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Entramado

versión impresa ISSN 1900-3803

Entramado vol.10 no.2 Cali jul./dic. 2014

 

Editorial

“Sin seres humanos no hay verdad, pero igualmente sin verdad no hay seres
humanos, pero mejor aun, la vida sin verdad no es vivible”
, afirmaba Ortega.

Colombia vive desde hace muchos años el drama de la ilegalidad, nicho en el cual han germinado conductas, prácticas sociales y personales, de carácter delictivo la mayoría de ellas.

Está ilegalidad, de la mano de la desigualdad social, de una justicia lenta, ineficaz e inoportuna agravadas por guerras paralelas entre diversos actores sociales: guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, bacrim, delincuencia común, el Estado y entre ellos, ha conducido al país a un callejón sin salida.

Hoy los representantes del Estado colombiano y de las FARC se sientan en La Habana para tratar de poner fin a una de las guerras entre las fuerzas gubernamentales y un grupo insurgente.

Una confrontación que es atípica con otras similares de liberación nacional, guerra civil o guerra regular. El análisis es delicado y complejo, porque no está entre los estándares conocidos, hay que desarrollar una propuesta teórica paradigmática para comprender y analizar el caso colombiano y no caer en el maniqueísmo, ni en la visión religiosa de buenos y malos, porque aquí muchas veces los buenos son malos, los malos son buenos unas veces y perversos muchas otras.

En ese cruce de guerras paralelas se han producido atrocidades, crímenes contra la población civil y crímenes de lesa humanidad, por esto la importancia de aclarar de una vez por todas la responsabilidad de los diversos actores sociales de la confrontación armada que ha dejado una estela de víctimas que hoy reclama justicia y reparación pero fundamentalmente el derecho a conocer la verdad de lo sucedido.

Verdad que en latín -veritas- traduce fiabilidad o confianza. Mientras en griego alétheia, se refiere al desvelamiento-correr el velo- o descubrimiento que los seres humanos hacen del las cosas, deriva del verbo lantano que significa ocultar, que al agregar la partícula a, adquiere el significado de lo que no esta oculto, por lo tanto el sentido griego de la verdad no es un sentido histórico, sino que discurre en el logos griego lo que es y no lo que se dice de la cosa.

En la Edad Media, la verdad va estar ligada a Dios, “La verdad es Dios…” pero además aparece la relación entre el pensamiento y la realidad cuando Santo Tomás enuncia que veritas est ariaeqwtio rei et intellectm, la verdad es la coincidencia entre lo que se piensa y la realidad.

Desde Grecia subyace la necesidad de algo que permanece, algo que no cambia, pasa en la Edad Media por Dios, y llega a Hegel cuando afirma: la verdad como totalidad está ligada al espiritu absoluto que se encuentra en la síntesis del proceso dialéctico.

En la lengua y la cultura hebrea la concepcion de la verdad está referida al cumplimiento, algo que se espera, donde la verdad se asocia al sentido de la confianza proyectada y conectada al futuro; por lo tanto se gesta y se construye permanentemente. La palabra emunah designa el término verdad en hebreo, pero no es algo que tenga que ser develado, ni algo que necesite ser constatado en la relacion de lo pensado y la realidad; la verdad es aquella que se pondrá de manifiesto en el futuro. Para la cultura hebrea la verdad es la confianza en la fidelidad de Dios.

En la racionalidad andina, la verdad emana de la experiencia del hablante, de su percepción directa, no necesita ser probada, se hace desde el referente cultural y se asume de acuerdo con valores. La verdad enunciada es así porque la cultura, de manera cooperativa, permite que se enuncie esa verdad que ha sido aprendida desde sus antepasados y que -es verdad porque siempre ha sido así- se enseñará a sus hijos como una verdad que no requiere ser demostrada porque está incrustada profundamente en la manera de vivir, sentir, amar no sólo al otro sino a la naturaleza de la que hacen parte. Una concepción de la verdad que requiere profundos valores comunitarios que no pueden ser acomodados a conveniencia de quien la enuncia, pero además este no tiene interés en acomodarla, sino en honrarla porque así preserva la vida de su comunidad, la suya y la de sus herederos.

