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Co-herencia

versão impressa ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.11 no.21 Medellín jul./dez. 2014

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

Entre historia y ficción: la retórica de la memoria en la prosa de Daniel Riquelme (1893-1911)*

 

Between History and Fiction: The Rhetoric of Memory in Daniel Riquelme's Prose (1893-1911)

 

 

 

Eduardo Aguayo Rodríguez**

**Doctor en Literatura Latinoamericana, Universidad de Concepción- Chile. Investigador postdoctoral, Departamento de Español, Universidad de Concepción- CONICYT. eaguayo@ucsc.cl; eduardoaguayo@udec.cl

 

Recibido: 2 de agosto de 2014 | Aprobado: 18 de octubre de 2015

 


Resumen

El artículo examina las tensiones y relaciones entre discurso novelesco y discurso histórico en la obra del escritor chileno Daniel Riquelme, específicamente los usos y formas de la memoria como dialéctica crítica entre olvido y recuerdo en su prosa de divulgación histórica. Dado el escaso conocimiento que se tiene sobre la obra de este autor, el artículo propone dos lecturas complementarias: una, extensiva, permitirá señalar los hitos claves de la trayectoria autorial de Riquelme desde su trabajo como corresponsal de guerra hasta sus últimas colaboraciones como divulgador de la historia de Chile, a partir de los textos recuperados por nuestra investigación documental; la otra, intensiva, nos permitirá profundizar en las particularidades retóricas que caracterizan su prosa histórico-literaria, interpretando este corpus textual a la luz del proceso general de su obra y de los cambios y transformaciones sociales y culturales que definen el tránsito del siglo XIX al XX en Chile.

Palabras clave Daniel Riquelme, prosa periodística, memoria, siglo XIX, novela histórica.


Abstract

The article explores the tensions and relationships between fictional and historical discourses in the work of the Chilean writer Daniel Riquelme, specifically the uses and types of memory as critical dialectic between forgetting and remembering in his prose. Given the limited knowledge we have about the work of this author, the article proposes two complementary readings: one -extensive- will allow us to point out the key milestones of the authorial trajectory of Riquelme, from his work as a war correspondent to his latest collaborations as a popularizer of Chilean history, based on texts recovered through our documentary research; the other -intensive- allows us to understand the rhetorical features that characterize his historical-literary prose, interpreting this corpus in light of the overall process of his work and of the social and cultural changes that define the transition between the 19th and the 20th centuries in Chile.

Key words Daniel Riquelme, journalistic prose, memory, XIX century, historical novel.


 

 

Introducción

En las líneas que siguen propondremos algunas claves de lectura que nos permitan retomar el estudio del escritor chileno Daniel Riquelme (1853-1912), enfocándonos principalmente en lo que denominamos, para efectos de este estudio, su prosa histórico-literaria, entendida como un corpus de textos narrativo-expositivos que abordan temas históricos anteriores al nacimiento del autor, en este caso, la historia de Chile anterior a 1853, siguiendo en este criterio la definición establecida por Foresti, Foresti y Löfquist (1999), quienes entienden por narrativa histórica chilena, la textualización de un ''referente histórico chileno cuya acción transcurre en una época anterior al nacimiento del autor'' (205). Respecto a su caracterización textual, preferimos el concepto de prosa antes que narrativa, por cuanto los textos de Riquelme integran indistintamente elementos compositivos propios de la crónica periodística, la historiografía y la narrativa de ficción. Al respecto, y a diferencia de lo planteado por la mayoría de sus comentadores, nos parece que la fuerte presencia del pasado y sobre todo del registro historiográfico nacional en la prosa de Riquelme, responde, antes que a sus falencias como ''literato'', a un proyecto crítico y creativo: fundar – en la intrascendencia de la lectura diaria – una escritura conmemorativa capaz de conciliar en el imaginario, el pasado y el presente nacionales, conjurando así la incertidumbre del tiempo futuro. De esta forma, y recuperando la línea (anti)romántica desarrollada ya en sus crónicas y ficciones breves, a partir de 1891 Riquelme convoca a su público a compartir una lectura personal del intertexto llamado Historia de Chile, lectura conformada, sin duda, por los grandes estereotipos nacionales – héroes, batallas, fundaciones – pero también ''minada'' en sus intersticios por la ironía y la ficción, como esperamos demostrar a continuación.

