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Diversitas: Perspectivas en Psicología

Print version ISSN 1794-9998

Divers.: Perspect. Psicol. vol.18 no.1 Bogotá Jan./June 2022  Epub Jan 01, 2022

https://doi.org/10.15332/22563067.7876 

Artículos

Comprensiones alrededor del concepto de tránsito a la vida adulta y su relación con la autonomía desde el paradigma sistémico*

Understandings Around the Concept of Transition to Adulthood and its Relationship with Autonomy From the Systemic Paradigm

Verónica Fonseca Gutiérrez1  **
http://orcid.org/0000-0003-3389-7611

1Universidad Santo Tomás


Resumen

El presente artículo parte de la importancia que el tránsito a la vida adulta ha adquirido a lo largo del tiempo, por ser un tema de reflexión y de múltiples estudios para conocer cómo las condiciones de hoy en día permiten este proceso en los jóvenes. Este artículo es un estudio cualitativo de revisión sistemática y tuvo como objetivo describir el tránsito a la adultez desde dos perspectivas. La primera, una construcción por medio de investigaciones realizadas por varios autores, los cuales encontraron que la transición a la adultez está mediada por aspectos como la autonomía, los nuevos roles, las expectativas individuales, las demandas, entre otras. Y la segunda, una visión anclada a paradigmas emergentes y el enfoque sistémico, que plantean que el tránsito a la vida adulta se ve permeado por elementos como la desvinculación, la individuación y las dinámicas familiares. La revisión permitió concluir que las condiciones familiares y sociales en las que se desarrolla el individuo son determinantes en su tránsito a la vida adulta, favoreciendo o dificultando este proceso.

Palabras clave tránsito a la vida adulta; revisión sistemática; paradigmas emergentes; enfoque sistémico; autonomía

Abstract

This article is based on the importance that the transition to adulthood has had over time, as it is a subject of reflection and multiple studies that aim to understand how the current conditions allow this process in young people. This is a qualitative study of systematic review and its objective is to describe the transition to adulthood from two perspectives. The first, a construction through research conducted by different authors, who found that the transition to adulthood is mediated by aspects such as autonomy, new roles, individual expectations, and demands, among others. The second one, a vision anchored to emerging paradigms and the systemic approach, which suggests that the transition to adulthood is influenced by elements such as decoupling, individuation, and family dynamics. The review made it possible to conclude that the social and family conditions in which the individual develops are determining factors in his/her transition to adulthood, either favoring or hindering this process.

Keywords transition to adulthood; systematic review; emerging paradigms; systemic approach; autonomy

Introducción

El tránsito a la vida adulta es uno de los principales temas de reflexión teórica en psicología. En la segunda década del siglo XXI se estudian y describen los elementos que median entre el joven y su proceso de transición a la adultez, reconociendo así las influencias internas, es decir, sus expectativas y las demandas externas; en otras palabras, las demandas provenientes del medio o los contextos en los que el individuo se desenvuelve.

En consecuencia, este artículo tiene como interés describir el tránsito a la vida adulta desde la perspectiva de autores como Casal (1996), Bernal (2016), Arantes (2021), entre otros; realizando compresiones que permitan entender cuáles son los elementos implicados en el proceso de transición, que a su vez facilitan u obstaculizan dicho tránsito. De igual forma, presenta algunas pautas con las que cuenta el proceso hacia la vida adulta, las cuales pueden dividirse en procesos, facilitadores, cualidades y por supuesto, los distintos tipos de autonomía.

Con base en los distintos tipos de autonomía, se presentará cómo estos le aportan capacidades al individuo, que organizan su forma de comportarse y permiten realizar patrones que lo conducirán a tener un tránsito a la vida adulta, no solamente rico en autonomía, sino benéfico para fortalecer procesos como la responsabilidad, la aceptación de errores, entre otros. Cabe resaltar, que la autonomía es uno de los aspectos principales del tránsito a la vida adulta, pues de esta depende la habilidad de robustecer el proceso y orientar de forma positiva al individuo en cuanto a su toma de decisiones.

Para el estudio del tránsito a la vida adulta y su relación con la autonomía, se realizará una comprensión que emerja con base en los postulados del paradigma sistémico de Cancrini y La Rosa (1996) y Hernández (1997). En este paradigma se tiene como fin conocer cómo la familia y otros sistemas contribuyen en la construcción del sujeto de manera significativa y cómo pueden en algunos casos redireccionar ese proceso, ya sea de forma funcional o no. Además, es posible conocer cómo se abordan estos dos conceptos desde el enfoque sistémico.

A modo de reflexión, este artículo reconoce comportamientos que los jóvenes, especialmente colombianos, deberían llevar a cabo durante su proceso de crecimiento, para que durante el tránsito lleguen con ciertas bases, aptitudes y conocimientos que les faciliten este proceso. Cabe aclarar que este proceso de cambio es diferente para cada individuo, debido a que cada sujeto se construye a sí mismo a largo plazo de una manera distinta y cuenta con la capacidad de administrar su propio proceso de transición a la adultez (Sepúlveda, 2020). Sin embargo, existen elementos que se presentarán más adelante, que se pueden considerar necesarios u obligatorios para este proceso, la diferencia es que cada individuo decide por dónde empezar, de acuerdo con las posibilidades ofrecidas por sus contextos de relación, es decir, aquellos grupos y/o ambientes en los que el individuo participa y se construye (Gerstle, 2014).

