Introducción
La idea de que la vejez es sinónimo de enfermedad ha prevalecido históricamente en la mente de los profesionales de la salud y población en general. Aunque la gerontología destaca lo fisiológico como una de las características principales del envejecimiento, también es una etapa de la vida donde crece la vulnerabilidad a padecer enfermedades y discapacidades (Ortigosa, Riquelme y Martín, 2010), por el declive físico, psicológico y social que trae consigo el aumento de la edad (Melguizo et al. 2014).
Con respecto a las principales afecciones crónicas que padece el adulto mayor, Durán, Valderrama, Uribe, González y Molina (2009) mencionan que son más comunes enfermedades cerebrovasculares, las demencias, y las enfermedades osteomuscular, mientras que para Barragán, Mejía y Gutiérrez (2007) son las cardiopatías, las enfermedades articulares, el cáncer y enfermedades óseas.
Dichas enfermedades se caracterizan por la presencia de dolor (Rodríguez, Esteve & López 2000) que en el adulto mayor es de gran prevalencia el de tipo crónico (Acuña y Olivares, 2014; Durán, Orbegoz Valderrama, Uribe Rodríguez y Uribe Linde, (2008); Franco y Seone 2001; Morales y Cote, 2010; Thomas, Peat, Harris, Wilkie & Croft, 2004), el cual hace referencia al dolor que persiste por más de un mes después de la lesión, y es considerado como un conjunto de manifestaciones bio-psicosociales que carecen en ocasiones de propiedades fisiológicas reparadoras (López, Sánchez, Rodríguez y Vásquez, 2007). Sus consecuencias suelen estar asociadas a la manifestación de sufrimiento, problemas para la realización de actividades cotidianas, tanto del doliente (Barrios, Castilla, Montero y Rodríguez, 2011) como de su núcleo primario de interacción (Silvemark, Kállmén, Portala, & Molander, 2008).
Se ha intentado encontrar evidencia experimental que confirme la existencia de hipoalgesia en la edad avanzada, pero no ha sido confirmada a pesar de haberse encontrado umbrales de detección de dolor más altos en personas mayores utilizando estimulación térmica (Harkins, 1996 citado por López y Velasco, 2007). Por otra parte, existe evidencia de una actitud más conservadora en la persona mayor a la hora de etiquetar como doloroso un estímulo (López y Velasco, 2007).
En cuanto a los estudios epidemiológicos, mientras algunos señalan un aumento en la frecuencia del dolor según avanza la edad, otros indican un descenso en la frecuencia del dolor asociado a la edad, su prevalencia oscila entre el 22% y el 88%. Parece que la prevalencia del dolor crónico en las personas mayores depende del tipo de dolor investigado y su localización (Casals & Samper, 2004).
Diferentes trabajos reportan menores frecuencias de dolor en personas mayores con respecto a cefaleas, dolor en pecho y estómago, y dolor muscular, pero sí mayores frecuencias de dolor de tipo articular en esta población (Bijlsma, 2002). Por otro lado algunas investigaciones señalan que existen diferencias fisiológicas, anatómicas, neurales, hormonales, psicológicas y socioculturales, que al ser tomadas en cuenta concluyen en los procesos de evaluación que la mujer reporta con mayor asiduidad dolor y presentan un umbral más bajo respecto a los hombres (Carneiro de Araújo, Ashmawi y Posso, 2011; Gutiérrez y Gutiérrez, 2012). De lo anterior cabe resaltar que uno de los avances con mayor relevancia en el estudio y tratamiento del dolor, ha sido el entendimiento adquirido, que respecta a la forma de evaluarlo y medirlo, válido tanto para los ensayos clínicos de técnicas analgésicas, como para la práctica clínica (Teniza, 2011).
De acuerdo al modelo biopsicosocial planteado por Gatchel, Peng, Peters, Fuchs y Turk (2007), el dolor es una respuesta dada por componentes neurofisiológicos, conductuales (motores) y subjetivos (ver-bales-afectivos) (Ruvalcaba y Domínguez, 2009) en la cual puede o no presentarse componentes patológicos pero que siempre tiene antecedentes y consecuentes fisiológicos (Flor & Hermann, 2004). Por lo tanto, la atención del dolor crónico implica necesariamente la intervención farmacológica, médica y psicológica. Con respecto a este último, diversos autores como Gatchel y Okifuji, (2006); Sullivan, Feuerstein, Gatchel, Linton y Pransky (2005); Turk, (2004); Turner y Aaron, (2001); Turner, Jensen y Romano, (2000) hacen énfasis en el trabajo sobre la identificación y cambio de esquemas, pensamientos, creencias y emociones mal adaptativas, que el paciente tiene respecto a su condición por unos más positivos.
