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Memorias: Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe

On-line version ISSN 1794-8886

memorias  no.26 Barranquilla May/Aug. 2015

https://doi.org/10.14482/memor.26.7046 

DOI: http://dx.doi.org/10.14482/memor.26.7046

Historia de dos islas: los mitos coloniales de la Isla Brasil y la Isla Guayana

History of two islands: the colonial myths of the Brazil and Guayana Islands

Pablo Ibáñez Bonillo

Nació en Barcelona, 1981. Es licenciado en periodismo y máster en Historia de América Latina por la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla - España). Actualmente es estudiante de doctorado en la UPO, en cotutela con la University of Saint Andrews (Reino Unido), al tiempo que desempeña el cargo de Coordinador Editorial de la revista de estudios latinoamericanos Americanía. Es autor de El martirio de Laureano Ibáñez. Guerra y Religión en Apolobamba, siglo XVII (FOBOMADE. La Paz, Bolivia - 2011). Mail: panamsb@hotmail.com

Recibido el 27 de noviembre de 2014
Aprobado el 2 de febrero de 2015


Resumen

En el mundo colonial americano existieron dos mitos relacionados con la insularidad de los territorios situados al norte y al sur del río Amazonas. Ambos mitos parecen encontrar su origen en el diálogo entre las expectativas medievales de los conquistadores y la compleja realidad de las sociedades amerindias al momento de la conquista. Por lo tanto, pueden leerse como documentos etnohistóricos y ser empleados en la elaboración de nuevas narrativas históricas. En este artículo proponemos que la fijación de la frontera colonial portuguesa sobre el bajo río Amazonas en el siglo XVII se debió, en parte, a la pre-existencia de una frontera amerindia en dicho espacio. Los ecos de esta frontera pueden escucharse a través de los mitos coloniales de la Isla Brasil y la Isla Guayana, que analizaremos con el objetivo de visibilizar la influencia nativa en los procesos de expansión de las potencias europeas.

Palabras Clave: Isla Brasil, Isla Guayana, Mitos conquista, Frontera


Abstract

In the American colonial world existed two myths about the insularity of the territories situated in the northern and southern shores of the Amazon River. Both myths seem to find their origin in the dialogue between the medieval expectations of the conquistadores and the complex reality of the Amerindian societies. For that reason, these colonial myths can be read as ethnohistorical sources and can be used in the construction of new historical narratives. This article proposes that the establishment of the Portuguese colonial frontier in the Delta and on the Lower Amazon during the XVIIth century was due, in part, to the pre-existence of an Amerindian frontier in the same regions. The echoes of this frontier can still be heard through the colonial myths of the Islands of Brazil and Guayana, which will be analyzed to make visible the native influence in the expansion processes of the European colonial powers.

Keywords: Brazil Island, Guayana Island, Colonial Myths, Frontier


Resumo

No mundo colonial americano existiram dois mitos relacionados com a insularidade dos territórios situados ao norte e ao sul do rio Amazonas. Ambos os mitos parecem ter sua origem no diálogo entre as expectativas medievais dos conquistadores e a complexa realidade das sociedades ameríndias ao momento da conquista. Portanto, podem ser lidos como documentos etnohistóricos e ser empregados na elaboração de novas narrativas históricas. Neste artigo propõe-se que a fixação da fronteira colonial portuguesa sobre o baixo rio Amazonas, no século XVII, deveu-se, em parte, à preexistência de uma fronteira ameríndia em dito espaço. Os ecos dessa fronteira podem ser ouvidos por meio dos mitos coloniais da Ilha Brasil e a Ilha Guayana, que analisamos aqui com o objetivo de visibilizar a influência nativa nos processos de expansão das potências europeias.

Palabras chave: Brasil Ilha, Guayana Ilha, Colonial Mitos, Fronteira


La imaginación occidental lleva quinientos años soñando con una América encantada. En sus playas y en sus selvas ha creído encontrar las huellas de sirenas, acéfalos, amazonas, gigantes y pigmeos, una fauna fantástica que supuestamente guarda secretos todavía más increíbles. Quien consiga adentrarse en sus dominios, piensan algunos, encontrará ciudades de oro, la fuente de la eterna juventud o sierras cuajadas de diamantes. Así lo dicen los mitos de la conquista, gestados por los primeros conquistadores y reproducidos a lo largo de los siglos por las plumas más variopintas. Y así lo creen todavía aquellos que miran al continente americano a través de un velo de exotismo. Algo nos une a ellos: como los ilusos, creemos que los mitos no son pura fantasía, mera espuma de la imaginación europea, sino que en ellos se fusionan la realidad y la fantasía. Esta afirmación no significa que Plinio estuviera en lo cierto ni que la naturaleza haya dotado al continente americano con rarezas sorprendentes. Nuestra hipótesis es que la mitología de los conquistadores incorpora pedazos de la historia de los pueblos amerindios, información etnohistórica que se mezcla con las leyendas medievales y que puede recuperarse a través de una lectura cuidadosa de los mitos coloniales.1

Para demostrar esta sospecha, analizaremos en este artículo dos de estos mitos: la isla Brasil y la isla Guayana. Creemos que ambos mitos se basan en el entramado étnico que encontraron los europeos en las tierras bajas americanas a partir del siglo XVI. La isla Brasil se corresponde, a grandes rasgos, con el territorio ocupado por los pueblos de lengua tupí que conocieron los portugueses, mientras que los contornos de la isla Guayana responden a una experiencia distinta de integración regional multiétnica y plurilingüe. Esta configuración étnica acabó influyendo decisivamente en los procesos de conquista europea, facilitando o dificultando los movimientos de las distintas potencias. Como resultado, la cuenca del bajo río Amazonas mantuvo a partir del siglo XVII una naturaleza fronteriza que ya había tenido en los siglos anteriores a la llegada de los europeos, si bien con dinámicas distintas de socialización. Esta hipótesis permite realizar una nueva interpretación de la historia regional, situando la época colonial en el contexto mucho más amplio de la historia nativa. Con ello no pretendemos menospreciar el peso de la agenda política europea en la construcción de las fronteras coloniales americanas, sino enriquecer el análisis histórico de estos procesos. Y es que en los mitos que nos disponemos a estudiar, por ejemplo, tanta importancia tienen las dinámicas históricas nativas como las expectativas de los europeos.

Las Islas fantásticas del Océano Tenebroso

El protagonismo de las islas en el imaginario occidental se remonta a la antigüedad y se mantiene como una constante a lo largo de los siglos. Las islas ocupan una posición central en las epopeyas clásicas (donde sirven como albergue de monstruos y otros seres extraordinarios) y también son imprescindibles en la geografía medieval, en las narraciones utópicas de la modernidad o en la literatura fantástica contemporánea. Convertidas en objeto intelectual recurrente, su significado varía constantemente. De hecho, la polisemia es el rasgo más notable de las islas como objeto intelectual: las islas son lugares de paz y de reposo, pero también destinos de destierro; en las islas viven monstruos amenazantes, pero también hay tesoros y maravillas; en las islas se pueden realizar experimentos y utopías, pero en ellas también pueden preservarse vestigios de un pasado inmemorial; las islas, en fin, tienen una elasticidad metafórica que sirve muy bien como plataforma para el pensamiento abstracto.

No es casualidad, por tanto, que Platón situase el reino imaginario de la Atlántida en una isla lejana. Su elección no hacía más que revelar la inclinación clásica hacia los espacios circundados por agua, aislados y auto-contenidos, en los que podían imaginarse realidades alternativas. Como anotó Umberto Eco: La isla se percibe como un no-lugar, un sitio inalcanzable, adonde se llega por azar y, al que, tras abandonarlo, nunca se podrá regresar. Por lo que sólo en una isla puede realizarse una civilización perfecta, que conoceremos exclusivamente a través de leyendas.2 Leyendas que hablan del colapso de esta civilización perfecta, a la que se le desgarró el suelo bajo sus pies antes de hundirse en el fondo del océano. Hundida la Atlántida, de ella apenas quedaron el recuerdo y la intuición de sus ruinas en la forma de islas esparcidas en la inmensidad del mar, un rosario de islas fantásticas en el océano tenebroso3 que se extendía hacia el occidente. A los hombres de la Europa medieval, huérfanos de la utopía atlántida, sólo les quedó la ilusión de navegar para descubrir aquellas islas mágicas, lunares de tentaciones, como las habría de describir Alfonso Reyes.4

En la Edad Media esas islas imprecisas tomaron cuerpo en la cartografía del viejo continente. La más famosa de estas ínsulas recibió el nombre de Antilia o ante-isla (ante-ilha), pero igualmente populares en la época fueron las islas de Satanasia, la isla de los Hombres o la isla de las Mujeres.

Todas ellas estaban vinculadas a historias fabulosas de acento portugués, como la de los siete obispos que huyeron de la península ibérica tras la invasión musulmana para acabar instalándose en una isla que sería conocida como la Isla de las Siete Ciudades. La influencia lusitana en este ciclo mitológico es comprensible si tenemos en cuenta que los navegantes de aquel país fueron los más constantes exploradores del océano Atlántico y que en aquellas islas imaginadas se mezclaba una gran dosis de experiencia empírica con la tradicional expectativa insular de la cultura europea. Posteriormente, las conquistas sucesivas de Madeira (1418), las Azores (1432), las islas Canarias o Cabo Verde acabaron confirmando las sospechas europeas sobre la existencia de nuevas islas hacia el occidente.

La Isla Brasil fue una de estas visiones recurrentes desde su primera aparición en los mapas europeos a principios del siglo XIV.5 Angelino Dalorto escribió en 1325 que esta isla era invisible a los ojos de los mortales, pero ello no fue inconveniente para que fuera reproducida en varias cartas de navegación.6 La isla Brasil aparecía en dos emplazamientos recurrentes: o bien cerca de la costa occidental de Irlanda, o bien en los confines del océano Atlántico, cerca de la ubicación real del archipiélago de las Azores.7 La razón de este doble posicionamiento se debe a que esta isla estuvo relacionada con dos mitos distintos: uno de origen gaélico que narraba la saga del clan de Breasal y otro de origen cristiano que se popularizó a partir del siglo X con la publicación del Navigatio Sancti Brendani. Este último, posiblemente basado en las narraciones paganas sobre Breasal, contaba la historia de San Borondón, un monje irlandés que partió hacia el Atlántico en un viaje misionero en el que se sucedieron las aventuras y que concluyó con el monje instalado a lomos de un pez gigante al que confundió con una isla. Desde entonces, la isla de San Borondón navega por el océano, apareciendo y desapareciendo en distintas coordenadas.

Animados por estas historias, no faltaron los pilotos que se lanzaran a la búsqueda de la isla Brasil, como la flota inglesa que zarpó del puerto de Bristol en 1480 bajo el mando de Thomas Lloyd.8 En aquella isla esperaban encontrar riquezas, quizás bajo la forma de una madera tintórea que era muy apreciada en los mercados de la época. Esta madera había sido introducida en las plazas europeas desde Asia apenas en el siglo XII y su origen seguía siendo misterioso por aquel entonces. Se la conocía como vercino (verniz en su forma portuguesa), bracilete, palo de tinte, palo rojo o palo-brasil. Todavía hoy existe debate entre los investigadores del asunto sobre si este nombre se debía al color rojizo de su madera (cuyo tinte recuerda al color de las brasas) o si más bien procedía de la asociación con la mítica isla Brasil, de donde procedería esta fina mercancía según las leyendas.9Sea como fuere, lo que aquí nos parece interesante resaltar es la pre-existencia de una isla llamada Brasil y de un palo tintóreo con el mismo nombre, dos elementos fundamentales que vendrán a materializarse de manera casi profética en las posesiones portuguesas en América a partir del año 1500.

Y es que éste es el punto fundamental de este apartado: existía una expectativa europea por descubrir islas en el Atlántico, la cual cosa habría de facilitar el éxito y transmisión de los mitos coloniales sobre las islas Brasil y Guayana. En aquellas islas atlánticas, los conquistadores esperaban encontrar grandes riquezas y aventuras, pero también cierta redención espiritual, replicando las múltiples expectativas que generaba el Nuevo Mundo en su conjunto entre conquistadores y misioneros. Ya hemos mencionado aquí el mito de la civilización perfecta de la Atlántida, que resuena con fuerza en las obras de Tomás Moro (Utopía, 1516) o de Erasmo de Rotterdam (Elogio de la Locura, 1511), los cuales imaginaban nuevas formas de organización social en islas remotas. Estas utopías solían estar vinculadas con una edad dorada que la especie humana habría alcanzado en un pasado lejano, culmen desde el que se habría iniciado la lenta decadencia de la civilización occidental.10 Sin embargo, en la Europa de las Reformas religiosas las islas no sólo permitían imaginar un pasado áureo sino también un presente alternativo que sirviera de refugio a los perseguidos en el viejo continente. Era la isla como laboratorio de pruebas osadas y de regeneración, otros de los significados potenciales de la insularidad.