Teniendo en cuenta lo mencionado hasta el momento, los principales objetivos del estudio son: (a) ofrecer al lector información valiosa sobre las formas en las que el tránsito a la vida adulta y su relación con la autonomía han sido conceptualizadas; (b) estudiar cómo desde el enfoque sistémico se comprende dicho proceso y se relaciona con aspectos contextuales y relacionales; (c) resaltar el papel que juega la autonomía en la transición a la adultez; y (d) brindar elementos importantes que puedan ser considerados por quienes están atravesando aquel tránsito. De igual forma, se espera que el lector, al finalizar la lectura de este artículo, haya podido nutrir los conocimientos previos que ya traía sobre el tema, o por el contrario, informarse sobre aspectos que fueran desconocidos para él.

Método

El presente artículo se basó en la revisión de investigaciones sobre el tránsito a la vida adulta y la autonomía en jóvenes. Se utilizó un enfoque cualitativo, bajo el método de revisión sistemática de publicaciones en revistas científicas.

Según el Centro Cochrane (2011) y Beltrán (2005), la revisión sistemática ha sido definida como un estudio integrativo donde se mezclan estudios que cumplen el mismo objetivo y que responden a un mismo interrogante. Si bien en este artículo no se ha propuesto una pregunta problema, se han establecido objetivos a los que se busca dar respuesta mediante los estudios revisados y seleccionados. La revisión sistemática, además, según Salcido et ál. (2021), es una publicación de fuente secundaria que resume y recoge información proveniente de artículos primarios, que implica una recolección de artículos, una definición de criterios de inclusión y exclusión, la evaluación de los artículos escogidos y el análisis de resultados de los mismos, con el fin de que dicha revisión sea realizada de forma compresible y transparente; elementos que fueron cumplidos para la realización y desarrollo del presente escrito.

En este escrito se siguieron las recomendaciones para revisiones sistemáticas de Salcido et ál. (2021), Cochrane Collaboration (2011) y Beltrán (2005). Se consultaron las siguientes bases de datos: Google académico, Dialnet y ScienceDirect; así como repositorios institucionales de las universidades Santo Tomás, el Rosario, los Andes y la Javeriana. Se investigaron artículos en revistas en línea como la revista Saber y Educar, Interuniversitaria, Investigación en Educación, Diversitas, entre otras. Los criterios de búsqueda empleados, privilegiaron artículos que hablaran sobre el tránsito a la vida adulta y la autonomía en jóvenes latinos desde 1995 hasta 2022, provenientes de instituciones educativas, que convivían con sus familias y jóvenes institucionalizados pertenecientes a sistemas de protección infantil y juvenil (hogares de paso). Para la recopilación de los artículos en las bases de datos y revistas mencionadas, se usaron palabras de búsqueda como: “autonomía relacional”, “transición en jóvenes”, “tránsito a la vida adulta”, “jóvenes y autonomía” y “transición a la adultez y autonomía”. Inicialmente se seleccionaron 87 artículos, pero se incluyeron únicamente 65, ya que aportaban información valiosa sobre el tránsito a la vida adulta y la autonomía, excluyendo así, los que trataban dichos temas de forma superficial, se enfocaban especialmente en la calidad de vida desde ambos conceptos o no concordaban con el enfoque de éste artículo. De estos 65 artículos, 41 correspondieron a investigaciones cualitativas, 11 a investigaciones cuantitativas y 13 a investigaciones mixtas.

Fuente: eaboración propia con base en el diagrama de flujo de Prisma (2020)

Figura 1. Diagrama de selección y exclusión de artículos 

Resultados

El tránsito a la vida adulta en Latinoamérica se ha convertido en un tema de interés para investigadores en psicología, educación y otras ciencias sociales entre el 2000 y el 2021. Este fenómeno ha sido estudiado principalmente con sujetos que están o que han salido del sistema de protección, con jóvenes institucionalizados y en otras poblaciones (Arminda, 2011; Cid y Deibe, 2014; Carras et ál., 2015; Jiménez et ál., 2021), en las que cada proceso está organizado necesariamente por el contexto en el que se desarrolle, por las expectativas del individuo, demandas y otros aspectos. Se describen a continuación, algunas definiciones generales del concepto.

El tránsito a la vida adulta se ha estructurado a partir de dos tipos de definiciones: una, desde investigaciones que conceptualizan el tránsito desde otras disciplinas o desde otros enfoques psicológicos (Amarilla, 2021; Cuenca et ál., 2018; Oliva et ál., 2018), y otra desde los paradigmas emergentes en psicología, a saber, los enfoques sistémico y ecosistémico (Bernal, 2016; Cancrini y La Rosa, 1996; Hernández, 1997; Melendro y Rodríguez, 2015).

