SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número31El lector en su contexto. La defensa de José Fernández Madrid frente a los testimonios y la escritura de la historia de Colombia, 1821-1830El pasado como modelo a imitar. Relaciones entre historia y memorias, siglo xix colombiano índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Co-herencia

versión impresa ISSN 1794-5887

Co-herencia vol.16 no.31 Medellín jul./dic. 2019

https://doi.org/10.17230/co-herencia.16.31.8 

Artículos/Investigación

En busca de una comunidad intelectual hispanoamericana: circulación de ideas, autores hispanoamericanos y liberalismo en Colombia, 1848-1890*

In search of a Spanish American intellectual community: circulation of ideas, Spanish American authors and liberalism in Colombia, 1848-1890

Jorge Andrés Varela Yepes1 

1 Profesor de cátedra en el Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas, de la Universidad EAFIT, Medellín, Colombia. ORCID: 0000-0001-5836-1376 javarelay@eafit.edu.co


Resumen

Este artículo estudia los mecanismos de circulación de intelectuales hispanoamericanos en Colombia durante la segunda mitad del siglo xix. Dicho período evidenció una modernización de la prensa y el mercado del libro en la región, que expandió el espacio de acción de los in- telectuales, generando conexiones entre ellos y permitiendo el desarrollo de un debate continental, especialmente alrededor del liberalismo. En particular, el liberalismo colombiano tuvo álgidos debates con el liberalismo chileno. A raíz de los intercambios, se consolidó una comunidad intelectual hispanoamericana.

Palabras clave: Hispanoamérica; intercambios intelectuales; intelectuales; liberalismo; siglo xix

Abstract

This paper examines the mechanisms of circulation of Spanish American intellectuals in Colombia during the second half of the nineteenth century. This period witnessed a modernization of press and the book market in the region, which broadened the scope of action of intellectuals. These processes generated connections between the thinkers and a truly continental debate developed, especially on liberalism. In particular, Colombian liberalism engaged in a heated debate with Chilean liberalism. As a result of these exchanges, a Spanish American intellectual community was consolidated.

Keywords: Spanish America; intellectual exchanges; intellectuals; liberalism; nineteenth century

En 1882, el diplomático argentino Miguel Cané llegó a Colombia, donde fue acogido por la élite intelectual y política. Dos anécdotas de su temporada en este país llaman la atención. En la primera, Cané (1884) recuerda los versos de un cuento que le había escuchado entonar a su hija en Argentina, “Érase una viejecita/ sin nadita que comer” (pp. 291-292), y señala cuánto lo había admirado a pesar de no saber quién era su autor. Para su sorpresa, era el poeta colombiano Rafael Pombo, a quien conoció en el viaje. La segunda anécdota es sobre una conversación con Rafael Núñez, a quien Cané se acercó con el propósito de conocer un poco más sobre el sistema político colombiano. Cuando el diálogo fluyó, sorprendido por la erudición de Núñez y por las semejanzas con la política argentina, lo detuvo con la pregunta: “¿pero dónde ha aprendido usted tan a fondo la historia argentina?” (Cané, 1884, p. 321).

Estos curiosos recuerdos revelan un fenómeno que ha sido tradicionalmente pasado por alto por la historiografía colombiana: la circulación de los trabajos de los autores hispanoamericanos. Esta historiografía se ha enfocado en la influencia del pensamiento político europeo durante el siglo xix, olvidando los mecanismos de circulación de los intelectuales de la región, de sus ideas y del diálogo que esto supuso. Dichos mecanismos son precisamente el objeto de estudio de este artículo.

A través del caso de estudio de la circulación de ideas y autores hispanoamericanos en Colombia se arguye que, durante la segunda mitad del siglo xix, los procesos reformistas y la modernización social y política, experimentada en Hispanoamérica, permitieron la creación de conexiones e intercambios intelectuales entre sus naciones. Hilda Sábato (2008) ha identificado los procesos de expansión de los “espacios institucionales de surgimiento y actuación” del intelectual, para la segunda mitad del siglo xix en esta región, entre los cuales se encuentran el desarrollo de la prensa política y de la “actividad asociativa”, ambos fenómenos ligados con la mutación de una sociedad de Antiguo Régimen a una sociedad con rasgos propios de la modernidad (pp. 387-388).

Se argumenta, pues, que estas expansiones del espacio intelectual no solo fueron paralelas sino que estuvieron conectadas y, como resultado, la circulación de textos y el debate alcanzaron una dimensión continental. En particular, este hecho fue importante para la diseminación de discusiones sobre la agenda liberal, entonces dominante.

En este artículo, se utiliza la categoría intelectual para marcar la diferencia entre el hombre de letras propio de la sociedad colonial y del primer período republicano, educado bajo el legado de la Ilustración, que Gutiérrez Girardot (1990) llamaría el “funcionario-escritor”; y el escritor politizado, el “escritor-funcionario”. Este último aparece con mayor fuerza a partir de la década de los cuarenta del siglo xix, nacido y educado bajo un régimen republicano, logrando resaltar políticamente, no en función de sus orígenes aristocráticos sino de su papel como polemista en la opinión pública, en el marco de una sociedad donde la política moderna hacía su aparición definitiva, a través del surgimiento de los partidos políticos, de los procesos electorales universalistas y, en general, de la ampliación de la ciudadanía, dado el desmantelamiento de las restricciones a la libertad individual.

Un diálogo continental había existido durante el período posindependentista. Los letrados cosmopolitas fueron la fuerza detrás de la creación de las juntas que sucedieron a la deposición de Fernando vii en 1808. Luego de que las Cortes de Cádiz se negaran a escuchar sus peticiones, y de los procesos de independencia, estos letrados sostuvieron un debate supranacional sobre el modelo político más adecuado para las nacientes repúblicas. Los objetivos comunes en política exterior, como el reconocimiento de poderes globales, propiciaron un período temprano de intercambios. Sin embargo, al inicio de la década de los treinta se vislumbraba un nuevo panorama. Las disputas políticas y las crisis económicas impusieron un creciente aislamiento en el continente (Rodríguez, 1975). En palabras de José María Samper (1869):

En la cuarta época, la del gobierno republicano, caímos de nuevo en la debilidad, como se cayó después de la conquista; olvidamos otra vez la solidaridad que nos había salvado […] y perdiendo de vista la imperiosa necesidad de crear un nuevo concierto Americano, cada una de nuestras repúblicas hubo de sufrir contrariedades y humillaciones consiguientes a un aislamiento, si no egoísta, por lo menos indolente (p. 300).

A mediados del siglo xix ocurrió una transformación en Hispanoamérica, y Colombia no fue la excepción. El liberalismo se convirtió en la ideología dominante de una nueva generación de políticos. Esta se esmeró por desmantelar las instituciones remanentes de la sociedad colonial, y un “patrón reformista” cruzó el continente entero (Bushnell y Macaulay, 1994, pp. 187-192). A pesar de las diferencias entre los diferentes países, la agenda liberal en la región coincidió en la abolición de las restricciones sobre las libertades individuales (políticas, religiosas y económicas), tratando de dejar a un lado la estructura social heredada de una sociedad de cuerpos y estamentos (Bushnell y Macaulay, 1994, pp. 187-192). Como consecuencia de estas reformas, la prensa y las sociedades políticas y literarias florecieron, y se consolidó una mayor interlocución con el gobierno. En Colombia, la facción liberal accedió al poder en 1849 y sus ideas dominaron el panorama político hasta la Constitución Política de 1886.

A través de una amplia variedad1 de fuentes se pretende mostrar una Hispanoamérica conectada, creadora de sus propias formas de comunicación y circulación del conocimiento. Para demostrar este argumento, el texto se divide en tres apartados. En el primero, se analiza la circulación de material impreso (periódicos y libros), sosteniendo que la modernización experimentada por Colombia, y el resto de países hispanoamericanos a mediados del siglo xix, impulsó el intercambio de textos. En el segundo, se hace un análisis de las comunidades de lectores que fueron útiles para la circulación y discusión de ideas. Finalmente, en el tercer apartado, y siguiendo la evidencia de los anteriores, se argumenta que el liberalismo colombiano estuvo particularmente conectado y en debate con el liberalismo chileno.

La circulación de textos

Prensa

La prensa fue revitalizada en Colombia durante la segunda mitad del siglo xix. El pináculo de este proceso fue la Constitución Política de 1863, en donde la libertad absoluta de prensa y opinión fue confirmada, luego de diferentes etapas de progreso desde 1851 (Melo, 2004). Durante los siguientes veinte años, hasta el ascenso de la Constitución Política de 1886, este derecho sería generalmente respetado, con apenas algunas excepciones inmensamente criticadas (Posada-Carbó, 2003).