Fue esta posibilidad de pureza, esta capacidad para liberarse de la intoxicación de agentes corruptores, la que hizo que los pioneros protestantes se establecieran en islas del litoral americano o en colonias fortificadas que buscaban un aislamiento casi hermético respecto al universo que las rodeaba. Así, Nicolas Durand de Villegagnon escogió una isla en la Bahía de Guanabara para desarrollar su proyecto colonial, auspiciado por el almirante hugonote Gaspar de Coligny. El propio Juan Calvino envió doce colonos y dos pastores desde Ginebra, subrayando el acento misional de una colonia que aspiraba a convertirse en un refugio para los protestantes que huían de Europa.11Los habitantes de esta Francia Antártica participaron entre 1555 y 1560 del primer experimento calvinista en tierras americanas, un proyecto que acabó fracasando tanto por la presión portuguesa como por las desavenencias religiosas en el interior de la isla. Fracasada la Francia Antártica en el sudeste de Brasil, la aventura se repitió con guión semejante en la bahía de Maranhão, donde el Señor de la Ravardiére dirigió entre 1612 y 1615 otro proyecto de efímera existencia. De nuevo se escogió una isla para llevar a cabo el proyecto, si bien en esta ocasión los patrocinadores eran católicos. No faltaron, sin embargo, las acusaciones de protestantismo a la figura de Ravardiére.12En 1664 los colonos franceses intentaron de nuevo poner pie en el litoral atlántico y, una vez más, para ello escogieron una isla, en esta ocasión la isla de Cayenne.

Las islas, en cualquier caso, atraían la imaginación europea y permitían ir incorporando los nuevos descubrimientos geográficos a una visión planetaria en la que Europa aparecía rodeada de islas. Por eso no es de extrañar que, después de su desilusión inicial, Colón le diera el mítico nombre de las Antillas al archipiélago caribeño ni que la existencia de aquel rosario de islas hiciera imaginar a los europeos que existían otras islas por descubrir en el camino a las verdaderas Indias. De hecho, incluso cuando finalmente se descartó su conexión con Asia, los intelectuales de la época imaginaron al Nuevo Mundo como una enorme isla que se interponía en los planes de los europeos, tal y como se aprecia en el mapa de Martin Waldsemüller (1507), donde se lee América es la cuarta parte del mundo pero, mientras que las otras tres son continentes, ésta es una isla. Carla Lois ha apuntado que pensar América como isla era, en efecto, un modo de incluir el dato del 'descubrimiento' dentro de un marco (conceptual, discursivo e intelectual) ya consagrado.13 Una razón de más para entender que los europeos esperaban encontrar islas en sus exploraciones y que no estaban dispuestos a dejarse desencantar tan fácilmente por la realidad.

El mito colonial de la Isla Brasil

Visto todo lo anterior, no debe sorprendernos que las primeras cartas escritas en el Brasil por el cronista y el cosmógrafo de la flota de Pedro Alvares Cabral en abril de 1500 fueran datadas en la Isla de Santa Cruz,14 nombre con el que las autoridades bautizaron a las tierras descubiertas. El nombre oficial, sin embargo, pronto habría de ceder ante la costumbre de marineros y comerciantes, que en sus tratos se referían a aquellas tierras como Brasil por la abundancia de esta madera tintórea (palo-brasil) y por los ecos de la mitología insular que ya conocemos. Según escribió el historiador y poeta inglés Robert Southey: Entre varios pueblos vivía una tradición relativa a una isla encantada, llamada Brasil. Era, pues, natural que, apenas apareciese un país a que se pudiese aplicar, en él se fijase ese nombre que hasta allí andaba vago e incierto.15 Así fue como se popularizó el nombre de Brasil, para disgusto de los intelectuales de la corte, quienes juzgaban indigno abandonar el nombre de Santa Cruz por el de una simple madera de utilidad industrial.16

El palo-brasil cubría gran parte del litoral atlántico al que, por entonces, se reducían las posesiones portuguesas en América. Esos límites, sin embargo, pronto quedaron rebasados hacia el norte y hacia el sur, generando una contradicción permanente entre portugueses y castellanos por la cuestión de límites. El historiador portugués Jaime Cortesao ha expuesto que la idea fuerza de la expansión portuguesa fue, precisamente, el mito colonial de la Isla Brasil, es decir, la idea de que existía una coherencia geográfica que justificaba la expansión portuguesa hacia las cuencas de los ríos Amazonas y Plata, supuestas fronteras naturales de la isla Brasil. Los portugueses se guiaban por las informaciones geográficas que obtenían de sus principales interlocutores nativos, pueblos de lengua tupí-guaraní que ocupaban gran parte del litoral atlántico. Escribiendo en 1656, por ejemplo, el jesuita Simao de Vasconcellos escribía:

Cuentan los indios versados en el sertao que se dan las manos de los ríos (Amazonas y Plata) en una laguna famosa del Chile y del Perú; (...) y que de esta grande laguna se forman los brazos de aquellos gruesos cuerpos: el derecho, al de las Amazonas, para la banda del norte, el izquierdo al de la Plata, para la banda del sur17

Cortesão no menciona en su obra la relación de otro jesuita, Luis Figueira, quien en el año 1636 hablaba también de esa misma laguna mítica: Es opinión más común y constante entre estos indios que todos estos grandes ríos (del Pará) salen de un lago grande por varias bocas; o que saliendo por una sola boca, se vienen dividiendo en varios brazos, los cuales todos se vienen otra vez a juntar antes de entrar en el océano.18 También Pero de Magalháes Gandavo o Ambrósio Fernandes Brandáo, entre otros, hacían alusión en la misma época a esta creencia geográfica de los indios brasileños.19 Siguiendo a estos autores, en el límite occidental de la isla Brasil se encontraba una laguna (llamada Xaraies o Eupaná en algunas fuentes) de la que brotaban los ríos Amazonas y Plata. En otras versiones del mito, un afluente del Amazonas (¿quizás el sistema Tocantins-Araguaia?) cortaba el interior continental uniendo ambos cauces. Estas representaciones espaciales pronto fueron trasladadas a los mapas portugueses del siglo XVI, los cuales acabarían jugando un papel político fundamental en la posterior discusión diplomática sobre las fronteras brasileñas.20


http://maps.bpl.org/id/14281

Según Cortesão, los portugueses aprovecharon estos conocimientos nativos sobre la geografía local para legitimar sus aspiraciones territoriales más allá de los límites del Tratado de Tordesillas. Tuvieron la intuición de transformar la pre-historia en la historia, los mitos en realidades, la vaga intuición en conocimiento exacto, lo que era nómada en sedentario y, finalmente, en fundar una política en las razones geográficas y humanas.21 Éste fue el origen del mito geo-político de la isla Brasil, el cual permitió empujar las fronteras coloniales en dirección a las supuestas fronteras naturales en un movimiento que más tarde habría de permitir la legitimación de estas fronteras a través del criterio de uti possidetis en las negociaciones dirigidas por Alexandre de Gusmáo a mediados del siglo XVIII.22 Autores como Sérgio Buarque de Holanda han criticado esta visión heroica y finalista de la historia, argumentando que la expansión portuguesa no respondió a ningún programa de destino nacional sino más bien a la competencia cotidiana con los españoles y a la búsqueda de enriquecimiento por parte de los bandeirantes y otros actores.23

Pero más allá de su uso político, lo que nos interesa en este artículo es el trasfondo amerindio de la Isla Brasil. Ya hemos visto cómo los cronistas aludían a una tradición nativa sobre los límites territoriales de la región, enmarcada por las cuencas fluviales de los ríos Amazonas y Plata, los cuales brotarían de una laguna situada en el corazón del continente americano. Esta visión geográfica era referida por los pueblos de lengua tupí-guaraní que ocupaban el litoral atlántico desde varios siglos antes de la llegada de los portugueses. El origen de estos grupos, sin embargo, hay que buscarlo a miles de kilómetros, en un punto impreciso del interior que todavía suscita controversias entre los investigadores. Digamos, por resumir, que existe consenso en algunos puntos básicos: los distintos troncos lingüísticos que los europeos encontraron en las tierras bajas (arahuaco, caribe, tupí, macro-gê...) corresponden de manera general a unidades culturales (protolenguas) que en los últimos cinco milenios se diseminaron por el territorio desde sus respectivos puntos de origen.

En el caso de la lengua proto-tupí se han propuesto varios puntos de partida, como el curso medio del río Amazonas o la cuenca del río Paraguay. La hipótesis más aceptada hoy en día calcula su expansión a partir de la región de los ríos Madeira-Guaporé, en las coordenadas del actual estado de Rondónia. Fue el lingüista Aryon Rodrigues quien dio cuerpo definitivo a esta propuesta a mediados del siglo pasado, tras estudiar la evolución de las diez familias que hoy componen el tronco tupí. De estas familias, cinco se encuentran cerca de la región de origen y se caracterizan por sus semejanzas y continuidades. El conservadurismo de estas familias orientales contrasta con laflexibilidad de las cinco familias restantes, que se encuentran mucho más lejos de la región de origen como consecuencia de su progresiva expansión.24 La más importante de estas familias es la tupí-guaraní, que se divide a su vez en varios subgrupos diseminados por todo el balcón atlántico y las orillas de los ríos Paraguay y Amazonas. Fue con estos tupí-guaraní, de perfil cultural homogéneo pero carentes de una integración política supra-local, con quienes los portugueses mantuvieron la mayoría de sus contactos en los primeros tiempos coloniales, utilizando las lenguas guaraní y tupinambá (estandarizada ésta después como lengua general) como base de sus comunicaciones.25 De hecho, fue tan grande la interacción luso-tupí que podemos asegurar que los portugueses aprehendieron el Brasil a través del prisma cultural de los tupí-guaraní.

Además de las razones lingüísticas, hay también evidencias arqueológicas que permiten suponer una gradual expansión de los pueblos de lengua tupí desde el interior del continente hacia las costas del Brasil. El argumento, sin embargo, exige un punto de fe puesto que cualquier vinculación entre estilos cerámicos, lenguas y etnias es altamente arriesgada. En este caso, encontramos dos posibles conexiones. La primera de ellas propone una correspondencia entre cierta cerámica policroma hallada en múltiples puntos de la Amazonía (Tradición Policroma Amazónica, TPA) y los distintos pueblos de lengua tupí.26 La segunda vinculación, mucho menos polémica, sugiere una correspondencia geográfica entre otra tradición cerámica policroma (Tradición Tupiguaraní) y las zonas habitadas por los pueblos de lengua tupí-guaraní en el siglo XVI. Aunque hay varias hipótesis sobre el posible origen de estas cerámicas, todas coinciden en señalar regiones situadas al este de los Andes y entre las cuencas de los ríos Plata y Amazonas.27 Cabe insistir en que, tanto en el caso de las lenguas como de la cerámica, resulta imposible verificar si las difusiones estuvieron acompañadas por movimientos de grupos humanos o si apenas fueron las lenguas, los productos y las tecnologías las que circularon por las distintas rutas de comunicación o redes de intercambio.

De lo que no cabe duda, de todos modos, es que para cuando los portugueses desembarcaron en Porto Seguro en el año 1500, los grupos de lengua tupí-guaraní hacían gala de una experiencia cartográfica de alcance continental.28 Este conocimiento geográfico aparecía codificado bajo la forma de mitos, tradiciones e incluso caminos marcados sobre la tierra. Las menciones anteriores sobre la laguna Xaraies (que probablemente aluda a la región del pantanal de Mato Grosso) son un ejemplo de este conocimiento, como también lo son las noticias sobre el camino del Peabiru y la existencia de un rey blanco en los Andes o el Altiplano: sucedió que a su llegada al estuario del río de la Plata, los castellanos conocieron la historia de un náufrago portugués que había llegado a la misma región unos años atrás. Este náufrago, llamado Aleixo Garcia, había sido adoptado por grupos guaraní que le habían confiado un valioso secreto: hacia el oriente, río arriba, vivía un poderoso rey blanco que acumulaba plata y oro. Aleixo García llegó incluso a participar en una expedición a la región (posiblemente siguiendo un camino nativo) y llegó a penetrar en el imperio incaico. Queda por esclarecer si este rey blanco era el mismo Inca o un poderoso señor aimara, pero lo que es seguro es que los guaranís de la franja atlántica conocían la existencia del Tawantinsuyu, la circulación de metales preciosos y las rutas para llegar a sus fronteras.29

El aventurero inglés Anthony Knivet, a finales del siglo XVI, también sugirió la experiencia continental de los pueblos tupí-guaraní al referirse a los Tamoyo de Rio de Janeiro, con los que mantuvo estrechas relaciones. Knivet participó con ellos en varias xpediçãones que les llevaron hasta un río que nace en las montañas del Potosí en el Perú y finalmente hacia el océano, donde los nativos (que sumaban más de 30.000 personas) pretendían esquivar la violencia portuguesa y establecer relaciones comerciales con los franceses.30 Alfred Métraux juzgó imposibles estas travesías, que según Knivet les llevaron a atravesar los países de las amazonas y de los pigmeos, y calculó que de ser ciertas habría que buscar el origen geográfico de los tamoyo en Chile, más allá del Tucumán.31 No consideraremos aquí la plausibilidad geográfica del relato del aventurero inglés, sino que nos limitaremos a situar sus peripecias en el marco mayor de la expansión y movilidad de los pueblos de lengua tupí-guaraní. Por muy aderezadas que puedan estar, las xpediçãones de Knivet nos hablan de la tendencia de estos pueblos a recorrer grandes distancias, ya fuera por motivaciones económicas, militares o incluso religiosas. Una costumbre que, sin duda, conllevó el conocimiento de rutas y accidentes geográficos del interior brasileño.

