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Co-herencia

versión impresa ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.11 no.21 Medellín jul./dic. 2014

 

RESEÑA ARTÍSTICA

 

Sobre la obra de Néctor Mejía

 

Liliana María Hernández Obando

Maestra en Artes Plásticas – Candidata Magister en Gestión Cultural Curadora de Arte – Directora PlectoGalería

Cuando se aborda la obra plástica de un artista en un intento de interpretarla o facilitar su lectura, se puede retomar en dicho discurso algún referente propio de la historia del arte familiar a la obra en cuestión, con el fin de validar tanto su propuesta como la función del artista en los movimientos actuales del arte.

Podemos referirnos entonces a la obra del pintor Néctor Mejía como una aproximación al surrealismo que enmarca la representación de un mundo onírico hacia la sublimación del subconsciente, o tal vez observar en las situaciones indefinidas, atemporales de las escenas que revelan su obra, una reconexión con la vida interior, con la desolación humana, con mundos extraños imposibles de habitar desde la racionalidad, y que le son propios a la pintura metafísica.

La recolección de datos no sólo de orden conceptual y visual provenientes de estos movimientos, sino también la presencia de su historia en particular, hace que la obra de Mejía confronte los condicionamientos que imponen las tendencias y la tradición. La propuesta del artista interrelaciona un tiempo dual, así como la negación y afirmación de esta realidad para crear otra que no se sabe de dónde viene o en dónde termina. De esta forma, su quehacer de creador ofrece una novedad continua a partir de su estilo autónomo, con la presencia de ese tiempo que opera como la gran paradoja, que embarga de misterio la obra de arte y la sitúa en los límites de un ser y no ser constantes, de un estar aquí y ahora o de un venir de otros lados, de espacios simbólicos que enmarañan nuevas significaciones de la realidad. Así ha de plantearse el arte en lo contemporáneo, en el siempre existir de su forma y contenido actuando, en dimensiones simultáneas.

En los lugares de antaño que han ido conformando las imágenes y la memoria de Néctor, es donde se origina el espacio pictórico contenido por el lienzo. Hay una razón de ser para que sus experiencias individuales, sus sueños y estado de vigilia, aparezcan en atmosferas cromáticas, frías pero luminosas, y todos esos días que ya no corresponden a una cronología, se valgan del color de la penumbra para constatar que la presencia de la figura en el plano compositivo no puede existir sin la contingencia de su luz y su oscuridad.

De esta forma, la pintura que nos propone el artista, al re-significar su propia materia, metaforiza en la sombra una soledad de nunca acabar, y la luz de cada elemento que hace figura, suspende toda la escena en una imagen distante e irrecuperable en el tiempo, donde ya en el presente la obra se entrega a su llamado de acción espacial pictórica. Así se refleja un quehacer ordenado y juicioso en la mirada de Néctor, a través de su creación veraz, en la presencia de su disciplina, en el compromiso con la pintura como su vida, con lo fugaz de la existencia