Consecuentemente, y a pesar de las dificultades para hacer de ellos una empresa rentable, el número de periódicos incrementó durante dicho período en el país. Entre 1877 y 1879, Posada-Carbó (2003) ha identificado más de cincuenta periódicos que reflejaban todas las tendencias políticas, y que eran distribuidos no solo en ciudades como Bogotá, Medellín o Cali, sino también en lugares periféricos como Buga o Chiquinquirá (pp. 188-190), un elemento esencial de lo que Gilberto Loaiza (2009) ha interpretado como la expansión de la opinión pública.2 Los periódicos colombianos aprovecharían este nuevo contexto para intercambiar ideas y opiniones con sus pares hispanoamericanos, utilizándolos para sus propios proyectos políticos.

El intercambio de periódicos con otros países hispanoamerica- nos era una prioridad para Manuel Ancízar, primer editor del periódico liberal El Neogranadino, quien soñaba con una “alianza de periódicos” de alcance continental, en aras de unificar “hombres y naciones”, haciéndolos “hermanos” (Loaiza, 1999, p. 74). De hecho, El Neogranadino pronto logró la meta de construir una red regional de intercambio de periódicos alrededor de las “Repúblicas del Sur”, como eran llamadas por el mismo periódico: las noticias provenientes de Ecuador, Venezuela, Perú, Argentina y Chile eran bastante comunes y permitieron a los lectores colombianos mantenerse informados sobre los diferentes procesos políticos en estos países.

El Neogranadino recolectaba periódicos y correos de siete rutas postales que venían y partían de Bogotá: Popayán, Ambalema, Cáqueza, Cauca, Magdalena, Venezuela y Girón. Cuatro de ellas recibían correo internacional. El correo de Popayán, en el sur de Colombia, cubría los pueblos cercanos a Bogotá, las provincias de Neiva, Pasto, Popayán y todo el correo proveniente de Ecuador. El correo de Venezuela cubría aquel proveniente de este país, además el de zonas centrales y nororientales de Colombia. El correo del Cauca, estratégicamente ubicado sobre el océano Pacífico, conectaba a Colombia con el resto de las “Repúblicas del Sur”, incluyendo Perú, Bolivia, Chile y Argentina, y con América Central, gracias a las conexiones establecidas con periódicos panameños (aún colombianos) y costarricenses. Finalmente, el correo del Magdalena traía aquel proveniente de Europa una vez al mes (El Neogranadino, 1849a).

Otro periódico que estableció alianzas con extranjeros fue el Diario de Cundinamarca. Fundado en 1869, pronto se convirtió en el principal medio de comunicación del radicalismo liberal en el poder. Para 1870, recibía periódicos de tres fuentes: el correo del Sur, el correo del Atlántico y el correo del Pacífico. Los periódicos europeos llegaban principalmente a través del correo del Atlántico. Algunos de ellos estaban dedicados principalmente a informar en Hispanoamérica sobre los asuntos políticos europeos, como el Correo de Ultramar y el Eco-hispanoamericano

El correo del Pacífico se convirtió en una ruta de comunicación fundamental con el resto de las naciones hispanoamericanas. De nuevo, similar al caso del correo del Cauca de El Neogranadino, este contribuyó a establecer intercambios con la prensa de las “Repúblicas del Sur”. Así, periódicos como El Nacional de Lima, Los Andes de Guayaquil, El Mercurio y El Comercio de Lima continuaron siendo fuentes de información en Colombia.

Sin embargo, hay dos diferencias respecto a la relación de El Neogranadino con sus previos aliados. En primer lugar, el Diario de Cundinamarca expandió dramáticamente el rango de alianzas en Norte y Centro América: México, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y Cuba, se convirtieron en centro de interés para el lector colombiano. El Diario regularizó el intercambio con periódicos como El Debate de Costa Rica y La Revolución. Eventos políticos como la guerra de los Diez Años (1868-1878) entre Cuba y España fueron ampliamente debatidos en el Diario de Cundinamarca. En segundo lugar, el flujo y la regularidad de la información que llegaba incrementaron sustancialmente, pues es posible encontrar entradas sobre o de países hispanoamericanos al menos una vez a la semana, durante todo el año de 1870.3

El modelo de alianzas con periódicos, complementado con cartas de corresponsales, fue relativamente exitoso, a pesar de los constantes retrasos y dificultades. El Neogranadino (1849b) se quejaba de esta situación:

Tenemos establecido canje con los periódicos de todas las Repúblicas del Sur, y apenas nos llegan de cuando en cuando “El Comercio de Valparaíso” “El Ecuatoriano” “El Nacional de Quito” […] Aún los periódicos de Europa nos faltan frecuentemente, como algunos de la Costa y provincias del Norte (p. 58).

Aparte del mal trabajo hecho por los oficiales de correo, contingencias como la pérdida de la correspondencia debido a causas naturales, eran comunes. Por ejemplo, el 17 de marzo de 1849 la siguiente nota apareció en El Neogranadino (1849c): “VENEZUELA - por cartas recibidas de San José de Cúcuta, fecha 3 del corriente, se sabe que el correo naufragó al pasar el río Pamplonita perdiéndose la correspondencia” (p. 87).

Loaiza (1999) ha resaltado el rol que El Neogranadino jugó como parte del “proyecto modernizador liberal” y su significado dentro de la “estructura ideológica de la dirigencia liberal” (p. 65), caracterizado por su insistencia en la liberalización económica y en reformas políticas.4El Neogranadino pretendió “expandir un ideario acorde con el proyecto liberal”, a través de publicaciones sobre economía, política y artículos literarios (Loaiza, 1999, p. 78). Tanto este periódico como el Diario de Cundinamarca reimprimieron artículos de autores hispanoamericanos para apoyar sus agendas políticas locales, como parte de un proyecto liberal e intelectual regional identificado, fundamentalmente, con la importancia de la ruptura con el pasado colonial y con la construcción de un nuevo orden social.

En un cuadro de costumbres llamado “El Manuscrito del Diablo”, escrito por Lastarria y reimpreso por El Neogranadino (1850c), se lee: “La sociedad chilena tiene fondo y superficie como el mar: en el primero están acolchadas todas las heces de la colonia española; en la superficie un barniz a la moderna […]” (p. 252). El editor del periódico colombiano mostró entusiasmo por este artículo: “Mucha esperanza de progreso da un país cuando tiene escritores de conciencia que se atreven a señalar las llagas verdaderas que corroen el cuerpo social” (El Neogranadino, 1850b, p. 245). De hecho, El Neogranadino (1850a) compartía la idea de una ruptura, liderada por el liberalismo, con el legado español en toda América:

Y es en vano que los nuevos oligarcas […] quieren detener el torrente, que en su curso precipitado arrastrará con todos los obstáculos […] Esta última cincuentena de años que cerrará el período del siglo xix, está llamada a servir de época en la reconstrucción de las sociedades de la tierra de Colón (p. 1).

En este sendero de transformación, Colombia adoptó un liderazgo político cuando el liberalismo asumió el poder en las elecciones presidenciales de 1849, a través de José Hilario López, hecho celebrado en diferentes países hispanoamericanos. En un artículo que aplaudía la supuesta victoria liberal en Perú con el triunfo del general Echenique, El Neogranadino (1851a) reimprimió una carta recibida desde allí: “[…] pero sí le aseguro que la ventura Administración será franca, noble y liberal: el Perú saldrá a la carrera al progreso, y bien pronto rivalizaremos a UU. [sic] en las ideas que hoy les dan tanta altura política” (p. 150). Sin embargo, Echenique prefirió la compañía de sectores conservadores lo cual marcó contraste respecto a la situación colombiana:

Cada vez que nos ocupamos de la política de la Nueva Granada lo hacemos con el mayor placer, porque admiramos los progresos que hace a la sombra de un gobierno republicano. Por otra parte, nos llenamos de tristeza y las más veces de indignación, viendo que mientras aquella nación prospera, la nuestra da un paso atrás (El Neogranadino, 1851b, p. 394).