Como se puede identificar, existen diversos factores involucrados en la presencia de dolor (Londoño, Contreras, Delgadillo, Tobón y Vinaccia, 2005) y quizás uno de los más importantes es el entorno, y las relaciones interpersonales que el sujeto evalúa como significativas en su vida (Barra, 2004; Escobar, Puga y Martín, 2008) ya que para Santos (2009), las redes sociales ejercen influencia positiva en la salud y calidad de vida en los adultos mayores ya que contribuye a la supervivencia (Pinazo y Sánchez, 2005), en el sentido de que los demás, pueden ayudar para la satisfacción de necesidades básicas (Riquelme, Martín, Carrillo y López, 2010).
Aunque las investigaciones que tienen como evaluación el apoyo social y el dolor osteomuscular son escasas y no han sido claras en cuanto si una variable influye a la otra, se pudo encontrar en un estudio de 340 adultos mayores con dolor osteomuscular, alta percepción de apoyo social (Amaya y Carrillo, 2015). En cuanto a correlaciones entre dichas variables, Plata y Cerquera (2016) encontraron al evaluar 70 adultos mayores con dolor osteomuscular que no existía una correlación significativa entre variables y que se destacaba una percepción de apoyo social moderado. Adicional a lo anterior, es pertinente mencionar que pese a las escasas investigaciones, aún prevalecen diversos estereotipos en los que la vejez es vista como una etapa de desdicha, abandono, aislamiento, soledad, dolor y enfermedad (Carbajo, 2009; Aristizabal, Morales, Salas y Torres, 2009).
Ahora bien, esta presencia de dolor junto con los diversos cambios que trae consigo la vejez, genera en la mayoría de las ocasiones un deterioro en las capacidades funcionales (Araña-Suárez, 2011), lo que genera un estado de dependencia entendido como la imposibilidad del sujeto a valerse por sus propios recursos para realizar las tareas cotidianas (Manrique-Espinoza, Salinas-Rodríguez, Moreno y Téllez-Rojo, 2011; Bertone, Torres y Andrada, 2010; Jiménez et al., 2012; Barrios, Castilla, Montero y Rodríguez, 2011).
No obstante, cabe resaltar que para algunos autores como Manrique et al., (2011) la edad no está relacionada con la dependencia, pues el estado de salud en los adultos mayores, es el resultado de múltiples variables como los hábitos alimenticios, el ejercicio físico, las actividades de ocio, etc. Sin embargo, en estudios como el de Gázquez, Pérez, Mercader y Molero (2011), se evidencia una correlación positiva, entre el aumento de la edad y el aumento de la dependencia, argumento compartido por Segovia y Torres (2011); González y Ham-Chande (2007) y por los estudios realizados por Pinillos y Prieto (2012), que expresan una relación existente entre la dependencia tanto en las actividades básicas de la vida y las instrumentales, que hacen alusión a medios que posibilitan la relación con el entorno (Ávila, Melano, Payette y Amieva, 2007); (Alves y Rodríguez, 2005).
Por otro lado, Moscoso (2013); Díaz y Marulanda (2011); Noceda, Moret y Lauzirika (2006); Soto y Barrios (2012) mencionan que la situaciones de dependencia en el adulto mayor son producto de afecciones de salud, lo cual concuerda con las investigaciones realizadas por Abellán, Esparza y Pérez (2011), quienes al trabajar con una población española encontraron que más del 48,7 % de los adultos mayores presentaba algún tipo de dolencia y también con los postulados de Alves y Rodríguez (2005) que mencionan que existe una relación causal entre el proceso de envejecimiento, el dolor y la presencia de enfermedades crónicas, y la dependencia funcional.
Sin embargo cabe resaltar, que existe una dificultad para establecer una relación directa entre la enfermedad y el deterioro funcional, pues en muchas ocasiones de una patología leve, puede darse un deterioro mayor a nivel funcional, que de una enfermedad de peor pronóstico (Barrantes, García, Gutiérrez y Miguel 2007). Por ello, resulta de gran utilidad realizar una adecuada evaluación de la capacidad funcional, con el fin de orientar intervenciones y su respectivo acompañamiento (Alonso, Tirado, Vander y Rodríguez, 2014).
Es por lo anterior que el objetivo de la presente investigación es describir el nivel de dependencia funcional y apoyo social percibido en el adulto mayor con dolor osteomuscular de la ciudad de Bucaramanga.
Método
Enfoque cuantitativo, de alcance descriptivo, con un diseño no experimental de corte transversal (Hernández, Fernández y Baptista, 2014).
Participantes
Se trabajó con una muestra de 200 adultos mayores de Bucaramanga que referían padecer dolor. Se utilizó un muestreo no probabilístico a conveniencia usando el método de recolección voz a voz. Los criterios de inclusión fueron: (a) edad mayor o igual a 65 años, (b) tener capacidad y voluntad de responder los cuestionarios, (c) que auto reporten padecer de dolor osteomuscular, (d) que refieran haber padecido dolor en el mes en que se realiza el estudio, (e) tener capacidad de firmar el consentimiento informado. Se excluyeron del estudio aquellos adultos mayores que: (a) presentaran una incapacidad física o mental que les dificultara responder los cuestionarios.
Procedimiento
Inicialmente se creó una estrategia de contacto voz a voz con los estudiantes de la Universidad Pontificia Bolivariana, con los cuales se entró en contacto con sus familiares adultos mayores, posteriormente se contactó con la muestra vía telefónica y se concretaron fechas de encuentro para la aplicación de los instrumentos psicométricos. En la investigación se aseguró la confidencialidad de la participación de todas las personas, mediante un consentimiento informado, en el que se indicaba que la información obtenida era de uso exclusivamente académico y sus nombres mantenidos en el anonimato. Lo anterior bajo la Ley 1090 de 2006, numeral 9, del Artículo 2, que hace referencia a la investigación con humanos y el respeto a la dignidad y el bienestar de las personas que participan con conocimiento en una investigación. Del mismo modo, se tuvo en cuenta el Artículo 50 que dicta que los profesionales de la psicología, al llevar a cabo investigaciones científicas, deberán basarse en principios éticos de respeto y dignidad, lo mismo que salvaguardar el bienestar y los derechos de los participantes. Posterior a la aplicación de las pruebas, se dio lugar al análisis de los resultados mediante el programa estadístico spss 22 en el cual se tabularon los datos y se hicieron los diferentes análisis descriptivos de las variables de trabajo.
Instrumentos
Cuestionario de Dolor de McGill (Bejarano, Osorio, Rodríguez y Berrio 1985)
Instrumento que consta de 61 adjetivos distribui dos en 20 grupos, incluyendo cada grupo de 2 a 4 adjetivos que califican la experiencia dolorosa. Cada uno de los términos descriptivos tiene asignado un número o rango que permite obtener una puntuación de acuerdo a las palabras escogidas, con lo que se obtiene el denominado "Pain Rating Index" (pRi) o "Índice de Valoración del Dolor". Esta puntuación refleja el modo en que el paciente ca lifica su propia experiencia dolorosa, teniendo en cuenta factores emocionales y sensoriales. Además, contiene un apartado en cual el paciente refleja la intensidad del dolor que padece, el "Present Pain Intensity " (ppi) o "Índice de Intensidad del Dolor" (Ítem 21); una figura humana para marcar las zonas donde siente dolor (ítem 22), y los síntomas que acompañan el dolor (ítem 23). Las propiedades psicométricas del mpq varían en diferentes grupos de pacientes (Bernt, 1991, citado en Boyle, Fernández y Ortet, 2003). Al ser una prueba clínica la confiablidad de este instrumento en interna se mide por la comprensión de los descriptores y los valores encontrados por ítem, tal y como lo señalan los autores del instrumento.