El fenómeno del narcotráfico en Colombia, que comienza con el boom de la mariguana en los años 60, la cual florece en el marco de la ilegalidad en un país que pierde con velocidad los valores del respeto a la vida, a la honra, a los bienes públicos, a la dignidad y el respeto al derecho ajeno. Década donde florecen los movimientos armados inspirados en las revoluciones cubana, china y soviética, a la par que una nueva clase de ricos emergentes, beneficiados por el tráfico de marihuana, contrabando y armas hacen florecer peligrosos pero atractivos y rentables negocios, donde las utilidades de lo ilegal se invierten en negocios lícitos: propiedad raíz, la banca, la industria de la construcción, importaciones y exportaciones y otro sinnúmero que permiten la alianza entre sectores del narcotráfico, los grupos armados y sectores de las clases empresariales, el gobierno y sus funcionarios, las fuerzas de seguridad, instituciones educativas, consejos, asambleas, congreso de la republica organismos de control, encargados de administrar e impartir justicia, consulados y embajadas, entidades financieras, clubes sociales, deportivos, comunidades religiosas, grupos insurgentes y un sinnúmero de instituciones y organizaciones.

Sin embargo, en las décadas siguientes, cuando narcotraficantes y los barones de los carteles y las mafias comenzaron a ser perseguidos por los gobiernos inclinando la balanza militar a las fuerzas gubernamentales, y los delincuentes presos empezaron a delatar a sus cómplices, quedaron al descubierto empresarios, políticos, banqueros, académicos, clase dirigente, dirigentes eclesiásticos, personajes de las elites sociales, sindicalistas, jueces, y una cadena cada vez mayor de involucrados de todas las clases y estratos sociales era la norma y no la excepción. Esa era la verdad; una inmensa mayoría de la sociedad perdía sus valores y se hacía permisiva hacia el narcotráfico; la bola de nieve crecía por la inercia del dinero fácil que permitía corroer el estado de derecho e infiltrarse en la sociedad que parecía a su vez narcotizada.

Hoy se camina hacia el fin de la guerra y el inicio de un proceso de reconstrucción y paz, pero este puede lograrse solo en la medida que se conozca la verdad de parte de todos los involucrados directa e indirectamente: actores armados-todos-, ideólogos, representantes del capital, países involucrados, gobierno, jueces, fiscales, medios de comunicación.

Paz con verdad que muchos consideran debe hacerse sin la violación del orden y el estado de derecho vigente, sin embargo es importante precisar que el derecho busca la verdad formal, no la verdad real, de ahí la relevancia de diferenciar entre la verdad procesal y la verdad histórica.

Para esto se requiere una sociedad con perspectiva histórica que permita relacionarse con la verdad, un proyecto de nación desde una perspectiva de país nos proporcionará un camino para recorrer que facilitará el tránsito del olvido a la reconstrucción histórica, donde primero se reconozca el derecho a la verdad de lo que ocurrió a las víctimas de los sucesos, tragedias y masacres sufridos, para re-dignificarlas y superar la negación social de la que han sido objeto, será el primer paso para poder alcanzar el segundo: el derecho de una sociedad a saber lo que ocurrió, sus responsables y las reparaciones efectuadas.

Trabajar en la construcción de la verdad en nuestro proceso, implica al menos trabajar en si la verdad tiene un carácter histórico, o solo es cierta la perspectiva clásica de la verdad, o la verdad es un asunto que se da solo en nuestras ideas. Nos inclinamos por la verdad que está más allá de los procesos de administración de la justicia, que no se reduce a un problema de procesos judiciales desde el positivismo que relaciona hechos y pruebas, la verdad debe ser una construcción histórica en un ejercicio pedagógico comunitario que garantice que ni la guerra ni los hechos atroces derivados de los conflictos armados se repitan nunca más.

Arnaldo Ríos-Alvarado
Editor
Revista Entramado
Director Seccional de Investigaciones
Universidad Libre, Cali, Colombia.