El tránsito a la vida adulta se concibe como un proceso de cambios en el joven en el que asume nuevos roles y responsabilidades en tareas relacionadas con la obtención de autonomía. Esta autonomía debe ser cada vez mayor, hasta llegar a igualarse con los adultos de referencia. Este proceso ocurre alrededor de los 18 años dependiendo de la persona, y se refleja en actividades como completar los estudios escolares, el inicio de la vida laboral, búsqueda de un trabajo estable, la autonomía residencial, emancipación de la familia de origen y la formación de un hogar, casarse y en algunos casos tener hijos. Por último, tener la capacidad para mantener y construir relaciones interpersonales fundamentadas en la madurez (Amarilla, 2021; Fullana et ál., 2015; Leitao y Camarano, 2006; Martínez, 2021; Melo, 2006; Pappámikail, 2010).

El proceso de tránsito, de acuerdo con Jordán y Verdugo (2013) y Rodríguez (2021), comienza a consolidarse en la adolescencia una vez que el sujeto se va responsabilizando por sus actos, las consecuencias y los resultados. Esto, debido a que los individuos se dirigen hacia la independencia familiar y se van haciendo cargo de sus propias decisiones. En esta etapa, es cuando tienen más auge las oportunidades de formación laboral, profesional y la elección de un proyecto de vida. El proceso de tránsito a la vida adulta permite establecer las bases que le ayudarán al sujeto a desenvolverse en diversos ámbitos como el empleo, el ocio, la interacción, entre otros.

Este tránsito a la adultez cuenta con una serie de aspectos implicados que varían según al autor bibliográfico. Durante el tránsito a la vida adulta se trasciende lo individual, sumando así la importancia que juega la familia, ya que esta puede ser vista como el referente principal y como un ejemplo a seguir que brinda los recursos necesarios para apoyar el tránsito de cada uno de sus miembros (Cuenca et ál.,2018).

Según Ferraris y Martínez (2015) y Zavala et ál. (2021), el paso de la juventud a la adultez implica la entrada y salida de los sujetos de diversos roles como los laborales, los educativos, los familiares, los comunitarios, etc. Estas autoras, desde otra perspectiva, proponen que este proceso se ve influenciado por factores externos, es decir, por elementos de tipo histórico, social, cultural, y sistemas de normas y creencias que favorecen no sólo el tránsito, sino también las decisiones que lo acompañan, según las características distintivas de cada generación. Complementando lo anterior, Bermúdez (2014) propone que los elementos sociales que se relacionan con el tránsito a la adultez son cambios en las posiciones y roles dentro de la familia, por ejemplo, el ingreso al mercado laboral, dejar el hogar, nacimiento del primer hijo, entre otros.

Los factores externos que influencian el tránsito aumentan la complejidad del proceso, pues incrementan la incertidumbre social, dado que las sociedades tienen componentes dinámicos y de cambio constante (Arantes, 2021). Esta transición puede ser entendida como un espacio entre una etapa y otra, teniendo en cuenta la interdependencia de las mismas y la autonomía que acompaña cada fase del desarrollo. Una ventaja con la que cuentan los jóvenes hoy en día, es que tienen múltiples posibilidades sobre las que pueden construir su proyecto de vida. Sin embargo, la misma sociedad, la crisis económica, el paro juvenil (en el contexto Colombiano) y la precariedad de los contratos pueden retrasar este proceso, llevando a los jóvenes a una entrada posterior al mercado laboral, y generando más dificultades en el acceso a una vivienda y retrasando el proceso de emancipación (Arantes, 2021; Comasolivas et ál., 2018; Hernández Prados, 2017; Santos, 2014).

Así pues, los problemas mencionados causan un retraso en el tránsito de los jóvenes y hacen que las oportunidades para adentrarse de forma exitosa en la vida adulta sean escasas y que los jóvenes sientan que están saltando a vacíos sociales, laborales y económicos (Martínez et ál., 2021). Como consecuencia, estos sujetos se verán enfrentados a la falta de alcanzar las metas que desean y se verán obligados a adaptarse a un sistema que les impide avanzar (Higuita y Cardona, 2015). Con base en lo anterior, surge el interés por formar personas que actúen y generen cambios, que sean capaces de potenciar sus capacidades para enfrentarse al mundo, que adquieran responsabilidad en cuanto a sus procesos y que participen en la construcción de sociedades regidas por la justicia (Caride y Varela, 2015).

Retomando el fuerte impacto que tiene el contexto en el tránsito a la vida adulta, cabe resaltar que cada ámbito en el que el sujeto se mueva o actúe, va a contar con unos determinados planes o diseños que influyen en la forma en la que éste tome decisiones, interactúe, entre otros. (Galán et ál., 2016; Jariot et ál., 2015). Este proceso, a medida que transcurre va perdiendo su linealidad y estructuración, entendiendo así, que cada etapa del tránsito carece de un orden establecido, y por el contrario, el sujeto podrá transitar libremente por lo que él considere correcto, dependiendo de su experiencia.

Desde una perspectiva biográfica, Casal (1996, citado por Bernal, 2016) describe la transición a la adultez como un proceso que trasciende el paso de la escuela al trabajo y que está constituido por interacciones entre dispositivos institucionales y elementos biográficos basados en el logro de la emancipación. Dicho proceso se ve influenciado por las condiciones del sujeto, por ejemplo, el género y la etnia; así como por las redes de apoyo con las que cuente para el desarrollo de este proceso (entiéndase familia, amigos, entre otras).

