A continuación, se ofrece un comentario y una edición de la memoria sobre la emigración de Pedro Alcántara Herrán, de acuerdo con cuatro ejes: el contexto en que fue escrita, los debates sobre la migración adelantados entonces en la Nueva Granada, la promoción de la república ideada por Herrán para dirigir hacia ella a colonos norteamericanos o europeos recién llegados a los Estados Unidos y, por último, los presupuestos científicos -etnológicos y geográficosque se pueden distinguir en su propuesta.
Pedro Alcántara Herrán y su memoria sobre la emigración
En su calidad de ministro plenipotenciario en Washington, Pedro Alcántara Herrán escribió en el mes mayo de 1848 una memoria sobre la emigración donde, buscando potenciar la ley de 2 de junio del año anterior sobre la materia, planteaba la necesidad de promocionar la Nueva Granada ante extranjeros y compañías
de colonización presentes en los Estados Unidos, así como entre los propios ciudadanos de la Unión. En su propuesta expuso las razones por las cuales el estímulo de la emigración desde la república norteamericana era el medio más oportuno para fomentar la civilización, y tomar posesión efectiva de territorios granadinos marginales y fronterizos que habían escapado al control de las autoridades coloniales y republicanas y corrían el riesgo de ser arrebatados por las ambiciones europeas o por los países vecinos.
No sobra recapitular la trayectoria de Herrán al momento de escribir esta propuesta. Pedro Alcántara Herrán nació en Santa Fe en octubre de 1800, del matrimonio de una criolla con un peninsular llegado al Nuevo Reino como capitán de infantería de la guardia de los virreyes. A los 14 años de edad se enroló en las filas del Estado de Cundinamarca y a los 16 fue nombrado alférez ayudante del presidente de las Provincias Unidas José Fernández Madrid. Tras la restauración monárquica sirvió como soldado del Ejército Pacificador, logrando ascender hasta el grado de teniente. En 1822 se pasó oportunamente al bando republicano y continuó subiendo en el escalafón gracias a su experiencia militar en Pasto y el Perú. Cuando fracasó la Convención de Ocaña en 1828, Herrán ostentaba el grado de coronel y se desempeñaba como intendente y comandante militar de Cundinamarca, posiciones desde las que jugó un papel clave en la creación de la magistratura extraordinaria confiada a Bolívar. En enero de 1830 fue encargado de la cartera Guerra y Marina y tres meses más tarde de la Secretaría de la Legación de Colombia en Roma, nombramiento que le permitió viajar por el continente europeo por cuenta de la república. Herrán regresó a la Nueva Granada en septiembre de 1834 y a finales de 1836 recibió del presidente Santander el mando militar del istmo de Panamá con el encargo de defender aquel territorio de la agresión que se temía por parte de la Gran Bretaña, a cuyo agente consular se había arrestado e incoado un proceso por una riña callejera. El presidente Márquez le concedió a Herrán la gobernación de Bogotá y el Ministerio del Interior y Relaciones Exteriores y posteriormente, al estallar la guerra de los Supremos, la responsabilidad de comandar la ofensiva contra los rebeldes. Su actuación en la contienda le valió el solio presidencial, que ocupó entre 1841 y 1845, tiempo durante el cual tuvo la oportunidad de vencer totalmente la insurrección. Su suegro Tomás Cipriano de Mosquera lo sucedió en el cargo (1845-1849) y lo nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en los Estados Unidos (Posada e Ibáñez, 1903). Herrán llegó a Washington en el mes de noviembre de 1847 y comenzó sus gestiones con el objetivo primordial de poner fin a las ambiciones expansionistas de Gran Bretaña en el istmo de Panamá. Para ello se contemplaron dos estrategias: la ratificación del tratado Mallarino-Bidlack concluido el año anterior con el representante diplomático de Washington en Bogotá y la construcción de un ferrocarril en el Istmo por empresas norteamericanas.2 El archivo de la legación deja entrever la función política y económica de las iniciativas de fomento o restricción a la inmigración, da cuenta del crecimiento del transporte y movilidad de bienes y personas entre Europa, los Estados Unidos y las repúblicas de la América española y permite entender la posición que entonces ocupaba la Nueva Granada frente a las empresas de colonización de los imperios europeos en la escala Atlántica.
Desde el 23 de febrero de 1848 se había referido el ministro en sus comunicaciones al "constante flujo" de emigrantes irlandeses y alemanes hacia los Estados Unidos, anotando que se trataba de un movimiento espontáneo, esto es, no ocasionado por ventajas ni por concesiones especiales. Él era generado, en cambio, por los medios de industria que ofrecía el país, por su disponibilidad de tierras y por sus libertades políticas y religiosas. Como lo escribiría meses después, se trataba de un movimiento que "sin cesar se dirije del continente europeo hácia suelo mas fecundo y ménos agotado de la América" (AGN, MRE, DT2, t. 156, 156v). Sin embargo, muchos de los emigrantes que llegaban al país americano encontraban dificultades para incorporarse en la vida económica. En consecuencia, Herrán sugirió la posibilidad de que la Nueva Granada dirigiera rápidamente su atención hacia aquellos migrantes sin colocación para su propio provecho. Habiendo costeado ya de su bolsillo los gastos del viaje, los colonos desempleados debían aceptar de buena gana un nuevo viaje, sufragado esta vez por el gobierno de Bogotá. Para convencerlos, el expresidente diplomático proponía nombrar agentes y empresarios que obraran en representación y para la promoción de la Nueva Granada en los principales puertos de los Estados Unidos (AGN, MRE, DT2, t. 151, ff. 14-16).