Libros

El número de librerías y el mercado del libro en general tuvieron una significante expansión durante la segunda mitad del siglo xix. En Bogotá, por ejemplo, el número de librerías, que era de 6 entre 1845 y 1854, ascendió a 38 entre 1865 y 1880 (Loaiza, 2009). Las razones detrás de este cambio tienen que ver con la ampliación y democratización del universo de lectores y escritores, principalmente como resultado de las políticas educativas llevadas a cabo por los gobiernos liberales. Tres dimensiones fueron transformadas: el proceso de impresión, la difusión y circulación, y el consumo de los textos (Loaiza, 2009, p. 26). Nueva maquinaria (en contraste con la prensa manual) y prácticas litográficas fueron importadas por impresores colombianos. Al mismo tiempo, su número incrementó de 33 a 78 entre 1854 y 1874 (Loaiza, 2009, p. 32).5

En términos de circulación hubo, como se dijo antes, un aumento en el número de librerías y de estrategias publicitarias en periódicos que promovían “bibliotecas ideales”, de acuerdo con la afiliación política (Acosta, 2005; Loaiza, 2009). Finalmente, en términos de consumo, el régimen liberal implementó nuevas políticas educativas, incluyendo la reorganización de la Biblioteca Nacional y la fundación de Escuelas Normales y gabinetes de lectura, al igual que la reorganización de la Universidad Nacional en 1867, como medidas para la formación de lectores seculares y nuevos ciudadanos (Loaiza, 2002; 2009).

Laureano García Ortiz,6 político y miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, describió cuatro de las principales librerías en la Bogotá del último cuarto de siglo: la Fidel Pombo, la Barcelonesa, la Librería Americana y la Torres Caicedo. Esta última, nombrada así en honor al pensador y diplomático José María Torres Caicedo, estaba especializada en autores hispanoamericanos. De acuerdo con García (1955),

[era] interesante porque era la única que en tal tiempo tenía relaciones con otras librerías de Hispanoamérica. Quien necesitara entonces un libro de México, de Cuba, del Perú, de Chile o de la Argentina, lo encontraba en aquella librería y sólo en ella. Sin ella habríamos estado incomunicados intelectualmente con los países hermanos (p. 27).

Su fundador, Lázaro María Pérez, estimuló, a un grado sin precedentes, las relaciones culturales y el intercambio de libros con otros autores hispanoamericanos, jugando un rol clave como intermediario cultural. Pérez nació en Cartagena en 1824 y murió en 1892. En 1841 dio los primeros pasos de una fructífera carrera literaria. Desde 1846 comenzó a publicar poesía en periódicos y revistas, y decidió fundar la revista literaria El Albor (Torres, 1893). Una vez en Bogotá, lugar al que llegó el mismo año, su interés por la poesía le permitió entablar amistad con intelectuales como el liberal José María Samper (1881b). Su reputación como poeta le abrió las puertas de diferentes periódicos y en 1849, “cuando ya hubo posibilidad de hacer uso de la libertad de prensa” (Torres, 1893, p. 12), escribió artículos políticos en La República y El Porvenir, convirtiéndose desde entonces en un reconocido publicista y obteniendo un escaño en el Congreso de la República en 1854.

Pérez cultivó con notable devoción su interés por la poesía hispanoamericana, publicando junto a José Rivas Groot el primer volumen de la antología llamada Poetas hispano-americanos en 1890. Este trabajo demuestra cuán serio era su rol como intermediario cultural y cuán extensa era su red de autores hispanoamericanos. Aunque solo fueron publicados dos tomos (el segundo en 1892), la intención era dar a luz hasta siete. La pretendida distribución de los volúmenes era así:

Cuadro 1 Distribución de volúmenes de antología. Poetas hispano-americanos 

Vols. Vols. Vols.
México 6 Nicaragua 1 Perú 4
Cuba 8 República Dominicana 3 Bolivia 3
Guatemala 2 Costa Rica 2 Paraguay 1
Puerto Rico 3 Venezuela 6 Argentina 6
Honduras 2 Colombia 6 Chile 6
Salvador 2 Ecuador 4 Uruguay 5

Fuente: Catálogo general de la Librería Torres Caicedo (1894, p. 16)

En aras de recolectar el material necesario para la monumental empresa, Pérez estuvo en comunicación con diferentes intelectuales hispanoamericanos alrededor de treinta años:

Largo tiempo meditó su plan, y va para treinta años que viene distribuyendo cartas por todo el Continente en solicitud de datos y elementos; y años hace que de toda la América viene, día por día, recibiendo inmenso cúmulo de obras, periódicos y papeles manuscritos (Rivas Groot, 1890, p. iii).

La fundación de su librería en 1870 reflejaba ya esta idea de conectar intelectualmente un continente, a diferencia de aquellas que se centraron únicamente en la importación de textos europeos.

Era común entre las librerías colombianas de la segunda mitad del siglo xix establecer alianzas comerciales con librerías europeas. Podemos ver a Ezequiel Uricoechea enviando cajas llenas de libros a Rufino José Cuervo, especialmente gramáticas y libros religiosos (Jiménez, 2013), desde París, Madrid y Bruselas, o el catálogo de la librería francesa Rosa y Bouret, reimpreso por el colombiano Mogollón Guzmán (“Catálogo de libros selectos”, 1870). De hecho, las librerías francesas detectaron prontamente las posibilidades que abría el reciente mercado de libros en la América hispánica, luego de las guerras de independencia, y decidieron armar catálogos en castellano. En la década de los cincuenta, la exportación de libros en la región creció hasta el punto de que, por ejemplo, aquellos que iban a México y Argentina superaron en número a aquellos que iban a Madrid (Fernández, 1998).

La mercancía proveniente de las librerías francesas estaba usualmente compuesta por traducciones de autores europeos (Fernández, 1999). Estas librerías hicieron poco para que circularan textos escritos por autores hispanoamericanos, aunque algunas veces los publicaban. Sus catálogos hablan por sí mismos: aparte de algunos textos escritos por autores como el José Manuel Restrepo, Vicente Rocafuerte, Justo Donoso, José Luis Mora, Juan Rodríguez y José Joaquín Mora, es difícil encontrarse autores hispanoamericanos en las más de 90 páginas del catálogo de Rosa y Bouret que poseía Uricoechea (“Catálogo de librería Rosa y Bouret”, s. f.). En Europa, el limitado conocimiento sobre el continente americano circulaba gracias a los libros escritos por autores locales como Alexander von Humboldt.

En contraste y simultáneamente, la Librería Torres Caicedo tenía socios por toda Hispanoamérica. Lázaro María Pérez fue crucial para conectar el mercado del libro colombiano con aquellos de otros países de la región, dando forma a un mercado intelectual de alcance continental e impulsado por las reformas liberales de medio siglo en todo el continente. De acuerdo con el catálogo de esta librería publicado en 1894, tenía socios en México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, cubriendo así toda la región (“Catálogo general de la Librería Torres”, 1894, p. 3). En consecuencia, la variedad de libros hispanoamericanos disponibles para el lector colombiano era amplia. Desafortunadamente, el catálogo no nos cuenta cuáles libros poseían mayor demanda y cómo fueron establecidas las conexiones con otras librerías. Sin embargo, gracias al intelectual chileno Pedro Pablo Figueroa, es posible reconstruir la alianza que Pérez estableció con el librero chileno Roberto Miranda.

Santos Tornero fundó la primera librería en Chile en 1840 y a esto le siguió un florecimiento del mercado del libro. Antes, a pesar de la llegada de la prensa en 1812, la circulación del libro y, en general, la creación de una sociedad de lectura había fracasado (Figueroa, 1894). Esta transformación, inserta dentro del predominio de la cultura republicana liberal de entonces, incluyó un giro de la percepción del libro como “entretenimiento”, al libro como “llave de acceso al conocimiento y la civilización”; y la emergencia de la tipografía como profesión. Los libros fueron una parte fundamental de la nueva y excitante atmósfera intelectual chilena, que incluyó la participación de escritores liberales como José Victorino Lastarria, Benjamín Vicuña Mackenna, Francisco Bilbao, entre otros, y de exiliados argentinos como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, entre otros (Subercaseaux, 2000, pp. 45-75).

En este contexto, el librero chileno Roberto Miranda se trazó el objetivo de expandir el mercado, de lo que se consideraba el primer movimiento literario e intelectual nacional, a otros países hispanoamericanos. Además, deseaba recibir y circular los libros de la “inteligencia Americana” en su Chile natal, razón por la cual dio prioridad a un sistema de trueque en el cual recibiría en pago “[…] los productos de la literatura y la prensa de las naciones que ha elegido como mercado de circulación de las obras del país” (Figueroa, 1894, p. 19). Así pues, procedió a construir redes con libreros hispanoamericanos a su alrededor, intercambiando con libreros en Buenos Aires, Montevideo, Bolivia, Perú, Ecuador, Honduras, Cartagena y con Lázaro María Pérez en Bogotá.