Este conocimiento amplio de la región y la movilidad de los grupos puede apreciarse a lo largo del siglo XVI y principios del XVII, cuando los Tupinambá del nordeste brasileño se embarcaron en magníficas odiseas interiores. Las fuentes refieren varios ejemplos que, posiblemente, sean variaciones de una misma epopeya que habría arrancado poco después del establecimiento del sistema de capitanías hereditarias en el Brasil en la década de los 1530.32 Coincidiendo con el inicio de las presiones coloniales, un grupo de entre doce y catorce mil Tupinambá habría seguido al jefe Viarazu en una lenta migración desde la costa hacia el interior. Los testigos de la época no se ponen de acuerdo sobre el verdadero motivo de esta odisea: el castellano Francisco Vázquez asegura que salieron a buscar mejor tierra que la suya; y según lo que yo más creo, a hartar sus malditos vientres de carne humana, la cual todos ellos comen, y se pierden por ella,33 mientras que el portugués Gandavo creía que la costumbre de estos grupos era buscar siempre tierras nuevas, a fin de parecerles que hallarían en ellas inmortalidad y descanso perpetuo. Hay que tener en cuenta que la cultura tupinambá situaba el paraíso en algún lugar más allá de las montañas y que muchos autores han asumido que el mito guaraní de la Tierra sin Mal también era común entre los Tupinambá del siglo XVI. Este mito les llevaría a recorrer grandes distancias en peregrinajes místicos en busca del paraíso terrenal.34

En su viaje hacia el interior, los Tupinambá sufrieron guerras y privaciones, pero también realizaron magníficos descubrimientos, como el encuentro con una comunidad que labraba sus escudos con oro y esmeraldas, la cual les dio noticias de los castellanos del Perú. El impresionante viaje de los Tupinambá culminó en 1549, cuando un reducido grupo de apenas 300 hombres alcanzó la ciudad hoy peruana de Chachapoyas, ya en las estribaciones andinas, para sorpresa de los colonos castellanos. Agotados tras una migración que había durado más de diez años, los pocos supervivientes todavía tuvieron ánimo para relatar grandes historias sobre los Omagua y el resto de provincias que habían conocido en su viaje, siendo posteriormente enganchados como guías para la fatídica expedición de Pedro de Ursúa en 1561.35

El cronista Toribio de Ortiguera, al relatar el episodio, explica que poco antes de llegar al Virreinato del Perú, un millar de esos Tupinambá se separó del jefe Viarazu y se estableció a orillas del río Amazonas. Es muy posible que este grupo, o más bien sus descendientes, fueran los Tupinambá contactados en 1637 por los miembros de la expedición de Pedro Teixeira frente a la desembocadura del río Madeira. Mauricio de Heriarte y el propio Teixeira dieron detalles sobre estos Tupinambá del Madeira,36 que pronto serían conocidos como Tupinambarana, pero fue el padre Cristóbal de Acuña el más generoso en su descripción:

Veinte y ocho leguas de la boca de este río, caminando siempre por la misma banda del sur, está una hermosa isla, que tiene sesenta de largo, y consiguientemente más de ciento de circuito, poblada toda de los valientes Tupinambás, gente que de las conquistas del Brasil, en tierras de Pernambuco, salieron derrotados muchos años ha, huyendo del rigor con que los portugueses les iban sujetando. Salieron tan gran número de ellos, que despoblando a un mismo tiempo ochenta y cuatro aldeas donde estaban situados, no quedó de todos ellos ni una criatura que no trajesen en su compañía.(...) Hablan estos indios la lengua general del Brasil, que también corre casi entre todos los de las conquistas del Marañón y Pará. Dicen también que como salieron tantos, que no pudiendo por aquellos desiertos sustentarse todos juntos, se fueron dividiendo en tan dilatado camino, que por lo menos será de más de novecientas leguas, quedando unos a poblar unas tierras, y otros otras37

Queda claro, por tanto, que los ancestros de los pueblos tupí-guaraní del litoral recorrieron el continente en diversas direcciones desde su hogar primigenio en el interior del continente, dibujando con sus trasiegos de varios siglos un mapa que hoy nos resulta tan invisible como fascinante. Porque si encajamos las piezas de este gran puzle descubrimos que los límites de la expansión de los pueblos de lengua tupí se corresponden a grandes trazos con los del mito colonial de la isla Brasil. Los cauces de los ríos Madeira, Amazonas y Paraguay actuaron como fronteras (permeables) para los pueblos tupí-guaraní (tal y como sugieren las evidencias lingüísticas, arqueológicas y etnohistóricas), de la misma manera que luego habrían de hacerlo en el periodo colonial. Podemos sentirnos tentados a interpretar esta correspondencia como producto de las limitaciones geográficas: en una visión determinista de la historia humana (o descreída con las posibilidades nativas), la impresionante barrera física de la cordillera de los Andes o la anchura de las avenidas fluviales de los dos grandes sistemas hidráulicos del continente podrían entenderse como los barrotes de la jaula en la que se vieron apresado los pueblos tupí-guaraní. Sin embargo, basta con observar la expansión de la lengua arahuaca a ambos lados del Amazonas o las navegaciones históricas de los Tupinambá para confirmar que no hay barrera infranqueable. Ciertamente, la geografía es una variable importante, pero nos inclinamos a pensar que los límites de la expansión tupí estuvieron más influenciados por la contingencia histórica y cultural que por las fenomenales barreras naturales.

Siendo así, ¿cómo podemos explicar la correspondencia casi exacta entre los límites de la expansión tupí, el mito colonial de la Isla Brasil y las fronteras posteriores de la colonia portuguesa? Para Jaime Cortesáo la explicación es un brindis al espíritu heroico portugués: los bandeirantes primero y los diplomáticos después fueron capaces de aprovecharse de las bárbaras intuiciones tupí y de la homogeneidad cultural en la región para expandir sus fronteras hasta los límites de una entidad geográfica coherente. Falta, sin embargo, un matiz decisivo. Al construir una determinada visión del espacio en base a sucesivas expansiones, migraciones y xpediçãones, los tupí-guaraní construyeron una unidad geográfica sin significado previo. No existía, por tanto, una coherencia geográfica predeterminada, lo que significa que los portugueses heredaron una visión particular del mundo y dispusieron de ella para interpretar la realidad. Esta geo-visión les permitió expandir sus conquistas más allá de los límites de Tordesillas, sí, pero al mismo tiempo les cargó con el peso de una espesa herencia cultural.

Visto lo anterior, proponemos aquí dos ideas finales: la primera es la confirmación de que el mito colonial de la Isla Brasil no sólo esconde tradiciones y aspiraciones europeas, sino que en la misma proporción responde a la experiencia de los pueblos de lengua tupí, por lo que su análisis ha de permitir visualizar la integración regional de dichos pueblos y los límites de su expansión. La segunda idea tiene que ver con la conquista portuguesa en el Brasil: dado que los portugueses fueron incorporados en el universo de sus anfitriones tupinambá y dado que fue a través de ellos (y de su lengua y de su cultura) que percibieron e interpretaron la realidad, proponemos la posibilidad de que la expansión portuguesa no fuera guiada únicamente por el destino imperial de las Coronas ibéricas, o por el cálculo cotidiano de bandeirantes y capitanes, sino también por la tradición de sus aliados nativos y por las continuidades lingüísticas (y culturales) en el interior de la isla Brasil. Ello permitió a los conquistadores seguir las rutas nativas, conocer el terreno y sus posibilidades, contactar con los grupos del interior, aprovecharse de las milicias étnicas y explotar las contradicciones de los pueblos que plantearon resistencia. En el sector amazónico, esta posibilidad se nos aparece evidente al observar de qué abrupta manera se detiene el ímpetu conquistador portugués al alcanzar las orillas del río Amazonas, donde de la misma abrupta manera se detiene la presencia de pueblos tupinambá.38 No en vano, el actual estado de Amapá (territorio entonces conocido como Cabo do Norte) se convirtió en una zona de frontera hasta el mismo siglo XX, cuando el litigio de límites con Francia fue resuelto a través de un arbitraje suizo en el año 1900.39

El Dorado en la Isla Guayana

La isla Guayana no aparece dibujada en ningún portulano medieval, por lo que su historia arranca con el desembarco europeo. Por lo menos hasta donde nosotros sabemos, porque cabe la posibilidad de que los grupos indígenas de la región también hubieran especulado con la insularidad de la Guayana de una manera semejante a como lo habían hecho los tupi-guaraní en el Brasil. Conviene dejar sentado, antes de seguir adelante, que también en este caso hay razones geográficas para sustentar la creencia de una isla situada al norte del río Amazonas. En primer lugar por las notables diferencias en las calidades del suelo y de los ríos en ambas orillas,40 marcadas por la presencia imponente de los respectivos escudos (macizos) de Guayana y Brasil, pero también por el hecho de que el perímetro de la isla Guayana pueda ser circunnavegado sin poner pie a tierra. Así, el río Amazonas actúa como el límite sur de esta isla enorme (de casi dos millones de kilómetros cuadrados) a la que ciñe el océano entre los estuarios del Amazonas y el Orinoco. En el interior, los sistemas fluviales de ambos ríos se encuentran en el canal de Casiquiare, que une como un broche las cabeceras del río Negro (afluente del río Amazonas) y las del Orinoco.

Es más que posible que los nativos fueran conscientes de esta peculiaridad geográfica. Sobre todo si tenemos en cuenta la existencia de antiguas rutas de intercambios que conectaban ambas cuencas a través del río Negro. En esta región, situada al norte del río Amazonas, apenas existen registros de la presencia de grupos de lengua tupí hasta bien entrado el siglo XVII.41 En lugar de este tronco lingüístico, encontramos una nube plurilingüe en la que destacan los grupos de lengua caribe y arahuaca. Si en la orilla sur puede percibirse un proceso paulatino de expansión e imposición de las lenguas tupí (que acabaron envolviendo a otras familias lingüísticas en el interior), en la orilla norte parece existir al momento del contacto histórico una mayor heterogeneidad en las relaciones sociopolíticas. Aunque tradicionalmente se ha interpretado esta diversidad como una consecuencia del aislamiento de los distintos pueblos de la Guayana, que tenderían a un individualismo utópico, cada vez parece más evidente que en realidad la diversidad étnica y lingüística era consecuencia de una intensa interacción social entre los distintos grupos.42 Los intercambios ocurrían al interior de redes regionales, que a su vez estaban conectadas entre sí gracias a la labor de intermediarios que permitían la circulación de ideas y tecnologías en un espacio que excedía los límites de la propia Guayana.

Autores como Alf Hornborg han propuesto un modelo similar de interacción para el conjunto de las tierras amazónicas, las cuales habrían estado integradas en una red de intercambios tejida a lo largo de siglos a través de las grandes avenidas fluviales y de la intermediación de grupos muy influenciados por la lengua y matriz cultural arahuaca.43 Esta red habría estado operativa a pleno rendimiento durante el primer milenio de nuestra era y habría comenzado a descoserse a partir de entonces, coincidiendo de manera aproximada con las expansiones en la región de los pueblos y matrices culturales (ethos) asociados a las lenguas tupí y caribe. Es posible que la desintegración de esta red arahuaca fuera más acelerada en determinadas zonas, donde habría sido ya casi invisible en el momento de la conquista europea. También es posible que su alcance no hubiera llegado hasta regiones como el litoral atlántico. Ambas posibilidades explicarían la desconexión de zonas como el litoral brasileño, mientras que en otras regiones como en las cuencas de los ríos Negro, Orinoco y Amazonas la mediación arahuaca se mantenía activa en los siglos XVI y XVII.

Las orillas de estos tres ríos, que definen el contorno de la isla Guayana, estaban ocupadas por sistemas regionales multi-étnicos de cierta complejidad social a la llegada de los europeos. La situación en las zonas interfluviales y en las tierras altas del escudo de Guayana, a donde no accedieron los europeos hasta mucho más tarde, nos resulta menos evidente, aunque en las tierras altas parecen haber predominado los grupos de lengua caribe. De hecho, se ha propuesto que el corazón de la Guayana fue el centro de difusión de las lenguas caribes.44 Así, aunque podemos encontrar grupos de lengua caribe en regiones muy alejadas al sur del río Amazonas, la mayor parte de sus hablantes se concentra alrededor de las tierras altas de la Guayana, desde donde se habrían expandido hacia la costa y las Antillas pocos siglos antes de la llegada de los europeos. Desde un punto de vista lingüístico, por tanto, podemos observar una coherencia geográfica que coincide de manera aproximada con la forma de la isla Guayana.