El 20 de mayo Herrán volvió a la carga, señalando que sus primeras gestiones para atraer colonos desventurados e inactivos habían arrojado resultados positivos, y constatando que
Nuestro país necesita de un impulso fuerte, irresistible, para que la masa del pueblo se aproveche de los elementos de prosperidad que posee sin conocerlos, y para que mejore su condición, y este impulso no puede dárselo una emigración lenta e insensible, que por lo mismo estará siempre aislada y en una condición de languidez (AGN, MRE, DT2, t. 156, f. 155r).
Con el ánimo de convencer al gobierno de Mosquera de la necesidad de destinar recursos para sacar adelante un proyecto de emigración numerosa en los Estados Unidos, Herrán redactó en Washington una memoria que remitió a Bogotá con el oficio de 20 de mayo de 1848. El original se encuentra en el Archivo General de la Nación de Colombia, en el fondo Ministerio de Relaciones Exteriores.
Memoria sobre la emigración
La misión que le había sido encargada a Herrán consistía en fortalecer la injerencia de los Estados Unidos en la geopolítica continental y de la Nueva Granada con el fin de defender a la república del expansionismo que el imperio británico propulsaba desde la Costa de Mosquitos. Para ello, Herrán debía implementar la "Ley sobre la inmigración de extranjeros" con sus decretos anexos redactados entre junio y septiembre de 1847 por Manuel Ancízar, entonces Secretario de Relaciones Exteriores y Mejoras Internas. El llamado "Plan Ancízar" al que daba forma esta ley hizo parte de una serie de iniciativas que durante la primera mitad del siglo XIX buscaba forjar políticas de fomento a empresas de colonización con extranjeros (Martinez, 1997; Aya Smitmans et al., 2010; Romero, 2013). Con la implementación de esta ley, las autoridades bogotanas esperaban que la llegada de colonos "agricultores, mineros i artesanos" diera un "poderoso impulso a la prosperidad nacional" (Colección de documentos sobre inmigración de extranjeros, 1847: 1 y 16)3. En este contexto, la memoria sobre la emigración de Herrán fue una respuesta al marco legal propuesto por Ancízar, por lo que el expresidente y diplomático pretendía fungir como "Ajente público encargado especialmente de protejer i estimular desde lo exterior la inmigración" (Colección..., 1847: 3).
La complementariedad entre la ley de 1847 y la memoria de Herrán es clara: si Ancízar proponía una ley de inmigración, era preciso construir un modelo para incentivar en el extranjero la emigración. Pensando la república desde la legación en Washington, la memoria se preocupaba menos por la acogida de los extranjeros que por la manera de cooptarlos, seducirlos y llevarlos hacia los puertos del país. El proyecto de inmigración de Ancízar, en cambio, tal y como aparece en los decretos, circulares, cartas y editoriales insertados en la gaceta oficial de la Nueva Granada en 1847, se centraba en la manera en que los extranjeros serían recibidos. Entre los asuntos centrales del Plan se encontraban: las condiciones de los puertos de llegada, el tipo de tablas estadísticas y cuestionarios que debían preparar las aduanas, los lineamientos para la naturalización de los colonos, el capital de apoyo del Tesoro Público, las primas e indemnizaciones a extranjeros y empresarios que emprenderían el viaje, la adjudicación de las tierras baldías del Estado, las facilidades para la contratación de jornaleros, las prerrogativas tributarias a nuevas industrias extranjeras, la creación de sociedades de apoyo a la inmigración y, no menos importante, el levantamiento de mapas topográficos y relaciones geográficas de los territorios más propicios para la colonización (Colección...,1847). En cambio, el texto de Herrán arrojaba elementos de respuesta sobre la manera de promover la salida de los extranjeros en los Estados Unidos hacia la Nueva Granada, determinando y justificando la cantidad, los lugares de procedencia, los rasgos morales de los emigrantes, el punto de partida, los medios de transporte, las estrategias de financiación, los empresarios con los cuales negociar y el tipo de publicaciones con información detallada para crear expectativas de riqueza.