El lazo comercial entre Pérez y Miranda arrancó en 1884 gracias a la intermediación del poeta y diplomático chileno José Antonio Soffia. En su carta de presentación, Pérez aseguró que:

No se trata de comercio de dinero, sino de cambios de esfuerzos y labores del ingenio, y si nosotros conseguimos establecer su corriente de manera fácil y permanente, quizá con provecho personal, habremos prestado el más importante servicio a las letras americanas (Figueroa, 1894, p. 23).

Ejemplares de libros colombianos acompañaban esta carta. Pérez solicitaba el envío de los siguientes escritores chilenos: Jacinto Chacón, José Clemente Fabres, José Victoriano Lastarria, Guillermo Matta, Guilmero Blest y José Antonio Soffia, muchos de ellos intelectuales liberales. La relación fue exitosa dado que, de acuerdo con las cuentas de Miranda, entre 1881 y 1890, Colombia se había convertido en su segundo socio comercial, ascendiendo el valor de intercambio en pesos chilenos a unos 4235, solo por debajo de Argentina, que ascendía a 9368 y seguido lejanamente por Uruguay con 2021 (Figueroa, 1894, p. 32).

Resultado de lo anterior fue que, como se verá con detalle más adelante, los autores chilenos circulaban en Colombia y sus ideas contribuyeron al debate público. Los principales temas de los libros que llegaban a Colombia fueron el derecho, la historia y la poesía. No era inusual que los libreros colombianos pidieran permiso para reimprimir textos chilenos en Bogotá dado que los recibidos no eran suficientes para cubrir la demanda (Figueroa, 1894).

Pérez y Miranda se convirtieron en el enlace entre dos procesos paralelos, comparables en términos de la expansión de la lectura como práctica intelectual. Esta difusión continental del mercado del libro se dio justo cuando aparecían formas nacionales de literatura, permitiendo la circulación de lo que vino a ser el primer paso en la emergencia de una tradición literaria continental. El intercambio de información entre países hermanos llegaba ahora también en forma de libro, medio que difería de la naturaleza fragmentaria de la prensa. Derivado del aumento del flujo de información proveniente de autores hispanoamericanos se fortalecieron prácticas como la producción de reseñas, biografías, prefacios y compilaciones, desarrolladas y utilizadas para el filtro y selección del mismo.7

Los intelectuales hispanoamericanos no pasaron por alto el trabajo de los libreros. El publicista mexicano Francisco Sosa (1890) calificó su trabajo como una “nueva era”, en su libro de biografías Escritores y poetas Sud-americanos:

Hasta hace muy poco tiempo era tal el retraimiento en que vivía cada una de las repúblicas hispano-americanas [sic], que los libros que en ellas se publicaban no salvaban sus fronteras sino cuando el autor imprimía en Europa sus producciones, lo que sucedía muy rara vez. Hoy, asistimos al advenimiento de una nueva era, merced a los nobles propósitos de algunos editores y libreros que, sin dejar de perseguir, como es natural, su propio interés, difunden de un extremo a otro del mundo los nombres de los literatos y poetas que más renombre tienen en sus respectivos países. Entre estos benefactores de las letras merecen especial mención: D. Francisco Lagomaggiore y D. Carlos Casavalle, de la República Argentina; D. Roberto Miranda, de Chile, D. Lázaro María Pérez e hijos, de Colombia; D. Carlos Prince, del Perú, y otros no menos empeñosos propagandistas sud-americanos [sic] (pp. 289-290).

Los libros y periódicos encontraron sus comunidades de lectores en las sociedades eruditas que vinieron a existir en la segunda mitad del siglo xix en Colombia, asunto que se desarrollará a continuación.

Comunidades de lectores

Las sociedades de lectura aparecieron en el actual territorio de Colombia en el siglo xviii. Libros y periódicos provenientes de Europa ayudaron a introducir ideales ilustrados, en una reducida comunidad intelectual que combinaba temas tradicionales de discusión con prácticas modernas, como la formalización a través de estatutos de las originalmente espontáneas tertulias literarias (Silva, 2008). Durante la segunda mitad del siglo, estas sociedades se convirtieron en la norma de un ambiente intelectual en relativo apogeo, caracterizado por el entusiasmo con la poesía y la conversación académica (Díaz, 2009). Tanto las sociedades como sus miembros fueron clave para la recepción de autores hispanoamericanos, la discusión de sus ideas y el establecimiento de amistades definidas por los intereses intelectuales.

El 11 de junio de 1884, la sociedad El Ateneo apareció en la comunidad intelectual bogotana. Fue creada para promover las ciencias, la literatura y las artes” a través de una serie de eventos públicos, incluyendo conferencias, publicaciones y concursos literarios. Los encuentros tenían lugar una vez al mes, cuando sus miembros debían presentar los trabajos que habían preparado. El Ateneo se convirtió en una de las sociedades más respetadas, a pesar de que no duró mucho debido a la guerra civil de 1884-1885. El rango de temas de discusión era vasto. Sus secciones incluían agricultura, filología, poesía, ciencias, política, pedagogía, sociología, derecho, filosofía, historia y artes (Díaz, 2009, p. 87). Entre los firmantes de sus estatutos se encuentran el librero Lázaro María Pérez, publicistas como Santiago Pérez y Salvador Camacho, y el diplomático chileno José Antonio Soffia (“Estatutos del Ateneo de Bogotá”, 1884).

La presencia de Soffia en El Ateneo no era accidental. Este fue designado como Ministro de Chile en Colombia en 1891 para restaurar la reputación de Chile luego de la Guerra del Pacífico (1879- 1883), e iba precedido por su fama como poeta (Silva, 1968). Sus poemas, especialmente Las cartas de mi madre, habían circulado en Colombia antes de su llegada. Esto redundó en un gran entusiasmo en la clase política e intelectual colombiana ante las noticias de su nombramiento. Soffia fue recibido como una celebridad y pronto se sumergió en la vida cultural bogotana, hasta el punto de proponer satisfactoriamente el relanzamiento del periódico literario llamado el Repertorio Colombiano (Marroquín, 1885). Soffia llevó a cabo muchos proyectos literarios con los locales y cooperó para asegurar la circulación de sus textos. En 1883, por ejemplo, apoyó la publicación de una colección de baladas en tributo a Simón Bolívar. El libro fue titulado Romancero Colombiano y tuvo 300 copias en su primera edición, de las cuales al menos 100 fueron enviadas al gobierno chileno para su circulación en aquel país (Soffia, 1942).

Su caso no era único. Muy a menudo, las sociedades eruditas recibían diplomáticos hispanoamericanos en sus reuniones, que se convirtieron en escenario propicio para el intercambio de libros, lecturas sociales y el establecimiento de redes intelectuales, que usualmente eran mantenidas a través del intercambio epistolar. Otros diplomáticos como los argentinos Miguel Cané y Martín García Merou dejaron evidencia de viajes similares a Colombia. Cané, quien tenía una familiaridad notable con la historia colombiana, vino a al país en 1882 y amistó y admiró a los poetas Gregorio Gutiérrez González, Rafael Pombo y Diego Fallón. Cané (1884) notó el entusiasmo de los literatos colombianos por participar en las veladas literarias llamadas mosaicos, que habían alcanzado fama gracias a la revista del nombre El Mosaico.

García Merou, compañero de Cané en su misión diplomática, se puso en contacto con los poetas alrededor de la Academia Colombiana de la Lengua y leyó los trabajos de José María Vergara y Vergara, Gutiérrez González, Manuel Ancízar y Rafael Núñez, entre otros. Dentro de una cultura de conversación y debate, sus trabajos circulaban rápidamente, como García Merou (1894) lo observó: “Un epigrama de Carrasquilla, un estudio crítico de Miguel Antonio Caro, una poesía de Pombo, una frase de Marroquín, son acontecimientos sociales y temas de conversación obligada en círculos [intelectuales]” (p. 75). Luego de su partida dos años después, García Merou conservó sus amistades a través de la correspondencia. Las cartas eran acompañadas ocasionalmente por libros, poemas y con- tenían debates políticos (García Merou, 1884).