 

Daniel Riquelme: visión general de su obra

Partamos por tratar un asunto en apariencia sencillo pero que nos remite a una polémica de larga data: ¿qué escribe – es decir, quién es literariamente – Daniel Riquelme? Las respuestas han sido variadas: narrador, escritor costumbrista, cronista y corresponsal de guerra son tal vez los títulos menos controvertidos; a estos habría que sumar dos que pueden, en principio, ser más cuestionables: tradicionista (Nuñez, 1979), a la manera de Ricardo Palma, y memorialista (Gazmuri, 2006), al estilo de Vicente Pérez Rosales. Sobre la pertinencia de estas asociaciones, sólo indiquemos en este punto que, sin parecernos del todo precisas, evidencian el lugar central que ocupa la rememoración y lo pasado en la obra de Riquelme, tal como ha sido observado por la crítica desde temprano. En efecto, Mariano Latorre destaca la ''fe exagerada en el documento'' (1931: XXIII) como una de las características distintivas de la prosa de Riquelme, a quien define como ''un novelista, un narrador amenísimo [que] quiere hacer historia'' (1931: XXIII). En la misma línea, Silva Castro (1966) señala el interés del autor por trabajar con el registro historiográfico nacional – textos que, no hay que olvidarlo, componían uno de los grandes referentes literarios del siglo XIX – declarando a Riquelme ''nuestro miniaturista de la historia'' (26). El problema que plantea el ambiguo lugar de Riquelme en nuestra tradición letrada, ''a medio camino entre la ficción y la realidad'' (Pinto, 2008: 167), no ha encontrado una mayor recepción crítica entre quienes estudian la configuración imaginaria del proceso intersecular chileno del siglo XIX al XX (Poblete, 2002; Subercaseaux, 2011), ni tampoco ha sido abordado desde enfoques más específicos, como el de la novela histórica chilena (Zamudio, 1973; Viu, 2007)1. Anotemos, como una excepción no del todo inesperada, que desde finales del siglo XX el nombre de Riquelme comenzó a incluirse en el campo de la historiografía nacional (Szmulewicz, 1984; Gazmuri, 2005), asunto que se relaciona con el particular corpus que abordaremos en este estudio.

Nos parece importante señalar, por otra parte, que muchas de las apreciaciones críticas sobre la escritura de Riquelme están basadas en un corpus muy restringido de textos, que se concentra en las distintas versiones de sus narraciones militares y, en menor medida, en algunos artículos de costumbres, rescatados por un par de antologías (Latorre, 1931; Rojas 1957). Queda fuera de este recuento el grueso de la cuantiosa y variada literatura para las masas que publicó en distintos periódicos de la época, circulando de la mano del autor al cajista, de ahí a la prensa, luego a las manos del público lector y finalmente a la basura2. La dificultad para acceder materialmente a su lectura marginó doblemente a Riquelme de la comunidad de diálogo; de esta forma, marcada por las dudas que despertó su ambigua filiación literaria y reducida a un corpus menor de textos, la obra de Riquelme sufrió un implacable cuestionamiento por parte de los emergentes lectores críticos que leyeron sus textos a partir de la segunda década del siglo XX, desde una nueva manera de cifrar y descifrar lo literario. Estos factores, unidos al desinterés que el mismo autor expresó respecto al destino de su obra, permiten comprender la progresiva devaluación, el lento exilio que Riquelme experimentó dentro del canon nacional, y que comenzó por el cuestionamiento a la originalidad de sus textos (Amunategui, 1915), continuó con el enjuiciamiento personal a su proyecto –''escritor malogrado por un superficialismo corrosivo'' fue como lo definió Hugo Montes (1963: 299) en uno de sus manuales escolares–, pasó luego a concentrarse en los elementos ''antiliterarios'' y las ''deficiencias técnicas'' que malograban el alcance poético de su escritura (Rojas, 1965: 49), y terminó con su expulsión del canon, decretada por el Instituto de Literatura Chilena, al excluirlo de su antología de cuentistas chilenos a partir de su edición de 1974.

Frente a estos vacíos de lectura, nos parece importante comenzar nuestro estudio revisitando la trayectoria bibliográfica del autor, con el fin de establecer algunos hitos que organicen el proceso general de su escritura y detectar los rasgos formales y funcionales más significativos. Para ello, nos concentraremos en revisar su producción desde 1883 en adelante, sacrificando por el momento la síntesis abstracta a favor de la descripción detallada.

Comencemos considerando al hombre y su historia. Nacido, según Labarca (1991) en 1853, hijo de un taquígrafo del Congreso y de una profesora particular, Riquelme es ante todo un sujeto letrado de la clase media santiaguina, un privilegiado social, si se considera que, según el censo de 1854, la alfabetización en Chile no alcanzaba al 15% de la población (Poblete, 2002:37). De su actividad editorial juvenil, la crítica ha registrado algunos hitos importantes3: en 1871, a los 18 años, funda ''El Alba'', periódico estudiantil del Instituto Nacional; dos años después, ya en la universidad, funda ''El entreacto'' y ''El Sudamérica'', ambos periódicos ligados a la crítica teatral y a la creación literaria; tras abandonar sus estudios de Derecho ingresa a la administración pública, para trabajar como oficial auxiliar del Ministerio de Hacienda bajo el gobierno de Aníbal Pinto. Este perfil de funcionario público subalterno que colabora a tiempo parcial con la prensa periódica de Santiago y provincias lo acompañará prácticamente el resto de su vida.