La memoria sobre la emigración de Herrán está compuesta de ocho parágrafos con argumentaciones claramente diferenciadas que ameritan comentarios y explicaciones. En el primero, el agente público de Washington expone su principal propuesta: que se lleve a cabo una "emigración en gran número de familias". A diferencia del Plan Ancízar que buscaba una inmigración paulatina, poco numerosa y casi experimental, esta propuesta pretendía que entre diez mil y doce mil familias viajaran a la república. Entre más colonos, decía Herrán, más rápido sería el retorno del capital invertido y más altos los rendimientos una vez que todas las colonias descubrieran los "elementos de riqueza y comercio" que yacían ocultos en el territorio neogranadino (AGN, MRE, DT2, t. 156, f. 156r);4 además, si eran muchos, tanto menos costosos serían el negocio del transporte y el pago de pasajes. Para Herrán, solo en la cantidad se encontraba la cualidad específica que se requería para lograr efectos positivos y duraderos en "la obra de la rejeneracion moral é industrial de nuestro país" (155r-v). Considerable, notable, irresistible, excitante, evidente, poderosa es el modo en que Herrán pensaba esa masa de extranjeros que llegaría al país. Cada población o colonia, formada con médicos, farmaceutas, capellanes y provista de sus propios aparatos e instrumentos industriales y de comodidad, se concebía como un bloque homogéneo de una "misma sociedad" donde el migrante se sintiera en "su patria", con "sus afecciones" y, por eso mismo, libre de caer en la "languidez" que podría generarle un medio extraño si no estuviera acompañado por sus semejantes (156r-v). Este primer parágrafo da cuenta de un modelo de colonia que busca la preservación y extensión de una condición de origen antes que la mezcla con la población granadina. Lo que se pretendía con tal modelo era dar "ejemplo" y servir de "escuela" a la masa del pueblo granadino (157r).
Hay en esta manera de concebir la emigración un rasgo escenográfico, en la medida en que para Herrán las colonias extranjeras entrarían a la república no sólo para hacerla productiva sino también para ser vistas por los espectadores internos y externos. En efecto, en el segundo parágrafo, sobre las "ventajas políticas de este tipo de emigración" numerosa, el ministro estaba seguro de que con los "activos" y "civilizados" colonos de los Estados Unidos la Nueva Granada ganaría respetabilidad y fuerza ante los ojos de los países vecinos y limítrofes y que, además, gracias a su tendencia al orden y a sus hábitos de subordinación, infundirían en el pueblo granadino y en los "naturales salvajes" el "sosiego interior" (157v). Ante la coyuntura de las disputas limítrofes propiciadas por la doctrina del uti possidetis y de las recientes guerras intestinas, la esperanza de contar con la presencia de poblaciones extranjeras era para Herrán un modo de asegurar posesión y dominio en los territorios apartados y de proteger el interior de "incursiones de indios salvajes" y de insurrecciones indeseables.
Los seis puntos de colonización que propuso Herrán reflejan la importancia que para él tenía la ostentación del dominio como estrategia geopolítica. Bocas del Toro, Darién y la Guajira serían los emplazamientos sobre la costa atlántica donde irlandeses y estadounidenses disuadirían al "sistema de usurpación de la Gran Bretaña" (158r) y lograrían comunicar por tierra a Panamá, Chocó y Antioquia. En Guanacas, la colonia permitiría resistir cualquier nuevo intento de insurrección de los pueblos del sur, pues los extranjeros "impondrían el suave yugo de la civilización" a las "tribus semi-salvajes que habitan ese territorio" (158r). Finalmente, estaba el suroriente: en San Martín podrían ocupar el territorio en disputa con Venezuela proyectando su radio de influencia hacia el Meta, Orinoco y Casiquiare y, en Mocoa, servirían de apoyo al orden público y serían vistos como una fuerza de respaldo a los derechos de posesión que contrariaban Ecuador, Perú o Brasil.
Para Herrán, se trataba de entregar a las empresas de colonización la misión de fundar "una organización social de civilización, en donde no alcanzó o no quiso establecerla el gobierno de España, y donde no hay esperanzas que pueda establecerse por medio de granadinos" (157v). Pero, ¿por qué no había esperanzas de que los granadinos lo hicieran? Leyendo la memoria surge la pregunta de si acaso había para el expresidente una razón precisa que lo impidiera. Lo que parece plausible es que sus razones estuvieran imbricadas, pues, a medida que avanza el texto, en sus aserciones se mezclan argumentos geopolíticos y económicos con pensamientos morales y raciales. Para Herrán el problema no residía simplemente en una baja densidad poblacional, sino que para él los granadinos no eran industriosos, no eran perseverantes y no podían someterse a "las penalidades del trabajo duro i á las privaciones de un desierto", como sí cabría esperarlo de los colonos extranjeros (158r). A lo largo de la memoria de Herrán se puede ver cómo los granadinos, o al menos la mayoría de ellos, son pensados a contrario sensu, o por contraste con los extranjeros norteamericanos y europeos.