Los publicistas colombianos también utilizaron el viaje diplomático para establecer redes con otras comunidades hispanoamericanas de lectores. Tal fue el caso de José María Samper quien viajó como ministro de Colombia en Argentina y Chile. Allí se encontró con una “calurosa acogida en los círculos intelectuales de Santiago” (Donoso, 1976, p. 89), amistó con el historiador Benjamín Vicuña Mackenna y escribió al menos tres artículos sobre él en El Mercurio en 1884 (Donoso, 1976, p. 89). Manuel Ancízar, editor de El Neogranadino, fue quizás el mejor ejemplo del viajero diplomático-intelectual. Este viajó a Ecuador como diplomático, fue a las reuniones liberales y de allí envió una colección de libros a la Biblioteca Nacional de Colombia. En 1854 estuvo en Chile donde escribió artículos para el periódico El Progreso, fundado por Domingo F. Sarmiento en 1842. Más tarde, se volvería amigo cercano de Andrés Bello y de los hermanos Amunátegui. Ancízar mantuvo el contacto con Bello luego de abandonar Chile y le ayudó como intermediario con impresores venezolanos (Loaiza, 2004).

Estos agentes culturales trajeron con ellos referencias, poemas y, en general, los trabajos de pensadores que estaban redefiniendo el panorama intelectual en Hispanoamérica. Para los extranjeros en Colombia, la cultura de conversación y el debate académico era apropiada para la circulación de autores que estaban en boga en sus propios países; siendo ellos parte activa de estas nuevas corrientes intelectuales.

Tal es el caso de Soffia quien, antes de viajar a Colombia, había publicado poemas y fundado revistas literarias como La Voz de Chile, en compañía de Isidoro Errázuriz, el historiador Diego Barros Arana y el novelista Alberto Blest Gana. Soffia había sido amigo cerca- no de Lastarria y había dirigido sus propias veladas literarias. Como parte de su misión diplomática, distribuyó en Bogotá el libro Historia del Pacífico escrito por Barros Arana (Silva, 1968). Además, Soffia citaba autores coloniales y extranjeros, pero también historiadores contemporáneos como Barros Arana y Vicuña Mackenna, para explicar el poema Michimalonco que escribió en Colombia, lo que sugiere que tenía dichos libros a la mano en Bogotá (Soffia, 1885). Por su parte, Ancízar promovió la circulación de los trabajos de Bello y utilizó su Código Civil en las clases que impartía en la Universidad del Rosario (Loaiza, 2004).

Cuando Lázaro María Pérez, como se vio anteriormente, le envió a Roberto Miranda una carta arguyendo que su labor ayudaría a las “letras americanas” (Figueroa, 1894, p. 23), realmente pensaba que tal cosa se estaba consolidando. Los libros que trajo y los textos re- impresos en los periódicos fueron leídos por estas comunidades de lectores, entusiastas por el debate intelectual. La circulación de autores hispanoamericanos tuvo sus efectos. Más allá del conocimiento compartido de algunos autores europeos, en particular franceses, los intelectuales hispanoamericanos aplicaron técnicas de lectura a los trabajos de sus pares y comenzaron a aparecer formas de identidad común.8

Los escritores hispanoamericanos empezaron a seleccionar y promover textos con prácticas que precedieron la crítica literaria moderna, como las reseñas. Se pretendía que su circulación fuera amplia, razón por la cual eran publicadas tanto en libros como en prensa. El 10 de mayo de 1870, el Diario de Cundinamarca reimprimió una reseña escrita por el costarricense Manuel Peralta sobre el libro de José María Samper, Miscelánea. Peralta pintó a Samper como “artista, dotado de una naturaleza eminentemente poética, enamorado de todo lo bello y todo lo bueno” y lo reconoció como uno de los “mejores publicistas” de Hispanoamérica. Peralta reseñó las cuatro secciones del libro derivadas de los cuatro temas principales de este: cuadros de costumbres, crítica literaria, variedades y biografías. Concluyó exaltando el libro y asegurando que “el nombre del autor es su más brillante recomendación” (Diario de Cundinamarca, 1870b, pp. 630-631).

García Merou (1884) fue más agudo en Impresiones. Dividió el panorama colombiano en dos grupos, de acuerdo con su afiliación literaria y política: los conservadores o puristas, liderados por Miguel Antonio Caro y la Academia Colombiana de la Lengua; y los modernos, liderados por el por el poeta liberal Adriano Páez. Lo que García Merou capturó entonces fue el conjunto de conflictos y contradicciones en el proceso de modernización de la literatura. Su crítica sería fuerte con los puristas, quienes pretendían imitar la poesía clásica española. Caro sería el centro de estas críticas, aunque reconoció su talento como traductor y su autoridad literaria. Respecto a la poesía, García Merou (1884) señaló que los trabajos de Caro estaban demasiado preocupados por la forma del verso, dejando a un lado el contenido (p. 301). Por su parte, Adriano Páez se mantuvo en el lado opuesto de Caro, declarándose hijo del siglo xix y promotor de la libertad en literatura y política.

García Merou alabó a otros poetas como Gregorio Gutiérrez, Rafael Núñez, Julio Arboleda y Rafael Pombo. Gracias a su otro libro, Confidencias literarias (García Merou, 1894), sabemos que los autores colombianos leyeron sus críticas. Santiago Pérez revisó Impresiones y advirtió que el autor había fijado su atención en lo que consideraba la sociedad “menos colombiana”, la Academia Colombiana de la Lengua, dado que esta era proclive a la imitación de la poesía española (García Merou, 1884, pp. 81-82).

José María Samper (1869) también escribió reseñas sobre autores hispanoamericanos. En su libro Miscelánea o colección de artículos escogidos dedicó un capítulo a reflexionar sobre los trabajos de los peruanos José Gregorio Paz-Soldán y Pedro Paz Soldán, el chileno Miguel Luis Amunátegui, el argentino Carlos Calvo, y otros autores colombianos. Estas reseñas fueron publicadas originalmente en periódicos y revistas como El Comercio de Lima, Revista Americana y Ecos de los Andes entre 1851 y 1868. Previo a las reseñas, Samper arguyó sobre la necesidad de una literatura americana, en contraste con la literatura española y francesa, que pudiese reflejar su contexto. Esta, al lado de la historia, las artes y las ciencias, debía ser “revolucionaria” y promover la civilización de la sociedad. Publicar estas reseñas era ciertamente una manera de ayudar con este progreso (Samper, 1869, pp. 223-230).

Otras prácticas en la selección y promoción de autores hispano- americanos fueron las antologías de poemas y las biografías de escritores. El pensador colombiano José María Torres Caicedo (1863) se embarcó en la monumental labor de publicar dos series de biografías y críticas literarias de los “principales poetas y literatos hispano-americanos”. La distribución por países de los autores en los dos volúmenes de la primera serie incluyó Argentina, Guatemala, Chile, Cuba, Ecuador, México, Perú, entre otros. En la introducción de Poetas hispano-americanos de Lázaro María Pérez, José Rivas Groot (1890) señaló la importancia que habían adquirido las antologías:

Si se llamó, aunque con estrecho sentido, al siglo pasado el de la Enciclopedia, tal vez el siglo presente pueda llamársele el de la Antología. La fácil comunicación mental y física, cada día mayor, que en esta centuria tienen los hombres, los lleva a mirarse y estudiarse en conjunto; y al reunirse, al comunicarse, al estudiarse, desean guardar los hombres, en alguna forma, lo mejor de tal estudio. Hay, pues, en este siglo una tendencia general y creciente a comunicarse; de tal tendencia surgen los concursos; de estos, la elección; de la elección, la antología (p. i).

La creciente circulación de escritores hispanoamericanos en Colombia a través de periódicos, libros y comunidades de lectores hizo posible la existencia de una comunidad intelectual más amplia. El Parnaso Hispanoamericano había emergido.9

Debates sobre liberalismo

Hasta ahora se han descrito y analizado los mecanismos de circulación de autores hispanoamericanos en Colombia durante la segunda mitad del siglo xix, cuando la modernización de la sociedad y los nuevos espacios de acción del intelectual permitieron la relación con otras sociedades hispanoamericanas, que pasaban por procesos paralelos de reformismo. Esto trajo consigo la tendencia hacia la circulación de autores liberales y, en particular, del liberalismo chileno. José María Samper (1881) confirmó la importancia de este en Colombia y, específicamente, en la comunidad intelectual hispanoamericana:

Siempre que pensamos en Chile, nos vienen a la memoria los nombres de no pocos de sus hombres contemporáneos eminentes […]. Pensamos, por ejemplo, en Lastarria, filósofo positivista y jurisconsulto de ideas muy avanzadas, con cuya antigua amistad nos honramos; en Vicuña Mackenna, el múltiple escritor, liberal decidido, que nos favorece con sus simpatías; en Lillo, poeta de magnífica figura y levantado pensamiento, y Blest Gana, de sentimiento exquisito, que son orgullo del Parnaso Americano; en los Amunáteguis, tan ilustrados, y Rodríguez Velasco […] y en muchos otros que sería prolijo enumerar o nombrar siquiera (p. 23).

