado, en una versión radical de lo que se puede llamar estructura invariante.14

Como sabemos, hay razones suficientes para desconfiar de este tipo de caracterización, tanto en el estudio de las religiones como en el del parentesco –aunque no menos en al caso del análisis de los mitos– y no resulta un descubrimiento extremo adivinar que por la vía del ''origen'' y de las ''formas simples'' se recae también en una deshistorización de los problemas y se da un paso innegable hacia la idea de que hay formas sociales permanentes que representan esencias a las que la historia no produce y/o transforma sino en su aspecto más superficial, una concepción de la vida social que nos devuelve a un cuadro interpretativo que se pensaría superado.

Queda claro a lo largo de todo este Volumen III que el asunto deberá permanecer por ahora, como se dice, en el taller de la elaboración, y habrá entonces que multiplicar las idas y vueltas entre la reflexión teórica y las investigaciones de caso, multiplicar los diálogos con filósofos y con investigadores de las ciencias designadas como naturales, para seguir construyendo una solución más aceptable de este problema, al parecer inagotable, como lo muestra el propio volumen, al plantear temas que nos sumen un poco en el silencio, como aquel de los problemas de la generalización cuando lo que se tiene al frente es el reino de lo indeterminado, aunque igual inquietud, pero más fácil de abordar, se desprende del hecho mencionado por los autores de los textos de que un investigador no debe nunca perder de vista que en su trabajo él es un ''consumidor de generalizaciones'' producidas por otros y que nosotros recibimos, muchas veces con toda ingenuidad, como resultados establecidos de investigación, sin hacernos las necesarias preguntas sobre las condiciones de generalización de esos resultados que en principio nos pueden parecer bien fundamentados.

Aquí podemos detenernos. Una simple presentación de una obra extensa e importante como esta no puede ser más que una alerta, un ''Aviso al público'' como se decía en la prensa ilustrada del siglo XVIII, acerca de unas páginas que merecen ser leídas. Pero una presentación no puede exceder sus límites. Hay diversos puntos que deberían ser abordados con detalle, en un tono más crítico que el que aquí hemos utilizado. Pero los límites de nuestro trabajo nos invitan a terminar estas líneas con algunas breves observaciones sobre el conjunto, en una perspectiva que resalte cuánto hay de pedagógico en estas páginas, no porque se trate de un ''manual de metodología y técnicas de investigación'' –desde ese punto de vista esta obra sería lo contrario de ese aburridor juguete universitario–, sino más bien porque los textos reunidos y sus introducciones respectivas recuerdan la idea de que las artificiales separaciones universitarias entre teoría y trabajo empírico se resuelven efectivamente en el diálogo que esas dos dimensiones establecen en la práctica investigativa y en la reflexión sobre esa práctica, al tiempo que la obra pone de presente el valor teórico del estudio de casos localizados, lo que recuerda todo lo que en el campo docente se puede hacer, con problemas bien planteados y con espacios documentales u observacionales bien definidos, o, para decirlo con palabras de Pierre Bourdieu, la obra recuerda de qué manera las apuestas teóricas más elevadas dependen en muchas oportunidades de la construcción de laboratorios de investigación perfectamente delimitados, antes que de la apelación puramente abstracta al estudio de los ''grandes problemas'', regularmente inabarcables para un joven investigador.

De otra parte es un gusto ver esta ampliación de la experiencia investigativa francesa, habitualmente tan encerrada en ella misma, y que aquí vemos abrirse a geografías y a temporalidades extendidas, en el marco de sociedades que en principio pueden ser extrañas a los investigadores franceses. En el plano de los saberes no se puede sino estar complacido por la manera como Faire des sciences sociales ha intentado traer de nuevo a su campo más productivo a la investigación económica, un tipo de actividad que hace años se ha alejado de las ciencias sociales y se ha empecinado en constituirse como una parodia de ciencia exacta, a través de la modelización, del recurso a las matemáticas y de cierta imitación confiada de las formas de hacer que predican ciertos practicantes de las llamadas ciencias de la naturaleza –una prédica que más bien da cuenta de la forma imaginaria como es representada esa actividad de ciencia–. La misma observación vale en el terreno general para la psicología y las llamadas ciencias cognitivas, por mucho tiempo encerradas en los dilemas de la relación entre biología y sociedad, y apegadas a un cientificismo y a un naturalismo que destierra la historia y la contingencia, en favor de una idea abstracta y formalista de individuos que serían desde siempre idénticos a sí mismo en su presente, y cuya existencia concreta podríamos conocer a través de un trabajo físico químico en un laboratorio, o por medio de unas pocas encuestas que piensan que ese grupo seleccionado como ''muestra'' representa la universalidad y la eternidad del género humano.

En el caso de la producción historiográfica y sociológica francesa quedan muchas otras preguntas por plantear, en términos de genealogías y de ''antecedentes'', si esta última palabra tiene algún sentido. Así por ejemplo cuál sería la relación entre este tipo de proyectos y obras de finales de los años sesenta como Le métier de sociologue [1968 - 1973], de Bourdieu, Passeron y Chamboredon, con la que no dejan de compartir ciertos rasgos y muchísimas diferencias.15 Lo mismo en el caso de una obra publicada por esos mismos años y que no deja de recordarse cuando se lee Faire des sciences sociales. Nos referimos a Faire de la histoire16, la compilación de los historiadores franceses, también buena parte de ellos vinculados en ese entonces a la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, que quiso ser el inventario, en este caso al parecer realmente programático, de todas las novedades que habían sacudido el análisis histórico unos quince o veinte años después de que Fernand Braudel hubiera publicado sus famosos ensayos sobre la relación entre la historia y las ciencias sociales.17

Dos observaciones finales sobre dos puntos que el volumen recuerda o analiza. El primero tiene que ver con el asunto del auto/ análisis, en el sentido del examen sistemático y continuo que el investigador debe hacer de sus propias posiciones como investigador, de su lugar en el ''espacio social'', de su participación en la cultura de su época, de su relación con su propio pasado escolar, pero por la vía de lo ''no pensado'', en fin, de sus relaciones profundas con los objetos que analiza. Es un hecho que la obra trae a escena de manera repetida la idea de reflexividad y por lo tanto de crítica, como ya lo hemos hecho notar. Pero en mi opinión al investigador de las ciencias sociales y de la historia se impone con más fuerza el deber del autoanálisis por la propia fuerza de la ''soberanía académica'', de esa tendencia que tienen la institución y sus sujetos de negarse como fuerzas de interés social, como interesados en eso que investigan o discuten más allá de las buenas intenciones y del ''servicio al prójimo''.

El segundo tiene que ver con lo que representa uno de los grandes aciertos de la obra y que compensa en gran medida el punto señalado en los renglones inmediatamente anteriores. Se trata de lo que se relaciona con el compromiso cívico del investigador. La idea de una ciencia social comprometida con el debate público, es una vieja idea mil veces repetida, mil veces debatida. Pero la forma como está presentada en esta obra constituye una reacción necesaria e importante contra las formas del ''militantismo'' que han dominado en estos años en muchas culturas académicas de los dos del Atlántico, y que terminaron por transformar las ciencias sociales y la historia en un terreno de reivindicación y de venganza, alejándolas no solo de su autonomía como forma de conocimiento y rompiendo toda distancia entre conocimiento y político (una distancia acusada de ser una simple coartada positivista), sino excusando toda falta de rigor y legitimando toda forma de sobreinterpretación en la idea de militancia y de compromiso. Ahora se nos vuelve a recordar que las ciencias sociales tienen un doble compromiso. De un lado con ellas mismas, con la ciencia, con lo que alguna vez Pierre Bourdieu llamó con ironía pero sin vergüenza ''la causa de la ciencia''. Y al mismo tiempo con la sociedad, con los ciudadanos, ofreciendo las oportunidades para un enriquecimiento del debate público, por la multiplicación de puntos de vista y por la relativización de las afirmaciones absolutas, aunque no menos por su postura inflexible sobre ''hechos de civilización'' más allá de los cuales no se puede transitar, como los Derechos Humanos o las nuevas formas de relación con la naturaleza y con las otras especies animales que habitan el planeta18

 


*A propósito de Faire des sciences sociales. Paris, EHESS –Collection. Cas de Figure, Nos 21, 22, 23, 2012. Volumen I: Critiquer, bajo la dirección de Pascale Haag y Cyril Lemieux (Haag – Lemieux, 2012). Volumen II: Comparer, bajo la dirección de Olivier Remaud, Jean- Fréderic Schaub e Isabelle Thireau (Remaud – Schaub – Thireau, 2012). Volumen III: Généraliser, bajo la dirección de Emmanuel Désveaux y Michel de Fornel (Désveaux – Fornel, 2012). Respectivamente 350 pp., 317 pp. y 326 pp. En el transcurso de estas páginas nos referiremos a la obra siempre por su título en francés, pues es difícil encontrar un equivalente preciso. ¿Hacer ciencias sociales? ¿Producir ciencias sociales? ¿Investigar en ciencias sociales? ¿Dedicarse a las ciencias sociales?, no me parecen títulos ni exactos ni atractivos, aunque todas son formas que recogen en parte la idea y espíritu de la obra. Por otra parte, hay que advertir desde ahora al lector que aunque se mencionan varias obras de Ciencias sociales e Historia –en general todas conocidas para un lector sin mayor especialización–, el texto no constituye un ensayo bibliográfico, y solo se ofrecen las referencias bibliográficas precisas en los casos en que así debe hacer por necesidades argumentales y de demostración.

1 Desde este último punto de vista, el de la tradición clásica, la perspectiva es pues completamente diferente de la de sociólogos como Robert Merton, para quien lo importante es la parte activa de la ciencia social, la que se hace hoy, luego de haber limpiado el campo de todo pasado de discusiones ideológicas, y se ha liberado a la ciencia, por tanto, de su pasado, que es precisamente un pasado histórico, que no representa una fuerza viva, sino que solamente puede ser objeto de erudición y de cursos universitarios de Historia de las ideas, para levantar el nivel de la tecnocracia universitaria de las ciencias sociales de hoy, tan poco conocedora de las obras clásicas de las disciplinas sociales y de la riqueza que para el análisis del presente y la renovación del análisis del pasado representa el diálogo con esas obras. La crítica de ese desprecio por la historia de las ciencias sociales como lugar de discusión y de elaboración de nuevas perspectivas de análisis ha sido realizada con toda pertinencia desde hace años por Jean-Claude Passeron en (2011: 124-126).

2 El problema es bien conocido aun por el más rudo aficionado a las ciencias sociales, y encuentra un momento crucial –en términos sociológicos y simbólicos– en el momento en que Emilio Durkheim publica El Suicidio [1897] y mete su nariz en dominios que se supone escapaban por completo a toda determinación social. Que Marx intentará en El Capital [1867] llevar el análisis histórico al estudio de las formas de organización social del trabajo fue un hecho escandaloso desde el punto de vista del descubrimiento que produjo (la existencia de la plusvalía) y de las consecuencias políticas que se derivaban de ese descubrimiento, pero lo era menos desde el punto de la idea de la idea de que el trabajo tenía una historia, un hecho que habían puesto de presente hacía tiempo los historiadores de la época de la Ilustración que habían hecho el descubrimiento historiográfico de la sociedad feudal, y por lo tanto de la historicidad del trabajo. No ocurría lo mismo con relación al suicidio, del que se pensaba que tenía simplemente condiciones hereditarias o que se constituía en un hecho de la más profunda singularidad, a cuyas raíces era imposible tratar de acercarse desde el punto de vista de sus determinaciones sociales. Desde entonces, y al parecer sin dejar tranquila ninguna forma de realidad humana, las ciencias sociales no han hecho más que derribar prejuicios en dirección de mostrar que no hay nada en la sociedad que no esté formado y constituido en el marco mismo de las relaciones sociales –lo que no excluye la presencia de otros elementos y soportes en tales procesos, sino que más bien plantea el problema de las relaciones entre hombre y naturaleza, y entre sociedad y biología.

3 Sobre la actual perspectiva del estudio de caso –por completo diferente de esa forma de investigación de terreno que a principios del siglo XX se había llamado así en medios de la Escuela de Chicago y que dio lugar a la conocida tradición de los case studies– cf. Enquête. No 4, 2005: Penser par cas, bajo la dirección de Jean-Claude Passeron y Jacques Revel.

4 Cf. (Haag – Lemieux, 2012: ''Note de l'Éditeur'', pp. 7-8) –nuestras observaciones remiten ahora a esas páginas y a ese volumen, pero la nota se repite en cada uno de los volúmenes–.

5 En el caso nuestro no se puede negar que el traductor de El razonamiento sociológico, obra de Passeron ya citada, ha dado su importante contribución a la tarea de hacer aparecer la obra casi como un monumento cifrado, sólo lectura posible de gentes iniciadas. Es posible que el conocimiento de la importante obra de Passeron haya sido mucho más el efecto del conocimiento de la obra de sus amigos y discípulos, que de la lectura directa por parte de los lectores de la obra del destacado sociólogo. Sobre la obra de Passeron, Cf.: (Fabiani, 2001).

6 Son famosas las bromas que se han hecho sobre la forma repetitiva como Marx titulaba sus obras, en las que regularmente hacía aparecer, como si fuera una necesidad, la palabra crítica. Los títulos repetidos que sirven de ejemplo a estas bromas son de sobra conocidos, hasta llegar al extremo de hablar de la ''crítica crítica'' y de la ''crítica de la crítica'', lo que además conduce a los lectores pocos experto a un mar de confusiones, cuando quieren diferenciar entre la ''Introducción a la crítica de 1857'', la ''Contribución a la crítica de 1858'', la ''Crítica de la economía política de 1863'', y así... Pero esa repetición incesante del adjetivo podría leerse también como un síntoma de la forma como Marx entendía el trabajo de investigador y el trabajo de la ciencia

7 No quedan mayores dudas de que la obra de Gaston Bachelard y su defensa permanente de la razón polémica y de la crítica es una de las fuentes que atraviesa el espíritu de esta obra, aunque esa presencia debe ser mucho más el efecto de una forma de educación, que el producto consciente de la lectura de un autor que ha ido –como es normal– terminando en el olvido. Citemos al respecto de la permanencia del momento crítico a lo largo de todo el trabajo reflexivo estas palabras de Bachelard tomadas de El psicoanálisis del fuego (1966): ''La objetividad debe, de antemano, criticarlo todo, la sensación, el sentido común, la práctica incluso más constante, y también la etimología, pues el verbo, hecho para cantar y seducir, raramente se encuentra con el pensamiento. Lejos de maravillarse, el pensamiento objetivo debe ironizar. Sin esta vigilancia malévola jamás alcanzaremos una actividad verdaderamente objetiva''.

