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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.2 Bogotá Jan./June 2006

 

PERSPECTIVAS CONCEPTUALES SOBRE LA CIUDAD Y LA VIDA URBANA: EL PROBLEMA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA CULTURA EN CONTEXTOS URBANOS1

Carlos Andrés Charry Joya2

Profesor universitario e investigador social ca_charry@yahoo.com


RESUMEN

En este artículo se elabora un nivel de discusión general acerca de las diversas formas de conceptualización que las ciencias sociales han desarrollado sobre lo que es la ciudad y la vida urbana, con el cual se espera resaltar la propuesta de interpretación sociológica y antropológica acerca del problema de la organización de la cultura en contextos urbanos. En este sentido, dicho desarrollo analítico tiene una finalidad esencialmente explicativa, pues busca resolver la pregunta de cómo este par de ciencias han resuelto e imaginado el problema de la ciudad y qué elementos pueden llegar a ser válidos para tener en cuenta hoy, a la hora de sugerir un modelo conceptual para el caso de nuestras ciudades.

PALABRAS CLAVE

Ciudad, vida urbana, espacio público, Ciencias Sociales, Sociología, Antropología.

 


ABSTRACT

This article elaborates a general discussion about the diverse ways of conceptual ization that the Social Sciences have developed about of "city" and "life urban". The author highlights the proposal of sociological and anthropological interpretation of the organizational problem of culture in urban context. In this sense, such analytical development has an explanatory objective: to answer the question of how these sciences have answered and imagined the problem of the city, and which of its elements are valid today, when a conceptual model to understand the social change in our cities is necessary.

KEY WORDS

City, urban life, public places, Social Sciences, Sociology, Anthropology.


La ciudad no es lo urbano. La ciudad es una composición espacial definida por la alta densidad poblacional y el asentamiento de un amplio conjunto de construcciones estables, una colonia humana densa y heterogénea conformada esencialmente por extraños entre sí. La ciudad, en este sentido, se opone al campo y a lo rural, ámbitos en que tales rasgos no se dan. Lo urbano, en cambio, es otra cosa: un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales, deslocalizadas y precarias. Se entiende por urbanización, a su vez, "ese proceso consistente en integrar crecientemente la movilidad espacial en la vida cotidiana, hasta un punto en que ésta queda vertebrada por aquella". La inestabilidad se convierte entonces en un instrumento paradójico de estructuración, lo que determina a su vez un conjunto de usos y representaciones singulares de un espacio nunca plenamente territorializado, es decir, sin marcas ni límites definitivos.

Manuel Delgado, El animal público, 1999.

Introducción

EL OBJETIVO DE ESTE ARTÍCULO es elaborar un nivel de discusión general que conduzca a la conceptualización de una propuesta de carácter interpretativo sobre lo que es la ciudad y la vida urbana, a partir de la selección de algunas de las principales discusiones que en el campo de las ciencias sociales se han hecho sobre esta problemática tan esquiva y compleja. Atendiendo a dicho objetivo, se plantea un recorrido conceptual en el que se discuten y comentan algunos de los principales hitos de la urdimbre conceptual construida por la sociología y la antropología en relación con el tema de la ciudad y la vida urbana, pues dichas disciplinas se constituyen en las principales fuentes de reflexión teórica sobre esta materia. El horizonte analítico que pretende ser desarrollado (de manera parcial y limitada) está compuesto por múltiples formas de acercamiento y de comprensión, que van desde los primeros abordajes sistemáticos efectuados por la Escuela de Chicago, en donde la ciudad era vista como una especie de ecosistema funcional, hasta las modernas teorías contemporáneas que han logrado diferenciar la ciudad (el espacio físico) del fenómeno de lo urbano y del modo de vida urbano, que comprende el espectro de la vida social en la ciudad, asunto que, como trataré de exponer, dista mucho del ejercicio de la planeación urbana.

Para tal efecto realizaré un recorrido esquemático por algunas de las principales tradiciones teóricas que han elaborado discusiones sobre la ciudad, empezando por las orientaciones generales hechas por un clásico de la sociología moderna como Georg Simmel, para caer en la Escuela de Chicago, pasando luego a las discusiones elaboradas por la vertiente del pensamiento marxista sobre la ciudad, principalmente lo referido a Henri Lefebvre. Posteriormente se expondrán las discusiones sobre la vida urbana y la configuración de la identidad personal de Richard Sennett, para terminar a modo de conclusión con las interesantes anotaciones del antropólogo Manuel Delgado. De antemano se advierte que el recorrido que aquí se pretende tiene una finalidad esencialmente explicativa, por lo cual es probable que se pasen por alto algunos puntos particulares de cada una de las propuestas, o que se omitan las discusiones especializadas que se han desarrollado en las distintas versiones del campo de estudios denominado como "antropología urbana".