La historiografía sobre el liberalismo latinoamericano no ha comenzado a explorar las conexiones ni ha comparado los diversos liberalismos en la región. Sin embargo, su importancia a través de todo el continente ha sido señalada anteriormente. Políticas liberales fueron implementadas desde México hasta Argentina, aunque ciertamente la apropiación de sus principios fue diferente de acuerdo con las circunstancias particulares de cada país. Las principales diferencias residieron en la rapidez de las reformas religiosas y el grado de centralización o descentralización del Estado, pero la sincronización fue sorprendente y, para finales de siglo, la mayoría de los gobiernos hispanoamericanos había removido los privilegios corporativos, acogiendo así la libertad individual (Bushnell y Macaulay, 1994). Existió un diálogo continental entre intelectuales liberales, gracias a la circulación de textos descrita anteriormente: los publicistas colombianos leían y debatían con sus pares hispanoamericanos, especialmente con los chilenos. Todas las condiciones y mecanismos para dicha circulación estaban en acción durante la segunda mitad del siglo xix.10 Gracias al interés en el liberalismo chileno, no es extraño que el coronel Anselmo Pineda, colector entusiasta de periódicos, libelos y libros, incluyera, entre sus donaciones a la Biblioteca Nacional de Colombia en 1857, autores como Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria, Miguel Luis Amunátegui y la Revista de Santiago (“Catálogo de las obras existentes”, 1857). En esta biblioteca, de hecho, reposaban las principales obras y periódicos de los liberales chilenos de este período. Sus trabajos sobre historia, derecho11 e instrucción pública sobresalen en la colección que estaba disponible para el lector colombiano (“Catálogo de las obras hispano-americanas”, 1897).

Chile era un lugar muy interesante con el cual establecer inter- cambios dada su boyante vida intelectual, fue el lugar de encuentro de los más prominentes pensadores del Cono Sur durante la década de los cuarenta. Algunos escritores argentinos llegaron a ese país y ayudaron a desarrollar su esfera pública y cultural, trabajando como editores en periódicos y revistas comprometidos políticamente. Domingo F. Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Vicente Fidel López fueron los más destacados. Surgieron entonces debates sobre la política, la ciudadanía y el rol de la literatura. La Generación Chilena de 1842, con un connotado carácter liberal, recibió su influencia y se re- unió alrededor de círculos como la Sociedad Literaria (Stuven, 2008). Por esto, establecer intercambios con Chile era entrar en contacto con un debate liberal e hispanoamericano más amplio.

Dicho debate entre los liberalismos colombiano y chileno fue percibido como un diálogo entre aproximaciones radicales y modera- das (Loaiza, 2004). El objetivo, empero, era el mismo: la renovación de la sociedad. Como se vio anteriormente, el liberalismo hispanoamericano pretendía romper con las realidades sociales heredades de la sociedad colonial, identificadas principalmente con los privilegios, el autoritarismo y el fanatismo religioso. Renovación significaba deshispanización.12 Pero los caminos pretendidos para alcanzarla difirieron en ambos países. En Colombia se optó por el sendero revolucionario, mientras que en Chile se eligió el reformismo.

A pesar de que el gobierno del general Tomás Cipriano de Mosquera había llevado a cabo algunas reformas liberales en Colombia entre 1846 y 1848, especialmente reformas tributarias encaminadas a impulsar el comercio (Delpar, 1981), fueron aquellas lideradas por el general José Hilario López entre 1849 y 1853 las que impulsaron definitivamente un régimen liberal radical. López apoyó el ascenso de políticos liberales conocidos como los gólgotas, quienes implementaron en un corto período de tiempo reformas de gran alcance, como la libertad religiosa, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, la abolición de la esclavitud y la abolición de tierras comunales indígenas (Martínez, 2001). Los conservadores rechaza- ron estas reformas y pronto se rebelaron en la guerra civil de 1851, siendo derrotados, pero alcanzando brevemente el poder con Mariano Ospina Rodríguez entre 1857 y 1861. Las reformas radicales continuaron para incluir el federalismo y, bajo un nuevo mandato de Mosquera, la confiscación de tierras poseídas por la Iglesia Católica. La Constitución Política federal de 1863 se convirtió en el pináculo de tan turbulento período.

El liberalismo chileno de mediados de siglo propuso reformas en contraste con un modelo de ruptura radical del sistema político. Una primera oleada de reformismo liberal había tenido lugar bajo el mandato de Bernardo O’Higgins durante el período posindependentista, cuando hubo algunos desarrollos en términos de federalismo, libertad individual e igualdad ante la ley. Sin embargo, el período entre 1830 y 1860, conocido como la República Conservadora, atestiguó gobiernos dispuestos a sacrificar algunos derechos individuales en aras de preservar el orden y la gobernabilidad. El centralismo y una fuerte rama ejecutiva fueron las premisas del nuevo régimen, pero también algunos elementos liberales como la separación de poderes y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. En temas religiosos, se declaró al catolicismo como credo oficial y se prohibió la práctica pública de cualquier otra religión (Jaksic y Serrano, 2011).

En 1849, Lastarria y Federico Errázuris presentaron en el Congreso Nacional un conjunto de reformas liberales que fueron reimpresas en 1850 con el título Bases de la Reforma. Aunque pedían cambios referentes al uso del estado excepción, libertad individual, libertad de prensa y elecciones, entre otras, señalaron la primacía del objetivo de prevenir los levantamientos revolucionarios. Aceptaron la Constitución conservadora de 1833, dado el rol que había jugado en el mantenimiento de la estabilidad política, y solo propusieron algunos cambios ante la nueva realidad del país (Jaksic y Serrano, 2011). Esta divergencia llevó a un acalorado debate entre los intelectuales colombianos y chilenos. José María Samper (1869) identificó el núcleo de la discusión como la lucha entre dos aproximaciones diferentes hacia el progreso de la sociedad. Samper utilizó el texto Descubrimiento y conquista de Chile, del historiador liberal chileno Miguel Luis Amunátegui, para considerar algunas ideas sobre el progreso en las sociedades hispanoamericanas, y aseguró que había dos caminos hacia este. El primero, era el previo desarrollo de las “fuerzas materiales” que, eventualmente, llevarían al avance “moral e intelectual”. Era el camino de la “autoridad”, cuyo mejor ejemplo era Chile. El segundo, en contraste, era la previa “regeneración moral” que subsecuentemente llevaría al “progreso material” (Samper, 1869, pp. 286-287). La idea de libertad guiaba este camino. De acuerdo con él, Colombia era de lejos el mejor ejemplo en Hispanoamérica del segundo camino, que a su vez consideraba entonces más estable en el largo plazo.

Lastarria (1867) acogió la diferenciación de Samper aunque no compartió su conclusión. Luego de enumerar las reformas libera- les alcanzadas por el gobierno colombiano, señaló las disputas que habían desencadenado: la confrontación entre liberales en 1851, la conspiración de Obando en 1853, la breve dictadura del general Melo en 1854, la declaración de independencia de varios Estados entre 1855 y 1857, la guerra civil de 1859 y la guerra contra el Ecuador a principios de la década del sesenta. Lastarria consideraba, entonces, que la revolución liberal había traído anarquía a todo el país; y la razón detrás de tan decepcionante resultado era la carencia de una base social sólida para las reformas: “los granadinos han dado tal importancia a las teorías políticas, que han abandonado casi completamente el estudio de sus intereses morales y materiales” (Lastarria, 1867, pp. 267-268). Además, arguyó que los políticos colombianos ignoraban el estado de su sociedad, sus hábitos y realidades, como la falta de una ética del trabajo, industria, o medios de comunicación, que hicieran satisfactorio el resultado de las reformas. Acusó a los intelectuales colombianos de aplicar principios filosóficos originados en la Francia revolucionaria de mitad de siglo sin ningún sentido del verdadero contexto (Lastarria, 1867, pp. 268-269). En otras palabras, los acusó de no preocuparse por el desarrollo material del país antes de adelantar las enmiendas democráticas a la organización política.

En el lado opuesto, el liberalismo chileno actuó de acuerdo con la realidad política y material, dando como resultado una estabilidad política desconocida por sus contrapartes hispanoamericanas. Dadas estas diferencias, Samper (1881a) sugirió que el liberalismo chileno era, de hecho, más cercano al conservatismo colombiano:

Es muy de notar que el chileno carece por completo de uno de los caracteres que han distinguido al más avanzado liberalismo de Colombia, muy semejante al de Francia. Jamás los liberales de Chile han mostrado odio al catolicismo ni a ninguna religión, ni desprecio por la Iglesia y su culto, ni tendencias a la captación o a la confiscación de los bienes eclesiásticos, ni mala voluntad al clero, ni propósitos sectarios o materialistas en la dirección de la enseñanza pública, ni veleidad alguna de jacobinismo. En rigor, lo que en Chile se llama liberalismo es un conservatismo liberal, sabiamente republicano y progresista, que todo conservador patriota podría aceptar para Colombia (p. 20).