Un movimiento similar podemos observar en el plano arqueológico a partir de los primeros siglos de nuestra era. Incluso es posible aventurar, con todas las precauciones ya señaladas más arriba, una conexión entre la expansión de las lenguas caribes por el territorio de las Guayanas y la difusión de ciertos estilos cerámicos, como la tradición Arauquinoide45 o, sobre todo, la fase Koriabo.46 Si tradiciones cerámicas anteriores habían experimentado una difusión mucho más amplia en las tierras bajas, como en los casos de la Tradición Policroma Amazónica (TPA) o de la Tradición de Borde Inciso, los estilos de las cerámicas Arauquinoide, Koriabo o Aristé aparecen concentrados alrededor del Escudo de Guayana, desde donde se habrían extendido hacia el valle del río Orinoco, la costa atlántica y la orilla norte amazónica a través de rutas interiores. De esta manera, tanto en el plano lingüístico como cerámico podemos detectar una serie de expansiones recientes (quizás vinculadas entre sí47) que otorgan cierta coherencia interna al territorio de Guayana sin suponer su aislamiento de los contextos amazónico y antillano.

Este panorama fue el que encontraron los primeros castellanos que visitaron la región a partir del siglo XVI, cuando varias xpediçãones trataron infructuosamente de desvelar las regiones interiores de la Guayana.48 Estos fracasos y las informaciones de los intermediarios nativos, mal interpretadas por los castellanos, alimentaron una serie de mitos sobre aquellas tierras. El gobernador Antonio de Berrío prestó especial atención a las historias sobre El Dorado, mítico reino que la imaginación castellana trasladaba por entonces desde el Alto Amazonas a la Guayana. A fines de siglo, el aventurero inglés Walter Raleigh elaboró con aquellas historias un complejo relato sobre el extenso, rico y bello imperio de Guayana, cuya dorada capital, Manoa, habría sido levantada (o usurpada) por los descendientes fugitivos del Inca a orillas del lago Parime.49 Deseoso de convencer a la reina de Inglaterra de la conveniencia de arrebatar aquellas tierras a los castellanos, Raleigh salpimentó su historia con exóticos ingredientes que ya estaban en circulación, como los acéfalos Ewaipanomas o las míticas guerreras Amazonas, armando una irresistible leyenda alrededor del oro de la Guayana, a la que definía como un continente prácticamente aislado del resto de la América castellana y portuguesa.50 Al insinuar la insularidad de Guayana, Raleigh activaba al menos dos estrategias simbólicas: por un lado desgajaba aquel territorio de las zonas naturales de expansión ibérica y por el otro lo presentaba como un espacio todavía virgen, sin mácula de catolicismo.51

En las historias sobre el Dorado en la Guayana, Neil Whitehead ha reconocido los ecos de una tradición metalúrgica local.52 Según su punto de vista, los pueblos de las tierras altas habrían producido objetos de oro, que después habrían circulado a través de las redes comerciales de la Guayana, alcanzando el río Amazonas y la costa atlántica, donde habrían sido descritos por las fuentes europeas.53 Si bien es cierto que todavía no han sido halladas evidencias arqueológicas sobre la producción metalúrgica en Guayana, no caben dudas sobre su riqueza aurífera y sobre la circulación entre los nativos de bienes de intercambio (entre los que se encontraban los derivados de los metales preciosos). Es posible que estos productos, como tantos otros, fueran introducidos y movidos en la región por sociedades de perfil comercial que dominaban los principales cursos fluviales (ríos Negro, Branco y Trombetas) y las rutas interfluviales. La más visible de estas sociedades era la Manoa (o Manao), un complejo multi-étnico de acento arahuaco que dominaba la región del río Negro. El área de influencia de este grupo se había extendido antiguamente hasta las orillas del río Amazonas, pero las presiones coloniales les obligaron a retirarse hacia posiciones más interiores, donde reformularon sus relaciones étnicas y establecieron un fructífero control de los intercambios entre la Guayana, el Amazonas y la cordillera andina.54 Su caso es un ejemplo perfecto de la fuerte integración regional que permitía la circulación de objetos e información a través de relaciones multi-étnicas y plurilingües.

Algunos de estos intercambios y movimientos pueden ser reconstruidos parcialmente a partir de la tradición oral de los pueblos arahuacos de la región, los cuales mantienen una íntima relación con el paisaje a través de la escritura topográfica55 y de la tradición oral, como en el caso de los Warekena o los Wakuénai (Kuripako) del río Negro. Ambos pueblos conservan una serie de canciones y ciclos míticos sobre los viajes de un héroe llamado Kúwai o Yurupari, cuyas rutas y accidentes se corresponden con escenarios concretos de la isla Guayana. En el caso de los Wakuénai, las canciones son empleadas en los ritos de iniciación de los jóvenes, con importantes diferencias de género: mientras que las canciones del rito femenino hacen referencia a una red local de grupos cercanos, los cantos empleados en los ritos masculinos muestran un patrón de interconexiones más abierto y expansivo entre las fratrías Wakuénai de la región del alto Río Negro y en otras regiones inferiores de las cuencas de los ríos Orinoco y Amazonas que estuvieron habitadas por otras grandes sociedades de lengua arahuaca antes del siglo XIX.56 En definitiva, el conjunto de referencias incluidas en las narrativas sobre Kúwai forman un mapa de lugares con valor religioso, histórico, social o comercial para los distintos pueblos. Según Silvia Vidal, esta cartografía representa el conocimiento geopolítico, ancestral y contemporáneo, de los amerindios, el cual incluye las relaciones sociopolíticas, religiosas, económicas e históricas en la región situada entre los ríos Orinoco y Amazonas.57 También los Palikur o grupos de lengua caribe, como los Kaliña entre otros, guardan registros de espacios sagrados y rutas que atraviesan la orilla norte del Amazonas.58 Y más allá de la tradición oral, ciertos ritos como los asesinatos rituales del Kanaimá, circunscritos al espacio de la Guayana, pueden ser leídos como producto de la integración regional.59

Vemos, por tanto, que la naturaleza fronteriza del río Amazonas se nos aparece continuamente al analizar las dinámicas indígenas al norte y al sur de sus orillas. La misma sensación tenían los observadores europeos en los siglos XVI y XVII, una época en que los grupos tupinambá de Pará apenas interactuaban con los caribes y arahuacos de la orilla norte. Resulta así comprensible que el mito de la isla Guayana creciera a lo largo del siglo XVII. Ya en 1664 el gobernador francés Le Febvre de La Barre dividía esta entidad en tres provincias: una Guayana indígena desde el río Amazonas al río Oyapock; una Guayana francesa hasta el río Maroni; y una tercera provincia, inglesa y holandesa, hasta el río Orinoco.60 Medio siglo después, el cosmógrafo Bellin se mantenía en la misma línea, subrayando la coherencia geográfica del territorio situado entre el Orinoco y el Amazonas, lo que quizás explicara el freno de la expansión portuguesa.61 Con los españoles y portugueses contenidos por las barreras fluviales del Orinoco y el Amazonas, el mito de la isla Guayana consolidó una visión geográfica que servía bien a los intereses coloniales de los países europeos, y sobre todo a los intereses franceses, que necesitaban marcar las distancias con los territorios contiguos de Brasil y Venezuela.

La existencia de la isla Guayana fue confirmada a mediados del siglo XVIII por el viajero francés Charles Marie de la Condamine, quien recogió testimonios en Pará sobre la navegación ininterrumpida entre las cabeceras del río Orinoco y las del río Negro.62 Medio siglo después, Alexander von Humboldt dio validez científica a los testimonios recogidos por la Condamine, al cruzar él mismo la divisoria de aguas. Más allá de las expectativas europeas, quedaba demostrado que la Guayana era un cuerpo de tierra enteramente rodeado de agua.63 El geógrafo francés Paul Vidal de la Blache destacó esta insularidad como el carácter esencial de la Guayana,64 la cual fue incorporada como región específica en el esquema de áreas culturales que a mediados del siglo XX elaboraron los antropólogos funcionalistas en Estados Unidos.65 Éste fue el momento culminante de la Isla Guayana, que desde entonces ha ido perdiendo peso como región singular hasta casi desaparecer de la imaginación occidental.66

Una frontera entre dos islas

Llegados a este punto podemos afirmar que en el mundo colonial americano existieron dos mitos relacionados con la insularidad de los territorios situados al norte y al sur del río Amazonas. Ambos mitos, que de alguna manera siguieron con vida hasta bien entrado el siglo XX,67 parecen encontrar su origen en el diálogo entre las expectativas medievales de insularidad y la integración regional de las sociedades nativas. De esta manera, si somos capaces de leer con cuidado en las historias de las islas Brasil y Guayana, podemos extraer información sobre las dinámicas históricas de ambas regiones y de sus respectivas fronteras. Así, los límites de las dos islas parecen haber actuado como espacios de frontera en los que florecieron sociedades complejas que permitieron los intercambios y se beneficiaron de ellos.68 Estas sociedades (a las que podríamos referirnos como macro-sistemas políticos69) fueron descritas por los primeros cronistas europeos en términos que destacan una alta densidad de población, jerarquización social, organización supra-local, almacenamiento de alimentos y otros signos de sofisticación que han sido parcialmente validados por la arqueología amazónica. Por lo que sabemos, estas sociedades complejas brotaron en las grandes autopistas de los ríos Amazonas, Negro y Orinoco, así como en las sabanas del sur amazónico.70 Parece razonable asumir que las especiales condiciones de movilidad en estos espacios contribuyeron a su papel de fronteras o punto de encuentro, estableciendo el escenario ideal para la emergencia de sociedades complejas.

En el caso del río Amazonas, sociedades como los Omagua, Yurimaguas, Manoa, Tapajós o Marajó ocuparon la región en los tiempos inmediatamente anteriores a la llegada de los europeos, entorpeciendo posiblemente las tardías expansiones en la región de pueblos de lenguas tupí y caribe.71 El conocimiento sobre estas sociedades complejas que florecieron antes de la conquista europea todavía es insuficiente, ya que se limita a las fragmentarias visiones que obtenían los marineros europeos y a una arqueología que a pesar de su ilusionante vigor tiene limitaciones evidentes a causa de las peculiares condiciones naturales de la región. Así, por ejemplo, todavía sabemos poco sobre las formas culturales de estas sociedades complejas, que parecen haber recibido influencias diversas y haberlas sintetizado en expresiones originales que hoy pueden observarse en la espectacular cerámica tapajó o en los diseños marajoaras. La densidad y complejidad de estas sociedades parecen haber sido extraordinarias y es posible que haya que buscar la razón de su éxito en la privilegiada posición que ocupaban entre el Brasil y la Guayana. Esta zona era una frontera étnica tramada como una malla invisible de relaciones, un tejido que comenzó a deshilacharse tras la conquista europea. Los restos de esta frontera fueron heredados por las distintas naciones europeas que intentaron establecerse en la región y todo parece indicar que esta herencia influyó en los procesos de construcción de las fronteras coloniales. Según nos parece, si bien los europeos fueron capaces de aprovechar en su favor los conocimientos cartográficos nativos, en última instancia no pudieron sustraerse a las múltiples consecuencias de las viejas fronteras nativas.

A este respecto, es interesante constatar que la extensión de ambos mitos, tal y como fueron planteados por nativos y europeos, entraba en contradicción con los intereses de la corona de Castilla, que en el siglo XVI todavía reivindicaba sus derechos sobre las dos orillas amazónicas. En 1574, el cosmógrafo Juan López de Velasco defendía las posiciones castellanas al precisar los límites de la Gobernación de Serpa, Nueva Andalucía o Guayana:

comienza desde la boca del río Marañón (...) hasta la boca del río de las Amazonas, y desde allí por la costa y provincia que llaman de los Aruacas (...) hasta la punta del Gallo, junto a la isla de la Trinidad, de donde vuelve la costa al occidente hasta Maracapana en la costa de Tierrafirme, por donde se junta con la gobernación de Venezuela72

Pocos años antes, Diego de Vargas había recibido en capitulación veinte leguas de costa a cada lado de la desembocadura del Amazonas.73 La Isla Brasil y la Isla Guayana, por tanto, no eran tenidas en consideración por los funcionarios de la corona castellana, ni por tantos otros que cuestionaban la condición de frontera natural del río Amazonas.74 De esta manera, la potencial unidad política de la Isla Brasi quedaba descartada.75 Ahora bien, para los castellanos resultaba sencillo negar la realidad en los mapas y en las cortes europeas, pero lo cierto es que el peso de la historia se imponía sobre el terreno y la visión insular del Brasil acabó permeando también en la inteligencia castellana.76

Alejados del río Amazonas (su posición más cercana se encontraba en el delta del río Orinoco y en las islas de Margarita y Trinidad), los castellanos dependían en los siglos XVI y XVII de las informaciones nativas para contrastar las interesadas relaciones de sus rivales europeos, incluyendo los portugueses. Los principales informadores de los castellanos eran los indios Aruacas (ancestros de los actuales Lokono, de lengua arahuaca), que controlaban la región litoral desde el Orinoco hasta los ríos Esequibo y Corentyne. El conocimiento geográfico y la colaboración de estos grupos resultaba fundamental en el esfuerzo castellano por desvelar los misterios del interior de la Guayana,77 pero eran menos eficaces a orillas del Amazonas. Así puede apreciarse, por ejemplo, en un mapa de mediados del siglo XVI que recoge los conocimientos geo-políticos de los castellanos en la región comprendida entre el Orinoco y el Amazonas. Los detalles, prolijos en el delta del Orinoco, van menguando en dirección al río Amazonas, cerca del cual puede leerse la siguiente leyenda: y ay un (yaymo?) casiq Aruaca. Año 1553. Subió por el río de esquibo arriba con 4 piraguas y las pasó a cuestas la sierra y dio a la otra vertiente en otro Río y por él fue a dar en el río grande de las Amazonas y halló tanta gente que se volvió78 De esta manera, la visión fragmentada del territorio que poseían los intermediarios aruacas acabó limitando el conocimiento geográfico y las posibilidades de negociación política de los castellanos, que tampoco tenían una visión propia de las nuevas conquistas del Maranhão y Grao Pará.79 Ante esta situación, el mito de la isla Brasil y la condición fronteriza del río Amazonas llegó a ser percibido en Castilla como un mal menor que por lo menos permitía contener el avance de los portugueses, sólidamente asentados en aquella difusa frontera, y del resto de naciones europeas.80

Nos parece, por tanto, que los pueblos nativos construyeron el espacio durante siglos (sino milenios) sobre la base de unas entidades geográficas de enorme importancia (grandes ríos navegables, imponentes macizos). En ellas florecieron sociedades complejas que facilitaron la integración continental y que reforzaron la coherencia cultural en determinadas regiones como el Brasil o la Guayana. Las distintas influencias culturales se mezclaron en el cauce amazónico, donde al momento de la conquista parecen mezclarse, por lo menos, las influencias culturales de signo tupí, caribe y arahuaco. A lo largo de esta fecunda (y todavía demasiado especulativa) historia, el sistema Orinoco-Amazonas-Paraguay se nos dibuja como un gran eje vertebrador de las dinámicas humanas y las interacciones sociales en las tierras bajas. Toda esa tradición, culturalmente construida, continuó palpitando de forma más o menos visible durante el periodo colonial y fue codificada, de manera indirecta, en los mitos de la Isla Brasil y la Isla Guayana. Dos islas que tradicionalmente estuvieron conectadas por las sociedades de frontera en el bajo Amazonas, pero que vieron ensancharse la distancia que las separaba con la desaparición de esas sociedades y el establecimiento del sistema colonial. La separación de ambas orillas fue alentada por algunas potencias europeas, que tuvieron que negociar sus aspiraciones políticas con una realidad étnica difícil de ignorar. Esta negociación, que apenas es visible en las fuentes, puede ser percibida en la sección inferior del río Amazonas. Queda por observar cuál fue su intensidad en otras fronteras amerindias del continente.


Notas

1 Neil Whitehead es uno de los autores que más ha defendido la utilidad de los mitos coloniales para estudiar la historia y las costumbres de los pueblos indígenas. Su obra ha servido de fuerte inspiración para la elaboración de este artículo. En especial: Neil Whitehead. El Dorado, Cannibalism and the Amazons - European myth and Amerindian praxis in the conquest of South America. En: w. Pansters; J. Weerdenberg. (Ed.), Beeld en Verbeelding van Amerika. University of Utrecht Press. Utrecht, 1992. P. 53-70
2 Umberto Eco. Sobre los islarios. En Revista de Occidente, v. 342. Fundación José Ortega y Gasset. Madrid, 2009. P. 33-35.
3 Enrique de Gandía. Historia crítica de los mitos y leyendas de la conquista americana. Centro Difusor del Libro. Buenos Aires, 1946.
4 Alfonso Reyes. El Presagio de América. En Última Tule, p. 5-95. Imprenta Universitaria. México, 1942. P. 18.
5 Luis Weckmann. La herencia medieval del Brasil. Fondo de Cultura Económica. México, 1993. P. 30.
6 Tarcisio Lancioni. El islario de Benedetto Bordone y la transformación del conocimiento geográfico. En Revista de Occidente, v.
7 Hasta hoy un pico de la isla Terceira, cerca de la ciudad de Angra, mantiene el nombre de Brasil. Ésta y otras referencias vinculadas al complejo insular del Brasil proceden de la excelente síntesis realizada por el medievalista mejicano Luis Weckmann. En Luis Weckmann. La herencia... Op. Cit. P. 32.
8 El embajador español en Inglaterra escribió a los Reyes Católicos en 1498: La gente de Bristol tiene, en los últimos siete años, enviado cada año uno, tres o cuatro barcos ligeros (carabelas) en busca de la isla de Brasil y de las siete ciudades. En William H. Babcock. Legendary Islands of the Atlante. American Geographical Society. New York, 1922. P. 68.
9 En Luis Weckmann. La herencia... Op. Cit. P. 38 ss.
10 Esta visión pesimista del progreso humano se expresaba en otros mitos asociados a la conquista americana, como el del buen salvaje (desarrollado, entre otros, por Michel de Montagne) o en las leyendas sobre el paraíso en la tierra que ocuparon a cosmógrafos y teólogos en los primeros tiempos del descubrimiento (Rosa Pellicer. Continens Paradisi: El libro segundo de El Paraíso en el Nuevo Mundo de Antonio de León Pinelo. En América sin nombre, n° 13-14. Alicante, 2009. P. 30-36).
11 Villegagnon, que es teólogo además de hombre de guerra y de conquista, aprovecha la oportunidad que le brinda la empresa de la Francia Antártica para intentar este experimento de una sociedad cristiana 'reformada' o restituida. Las circunstancias son, por otra parte, muy favorables ya que el lugar está vacío. El Brasil de 1555 ofrece la tabla rasa ideal para fundar sobre nuevos cimientos una Iglesia que no esté lastrada, desde el inicio, por un largo pasado de decadencia y de compromisos. Es el lugar perfecto para revivir los días felices de la Iglesia primitiva (trad. del autor). En Frank Lestrignant. La mémoire de la France Antarctique. En História, v. 27. Universidade Estadual Paulista. São Paulo, 2008. P. 101-133
12 Jean Perot, uno de los participantes de aquella aventura, confesaría a las autoridades castellanas que el Monsieur de la Ravardiera era hereje hugonote (Archivo General de Indias, Quito 158, folio 15v). La Corona francesa era plenamente consciente de ello, pero atenuadas ya las rivalidades religiosas que habían desangrado a Francia en los años anteriores, permitió que Ravardiére dirigiese la empresa. Eso sí, para evitar tentaciones reformistas en la isla se le obligó a llevar a cuatro misioneros capuchinos. Frank Lestrignant. Genève et l'Amérique: le rêve du Refuge huguenot au temps des guerres de Religion (1555-1600). En Revue de l'histoire des religions, t. 210, n. 3. 1993. P. 331-347.
13 1507: Capítulo IX). En Carla Lois. Isla vs. Continente. Un ensayo de historia conceptual. En Revista de Geografía Norte Grande, v. 54. Santiago de Chile, 2013. P. 85-107
14 En Luis Weckmann. La herencia... Op. Cit. P. 42.
15 Apud Geraldo Cantarino. Uma ilha chamada Brasil: o paraíso irlandés no passado brasileiro. Mauad Editora. Rio de Janeiro, 2004. P. 55.
16 Laura de Mello e Souza ha estudiado el debate sostenido en el siglo XVI entre los autores que aplaudieron el tirón popular del nombre Brasil y los que defendieron la conservación del nombre original de Santa Cruz. Entre los conservadores destaca el historiador João de Barros, quien lamentaba profundamente el cambio: Era como si importase más el nombre de un palo que tiñe paños que el del palo sagrado que dio tìnta a todos los sacramentos por los que estamos salvados, por la sangre de Cristo. Laura de Mello e Souza. O nome do Brasil. En Revista de Historia, v. 145. Universidade de São Paulo. São Paulo, 2001. P. 61-86.
17 El jesuita da prueba de la conciencia geográfica que los portugueses tenían en el siglo XVII. Para entonces, las cuencas del Amazonas y el Plata ya eran vistas como dos convenientes fronteras naturales: Estos dos ríos, el de las Amazonas, y el de la Plata, principio y fin de esta costa, son dos portentos de la naturaleza, que no es justo se pasen en silencio. Son como dos llaves de plata, o de oro, que cierran la tierra del Brasil. O son como dos columnas de líquido cristal, que la demarcan entre nosotros y Casilla, no sólo por parte de lo marítimo, mas también del terreno. Pueden también llamarse dos gigantes, que la defienden, y demarcan a lo largo y ancho, como veremos. Porque es cosa averiguada, y practicada entre los naturales del interior del sertao, que estos dos ríos no solamente presiden al mar con la vastedad de sus cuerpos, y bocas; mas también con la extensión de sus brazos abarcan la circunferencia toda de la tierra del Brasil... (trad. del autor).
Vasconcellos daba mucha credibilidad a las fuentes nativas, que ya habían demostrado su fiabilidad en los años anteriores al predecir el rumbo del río Amazonas: Decían pues, que aquel su grande río traía el primer origen de unas serranías monstruosas, y nunca jamás vistas en la tierra, de longitud y altura inmensas, que distaban espacio que ellos no sabían explicar, mas supieron experimentar sus abuelos, huyendo infortunios de guerras, junto al mar; y que aquellas serranías estaban llenas de metal amarillo, y blanco, y de piedras de colores hermosos (modo de hablar suyo, para decir oro, plata, y piedras preciosas); que las aguas del río corrían sobre esos mismos metales, y con ellos resplandecían a cada paso sus alrededores, montes, y valles circunvecinos; y que en señal de esto, traían aquellos naturales por ordinario las orejas y narices ornadas con pedazos de metal amarillo, que derretían, y hacían en láminas; y que del blanco hacían ciertas cuñas, que les servían en lugar de hachas para cortar los troncos de los árboles. (trad. del autor). Simao Vasconcellos. Chronica da Companhia de Jesus do Estado do Brasil, v. 1. Lisboa, 1865. P. XXXVIII-XL
18 De la relación titulada: Missao que fes o P. Luis Figueira da Companhia de Jesus, superior da Rezidencia do Maranhão, indo ao Grao Pará, Camutá, e Curupá, capitanias do Rio das Almazonas, no anno de 1636. Transcrita y publicada en Serafim Leite. Luiz Figueira. A sua vida heróica e a sua obra literária. Agencia Geral das Colônias. Lisboa, 1940. P. 188.
19 Alviano: ¿Sabéis por ventura de donde trae su principio tan grande río? Brandonio: Los naturales de la tierra quieren que lo tenga de una laguna, que dicen estar en el medio del sertão, de donde afirman que nacen los demás ríos reales y caudalosos, que sabemos por toda esta costa del Brasil (trad. del autor). En Ambrósio Fernandes Brandão. Diálogos das grandezas do Brasil. Versión digital de la Biblioteca Virtual do Estudante de Língua Portuguesa de la Universidade de São Paulo http://www.dominiopublico.gov.br/pesquisa/DetalheübraForm.do?select_action=&co_obra=1736Principalmente es pública fama entre ellos, que hay una laguna muy grande en el interior de la tierra, donde procede el río de San Francisco, de que ya traté: dentro de la cual dicen haber algunas islas y en ellas edificadas muchas poblaciones, y otras alrededor de ella muy grandes, donde también hay mucho oro, y más cantidad (según se afirma) que en ninguna otra parte de esta provincia. En Pero de Magalhães Gandavo. Historia da provincia de Santa Cruz. Lisboa, 1576. P. 47.
20 Según Cortesao, el primer mapa que ubica los límites de Brasil en los ríos Plata y Amazonas fue compuesto en 1519 por Lopo Homem. La laguna en las nacientes de ambos ríos no aparecería hasta 1559 con el mapa de André Homem. Tres años después, en el mapa de Bartolomeu Velho, ya aparece el nombre de Eupana, mientras que en 1600 Luis Teixeira se refiere al lago como Dourado y en 1618 Lucas de Queiroz anota en su mapa: Laguna encantada del Paytiti. Cortesão apunta que el término de Isla Brasil toma su expresión legendaria del mapa francés de Nicholas Sanson (1650). Finalmente, el primer portugués en circundar los límites de la Isla Brasil fue el bandeirante Antonio Raposo Tavares, quien entre 1648 y 1651 atravesó el Paraguay, bajó el río Madeira y desembocó en el océano sobre las aguas del Amazonas. En Jaime Cortesão. Alexandre de Gusmão e o Tratado de Madrid, parte II, t. II. Ministério das Relapoes Exteriores; Instituto Rio Branco. Rio de Janeiro, 1956.
21 En Jaime Cortesão. Alexandre de Gusmão... üp. Cit. P. 143
22 Alexandre de Gusmao fue el responsable portugués en las negociaciones del Tratado de Madrid. Según Cortesão, se habría servido del mito geo-político de la Isla Brasil para empujar los límites de Tordesillas: Aislar el Brasil, esto es, trazar los límites de una unidad geográfica, económica y humana, tan insular como sea posible, respetando por eso mismo las grandes diferenciaciones naturales y etnográficas dentro del continente, se convirtió hacía mucho en su programa. Alexandre de Gusmão retomaba el concepto de la Isla Brasil, no apenas a la luz de la insularidad geográfica y etnográfica, sino también de la historia o, en otras palabras, de las razones y de los intereses creados por la ocupación de los españoles. Se trataba de una obra de difícil equilibrio, por realizar. Difícil, porque debería asentarse sobre fundamentos durables. Y estos tenían que obedecer a las leyes de la naturaleza, de la pre-historia y de la historia (trad. del autor). En Jaime Cortesão. Alexandre de Gusmao... üp. Cit. P. 178
23 Su crítica se encuentra en el articulo titulado Un mito geopolítico: la Isla Brasil, publicado en Tentativa de Mitologia. São Paulo: Perspectiva, 1979. Apud Íris Kantor. Usos diplomáticos da Ilha Brasil. Polémicas cartográficas e historiográficas. En Varia Historia, v. 23, n. 37. Belo Horizonte, 2007. P. 70-80
24 Cinco de las ramas Tupí -Arikém, Mondé, Puruborá, Ramaráma y Tuparí- se hablan en espacios próximos entre sí al interior o cerca del estado de Rondónia. (Han sido muy afectadas por la deforestación en décadas recientes.) Esta concentración sugiere Rondónia como la más probable ubicación del proto-Tupí, putativa lengua original (trad. del autor). Aryon Rodrigues. Tupí. En Robin Dixon; Alexandra Aikhenvald. The Amazonian Languages. Cambridge University Press. New York, 2006. P. 107-124.
25 Debido a la expansión de los pueblos tupí-guaraní por el territorio brasileño, las lenguas de esta familia ya eran ampliamente uilizadas en la zona antes de la llegada de los europeos. Los jesuitas aprovecharon esta realidad y adoptaron la lengua tupinambá como base para crear una lengua vehicular de conversión. Exisieron hasta tres modalidades regionales (Língua Brasílica, Língua Geral Paulista, Língua Geral Amazónica o Nheengatu) que se confundían bajo el término de Língua Geral. El uso de estas lenguas (cotidiano en el Brasil e incluso oficial en la Amazonía) fue prohibido por el Marqués de Pombal en el siglo XVIII, iniciando desde entonces un lento declive que llevó a su desaparición. Todavía hoy la Língua Geral es hablada por algunos pueblos de la Amazonía Noroccidental. Aryon Rodrigues. Aspectos da História das Línguas Indígenas da Amazonia. En Maria do Socorro Simoes. Sob o signo do Xingu. IFNüPAP/UFPA. Belém, 2003. P. 37-51. José Ribamar Bessa Freire. Da 'Fala Boa' ao Portugés na Amazonia Brasileira. En Ameríndia, n. 8. CNRS. París, 1983. http://www.taquiprati.com.br/publicacao.php?ident=20.
26 La asociación entre la TPA y los pueblos de lengua del tronco tupí fue propuesta por Donald Lathrap y desarrollada por invesigadores como José Brochado o Fernando Noelli. Estos autores toman como punto de parida el 'modelo cardíaco' de Lathrap para defender una expansión de la cerámica policroma y de las lenguas tupí desde el curso medio del río Amazonas, desde donde algunos grupos habrían remontado el río Madeira mientras que otros habrían navegado Amazonas abajo hasta su desembocadura. Esta propuesta, conocida como teoría de la pinza o boca de caimán, fue ampliamente defendida por Brochado y Noelli, pero cada vez iene menos adeptos. Sus principales puntos débiles se encuentran en la falta de dataciones que validen sus sofisticadas hipótesis. Así, mientras Lathrap y sus discípulos calculaban una mayor antigüedad de estas cerámicas policromas y situaban su centro de difusión en el curso medio del río Amazonas, hoy parece evidente que su antigüedad en la zona es mucho menor (poco más de mil años) y es posible (según los hallazgos de Eurico Miller) que su centro de origen se encontrara en la faja sur amazónica, cerca del curso superior del río Madeira (casualmente, la zona propuesta para la dispersión de las lenguas tupís). De todas maneras, insisimos, no es conveniente creer en una asociación estricta entre esilos cerámicos y grupos lingüísicos, ya que ello dejaría fuera de vista los múliples procesos de intercambios, etnogénesis y apropiaciones varias que acompañan el devenir de cualquier sociedad. Ver José Brochado. A expansão dos Tupi e da cerámica da Tradição Policômica Amazônica.. En Dédalo, n. 27. São Paulo, 1989; Francisco Silva Noelli. The Tupi: explaining origin and expansions in terms of archaeology and of historical linguistics. En Antiquity, 1998; Greg Urban. ün the geographical origins and dispersion of Tupian Languages. Revista de Antropologia, v. 39, n. 2. São Paulo, 1996; Michael Heckenberger; Eduardo Góes Neves y James B. Petersen. De onde surgem os modelos? As origens e expansões Tupi na Amazonia Central. En Revista de Antropologia, v. 41, n. 1. São Paulo, 1998; Eduardo Góes Neves. Archaeological Cultures and Past Identities in the Pre-Colonial Central Amazon. En Alf Hornborg y Jonathan Hill (Ed.). Ethnicity in Ancient Amazonia: Reconstructing Past Identities from Archaeology, Linguistics and Ethnohistory. University Press of Colorado. Boulder, 2011. P. 31-56.
27 André Prous; Tania Andrade Lima (Ed.). Os ceramistas Tupiguarani, v.1. Sigma. Belo Horizonte, 2008.
28 Glória Kok. Vestigios indígenas na cartografía do sertão da América portuguesa. En Anais do Museu Paulista, v. 17, n. 2. São Paulo, 2009. P. 91-109
29 Isabelle Combés. Pai Sumé, el Rey Blanco y el Paititi. En Anthropos, v. 106. Anthropos Institut. 2011. P. 99-114
30 Anthony Knivet. Notavel viagem que, no anno de 1591 e seguintes, fez Antonio Knivet, da Inglaterra ao mar do sul, em companhia de Thomas Candish. En Revista Trimensal do Instituto Histórico Geographico e Ethnographico do Brazil, tomo XLI, parte I. Typ. de Pinheiro & C. Rio de Janeiro, 1878. P. 183-272. http://www.etnolinguistica.org/biblio:knivet-1878-notavel
31 Alfred Métraux. Migrations historiques des Tupi-Guarani. En Journal de la Sociéte des Américanistes, t. 19. 1927. P. 1-45
32 Ver narraciones de esta(s) epopeya(s) en Toribio de ürtiguera. Jornada del río Marañón. Biblioteca Nacional de España, Mss. 3211, f. 12; Francisco Vázquez. Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado hecha por el gobernador Pedro de Orsúa. Sociedad de Bibliófilos Españoles. Madrid, 1881; Gonzalo Zúñiga. Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el río del Marañón... En Luis Torres (Ed.). Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las antiguas posesiones españolas en América y Oceanía, t. IV. Madrid, 1865. P. 215-282; Pedro Monguía. Relación breve... En Luis Torres. Colección de... üp. Cit. P. 191-216; Gandavo. Historia da... üp. Cit.
