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Memorias: Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe

On-line version ISSN 1794-8886

memorias  no.23 Barranquilla May/Aug. 2014

 

El "desastre" en los medios escritos andaluces. Prensa y opinión pública ante la guerra de Cuba

The "disaster" at the Andalusian print media. Press and public opinion against the war in Cuba

Rosario Sevilla Soler1

1 Doctora en Historia de América. Profesora de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Jefe del Departamento de Historia Contemporánea de América de la Escuela de Estudios Hispano Americanos del CSIC, Sevilla, España. rsevilla@eehaa. csic.es


Resumen

A través del examen de varias publicaciones periódicas editadas en Sevilla, aunque no de ámbito local, y de algunas otras fuentes impresas de la época, este trabajo pretende reflejar el papel que jugó la prensa como creadora de opinión ante la pérdida de las últimas colonias. Se trata, por una parte, de analizar la visión que la población andaluza de a pie, la realmente afectada por la guerra, tuvo de aquel proceso a través de los diarios, que eran el único medio que tenía para estar al tanto de lo que estaba sucediendo al otro lado del mar. Y por otra, de constatar si los periódicos se limitaron a transmitir noticias o si, en una época en que la libertad de prensa ofreció una oportunidad única a la opinión pública para expresarse a través de sus páginas, los distintos grupos sociales, políticos y económicos que dominaban esos medios trataron de crear opinión al respecto.

Palabras claves: Independencia cubana, Relaciones internacionales, opinión pública.


Abstract

Through the examination of various local but far-reaching Sevillian periodicals and other contemporaries printed sources, this article focuses on the role played by the press in shaping public opinion on the verge of the loss of last Spanish colonies. It first analyses how the Andalusian common people, the one truly affected by the war, perceived these events through the press, which was the only available media to be informed about what was happening on the other side of the ocean. And, secondly, it aims to discern whether the newspapers limited themselves to report news or, in a time when the free press offered a unique opportunity for the public opinion to express itself through its pages, the different social, political and economic groups involved tried to shape a particular view about this topic.

Keywords: Cuban Independence, International relationship, public opinion.


Pocos hechos de la historia de España han permanecido tan arraigados en la memoria del país, como la pérdida de las últimas colonias, especialmente la de la isla de Cuba. Al contrario de lo que se pudiera pensar por tratarse de un territorio lejano del que se beneficiaban muy pocos, el proceso independentista cubano fue seguido de manera casi constante en la Península no sólo

por los dirigentes políticos, intelectuales, o empresarios con intereses coloniales, sino por la población en general, aunque, desde luego, de manera muy distinta, como podemos comprobar por algunos de los testimonios que a través del cancionero popular (canciones como "Toná de quintos" o "El almendro, por ejemplo), o del refranero (el famoso dicho "más se perdió en Cuba") han llegado hasta nuestros días.

Este trabajo pretende ser un acercamiento a esa visión, especialmente a la de la población andaluza, utilizando para ello la fuente más completa con que contamos para un análisis de este tipo, la prensa periódica. A este respecto se puede argüir que en una época en que, con dos tercios de la población prácticamente analfabeta la difusión de la prensa nada tenía que ver con la actual, su papel sería poco significativo para la cuestión. Pero es que, en todo lo relacionado con la Guerra de Cuba, los periódicos lograron desbordar sus límites normales de difusión y llegar, aunque fuera indirectamente, por transmisión oral, a sectores de población, que, en circunstancias normales, hubieran permanecido totalmente al margen de ellos.

Por una parte la pérdida de Cuba no se debió a una "guerra civil" como había ocurrido con la de otros territorios sino que, en palabras de Raymond Carr, la isla "fue arrancada a España por la derrota a manos de una potencia extranjera", y llevó aparejada la destrucción de cualquier vestigio de prestigio que pudiera quedar al país.2 Por otra, debido al sistema de reclutamiento existente en aquellos momentos (servicio militar forzoso o liberación mediante pago), fueron pocas las familias, especialmente entre las clases sociales humildes, que no se vieron afectadas por la contienda; y su único medio para estar al tanto de lo que estaba sucediendo al otro lado del mar -además de la correspondencia con los familiares reclutados, cuyo retraso, lógicamente, era importante- fue la prensa. El 98 significó para el país un verdadero "trauma colectivo", que se refleja en la amarga polémica por las responsabilidades que les siguió, y en la que jugaron un papel esencial las publicaciones periódicas. Por eso al hablar de la visión que la población tuvo de aquellos sucesos tenemos que hacerlo, inevitablemente, de la que la prensa le transmitió.

Para ello, sin descartar otras fuentes impresas de la época, hemos elegido esencialmente para tal fin cuatro periódicos diarios de la capital andaluza de características muy distintas que, al representar tendencias ideológicas diferentes y, por otra parte, alcanzar una difusión que, en general, fue bastante más allá de la ciudad en que eran editados, se convierten en exponentes de la visión que sobre aquella problemática recibió el ciudadano de a pie de esa región que tanta relación había tenido tradicionalmente con América.

En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX la prensa andaluza, como la del resto del país, se encontraba inmersa en un profundo proceso de transformación.3 La mayor parte de la quincena de diarios que se editaban en Sevilla en aquellos años eran típicos representantes del periodismo decimonónico en el que primaba la vertiente ideológica sobre la informativa, hasta el punto de que algunos de ellos eran simples órganos de propaganda no ya de un partido, sino de una facción política. Pero esos periódicos estaban ya en franca decadencia, superados por un nuevo tipo de diarios que, concebidos como empresas modernas, pretendían, sobre todo, suministrar información, creando un producto capaz de interesar a amplios sectores de la población y, en consecuencia, de captar anunciantes que contribuyeran a su financiación. Se declaraban independientes de los partidos, creaban distintas secciones en función de los contenidos y recurrían a los servicios de agencias y corresponsales.

De los cuatro periódicos utilizados en este trabajo, dos de ellos, El Progreso y El Baluarte, pertenecían todavía a ese tipo de periódico de partido condenado a la desaparición. Pero tanto por la importancia de los grupos políticos que estaban detrás de ellos como por su difusión -cada uno dentro de sus límites-, son lo suficientemente representativos como para resultar esenciales en un estudio de este tipo. El primero de ellos, El Progreso, actuaba como portavoz del Partido Liberal, en el poder en el momento de la liquidación colonial, y en sus páginas se recogían noticias y artículos de opinión que aparecían en el resto de los diarios españoles que ese partido editaba en Madrid y en otras regiones del país.

Por su parte El Baluarte, de ideología republicana, apenas reflejó en sus páginas noticias sobre la guerra hispano-norteamericana o sobre las conversaciones de paz; pero sí recogía un número considerable de artículos de opinión en los que atacaba, casi siempre, la actuación del gobierno respecto al problema colonial. Pese a ello, en él se expresaron opiniones tan diferentes como la de Pi y Margall, partidario de llegar a la paz con los Estados Unidos por considerar que la guerra estaba perdida de antemano, o la de algunos editorialistas del diario mucho más triunfalistas sobre el desenlace de aquélla. Esta publicación interesa, además, por ofrecer una forma de expresar opiniones diferente a la del resto de los diarios de aquella época, la sátira; en sus páginas aparecieron una serie de poemas satíricos sobre los asuntos coloniales, la marcha de la guerra y la actuación de los gobernantes españoles al respecto, que podrían considerarse, a mi juicio, verdaderos editoriales sobre esas cuestiones.