De hecho, el tema religioso fue uno de los casos más notable en los que hubo gran tensión entre las reformas aplicadas y la realidad social. El catolicismo era el credo compartido por la mayoría de la población. El liberalismo colombiano, empero, expulsó a los jesuitas, quienes controlaban la educación, y adoptó medidas anticlericales.13 De hecho, la Constitución de 1863 consolidó la separación entre Estado e Iglesia. Lastarria (1867) criticó estas políticas con el mismo argumento presentado anteriormente:

No han bastado las libertades de conciencia y de cultos, era necesario transportar a un pueblo unánimemente católico, como si fuera reforma política, el hecho social de Norte América de la separación de la Iglesia y el Estado, antes de que llegara a ser también un hecho social en Nueva Granada, de modo que a merced de esta novedad pudo el clero obrar como potencia política (p. 269).

El conservatismo chileno también condenó las reformas, obligando a Manuel Ancízar a responder en Chile y a defender los ataques a la Iglesia. Un conservador chileno, presuntamente Agustín Iglesias (1853), respondió fuertemente:

Por más tolerancia de cultos que se proclame en Nueva Granada, la nación no ha dejado de ser nación católica; porque católicos son sus habitantes […]. Éste es un hecho que no es dado a las leyes destruir. Sea, pues, cual fuere la opinión del gobierno, no siendo más que un simple mandatario de pueblos católicos, tiene que acatar lo que estos acatan (p. 14).

Otros temas álgidos de discusión fueron el modelo electoral y el grado de centralización del Estado. En 1877, Ricardo Becerra (1877), un diplomático colombiano, tuvo que defender de nuevo las reformas liberales contra algunas publicaciones chilenas. Estos desacuer- dos no impidieron que intelectuales como Samper (1861) formularan una agenda liberal hispanoamericana, aunque muy cercana a las reformas radicales colombianas.14 Solo a través de la aplicación de estas reformas en toda Hispanoamérica se superarían el marco institucional y los “vicios” heredados de la sociedad colonial, algo que, al final del día, fue la causa común del liberalismo hispanoamericano a lo largo de todo el siglo xix.

Conclusiones

Los intelectuales hispanoamericanos intercambiaron sus textos más allá de las propias fronteras durante la segunda mitad del siglo xix. El momento no pudo ser más apropiado, dadas sus características: modernización de la prensa y emergencia del mercado del libro, conformación de comunidades de lectores y un lazo común de discusión e ideario liberal. Los pensadores colombianos no fueron la excepción y construyeron redes con colegas en países como Argentina, México y, más enfáticamente, Chile. Como resultado, y paralelo a las influencias europeas, los autores hispanoamericanos sostuvieron un debate continental. Una comunidad intelectual supranacional fue consolidada de esta manera.

Este artículo ha pretendido cuestionar algunos lugares historiográficos comunes y espera ser útil para el establecimiento de una agenda de investigación sobre la historia intelectual colombiana e hispanoamericana. En primer lugar, y más urgente, es importante estudiar con mayor profundidad las conexiones entre los diferentes liberalismos (y conservatismos) hispanoamericanos. No sería extraño, por ejemplo, si futuras investigaciones encontraran una conexión entre la experiencia histórica del liberalismo moderado chileno y el posterior “liberalismo conservador” colombiano, que sostuvieron autores como el mismo Samper y el líder de la Regeneración, Rafael Núñez. Hay mucho trabajo por hacer, también, alrededor de la conexión entre los liberalismos colombiano y chileno.

En segundo lugar, la circulación de libros en territorios hispanoamericanos, liderada por alianzas de libreros (como la de Lázaro María Pérez, Roberto Miranda y Carlos Prince en el Perú), debería constituirse como un problema historiográfico merecedor de mayor atención, al igual que el papel jugado por las bibliotecas nacionales en este intercambio. De igual manera, es necesario investigar con más profundidad el funcionamiento interno de los espacios asociativos, al igual que sus prácticas de legitimación y jerarquización.

En tercer lugar, también sería interesante preguntarse por cómo estas redes de comunicación entre intelectuales permitieron el surgimiento de identidades continentales, como el hispanoamericanismo. Para finalizar, se quiere señalar la necesidad de una historiografía que rompa con las fronteras nacionales tradicionales, tanto en Colombia como en Hispanoamérica. A pesar de procesos históricos similares, poco se ha investigado sobre sus conexiones e intercambios. Se espera que este artículo sea una pequeña contribución a tal empresa.

Referencias

Acosta, C. E. (2005). Bibliotecas ideales en la prensa neogranadina (Colombia, mitad del siglo xix). En Ayer, 58, 137-154. [ Links ]

Becerra, R. (1877). El liberalismo colombiano y sus detractores de por acá. Bogotá: Imprenta de Gaitán. [ Links ]

Bushnell, D. (1950). The development of the Press in Great Colombia. The Hispanic American Historical Review, 30(4), 432-452. Recuperado de https://www.jstor.org/stable/2509284Links ]

Bushnell, D. y Macaulay, N. (1994). The Emergence of Latin America in the Nineteenth Century. New York, Oxford: Oxford University Press. [ Links ]

Cané, M. (1884). En viaje, 1881-1882. París: Librería de Garnier Hermanos. [ Links ]

Chartier, R. (1994). The order of the books. Readers, authors, and libraries in Europe between the fourteenth and eighteenth century. Cambridge: Polity Press. [ Links ]

Delpar, H. (1981). Red against Blue. The Liberal Party in Colombian Politics, 1863-1899. Alabama: The University of Alabama Press. [ Links ]

Díaz, A. (2009). Pluma, papel y tinta. Prensa literaria y escritores en Bogotá, 1846-1898 (Tesis de maestría). Universidad de los Andes, Bogotá. [ Links ]

Donoso, R. (1976). José Antonio Soffia en Bogotá. En Thesaurus (tomo XXXI), 1, 84-159. [ Links ]

Ateneo Estatutos del Ateneo de Bogotá (1884). Bogotá: Imprenta de Silvestre y compañía. [ Links ]

Fernández, P. (1998). El monopolio del mercado internacional de impresos en castellano en el siglo xix: Francia, España y “la ruta” de Hispanoamérica”. En Bulletin Hispanique (tomo 1000), 1, 165-190. [ Links ]

Fernández, P. (1999). La Editorial Garnier de París y la difusión del patrimonio bibliográfico en castellano en el siglo xix. En Tes philiès táde dôma. Miscelánea léxica en memoria de Conchita Serrano. Madrid: CSIC. [ Links ]

Figueroa, P. P. (1894). La librería en Chile. Santiago de Chile: Imprenta B. Vicuña [ Links ]

Mackenna. Fumaroli, M. (2013). La República de las letras. Barcelona: Acantilado. [ Links ]

García, L. (1955). Las viejas librerías de Bogotá. En Discursos académicos, 2, pp. 21-39. [ Links ]

García Merou, M. (1884). Impresiones. Madrid: Librería de M. Murillo. [ Links ]

García Merou, M. (1894). Confidencias literarias. Buenos Aires: Argos. [ Links ]

Gómez Restrepo, A. (1955). Respuesta a Laureano García Ortiz. En Discursos Académicos, 3, pp. 316-321. [ Links ]

Gutiérrez Girardot, R. (1990). La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo xix. College Park: University of Maryland. [ Links ]

Iglesias, A. (1853). Observaciones a la anarquía y rojismo en Nueva-Granada. Quito y Santiago: Manuel Rivadeneira. [ Links ]

Jaksic, I. y Serrano, S. (2011). El gobierno y las libertades. La ruta del liberalismo chileno en el siglo xix. En I. Jaksic y E. Posada-Carbó (eds.), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo xix (pp. 177-206). Santiago: FCE. [ Links ]

Jaramillo Uribe, J. (2003). El pensamiento colombiano en el siglo xix. Bogotá: Uniandes. [ Links ]

Jiménez Ángel, Á. (2013). Correspondencia y formación de redes intelectuales. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. [ Links ]

Lastarria, J. (1867). La América. Gante: Imprenta de Eug. Vanderhaeghen. [ Links ]