De los parágrafos donde más se nota el tono elogioso a la virtud y al carácter norteamericanos y europeos es en el tercero, donde el ministro señala las razones de por qué "las empresas de emigración deben promoverse en los Estados Unidos". Antes de despacharse en encomios morales, Herrán explica que en esa república había varias condiciones para una emigración provechosa: el "torrente incesante" de emigrados europeos disponibles (que dispensaría el costo de ir a buscarlos del otro lado del Atlántico); el ingente número de norteamericanos deseosos de emprender expediciones; las diversas empresas de colonización allí presentes, y las muchas compañías de navegación existentes para contratar los pasajes y transporte de materiales. Pero es a partir de unas razones de geografía moral que Herrán funda su convencimiento de que son los Estados Unidos el país en que se debía privilegiar la emigración. Para él, los empresarios norteamericanos parecían los mejores aliados para hacer la colonización o simplemente dirigirla, pues en este país existía un "estímulo moral" por las expediciones, a diferencia de los europeos quienes, decía Herrán, estaban inclinados al interés y al enriquecimiento (159r-v). El prestigio y distinción que los Estados Unidos tienen para Herrán son manifiestos en sus líneas, cercanas a las de un moralista clásico que escribe sobre caracteres nacionales. Así, para el diplomático, los Estados Unidos se distinguían de las demás naciones por su virtud ingénita y por su noble gusto por el trabajo. En su opinión, los ciudadanos norteamericanos "aman el medio que la produjo [su sociedad] i respetan hasta el entusiasmo, la actividad, la constancia, el valor i el heroismo que le han dado las colosales proporciones i la creciente prosperidad que hoi ostenta a la faz del mundo asombrado" y, en ese mismo tono exaltado, continúa su alabanza diciendo que
no olvidan el ejemplo que les dejaron los primeros fundadores, cuya memoria tienen en tanta veneracion que se enorgullecen de pensar en imitarlos i este aliciente de gloria los empeña de ordinario en las mas atrevidas empresas que llevan felizmente á cabo arrostrando peligros, sufriendo privaciones i venciendo dificultades de todo jénero (159r).
Además del retrato puritano de una sociedad que vive en "la tradición de las virtudes de sus mayores", que busca la gloria y cultiva la virtud como fin en sí mismo, Herrán apela aquí a la historia que se haría legendaria de un pueblo que avanzaba hacia la conquista y ocupación del Oeste, dispuesto a conocer y habitar la naturaleza salvaje pero pródiga de América (Turner, 1920; Cosgrove, 1998: 161-188). Se perciben en el texto de Herrán los elementos que darían lugar a la narración fundacional de cómo los estadounidenses "ayudados por las felices cualidades que les ha concedido la naturaleza" se iban transformando en espíritus de libertad y civilización mediante su avanzada hacia las costas de Oregón y hacia los territorios recientemente adquiridos tras la guerra con México.
Esta interpretación de la expansión de la república norteamericana se acentúa aún más en el cuarto parágrafo que trata sobre la disputa de Texas entre México y los Estados Unidos: "En estos momentos se está consumando la usurpacion de una parte del territorio Mejicano, i este hecho que pasa á nuestra vista nos hace profunda impresion" (160r). En este punto, el ministro se proponía alejar cualquier temor de una posible amputación del territorio granadino por parte de la república del norte. Para Herrán, la verdadera amenaza consistía en "las pretensiones arrogantes de Gran Bretaña" y, por esta razón, era únicamente a través de una alianza con los Estados Unidos que los británicos podrían mantenerse a raya y permanecer circunspectos en el Caribe (161r). Para el expresidente, la disputa con México no se reproduciría en la Nueva Granada. Según él, Texas había sido entregada por los mismos mejicanos: la codicia de sus gobernantes anhelaba la separación aun cuando esto acarreara la ruina de la nación mejicana (160v). En este pasaje, el discurso moral y racial se mezcla cada vez más con el político. En el texto se acusa a los mejicanos de codicia, anarquía general, negligencia, falta de valor, poco espíritu público, impericia y flojedad en el combate. "Vergonzoso en estremo es para los que pertenecemos a la raza Hispano-Americana tener que confesar que estas han sido las principales causas de los males que ha sufrido i sufre aquel opulento país" (160v). Pero es aquí igualmente donde se puede percibir la flexibilidad del discurso o pensamiento racial pues, en lugar de dar lugar a creer que los granadinos podían sucumbir ante las potencias del norte por los mismos caracteres ingénitos que los ligaban con los mejicanos, dice Herrán que la Nueva Granada y Venezuela tendrían el valor y entusiasmo como "Sudamericanos" para vindicar la mácula que le ha dado México "á la raza española aclimatada en América" (160v-161r). Con estos términos propios de la etnología y la geografía moral de la época, Herrán por primera vez en su memoria describe positivamente -y no a contrario- el carácter propio de los granadinos, al menos de los políticos y militares, alegando que ellos pueden contar con sus propias cualidades frente a cualquier posible amenaza o invasión, a saber: denuedo, patriotismo y celo por la independencia de su asociación política. Un apunte con el que seguramente aludía a la guerra de independencia, las hazañas de Bolívar y los ejércitos colombianos.
En el parágrafo quinto la retórica racial, moral y climatológica se impone definitivamente dentro del pensamiento geopolítico de Herrán. Aquí, el ministro pretende disuadir a las autoridades de promover la emigración de asiáticos ("coolies"), pues considera que el contacto con ellos sería pernicioso para los granadinos. En este sentido, la propuesta de Herrán se oponía a un punto especial de la ley de Ancízar que se mostraba abierta a la inmigración de norteamericanos, europeos y asiáticos:
Podrá el Poder Ejecutivo contratar la venida al pais de indios Coolíes en calidad de jornaleros, i contratar su trabajo con los agricultores granadinos. Los que contraten con el gobierno el trabajo de estos indios, indemnizarán los costos de inmigración i asegurarán el salario que debe pagárseles, a juicio del Poder Ejecutivo (Colección..., 1847: 2).