Según Casal (1996, citado por Bernal, 2016), este proceso de transición a la vida adulta se divide en tres dimensiones. La primera, hace alusión a los contextos sociales, históricos y territoriales que son adjudicados por los elementos que construyan a cada región, así como los aspectos de la desigualdad social, los modelos familiares, entre otros. La segunda dimensión, está relacionada con las instituciones, donde se ofrecen oportunidades tanto educativas como laborales. La tercera, hace referencia a las expectativas, decisiones y ajustes que construye y organiza el sujeto con base en sus trayectorias escolares y profesionales.

Por otra parte, el enfoque sistémico se enfoca en los procesos de individuación y desvinculación, los cuales hacen parte del ciclo vital, más allá de hablar sobre el tránsito a la adultez. La individuación hace referencia a los intereses que tiene una persona y que son externos al círculo familiar. Por otro lado, la fase de desvinculación se caracteriza por un proceso en el que el sujeto se aleja de su familia de origen, transformando sus vínculos. Esta fase empieza al final de la adolescencia y termina con el alejamiento físico o emotivo del sujeto en relación con su familia; dicho alejamiento incluye actos como el matrimonio, el trabajo autónomo, la salida del hogar, entre otras (Cancrini y La Rosa, 1996).

La individuación tiene un carácter facilitador de la separación, lo que en parte significa el final de un proceso simbiótico entre el joven y su familia, por ende, para alcanzar la desvinculación, el joven necesita atravesar por ese proceso complejo y alcanzar las metas de la individuación de manera favorable. En este orden de ideas, la desvinculación, según Boszormenyi-Nagy (1965, citado por Cancrini y La Rosa, 1996), necesita de un movimiento específico llevado a cabo por uno de los miembros y asumido de forma implícita por todos los demás, lo cual puede representar una fase trascendental del desarrollo familiar.

Para Cancrini y La Rosa (1996), los miembros de la familia al estar relacionados entre sí, influyen de manera significativa en la personalidad de cada uno de los participantes del sistema, por ende, la ausencia del compañero de diálogo representa una pérdida en ocasiones dolorosa que perjudica la configuración sujeto-objeto de cada una de las personas del sistema familiar. La separación de un miembro, eventualmente perturba las relaciones directas de cada miembro del sistema con la persona que se va y además, produce una reacción en cadena de cambios relacionales entre los participantes restantes del círculo. La madurez de cada uno de los miembros de la familia ayudará al reordenamiento del sistema.

En este orden de ideas, el paso por etapas previas en el ciclo vital, así como el cumplimiento de las tareas evolutivas correspondientes, invitan al proceso de desvinculación, el cual, a su vez, posibilita el tránsito a una nueva etapa del ciclo. Cabe resaltar, que este paso puede generar momentos de crisis, en donde las habilidades para afrontar demandas son recursos personales para superarlas (Hernández, 1997). Sin embargo, este proceso trasciende lo individual, y como lo afirma Hernández (1997), lleva a que todo el sistema (es decir, la familia) entre a jugar un papel importante en el curso de esta etapa, poniendo en riesgo o fortaleciendo su cohesión y adaptabilidad, teniendo en cuenta que se propende por un equilibrio entre la independencia de los miembros del sistema y la unión familiar. Por lo anterior, esta desvinculación puede generar una etapa de crisis familiar, es decir, una fase en la que las capacidades para afrontar el cambio parecen no ser efectivas; a causa de esto, la fase de ajuste (es decir, patrones de interacción familiar que están establecidos y que guían las acciones de la familia) cambian. Por ende, la familia puede comenzar a cerrarse y a resistirse a los cambios mayores que se avecinan como consecuencia de un cambio menor (Hernández, 1997). Para hacer frente a este cambio desestabilizador y responder ante la situación, la familia entrará en una fase de adaptación, en la que sus esfuerzos deberán estar orientados a restaurar el equilibrio del sistema, con base en nuevos recursos y nuevas estrategias de afrontamiento tanto individuales como en conjunto.

Así, lo anterior proporciona información acerca de cómo las interacciones y las dinámicas relacionales entre los miembros de la familia, facilitan u obstaculizan la autonomía en el sujeto, lo que más adelante puede brindar elementos para comprender cómo el sujeto realiza su tránsito, así como qué elementos harán parte de ese proceso.

El tránsito a la adultez implica procesos en los que los individuos adquieren emancipación individual y autonomía, comprometerse con responsabilidades nuevas y modificar la forma en la que participan e interactúan con la sociedad (Arancibia, 2016; Molina, 2020). A partir de este tránsito a la vida adulta, es necesario explorar el concepto de autonomía, el cual ha sido tratado por diversos autores, siendo ésta una tarea importante del desarrollo al estar relacionada con la individuación, los cambios en las relaciones sociales y la formación de la identidad personal y social, además de eso, abarca una etapa donde se debe llegar a un equilibrio entre la independencia, el apego familiar, la manutención y la libertad con ayuda de los miembros de la familia (Fleming, 2005; Silva et ál., 2016; Zarrett y Eccles, 2006).