Loaiza, G. (1999). El Neogranadino y la organización de hegemonías. Contribución a la historia del periodismo colombiano. Historia Crítica, (18), 65-86. DOi: 10.7440/ histcrit18.1999.06 [ Links ]

Loaiza G. (2002). Educar y gobernar (Ensayo sobre la fundación de la Universidad Nacional de Colombia. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 29, 223-250. Recuperado de https://revistas.unal.edu.co/index.php/achsc/article/view/17041Links ]

Loaiza G. (2004). Manuel Ancízar y su época. Biografía de un político hispanoamericano del siglo xix. Medellín: EAFIT. [ Links ]

Loaiza G. (2009). La expansión del mundo del libro durante la ofensiva reformista liberal. Colombia, 1845-1886. En C. E. Acosta, et. al., Independencia, independencias y espacios culturales. Diálogos de historia y literatura (pp. 25-64). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. [ Links ]

Marroquín, J. M. (1885). Prólogo. En J. A. Soffia, Poemas y poesías (pp. V-XVIII). Londres: Juan M. Fonnegra. [ Links ]

Martínez, F. (2001). El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción de la nacional en Colombia, 1845-1900. Bogotá: Banco de la República e Instituto Francés de Estudios Andinos. [ Links ]

Melo, J. O. (2004). La libertad de prensa en Colombia: pasado y perspectivas actuales. Recuperado de http://www.jorgeorlandomelo.com/libertad_prensa.htmLinks ]

Ortiz, L. J. (1993). José Manuel Groot: editar, publicar y vender un libro en el siglo xix. Estudios Sociales, 6, 89-106. [ Links ]

Posada-Carbó, E. (2003). ¿Libertad, libertinaje, tiranía? La prensa bajo el Olimpo Radical, 1863-1885. En P. Alonso (comp.), Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920 (pp. 183-202). Buenos Aires: FCE. [ Links ]

Rivas Groot, J. (1890). Advertencia preliminar. En L. M. Pérez y J. Rivas Groot, Poetas hispano-americanos, 1 (pp. I-V). Bogotá: Casa Editorial de J. J. Pérez. [ Links ]

Rodríguez, J. E. (1975). The emergence of Spanish America. Vicente Rocafuerte and Spanish Americanism, 1808-1832. Berkeley, Los Angeles, London: University of California Press. [ Links ]

Sábato, H. (2008). Nuevos espacios de formación y actuación intelectual: prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900). En C. Altamirano (dir.) y J. Myers (ed.), Historia de los intelectuales en América Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo (pp. 387-411). Madrid: Katz. [ Links ]

Samper, J. M. (1861). Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas Colombianas (Hispano-Americanas). París: Imprenta de E. Thunot. [ Links ]

Samper, J. M. (1869). Miscelánea o colección de artículos escogidos. París: E. Denné Schimitz. [ Links ]

Samper, J. M. (1881a). Chile y su presidente (rasgo político-biográfico). Bogotá: Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos. [ Links ]

Samper, J. M. (31 de mayo de 1881b). Lázaro María Pérez (boceto biográfico). En El Deber, 273, 1027-1028. Bogotá. [ Links ]

Silva, R. (2008). Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: EAFIT . [ Links ]

Silva, R. (1968). José Antonio Soffia (1843-1886). Santiago: Editorial Andrés Bello. [ Links ]

Soffia, J. A. (1942). Romancero Colombiano. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional. [ Links ]

Soffia, J. A. (1885). Poemas y poesías . Londres: Juan M. Fonnegra . [ Links ]

Sosa, F. (1890). Escritores y poetas sud-americanos. México: Of. Tip. De la Secretaría de Fomento. [ Links ]

Stuven, A. M. (2008). El exilio de la intelectualidad argentina: polémica y construcción de la esfera pública chilena (1840-1850). En C. Altamirano (dir.) y J. Myers (ed.), Historia de los intelectuales en América Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo (pp. 412-440). Madrid: Katz . [ Links ]

Subercaseaux, B. (2000). Historia del libro en Chile (Alma y Cuerpo). Santiago: LOM Ediciones. [ Links ]

Torres Caicedo, J. M. (1863). Ensayos biográficos y de crítica literaria, serie 1, i y ii. Paris: Guillaumin y comp. Editores. [ Links ]

Torres Caicedo, J. M. (1893). Ensayo Biográfico. En Recuerdos a la memoria de Lázaro María Pérez. Bogotá: Casa Editorial de J. J. Pérez . [ Links ]

Catálogo de la librería Rosa y Bouret. (s.f.). París: Imprenta Walder. [ Links ]

Biblioteca Pineda Catálogo de las obras existentes en la Biblioteca de Obras Nacionales formada de orden del poder ejecutivo. (1857). Bogotá: Imprenta del Estado. [ Links ]

Biblioteca Nacional de Bogotá. Catálogo de las obras hispano-americanas existentes en la Biblioteca Nacional de Bogotá. (1897). Bogotá: Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos . [ Links ]

Librería de R. Mogollón Guzmán Catálogo de libros selectos de Rosa y Bouret que se hallan en venta en la librería de R. Mogollón Guzmán. (1870). Bogotá, Paris: Imprenta de Simón Baçon. [ Links ]

Librería Torres Caicedo Catálogo General de la Librería Torres Caicedo. (1894). Bogotá: Casa Editorial de J. J. Pérez . [ Links ]

Diario de Cundinamarca, 1870. “Cuadro de las entradas i salidas de los correos en la administración particular de Bogotá, i de los lugares que recorren”. En: El Neogranadino, 24, (13 de enero de 1849a), p. 10. [ Links ]

“Canje de periódicos”. En: El Neogranadino , 30, (24 de febrero de 1849b), p. 58. [ Links ]

“Venezuela”. En: El Neogranadino , 33, (17 de marzo de 1849c), p. 87. [ Links ]

“Año de 1850”. En: El Neogranadino , 81, (4 de enero de 1850a), p. 1. [ Links ]

“Chile”. En: El Neogranadino , 111, (26 de julio de 1850b), p. 245. [ Links ]

“El manuscrito del diablo”. En: El Neogranadino , 112, (2 de agosto 1850c), p. 252. [ Links ]

“Perú. Triunfo del partido del liberal”. En: El Neogranadino , 155, (9 de mayo de 1851a), p. 150. [ Links ]

“El Correo de Lima”. En: El Neogranadino , 184, (28 de noviembre de 1851b), p. 394. [ Links ]

1 Entre las fuentes más utilizadas se encuentran dos periódicos liberales, los catálogos de diversas librerías tantos extranjeras como colombianas y los textos de los autores hispanoamericanos.

2Esto, en claro contraste con el estado decadente de la prensa en la década de los treinta, cuando el debate público languideció y los diarios se limitaban a publicar decretos gubernamentales (Bushnell, 1950).

3Para recopilar esta información sobre el Diario de Cundinamarca, se revisaron las ediciones de 1870. Los artículos que dan cuenta de los correos que comunicaban dicho periódico con sus pares alrededor del continente, están diseminados a lo largo de todo el año.

4Relacionadas con la prensa libre y con la reevaluación del papel de la Iglesia Católica en la política y en la sociedad

5Relacionadas con la prensa libre y con la reevaluación del papel de la Iglesia Católica en la política y en la sociedad. Estos cambios no ocurrieron de manera homogénea. Ver Ortiz (1993).

6Para un recuento biográfico de Laureano García, ver Gómez (1955).

7Roger Chartier (1994) notó la tensión que emerge a partir del incremento del flujo de libros.

8Ver: Chartier (1994).

9Concepto fundamental para la “República de las letras” renacentista. Ver: Fumaroli (2013).

10Como ya se ha descrito en este artículo, esto incluyó la circulación de prensa, la alianza entre librerías y los intercambios a través de sociedades de lectores.

11Incluyendo los debates en su Congreso y el Código Civil de Andrés Bello.

12Sobre la evaluación del legado hispánico hecha por el liberalismo colombiano, ver Jaramillo Uribe (2003).

13Algunas de estas medidas fueron la expropiación de tierras en posesión de la Iglesia, bajo el gobierno de Mosquera en 1861; y la supresión del fuero eclesiástico.

14Dentro de estas reformas sobresalen la racionalización de la ley, la separación entre Estado e Iglesia y la libertad de cultos, la reducción del Estado y del poder del ejecutivo, entre otras.

* Este artículo es una adaptación y traducción de la tesis de maestría presentada en el 2015, en University College London, y financiada parcialmente por COLFUTURO.

Recibido: 26 de Septiembre de 2017; Revisado: 11 de Diciembre de 2018; Aprobado: 30 de Enero de 2019

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons