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Co-herencia

Print version ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.13 no.25 Medellín July 2016

https://doi.org/10.17230/co-herencia.13.25.4 

Artículo original

Una historia americana

An American History

Mónica Henry** 

1** Doctora en Historia de la Université Paris Diderot-Paris 7, Maître de conférences de la Université Paris Est-Créteil, Francia. monica.henry@free.fr


Resumen

Las primeras historias sobre el origen de las revoluciones y emancipaciones hispanoamericanas fueron gestadas y publicadas antes de que las guerras de independencia hubieran terminado. Algunas de estas obras lo fueron en Estados Unidos. Por otro lado, historias de la revolución editadas en la América española fueron reseñadas en revistas literarias estadounidenses de amplia difusión. En este artículo se estudiará entonces el papel que cumplieron los estadounidenses en la fabricación y difusión de esta naciente historiografía hispanoamericana. El propósito es destacar el protagonismo de Estados Unidos en el doble proceso del nacimiento de estos Estados modernos y de sus historiografías.

Palabras clave: Revoluciones hispanoamericanas; historiografía; publicación estadounidense; reseña histórica.

Abstract

The first histories about the origin of the Spanish-American revolutions and independences were conceived and published before the wars of independence had ended. Some of these works were published in the United States. On the other hand, widelyread US reviews commented the histories of the revolutions published in Spanish America. This article thus focusses on the role US Americans played in the making and dissemination of the incipient Spanish-American historiography. The purpose is to highlight the place of the United States in the double process of the birth of these modern states and their historiographies.

Key words: Spanish American revolutions; historiography; US publication; historical review.

En la América hispana los actores de las independencias contribuyeron a crear el relato histórico de estas. Escribir sobre los acontecimientos previos a las revoluciones y relativos a las emancipaciones no solo las explicaba sino que además las justificaba y legitimaba. Relatar el pasado de los habitantes de un imperio en disolución también era formar la consciencia histórica colectiva de los pueblos pronto soberanos, gracias a la cual podrían afrontar el futuro. Concordar en un relato unívoco e integral que borrara las diferencias y olvidara los diferendos era hacer entender a sus lectores que se trataba de un proceso emancipador unitario y además evolutivo. Así lo comprendieron y ejecutaron los hispanoamericanos, quienes redactaron, en efecto, historias de las revoluciones en medio de y al mismo tiempo que se realizaba la acción emancipadora. A partir de sus vivencias personales y lecturas eruditas construyeron relatos lineales y cohesivos de un proceso histórico poco ordenado y aún inconcluso. Para algunos de ellos a esa simultaneidad se agregó un alejamiento geográfico temporario del teatro de las guerras de independencia. Esto indefectiblemente confirió a las narraciones un tono y un lenguaje particulares, así como una cierta perspectiva que la cercanía no les hubiera acaso permitido. En este grupo de hombres contemporáneos y a la vez distanciados de las revoluciones se encuentran, entre otros, Manuel Palacio Fajardo, de Venezuela; Vicente Pazos Kanki, del Alto Perú, y Fray José Servando Teresa de Mier, de Nueva España. Por razones y circunstancias personales los tres viajaron a Estados Unidos, donde tuvieron la oportunidad de publicar sus escritos en castellano y en inglés. Al mismo tiempo, historias de las revoluciones publicadas en la América hispana, como las de Gregorio Funes y José Manuel Restrepo, fueron reseñadas en revistas literarias estadounidenses de amplia difusión. Los críticos las comentaron para lectores anglohablantes, la mayoría de los cuales no leía en castellano. La divulgación de las versiones angloamericanizadas de estas historias les aseguró, por ende, ser conocidas por un público más extendido del esperado.

De este modo, al abrir las columnas de sus revistas y permitir el uso de sus imprentas y editoriales a estos autores, los estadounidenses participaron tanto en la fabricación como en la difusión de la incipiente historiografía hispanoamericana. Es precisamente el papel de Estados Unidos en la legitimación de esta historia el que se investigará en este artículo. Mucho se ha discutido acerca de la influencia de Estados Unidos sobre las revoluciones hispanoamericanas, de las semejanzas y diferencias entre las declaraciones de independencia y constituciones respectivas, del modelo republicano y federal estadounidense y sus variantes en el resto de América.2 Es preciso notar, sin embargo, que los participantes de este debate han fijado a Estados Unidos en el papel pasivo de fuente de panfletos revolucionarios, textos constitucionales y obras políticas, que luego circularon por la América hispana, donde fueron traducidos, estudiados y criticados. Aquí, por el contrario, el propósito es destacar el papel activo que desempeñaron los estadounidenses al participar en el proceso de constituir las revoluciones e independencias hispanoamericanas en un objeto de historia. Es posible así presentar en esta discusión la función de Estados Unidos no solamente como referente sino también como protagonista de los inicios de las naciones de la América española.