33 En Francisco Vázquez. Relación de... üp. Cit. P. 2
34 El debate sobre las razones que provocaban las migraciones de los pueblos de lengua tupí-guaraní está lejos de cerrarse. La visión más tradicional presupone una motivación religiosa en estas romerías con destino en el paraíso terrenal. Las fuentes históricas dan sustento a esta visión milenarista de la religión tupinambá, aunque el principal sustento de la misma fue el trabajo etnográfico de Curt Nimuendaju entre los Apapokuva a principios del siglo XX y su conexión con los Tupinambá históricos por parte de Alfred Métraux. De este grupo guaraní procede el famoso término de Tierra sin Mal (Ivy marãey), que Bartomeu Meliá prefiere traducir como Tierra Virgen o Cultivable. Esta traducción abre nuevas vías de interpretación "no enteramente místicas" (Bartomeu Meliá. La tierra sin mal de los Guaraní. Economía y Profecía. En Suplemento Antropológico, v. 22, n. 2. Asunción, 1988. P. 81-97). También Pierre y Hélène Clastres fueron más allá de una simple explicación espiritual: con sus matices, ambos autores creyeron ver en estas migraciones una resistencia de la sociedad ante la emergencia de formas estatales. Las migraciones habrían sido un mecanismo nativo para impedir la concentración de poder. Recientemente, Cristina Pompa ha propuesto combinar las explicaciones religiosas, económicas y políticas para comprender cada una de estas migraciones en su contexto histórico, evitando generalizaciones y reificaciones. Cristina Pompa. ü Profetismo Tupi-Guarani: A construção de um objeto antropológico. En Revista de Indias, v. LXIV, n. 230. Sevilla, 2004. P. 141-174.
35 En Francisco Vázquez. Relación de... üp. Cit. P. 29.
36 Pedro Teixeira. Biblioteca de Ajuda. Relación del General Pedro Teixeira del río de las Amazonas. 51-V-41. F. 5-8; Mauricio Heriarte. Descripção do Maranhão,, Pará, Corupá e Rio das Amazonas. Viena, 1874.
37 Cristóbal Acuña. Nuevo Descubrimiento del Gran Río de las Amazonas. Imprenta del Reino. Madrid, 1641. P. 35. https://archive.org/details/bub_gb_R28BAAAAQAAJ.
38 La conquista portuguesa del norte brasileño se aceleró en los últimos años del siglo XVI, tras la toma definitiva de Rio Grande do Norte. Desde entonces, en una expansión frenética, la bandera lusa ondeó sucesivamente en el Ceará (1612), Maranhão (1615) y Pará (1616), cubriendo un área de más de 1.500 kilómetros de costa. Este avance, sin embargo, se detiene de forma abrupta en la desembocadura del Amazonas, coincidiendo con el límite norte de la expansión tupinambá. Los nuevos rumbos de la expansión portuguesa se dirigen río Amazonas arriba, área de influencia de diversos pueblos de lengua tupí, mientras que la orilla norte apenas es incorporada al estado colonial. No hay evidencia histórica de poblaciones tupí-guaraní en esa orilla norte, más allá de las poblaciones establecidas junto al cauce principal del Amazonas en las desembocaduras de los ríos Nhamundá - Trombetas y, sobre todo, en el sector comprendido entre las actuales ciudades de Monte Alegre (antigua misión de Gurupatuba) y Almeirim (junto al río Paru). La huella tupí parece evidente a principios del siglo XVII en estas zonas junto al río Amazonas, aunque se debilita rápidamente hacia el interior, dando pie a un escenario de interacciones con otros pueblos y culturas (caripuna, p.ej.) que apenas podemos vislumbrar en las fuentes.
39 Ver, por ejemplo, Joaquim Caetano da Silva. L'Oyapoc et l'Amazone: Questionne Brésilienne et Française. Imprimerie de L. Martinet. París, 1861.
40 Los planos y duros llanos, compuestos de suelos petrolíferos de pizarra gris (greyish shale), son súbitamente reemplazados por la tierra roja que caracteriza a Guayana. Estos suelos lateríticos rojos también alimentan ideas sobre la pobreza de los suelos amazónicos, y son ciertamente del tipo morfológico que desafía las nociones occidentales de productividad agrícola. Sin embargo, son ricos en minerales y en el embrujo del oro. Hacia el sur, estos contrastes se repiten en el carácter hidrológico de los ríos que fluyen en dirección sur, drenando el viejo y duro corazón granítico del Escudo de Guayana, ríos que presentan quebradas hondas y estrechos rápidos, un aspecto muy diferente a los serpenteantes y anchos cursos de agua que fluyen en dirección norte hacia el canal amazónico. La profunda selva verde de los flancos septentrionales de las montañas Pakaraima, las cuales forman la cumbre del Escudo Guayanés, junto a la cadena Parima, también contrastan vivamente con las sabanas que cubren los flancos meridionales. Cimentada en estas características del paisaje físico, la 'isla de Guayana' fue entendida, tanto en el pensamiento colonial como nativo, como distinta a su contraparte meridional: la 'isla del Brasil'. El canal del río Amazonas es así una frontera y no un centro en estos sistemas continentales (trad. del autor). Neil L. Whitehead. The sign of Kanaimà, the space of Guayana and the demonology of development. En Cahiers des Amériques Latines (Dossier: La Guyane, une île en Amazonie), v. 43. 2003. P. 67-86.
41 Las fuentes coloniales del siglo XVI dejan clara la presencia de pueblos tupís sobre ambas orillas del río Amazonas, pero apenas sí sugieren su influencia hacia el interior de las Guayanas. Ya a partir del siglo XVII, la presión portuguesa provocó que muchos grupos de la orilla sur huyeran hacia el norte. Actualmente sólo se tiene registro de tres grupos indígenas de lengua tupí en las Guayanas. Todos ellos se encuentran en el área fronteriza entre la Guayana francesa y el Brasil, y es dable suponer que hicieron su entrada en la región en los últimos siglos. Es el caso de los Waiãpi, por ejemplo, cuya migración desde el bajo Xingú entre los siglos XVII y XVIII ha sido suficientemente demostrada (Pierre Grenand. Ainsi parlaient nos ancêtres. Essai déthnohistoire Wayapi. ORSTOM. París, 1982; Dominique T. Gallois. Migraçâo, Guerra e Comércio: os Waiapi na Guiana. FFLCH-USP. São Paulo, 1986). Semejante itinerario podrían haber seguido los Emerillon (Teko) del río Oyapock, grupo formado con los descendientes de los tupí-guaraní que entraron a las Guayanas desde el sur. Rodeados de pueblos de lengua caribe, los Waiãpi y los Emerillon establecieron fuertes relaciones entre ellos y se integraron con éxito en las redes locales, participando de un intenso intercambio cultural (Françoise Rose. Borrowing of a Cariban number marker into three Tupi-Guarani languages. En Martine Vanhove et al (Ed.) Morphologies in Contact. Akademie Verlag GmbH. Berlín, 2012. P. 37-69. https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00724357). Menos clara es la trayectoria de los Zo'e, apenas contactados en 1987.
42 La etnohistoria regional ha desvelado en las últimas décadas un complicado entramado de relaciones étnicas en que se mezclaban grupos arahuacos, caribes, warao y demás. Hoy parece evidente que en el Orinoco pre-colonial se daba un sistema regional de interdependencias que conllevaba una fuerte integración y aculturación regional (ver, por ejemplo, Nelly Arvelo-Jiménez y Horacio Biord Castillo. The impact of Conquest on Contemporary Indigenous Peoples of the Guiana Shield. En Amazonian Indians. From Prehistory to the Présent. Anna Roosevelt (Ed.). The University of Arizona Press. 1994. P. 55-78; Horacio Biord Castillo. Sistemas Interétnicos Regionales: el Orinoco y la costa noreste de la actual Venezuela en los siglos XVI, XVII y XVIII. En Diálogos Culturales. 2006. P. 85-120; H. Dieter Heinen y Álvaro García-Castro. The Multiethnic Network of the Lower Orinoco in Early Colonial Times. En Ethnohistory, v. 47. 2000. P. 561-579; Francisco Tiapa. Las relaciones interétnicas entre los Warao de la frontera noroccidental del delta del Orinoco durante la época colonial. En Trocadero, v. 19. 2007. P. 215-228). Las mismas dinámicas han sido percibidas en otras regiones de la Guayana, como el litoral y el sector más próximo a la desembocadura del Amazonas (Simone Dreyfus. Les Réseux politiques indigènes en Guyane occidentale et leurs transformatons aux XVIIe et XVIIIe siècles. En L'Homme, t. 32, n° 122-124. 1992. P. 75-98). Esta visibilidad de las redes de relaciones ha forzado a una re-interpretación de la visión tradicional de los pueblos natvos de la Guayana, consagrados como individualistas extremos a través de la obra de Peter Rivière y sus contemporáneos (Peter Rivière. Individual and Society in Guiana. Cambridge University Press. 1984). Este aislacionismo hipotético ha sido criticado, por ejemplo, en la obra colectiva: Dominique Gallois (Ed.). Redes de relaçôes nas Guianas. Editorial Humanitas. São Paulo, 2005.
43 Las relaciones entre lengua y cultura son problemáticas, pero autores como Fernando Santos Granero han defendido en los últimos años la existencia de matrices culturales vinculadas a las grandes familias lingüísticas en la Amazonia. Estas matrices o ethos estarían expuestas al trabajo del tiempo y las culturas regionales, por lo que Santos Granero propone que el ethos de un pueblo no está hecho de reglas, estrategias o construcciones ideológicas sino de disposiciones inconscientes, inclinaciones y prácticas, que dan forma a esas reglas, estrategias e ideologías al tiempo que son influenciadas por ellas. Para el caso arahuaco, se han propuesto cinco rasgos esenciales de esta matriz cultural: la ausencia de endo-guerra; la tendencia a establecer alianzas con pueblos lingüísticamente afines; cierto énfasis en la descendencia, la consanguinidad y la comensalidad como las bases de la vida social ideal; valoración de la ancestralidad, genealogía y posición heredada como bases del liderazgo político; lugar central de la religión en la vida personal, social y política. En Fernando Santos-Granero. The Arawakan Matrix: Ethos, Language and History in Native South America. En Fernando Santos-Granero y Jonathan Hill (Ed.). Comparative Arawakan Histories: Rethinking Language Family and Culture Area in Amazonia. University of Illinois Press. Urbana: 2002. P. 25-50.
44 Marshall Durbin. A survey of the Carib Language Family. En Ellen Basso (Ed.). Carib-speaking Indians: Culture, Society and Language. University of Arizona Press. 1977. P. 23-38.
45 Los vestigios más antiguos de esta tradición cerámica han sido identificados en el valle del Orinoco, con dataciones que llevan su antigüedad hasta los siglos VI-VII de nuestra era. Desde esta región se expandió por los llanos occidentales de Venezuela, las Antillas y el litoral de las Guayanas, alcanzando su punto máximo de difusión a la altura de la actual Guayana Francesa, donde habría entrado en contacto con estilos cerámicos de la tradición Inciso-Punteado, dando origen a variedades regionales híbridas. Stéphen Rostain. The Archaeology of the Guianas: An Overview. En Helaine Silverman y William H. Isbell (Ed.). Handbook of South American Archaeology. Springer. New York, 2008. P. 279-302.
46 El origen geográfico de la fase Koriabo ha sido propuesto en el interior de las Guayanas. Esta cerámica ha sido definida por los especialistas como un caso singular porque es el único estilo cultural verdaderamente de las Guayanas que no puede encontrarse fuera de esta área (Stéphen Rostain. The Archaeology... Op. Cit. P. 299). Sus rasgos más característicos aparecen a partir del siglo XIII en un amplio territorio que abarca las orillas del río Amazonas, el río Jari y el litoral atlántico de la Guayana oriental. Martijn Van den Bel y Mariana Cabral han propuesto que esta cerámica no estaba asociada a una sola cultura, sino que era utilizada como objeto de intercambio en el interior de las redes multi-étnicas que se extendían por la Guayana. Esto explicaría su gran difusión y la ausencia de elementos domésicos de esta fase cerámica. Mariana Cabral. Juntando cacos: Uma reflexão sobre a classificação da fase Koriabo no Amapá. En Amazônica, 3 (1). 2011. P. 88-106.
47 La zona de los antiguos movimientos y ocupaciones caribe se corresponden relativamente bien con el mapa de los sitos Koriabo. Diversos grupos de la familia lingüística caribe están repartidos en el interior del Escudo de las Guayanas y el mapa de sus antiguas migraciones, elaborado principalmente a partir de los datos lingüísticos, coincide aproximadamente con los movimientos supuestos de las poblaciones Koriabo. Stéphen Rostain. Archéologie du littoral de Guyane. Une région charnière entre les influences culturelles de l'Orénoque et de l'Amazone. En Journal de la Société des Américanistes, t. 80. 1994. P. 9-46.
48 Podemos destacar los fracasos sucesivos de Diego de Ordaz (1531-1535), Jerónimo de Artal (1536) o Diego Fernández de Serpa (1568-1569). Ver más detalles en Pablo Ojer. La formación del Oriente Venezolano, v. I: Creación de las Gobernaciones. Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, 1966.
49 La existencia de una gran laguna en el interior de Guayana parece imprescindible para dar solidez al mito de El Dorado, siempre asociado a elementos lacustres. Ya en 1674 el misionero Grillet dudaba de la veracidad de las informaciones de Raleigh, puesto que al alcanzar las coordenadas que marcaban los mapas no descubrió ni rastro de la mítica laguna (Jean Grillet. Journal du Voyage que les Peres Jean Grillet & François Bechamel, de la Compagnie de Jesus, ont fait dans la Goyane en 1674. Incluida en la traducción francesa de Marin Le Roy de Gomberville del Nuevo Descubrimiento... de Acuña: Relation de la Rivière des Amazones. París, 1682. http://books.google.es/books/about/Relatíon_de_la_Riviere_des_Amazones.html?id=mWQ4B_QyE8IC&redir_esc=y). Sin embargo, el mito del lago Parime continuó reproduciéndose en la cartografía. (Jesús M§ Porro. Un mito geográfico de larga tradición: la perduración cartográfica de la laguna Parime. En Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, v. XVIII, n° 1032. Universidad de Barcelona. Barcelona, 2013) ¿Fue una mera invención colonial o respondía a informaciones nativas? El geógrafo Emmanuel Lézy ha recopilado varias investigaciones científicas realizadas en la región del alto río Branco para concluir que realmente existió una laguna en las sabanas interiores de la Guayana, en la ubicación de la actual Ilha de Maracá, hogar de vestigios arqueológicos que apenas han sido estudiados. Emmanuel Lézy. La Guyane, un territoire de légendes, en marge de toutes les cartes, en Cahiers des Amériques Latines (Dossier: La Guyane, une île en Amazonie), v. 43. 2003. P. 39-65.
50 Ralegh jugó sutilmente con la ambigüedad entre la cercanía y conexiones con el Perú por un lado, y la independencia geográfica del imperio de Guayana por el otro. La búsqueda de un pasaje o entrada a Guayana es un tema recurrente en la narrativa de Ralegh, que considera las tentativas anteriores desde el Perú, Orinoco y Amazonas, delimitando un espacio virgen y aislado por cordilleras infranqueables: Para concluir, Guayana es un país que tiene todavía su doncellez, nunca saqueada, revuelta, ni quebrada; la capa de la tierra no ha sido roturada, ni la virtud y los minerales de la tierra gastados por cultivos; las tumbas no han sido abiertas en busca de oro, las minas no han sido rotas con rastras, ni las imágenes desmontadas de los templos. Nunca ha sido invadida por ejércitos de fuerza, ni nunca conquistada o poseída por ningún príncipe cristiano. (...) Guayana tiene una sola entrada por el mar, si es que la tiene, para navíos grandes; así que quien la posea primero, la encontrará inaccesible para cualquier enemigo, a menos que venga en chalana, gabarras o canoas, o también en botes de fondo plano (...). Por tierra es extremadamente imposible acercarse, pues tiene la situación más fuerte que cualquier otra nación bajo el sol y está rodeada de montañas a cada lado que no se pueden cruzar y es imposible avituallar ningún ejército en la entrada. Walter Raleigh. Las doradas colinas de Manoa. Ediciones Centauro. Caracas, 1980. P. 202-203.