La distinción dentro de la ley resulta significativa. Empleando un vocabulario racial y aclarando que a los asiáticos se les tendrá "en calidad de jornaleros", las autoridades ya daban cuenta de sus preferencias por los grupos humanos provenientes de Europa y de Norte América. Ahora bien, la memoria de Herrán no daba "importancia alguna á la emigracion de indios coolies" y buscaba hacer aún más evidente su preferencia racial mediante el rechazo tajante a la contratación de asiáticos (161v). Según el ministro, sólo los migrantes europeos o estadounidenses podrían garantizar la llegada de "mejores métodos de industria agrícola, minera y fabril" (157r). Dando cuenta de unos presupuestos "científicos" propios de los debates filosóficos, etnológicos y geográficos que entonces circulaban ampliamente5, Herrán encontraba en este parágrafo la oportunidad de desarrollar lo que para él era el objetivo principal de la emigración en Nueva Granada:
estender en la masa del pueblo los mejores métodos de industria, por medio de los conocimientos que lleven los emigrantes, por medio del ejemplo de laboriosidad [...] una influencia industrial hábil, que mueva la pesadísima apatía de la raza indígena: que venza la indolencia i la pereza que reinan en nuestro suelo: que destruya las preocupaciones que impiden la mejora social; en una palabra, que imprima á nuestras masas en jeneral un impulso de civilizacion á que no puedan resistir (161v-162r).
Para un primer acercamiento a la circulación de este tipo de ideas en el contexto granadino, resultan orientadores: Silva, Renán (2002). Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: Universidad Eafit-Banco de la República; y Nieto, Mauricio Castaño, Paola Ojeda, Diana (2005). "'El influjo del clima en los seres organizados' y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada". En: Historia crítica, No. 30, pp. 91-114. En el octavo y último parágrafo contemplaba Herrán otros medios auxiliares para promocionar la Nueva Granada en los Estados Unidos. Este punto es particularmente relevante, puesto que da cuenta del modo en que la Nueva Granada quería hacer propaganda de su territorio. Por medio de una publicación en varios idiomas, Herrán proponía facilitar información sobre leyes y decretos de la República, garantías y derechos de que gozarían los colonos, lugares a los que irían, noticias y descripciones geográficas, estadísticas recientes, mapas, formas de vida, ciclos naturales, enfermedades recurrentes y, entre otros, posibles obstáculos que el medio podría oponer a las colonias. En este proyecto de publicación se despliega una imagen de la Nueva Granada a partir de la cual es posible realizar un balance final de la memoria como un texto que piensa la migración desde una geografía económica y moral con rasgos raciales.
Geografía económica y moral
Además del valor documental de esta memoria para el estudio de las políticas sobre la inmigración, en ella se puede ver el modo como el territorio y la población de la Nueva Granada eran entendidos por un representante eminente de la clase política conservadora. En efecto, el texto de Herrán puede ser leído a la luz de las tendencias del pensamiento geográfico durante la primera mitad del siglo XIX. Para el momento particular del auge de las ideologías republicanas, los discursos geográficos cumplían un papel determinante en la promoción de valores y proyectos estatales puesto que formaban parte de una retórica de la transformación del territorio en nación; además, la geografía era una práctica de la erudición que hacía parte de la formación política y filosófica de las personas letradas y, por extensión, de las élites de las repúblicas. El conocimiento geográfico del siglo XIX estaba enmarcado en una suerte de teodicea de la civilización y la libertad; la Tierra y sus partes se entendían a partir del progreso y las dificultades que sufría la providencial y universal misión civilizadora de la humanidad. En este sentido, el discurso geográfico se convirtió en una vía de moralización y espiritualización del espacio terrestre y de los grupos humanos que lo habitaban (Livingstone, 1991: 414-416). Por eso, no es una sorpresa el hecho de que textos con contenidos geográficos producidos en el período de las revoluciones de independencia funcionaran como geografías morales que incluían asuntos sobre la virtud, la sensibilidad, el carácter y el civismo (Livingstone, 2005: 328-329). En la memoria sobre la emigración de Pedro Alcántara Herrán resuena este tipo de pensamiento. En efecto, en sus propuestas, él integró la reflexión geográfica y, a través de ella, entendió el espacio granadino a partir de la imbricación de unos ideas políticas y económicas con otras morales y raciales.
Como ya se anotó, el principal objetivo de incentivar una emigración numerosa en la Nueva Granada consistía en la necesidad que tenía el país "de un impulso fuerte, irresistible, para que la masa del pueblo se aproveche de los elementos de prosperidad que posee sin conocerlos, i para que mejore su condicion" (155r). Para lo primero, los extranjeros se encargarían de mostrar cómo producir y sacar las riquezas del país y, para lo segundo, su ejemplo laborioso tendría una influencia en el ímpetu moral de los habitantes; en ambos casos, la emigración asumiría una función didáctica y formativa. Ahora bien, para lograr el efecto económico, Herrán sabía que era necesario convencer a los extranjeros de que la Nueva Granada poseía vastas riquezas que esperaban por ellos. Para lograr el efecto moral, el ministro debía tener más o menos claro de qué modo la influencia moral podía garantizarse. ¿Cuáles eran los argumentos económicos con los que Herrán convencería a los extranjeros para emprender una colonización en tierras tropicales? Y ¿cuáles eran las razones que fundamentaban la idea de mejoramiento de la condición social granadina? Si bien la memoria de Herrán no permite dar una respuesta cabal ni detallada a estas preguntas, sí se puede, al menos, realizar el ejercicio de señalar sus posibles presupuestos.