El tercero, El Noticiero Sevillano, fue el primer diario de la región representante de la nueva forma de periodismo que surgía en aquellos años, cuyo fin primordial era informar; y, también, la primera muestra de que las cadenas periodísticas con vocación nacional -su propietario lo era también de la Agencia Mencheta y de El Noticiero Universal de Barcelona- representaban el futuro. Fundado en marzo de 1893 por Peris Mencheta con la idea de que jugara en Andalucía el papel que ya tenía su homónimo en Cataluña, se autodefinía como "Diario Independiente de Noticias, Avisos y denuncias" y su éxito fue casi inmediato, alcanzando una calidad que lo situó muy pronto entre los de mayor difusión del país. Pero aunque respondiera al prototipo de "empresa" periodística moderna y se declarara "independiente" de los partidos políticos, tanto en el sesgo de sus informaciones como en las opiniones expresadas en sus artículos dejaba traslucir, como ocurre con la mayoría de los grandes periódicos de hoy, la ideología o intereses que lo alumbraban y que, en general, coincidían con los de una serie de sectores sociales monárquicos, católicos y conservadores (aunque no se definieran así), de los que debían salir la mayor parte de los lectores de periódicos de aquellos años.

A medio camino entre ambos tipos de diario se encontraba El Porvenir, que desde su fundación, en 1848, venía ejerciendo una influencia notable sobre los grupos sociales más conservadores de la zona. En los últimos años del siglo XIX comenzó a distribuir sus paginas en función del tipo de información y pasó a definirse como "Diario de Avisos y Noticias". Pero estos cambios no le sirvieron para hacer frente a la competencia que representó la aparición de El Noticiero Sevillano, y desapareció en 1909. No obstante, a finales del siglo XIX su influencia en la región era todavía notable.

De todos ellos, El Noticiero Sevillano y El Porvenir, los de mayor difusión, son también lo que nos ofrecen una mayor información sobre el problema y, al mismo tiempo, los que pueden considerarse más objetivos aunque, desde luego, dentro de ciertos límites. Por el contrario los otros dos, El Progreso y El Baluarte, pierden con mayor frecuencia la perspectiva real del problema, en sus intentos por defender o atacar, a toda costa, la labor del gobierno. Pero con el examen de todos ellos, con sus aciertos y errores, es evidente que podemos llegar a tener una idea, al menos aproximada, de la visión que la sociedad andaluza tuvo del problema; y, hasta cierto punto, de su opinión u opiniones al respecto. Al tratarse de publicaciones con ideologías y afectos diferentes, parece que con ellos se cubre un amplio espectro de la sociedad de la época, y se puede proceder al análisis de la independencia cubana no como proceso histórico, algo que ya se ha hecho repetidamente,4 sino como la vio la población de aquellos años -con sus aciertos y errores- y, al mismo tiempo, el impacto que tal proceso produjo en ella.

No obstante, el que la prensa ofreciera una o varias visiones sobre cualquier proceso no quiere decir que éstas fueran asumidas, sin más, por la población; depende no sólo del grado de difusión alcanzado por los periódicos sino, sobre todo, de su influencia real sobre aquélla; y si actualmente resulta difícil determinar ésta, -todos hemos comprobado con frecuencia los "errores" de determinados estudios sociológicos a la hora de interpretar la "supuesta" opinión de la ciudadanía- el asunto se complica extraordinariamente al tratar una época en que ni siquiera existían las técnicas que permiten esos estudios.

La cuestión esencial, en definitiva, sería saber si los periódicos -todos o algunos- lograron "crear" o no "opinión pública" tal y como, desde luego, pretendían; y sólo podemos hacerlo en parte, en la medida en que las reacciones populares se plasman en aquéllos.

La esperanza en la autonomía

Desde la aparición de los primeros movimientos políticos en Cuba ya en la primera parte del siglo XIX y, especialmente en la segunda mitad de esa centuria, la autonomía cubana era vista por muchos como la única vía para impedir la independencia de la isla o la anexión a los Estados Unidos, tendencias que, ante la intolerancia peninsular, parecían ir ganando adeptos día a día. Tras la guerra de los diez años y el Pacto de Zanjón, la polémica sobre el asunto volvería con fuerza ante las peticiones de un sector de criollos social y económicamente relevante. Pero los gobiernos españoles, fueran del color que fueran, nunca tuvieron en cuenta esa posibilidad.5

No fue hasta finales de 1894 cuando, por fin, se empezó a considerar la cuestión; y el 13 de febrero de 1895 se aprobaba una Ley Autonómica para Cuba. Es dudoso que esa ley hubiera servido de algo si se hubiera promulgado años antes; pero lo que resulta evidente es que cuando se puso en marcha era ya demasiado tarde para ello. Cuatro días después de esa aprobación, el Grito de Baire iniciaba la segunda guerra de independencia cubana Y aunque, en teoría, la situación no resultaba favorable a los insurrectos, la realidad mostraría muy pronto que España tampoco podría salir victoriosa de la contienda.6

En un principio la prensa española consideró que esa guerra era "necesaria" y se mostró optimista sobre su resultado.7 Aunque no podía ignorar que los intereses que estaban en juego y el injusto sistema de reclutamiento hacían que, necesariamente, fuera vista de forma muy diferente por los sectores populares, no parece que se preocupara demasiado por esa cuestión. De hecho, sólo los diarios republicanos, en línea con lo que públicamente afirmaban sus dirigentes, parecían darse cuenta del descontento popular por esa guerra.

Según las informaciones del diario El Baluarte, el incremento en el desempleo originado por la crisis económica causada por la guerra, "especialmente en las provincias andaluzas", había llevado a una situación de hambre y penuria que estaba creando un clima de malestar de resultados impredecibles.8 También se hacían eco las publicaciones periódicas de esa ideología, de las dramáticas, y a veces violentas, escenas vividas en los puertos cada vez que un barco con soldados partía para Cuba. Los republicanos eran entonces los únicos que hablaban sin reservas del deseo general de escapar al servicio militar -mediante la fuga, en el caso de los pobres, y la redención en el de los ricos-, como una muestra clara de que, al contrario de lo que decían otros periódicos, que pretendían hacer creer a sus lectores que "nuestros soldados van llenos de entusiasmo a luchar a lejanas tierras", la realidad era que "el pueblo odia la guerra".9

Pero es que, además, esa guerra no sería rápida y fácil como los gobernantes habían querido hacer creer a los gobernados. Dos años después de su inicio la situación parecía estancada. Fue entonces cuando el gobierno liberal de Sagasta, vuelto al poder tras el asesinato de Cánovas, puso en marcha un nuevo régimen autonómico, mucho más amplio que el anterior, que entraría en vigor a comienzos de 1898. Con él se instauraba un gobierno autonómico y una Cámara de representantes para Cuba, que tendrían todas las competencias propias de tales instituciones, salvo las relacionadas con la política exterior y de defensa.10

En esos momentos, y por primera vez desde que se inició el conflicto, conservadores y liberales españoles -e incluso hasta cierto punto los republicanos-, parecían estar de acuerdo en que había que intentar esa salida, logrando el consenso indispensable para poder hacer frente a un conflicto de este tipo.11 En esa misma línea la prensa andaluza, por primera vez desde comienzos del conflicto, y a diferencia de lo que ocurrió con la de otras regiones del país, pareció mostrarse de acuerdo también sobre la cuestión cubana, llevando quizás un rayo de esperanza en el fin de la guerra a la población. Siendo en todo momento cautos en cuanto a los resultados finales, y sin dejarse llevar por el optimismo, hay total unanimidad entre los distintos periódicos a la hora de dar un margen de confianza al régimen autonómico.

En su defensa del nuevo régimen apelaron, incluso, al sufrimiento de las clases populares y a la crisis económica que antes habían ignorado. El Porvenir, por ejemplo, se manifestaba confiado en que con la autonomía se terminaran "las criminales guerras" que estaban "arrancando lágrimas de muchos ojos, y llevando el luto a centenares de familias."12

De la misma opinión era El Noticiero Sevillano, que en un editorial titulado "Entre todos la mataron", criticaba la que denominaba "deplorable campaña" de la gran prensa peninsular, de la que una parte exageraba "las excelencias del nuevo régimen colonial, mientras otra refuerza los ataques contra el mismo" según su cercanía u oposición al gobierno. Afirmaba el citado editorial, que ese enfrentamiento sólo lograría hacer fracasar la autonomía cubana y, en definitiva, el único medio para lograr "lo que pide el pueblo, lo que suplican las madres cuyos hijos agonizan en Cuba, lo que exige nuestro tesoro exhausto...."13

Y también El Baluarte, a pesar de su constante oposición al gobierno, defendía el sistema autonómico como una posible vía para terminar con la guerra. Al poco tiempo, sin embargo, volverían las discrepancias; apenas había pasado un mes de la puesta en marcha del nuevo sistema, cuando este último periódico acusaba de mentir a sus lectores, a las publicaciones que hablaban sobre la paz en Cuba como si ésta fuera una realidad por el sólo hecho de haberse constituido el gobierno autonómico, y como si la insurrección independentista hubiera desaparecido sin más.14

Y al poco tiempo no serían sólo las publicaciones republicanas las que expresaran sus recelos sobre los resultados del nuevo sistema. Incluso El Progreso, órgano de expresión del Partido Liberal en el poder, no tenía más remedio que reconocer la imposibilidad de una paz inmediata en Cuba. Aunque defendía el camino autonómico marcado por ese gobierno como el único posible para que la situación fuera mejorando, y para llegar a la paz en un futuro más o menos cercano, era consciente de que ésta no sólo no sería inmediata, sino tampoco fácil.15

Lo cierto es que el fracaso del nuevo sistema fue evidente casi de inmediato. Como había ocurrido con el primer proyecto autonómico, había llegado demasiado tarde; y, además, en el caso de que hubiera tenido alguna posibilidad los Estados Unidos, que no estaban dispuestos a consentir su triunfo, se encargarían de acabar con ella. El primero de enero de 1898 comenzó a funcionar el nuevo gobierno autonómico en Cuba y doce días después el presidente de los Estados Unidos afirmaba ya que dicho régimen había fracasado. Y aunque estas declaraciones no fueran sino parte de la táctica empleada por los norteamericanos para conseguir sus fines en la zona, la realidad no hizo sino confirmar sus palabras.

Aunque los periódicos peninsulares celebraran, prácticamente a diario, una supuesta disminución de los enfrentamientos armados en Cuba, y se felicitaran por el -según ellos- gran número de rebeldes que se acogían al indulto que se promulgó con la implantación del régimen autonómico, el fracaso fue evidente casi de inmediato y la paz no llegaría a la isla.16

Las maniobras estadounidenses y la opinión pública

Desde comienzos del siglo XIX los dirigentes estadounidenses, conscientes de su valor estratégico, venían pensando en la anexión de la isla de Cuba; de hecho, ya en 1823 el presidente Adams afirmó públicamente que esa anexión era esencial para la integridad territorial de los Estados Unidos. Muestra de ese interés fueron dos ofertas de compra que a mediados de siglo presentaron a España, ofertas que ni siquiera fueron tenidas en cuenta por el gobierno peninsular, lo que llevó a los norteamericanos a cambiar de estrategia.17

En España no se desconocían los objetivos norteamericanos en la zona; lo que si se parecía ignorar, al menos fuera de las esferas del gobierno, era hasta dónde estaban dispuestos a llegar los estadounidenses para conseguirlos. Aunque parte de la prensa peninsular se hiciera eco ya de los supuestos planes de los Estados Unidos para la isla, y algo más tarde fueran muchos los que afirmaran que sus intenciones respecto a Cuba estaban claras desde el primer momento, la posibilidad de que ese país estuviera dispuesto a entrar en guerra por la isla fue acogida, en principio, con escepticismo, por casi todas las publicaciones periódicas españolas.

Creían que Norteamérica pretendía la anexión de Cuba; pero pensaban -o, al menos eso decían en sus páginas- que para lograrla esperarían a que fueran los propios cubanos -eso sí, con su inestimable ayuda- los que arrojaran a España de allí, y llegar después ellos al territorio como aliados y "liberadores". De hecho, la primera reacción de la prensa en contra de la actitud norteamericana respecto a Cuba, fue en ese sentido.

Esa reacción tuvo lugar en enero de 1898, y el detonante fue el envío de "socorros" a los concentrados cubanos por parte de los Estados Unidos. Para la mayor parte de los periódicos esos envíos representaban una intervención directa de un país extraño en los asuntos internos españoles. Y aunque en la prensa española de aquella época existían opiniones muy diversas sobre la problemática colonial y sus posibles soluciones, todos parecían estar de acuerdo en este punto; no se trataba de "una guerra civil", como consideraron las guerras de independencia continentales, sino de una "agresión externa".18

En el caso andaluz, por ejemplo, El Noticiero Sevillano ponía en duda en sus editoriales la generosidad norteamericana, virtud que, afirmaba, no era "nada común en aquel pueblo, esencialmente práctico e interesado". Y hablaba también sobre la necesidad de aclarar al público esa aparente caridad que, según sus palabras, amenazaba con "deslumbrar a los incautos, conquistando un agradecimiento que no merecen". A su juicio, había que advertir a la población de que "cuando los yankees se desprenden de esos mendrugos que envían a Cuba, sus esperanzas tendrán de no perderlos, y de cobrarlos en su día como pan de flor". Pensar otra cosa, seguía diciendo, sería suponer en los norteamericanos una inconsecuencia que no 19 existía.

En esa misma línea iba toda la prensa; aunque en aquellos momentos existían algunas discrepancias entre los distintos diarios, éstas comenzaban a la hora de valorar los proyectos norteamericanos para Cuba. Mientras que para El Baluarte el objetivo de los envíos norteamericanos no era sino ganar adeptos entre la población cubana mientras realizaban los preparativos necesarios para la guerra,20 para el órgano del Partido liberal, El Progreso, los Estados Unidos eran sólo un país de pacíficos comerciantes, que no querían verse envueltos en conflictos bélicos.21

Pese a ello, todos volvieron a estar de acuerdo a la hora de enjuiciar las palabras del presidente McKinley sobre el fracaso autonómico. Partidarios y detractores de ese sistema, amigos y enemigos del gobierno que lo había implantado, se mostraron unánimemente indignados ante esas manifestaciones; consideraban que ya no se trataba, como hasta entonces, de una cuestión interna sobre la que se podía debatir, sino de una "agresión" extranjera, de un enemigo exterior al que había que hacer frente unidos. Los ataques a los Estados Unidos se intensificaron en todos los diarios, que los acusaban de ser los verdaderos causantes de la guerra; eran, según ellos, los que proporcionaban a los rebeldes "la dinamita y las balas" que tanta sangre derramaban en Cuba, con el único propósito de "robar" la isla a España.22

Para acabar de exaltar los ánimos, el acorazado estadounidense Maine llegaba a La Haban en una supuesta visita de cortesía, lo que no haría sino contribuir a incrementar la desconfianza de las publicaciones periódicas españolas. Para gran parte de la prensa, el objetivo de esa visita no era otro que provocar algún incidente, "algún motín en La Habana, o incluso alguna agresión",23 decían, que sirviera de pretexto a los norteamericanos para algún tipo de intervención. Y en esto parecían estar de acuerdo todos los periódicos, incluido el órgano del partido liberal, a pesar de que, normalmente, era el más cauteloso a la hora de hablar de la cuestión cubana.24

Ante semejante situación, aunque todos los periódicos estaban de acuerdo en que había que tratar de evitar un enfrentamiento bélico con los Estados Unidos, lo estaban también en que había que hacerlo dentro de ciertos límites; al marcar éstos, sin embargo, aparecían ya las discrepancias entre ellos. Algunos diarios aconsejaban extremar la actitud pacífica frente a lo que consideraban simples provocaciones, aunque advirtiendo, al mismo tiempo, al gabinete norteamericano, que si era peligroso jugar con los sentimientos de una persona, lo era mucho más hacerlo con "el corazón de un pueblo". Otros se declaraban partidarios acérrimos de la paz aunque, decían, el país no podía seguir humillándose ante los Estados Unidos, abdicando "en una vergonzosa derrota sin combatir". Para algunos de los que así se expresaban, la paz, "comprada al precio que la compra España, es peor, mil veces peor que la guerra, porque nos arruina sin piedad y nos hace pasar todo género de humillaciones."25

De ese modo, las provocaciones estadounidenses lograron que, a pesar de las diferencias que existían entre ellos, casi todos los periódicos, aún haciendo gala de su carácter pacifista, transmitieran en sus páginas la idea de que, siendo lamentable una guerra, era preferible ir a ella antes que seguir sufriendo los desprecios de los norteamericanos. Casi todos, además, parecían coincidir a la hora de hablar sobre el posible resultado de esa guerra. Para la mayor parte de los periodistas, España, con un ejército formado por "patriotas", podía vencer en una contienda ante unos ejércitos mercenarios y sin dignidad como, según ellos, eran los norteamericanos, cuya eficacia, además, estaba aún por demostrar.26

Sólo uno de los periodistas de El Baluarte, que no firmaba sus crónicas, se alejaba del sentir mayoritario; mostraba claramente su pesimismo por el resultado de ese enfrentamiento, y acusaba a los demás de engañar al pueblo, "poniéndole ante los ojos pasajeras y tal vez mentidas glorias", para ocultar el lamentable estado en que se encontraba el país.27

Pero incluso este diario se olvidaba en ocasiones de sus propias tesis, para mostrar cierto escepticismo sobre una posible intervención armada estadounidense, y llegando a afirmar que esa guerra tampoco interesaba a los Estados Unidos. No obstante, en la mayor parte de los casos sus comentaristas parecían plenamente convencidos de que los preparativos bélicos que se hacían en los Estados Unidos confirmaban que el enfrentamiento era ineludible, e insistían, una y otra vez, en que había que informar de ello al pueblo español.

Para los columnistas de El Progreso, sin embargo, los supuestos preparativos bélicos de que hablaba El Baluarte eran sólo una maniobra de distracción del gobierno norteamericano para mantener tranquilos a los exaltados que, en su país, pedían el enfrentamiento con España; y de ello intentaron convencer repetidamente a sus lectores.28 Por su parte El Noticiero Sevillano, en clara contradicción con lo que venía siendo su línea editorial, recogía por aquellos días una serie de conferencias pronunciadas en el Ateneo de Sevilla por Rafael Labra sobre la política exterior de los Estados Unidos, que venían a coincidir con la visión que ofrecía El Baluarte sobre la cuestión.29

Y dada la amplia difusión de ese periódico, entonces el de mayor tirada en la capital andaluza, esta visión debió llegar a un sector relativamente importante de la población que, lógicamente, tuvo que comenzar a tomar conciencia de la verdadera dimensión del problema y de la inminente guerra. Estas tesis, además, se verían reforzadas por las noticias, verdaderas o falsas, que llegaban a España por aquellos días. Una de ellas, por ejemplo, afirmaba que las Cámaras norteamericanas habían aprobado un crédito de cincuenta millones de dólares, que había solicitado su gobierno, supuestamente, para obras de defensa, lo que, como es lógico, debió contribuir a que hasta los más cautos comenzaran a replantearse la cuestión.

Por si esto no fuera suficiente, la explosión del Maine en el puerto de La Habana, que de inmediato fue calificada por algunos periódicos y políticos norteamericanos como "un atentado español", les podía dar el pretexto que, según algunos diarios peninsulares, buscaban las autoridades estadounidenses para intervenir militarmente en Cuba. La negativa estadounidense a la formación de una comisión de ambos países para investigar el origen de la explosión, parecía dar la razón a un sector importante de la prensa española, que afirmaba que todo formaba parte de un plan premeditado para justificar, en el ámbito internacional, una posible intervención armada. Y la campaña desatada en contra de España por la prensa sensacionalista americana tras aquél suceso venía a confirmar esas inquietudes.

Efectivamente, tal y como venían adelantando algunos medios, los dictámenes de las comisiones de investigación norteamericana y española sobre el suceso resultaron muy diferentes.30 Y desde que se conoció en la Península el informe elaborado por los estadounidenses, fueron muchos los periódicos de toda España que, como por su parte hacía un sector de la prensa norteamericana con sus lectores31, intentaron excitar los ánimos populares hacia una guerra contra los Estados Unidos, con el pretexto de no sufrir más "humillaciones".

Hasta los diarios republicanos, a pesar de sus posiciones pacifistas anteriores, se dejaron arrastrar por esa corriente. En dos editoriales publicados los días 9 y 10 de febrero de 1898 -"Lo Primero es lo Primero" y "La Guerra con los Estados Unidos"-, El Baluarte afirmaba que el país no podía tolerar más tiempo las amenazas y los alardes norteamericanos, declarándose "en vergonzosa derrota sin combatir"; y que si para evitar las humillaciones era necesario "llegar hasta el rompimiento y la guerra", había que hacerlo, confiando en que ante un ejército de "héroes... los ejércitos mercenarios, como tendrían que ser los de Norteamérica, han sido siempre vencidos". No obstante su "ardor patriótico" duraría poco; a los pocos días volvían a su línea habitual que, por otra parte, era la que en aquellos momentos seguían los republicanos de prestigio,32 que acusaban de "mentirosos" a aquellos periódicos que "Con... criminales majaderías fueron fomentando en la opinión pública la insensatez de una guerra innecesaria, descomedida y a todas luces imposible".33

Mientras tanto, el gobierno español trataba de frenar esa posible intervención con la mediación de varios países europeos. Pero los norteamericanos se mostraban inflexibles: solo se evitaría aquélla si España declaraba de inmediato un armisticio y restablecía el orden en la isla, de manera que "los intereses norteamericanos" en ella quedaran garantizados. Al conocerse los términos en los que los Estados Unidos planteaban la negociación, la mayor parte de la prensa no tuvo más remedio que tomar conciencia de la gravedad de la situación, así como de la necesidad de hacérselo de ese modo a sus lectores. En este sentido, El Noticiero Sevillano, en su crónica política de 13 de abril, afirmaba que no parecía existir esperanza de paz que no fuera sobre la base de la pérdida de Cuba; y que, por lo tanto, había que informar al país y plantearle la cuestión en sus dimensiones reales, con el fin de que éste pudiera pronunciarse sobre el asunto.

Pese a ello, los diarios progubernamentales hacían los mayores esfuerzos por ocultar esa realidad, intentando convencer a la población de que la situación no era tan mala. Una muestra de ello, decían, era la negativa del presidente norteamericano a reconocer no sólo la independencia isleña, tal y como le pedían los insurrectos y el propio senado estadounidense, sino a considerar a los rebeldes como "beligerantes".34 Efectivamente esto era cierto; pero también lo era que si no lo hizo fue porque su objetivo no consistía en que la isla lograra su independencia sino, tal y como El Noticiero Sevillano afirmaba ya por aquellos días, la pura y simple anexión del territorio. 35

Para ello pretendía que, dejando a un lado la cuestión de la independencia cubana -e incluso la del reconocimiento de la beligerancia-, que podía llevarlo a compromisos que no pensaba cumplir, las Cámaras de su país lo autorizaran a intervenir militarmente en la isla.36 Tras una primera negativa en el Senado, partidario de apoyar la independencia, y argumentando que no podía ni siquiera reconocer la beligerancia de los cubanos mientras estuviera negociando con España, logró que ambas Cámaras lo autorizaran a intervenir en la guerra hispano-cubana en el momento en que, "por razones humanitarias", lo considerara oportuno.37

Esa autorización, como es lógico, fue considerada en España como un insulto al país, y así lo reflejaban en sus páginas los distintos diarios. Pero con su negativa a aceptar las peticiones del Senado de reconocer la independencia cubana, MacKinley consiguió hacer creer a muchos que no estaba dispuesto a enfrentarse a una guerra con España por Cuba. Por ello, pese a la indignación por la citada resolución, eran pocos todavía los que parecían darse cuenta de los verdaderos proyectos del gobierno estadounidense.

La mayoría de los periódicos parecían pensar, y así lo transmitían en sus páginas, que el verdadero objetivo del presidente norteamericano era conseguir la pacificación del territorio. Se trataría, en definitiva, de que los negocios estadounidenses en la isla pudieran seguir con normalidad. A pesar de las advertencias que de vez en cuando aparecían en algún periódico, los planes de anexión de McKinley no eran todavía evidentes para la mayor parte de la opinión pública española, como si lo eran para la mayoría de la clase dirigente y de la prensa.

La Guerra con los Estados por Cuba

Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron; el 20 de abril McKinley presentaba un ultimátum a España conminándole a abandonar de Cuba, y España respondía al día siguiente rompiendo relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. La reacción estadounidense no hizo esperar; dos días más tarde el presidente norteamericano ordenaba el bloqueo de la isla, obligando, a su vez, a actuar al gobierno peninsular, que el 24 de ese mes declaraba, formalmente, la guerra que tanto había tratado de evitar.38

En ese momento todos los periódicos, incluidos muchos de los que venían manifestándose hasta entonces contrarios a una guerra con los Estados Unidos por Cuba, se dedicaron a lanzar "soflamas patrióticas", llamando al pueblo a demostrar el tradicional heroísmo de los españoles frente a los mercenarios yanquis. Utilizando todos los medios a su alcance, entre ellos el menosprecio constante desde sus páginas al ejército norteamericano, esos diarios intentaron hacer creer a la población que los Estados Unidos no estaban preparados para una guerra semejante, ignorando -o queriendo ignorar- que, como afirmaban otros como El Baluarte, el enemigo era fuerte y con enormes recursos económicos. 39

En las páginas de algunos diarios españoles se pedía tranquilidad ante la guerra, de la que, afirmaban, sabían más los españoles que los norteamericanos. Quitaban, además, importancia al bloqueo de Cuba, que, señalaban, era poco eficaz, como según ellos lo demostraba el hecho de que, pese a él, los "yankees" se encontraban impotentes tanto allí como en las Filipinas, donde habían destacado otra escuadra. Otros, no contentos con eso, intentaban despertar los sentimientos patrióticos, indicando que había llegado el momento de probar al mundo que "somos españoles", y "que en nada ha decaído nuestro valor..."40 Sólo los periódicos republicanos se salían de esas pautas, criticando duramente a los que llamaban "jaleadores de la guerra", así como los alardes patrioteros de aquéllos que, como decía El baluarte, "a la hora de la verdad, no aportan el dinero que el país necesita" para hacer frente a la gran potencia estadounidense".41

Esas acusaciones serían ratificadas después por muchos comentaristas políticos que, eso sí, bastante después de los sucesos, criticarían los intentos de movilización popular realizados a través de la prensa. En este sentido se llegó a afirmar que el pueblo, influenciado por las constantes llamadas al orgullo nacional que se hacían cada día desde las páginas de los diarios, se dejaría llevar casi entusiasmado a la guerra.42 Esta afirmación es, desde luego, discutible, ya que no existen datos fiables que permitan considerarla como algo más que una hipótesis. Es cierto que, según todos los diarios españoles, la afluencia de público a las "Funciones patrióticas" que se celebraron por todo el país con el fin de recaudar fondos para la guerra, podía llevar a esa conclusión.

En el caso de la capital andaluza, por ejemplo, los periódicos informaron ampliamente sobre el "éxito" que tuvieron las dos que se celebraron en aquella ciudad, una en el teatro del Duque el día 13 de abril, y otra en el de San Fernando el 21 del mismo mes.43 Lo que no nos dice ninguno de ellos es a qué sectores sociales pertenecía ese público, siendo difícil creer que, dada la situación económica, las clases populares estuvieran en él. Es cierto que las publicaciones periódicas intentaron exaltar los ánimos patrióticos de esas clases populares; pero los resultados de sus esfuerzos no están, sin embargo, nada claros.

No obstante, aun suponiendo que sus "soflamas" hubieran tenido éxito, el supuesto entusiasmo popular duraría poco. Apenas iniciadas las hostilidades, en el mes de mayo, los norteamericanos hundían la escuadra española de las Filipinas en la bahía de Manila y ocupaban Cavite, llevando así a todos a la primera de un rosario de decepciones. A raíz de ello el pesimismo se extendió rápidamente no sólo entre la población, sino entre esa misma prensa que, hasta poco antes, consideraba que la guerra se ganaría sin problemas, de manera que algunos diarios comenzaron ya a insinuar en sus editoriales la necesidad de buscar la paz.

Al mismo tiempo, la aparente unidad del país, que hacía que prensa y políticos parecieran estar de acuerdo frente al enemigo exterior, desaparecía, iniciándose un duro cruce de acusaciones entre distintos sectores sociales y políticos, en el que las publicaciones periódicas tendrían un papel muy activo. Todos pedían responsabilidades al gobierno por la marcha de la guerra, empezando por los medios escritos y terminando por el Partido Conservador, que no tardó en olvidar que ellos mismos habían dejado pudrirse la situación en Cuba durante años.

Por su parte, los diarios liberales, intentando exculpar al gobierno, extendían la responsabilidad por lo sucedido a una parte importante de la sociedad, extendiendo sus críticas a casi todos los sectores sociales y políticos. Según ellos, el problema esencial no radicaba en la actuación más o menos afortunada del gobierno -que poco había podido hacer en el tiempo que llevaba en el poder- sino en que, con la excepción de las clases populares, que habían dado a sus hijos por falta de dinero para redimirlos, los españoles no habían sentido la guerra; es más, en palabras de El Progreso, se habían desentendido de "manera irresponsable" de las dificultades del gobierno para hacer frente a los gastos de la contienda. 44

Otros diarios, como El Porvenir en el caso andaluz, apoyaron también al gobierno en esos difíciles momentos, afirmando que no era el momento de acusar a nadie o de pedir responsabilidades por la mala marcha de la guerra, sino de unirse frente al enemigo común.45No obstante estos dos diario se mostraban reacios a negociar una paz inmediata como pedían otros, aparentemente convencidos de que, sin conseguir antes alguna victoria, esa paz sólo conduciría a un nuevo fracaso.

Menos comprometidos con las tesis gubernamentales, otros, como El Noticiero Sevillano, se mostraban partidarios de discutir abiertamente sobre la conveniencia o no de seguir la guerra, sin miedo a mostrarse públicamente a favor de la paz. Según este periódico, en aquellos momentos eran muchos los que no expresaban esa opinión por temor a ser considerados "enemigos de la patria". Y aunque él mismo, en principio, no tomaba partido abiertamente por una u otra postura, comenzó a interrogarse en sus artículos sobre si era o no hora de pedir la paz, en virtud de si era o no posible hacer frente al potencial bélico de los Estados Unidos que, hasta poco antes, ponía en entredicho.46

Pero muy pocos se atrevían a contestar esa pregunta como lo hacía el diario republicano El Baluarte, cuyos redactores afirmaban que no sólo era imposible ganar la guerra, sino que, mientras más se prolongara, peores serían sus para todo el pueblo español. Para este diario, los Estados Unidos, como todos estaban comprobando, eran era un país fuerte y con enormes recursos económicos; por el contrario España era débil y, además, pobre. En esas circunstancias, lo más probable era que si la se la guerra se alargaba, los estadounidenses terminaran por apoderarse no sólo de Cuba, sino de los últimos vestigios del imperio colonial español.47

Confirmando esas predicciones, a principios del mes de julio varias publicaciones se hacían eco de dos artículos anónimos, que se habían publicado en dos periódicos londinenses, y cuya autoría se adjudicaba al embajador de los Estados Unidos en Inglaterra. En ellos se afirmaba que las hostilidades podrían suspenderse inmediatamente, siempre que España abandonara ya no sólo Cuba, sino también Puerto Rico y, al mismo tiempo, aceptara la implantación de un doble protectorado sobre las Filipinas.48

La difusión en España de esos artículos, terminó por a abrir los ojos de muchos acerca de las dificultades a las que había que hacer frente si se pretendía llegar a una paz medianamente aceptable. No obstante esas exigencias resultaban, a todas luces, tan desmedidas, que lo único que lograron fue que, de nuevo, los ánimos patrióticos se encendieran. Para la prensa española las exigencias que, según esos textos, planteaban los norteamericanos eran tan desmedidas, que incluso muchos de los que venían mostrándose partidarios de llegar a una paz rápida manifestaban, tras conocerlas, que no se podían admitir.

Cada vez eran más numerosas las voces en favor de la paz; sin embargo la mayoría de los diarios, tratando de mantener la esperanza entre sus lectores, celebraban cualquier rumor que pudiera interpretarse como favorable a España como una gran victoria de los héroes españoles sobre los "mercenarios yankees"; e insistían una y otra vez en sus páginas, en que aunque los Estados Unidos tuvieran más medios bélicos, los españoles tenían de su parte la razón y "el heroísmo" capaces de hacer frente y vencer al ejército más fuerte.49

En el caso de la prensa de la capital andaluza sólo El Baluarte, como ya venía haciendo desde hacía bastante tiempo, seguía hablando de la imposibilidad de ganar la guerra. Pero es lógico pensar que un periódico de reducida tirada, como éste, debía ejercer poca influencia sobre la opinión pública; y, entre tanto, la mayor parte de la prensa se expresaba entonces de manera radicalmente diferente ofreciendo, además, a sus lectores, lo que éstos preferían creer aunque, en el fondo, ellos mismos tuvieran serias dudas al respecto.

La situación cambiaría, sin embargo, con la llegada de la segunda derrota; a comienzos del mes de julio se perdía la escuadra de Cervera, hundida por los estadounidenses en Santiago de Cuba, lo que sería el detonante definitivo para que en las páginas de los periódicos cundiera el desánimo. El tono de los artículos de los periódicos cambió radicalmente de signo desde entonces, pasando, sin transición, del triunfalismo más exagerado al pesimismo más amargo; todo parecía haber terminado. Desde las páginas de la mayor parte de los medios escritos se pedía al gobierno que llegara cuanto antes a la paz, en las condiciones que fuera. Y mientras, según afirmaban ellos mismos, la mayor parte de la población no parecía siquiera capaz reaccionar ante el desastre.

La reacción de la prensa no fue, sin embargo, unánime. En ella podían observarse en aquellos momentos tres criterios diferentes. Por una parte, el de los que consideraban que había que continuar con la guerra argumentando que en la isla de Cuba había aún 150.000 soldados españoles, de los que sólo unos dos mil habían entrado en combate en Santiago. Afirmaban, también, que pese al triunfo naval de los norteamericanos en la bahía, el desembarco en las cercanías de Santiago había resultado un fracaso y que, por lo tanto, la guerra no estaba aún perdida. Por otra, el de los que se mostraban partidarios de llegar a la paz con la mediación de las potencias europeas, en un vano intento de que esa mediación pudiera limitar, al menos en parte, las pretensiones norteamericanas. Por último, el tercer punto de vista era el de aquellos que consideraban que lo más efectivo era buscar la paz inmediatamente, entendiéndose directamente, y cuanto antes, con el presidente norteamericano.50

Lo cierto es que frente a unos pocos belicistas y otros "tibios", que parecían querer permanecer ciegos ante la realidad, se alzaba una mayoría de voces sensatas en sentido contrario. Para periódicos como El Noticiero Sevillano, que ya el 10 de mayo se había hecho eco de varios motines de protesta por la carestía y la escasez de alimentos ocasionadas por la guerra, el descontento popular parecía evidente y resultaba lógico. A su juicio, era imposible pedir más sacrificios a las clase populares, cuya situación era ya desastrosa. Para la mayor parte de la opinión pública española lo más positivo era pensar ya en "Salvar los Restos", como titulaba ese mismo diario uno de sus editoriales, y olvidarse de pasadas glorias que no conducían a nada.51

En esos momentos la mayor parte de la prensa, que sólo ocasionalmente se había hecho eco del "sentir popular", recurre a él para reforzar sus tesis. Si el pueblo había pedido la paz, decían, había que ir a ella con todas sus consecuencias. Además, según la mayor parte de los comentaristas políticos, la nación no tenía recursos para seguir adelante con la contienda. "Opinión pública" y "opinión publicada" parecen coincidir por primera vez en cuanto a la guerra; y ambas parecían dispuestas a todo, "por triste y doloroso" que fuera, menos a volver a aquélla; todos deseaban, en palabras de uno de ellos, que "venga de una vez el desenlace y acabemos".52

El temido desenlace

Pero el camino hacia esa paz que, según se desprende de la lectura de la mayor parte de la prensa de aquellos días, deseaba la mayor parte del pueblo español, sería casi tan duro como la guerra, y se haría esperar todavía un mes. Mientras tanto, y ante el silencio y hermetismo del gobierno, en las páginas de los distintos diarios se desataron toda una serie de rumores, a cual más alarmante, sobre las exigencias norteamericanas para llegar a ella. Sólo tras la rendición de Santiago de Cuba, el 17 de julio, y ante la presión de los medios de comunicación, el gobierno de Madrid reconoció públicamente que, tal y como recogían algunos periódicos, estaban "hablando" con los estados Unidos.53 Y, al mismo tiempo, el ejecutivo confirmaba los peores rumores que aquéllos venían recogiendo sobre esas conversaciones, reconociendo que, efectivamente, los estadounidenses exigían el abandono de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas por parte de España, antes de sentarse siquiera a la mesa de negociaciones.54

Para la mayor parte de la prensa, como para cualquier observador imparcial, esas exigencias eran de todo punto exageradas. No obstante, la urgencia por llegar a la paz, que parecía estar presente en la mente de todos, llevó a la mayor parte de los comentaristas políticos a afirmar que era necesario tragarse el orgullo. En sus propias palabras, ante la impotencia bélica demostrada por las fuerzas españolas, el país parecía resignado a sufrir "todos los despojos que se dignen imponer los yankees".55 Finalmente, el 12 de agosto se firmaba el cese de las hostilidades, en un Protocolo que ratificaba -tal y como venían anunciando los periódicos-, la pura y simple aceptación de las pretensiones estadounidenses por parte del gobierno de Madrid.

Con esos antecedentes, las conversaciones de paz se iniciaron en París sin las más mínimas esperanzas para los españoles. Y las primeras sesiones no hicieron sino confirmar la idea que la prensa ya había lanzado sobre lo que iba a ocurrir en ellas: que España debería pasar, como afirmaba El Baluarte, por las "horcas caudinas"56, y aceptar todo lo que los comisionados norteamericanos quisieran. Otros se rebelaban contra lo que consideraban inaceptable, aunque esa rebeldía tomaba formas diferentes.

Mientras un sector de la prensa proponía la ruptura de las negociaciones y la reanudación de la lucha antes que someterse a tal indignidad, otros proponían abandonar las conversaciones y que los norteamericanos se apoderaran sin más de todo; eso sí, sin la firma de los representantes españoles, cuya aceptación implicaría una nueva humillación. Pero, fuera cual fuera su posición sobre esta cuestión, todos coincidían en que, si la paz se firmaba en los términos exigidos por los Estados Unidos, se podría hablar sin tapujos de simple "despojo" y de "liquidación infame". 57

El desenlace parecía inevitable; y los periódicos afines al gobierno intentaban que el fracaso fuera aceptado con tranquilidad por la mayor parte de la población. Pero para convencer al pueblo no se necesitaba demasiado; a pesar de las fuertes discusiones que se producían diariamente en la prensa al respecto, ese pueblo parecía permanecer indiferente ante lo que ellos consideraban humillaciones y frente al supuesto desastre nacional. Como afirmaba El Progreso, desde que se llegó a la suspensión de hostilidades, que era lo que en realidad le importaba a la mayoría de la población, el país parecía haber "hecho un gesto de filosófica conformidad, como a quien quitan de encima una carga molesta".58 Sólo la prensa, las clases privilegiadas, los políticos y los intelectuales siguieron discutiendo la cuestión. El pueblo quería la paz, al coste territorial que fuera y pasando por las humillaciones que resultaran necesarias. Y, poco a poco, la prensa no tuvo más remedio que hacerse eco y asumir esa realidad.

La paz se firmó por fin el 10 de diciembre,59 aunque eso, como todos sabemos, no representó el fin de los debates en España. La mayor parte de la prensa continuó, durante bastante tiempo, hablando de la cuestión de la liquidación y pidiendo responsabilidades a los partidos políticos por el desastre. Por el contrario, la mayor parte de la población parecía querer olvidarse cuanto antes de la guerra con los Estados Unidos. Lo cierto es que para la mayoría de los españoles todo era preferible a continuar con aquella guerra, que diezmaba la población y los recursos económicos del país; aunque de ese tratado resultara el "trágico final" del antiguo imperio español, la opinión pública lo aceptó de buen grado, mostrando que, en este caso, la opinión pública y la publicada no iban, desde luego, por los mismos derroteros.

Conclusiones

La libertad de imprenta vigente a finales del siglo XIX permitió que, a través de la prensa, los distintos sectores ideológicos del país expresaran abiertamente sus posturas ante la problemática colonial y la larga guerra cubana. Como sus opiniones respondían a los puntos de vista de distintos grupos oligárquicos y burgueses, es evidente que las publicaciones periódicas representaban, al menos en parte, a la opinión pública. Sin embargo, la de los sectores populares carecía de esa visibilidad. La prensa no era, aunque ella misma se adjudicara ese papel, representante de la opinión del pueblo. Ninguno de los periódicos analizados en este trabajo supo sintonizar, en realidad, con el sentir de la mayoría de la población; por el contrario, en la mayor parte de los casos se mantuvo muy alejada de él.

En ocasiones, la opinión de algunos comentaristas políticos se acercaba a lo que debían sentir las clases populares. Eso parece ocurrir, por ejemplo, cuando tras la pérdida de la segunda escuadra un número considerable de diarios se planteaba la necesidad de llegar a una paz inmediata. Pero, en general, nada tuvieron que ver la verdadera opinión pública y la publicada. Entre la prensa y los intelectuales había opiniones variadas en cuanto a la posibilidad de ganar o no la guerra; pero la unanimidad fue total a la hora de valorar la derrota frente a los Estados Unidos como un desastre nacional. En contraste con estos grupos, las clases populares vieron ese mismo desastre como una liberación.

De hecho, cuando llegó el desenlace, y a pesar de las fuertes protestas de ciertos sectores sociales por lo que consideraban una "rendición indigna", el pueblo lo aceptó casi con alegría. La propia prensa parece reconocer el desencuentro entre la opinión de políticos y periodistas, por una parte, y la de la mayoría de la población, por otra, al dejar constancia en sus páginas de la "indiferencia" popular por lo ocurrido, y al acusar al pueblo de "falta de patriotismo" por su reacción.60 Pero es que al pueblo llano le importaba menos "la humillación" nacional que hubiera podido sufrirse ante los Estados Unidos, que la sangría humana que había representado para él la larga guerra colonial; lo único que parecía querer ese pueblo era que lo dejaran en paz, y seguir su propio camino al margen de los que, desde las páginas de los periódicos, pretendían forjar sus opiniones.

De nuevo en estos momentos sólo un periódico de la capital andaluza, El Baluarte, parece ser consciente de esta realidad, y sale en defensa de las clases populares ante las acusaciones de que estaban siendo objeto. Con el nombre de "Murmuraciones", este diario publicaba diariamente una sección, firmada con el seudónimo de Carrasquilla, en la que humorísticamente se reflejaban todos los aspectos de la vida nacional. Y es precisamente en esa sección, donde se observa el mayor acercamiento entre las ideas de la prensa y el sentir popular. A menudo aparecen en ella poemas satíricos sobre los asuntos coloniales y los desastres de la guerra, que podían considerarse, a mi juicio, verdaderos editoriales sobre la cuestión y sobre la actuación de los gobernantes al respecto, y reflejando lo que verdaderamente pensaban muchos de los que no podían explicarse en los medios.61

Pero, en general, la sociedad que reflejaba la mayor parte de la prensa, la que estaba dispuesta a "derramar hasta la última gota de su sangre antes que sufrir la afrenta internacional", poco tenía que ver con la real. Los que hablaban así no iban a la guerra. Prueba de ello son las canciones populares que se hacen eco de aquella época y que han llegado hasta nosotros; canciones como la "Toná de quintos" o "El Almendro", citadas al principio de este trabajo, nos ponen en contacto con el injusto sistema de reclutamiento y con el dolor por el "bravo español que muere en ultramar"; pero no hay referencia en ellas al enfrentamiento hispano norteamericano que, en definitiva, fue lo que puso fin a esa situación. Y es que lo que hizo que la guerra de Cuba permaneciera en la memoria colectiva española fue el sacrificio inútil de las familias humildes, del "soldadito español", obligado a marchar a ultramar a luchar por unos intereses que nada tenían que ver con los suyos, y no esa derrota frente a los Estados Unidos, que los sectores cuya voz reflejaba la prensa consideraron, por el contrario, un "desastre nacional".


2Raymond Carr. España 1808-1939. Ed. Ariel, Barcelona, 1969. P. 372 s.

3 Ver Antonio Espina. El Cuarto Poder: Cien años de periodismo español. Ed. Libertarias/Prodhufi,D.L., Madrid, 1993. P. 84, Jesús Timoteo Álvarez y otros autores. Historia de los Medios de Comunicación en España. Periodismo, Imagen y Publicidad (1900-1990). Ed. Ariel, Barcelona, 1989. P. 33, o Jean Desvois. La prensa en España (1900.-931), Ed. Siglo XXI, Madrid, 1977. P. 44.

4 La bibliografía sobre esta problemática es abundante, especialmente en los tres países que participaron en la contienda. Ver por ejemplo las obras ya clásicas de Gonzalo Reparaz La Guerra de Cuba (1830-1939).La España Editorial, Madrid, 1896, La guerra libertadora cubana de los 30 años. 1868-1898: Razón de su victoria, de Emilio Roig de Leuchsenring. Oficina del Historiador de La Ciudad de La Habana, La Habana, 1952, o La guerra Hispano-Cubano-Norteamericana y el nacimiento del imperialismo norteamericano.1895­1898,de Philip. S. Foner. Akal DL, Madrid, 1975.

5 Ver sobre ello Raymond Carr. España 1808.... Op. Cit. P. 365 ss.

6 Philip. S. Foner, La guerra.... Op. Cit. V. 1 P. 51 y Vicente Palacio Atard. La España del Siglo XIX (1808­1898). Espasa-Calpe, Madrid, 1978. P. 462.

7Rosario Sevilla Soler. Reacciones a la Independencia de Cuba. El caso de la prensa Sevillana, en Anuario de Estudios Americanos. Vol. LI, n° 2. Sevilla, 1994. P 176.

8 Hemeroteca Municipal de Sevilla (en adelante HMS), diario El Baluarte de 18 de enero de 1898.

9 Ver discurso de Pi y Margall en Josep Conangla i Fontanilles. Cuba y Pi y Margall. Ed. Lex, La Habana 1947, P 212 s.

10 Ma Carmen García-Nieto, Javier Ma Donezar y Luis López Puerto. Restauración y desastre. 1874-1898. Guadiana de Publicaciones, S. A, Madrid, 1972. P. 21 y Vicente Palacio Atard. La España.....Op. Cit. P. 558.

11 Philip. S. Foner. La guerra......Op. Cit. P. 51

12 HMS. Diario El Porvenir, 1 de enero de 1898.

13 HMS. El Noticiero Sevillano, 12 de enero de 1898.

14 HMS. El Baluarte, 26 de enero de 1898.

15 HMS. Diario El Progreso, 6 de febrero de 1898.

16 Ver Vicente Palacio Atard. La España... Op. Cit. P. 554 ss.

17 Ibídem. P. 462 s.

18 Ma Carmen García-Nieto. Restauración y......Op. Cit. P. 21

19 HMS. El Noticiero Sevillano, 11 de Enero de 1898.

20 HMS. El Baluarte, 14 de enero de 1898.

21 HMS. El Progreso, 30 de enero de 1898.

22 HMS. El Noticiero Sevillano, 30 de marzo de 1898.

23 Ibídem, 27 de enero de 1898.

24 HMS. El Progreso, 28 de enero y 7 de febrero de 1898.

25 Ver sobre ellos los comentarios de El Baluarte de 11 de marzo de 1898, así como los de El Noticiero Sevillano de 10 y 17 de febrero del mismo año.

26 Ibídem.

27 HMS. El Baluarte, 23 y 28 de febrero de 1898.

28 Ver sobre esta cuestión los ejemplares de El Progreso de 30 de enero, y 8, 9, 22, 23 y 26 de febrero de 1898.

29 HMS. El Noticiero Sevillano, 19 de marzo de 1898.

30 Ver Philip S. Foner. La guerra.... Op. Cit. P. 300 ss

31 Sylvia Hilton. Democracy goes Imperial: Spanish views of American Policy in 1898. En: David, K. Adams y Cornealia A. van Minem, eds. Reflections on American exceptionalism. Keele University Press, 1994. P. 97-127

32 Ver el discurso pronunciado por Pi y Margall el 2 de Abril de 1898. En Josep Conangla i Fontanilles. Cuba y.......Op. Cit. P. 465

33 HMS. El Baluarte, 9 y 10 de febrero de 1898. Ver también José Rodríguez Martín. Los desastres y la regeneración de España.Ed. La Gutenberg. La Coruña, 1899. P. 106.

34 HMS. El Progreso, 14 de Abril de 1898.

35 HMS .El Noticiero Sevillano, 17 de Abril de 1898.

36 Ma Carmen García-Nieto. Restauración y... Op. Cit. P. 21, y Philip. S. Foner, La guerra......Op. Cit. P. 290­340.

37 Emilio Roig de Leuchsenring. La guerra.... Op. Cit. P. 9

38 La declaración de guerra por parte de los estados Unidos se hizo el día 25, pero haciéndola retroactiva al 21 Según algunos autores para que quedaran amparadas las hostilidades que realmente se habían desatado en esa fecha. Ver al respecto Sylvia Hilton. Democracy goes.... Op. Cit. P. 103.

39 Ver sobre ello El Noticiero Sevillano de 20 y 22 de abril de 1898 y El Baluarte de 22 del mismo mes y año.

40 HMS. El Progreso, 22 de Abril de 1898 y El Noticiero Sevillano de 20 y 22 del mismo mes y año.

41 HMS. El Baluarte, 23 y 26 de Abril de 1898.

42 Ma Carmen García-Nieto. Restauración y.... P. 21 y Vicente Palacio Atard. La España.... Op. Cit. P. 557.

43 HMS. El Baluarte, 14 y 22 de Abril de 1898, y El Noticiero Sevillano de esta última fecha.

44 HMS. "Responsabilidades." Editorial de El Noticiero Sevillano de 29 de Abril de 1898.

45 Ver sobre ello El Porvenir de 9 de junio de 1898.

46 Ver, por ejemplo, el ejemplar de dicho diario de 3 de mayo de 1898.

47 HMS. El Baluarte, 9 de mayo de 1898.

48 Extracto de dos artículos aparecidos en The Times y The Harald de Londres, y recogidos en parte por El Porvenir de 27 de junio de 1898.

49 Ver sobre ello, por ejemplo, El Noticiero Sevillano de 4 y 30 de junio de 1898, o El Porvenir de 8 y 17 del mismo mes y año.

50 Sobre estas opiniones ver El Porvenir de 11 de julio o El Progreso de 13 y 14 del mismo mes y año.

51 HMS. El Noticiero Sevillano, 11 y 17 de julio de 1898, y El Progreso de 14 de noviembre del mismo año.

52 HMS. El Noticiero Sevillano de 13 de noviembre de 1898. Ver también El Porvenir de 16 y 18 del mismo mes y año.

53 José Rodríguez Martín. Los desastres.... Op. Cit. P. 131 y Philip. S. Foner, La guerra.....Op. Cit. T.II, P. 44.

54 HMS. El Porvenir,28 de julio de 1898.

55 HMS. El Baluarte,4 de agosto de 1898.

56 "Las Horcas caudinas" era el título del editorial publicado por El Baluarte el 4 de noviembre de 1898. Ver también El Noticiero Sevillano del mismo día.

57 HMS. El Porvenir,4 de noviembre de 1898, y El Baluarte de 23 del mismo mes y año.

58 HMS. El Progreso, 21 de agosto de 1898.

59 José Rodríguez Martín. Los desastres.... Op. Cit. P. 133 ss y Philip. S. Foner, La guerra.....Op. Cit. T. II. P.9

60 HMS. El Progreso, 21 de agosto de 1898.

61 Ver sobre R. Sevilla Soler. La Crisis del 98 y la sátira en la prensa sevillana. En: Andalucía y América en el Siglo XIX. EEHA-CSIC, Sevilla 1986.

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