51 Así se expresaba pocos años después el colono Robert Harcourt: Tomé la dicha posesión de estas partes, en nombre de todo el continente de Guiana, que queda entre los ríos de Amazonas y Orinoco, no siendo actualmente poseído ni habitado por ningún otro Príncipe Cristiano o Estado; de lo cual los indios parecieron contentos y satisfechos (trad. del autor) Robert Harcourt. A relation of a voyage to Guiana performed by Robert Harcourt of Stanton Harcourt in the Countie of Oxford Esquire. En Samuel Purchas. Purchas His Pilgrims, v. XVI. University Press. Glasgow, 1906. P. 358-402.
52 Neil Whitehead. El Dorado... Op. Cit.
53 Son numerosas las referencias de la época a los objetos de oro en el litoral de Guayana. Presentamos aquí un bello ejemplo: Así desde Dominica (Santo Domingo) hasta el Amazonas que es más de doscientas cincuenta leguas, todos los jefes indios en todas partes usan estas planchas (chagualas) de oro de Guayana. Sin duda los que comercian con los Amazonas adquieren mucho oro, que como se ha dicho proviene del comercio de Guayana, por algún ramal de un río que cae del país al Amazonas; y también es por el río que pasa por la nación de los llamados Tiznados o por Carepuna. En Walter Raleigh. Las doradas... Op. Cit. P. 86-87.
54 No deja de ser sorprendente la similitud entre el nombre de este grupo y la dorada capital imperial evocada por Raleigh. Para ver más sobre las actividades de los Manoa en tempos coloniales: George Edmundson. Early relations of the Manoas with the Dutch, 1606-1732. En English Historical Review, v. 21. 1906. P. 229-253; Neil Whitehead. Ethnic transformation and historical discontinuity in Native Amazonia and Guayana, 1500-1900. En LHomme, t. 33, n. 126-128. 1993. P. 285-305; Silvia Vidal. Liderazgo y confederaciones multiétnicas amerindias en la Amazonia luso-hispana del siglo XVIII. En Antropológica, v. 87. 1997. P. 19-46.
55 La apropiación simbólica del paisaje y su uso cultural ha sido identificado como un rasgo constante entre los pueblos arahuacos. Ver, por ejemplo, Fernando Santos Granero. Arawakan Sacred Landscapes. Emplaced Myths, Place Rituals, and the Production of Locality in Western Amazonia. En Ernst Halbmayer y Elke Mader (Ed.). Kultur, Raum, Landschaft. Zur Bedeutung des Raumes in Zeiten der Globalität. Brandes & Apsel Verlag. Frankfurt am Main, 2004. P. 93-122.
56 Jonathan Hill. Sacred Landscapes as Environmental Histories in Lowland South America. En Alf Hornborg y Jonathan Hill (Ed.). Ethnicity in... Op. Cit. P. 259-278.
57 Silvia Vidal. The Arawak-Speaking groups of Northwestern Amazonia: Amerindian Cartography as a way of preserving and interpreting the past. En Neil Whitehead (Ed.). Histories and Historicities in Amazonia. University of Nebraska Press. Lincoln, 2003. P. 33-57.
58 Para el caso Kariña ver, por ejemplo, Gérard Collomb y Félix Tiouka. Na'na Kali'na. Une histoire des Kali'na en Guyane. Ibis Rouge Éditons. Cayenne, 2000. Para el caso Palikur: Alan Passes. The Gathering of the Clans: The Making of the Palikur Naoné. En Ethnohistory, 51:2. 2004.
59 Whitehead propone que la concepción de la Guayana como un todo es anterior a los europeos, de base indígena. En el centro de este territorio culturalmente construido se encontrarían las terras altas de Guayana, núcleo del Kanaimà: La zona de kanaimà es a la vez una construcción intelectual y un espacio físico que comprende el paisaje geográfico de la región entre los ríos Orinoco y Amazonas, limitada hacia el oeste por la conexión fluvial de estos ríos vía el río Negro y, hacia el este, por el océano Atlántico (trad. del autor). Neil Whitehead. The sign... Op. Cit. P. 68.
60 Joseph-Antoine Le Febvre de la Barre. Description de la France equinoctiale, cy-devant appellee Guyanne, et par les Espagnols, el Dorado. París, 1666, p. 14 (Disponible online en gallica.bnf.fr, servicio digital de la Biblioteca Nacional de Francia).
Z 61 Los portugueses establecidos a orillas del Río de las Amazonas, han estado un largo tiempo sin extender sus descubrimientos en la Guayana, lo que habrían podido hacer a través de varios ríos que vienen del interior de este vasto País, para descargar dentro del de las Amazonas: pero sea porque sus asentamientos del Brasil les impiden pensar en ello, o porque más bien crean que los franceses establecidos en la Guayana se opondrían con las tentaivas que hicieran de su lado, llevan mucho iempo sin acercarse al Cabo del Norte (trad. del autor). Jacques Nicolas Bellin. Déscription Géographique de la Guyane. París, 1743. P. 21. http://www.manioc.org/patrimon/FRA11091.
62 El error de los Geógrafos antiguos consistía en la falsa suposición que el Río Amazona y el Orinoco eran brazos de un mismo río. Pero siempre queda verdadero que aquella parte del Continente conocida debajo del nombre de Guayana, es efectivamente una Isla, cuyos lados bañan el Mar y los dos famosos ríos de el Orinoco y de las Amazonas, unidos entre sí por el río Negro. Charles Marie Condamine. Viaje a la América Meridional por el río de las Amazonas. Abya-Yala. Quito, 1993. P. 68.
63 A mediados del siglo XVIII son varios los autores que confirman esta noticia. El misionero Bento da Fonseca, escribió en 1749: Por estas cartas (de 1739), y con esta ocasión se supo, que el río Negro tiene cerca de tres meses de viaje navegable, que desciende del Poniente para el Naciente casi paralelo al río de las Amazonas, que por un brazo se comunica con el río Orinoco, y que del Pará se puede ir por los ríos, y por agua, sin poner pie a tierra, subir y descender hasta la ciudad de Guayana, e Isla de Trinidad, que le queda frontera; quedando cierto, que todo el continente de Guayana queda siendo una Isla cercada del mar, y de los ríos Amazonas, Negro y Orinoco. En Bernardo Pereira de Berredo. Annaes Históricos do Estado do Maranhão. Typographia Maranhense. São Luís, 1849. P. XVI. En los mismos años, el esclavista portugués Francisco Xavier de Moraes atestiguaba también el vínculo natural entre las aguas del Orinoco y el Negro. En John Hemming. Amazon Frontier: The defeat of the Brazilian Indians. Harvard University Press. 1987. P. 10.
64 En Vidal (1902), apud Emmanuel Lézy. La Guyane... Op. Cit. P. 41-42.
65 En su división regional de la zona de bosque tropical en América, los editores del influyente Handbook of South American Indians presentaron la Guayana como una región cultural. Posiblemente influenciada por el trabajo del antropólogo Walter Roth, aquella clasificación sirvió de referencia a los antropólogos de generaciones posteriores, como Peter Rivière, quien confesaba seguir los criterios del Handbook para establecer su recorte geográfico. John Gillin. Tribes of the Guianas and the left Amazon tributaries. En Julian Steward (Ed.). Handbook of South American Indians, v. 3. Bureau of American Ethnology. Washington, 1948. P. 799-860.
66 Escribe Lézy que la cuesión fundamental sobre la Guayana no es la de su localización, de su funcionamiento actual o de su porvenir, sino de la su propia existencia. La Guayana es un objeto geográfico extraño del que todavía no sabemos, cuatro siglos después de su aparición, si no es un simple espejismo (trad. del autor). Emmanuel Lézy. La Guyane... Op. Cit. P. 39.
67 En el principio eran dos islas, escribió Leandro Tocantins en 1952. Un largo canal pelágico separaba las dos grandes ínsulas apostadas en los océanos, como centinelas de la aurora del mundo. Sólo el reloj de las aguas registraba el tiempo de la era primaria, que corría en la expectativa de los grandes cataclismos. Estas islas, batidas por las olas del océano, eran al norte lo que hoy se llama el altiplano de Guayana, y al sur el altiplano central brasileño de los días actuales. El escritor y periodista brasileño se refería así a la idea muy extendida desde mediados del siglo XIX sobre el origen geológico del continente sudamericano, según la cual el proto-río Amazonas se extendía como una frontera marítima entre las islas del norte (Guayana) y del sur (Brasil). La teoría había sido propuesta por el geólogo norteamericano Charles Frederick Hartt y posteriormente desarrollada por su alumno Orville Adalbert Derby. Leandro Tocantins. O rio comanda a vida. Uma interpretação da Amazonia. Ed. de Civilização Brasileira, 1961; Barão de Marajó. As Regiões Amazônicas. Estudos chorographicos dos Estados do Gram Pará e Amazônas. SECULT. Belém, 1992.
68 Las sociedades complejas del río Amazonas han sido objeto de múltiples investigaciones arqueológicas y etnohistóricas en las últimas décadas, especialmente a partir de los trabajos de Donald Lathrap y sus alumnos José Brochado y José Oliver, quienes trataron de reconstruir las rutas de expansión de las principales culturas de las tierras bajas a partir de una hipótesis que ubicaba su punto común de origen en el curso medio del río Amazonas. Posteriormente, Anna Roosevelt, Denise Schaan, Vera Guapindaia, Eduardo Góes Neves, Michael Heckenberger y otros autores han ampliado los estudios sobre unas sociedades que han ido recuperando espesor histórico a medida que los vestigios arqueológicos revelaban su complejidad social y artística. Una complejidad que ya habían advertido los primeros cronistas, pero que había sido menospreciada por las escuelas más deterministas de las ciencias sociales, capitaneadas en el caso amazónico por Julian Steward (editor del Handbook of South American Indians) o Bety Meggers. Autores como António Porro han recuperado el valor etnohistórico de estas fuentes.
69 Ésta es la terminología empleada por Silvia Vidal para referirse a las sociedades complejas del área amazónica. Vidal enumera las siguientes características: A pesar de su heterogeneidad etnicolingüística, los macrosistemas compartían las siguientes características (Vidal 1993): (1) la multietnicidad, (2) las jerarquías interétnicas y entre aldeas, (3) territorios claramente definidos, con zonas de amortiguación, y pueblos fronterizos fortificados con guerreros para la vigilancia y la defensa, (4) líderes supremos cuya autoridad y poder se definían por su control sobre la gente, y por el dominio político de un grupo o sector sobre otras poblaciones, (5) la especialización económica y la produc)ción de excedentes para el intercambio intra e inter-macrosistemas, (6) interdependencia socioeconómica de los grupos ribereños e interfluviales, y (7) una etnicidad que trascendía las fronteras económicas, políticas y lingüísticas. En Silvia Vidal y Alberta Zucchi. Efectos de las expansiones coloniales en las poblaciones indígenas del Noroeste Amazónico (1798-1830). En Colonial Latin American Review, v. 8, n. 1. P. 113-132. Ver también Silvia Vidal. Reconstrucción de los procesos de etnogénesis y de reproducción social entre los Baré de Río Negro (siglos XVI-XVIII). Tesis Doctoral. CEA-IVIC. Caracas, 1993.
70 Michael Heckenberger y Eduardo Neves han propuesto la existencia de dos cinturones de civilización (el río Amazonas y la periferia sur amazónica) fuertemente influenciados por pueblos de lengua y cultura arahuacas. En la faja meridional habrían destacado sociedades como la Xinguano (alto río Xingú), Parecís (alto río Tapajós), Moxos o Bauré (en la región oriental de los llanos). En ambas regiones, la nota predominante habría sido la integración regional de pequeñas unidades políticas en un mayor conglomerado social, el cual podía incorporar elementos culturales diversos. Michael Heckenberger y Eduardo Góes Neves. Amazonian Archaeology. En Annual Review of Anthropology, v. 38. 2009. P. 251-266.
71 La mayoría de estos entramados sociales del río Amazonas sufrieron procesos de desagregación antes o durante las primeras décadas de la conquista europea, por lo que desconocemos detalles de sus perfiles lingüístico y cultural. Nada se sabe de la lengua de las sociedades marajoara o tapajó, más allá de que no eran lenguas del tronco tupí. Los grupos Manoa del río Negro (y las sociedades vecinas) empleaban lenguas arahuacas, mientras que los Omagua y los Cocama del curso superior del río se expresaban en lenguas tupí que durante mucho tiempo hicieron pensar en un origen lejano de estos grupos. Sin embargo, ciertos lingüistas han sugerido la posibilidad de que estos grupos adoptaran su lengua tupí-guaraní en tiempos recientes, protagonizando uno de los característicos cambios lingüísticos del escenario cultural amazónico. En Alf Hornborg y Jonathan Hill. Ethnicity in... Op. Cit. P. 137.
72 Juan López de Velasco. Geografia y Descripción Universa! de las Indias [1574]. Madrid, 1894. P. 149. Las mismas coordenadas da Antonio de Herrera, ambos basándose probablemente en las capitulaciones firmadas entre la Corona y el capitán Diego de Serpa en 1569, o incluso en la licencia anterior concedida a Diego de Ordaz en 1532.
73 En Pablo Ojer. La formación... Op. Cit. P. 197.
74 Las autoridades castellanas no parecen haber mantenido una posición estable respecto a la frontera amazónica en el siglo XVI, ya que se combinaban las capitulaciones que respetaban los contornos de la isla Guayana (como la de Jerónimo de Aguayo) con otras que trascendían los límites del río Amazonas en busca del Maranhão y el norte del Brasil. Esta flexibilidad en la interpretación ilustra bien la influencia de múltiples percepciones del espacio en las tierras bajas americanas existentes durante los siglos XVI y XVII. En este aspecto, no hay que perder de vista que los mitos coloniales de la isla Brasil y la isla Guayana eran sólo algunas de las propuestas vigentes en la época.
75 El río Tomebamba, y el río Macas, y el río de los Quixos, con otros brazos muy grandes y muy caudalosos que desaguan en él (el río Amazonas) por la parte del poniente y verientes de todo el Nuevo Reino y Nueva Andalucía, y por la parte de medio día de hacia las provincias del río de la Plata, con quien ha querido decirse comunica, aunque no parece verosímil hasta que de estas ierras y ríos se tenga más entera noticia... (...) y en algunas cartas portuguesas describen los nacimientos de este río, que sale de una laguna grande que quieren sentir que sea la del Dorado, pretendiendo caer este río y ella en la demarcación de Portugal; pero todo es incierto, y lo más fingido, mientras no hubiere más averiguación. En Juan López de Velasco. Geografía y... Op. Cit. P. 156-157.
76 Así rezaba el informe del capitán Juan de Melo, diputado de la Universidad de Mareantes de Sevilla, a mediados del siglo XVII: Este río Marañón es un brazo del río de la Plata, como también lo es el Río de las Amazonas, y estos dos ríos dividen y hacen como isla el estado de Brasil que poseen portugueses, separando a otra parte la tierra firme de las Indias de su Majestad y ambos van a dar con sus nacimientos en el Río de la Plata. AGI, Quito 158, f. 39r.
77 (...) dicen que es tierra muy rica de oro, y por la relación de los indios Aruacas se entiende que es tierra bien poblada de muchos indios y buena gente. En Juan López de Velasco. Geografía y... Op. Cit. P. 153. Años más tarde, Don Francisco de Texada y Mendoza respondía al Consejo de Indias con vagas informaciones sobre el establecimiento de europeos en el río Amazonas, afirmando que desto se ha tenido noticia por los indios Aruacas, que son amigos de los españoles y enemigos de los caribes con quien comercian los extranjeros. AGI, Quito 158, f. 51r. Por las intensas relaciones con estos grupos, los españoles se referían a esta región como Provincia o Costa de los Aruacas.
78 Además, en la punta del Cabo de Norte puede leerse: Tierra de Paragotos. Amigos de Aruacas. En Cartas de Indias. Publícalas por primera vez el Ministerio de Fomento. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1877. Mapa II.
79 Y que como éstas son tierras y costas de mar que no las han andado ni navegado naturales de estos Reynos, no se ha hallado persona (aunque se ha hecho la diligencia) que diga individualmente los puntos que coniene la orden del Consejo. Así se expresaba Juan de Melo y en líneas similares lo hacía el jesuíta Francisco de Florencia, que alertaba de que no es fácil hallar españoles prácticos de aquellas costas porque los nuestros no pasan en sus comercios de la Trinidad de Barlovento, que está más de 500 leguas del Marañón al poniente, casi en la boca del río llamado Orinoco. AGI, Quito 158, f. 39v.
80 En Luis Weckmann. La herencia... Op. Cit. P. 54


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