La elección de Palacio Fajardo, Pazos y Mier como objeto de investigación se debe a varios criterios. En primer lugar, los tres viajaron y residieron tanto en Estados Unidos como en Europa. Esto les ofreció la posibilidad de ampliar sus círculos de discusión y, por ende, sus horizontes intelectuales, y de publicar también sus escritos en los dos continentes. Londres, París, Filadelfia y Nueva York fueron importantes lugares de encuentro y centros editoriales para los hispanoamericanos.3 Aunque en este artículo se estudiarán las obras editadas en Estados Unidos, no se debe olvidar el contexto internacional en el cual se gestaron. Por otro lado, estos fueron hombres no solamente de reflexión sino también de acción. Ya fueran comisionados por sus gobiernos o, por el contrario, enviados al destierro por oponerse a sus compatriotas, siguieron actuando en política, con más o menos dedicación según el momento. Este protagonismo les valió una comprensión aguda del pasado, presente y futuro del proceso emancipador, pero también un optimismo que la situación en el terreno no siempre justificaba. Están incluidos en este trabajo entonces aquellos hispanoamericanos que emplearon sus fuerzas en explicar los acontecimientos que, según ellos, habían desembocado en la lucha por la soberanía e independencia.4 Por último, los tres autores eran oriundos de distintas partes del imperio español y pertenecían a grupos sociales diferentes. Estas historias personales desemejantes permiten presentar un cuadro más abarcador de la historiografía hispanoamericana naciente. En otras palabras, Palacio Fajardo, Pazos y Mier se diferenciaron claramente de los historiadores republicanos posteriores en que muchos de estos fueron funcionarios de Estado, es decir, parte de la clase dirigente nacional, y a la vez historiadores, como el colombiano José Manuel Restrepo, el mexicano Lucas Alamán y el argentino Bartolomé Mitre, entre otros5. Estos formaron parte de esa generación perteneciente a las élites hispanoamericanas decimonónicas que, según Germán Colmenares, se consideraría heredera y guardiana de la revolución, y se adueñaría, por lo tanto, de la historia de los orígenes de la nación.6 Si Palacio Fajardo, Pazos y Mier no forman parte de aquel grupo, se plantean dos preguntas: ¿fueron ellos historiadores? Y suponiendo que sí lo hayan sido, ¿qué tipo de historia escribieron? En la medida en que Palacio Fajardo, Pazos y Mier relataron los acontecimientos en forma cronológica y resaltaron el enlace causal entre el pasado colonial y el presente revolucionario, fueron ciertamente historiadores, cuya ambición consistió en dejar por escrito un relato organizado, integrado y explicativo. Se trata, sin embargo, de narraciones de poca reflexión histórica, redactadas con optimismo o pesimismo según las circunstancias. Son historias del presente, según la denominación del historiador Guillermo Palacios, y por ende, ellos también, historiadores del presente.7 El hoy y ahora de Palacio Fajardo, Pazos y Mier fue la revolución y las guerras de independencia, y el comienzo apenas de la gestación de la nación. Se los puede catalogar entonces más como historiadores revolucionarios e independentistas que republicanos y/o nacionales. Por un lado, sus obras anteceden las historias patrias posindependentistas. Por otro lado, sus historias tampoco se inscriben en la tradición de la gesta del "héroe patriota".8 En esta categoría de historias prepatrióticas o prenacionales, por llamarlas de alguna manera, también se incluye la obra de uno de los actores sobresalientes de la revolución rioplatense, el Déan Gregorio Funes, que el North American Review reseñó en 1821 y 1825.9 La historia de la revolución de José Manuel Restrepo, también reseñada en Estados Unidos, pertenece, en cambio, al grupo de historias republicanas que no será tratada aquí como tal, sino en cuanto que material reseñado.10

Para empezar, Outline of the Revolution in Spanish America fue publicado casi simultáneamente en Londres, Nueva York y París, en 1817. Apareció en alemán en 1818, y fue reeditado en francés en 1819 y 1824. En 1819 fue traducido al castellano a partir de la versión francesa, pero quedó sin editar, y recién se publicó una nueva traducción en 1953. Es claro entonces que el autor, quien se presentó como un South American y se convirtió en un citoyen de la Amérique méridionale y "un ciudadano de la América", en las versiones francesa y castellana, concibió su obra para lectores europeos y estadounidenses.11 El anonimato duró poco ya que en una nota necrológica del Correo del Orinoco de mayo de 1819, se informaba que el difunto venezolano Manuel Palacio Fajardo, de la provincia de Barinas, era el autor de Outline (Núñez, 1953: xxvii-xxxvi). No es sorprendente entonces que la segunda parte del libro, sobre Venezuela y la Nueva Granada, sea la más extensa y mejor documentada.12

En 1812, el presidente del Estado de Cartagena había enviado a Palacio Fajardo a Estados Unidos con el mandato de pedir armas y oficiales (Palacio Fajardo, 1817: 214; Manning, 1925: 1164-1165). Ante la respuesta negativa del presidente James Madison, el venezolano se dirigió al ministro plenipotenciario francés en Washington, quien le sugirió viajar a Francia para solicitar ayuda del gobierno napoleónico. En París tampoco logró su objetivo y debió marcharse a Inglaterra después de haber recibido, a fines de 1814, orden de abandonar el territorio francés (Núñez, 1953: xix; Parra Pérez, 1953: 15-27, 67-74). En Londres, Palacio Fajardo se limitó, según él, a relatar el origen, progreso y estado actual de la revolución en la América española, a fin de que el lector pudiera sacar sus propias conclusiones. Su afán de imparcialidad lo llevó a citar en el prefacio las fuentes utilizadas (Palacio Fajardo, 1817: v-vi).13 Sin embargo, su objetividad se desmiente en la conclusión, donde cuestiona las políticas británica y estadounidense. Por un lado, Gran Bretaña no había cumplido la promesa de brindar ayuda a los revolucionarios. Por el otro, el gobierno de Estados Unidos se había escudado detrás de sus leyes de neutralidad para negarles apoyo. Los ciudadanos estadounidenses, en cambio, se habían declarado, explicaba el autor, en favor de las independencias (Palacio Fajardo, 1817: 210). Es decir que al escribir Outline, Palacio Fajardo se proponía lograr dos objetivos: por una parte, proveer información organizada y completa a los lectores extranjeros, quienes comprendían parcialmente los acontecimientos revolucionarios; por la otra, a través de sus críticas a las políticas angloamericanas, fomentar en Estados Unidos una opinión pública más francamente favorable a la causa de los hispanoamericanos.14

La obra de Palacio Fajardo cumplió además otra función: los estadounidenses la escogieron para ser comentada, y como fuente primaria de información para reseñar otras historias, como la de Gregorio Funes sobre el Río de la Plata. En febrero de 1818, se reprodujeron en la revista estadounidense The Port Folio unos párrafos del Outline precedidos de un comentario sobre la situación en la América hispana.15 Para señalar a los lectores los peligros que acosaban a los hispanoamericanos, el reseñador escogió detallar un evento histórico que había causado polémica en Estados Unidos. En efecto, en 1806 el general venezolano Francisco de Miranda había organizado una expedición en territorio estadounidense supuestamente a sabiendas del gobierno de James Madison. Gracias al aporte financiero de un comerciante neoyorkino y al reclutamiento de unos 180 estadounidenses, Miranda zarpó de Nueva York en el Leander con el propósito de liberar Venezuela. Mucho se discutió sobre la traición para unos, la buena intención según otros, de Miranda por no haber informado a los tripulantes de su verdadero plan (Annals of Congress, 1809: 257, 270, 282, 300).16 Sin embargo, el reseñador pasó por alto la controversia para en cambio usar la expedición como ejemplo de la perfidia de los españoles. Fieles a su fama de sanguinarios y feroces perpetuada en la Leyenda negra, el autor recordaba que oficiales españoles habían matado cruelmente a los tripulantes estadounidenses, y que el general Domingo de Monteverde había apresado a Miranda para luego condenarlo a una muerte lenta en los calabozos peninsulares (The Port Folio, 1818: 94). De esta manera, el recuerdo de la actuación controvertida de Miranda fue depurado a fin de dejar bien claro a los lectores quiénes eran los verdugos y quiénes las víctimas en la actual guerra en la América hispana.

Las autoridades políticas españolas tampoco fueron presentadas con conmiseración. Según el artículo, la Regencia, cuya autoridad era cuestionada "con razón", había declarado en nombre de Fernando vii la guerra a las colonias americanas fieles a ese mismo rey. Mientras que los súbditos se desangraban por el monarca español, este coqueteaba con los británicos para asegurarse su protección contra el ejército napoleónico. Una vez lograda la derrota francesa, el rey envió tropas "como perros de caza" para que sometieran a las colonias insurrectas (The Port Folio, 1818: 96). Y aquí el autor tocaba un tema que no podía dejar indiferente al lector: el abuso de poder, la indiferencia y la traición del monarca. Cuando el Parlamento de Londres votó una serie de leyes tributarias para ser aplicadas en las colonias americanas, los habitantes ultramarinos resistieron a lo que consideraron una violación de sus derechos garantizados por la legislación británica. Esta aseguraba que los impuestos podían ser exigidos solamente con el consentimiento de los administrados. Al no estar representados en el Parlamento y, por ende, no haber votado las leyes, los súbditos americanos se negaron a tributar. La crisis degeneró rápidamente en un conflicto armado con el ejército británico. En 1775, los habitantes de las colonias enviaron una petición al rey Jorge iii para asegurarle que seguían siéndole fieles y pedirle que reconciliara a los beligerantes. La respuesta del monarca fue declarar a las colonias en estado de rebelión. Sus habitantes replicaron con la Declaración de independencia de 1776, de la cual dos tercios constituyen una larga y detallada enumeración de los abusos cometidos por el rey. "En todo esto tenían [los hispanoamericanos] un ejemplo en el vecindario, que confiamos los guiará hacia un final exitoso" (The Port Folio, 1818: 97). La conclusión del autor se podía resumir en lo siguiente: al ser idéntica la causa de las revoluciones estadounidense e hispanoamericana, el resultado sería el mismo. El hispanoamericano no tenía más que seguir el camino trazado por el estadounidense para asegurar la marcha de la Historia.

En Outline, sin embargo, Palacio Fajardo se refiere poco a Fernando vii. Si el reseñador prefirió explicar la causa del conflicto hispanoamericano como la de un pueblo maltratado por un monarca desagradecido e insensible, es porque a los lectores esta historia les resultaba familiar. Ante el abuso parlamentario, las colonias norteamericanas terminaron tornándose contra un monarca que no solamente no había atendido las dolencias de sus súbditos, sino que se había confrontado violentamente con ellos. Explicada de esta manera, la lección de historia que se repetía ahora en la América hispana quedaba clara. Cabe destacar que fue el reseñador de Outline, y no Palacio Fajardo, quien erigía a Estados Unidos en modelo digno de ser imitado. En resumidas cuentas, la función de Estados Unidos en el proceso emancipador hispanoamericano debía limitarse a dar el ejemplo y a ofrecer además la oportunidad de expresar sentimientos nobles. "Es imposible no compadecerse con el sufrimiento de los habitantes de las colonias [españolas], pero eso no implica que nuestra tranquilidad deba ser perturbada con el fin de satisfacer nuestros sentimientos" (The Port Folio, 1818: 105).

Fue precisamente con el propósito de agitar el espíritu de los estadounidenses que Vicente Pazos Kanki escribió las Letters on the United Provinces of South America. Las dirigió al Speaker de la Cámara de representantes Henry Clay, quien desde la oposición al gobierno de James Monroe promovía el reconocimiento de las independencias hispanoamericanas. El contenido de las cartas confirmaba que las Provincias Unidas en Sud América gozaban de una independencia absoluta, lo cual daba a los legisladores razones contundentes para presionar al poder ejecutivo a favor del reconocimiento. Fue en medio de esta contienda entre el Congreso y el presidente que el altoperuano Vicente Pazos Kanki, de origen español y aymará, asumió en Estados Unidos la función de portavoz de la causa hispanoamericana.17 Pazos había sido redactor de la Gazeta de Buenos Aires, El Censor y La Crónica Argentina, en cuyas columnas había criticado al gobierno de las Provincias Unidas, lo cual le valió el destierro a Estados Unidos en 1817.18 Ágil con la pluma, Pazos redactó las Letters en castellano, las hizo traducir al inglés y publicar en Nueva York y Londres en 1819.

Se pueden dividir las catorce cartas, grosso modo, en dos partes: la historia de las revoluciones en América del Sur y la descripción de la sociedad hispanoamericana. De entrada, el autor recalcaba el amor "inextinguible" de los sudamericanos por la libertad e independencia política, a pesar de haber sufrido bajo el despotismo español pasivamente y en la ignorancia. No obstante, las convulsiones esporádicas del pasado habían sido una advertencia de que tarde o temprano habría una "explosión", la cual provocaría la desolación y muerte de los "tiranos" (Pazos, 1819: 11). Es decir que Pazos presenta las revoluciones hispanoamericanas como un fenómeno ineluctable. Por una parte, fueron el desenlace lógico de la cadena de rebeliones que habían estallado en distintas localidades del imperio, siendo ese nexo revolucionario lo que unía el pasado y el presente en la América hispana. Por otra parte, de no haberse dado esa sucesión de eventos, las cualidades inherentes al hombre hispanoamericano hubieran conducido al mismo resultado. Para demostrarlo, cita el ejemplo paraguayo. Pazos explica que en el Paraguay recóndito y separado de las "naciones libres e ilustradas", los habitantes liberados de los jesuitas, quienes los habían dominado hasta su expulsión del imperio en 1767, habían logrado dotarse de un gobierno representativo y republicano (Pazos, 1819: 12-17). El mensaje de Pazos a los estadounidenses poco informados, pero a la vez prejuiciosos, era transparente: el capital humano era el mejor recurso con el que contaban los hispanoamericanos.

En la segunda parte, Pazos describe entonces los grupos que componían la sociedad peruana, altoperuana y rioplatense. Si bien la situación económica, posición social, nivel de educación, carácter moral y religioso de los indios, criollos, mestizos, negros y mulatos variaban, todos habían sufrido por igual la opresión del gobierno colonial y de la Iglesia. Resultaba primordial, por lo tanto, promover la libertad religiosa, la separación entre el Estado y la Iglesia, la prensa libre, el respeto de los derechos cívicos, la educación y el libre comercio para asegurarse un futuro mejor.

La historia de Estados Unidos nos enseña una verdad consoladora y es que la libertad cívica y religiosa ha convertido los bosques intransitables -en el pasado habían sido la habitación de bestias feroces y salvajes, cuando Perú y México eran imperios poderosos, con ciudades y monumentos dignos de la Roma imperial, y con leyes más o menos justasen el jardín del mundo (Pazos, 1819: 123-124).

Señalar el contraste entre una historia de decadencia y otra de ascenso le permitía a Pazos concluir que el único camino hacia el progreso era el que habían transitado los "hermanos del Norte" (Pazos, 1819: 124). Aunque Pazos y Palacio Fajardo coincidieran en apuntar al abuso de poder de las autoridades políticas y eclesiásticas como causa de la crisis imperial, el venezolano no recomendaba la solución estadounidense. En cambio, sí convenía en que el complejo entretejido social hispanoamericano no constituía un freno para lograr un mejor porvenir, puesto que la revolución había barrido con la desigualdad de derechos (Palacio Fajardo, 1817: 214, 216). Pazos, más sensible a la condición indígena en cuanto mestizo, avanzaba aún más: no se trataba solamente de la abolición de tributos a los indios y mestizos, sino de una verdadera revolución política y social, porque los privilegios de las clases pudientes no tenían más razón de ser (Pazos, 1819: 118-119). Era la comunidad multiracial toda entera la que había luchado y obtenido los privilegios de la libertad y la ciudadanía.19

La idea según la cual la revolución hispanoamericana había movilizado a los que ocupaban los lugares inferiores de la sociedad y favorecido a todos sus miembros por igual fue reforzada en el North American Review, de Boston. En 1821, se publicó la primera parte de la reseña del Ensayo de la historia civil de Paraguay, Buenos-Ayres y Tucumán (1816-1817), del Deán Gregorio Funes, y en 1825, la segunda, con el título Insurrection of Tupac Amaru. De todo el Ensayo, el reseñador escogió la rebelión para relatársela a los lectores. En notas al pie de página cita las Letters de Pazos a fin de completar la información sobre los acontecimientos.20 El artículo mantiene vigente la Leyenda negra: los españoles habían oprimido a los indios ferozmente, a tal punto que, en una ocasión, estos "prefirieron la muerte voluntaria de tirarse a un precipicio a tener que entregarse ignominiosamente a los españoles" (North American Review, 1825: 299). Pero si bien la rebelión de Tupac Amarú había fracasado, el resultado final era lo que importaba: las diferencias impuestas por el sistema colonial se habían borrado, puesto que los indios se habían aliado con los criollos para establecer un gobierno libre y representativo (North American Review, 1825: 308). La igualdad política volvía a ser rescatada como uno de los mayores logros de la revolución, aunque el autor reconocía que la condición social del indio en la era posrevolucionaria aún quedaba por definir.

Si los lectores pensaban en la exclusión de los indios norteamericanos de la sociedad estadounidense, este artículo podía dejarlos algo perplejos. En cambio, podían tranquilizarse con la primera parte de la reseña. El editor del North American Review en 1821 era Edward Everett, quien simpatizaba menos con los hispanoamericanos que Jared Sparks, su sucesor en 1824. En una apreciación radicalmente opuesta, el autor cuestionaba el éxito de las revoluciones: "la raza corrupta y mezclada de varios tonos y tipos de hombres" y las "instituciones feudales" habían marcado a la sociedad hispanoamericana de tal manera que era imposible que sus miembros gozaran de libertad. Si los estadounidenses habían logrado la independencia política se debía a que en la época colonial ya disfrutaban de libertad cívica y social. La conclusión era tajante: "[Los hispanoamericanos] no actuarían de nuestra manera, no seguirían nuestros consejos, no podrían imitar nuestro ejemplo" (North American Review, 1821: 433, 437). Es decir que si las historias de los pueblos eran disímiles porque sus gentes eran distintas, no existía razón alguna para esperar que sus futuros fueran parecidos. Todo esfuerzo en pos del progreso, como lo proponía Pazos, resultaría inútil. Esta lectura determinista no solamente invalidaba el razonamiento de Pazos, sino que descartaba toda esperanza en la capacidad del hispanoamericano para cambiar. Si bien es verdad que el autor de la segunda parte de la reseña lo rehabilitaba, no lo hacía con la fuerza necesaria como para contrarrestar la crítica severa de la primera. El lector quedaba libre, por cierto, de aceptar la interpretación más cercana a su sensibilidad política.

No adhería en absoluto a esta interpretación fatalista Fray José Servando Teresa de Mier, de Nueva España.21 En la Memoria político-instructiva (Filadelfia, 1822), el novohispano desvinculaba el pasado monárquico y tiránico del presente y futuro republicanos. Sin embargo, advertía que los mexicanos corrían el riesgo de regresar a ese pasado opresivo si no reaccionaban prontamente. En el Plan de Iguala, de 1821, el general Agustín de Iturbide había propuesto que se invitara al rey Fernando vii o a otro integrante de la familia real a gobernar México independiente. "¡Mexicanos benditos! despertad de vuestra apatía, antes que España os deje reducidos á un puñado de tierra impotente [...] España jamás tuvo acá ningún derecho" (Mier, 1822: 122-123). Si los americanos olvidaban que la soberanía era un derecho natural de los pueblos, sería una vuelta atrás. "¡Americanos! Los españoles se mofan de nosotros como de niños ó imbéciles. Nada bueno, nada justo, nada verdaderamente liberal tenemos que esperar ni de España, ni de sus Cortes, ni de su rey. Siempre han sido y serán tiranos, porque necesitan serlo" (Mier, 1822: 119, 123). Retornar a un régimen monárquico era marchar contra la Historia. Para que eso no sucediera, el hombre, hacedor de la historia, debía actuar. Y en un tono exaltado, el novohispano expresaba su fe y esperanza de que así fuera.

En su llamado desde Filadelfia a los "gefes independientes del Anáhuac" (Nueva España), Mier les rogaba escogieran el republicanismo.22 Un gobierno republicano que aliaba el interés particular de los ciudadanos con el general del Estado era garantía de paz y prosperidad. Mier alentaba entonces a sus compatriotas a ensayar la experiencia de una república tal como lo había hecho Estados Unidos (Mier, 1822: 52-53, 85). Toda la Memoria consiste en una crítica virulenta a la monarquía, inclusive la constitucional británica, y una invitación a formar una América republicana. Si bien José Servando justificaba en su Historia de la revolución de Nueva España, editada en Londres en 1813, la lucha de los hispanoamericanos contra la opresión española, no criticaba la figura del rey exiliado.23 Nueve años después, en la Memoria, el monarca, quien se había mostrado intransigente con los americanos desde su regreso al trono en 1814, no tenía ningún papel que cumplir en las naciones hispanoamericanas.

Al no haber sido traducidos al inglés, los escritos de Mier fueron leídos por pocos en Estados Unidos, y por ende su proselitismo republicano pasó inadvertido. Los estadounidenses pudieron, en cambio, leer en la reseña de la Historia de la revolución de la República de Colombia, de José Manuel Restrepo (1827), aparecida en el North American Review en 1829, una dura crítica del gobierno de Simón Bolívar en Bolivia y de su constitución antirrepublicana, según el autor. Dado que Restrepo había dedicado su obra "perspicaz, bien organizada e imparcial" a Bolívar, el artículo se concentra en decorticar, de manera "desapasionada", la vida y obra del venezolano, "uno de los grandes temas de interés del presente" (North American Review, 1829: 203-204).24 En cuanto que lectores de las primeras historias de la revolución norteamericana en las que abundan los detalles de los muchos actos heroicos y virtuosos realizados durante la guerra de independencia, los estadounidenses estaban familiarizados con el tipo de historia que les presentaba Restrepo.25

La crítica del libro se divide en dos partes correspondientes a las facetas opuestas del personaje histórico: el militar valiente y desinteresado y el político autoritario y ambicioso. En el relato de la guerra a muerte, la figura de Bolívar era comparada con la de Napoleón, tanto más que el hispanoamericano había visto en persona, señalaba el autor, la toma del poder imperial del francés. Pero resultaba imposible compararlo con George Washington, a pesar de haber sido aclamado "el héroe de la revolución sudamericana" (North American Review, 1829: 205). Y aquí el reseñador se distancia de la presentación elogiosa de Restrepo. En efecto, una descripción de Bolívar mucho menos reluciente aparece en la segunda parte de la reseña. Su preferencia por la institución monárquica, la concentración del poder en el ejecutivo, la ratificación de una constitución centralista en Bolivia lo alejaban del Washington republicano y federalista. Se trataba en definitiva de "manifestaciones de poder de parte de Bolívar, acompañadas por actos de tendencia muy discutible" (North American Review, 1830: 47). Las críticas se extendían también al Congreso de Panamá de 1826, puesto que se trataba, según el comentarista, de un proyecto imperial bolivariano para la América hispana. El temor de José Servando se había hecho realidad: el hispanoamericano era incapaz de abrazar el republicanismo. Y es esta lectura de segunda mano pesimista de la Historia de Restrepo la que retendrían los estadounidenses.

Las historias estudiadas aquí se distinguen por la inmediatez respecto a los acontecimientos relatados. Son historias del presente. Se podría argüir, por lo tanto, que dada la ínfima distancia temporal que existe entre los hechos y las narraciones, estas carecen de perspectiva histórica. Sin embargo, se descubre en ellas otra perspectiva que la creada por el tiempo. A fin de estudiar el fenómeno de las emancipaciones, los autores presentan y analizan la historia reciente de la América hispana a la luz de la experiencia estadounidense. Es decir que la falta de espacio temporal entre ellos y los acontecimientos propios la suplen con la referencia a procesos extraños. Los mismos protagonistas transformados en historiadores de circunstancia se sirven de esta estrategia legítima, por cierto, para reconstruir la historia de las revoluciones e independencias en la América española. Para los hispanoamericanos, conocer la historia de Estados Unidos los ayuda a comprender, al menos en parte, la historia propia. Los estadounidenses, en cambio, recurren a su historia y experiencia para evaluar, más que entender, el complejo proceso histórico de emancipación de los hispanoamericanos. Pero es también a través de ese trabajo de reescritura de las revoluciones, realizado en las reseñas, que desaparece el carácter unívoco que los hispanoamericanos se esfuerzan en imprimir a sus narraciones. De esta manera, a contracorriente, los comentaristas estadounidenses ponen en duda las virtudes de una sociedad multiracial, y bajan a Bolívar de su pedestal.

En 1932, en su discurso presidencial ante la American Historical Association, el historiador Herbert Bolton invitó a sus colegas norteamericanos a abrir las fronteras de la historia de las Trece colonias y de los Estados Unidos para escribir una que comprendiera "los desarrollos más significativos del hemisferio occidental tomado como un todo" (Bolton, 1933: 474).26 La "Épica de una más amplia América" (The Epic of Greater America) sería una historia comparativa e integrada, que traspasaría los límites de las historias locales y nacionales. Afirmaba Bolton que "cada historia local tendrá un sentido más claro al ser estudiada a la luz de las otras historias locales, y mucho de lo que se ha escrito sobre cada una de las historias nacionales no es más que un pequeño eslabón en una larga cadena" (Bolton, 1933: 449). Es claro que estas primeras historias y reseñas de las revoluciones e independencias hispanoamericanas no son el producto de un ejercicio comparativo como el que se ha estado realizando en las últimas décadas por parte de historiadores profesionales.27 No obstante, los hispanoamericanos y estadounidenses se adelantaron al llamado de Bolton. Por una parte, se esmeraron en inscribir sus historias en la larga cadena de la Historia a la que se refiere Bolton. Por otra parte, sus escritos trascendieron las fronteras locales y nacionales al nacer en tierras extranjeras y circular en un espacio geográfico más amplio. En este sentido se puede afirmar que Palacio Fajardo, Pazos Kanki, Servando Teresa de Mier y los reseñadores de las historias de Funes y Restrepo contribuyeron a esbozar la amplia historia americana a la que aspiraba Bolton.

Referencias

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1Este artículo presenta resultados de una investigación desarrollada dentro del equipo de investigación IMAGER (3958), dirigido por María Graciela Villa nueva, y en particular del subequipo CIMMA, dirigido por Guillaume Marche. El equipo es parte de la Univer sité Paris Est-Créteil (UPEC), Francia. Las traducciones castellanas de los documentos en inglés son de la autora.