La ''Guerra del Pacífico'', que enfrentó a Chile con la Confederación Perú-Boliviana entre 1879 y 1884, impulsó su carrera como escritor. Enrolado en el ejército como miembro civil trabaja en el cuerpo sanitario; al mismo tiempo, se desempeña como corresponsal de guerra para el diario ''El Heraldo'' de Valparaíso entre 1880 y 1881, logrando así su primera fama entre el incipiente público masivo de la época. Derrotada la Confederación Perú-Boliviana, y trabajando ahora como funcionario público de la administración Lynch, redacta, junto con Isidoro Errázuriz, el diario ''La Actualidad'', órgano oficial del gobierno de ocupación en Lima; posteriormente desempeña otros cargos en el Callao, que luego abandona para acompañar a las fuerzas chilenas que se dirigen a Arequipa. De regreso en Santiago, Riquelme aprovecha para capitalizar todo el caudal de experiencias e impresiones recogidas durante su travesía de cuatro años por la recién gestada frontera norte del país. Publica en 1885 sus Chascarillos Militares, colección de anécdotas e historias breves que narran distintos episodios ocurridos durante el conflicto del Pacífico, en un tono que mezcla solemnidad épica con comedia popular. La favorable recepción de estos textos rudimentariamente narrativos justificó una segunda versión del libro en 1888 con un nuevo título, Bajo la tienda, donde se amplía el número de textos y se modifican algunos detalles significativos respecto de las primeras versiones. ¿Señalan estos textos el inicio del cuento chileno? Como ya se ha indicado, esta polémica se relaciona, a nuestro juicio, menos con las características formales de sus textos que con el nacimiento de un tipo de lector experto, el crítico, dueño de los nuevos códigos que institucionalizarán, a partir del siglo XX, al texto en literatura; visto con los ojos de fines del siglo XIX, sin embargo, y considerando lo que el mismo autor dejó entrever en sus escasas observaciones sobre su propia escritura, parece claro que Riquelme intentó situar su producción en un campo discursivo amplio y variado, heterogéneo, donde pudiesen coexistir el romance, la crónica periodística e incluso las tradiciones populares con el recuerdo y la historia, como aclara al responder un cuestionamiento planteado por uno de sus lectores:

al referir yo algunos chascarrillos militares de la última campaña, no he tenido más objeto que salvar del olvido algunas ocurrencias de nuestros rotos, tal cual las oí, sin pretender una orijinalidad que en materias literarias, si cuadra la palabra con lo que escribo, es exijible a la forma únicamente, ya que bajo el sol no hai nada nuevo (Riquelme, 1887 enero 24).

Bajo el gobierno de Balmaceda, Riquelme continuó escalando posiciones en la administración pública y, de paso, en los círculos sociales de la elite Santiaguina. El arribismo del autor es un rasgo que algunos de sus críticos posteriores no perdonarán, como sucede con Mariano Latorre, quien nos legó el retrato de un escritor acomodaticio y servicial al poder político y económico de su época:

El traje elegantemente cortado, el pantalón a cuadros, el bastón con cacha de plata, la rosa en el ojal, la prima donna de formas esculturales, el paseo en el centro y la charla junto al asado al palo, bajo al frescor de las parras en alguna quinta cualquiera, hacen la vida soportable y llevadera. ¿Para qué escarbar miserias y denunciar explotaciones e inmoralidades? (1931: XIV).

Algo de eso hay, en efecto; a partir de 1887, Riquelme pasa a integrar el equipo de colaboradores del diario La Libertad Electoral 4, donde comienza una nueva y prolífica etapa en su carrera, caracterizada por la variedad temática y formal de sus textos y por su cuidadosa composición. Así, en un lapso de cuatro años publica más de un centenar de textos breves en prosa de género variable, entre artículos de costumbres en clave cómica – ''Tipos de teatro'' (1887, septiembre 24), ''Las diez de última'' (1889, agosto 17) –y nostálgica, como ''Otoño'' (1889, marzo 28); relatos de orientación novelesca, en el estilo romántico-modernista propio de la época – ''X...'' (1887, junio 17), ''Olimpia'' (1887, agosto 17)– pero también pequeñas narraciones cargadas de ironía y humor que evidencian una fina conciencia metatextual, como sucede con ''Un poseur'' (1888, noviembre 1) y sobre todo con ''Era un sueño!'' (1889, mayo 8), especie de anti-cuento romántico; continúa trabajando, además, en sus chascarrillos militares y en menor medida, en sus crónicas de actualidad. Es precisamente durante este periodo que Riquelme, más conocido a estas alturas con el pseudónimo de Inocencio Conchalí, desarrolla y explota el repertorio de recursos –personificación del paisaje inanimado, uso de metáforas con fuerte componente criollo, concreción en las descripciones, etc.– que compondrán el núcleo de su estilo criollista-modernista, analizado e incluso elogiado por sus comentadores más atentos (Rojas, 1957; Cannizzo, 1979: Carrasco 2008).