8 Georges Didi-Huberman, el conocido historiador de la imagen y quien participa en esta compilación, es uno de los autores que más ha insistido en las virtudes del distanciamiento, como fuente de conocimiento, y quien ha insistido en que no se trata solamente de un mecanismo de orientación para que el ''pueblo'' no se distraiga del análisis de la realidad, recreando la forma como el distanciamiento se encuentra en el corazón mismo del proceso reflexivo en Brech (2009).

9 Cf. Remaud – Schaub – Thireau (2012: 13-20) para la definición inicial del problema.

10 Planteando el problema de la posible inconmensurabilidad (''incomparabilidad'' por tanto) de algunos objetos que se niegan a la comparación, bajo cualquiera de sus formas, los autores de algunos de los textos han planteado el problema de los límites de la comparación, en el caso de situaciones extremas, de extrema originalidad o completamente inéditas, pero no han cerrado ninguna puerta ni han tomado el camino de la construcción de alteridades extremas que harían imposible toda forma de comparación, como se ha hecho por mucho tiempo en medios antropológicas que, amparados en la retórica de lo ''otro'' y de la ''otredad'', han propuesto el silencio y la huida como únicas maneras de considerar objetos que a lo mejor nosotros mismos hemos cargado de ''extrañeza extrema'', como parte del exotismo con que abordamos tales objetos, tales sujetos o tales situaciones. En un registro histórico que intenta romper con las formas del exotismo Sanjay Subramanyam ha abordado este problema en su obra de 2011.

11 Cf. (Désveaux – Fornel, 2012: 13-27).

12 Cf. Mauss (2006: 365-386). Cf. también Mauss (1969: capítulos I y II).

13 Lo ha planteado con claridad Jean-Louis Fabiani (2007: 9-28), citado en propio texto que comentamos.

14 Ese modelo debe tener fuertes orígenes en la ciencia positiva y evolucionista del siglo XIX, pues se encuentra presente muchas veces, por ejemplo, en los análisis de Marx en El Capital. Sin embrago parecería que Marx sale mejor librado de la prueba pues a pesar de hablar de la mercancía como una célula básica que contenía en germen ya las formas de sus evoluciones posteriores, el hecho de que circunscriba la forma mercancía a la economía capitalista industrial, le evita universalizar esa estructura y extenderla al pasado, o buscarla en sus formas primitivas en el pasado, lo que quiere decir que sus invariantes lo son solamente por relación con modos de producción específicos y no por relación con la ''historia''.

15 No hay que olvidar que el útil y popular libro de los tres sociólogos franceses –en castellano pasa ampliamente de las 25 reimpresiones, la primera de ellas en 1975– llegó a ser una herencia problemática, y que en varias oportunidades Passeron y Bourdieu trataron de explicarse sobre aspectos que con el tiempo se habían manifestado como problemáticos, aunque el enfoque y el espíritu pedagógico de la obra mantenían mucha de su vigencia. Cf. por ejemplo (Bourdieu – Chamboredon – Passeron, 2007: 365-380).

16 Cf. (Le Goff – Nora, 1974) limitada de manera exclusiva al análisis histórico, pero en diálogo visible con las ciencias sociales, y atenta a la realidad de la investigación histórica como investigación en marcha.

17 Cf. (Braudel, 1986). Los ensayos reunidos comprenden reflexiones iniciadas y publicadas originalmente muchos años atrás.

18 Un punto de cierre. Es notable la forma como en la obra se vuelve, sin ninguna estridencia, al problema de las relaciones entre la crítica erudita y especializada y las diversas formas de ''crítica profana'' que los agentes sociales y los colectivos organizados son capaces de elaborar, a veces con años de anterioridad sobre la crítica sabia, a veces de manera paralela. Es muy posible que en la sociología de la ''ruptura con el mundo ordinario'', la insistencia en el rigor y en la ''construcción del objeto'', haya dejado muchas la impresión –en oportunidades fundamentada– de un desinterés que rayaba en el desprecio, en las posibilidades de la crítica social amplia, más allá del mundo de los especialistas. Ahora se nos recuerda la importancia de esa crítica y sus limitaciones, como se nos ponen de presente también las propias limitaciones del conocimiento sabio.

 


 

Referencias

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