Al final de su memoria o disertación sobre la emigración, es relevante que el ministro sugiriera que el "Ajente de emigración" (eventualmente, el mismo Herrán) debería velar por una publicación en español, inglés y francés que contuviera "muchas cosas sobre que es conveniente tengan los emigrados una noticia completa" y con la que "se presentarían i se daría respuesta á aquellas cuestiones que es natural hagan" (165r). Entre las preguntas, escribe Herrán, se debía pensar particularmente en estas: ¿"qué rejimen conviene á las personas no aclimatadas: qué deben prometerse del país: qué obstáculos tienen que superar: qué privaciones que sufrir"? Se trata de un tipo de preguntas capitales pues eran las que iban a permitir construir las expectativas de territorio en Nueva Granada. En efecto, en la dicha publicación,
debería hacerseles un fiel cuadro en el que nada pudiera escaparse á sus ojos; porque lo que nos importa no es que vayan emigrados, sino que vayan con pleno conocimiento de las dificultades naturales que se presentan en el pais, para que ninguno pueda jamas decir que procedió engañado, i solo se resuelvan á ir los que se sientan con bastante valor, actividad i constancia para vencer aquellas dificultades, los cuales no se desalentarán á la vista de algunas privaciones, ántes bien las aceptarán gustosos en cambio del provecho que con industria i perseverancia podrán prometerse sacar de los numerosos elementos de riqueza que encierra nuestro país (165v)6.
Como se ve, la publicación que contemplaba Herrán consistía en una especie de manual o cartilla que describiría el territorio granadino y, puntualmente, los lugares de las colonias. Una descripción que debía propiciar el interés de aquellas personas cuya sensibilidad no se amedrentaría ante las dificultades y que, más bien, se entusiasmaría ante la expectativa de un país que liberaría sus riquezas encerradas con la fuerza del trabajo y el conocimiento de la industria. A la hora de hablar de "los abundantes elementos de riqueza que posee la Nueva Granada" (161v), Herrán emplea en su memoria ese lenguaje sugestivo mediante el cual se da a entender que las potencias productivas de la naturaleza yacen dormidas, escondidas, revueltas, secretas, a la espera del saber industrioso extranjero. Así, por ejemplo, dice Herrán, hablando de la actividad del "beneficio" de la naturaleza en alusión a los procesos ligados a la minería:
Los territorios de Bocas del Toro, Darien, Goajira, San Martin, Guanácas i Mocoa serán para nosotros tesoros escondidos, ó mas bien un gravámen miéntras no se establezcan en ellos estranjeros industriosos que con valor i perseverancia beneficien los elementos de riqueza que la naturaleza ha prodigado allí (158r).
Para Herrán, la mejor manera de poner ante los ojos de los extranjeros tal cuadro de expectativas de riqueza era la inclusión en la publicación "de un mapa de la Nueva Granada" y, específicamente, "el que acaba de formar i publicar nuestro compatriota el Sor. Acosta i que fácilmente podría apropiarse al objeto marcando en él lo que necesiten conocer los emigrados" (165r). La inclusión de la cartografía en la propuesta de Herrán debe entenderse como un refuerzo para la promoción de esas expectativas de territorio entre los extranjeros. Resulta interesante que Herrán contemplara la posibilidad de marcar sobre el mapa otro tipo de informaciones diferentes a las que ya estaban dentro del publicado por Acosta (ver mapa en Imagen 1). Para Herrán, en el espacio de la representación cartográfica era susceptible yuxtaponer todo tipo de datos o señales que permitieran acrecentar las promesas y trazar planes de acción para la extracción de la riqueza.
Publicado en París en 1847, el mapa de Joaquín Acosta se inscribe dentro de los primeros intentos de una cartografía oficial de la Nueva Granada que identificara las fronteras del país a partir del principio del uti possidetis de 1810 y luego de la disolución de Colombia en 1830 (Duque Muñoz, 2008; 2009)7. Para su confección, Acosta se había basado en sus expediciones por el territorio y en las informaciones de Humboldt, Boussignault, Roulin, Ribero y J. M. Restrepo. Además, contaba con el respaldo de los documentos coloniales a los que había logrado acceder siendo Secretario de Relaciones Exteriores, y que había consultado para su trazado de la frontera con Venezuela durante el mandato presidencial del mismo Pedro Alcántara Herrán, entre 1843 y 1845. En el mapa se representa ante todo el aspecto físico de la Nueva Granada e incluye la localización de minas, ruinas, caminos, ciudades y villas, aguas minerales, volcanes, cadenas montañosas, ríos, lagunas y litorales. Además, cuenta con cinco recuadros que informan sobre las potencialidades y condiciones del país: 1) El Plano del puerto de Sabanilla, en la desembocadura del transitado río Magdalena, levantado bajo la administración del Presidente Herrán por Jayme Brun en 1843. 2) Un mapa de la Posición de la Nueva Granada respecto de las Antillas, del seno Mejicano y de los Estados vecinos que da cuenta de la posición estratégica de la república en la región. 3) El plano del Puerto de Cartagena. 4) Un Corte de los tres ramos de la cordillera de los Andes, valioso aporte para la comprensión de la constitución geológica general del País y, por ende, base para la explotación de minerales. 5) Por último, un Plano de Bogotá realizado por el Coronel José María Lanz en 1832, y que es uno de los primeros que se imprimieron de la capital del país (Acosta de Samper, 1901). Herrán, quien seguramente conocía la reciente impresión del mapa de Acosta al momento de escribir su memoria, pensó acertadamente en él para integrarlo en su idea de publicación. Esta hipotética inclusión habría seguido la idea que prevalecía durante el mandato de Mosquera, para quien "los ensayos geográficos y la cartografía se convertían en medio de propaganda" debido a "una tendencia marcada durante las primeras décadas de vida independiente" para mostrar "el país y sus riquezas con el fin de atraer la inmigración y la inversión extranjeras" (Duque Muñoz, 2009: 134 y ss.).