Desde la perspectiva de Vargas y Wagner (2015) y Bernal et ál. (2020), la autonomía es un proceso complejo y continuo que se extiende a lo largo de dimensiones como, la emocional, la cognitiva y la funcional. Las investigaciones sobre este constructo han concluido que la autonomía está relacionada con la edad, el sexo y que a su vez, está asociada con los componentes psicológicos de personales. De igual forma, también depende de los estilos parentales, el nivel educativo, el lugar en el que viva, el orden de los hijos, la influencia materna, las necesidades especiales de los jóvenes, el contexto sociocultural, el estilo de apego y otras características que determinan este proceso (Bernal et ál., 2020; Vargas y Wagner, 2005).

A su vez, Vargas y Wagner (2015) propusieron la autonomía vista desde dos grandes enfoques, el primero es la perspectiva socio-dinámica, la cual propone que este constructo es un proceso en el que el sujeto se separa emocionalmente y de manera gradual de sus figuras de referencia. El segundo es desde los investigadores del desarrollo y los psicólogos sociales, quienes identifican a la autonomía como una habilidad que surge con base en las relaciones y las figuras afectivas principales. Así pues, la autonomía se considera como antagónica a la dependencia por parte del sujeto con sus padres y a la heteronomía.

En efecto, como lo mencionan Vargas y Wagner (2015), la autonomía siempre ha estado presente en la vida del individuo, desde los primeros meses de vida e incluso en el vientre materno. El sujeto necesita la autonomía para realizar sus actividades diarias, por ejemplo, para controlar su cuerpo, para aprender sobre sus límites y con base en eso, reconocer sus deseos y expectativas respecto a los demás (Vargas y Wagner, 2015). En este orden de ideas, la autonomía es una habilidad relacional que se desarrolla y construye a lo largo de la vida. Sin embargo, es en la adolescencia cuando comienza a verse como un resultado del desarrollo esperada socialmente para realizar el tránsito a la vida adulta. Así, desde Vargas y Wagner (2013), la autonomía es la capacidad que tiene el sujeto para orientar su vida, definir los objetivos de esta, sentirse competente con respecto a los demás y contar con las condiciones necesarias para regular su propio comportamiento. Esta autonomía se ve influenciada por factores como las características individuales y las variables en el ámbito familiar y contextual.

Desde el enfoque sistémico y ecosistémico, la autonomía es un fenómeno relacional que ha sido tratado por Hernández (2012), quien propone que la construcción de la autonomía individual únicamente es posible desde los procesos adecuados de vinculación afectiva y social que se presentan a lo largo de la vida. Así, la familia es una de las influencias principales con las que cuenta el sujeto, por eso, Bowen (1991, citado por Hernández, 2012), Alba (2016) y Bernal et ál. (2020) plantean que la huella de la familia es tan determinante que a través de la infancia se puede evaluar el grado de autonomía individual que el sujeto tiene y con base en eso, se puede prever su posterior desarrollo; en este caso, elementos como la diferenciación del sujeto con sus padres y el clima emocional existente en la familia de origen, se convierten en influencias ejercidas sobre la autonomía del individuo en cuestión.

Por otro lado, Miermont (1995, en Hernández, 2012) define a la autonomía como una capacidad compleja, que le ayuda al sujeto a organizar sus acciones, autodeterminarse y organizar y construir sus propios recursos en cada uno de los contextos vitales en los que se desenvuelve, teniendo en cuenta las influencias de las dinámicas familiares y sociales en las que el sujeto participa. Con base en lo anterior, Hernández (2012) propone que la autonomía funciona como una construcción de los sujetos a partir de dependencias como la necesidad de nutrición emocional por parte de los padres o cuidadores. La autora reconoce la ventaja con la que cuentan los jóvenes, que es la cantidad de diversidad existente para tener autonomía. Con base en esto, es necesario tener en cuenta que la autonomía surge a partir de la dependencia, por eso, únicamente puede ser comprendida en el terreno vincular y de las relaciones, pues toda autonomía es eco-dependiente.

Por otro lado, según Hernández (1997), el adolescente durante este proceso de construcción y fortalecimiento de la autonomía entra en una etapa que ella denomina como fase de reciclaje, expansión y consolidación personal, en la que con base en el tránsito hacia la autonomía y la autosuficiencia, el sujeto atraviesa por una serie de eventos psicológicos que funcionan como determinantes de los logros futuros y los posteriores desarrollos vitales. Acto seguido, las funciones evolutivas que se han cumplido en etapas anteriores como el apego, la separación, la socialización, la construcción del estilo personal, las relaciones familiares, entre otras, se reajustan.

Durante el proceso de transición y construcción de la autonomía, el sujeto atraviesa por ciertos procesos y tareas comunes de esta etapa. Una de estas y quizás la más importante, es la revisión y la puesta a prueba de la visión de la vida, de los valores, la imagen sobre sí mismo, su familia y la sociedad en la que se ve inmerso, esto con el fin de que el sujeto comience a tener una perspectiva propia sobre los elementos con los que interactúa, y así mismo, realizar cuestionamientos sobre ellos. Es en este momento en el que el adolescente comienza a tener otros puntos de vista, otras posturas y opiniones distintas a las de su círculo familiar, por lo que puede gozar de una afirmación personal que no había sido posible en otros momentos de la vida (Hernández, 1997), sin desconocer, claramente, que pueden continuar existiendo opiniones compartidas entre éste y su familia, sin necesidad de que esto implique una limitación en los procesos autónomos.