Cuestionario mos de apoyo social percibido. (Londoño et al., 2012)
Validado en Colombia, es un instrumento que contiene 20 preguntas, con opción de respuesta tipo Likert: nunca (1), pocas veces (2), algunas veces (3), la mayoría de las veces (4), siempre (5), de manera que a mayor puntuación, mayor apoyo social percibido. Los ítems evalúan cuatro tipos de apoyo: apoyo emocional o informacional, que se refiere a la comprensión empática y la guía u oferta de consejos y orientación (preguntas 3, 4, 8, 9, 13, 16, 17, 19, punto de corte: 24 puntos); apoyo instrumental, es decir, la provisión de ayuda material que pueda precisar la persona (preguntas: 2, 5, 12, 15, punto de corte:12 puntos); interacción social positiva, referida a la disponibilidad de personas con las cuales salir, divertirse o distraerse (preguntas 7, 11, 14, 18, punto de corte:12 puntos); y apoyo afectivo, la expresión de amor y afecto (preguntas 6, 10, 20, punto de corte: 9 puntos).
Índice de Barthel (Shah, Vanclay &Cooper, 1989)
Diseñado en 1955 y publicado en 1965 por Mahoney y Barthel. Para esta investigación se utilizó la última versión actualizada del instrumento realizada por Shah S. Vanclay F, Cooper B en 1989. Su propósito es evaluar el estado funcional de cada paciente ante el riesgo de discapacidad, de modo que mide la capacidad de una persona para realizar diez actividades de la vida diaria (avd), consideradas como básicas, lo que permite obtener una estimación cuantitativa de su grado de independencia, para conocer la funcionalidad del paciente en relación a las actividades de la vida diaria. Cada actividad de la vida diaria comprende 5 rangos de respuesta, donde 1 representa totalmente independencia, 2 necesita ayuda mínima, 3 moderada ayuda. 4 gran ayuda, 5 dependiente. Confiabilidad del instrumento 0,92.
Resultados
En la tabla 1, el 69 % corresponde a las mujeres y el 30 % a los hombres, con edades comprendidas en su mayoría 58,5 % entre los 65 y 75, 41,0 % son casados, 65,0 % pertenecientes a estrato 3, con un vínculo laboral asociado a la realización de tareas propias del hogar 36 % y con un nivel de escolaridad sin finalización de la básica primaria 43,0 %. El 72 % de la población desconoce su diagnóstico médico respecto a sus dolencias.
Respecto a la tabla 2 se observa que la muestra describe su dolor como brusco 58,5%, cruel 71,5%, molesto 61,0%, de intensidad fuerte 38,5%, con afectación disminuida de la actividad diaria en el 58,0% y con un ciclo del sueño normal en un 63,0%
Con respecto a la variable dependencia funcional se puede evidenciar que el 86,5 % de la población es totalmente independiente, frente a un bajo porcentaje de 6,0 % que presenta dependencia moderada y 7,5 % que manifiesta dependencia escasa.
En relación con el cuestionario mus de apoyo social percibido, se puede observar en la tabla 4 que la muestra tiene una buena percepción del apoyo afectivo 78,0 %, seguido del apoyo instrumental 76,0 %, interacción positiva 73,0 % y apoyo informacional 72,0 %.
Discusión
El dolor osteomuscular en la población geriátrica, ha llevado a que este sea considerado como problema sanitario a nivel mundial por su proporción epidémica, debido a la afectación que trae consigo en la calidad de vida del individuo y disminución de su funcionalidad, así como, a nivel económico, producto del costo de la atención médico-asistencial; por ello, la mayor parte de las investigaciones se han enfocado en describir el fenómeno en función a sus características y establecimiento de parámetros para su diagnóstico y tratamiento. Sin embargo, pocos estudios han abordado el dolor osteomuscular, al considerar aspectos psicosociales propios de su esfera individual, motivo por el cual se planteó como objetivo de investigación la descripción del nivel de dependencia funcional y apoyo social percibido en el adulto mayor con este tipo de dolor que atañe a la población.
En relación con las características sociodemográficas de la muestra estudiada, se encontró que estaba constituida en mayor proporción por mujeres (69 %) que hombres (30,5 %), con edades comprendidas entre los 65 y 75 años de edad, los cuales presentaban un nivel de educación bajo, donde el 43 % no terminó la básica primaria, y actualmente se encargan de las tareas del hogar; tales resultados concuerdan con los datos constatados en el estudio de Plata y Cerquera (2016), donde la muestra estaba constituida de igual manera en mayor proporción por mujeres (86,1 %), quienes presentan una básica primaria (44,4 %), teniendo como vínculo laboral tareas del hogar en un 41,6 %, desempeñándo tareas como ser amas de casa (69 %); lo anterior, parecería confirmar la relación que Lobera y García en el 2014 señalaron, al considerar que las personas que llevan a cabo actividades domésticas que impliquen una reiteración. Al ser por lo general mujeres a quienes se les adjudica el desempeño de tareas domésticas, son las que reportan con mayor frecuencia dolor osteomuscular; relación también identificada por Robaina y Sevilla en el 2003. De igual manera, la percepción del mismo dolor y su nivel educativo parecería mantener una relación en cuanto al manejo y evaluación de su dolor (Asociación Colombiana para el Estudio del Dolor (aced), 2008 y Manson, 2010).