Pero si el mapa de Acosta servía para mostrar las riquezas ocultas en el territorio y para señalarle los espacios promisorios a una colonización industriosa y perseverante, la publicación que tenía en mente Herrán también desplegaba una geografía moral y étnica susceptible de ser proyectada sobre ese mismo mapa. A una representación cartográfica que interpretaba el territorio granadino en términos estadísticos, físicos, geológicos y económicos, Herrán le superpondría una cartografía moral y étnica en la que se asociarían las particularidades del territorio con el carácter de sus habitantes. El resultado no sería otro que el de exaltar la energía de los ciudadanos europeos y estadounidenses para que sintieran con optimismo su providencial tarea de llevar la civilización a los "naturales salvajes" de la Nueva Granada (157v). Como ya se ha visto, para Herrán la inmigración no sólo se justificaba como medio para aumentar el trabajo y la producción en el territorio, sino que, según él, era el único medio para despertar las riquezas naturales y educar a los grupos humanos que dormían en ellas. Desde este punto de vista, el texto de Herrán también puede emplearse para entrever el complejo cruce entre el pensamiento geográfico y racial presente en las propuestas sobre inmigración y emigración de la Nueva Granada.
La pregunta por la relación entre la migración y la historia de las razas fue un tema de gran importancia a lo largo del siglo XIX (Livingstone, 1991: 426). En efecto, el fenómeno del movimiento masivo de personas alrededor del globo ocupaba un lugar notable en los debates públicos, ejercidos con particular denuedo y detalle en París, Londres y Filadelfia (Livingstone, 1991; 2002; 2005; 2008). Antes que la teoría de la evolución y las investigaciones bacteriológicas tomaran relevancia, y en pleno furor de la confrontación entre monogenistas y poligenistas, un interrogante concitaba el interés de políticos y estudiosos de la geografía y la antropología: ¿cuáles son los efectos que produce la migración de la civilización hacia los pueblos originarios? Se trataba de una pregunta que dejaba pensar en la posible degeneración de las razas por medio del contacto o de su traslado de un clima a otro diferente o, como lo insinuaba Herrán, en la posible regeneración de una raza que habita en un clima tropical por medio del contacto con una raza aclimatada, o con mayor capacidad de aclimatación, proveniente de un clima templado. Un pensamiento como este sólo podía surgir bajo el presupuesto según el cual las zonas climáticas y sus habitantes pueden ser descritos y explicados relacionalmente a partir de juicios morales. Tal y como lo ha estudiado David N. Livingstone, en la historia de las ideas, representaciones y conocimientos sobre los climas de la tierra yace una geografía moral que ha sido empleada continuamente, y en cada momento de manera distinta, para forjar discursos e ideologías con prejuicios raciales (1991: 429; 2002). Los proyectos sobre migración, por ejemplo, son casos en los que cabe rastrear este mecanismo.
La ampliamente explotada correlación entre clima habitado y costumbres, desarrollada en los escritos de Montesquieu, François Bernier, John Milton, Jean Bodin o Juan Huarte puede rastrearse en la Política de Aristóteles y, antes, en el hipocrático Aire, Aguas y Lugares, piedra de toque de la tradición médico-filosófica. En esta matriz de las zonas climáticas que dividen el mundo en grandes franjas de latitudes (fría, templada y tropical o tórrida), los europeos, por ejemplo, expuestos al cambio extremo y las exigencias de las estaciones, suelen ser caracterizados como agudos, independientes y valerosos, mientras que los asiáticos y africanos, cerca de la zona tórrida en donde la naturaleza es pródiga y espontánea y los ciclos de sol poco variables, son descritos como indolentes, cobardes y complacientes con la tiranía. Para ambos casos, las cualidades morales y sus enfermedades o tendencias connaturales estarían directamente relacionadas con el entorno habitado. Pero, de manera exclusiva, la zona templada aparece en esta matriz como aquella que produce o aloja seres virtuosos y, por extensión, la más propicia para el crecimiento saludable de la civilización y de la producción de artes y ciencias. Desde luego, las ideas asociadas a los presupuestos etnoclimáticos son mucho más complejos y detallados de lo que se acaba de exponer; lo que interesa aquí es entender esquemáticamente la manera en que se realiza la correlación entre el clima de un lugar y sus habitantes y cómo un etnocentrismo -en este caso europeoproyecta una valoración moral de los otros pueblos diferentes y lejanos. Aquí, precisamente, el pensamiento racial también tiene sus raíces, pues la interpretación moral y étnica del clima se ajusta a las correlaciones entre lugar y raza.