Finalmente, y a modo de conclusión, Piaggio (2009, en Bernal, 2016) presenta dos definiciones sobre la autonomía, la primera indica que, la autonomía representa la disposición con la que cuenta el sujeto para poner límites ante situaciones que él no ha originado. La segunda, propone que la autonomía es la posibilidad de tomar decisiones frente a las situaciones que tienen relación con él.

Reflexión

Cuando el joven se encuentra en la fase de transición hacia la adultez, debe tener presentes algunos elementos que pueden contribuir con la organización del proceso. Estos elementos pueden dividirse en procesos, facilitadores, cualidades y los tres tipos de autonomía: afectiva/emocional, de valores/principios y conductual.

En cuanto a los procesos, estos pueden resumirse en tres principales. El primero y quizás el más importante, es la desvinculación, en donde el sujeto más allá de independizarse e irse a vivir solo, puede modificar junto con la ayuda de su familia, los lazos o vínculos a los que se ven sujetos entre ellos, entendiendo con base en Hernández (1997) que la cohesión debe disminuir entre los hijos y los padres y de igual manera, el vínculo debe transformarse para facilitar la independencia del joven.

En cuanto a los cambios de dichos vínculos, es fundamental que la familia modifique el trato hacia los hijos y comience a otorgarles autonomía. De igual manera, los hijos también deben responder mostrando que son capaces de manejar ésta autonomía (Capano et ál., 2016; Zavala et ál., 2016). En múltiples casos, los padres tienen expectativas en relación con la autonomía de los hijos, por lo que es importante que la promuevan y los apoyen en este proceso (Esteinou, 2015; García y Peralbo, 2014). Luego, el paso siguiente a la desvinculación es la emancipación, la cual hace referencia a que el joven sea independiente con respecto a su familia de origen, viviendo solo y respondiendo por sí mismo.

El segundo proceso es el ingreso al mundo laboral y la economía estable, donde el joven consigue un trabajo, independientemente de si ese trabajo corresponde con su formación. En la fase de transición a la adultez, el joven debe comenzar a hacerse responsable de sí mismo y dejar de depender económicamente de sus padres. La economía estable está directamente relacionada con el trabajo, pues de este depende que, como lo proponen Sampaio, Bara y Braga (2012) y Sepúlveda (2020), el joven reciba dinero para mantenerse y sostener el lugar donde decida vivir, y de paso controlarlo y manejarlo con libertad y precaución.

Como se ha descrito, cada uno de los pasos expuestos depende entre sí. En este orden de ideas, el tercer y último proceso son los contextos definidos en los que el joven se desenvolverá, lo cual aplica tanto para el trabajo como para la vivienda. Cabe aclarar que estos contextos pueden conectarse con los procesos de individuación, debido a que se relacionan con intereses y aficiones particulares del joven. Se considera que para que el joven pueda realizar su tránsito a la adultez y su desvinculación de manera tranquila, tiene que recurrir primero a intentar moverse en escenarios que le proporcionen seguridad, por lo menos, hasta que pueda tener ahorros, sostenerse económicamente y pueda volverse experto en el ámbito laboral.

Algunas dificultades presentadas durante el proceso de emancipación, son: a) la separación del hogar, puede generar conflictos con sus padres, en donde la búsqueda de independencia emocional y económica puede ser confundida con rebeldía (Gaete, 2015); b) los jóvenes se encuentran en condiciones para alcanzar la independencia, pero no disponen de los recursos económicos suficientes (Parrón, 2014); y c) ante la escasa oferta de vivienda y el alto precio del alquiler, los jóvenes optan por recurrir a una solución más fácil y quedarse viviendo con los padres más tiempo, lo que supone una semiautonomía (Bernal et ál., 2020; Echaves, 2016; Arnett, 2000).

Cabe resaltar que el contexto es un factor fundamental para entender este proceso. Así, debido a que los logros dependerán del contexto del joven, debido a que cada contexto crea una comprensión simbólica diferente por la cual el joven tenderá a realizar su toma de decisiones, construcciones de logro y concepciones de ser adulto, diferenciando así, a un joven en contexto de vulnerabilidad frente a un joven en contexto de accesibilidad. Lo anterior sugiere que, en algunos casos, ser adulto para el joven en un contexto vulnerable, puede determinase con acciones como ser esposo o ser padre, mientras que para el joven con accesibilidad, puede significar emigración al exterior y estudios superiores, explicitando así, las desigualdades sociales que hacen parte de la transición a la adultez según los entornos (Sepúlveda, 2020).

Por otro lado, existen cualidades con las que el joven debe contar para que su tránsito a la vida adulta y su autonomía se fortalezcan. La primera de estas cualidades es la responsabilidad por sus acciones, hacerse cargo de ellas y en múltiples ocasiones, aceptar las consecuencias que derivaron de la acción realizada.