En cuanto a la variable de apoyo social percibido, el cual hace alusión a la seguridad por parte del individuo ante la disponibilidad de apoyo una vez lo solicite (Londoño et al., 2012), se identificó que los participantes obtuvieron elevados porcentajes en función del uso adecuado de los diferentes tipos de apoyo (afectivo, 78%, instrumental 76%, interacción positiva 73% e informacional 72%), lo cual es acorde con lo señalado por Pinazo y Sánchez (2005), al considerar que las relaciones significativas en la vida del individuo inciden principalmente en su calidad de vida y su condición actual de salud, al provisionar herramientas que satisfagan sus necesidades, posibilitando los procesos de adaptación personal, familiar y social, lo cual se evidenció de igual manera en los estudios desarrollados por Riquelme, Martín, Carrillo y López en el (2010) y Rodrigo y Byrne (2011). Sin embargo, cabe resaltar que en relación al apoyo social y el dolor osteomuscular son limitadas las investigaciones que hayan hecho estudios en donde correlacionen estas dos variables, lo cual ha imposibilitado establecer si prevalece una influencia determinante, puesto que, los resultados obtenidos en estos estudios, se ha evidenciado tanto correlaciones significativas (Amaya y Carrillo, 2015), como no significativas (Plata y Cerquera, 2016).
Respecto a la valoración cuantitativa del dolor, se evidenció que la mayor proporción de la población describe como cruel su dolor con un 71,5 %, en la dimensión afectiva, la cual reseña este en términos de estrés, asociado a emociones y temores, seguido de un 61 % en la dimensión evolutiva, descrito como molesto, considerando el dolor desde aspectos subjetivos de su experiencia. Los anteriores resultados obtenidos podrían estar relacionados con el desconocimiento ante su diagnóstico, en donde el 72 % de la población lo indicó. Autores como Blazer (2000) y Cornachione (2006), justifican lo anterior al señalar que el adulto mayor, en esta etapa de la vida, está sujeto a presentar niveles de estrés elevados junto al aumento de presión arterial, por el conjunto de cambios que debe enfrentar a nivel fisiológico, laboral y psicosocial, los cuales son incontrolables e irreversibles, conllevando a la dependencia y trastornos del estado de ánimo.
Sin embargo, autores como Hernández y Romero (2010) señalan que es necesario tener en cuenta aspectos tales como actividades de ocio, hábitos alimenticios, ejercicio y la percepción subjetiva del individuo, lo cual, influirá en la consecución de recursos para manejar el estrés; así como su capacidad para desarrollar actividades de la vida diaria, considerando este como su estado funcional, las cuales no están directamente relacionadas con la edad (Manrique et al., 2011); lo expresado anteriormente, se consolida en esta investigación puesto que el 86,5 % de la población fue totalmente independiente a diferencia de un 6 %,que representó una dependencia escasa.
Se recomienda realizar posteriormente un estudio comparativo en función al género, el cual tenga como objetivo, identificar si existe una diferencia en cuanto a las características del dolor (intensidad, percepción a nivel emocional y sensorial, síntomas) y el estado funcional del individuo, implementando las mismos instrumentos de evaluación de esta investigación, que han sido sugeridos por el Consenso Interdisciplinario para la evaluación del dolor en el adulto mayor, ya que en precedentes estudios se hallaron diferencias fisioanatómicas, neuronales, hormonales y psicosociales (Carneiro de Araújo, Ashmawi & Posso, 2011; Gutiérrez y Gutiérrez, 2012).
Finalmente, es relevante señalar la necesidad de continuar desarrollando Estudios descriptivos que posibiliten ahondar en aspectos psicosociales de la población del adulto mayor y su implicación a nivel individual, con el propósito de caracterizar estas variables y en estudios correlaciónales posteriores dar a conocer si existe relación alguna.