Ahora bien, es importante anotar una característica operativa de este discurso moral y étnico del clima: su indecisión o indeterminación causal. ¿Es el suelo o el clima los que forman la complexión de los habitantes? ¿O acaso la complexión es propiedad esencial de cada raza y el clima en que habita es el lugar más semejante y propicio que ha encontrado para sí? En la indecisión de responder la pregunta reside el éxito del discurso étnico-racial, pues en esa medida el sistema de diferenciación y jerarquía de razas es maleable según las circunstancias. Lo mismo sucede con el término raza, que aparece frecuentemente en los textos del siglo XIX pero que no tiene un uso único y, sobre todo, no siempre se refiere a una definición esencialista de individuos o grupos. De nuevo, la indecisión es característica. Sin ser un sistema rígido, este acervo de ideas y correlaciones provistas de encomios y censuras morales resultaron útiles para seleccionar y legitimar aquellos grupos que tomarían parte en las decisiones políticas, así como para filtrar y organizar los mecanismos y vías de la llamada movilidad social8.
Por su parte, al menos a partir de la memoria sobre la emigración, Herrán creía que él y sus semejantes granadinos de la élite militar, política y letrada eran la raza española aclimatada solicitando la ayuda de otras razas aclimatadas (los estadounidenses) o con capacidad de aclimatarse (los europeos) para lograr hacer entrar en las tierras tropicales la avanzada de la civilización. En ese sentido, cabe pensar que la posición de Herrán hacía parte de un discurso y modo de pensar más bien hegemónico y en buena medida compartido por las ideologías republicanas e imperiales del Atlántico.
Dentro de sus responsabilidades, el "Ajente de emigración" vigilaría con celo "las buenas cualidades que deben tener los emigrados que vayan por cuenta de empresarios" (164v), esto es, tendría que comprobar que los extranjeros sí cumplieran con los criterios étnicos y morales que tanto alababa. El Agente de emigración se mostraría entonces como un geógrafo de la virtud y un censor del "enjambre de mendigos que tenemos en casi todas nuestras poblaciones" (162v). Los pueblos nativos que habitaban en Popayán, Buenaventura, Cauca, La Guajira, Pasto o Tierra-adentro, así como "los grupos de negros fujitivos i agrestes" eran para el experto General de la Guerra de los Supremos el enemigo interno, la masa a la que era preciso hacerle frente y reformar. En efecto, en su memoria trata a estas poblaciones como "hordas" que
serán en todo tiempo un instrumento de mal, porque además de luchar con todas las fuerzas que les presta la barbarie para impedir los progresos de la civilizacion, están dispuestos a ser movidos por cualquier enemigo de la República i obrar no solo contra el Gobierno, sino contra la sociedad i contra los ciudadanos particulares i sus propiedades (158v).
Por eso, ante la amenaza de dislocación social, Herrán -hablando en nombre de la élite granadinasentía la "necesidad urjente" de trabajar con los futuros colonos provenientes de los Estados Unidos para "aumentar la población civilizada en aquellos puntos por donde un dia podemos estar espuestos á irrupciones de tribus salvajes ó de huestes semi-bárbaras".
Esta propuesta de emigración de Herrán da cuenta de cómo la esquiva noción de raza y la concepción económico-moral del territorio fueron dos elementos ineludibles en los debates y tendencias intelectuales con los cuales se pensaban los proyectos de políticas sociales e internacionales en la Nueva Granada.
Sobre el documento y la edición propuesta
A continuación, se transcribe todo el documento que con el título de Emigración escribió Pedro Alcántara Herrán desde Washington en 1848 y que actualmente reposa en el Archivo General de la Nación, en el fondo Ministerio de Relaciones Exteriores, transferencia 2, tomo 156, folios 155 a 165; igualmente, existe un traslado en el tomo 151 del mismo repositorio, folios 25 a 37. Por lo que he podido averiguar, este documento ha sido escasamente referido en los estudios históricos. Hemos decidido publicarlo por primera vez para propiciar su consulta entre investigadores y lectores curiosos.
En la edición que se propone se decidió mantener la ortografía y puntuación del original; en la transcripción se señalaron los folios del original para facilitar la citación, así: [Fol. 160r]; las palabras en cursiva son énfasis que en el original aparecen con un subrayado.
Quiero agradecer a Daniel Gutiérrez Ardila por mostrarme esta fuente y haberme animado a editarla y comentarla. Igualmente, le agradezco a Mauricio Tovar del Archivo General de la Nación por compartirme una fotografía de la primera página de la memoria de Herrán, y a Anthony Picón de la Biblioteca Nacional de Colombia por facilitarme una copia digital en alta resolución del mapa de Joaquín Acosta. A María Camila Cardona le agradezco por su ayuda en la transcripción