2En la lista, por cierto incompleta, de historiadores que han obrado en este sentido se encuentran José de Onís (1956), Merle Simmons (1992), Jaime E. Rodríguez O. (1998), David Armitage (2007), Clément Thibaud (2016). Sus escritos están incluidos en la bibliografía.

3Sobre los hispanoamericanos que publicaron en Estados Unidos, se pueden consultar las obras de Merle Simmons (1992), quien también escribió sobre Santiago F. Puglia, y de Raúl Coronado (2013). Por otro lado, en su libro sobre el reconocimiento de Colombia, Daniel Gutiérrez Ardila (2012) estudia en detalle las publicaciones hispanoamericanas, en particular las colombianas, en Europa.

4En este artículo no se ha incluido a Vicente Rocafuerte, de Guayaquil, cuyo libro Ideas necesarias a todo pueblo americano independiente que quiera ser libre (Filadelfia, 1821) consiste en un prólogo del autor y la traducción de Common Sense, de Thomas Paine. A pesar de haber publicado escritos suyos en Estados Unidos, Manuel Lorenzo de Vidaurre, del Perú, tampoco fue incluido, ya que sus obras no tratan de la historia de las revoluciones (Cartas americanas, políticas y morales, que contienen muchas reflexiones sobre la guerra civil de las Américas y Plan del Perú, ambos textos editados en Filadelfia, en 1823, y Efectos de las facciones en los gobiernos nacientes, editado en Boston, en 1828). En fin, tampoco está presente Manuel Torres. Por un lado, su An Exposition of the Commerce of Spanish America; with some Observations upon its importance to the United States (Philadelphia, 1816) trata esencialmente sobre la economía interamericana. Por otra parte, Torres se exilió en Estados Unidos a fines del siglo xviii, donde vivió hasta su muerte, en 1822. Si bien defendió la causa hispanoamericana en Filadelfia, su ciudad adoptiva, y fue el primer embajador hispanoamericano ante el gobierno estadounidense, vivió todo el proceso de emancipación desde el exterior. Sobre las actividades de Manuel Torres en Estados Unidos, Cfr. los artículos de Charles H. Bowman (1968, 1970, 1975).

5José Manuel Restrepo (1781-1863) era Secretario del Interior y de Justicia cuando publicó Historia de la Revolución de la República de Colombia, en 1827. Lucas Alamán (1792-1853) había sido Secretario de Relaciones Exteriores y miembro del Poder Ejecutivo en los años 1820 y 1830. Una vez retirado de la vida política mexicana en la década de 1840, se dedicó a escribir y publicar la historia de México, para luego volver una última vez a la política a principios de la década de 1850. Por su parte, Bartolomé Mitre (1821-1906) escribió las historias de los protagonistas de la guerra de independencia Manuel Belgrano y José de San Martín después de haber terminado su mandato de presidente de la Argentina, en 1868. El papel de los historiadores-funcionarios es discutido en el artículo de Guillermo Zermeño Padilla (2009). Por otro lado, la relación entre los historiadores, la política nacional y la escritura de la historia es analizada por Juan Carlos Vélez Rendón (2009). En fin, Elías Palti (2009) resalta, entre otros aspectos, el proselitismo político de las historias de Mitre. Los artículos de estos tres historiadores se encuentran citados en la bibliografía.

6En Las convenciones contra la cultura (1986), el historiador Germán Colmenares se explaya sobre el papel de las élites hispanoamericanas en la confección de las historias nacionales decimonónicas.

7Guillermo Zermeño Padilla también se refiere a la historia del presente

8En su artículo sobre la historiografía latinoamericana del siglo XIX, Sergio Mejía (2007b) analiza la cuestión de cómo llamar estas historias. Explica ahí que los historiadores latinoamericanistas no han aceptado unánimemente el apelativo 'historia patria', utilizado por Colmenares.

9La historiadora Geneviève Verdo (2006) explica el papel que cumplió el Déan Gregorio Funes durante la revolución en el Virreinato de La Plata.

10Sobre el lugar de la obra de Restrepo en la historiografía colombiana, consultar los trabajos de Colmenares, Mejía y Vélez Rendón.

11En la portada de la versión alemana aparece como un Südamericanishcen Offizier.

12La primera parte provee informaciones generales sobre la América hispana antes de las guerras, en especial sobre las rebeliones del siglo xviii y las dolencias de los habitantes del imperio. La tercera parte trata de la revolución en el virreinato del Río de la Plata y Chile, y la cuarta es sobre los acontecimientos en México.

13En el prefacio, Palacio Fajardo explica haber utilizado fuentes tales como la prensa y los boletines militares, la Historia de la revolución de México, de José Guerra, el Exposé to the Prince Regent of England, de William Walton, artículos de José María Blanco White publicados en El Español, y Des Colonies et de la révolution actuelle de l'Amérique, del Abbé de Pradt. En el texto cita los manifiestos, bandos, proclamas, declaraciones de independencia, cartas de oficiales españoles interceptadas y también capturadas a bordo de buques corsarios que documentan su historia.

14El uso informativo y propagandístico de los escritos hispanoamericanos que circularon en Europa y Estados Unidos es estudiado en la obra de Daniel Guitérrez Ardila anteriormente citada.

15Outline fue reseñado también en el American Monthly and Critical Review, en agosto de 1818, y en el London Quarterly Review, en julio de 1817. Por otra parte, es interesante señalar que en el mismo artículo de The Port Folio fue reseñado el panfleto South America A Letter on the Present State of that Country, to James Monroe president of the United States, 1817. Aunque publicado por un American, era de conocimiento público que el autor era Henry Marie Brackenridge, el secretario de la única misión oficial enviada por el gobierno estadounidense a América hispana, en 1818. Brackenridge luego escribió sobre la misión en Voyage to South America (1819).

16Sobre la expedición de Francisco de Miranda, ver las obras de Carmen Bohórquez-Morán (1998) y Karen Racine (2003).

17En 1818, Vicente Pazos publicó The Exposition, Remonstrance, and Protest of D. Vicente Pazos, en Filadelfia. Se trata de una protesta presentada al presidente James Monroe contra la toma que hizo el ejército estadounidense de la isla Amelia, sobre la frontera entre Florida y Georgia. En 1817, un grupo de hispanoamericanos había ocupado Amelia y formado un gobierno. En su protesta, Pazos argumentaba que al pertenecer todavía la isla a la corona española, los estadounidenses no tenían derecho de actuar en territorio ajeno. Por otra parte, en 1825, Pazos tradujo del francés una historia de los Estados Unidos, el Compendio de la historia de los Estados Unidos de América, publicada en París, la cual presenta como vertida al castellano por un Indio de la Ciudad de La Paz. Cabe señalar que Manuel García de Sena ya había traducido A Concise History of the United States from the Discovery of America, till 1807, de John M'Culloch (Historia concisa de los EEUU desde el descubrimiento de la América hasta el año 1807, Filadelfia, imprenta de T. y J. Palmer, 1812). Estas traducciones atestiguan el interés en la América hispana por la historia de Estados Unidos.

18Sobre el destierro de Vicente Pazos, Cfr. el artículo de Gabriel Entin (2015) y la biografía de Charles H. Bowman (1975).

19Acerca del proyecto de restablecer una sociedad multiracial, Cfr. el libro de Anthony Pagden (1990).

20Otro ejemplo en el North American Review de uso de fuentes sobre la América hispana es el artículo de julio de 1824 sobre la obra de Luis López Méndez Observaciones sobre las Leyes de Indias y sobre la independencia de América. El reseñador utiliza las obras de Vicente Pazos, Manuel Palacio Fajardo, el Ensayo, de Gregorio Funes, Voyage to South America, de Henry M. Brackenridge, así como documentos de la Biblioteca Americana.

21Perteneciente a la gran burguesía, José Servando Teresa de Mier ingresó en la orden de los dominicos a los 17 años. En 1795 fue condenado a diez años de prisión por haber cuestionado públicamente la aparición de la Virgen de Guadalupe. Después de múltiples peripecias, se instaló en Londres. Allí se relacionó con los caraqueños Andrés Bello y Luis López Méndez, los rioplatenses Manuel Moreno y Tomás Guido, el marqués del Apartado, de México, y el español José María Blanco White, defensor de la causa hispanoamericana. En 1816, Mier se embarcó para América, donde volvió a ser condenado al destierro, pero logró evadirse y llegó a Estados Unidos en 1821. En Filadelfia, donde residió ocho meses, se relacionó con Manuel Torres, un español que había vivido muchos años en la Nueva Granada y de donde tuvo que marcharse por haber participado en una conspiración contra las autoridades españolas. Torres puso a Mier en contacto con los editores filadelfos. Para más detalles sobre la vida de Mier, Cfr. la introducción a la edición crítica de la Historia de la revolución de Nueva España.

22Como lo señala Zermeño Padilla, el hecho de que no aparezca el nombre de México en los títulos de la obra de Mier es un argumento suplementario para no tratarla como historia nacional.

23La Historia de la revolución de Nueva España es la obra magna de José Servando Teresa de Mier, a la que está ligado el resto de su obra.

24Sobre la utilización de la figura de Simón Bolívar en la Historia de Restrepo, Cfr. el libro de Sergio Mejía (2007a). La obra de Restrepo ha sido, por otro lado, el objeto de cuantiosos estudios realizados por historiadores colombianos principalmente. Es importante recordar entonces que el propósito de este breve artículo no es discutir ni el lugar ni el papel de las historias de Restrepo y de Funes en las respectivas historiografías locales y nacionales. Este debate historiográfico se encuentra, desde hace mucho tiempo, en manos de historiadores latinoamericanistas. La ambición aquí, por el contrario, es analizar cómo fueron recibidas y leídas más allá de las fronteras del antiguo imperio español.

25El libro de Appleby, Hunt y Jacob (1994) analiza con pertinencia las primeras historias de la revolución e independencia estadounidenses.

26El discurso de H. Bolton fue publicado originalmente en The American Historical Review en 1933 y reeditado en su obra Wider Horizons of American History en 1933 y 1967.

27En las primeras décadas posteriores al discurso, el llamado de Bolton cayó en oídos bastante sordos. Sin embargo, en estos últimos años ha crecido en Estados Unidos, América Latina y Europa el interés no solo intelectual y editorial sino también institucional por la historia comparativa de las Américas. Esto ha sido notable sobre todo para la historia colonial del continente americano, y más recientemente para la historia de las revoluciones americanas, en parte debido al impulso de la corriente de historia atlántica. Cfr. Jack P. Greene, "Hemispheric History and Atlantic History" (2009).

Recibido: 05 de Octubre de 2016; Aprobado: 20 de Noviembre de 2016

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