Mientras tanto, la tensión política y social continuaba en aumento: el país comenzaba a escenificar, simbólica y materialmente, las transformaciones sociales y culturales que acompañaron el proceso de modernización finisecular y que, para el caso chileno, encontrarían una síntesis violenta en la Guerra Civil de 1891, especie de bisagra imaginaria entre la nación-programa y la nación-problema, para usar la elegante metáfora de Subercaseaux (2011). El evento histórico marcaría otro hito en la carrera del escritor. Formado bajo el influjo liberal de Barros Arana y Vicuña Mackenna, Riquelme no puede sino entender las medidas tomadas por Balmaceda como imposiciones dictatoriales. Tras su derrocamiento, y en vísperas de navidad, publica ''En tiempo de los pacos'' (1891, diciembre 15 al 22), testimonio periodístico de su actividades clandestinas –y tal vez ficticias– durante el orden policial que imperó en los últimos meses del gobierno de Balmaceda. Sin embargo, y en un contraste notorio con el entorno discursivo promovido por La Libertad Electoral, Riquelme evita sumar su voz al enfervorizado concierto laudatorio que los ganadores de la contienda desatan para celebrar la caída del gobierno. Años más tarde, refiriéndose a la guerra civil, afirmará: ''nos costó diez veces más que las anteriores y no nos ha producido ni un hombre, ni siquiera un arrepentimiento proporcionado a la magnitud de tan sangrienta y loca calaverada'' (1898, agosto 22); el momento histórico ha quedado cifrado, no obstante, en un cuadro breve y enigmático, ''Solo!'', testimonio –¿imaginario?– del entierro clandestino de Balmaceda, realizado ''de prisa, a hurtadillas, entre las sombras de la noche, en medio de la decoración cuasi teatral de un crimen'' (1891, septiembre 21), y publicado tres días después de su suicido. Es significativo que el narrador del texto evite identificarse con alguna de las fuerzas en conflicto; por el contrario, el triunfo y la derrota de un día, equivalentes ante la muerte igualadora, se confunden bajo la luz de la luna, símbolo del tiempo mudable y eterno que lo borra todo. Frente a esta realidad inevitable, concluye el narrador, todo afán humano se sujeta a una sola ley: la ley del olvido.

 

La prosa histórico-literaria de Riquelme: apuntes retóricos

Conviene abrir en este punto un breve paréntesis teórico para traer a colación la paradoja planteada por Todorov en uno de sus textos recientes: ''la memoria es olvido: olvido parcial y orientado, olvido indispensable'' (2013: 18). En este sentido, recuerdo y olvido están mutuamente implicados, ya sea tanto a nivel individual como colectivo; por supuesto, la posibilidad de la elección, que hace de la memoria una actividad cultural, ''orientada'', y no una simple función mental autónoma o naturalizada, no pasa por una soberanía del individuo respecto a qué recordar y qué olvidar, como lo demuestra cotidianamente la pasividad del recuerdo transformado en trauma o neurosis, sino que se vincula, en principio, con la posibilidad de optar activamente por la rememoración, la recolección o la anamnesis. Como señala Ricouer, el trabajo de la memoria no se agota en tener un recuerdo –y estar a su vez (re)tenido por éste– sino que también incluye el ''ir en su búsqueda'' (2008: 20). Desde este gesto en cierta forma autorial, las posibilidades de elección se multiplican: ¿Cuáles pueden ser los objetos de esta búsqueda? ¿Cómo dar forma a estas anamnesis? ¿Con qué propósito? Preguntas que nos mueven a examinar la dialéctica entre el acto individual de recordar y la tendencia de los grupos sociales que determinan en gran medida ''lo que es ''memorable'' y cómo será recordado'' (Burke, 2006: 66).

En el ámbito de la literatura chilena, Leonidas Morales ha examinado en detalle la progresión histórica de un modo específico de anamnesis, la memoria en tanto género discursivo, definido como testimonio en prosa de un sujeto biográfico y público, que recuerda ''aquellos espacios culturales y momentos en el tiempo de una sociedad por los cuales ha transitado como testigo'' (2013: 15). Esta tradición del recuerdo, de larga data en las letras nacionales, entronca con otras formas discursivas que organizan y comunican la representación del pasado; el trabajo subjetivo del testimonio puede nutrirse, por ejemplo, de la ''memoria objetivada'' por el trabajo del historiador, que propone en el presente una verdad sobre el pasado organizando y explicando sus vestigios, sean estos indiciales, como los huesos o las puntas de las flechas, o dotados de un contenido simbólico mayor, como sucede en el caso de las crónicas. Junto a esta formas complementarias, y a medio camino entre el testigo y el historiador, Todorov añade otro sujeto de memoria: el conmemorador, ocupado en la ''adaptación del pasado a las necesidades del presente'' (2000: 160). El mismo autor explica: ''Como al testigo, al conmemorador le guía ante todo el interés; pero, como el historiador, produce su discurso en el espacio público y lo presenta como dotado de una irrefutable verdad, lejos de la fragilidad del testimonio personal'' (158). Distinto del fabulador, que trabaja en gran medida con lo que no es –o, dicho con otra paradoja, con los recuerdos del porvenir– el conmemorador apela a la verosimilitud de su discurso para disfrazar, eventualmente, el uso interesado, político, actual, que hace del pasado evocado; al mismo tiempo, y esta vez a semejanza del fabulador, simplifica y cristaliza la variedad del mundo en un elenco de personajes típicos, levantando ''ídolos para venerar y enemigos para aborrecer'' (159), y organizando la heterogeneidad del devenir histórico en formas estables y estereotípicas, como ''el relato heroico, que canta el triunfo de los míos; y el relato victimizado, que nos trae su sufrimiento'' (Todorov, 2013: 44).

Cerremos el paréntesis y volvamos a Riquelme. Es posible que la ley de la vida sea la del olvido, pero el narrador, porque habla y escribe, no puede sino volcarse hacia el recuerdo: ''no todo muere'', añade en el mismo texto, ''Aquí están O'Higgins, Salas, Sazie i tantos otros para decirnos que la virtud, el amor a la patria, el amor cristiano de la humanidad sobreviven a todos los hombres, a todas las cosas, a todos los cataclismos'' (1891, septiembre 21). Este desplazamiento de la memoria desde el sujeto biográfico al sujeto colectivo señala, a nuestro juicio, el comienzo de una tercera etapa en la trayectoria del autor, la de su prosa histórico-literaria, que se prolonga por espacio de veinte años, hasta coincidir con el final de su vida, y que se orienta al cultivo de lo que ya Riquelme había señalado años antes como ''la relijión de los grandes recuerdos nacionales'' (1888, septiembre 17). ¿Cuáles son los capítulos que componen esta larga anamnesis, y, sobre todo, cómo y con qué fin se construye este relato?

Sobre el primer punto, detallamos una síntesis esquemática de los títulos que componen este corpus al final de este estudio en la tabla 1; añadamos algunos comentarios pertinentes a este índice. Si seguimos un criterio cronológico, podemos dividir este corpus textual en dos grandes segmentos: el primero abarca la última década del siglo XIX e incluye doce textos publicados en La Libertad Electoral y tres en El Mercurio de Valparaíso, más la reedición de tres de estas series de artículos en libros; el segundo se extiende entre 1908 y 1911 e incluye once textos publicados en El Mercurio de Santiago y tres en la revista Selecta. El primer grupo, a su vez, puede dividirse en dos momentos distintivos: uno, que llamaremos de formación, se extiende entre 1892 y 1894, y exhibe como conjunto una progresión temática claramente retrospectiva, circunscrita casi en su totalidad a los primeros 40 años de vida republicana; el otro, de transición, abarca los años de 1898 y 1899, y se compone preferentemente por series breves de artículos que combinan episodios de la historia republicana y del periodo colonial, sin mayor orden aparente que el marcado por las ocasionales efemérides; en el caso del segundo grupo de textos, que corresponde al periodo final de la producción de Riquelme, se repite este esquema histórico mixto, distinguiéndose del grupo anterior por la mayor extensión de las series.

La información mencionada en los títulos entrega más orientación respecto del contenido histórico y de los referentes genéricos a los cuales apela Riquelme. Como mencionamos brevemente en la introducción de este estudio, no resulta extraño encontrar incorporados, a nivel temático, los grandes sucesos bélicos –el desastre de Rancagua, la batalla de Chababuco– que, ya desde O'Higgins, se percibían como los capítulos fundamentales de la ''epopeya de la Independencia de Chile'' (Foresti – Foresti – Löfquist, 1998: 108); junto a estas historias fundacionales, sin embargo, Riquelme trae a la memoria otros capítulos –historias de crímenes políticos, de terremotos, de guerras civiles, de inundaciones– que, sin invalidar completamente la trama épica que organiza la historia nacional, parecen suspender o relativizar el carácter hegemónico de este relato para conducirlo alternativamente hacia la comedia y la tragedia. De manera similar, y a nivel del paratexto, resulta predecible la caracterización genérica de varios de estos textos como ''Episodios chilenos'' o ''Episodios nacionales'', lo que es otra evidencia de la influencia del sistema de preferencias textuales afín al proyecto literario nacional decimonónico sobre la prosa de Riquelme (Foresti – Foresti – Löfquist, 1998: 200). Sin embargo, junto a estas marcas tradicionales de legitimidad surgen otras que se distancian del registro canónico, como ocurre en el caso de las ''Revoluciones nacionales'', los ''Viajes presidenciales'' o los ''Recuerdos de un viejo''.

Por otra parte, una lectura más intensiva a los textos de este corpus revela la explícita preocupación de Riquelme por definir –y defender– su proyecto conmemorativo frente a otros discursos que competían por el mercado de la memoria pública, como el histórico y el novelesco, instancia metatextual que nos permite acceder a la configuración retórica –elocutiva y perlocutiva– que programa este discurso. Ambos aspectos aparecen condensados en el prefacio a la reedición de El terremoto del señor de mayo:

Estos apuntes, salvo las enmiendas y adiciones hechas ahora, se publicaron en 1894, con el sólo propósito de satisfacer la amistosa exigencia de la Dirección de La Libertad Electoral, la que se empeñaba en vulgarizar el conocimiento de los sucesos notables de nuestra historia, en bien de los que, deseando instruirse en ellos, no tienen tiempo ni facilidades para leer grandes obras (Riquelme, 1905: s/n).
La inocente y humilde declaración de intenciones que propone Inocencio Conchalí nos recuerda, en principio, el público objetivo que Riquelme quiere conseguir como sus lectoras/es: mujeres y hombres de clase media y popular emergente, sin ''facilidades'', es decir, con pocos recursos pecunarios y/o intelectuales, pero con acceso a una alfabetización lectora básica5. El servicio mediador que presta el autor consistiría en vulgarizar entre este público proto-masivo y semi-letrado un conocimiento de elite, sólo disponible en ''grandes obras'', difíciles de entender y también de acceder, porque no sólo son caras, sino que ocupan mucho tiempo y espacio en comparación a la brevedad de la hoja periódica; basta pensar en los 16 tomos que componen la Historia de Chile de Barros Arana, y que el mismo Riquelme sintetizará luego en un compendio de 500 páginas. La prosa histórica de Riquelme, de esta forma, se presenta como condensación del registro historiográfico, un destilado textual donde la voz del narrador se ve reducida al tamaño del apunte, sencillo, modesto, esencial, apenas audible entre las voluminosas voces del pasado.

Es interesante destacar, retomando un punto planteado al comienzo, que este interés por divulgar o ''popularizar'' el conocimiento de la historia emparenta a Riquelme, en principio, con el trabajo de los tradicionistas, quienes también se abocaron a ''hacer accesibles muchos cuadros y capítulos de la historia antes ajenos al interés de los pueblos'' (Nuñez, 1979: XVII) por la vía del disfrute literario; tal como ellos, Riquelme apela a satisfacer las necesidades informativas y de entretenimiento de un pueblo ilustrado e ''ilustrable'' –asociado a las lecturas progresivamente masivas que los contenidos generados por la prensa periódica posibilitaban– con un afán patriótico a la vez que iluminista, en la medida en que concibe la tarea de ''popularizar el conocimiento de la historia patria'' (Riquelme 1908, septiembre 11) a través del diario como una forma de ''mantener diariamente renovada i encendida la luz de la lámpara que alumbra el altar de las glorias de Chile'' (1898, noviembre 8). El ''altar de las glorias'' que imagina Riquelme tiene espacio, no obstante, para los episodios atroces, en la línea de lo que se ha definido como el ''barroco de catástrofes'' (Uribe, 1963: 168), que acompañan como un contrapunto el recuento de ''las joyas de la historia patria'' (1898, noviembre 8) y que conectan afectivamente la historia de Riquelme con sus lectores, a través de apelar a ''los deseos de muchos que [...] a menudo preguntan: – i como fue?'' (1892, diciembre 8. Las cursivas son nuestras).

A igual que los tradicionistas, Riquelme recurrirá eventualmente a las convenciones propias del lenguaje literario de la época, definidas, en el caso de este autor, por el paradigma que proporciona el romance histórico/nacional cultivado en Chile por Liborio Brieba, Martín Palma y, por supuesto, Alberto Blest Gana, para dotar de nueva forma al material registrado por la historia: ''ya que desean saber la historia completa –afirma uno de los narradores de Riquelme– es necesario empezar por el principio, i como si fuera novela'' (Riquelme, 1893: 7). A pesar de esto, parece claro que la mayor influencia literaria de Riquelme provino de los historiadores liberales de mediados del siglo XIX, narradores también del relato fundacional de la nación, puesto que para el autor la escritura de la historia, junto con ser fuente ''severa e imparcial'', es ''maestra también en dramas y tragedias'' (1909, abril 18), es decir, modelo de artificio literario. Anotemos, a modo de apunte a retomar en próximas lecturas, que Riquelme explicita sus reservas respecto a las posibilidades expresivas del romance nacional o la novela naturalista tal como circulan en su entorno letrado, llegando incluso a caricaturizar sus formas convencionales, como sucede con la irónica utilización de la descripción en su cuento ''Era un sueño!'' (1889, mayo 8); al mismo tiempo, Riquelme adopta algunos recursos formales empleados por Vicuña Mackenna en varios de sus textos, como el tono oral con que anima la escritura y la superposición polifónica de citas, en una estructura que semeja por momentos al collage.

Nos parece que es precisamente este interés por la textualidad de la historia lo que termina por distanciar a Riquelme de Palma y los tradicionistas. Si la tradición era, en palabras del peruano, ''algo, y aun algos, de mentira y tal cual dosis de verdad por infinitesimal u homeopática que sea'' (Palma, 1906: 448), la prosa histórica de Riquelme, también ''galope de imaginación al través de aquellos lejanos [e] ignorados sucesos'' (1899, febrero 15), se inclina finalmente por presentarse ante los lectores como un antídoto contra ''la fantasía de algunos romanceros [donde] más brilla la licencia innecesaria que la verdadera poesía'' (1909, abril 18). Declaración pública de la veracidad de su discurso como conmemorador de la historia, pero al mismo tiempo concesión explícita a una ''verdadera poesía'' que animaría la anamnesis crítica de este testigo-lector, y que a nuestro juicio se expresa en el particular uso de la ironía y la ficción.

Un ejemplo temprano de cómo la prosa histórica de Riquelme se constituye en una lectura crítica a la vez que creativa gracias a la sutil conjunción de la ironía y la ficción, se encuentra en una serie de seis textos publicada en 1894 y titulada ''Episodios chilenos: La de Pan Francés'', donde se presentan, ajustándose al plan de divulgación ya declarado, los principales eventos y actores involucrados en el llamado ''Motín de Figueroa'' de 1811, que enfrentó a realistas e independentistas por la subsistencia de la Primera Junta de Gobierno. Notemos que la serie comienza a ser publicada a partir del 16 de abril, coincidiendo parcialmente con la fecha de los hechos históricos referidos, estrategia que se repite con frecuencia en el resto de su prosa histórica. Siguiendo de manera casi literal lo registrado por Barros Arana en el tomo VIII de su Historia General de Chile (1887), el narrador se enmascara tras la perspectiva objetiva del divulgador que repasa los hechos documentados por la historia, aunque eventualmente se visibiliza para subrayar, maniqueamente, la confrontación ideológica que caracteriza a ambos bandos conforme al sistema axiológico común al imaginario fundacional decimonónico; los comentarios que desliza, sin embargo, no están exentos de un humor que tiende a relativizar el valor positivo asignado al bando patriota y, de paso, la dignidad épica de todo el relato histórico, como ocurre con la descripción del evento que cataliza el conflicto entre ambos bandos:

tratábase nada menos que de elegir diputados al Congreso Nacional, i aunque una buena porción de los ciudadanos electores, principalmente los de pueblos algo distantes, no sabían de fijo si lo de Congreso era cosa de carne o de pescado, las funciones electorales venían ejerciéndose sin mayores tropiezos desde el mes de Febrero, porque no se había fijado una fecha única para este grande acto de soberanía popular (1894, abril 17).

La perspectiva irónica con la que Riquelme degrada los signos del imaginario republicano –¿grande acto de soberanía popular o cosa de carne o de pescado?– ante sus lectores, en un momento histórico marcado por la hegemonía militar del Congreso de Chile, controlador monopólico del poder estatal, se refuerza significativamente con el título que da nombre a este ''episodio chileno'': Pan Francés. Notemos que el texto desarrolla el relato principal de los hechos históricos a la manera de un largo paréntesis explicativo que se encuentra subordinado a un suceso menor, a saber, la muerte accidental de un vagabundo, ''tonto o loco de la calle'' (Riquelme, 1894, abril 16), conocido por el pueblo como ''Pan Francés'', muerte que aparece apenas mencionada como detalle en una breve nota a pie de página en el texto de Barros Arana, pero que se amplifica para dotar de presencia imaginaria a un testigo marginal, anti-heroico, de la historia, que pasaba sus días ''aquí recojiendo colillas de cigarros, peleándose allá con chiquillos mataperros'', y al cual, según el narrador, ''no le importaban un comino las causas del guerrero espectáculo que miraban sus ojos'' (Riquelme, 1894, abril 16). De esta forma, el agitado drama de las pasiones democráticas elevado por la historiografía oficial queda subordinado al desarrollo de una tragedia ridícula, sin heroísmo posible, pero que termina por captar la atención e incluso la simpatía del público lector.

 

Consideraciones finales

A más de cien años de su muerte, Daniel Riquelme sigue siendo un escritor mayormente desconocido no sólo entre el público general sino también entre los lectores críticos, cuestión que a nuestro juicio requiere una rectificación. Con este estudio hemos intentado profundizar en el conocimiento de este autor, contribuyendo a delinear los contornos y los límites de su proyecto escritural, testimonio de los apuros – los conflictos, las prisas, las vergüenzas – que dieron forma a su tiempo, pero también resultado de una labor que no podemos definir sino como poética: trabajo cuidadoso, consciente y creativo sobre los afectos y los efectos del lenguaje.

Atento a la velocidad, a los gustos y a las costumbres de su tiempo, Riquelme encontró en la variedad la forma de convocar a un público de lectoras y lectores que finalmente hicieran de él un escritor. Con el correr del tiempo, sin embargo, la comunidad lectora concentró sus recuerdos en los relatos militares que le dieran una primera fama al autor, respecto de otras facetas de su producción que fueron cayendo lentamente en el olvido. De hecho, pareciera que Riquelme mismo fue olvidándose de escribir, de ir colmando la amplitud de su escritura, concentrado como estaba en leer, en recordar y en recontar un puñado de historias del pasado unidas bajo el incierto nombre de Historia de Chile. Fue un gesto sin duda defensivo o conservador, una maniobra de supervivencia que le permitió pasar inadvertido, ''apequenarse'', en un momento de profundas convulsiones sociales, pero también fue una forma de lucha, un intento por disputar un lugar en la inacabable guerrilla que busca dar nombre y sentido al presente y al futuro de toda sociedad.

Como traductor de la historia para las masas, Riquelme quiso exponer, explicar, y al mismo tiempo modificar e incluso invertir los signos que la oficializan; o al menos ese fue el proyecto que por momentos se entrevé bajo el relato que quiere contar la historia ''de esto que hoy llamamos República de Chile'' (Riquelme, 1899, febrero 15) y que fue, para el escritor, un lugar donde frecuentemente ''el sainete se convierte en drama, como después en tragedia'' (Riquelme, 1932: 31). Desacralización parcial de la historia, erosionada por el humor y la ficción de un relato donde no hay ''ni puro heroísmo ni sólo víctima'' (Todorov, 2013: 48) y que se cuela por las grietas que recorren los monumentales fantasmas de la epopeya y la tragedia nacionales. Y al mismo tiempo, desacralización parcial de la literatura, inversión de sus convenciones, de sus códigos, de sus héroes, de su lugar de enunciación. Es ese lugar entre ambas voces el que Riquelme buscó ocupar con su último proyecto de escritura, el definitivo. Cuán consistente fue en este plan, cuál fue su alcance y cuáles sus limitaciones son los interrogantes que guiarán el futuro de nuestra investigación.


* Este artículo presenta los avances obtenidos en el marco de la investigación postdoctoral FONDECYT Nº3140170: '''Acá el sainete se convierte en tragedia': la invención de Chile en la prosa histórica de Daniel Riquelme (1893-1911)''.

1 Es muy evidente que el difícil acceso a los textos de Riquelme dificulta la incorporación de su obra en los estudios de literatura chilena actuales, como lo grafica su ausencia en la monografía dedicada por Anales de Literatura Chilena en 2013 al estudio del memorialismo en Chile. Especialmente significativa resulta la ausencia de Riquelme en los posibles recuentos de la novela histórica en Chile, que no incluyen al autor, pese a que su texto La revolución del 20 de abril de 1851, publicado por entregas a principio de 1893, no sólo responde sino que, nos parece, innova en las convenciones de este género, como intentaremos demostrar en la próxima etapa de esta investigación.

2 La obra de Riquelme está disponible, aunque de forma dispersa e incompleta, en los microfilmes que mantiene la Biblioteca Nacional de Chile. Muchas de estas copias presentan vacíos o fueron realizadas a partir de ejemplares dañados, como ocurre con El Mercurio de Santiago entre 1909 y 1912, período en el que no fue posible localizar una serie de cuatro textos: ''En 1812: El primer representante de Estados Unidos en Chile'', ni la mayoría de sus crónicas de actualidad. Lamentablemente, los archivos privados de El Mercurio S.A. no están disponibles para la revisión pública.

3 Salvo que se indique lo contrario, para este recuento seguimos en lo fundamental la biografía establecida por Raúl Silva Castro (1957).

4 Fundado por los banqueros Augusto y Eduardo Matte en 1886, La libertad electoral fue un diario liberal de oposición al gobierno de Balmaceda, que reunía entre sus colaboradores frecuentes a figuras intelectuales de primer nivel, como Barros Arana, Miguel Amunátegui y Benjamín Vicuña Mackwenna. La publicación del diario fue suspendida por orden del gobierno durante los últimos meses de la administración de Balmaceda, lo que da cuenta de su combativa actividad política. Para una visión detallada de la intervenciones política del medio durante el proceso que culminó el derrocamiento de Balmaceda, consúltese Salinas, Cornejo y Saldaña (2005: 49 y ss.).

5 Según Poblete (2002: 38) para 1895 el porcentaje de la población alfabetizada en Chile se había más que duplicado respeto a 1855, alcanzando al 34,3% de los hombres y al 29,4% de las mujeres.


 

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