Con base en lo anterior, la segunda cualidad requerida es aceptar los errores que se cometen, realizando así un ejercicio autorreflexivo en el que pueda examinar cada uno, pensar por qué lo hizo, qué puede hacer para solucionarlo y cómo se va a comportar de ahora en adelante para no volver a cometerlo. Al aceptar los errores, según Briceño (2009), el joven podrá identificar los aprendizajes provenientes de la experiencia e interiorizarlos, con el fin de entender qué tan importantes son para su crecimiento personal.

En relación con lo anterior, la tercera cualidad es la toma de decisiones, la cual es la principal característica de la autonomía. Esta, hace parte del desarrollo y se debe ir fortaleciendo a medida que el joven va creciendo (Samper et ál., 2015). Al inicio, cuando somos pequeños, somos novatos tomando decisiones y generalmente lo que se decide, se hace únicamente con una visión del presente, olvidando que también se debe tener en cuenta cómo esa decisión puede incluso afectar nuestro futuro de forma categórica. Cuando el joven crece, la edad no es una garantía de que pueda convertirse en un experto en cuanto a las decisiones, sino que con base en esos aprendizajes, puede tornarse ahora más precavido y hacer uso del ejercicio reflexivo antes de decidir, considerando cómo las decisiones representan un beneficio para sí mismo, para los otros, para la comunidad, para su futuro, entre otros.

Además de eso, la toma de decisiones también pone a prueba al sujeto, pues lo prepara para que pueda fortalecer esa capacidad y pueda aplicarla más adelante en situaciones que requieran de intensa reflexión y decisión. De igual forma, se puede observar qué tanto ha aprendido el sujeto con base en sus experiencias, cómo esas vivencias ayudaron a fortalecer esa capacidad y qué tan comprometido está el sujeto con respecto a la toma de decisiones para su vida.

La última cualidad es el razonamiento, directamente relacionado con el desarrollo de una postura crítica frente a las situaciones, que fortalece la capacidad de analizarlas. Dentro de esta misma cualidad, y tomando como referencia lo propuesto por Farfán (2012), está el pensamiento lógico, el cual es necesario e importante que se desarrolle y fortalezca, para que puedan comenzar a buscar soluciones a los problemas que se les presentan y con base en eso, puedan ir aprendiendo formas de actuar frente a ellos y tomar decisiones que mejoren dicho problema. La idea es que a medida que el joven crezca, pueda comenzar a ver las situaciones a las que se enfrenta, desde múltiples caminos distintos que conducen a soluciones de los problemas (Serrano, 2013; Santana-Campas et ál., 2021). Lo anterior le servirá al joven en cada una de las áreas en las que se desenvuelva, pues las soluciones tienen que buscarse frente a cada problema que ocurra en todos los ámbitos de la vida cotidiana, después de haberse analizado y haber explorado otras alternativas para su solución.

La ventaja del proceso de transición a la vida adulta es que los jóvenes cuentan con ciertos facilitadores que pueden ayudarles a comprender y dirigir cómo lo están realizando y por cuáles elementos se puede ver estancado en algunos casos, y en otros, se puede ver beneficiado. El primero de estos facilitadores que dejan ver cómo el tránsito a la vida adulta podría resultar más adelante, es la individuación, la cual está directamente relacionada con la desvinculación. La desvinculación depende de la individuación y por lo tanto, de la posibilidad que tenga el sujeto de desarrollar intereses fuera de la familia de origen, es decir, el sujeto debe buscar que haya un proceso de diferenciación en cuanto a su núcleo familiar (Cancrini y La Rosa, 1996).

Esta diferenciación familiar está relacionada con la desvinculación, pues a medida que el joven crece, la cohesión de la familia se ve modificada y los lazos se van separando un poco, pues el sujeto empieza a ser capaz de identificar sus gustos o aficiones fuera de la familia. Es decir, durante su niñez, el sujeto está protegido todo el tiempo por sus padres, le interesan las cosas que sus padres le muestran o le imponen, pero cuando llega a la adolescencia, los padres deben ir soltándolo para que se desenvuelva en la vida. Todo este proceso funciona como un ciclo de vida familiar, en el que el individuo comienza a tener sus propios intereses y en ese proceso de ganancia de autonomía, es que más adelante se puede dar la desvinculación, resultante de una trayectoria de aumento previo de la autonomía que se fue forjando gracias a la individuación.

Otro punto clave en este proceso de transición a la adultez, es la definición de objetivos claros en la vida, es decir, el sujeto a medida que crece, irá pensando en un proyecto de vida, en metas o elementos que quiera conseguir para su vida más adelante. Esto representa la motivación que abriga el joven respecto a su propia vida y el modo en que planeará sus actuaciones, para conseguir los objetivos. Lo anterior puede funcionar como un facilitador, pues el proyecto de vida que plantee, tiene relación con todos los aspectos de su existencia, es decir, él puede planear y ponerse metas con respecto al trabajo, a las relaciones interpersonales, a la independización, la toma de decisiones y con base en ese objetivo establecido, es que se va a mover en la vida para conseguirlo.

Ahora bien, el tránsito a la vida adulta se relaciona a su vez con tres tipos de autonomía necesarios para el crecimiento, que se fortalecen durante la adolescencia y marcan la entrada al mundo de la adultez (Parra et ál., 2014). El primer tipo es la autonomía afectiva/emocional, en la que el sujeto es consciente de sus afectos y es capaz de reconocer sus emociones, así como de hacer un buen manejo de ellas, identificarlas y expresarlas (Bisquerra y López, 2021; López et ál., 2018). De igual forma, es importante que el joven entienda de dónde proceden sus emociones y cuáles son las consecuencias que ellas le traen. La autonomía de este tipo, hará que el individuo pueda reconocer sus necesidades y actuar para conseguir un beneficio propio, sin que esto perjudique a las demás personas con las que se relaciona.

El segundo tipo de autonomía es la de valores o principios, en la que el sujeto habrá formado sus concepciones propias con respecto a la vida y a lo que en esta sucede. El joven, con base en las relaciones que tiene con otros, construye qué es lo correcto y qué no lo es, lo importante y lo que no lo es y con base en eso, actuará de forma consecuente con lo que él piensa y ha aprendido por medio de sus interacciones con los demás (Bisquerra y López, 2021; Cuervo, 2010). En ocasiones, esas concepciones se forman a partir de los intereses y visiones que el individuo tiene y de cómo concibe el mundo.

Tomando como referencia lo anterior, según Allen y Loeb (2016), los jóvenes deben enfrentarse a un desafío que implica conectarse con sus compañeros y al mismo tiempo establecer su propia autonomía en relación con las influencias ejercidas por sus pares. Las capacidades de los jóvenes para lograr una conexión y una autonomía simultáneamente, son fortalecidas principalmente por la familia; entendiendo que las enseñanzas provenientes de la familia facilitan la solución de desafíos de los jóvenes con sus compañeros. Lo anterior está relacionado con la autonomía de valores y principios, pues el joven debe tener claras sus concepciones de la vida con base en lo que aprende de su familia y así poder mostrar una resistencia a las influencias de sus iguales.

Por último, la autonomía conductual hace referencia a la capacidad que se tiene para decidir y actuar por sí mismo (Jara y Echeverría, 2022; Lara, 2017). El joven debe ser capaz de tomar decisiones independientes consecuentes con sus intereses y que vayan encaminadas al beneficio personal, además de eso, debe poder sostener las decisiones que toma y en algunos casos, ser capaz de responsabilizarse por estas y de las consecuencias que dichas decisiones produjeron.

Cabe resaltar, que el joven al pensar por sí mismo y al tomar sus propias decisiones, empieza a reflejar cambios en sus relaciones familiares, puesto que el sujeto ahora es físicamente más maduro y está en busca de independencia y autonomía, por ende, comenzará a hacer uso de su pensamiento crítico y buscará cuestionar las reglas e incluso los roles familiares, lo que posteriormente generará conflictos (Eccles et ál., 2003).

Conclusiones

Según lo investigado en este artículo, el tránsito a la vida adulta ha sido un tema de amplia reflexión en contextos psicológicos, educativos y sociales de América Latina a partir del año 2000. Desde distintos puntos de vista que de alguna u otra forma llegan a la misma conclusión: este proceso no puede considerarse como un fenómeno individual, sino que guarda una amplia relación con elementos familiares y sociales que contribuyen con la construcción del individuo a tal punto de proporcionarle bases para su tránsito a la adultez o en dado caso, retrasar este proceso. En cuanto a los aspectos familiares, puede decirse que si el mismo sistema familiar no otorga autonomía al sujeto y no está dispuesto a aceptar el cambio en los vínculos a medida que este va creciendo, este proceso se verá obstaculizado y el sujeto se verá obligado a seguir dependiendo emocionalmente de sus padres y/o cuidadores, lo que a su vez, invitará a seguir ejerciendo este cuidado por parte de los mismos.

Los aspectos sociales, por su parte, ejercen presión en el individuo al tener ciertas expectativas acerca del tránsito a la vida adulta, por ende, el sujeto deberá responder ante lo esperado por su sociedad, por ejemplo, irse de la casa a una determinada edad, conseguir trabajo, realizar múltiples estudios, entre otras. Además de eso, la sociedad misma cuenta con una fuerte crisis económica que genera un estancamiento en ciertos procesos del joven como la emancipación tardía y el ingreso al mercado laboral. Este proceso de tránsito a la vida adulta, a su vez está relacionado con la autonomía, pues a medida que el joven crece, tiene que fortalecer la toma de decisiones que le ayudarán para hacerse responsable de su propia vida y con base en eso, reorganizar lo que cree que es correcto, buscando así, un beneficio propio que le genere aprendizajes.

Por último, según lo analizado en este artículo, quizás el hallazgo más importante sea que los jóvenes que son criados en hogares que favorecen su autonomía e independencia, realizan un tránsito adecuado a la vida adulta. Sin embargo, considero pertinente profundizar en investigaciones que incluyan comparaciones entre adultos que hayan experimentado diversas situaciones familiares y sociales y cuya vida se haya desarrollado en diferentes contextos, para tener una visión más amplia de lo que han vivido en su adultez de acuerdo con las condiciones con las que contaron.

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*Artículo de investigación

Recibido: 22 de Septiembre de 2020; Aprobado: 12 de Diciembre de 2021

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