Las grandes urbes y el desarrollo de la individualidad: la mirada de Georg Simmel

Desde un principio las reflexiones de las ciencias sociales sobre la ciudad habían diferenciado la complejidad de la vida urbana, pues si bien la ciudad es un invento de la Antigüedad misma, en donde se podrían mencionar los casos de Atenas o de Roma, la vida urbana no. Georg Simmel, un sociólogo de finales del siglo xix y principios del xx, contemporáneo de Weber, logró identificar espléndidamente dicho cambio en la ciudad moderna, un cambio que consistía en la simplificación de las relaciones inter y supraindividuales, es decir, del conjunto de relaciones que establecen los individuos y los grupos humanos en su interactuar recíproco. Según Simmel, si bien la ciudad y la vida urbana modernas eran el producto de la división del trabajo y por consiguiente de la industrialización, la creciente especialización que generan estos procesos son correlativos e interdependientes con una mayor especialización de la individualidad; en palabras del propio autor:

    Las ciudades son en primer lugar las sedes de la más elevada división del trabajo económico.

    [...] Exactamente en la medida de su extensión, ofrece la ciudad cada vez más las condiciones decisivas de la división del trabajo: un círculo que en virtud de su tamaño es capaz de absorber una pluralidad altamente variada de prestaciones (de servicios si se quiere), mientras que al mismo tiempo la aglomeración de individuos y su lucha por el comprador obliga al individuo particular a una especialización de la prestación en la que no pueda ser suplantado fácilmente por otro.

    Lo decisivo es el hecho de que la vida de la ciudad ha transformado la lucha con la naturaleza para la adquisición de alimento en una lucha por los hombres, el hecho de que la ganancia no la procura aquí la naturaleza, sino el hombre. Pues aquí no sólo fluye la fuente precisamente aludida de la especialización, sino la más profunda: el que ofrece debe buscar, provocar en el cortejado necesidades siempre nuevas y específicas. La necesidad de especializar la prestación para encontrar una fuente de ganancia todavía no agotada, una función no fácilmente sustituible, exige la diferenciación, refinamiento y enriquecimiento de las necesidades del público, que evidentemente deben conducir a crecientes diferencias personales en el interior de ese público (Simmel, 2001: 392-393).

En este contexto, la ciudad vista desde Simmel es el escenario en donde emergen de manera simultánea diferentes dinámicas propias de la modernidad. En primera instancia la ciudad es el escenario predilecto de reproducción de un modelo específico de organización social, fundado en la industrialización y en la división del trabajo; sin embargo, de dicha dinámica que genera altos niveles de especialización, se desprenden otras en donde los individuos entran en una competencia permanente por la diferenciación en sus actitudes, modos y maneras de ser, lo cual se ve reflejado particularmente en la especialización del público al consumo de determinadas mercancías y/o servicios adaptados y configurados a las necesidades mismas del proceso de diversificación de las funciones que experimenta la sociedad a cuenta de la industrialización, llegando incluso a producirse un refinamiento del gusto, una construcción social de la experiencia cotidiana, en función de las múltiples formas de especialización/diferenciación provocadas. Es por esto que para Simmel toda esta dinámica conduce:

    [... ] a la individualización espiritual en sentido estricto de los atributos anímicos, a la que la ciudad da ocasión en relación a su tamaño. Una serie de causas saltan a la vista. En primer lugar, la dificultad para hacer valer la propia personalidad en la dimensión de la vida urbana. Allí donde el crecimiento cuantitativo de significación y energía llega a su límite, se acude a la singularidad cualitativa para así, por estimulación de la sensibilidad de la diferencia, ganar por sí, de algún modo, la conciencia del círculo social: lo que entonces conduce finalmente a las rarezas más tendenciosas, a las extravagancias específicamente urbanitas del ser especial, del capricho, del preciosismo, cuyo sentido ya no reside en modo alguno en los contenidos de tales conductas, sino sólo en su forma de ser diferente, de destacarse y, de ese modo, hacerse-notar; para muchas naturalezas, al fin y al cabo, el único medio, por el rodeo sobre la consciencia del otro, de salvar para sí alguna autoestimación y la consciencia de ocupar un sitio (Simmel, 2001: 393).

En este mundo de la exacerbación de la individualidad que es la urbe, los individuos (o urbanitas), además de establecer una lucha constante por la vía de la permanente especialización profesional, deben establecer una lucha permanente por la distinción, basada en la necesidad de diferenciarse de los otros y/o de sentirse parte de un mismo grupo con algunos cuantos, en un proceso de construcción de identidad personal que pasa, como todo proceso de construcción de una identidad, por la diferenciación con otro o unos otros, generándose un ambiente cultural urbano paradójicamente marcado por la insensibilidad, por la indiferencia, por contactos y vínculos sociales insignificantes y efímeros; una configuración de la individualidad y, por consiguiente, de la cultura, cuya esencia se sostiene no en su unidad, sino en su plasticidad y excentricidad3.

Sin embargo, durante mucho tiempo las consideraciones hechas por Simmel, un médico, filósofo y sociólogo de origen judío que vivía en Berlín, pasaron sin mucho eco en el conjunto de las ciencias sociales, exceptuando el uso limitado y parcial que dio Erving Goffman a la teoría del efecto recíproco que fundamentó la inspiración sociológica simmeliana, en el empleo que éste hiciera para la fundamentación de la denominada microsociología o sociología del cara a cara. Por el contrario, y como veremos a continuación, las principales corrientes teóricas que se desarrollaron en la primera mitad del siglo xx, aún pretendían ser portadoras de cierta aura de conocimiento universal sobre el devenir de lo humano, por lo cual no es extraño encontrar que la mayoría de escuelas y orientaciones teóricas estuviesen fundadas en la idea de encontrar las leyes generales o los sistemas, que terminaron por poner más atención a la ciudad como espacio que a la ciudad como un estilo de vida; un caso ejemplar de ello fue la Escuela de Ecología Humana de Chicago.

La ciudad orgánica: la perspectiva de la Escuela de Ecología Humana de Chicago

La Escuela de Chicago es una urdimbre teórica demasiado difusa que impide dar una sola explicación de ella, pues desde su inicio en la década de 1920 fue un movimiento que combinaba un variado espectro de influencias, resultado de las diferentes orientaciones teóricas y metodológicas que exponía cada investigador. Ejemplo de ello fueron las diferentes posiciones (tanto teóricas como analíticas) que existieron entre los forjadores de esta escuela: Robert Enza Park y Louis Wirth, diferencias que obligan la búsqueda de similitudes que permitan dar un vistazo general de lo que fue esta importante escuela.

Por un lado se puede afirmar que la principal influencia conceptual de la Escuela de Chicago es la Ecología Humana, rama del conocimiento que sirvió como eje articulador de la diáspora de investigaciones y formas de interpretar la ciudad que tuvo este movimiento. La influencia ejercida por la Ecología Humana estuvo marcada por el viso del espacio y de la cultura, lo cual nos permite inferir, de primera mano, que en la Escuela de Chicago existió una tendencia general a privilegiar el sentido mentado de la acción, es decir, los factores psicosociales de cohesión social (la tradición en este caso) que permiten la definición de un grupo humano como tal en un lugar específico de la ciudad. Sin embargo, esta definición está atravesada por la relación con el medio, en la que el grupo humano entra a relacionarse, a interactuar con otros grupos humanos. Por esto, según Ogburn y Nimkoff (1959), es posible afirmar que en la fundamentación teórica de la Escuela de Chicago existe una tensión inicial, en la que se diferencia tajantemente al individuo de la sociedad:

    La Ecología no trata de inquirir la evolución de las especies, sino que más bien se enfrenta con las relaciones del medio y el número y la ordenación espacial de los grupos.

    La Ecología humana es una rama de la Ecología general, pero trata, como su nombre indica, de las relaciones de los organismos humanos con su medio. El campo es muy amplio, pero los ecólogos tratan de modo particular el problema de la ordenación espacial del hombre y de su influencia en la vida social.

    [...] El medio del hombre, por el contrario, incluye la cultura, que produce el efecto de disminuir el control de la Naturaleza sobre su lugar de residencia (Ogburn y Nimkoff, 1959: 369-370).

Aún así, pese a lo que afirman Ogburn y Nimkoff, en la Escuela de Chicago sí existió una gran influencia de las teorías evolucionistas, más específicamente de las darwinianas, tendencia que se expresó tempranamente en la obra de Park quien consideraba que:

    Darwin y los naturalistas de su época estuvieron particularmente interesados por la observación y recopilación de estos curiosos ejemplos de mutua adaptación y correlación de animales y plantas, porque parecían esclarecer el origen de las especies. Dentro de un hábitat común, tanto las especies como su interdependencia mutua parecen ser producto de la misma lucha por la existencia darwiniana.

    [... ] Estas manifestaciones de un orden vital, mutable pero persistente, entre organismos competidores -organismos que representan "intereses conflictuales aunque correlativos"- parecen ser la base de la concepción de un orden social que trasciende las especies individuales, y de una sociedad basada en una base biótica más que cultural.

    [... ] Dentro de los límites de este sistema, las unidades individuales de población están implicadas en un proceso de cooperación competitiva, que ha otorgado a sus interrelaciones el carácter de una economía natural. A este hábitat y a sus habitantes -sean plantas, animales o humanos- los ecólogos han aplicado el término de comunidad (Park, citado en Bassols et al, 1988: 93-94).

El efecto ejercido por la Ecología Humana condujo a los integrantes de la Escuela de Chicago a analizar no sólo las formas sociales que se desarrollan en medio del conflicto, la lucha o la competencia cooperativa en la ciudad, sino la forma como es visible esta confrontación de órdenes (en este caso, culturales) propios de un grupo diverso y altamente diferenciado de comunidades que se desarrollan en el espacio físico de la ciudad; es decir, a través de la descripción de la vida cotidiana de los grupos, sus choques y confluencias, la Ecología Humana se encargó de mostrar las formas de interacción y apropiación que grupos humanos étnica o profesionalmente disímiles tenían de la esquina, de la cuadra, del barrio, del área o la región urbana y, por último, del conjunto de la ciudad. Al mismo tiempo se puede apreciar que en la Escuela de Chicago existió la tendencia de articular metaconceptos sobre las relaciones de conflicto/adaptación entre grupos, conceptos que en la mayoría de los casos cumplían la función de simplificar la descripción de procesos de cambio sobre la apropiación y uso del espacio en la ciudad. Estos metaconceptos son, por ejemplo, el de simbiosis que aparece en Park, la dispersión o centralización para el caso de Mckenzie o el metabolismo anabólico y catabólico que apareció en las reflexiones de Burgess4.

Por esto se puede concluir que la Escuela de Chicago es una propuesta que enfoca su variado espectro de análisis y conceptos en el espacio, es decir, concibe la ciudad como lugar apropiado y no como lugar construido; no obstante, lo cierto es que en el espacio se concibieron las dinámicas conflictivas de los grupos, de las comunidades, que por lo general tenían un mismo ascendente étnico o cultural, lo cual hacía aún más fácil la abstracción de las posibles formas sociales. Desde esta perspectiva el espacio, el medio o, si se quiere, la región urbana, son lugares en los que se despliega la colcha de retazos que son las comunidades, los grupos étnicos o profesionales, que entran en la lucha por la mejor posición en el proceso de adaptación urbana; proceso que, en términos generales, guarda un desarrollo guiado por la industrialización capitalista a partir de zonas concéntricas5.

La tradición marxista y la ciudad

Tradicionalmente el pensamiento marxista mostró un alto interés por la ciudad, para lo cual resulta funcional recordar la descripción que hizo Engels de la vida obrera de los suburbios de Londres y Manchester. Allí Engels, a la vez que describía someramente la vida de campesinos tejedores que progresivamente se iban convirtiendo en obreros, también hacía un detallado relato de cómo la conversión al capitalismo industrial volvía a los seres humanos máquinas a través de la explotación de su mano de obra. Desde sus inicios, el pensamiento marxista identificó a la ciudad como el escenario predilecto de la industrialización, de la profundización de las diferencias entre clases sociales, el escenario de las más grandes muestras de opulencia, pero al mismo tiempo el lugar de las más tristes miserias, en últimas, la ciudad era el escenario perfecto para la reproducción de las contradicciones mismas del capitalismo, así como el propio Engels lo describía en un aparte de La situación de la clase obrera:

    Es en las grandes ciudades donde la industria y el comercio se desarrollan con mayor perfección; por tanto, es allí donde, igualmente, aparecen con mayor claridad y en forma manifiesta sus consecuencias para el proletariado. Allí, la concentración de bienes alcanza su grado más elevado y las costumbres y condiciones de vida de los viejos tiempos son radicalmente destruidas (Lefebvre, 1983: 13).

Conservando esta tradición y sin ser el único representante del pensamiento marxista sobre la ciudad se encuentran las consideraciones de Henri Lefebvre. No obstante, fue éste uno de los primeros pensadores modernos sobre la ciudad que logró diferenciar la vida urbana del urbanismo, este último como un conocimiento especializado que pretende ordenar y controlar la ciudad, en una tendencia deliberadamente contraria con el estructural-funcionalismo que subyacía en las escuelas de arquitectos urbanistas de los años cuarenta y cincuenta, entre ellos Le Corbusier. Al respecto se expresaba el elocuente pensador marxista hacia la década de 1960:

    El urbanismo está de moda; casi tanto como el sistema. Las cuestiones y reflexiones urbanísticas trascienden los círculos de técnicos, especialistas y de intelectuales que se pretenden vanguardistas. A través de artículos periodísticos y escritos de alcances y ambiciones distintas, pasan al dominio público. Simultáneamente, el urbanismo se transforma en ideología y práctica. Y, sin embargo, las cuestiones relativas a la ciudad y a la realidad urbana no son del todo conocidas. No han tomado todavía, en el nivel político, la importancia y el sentido que tienen en el nivel del pensamiento (la ideología) y en el de la práctica (Lefebvre, 1969: 15).

De modo decidido la perspectiva de Lefebvre puso de manifiesto las consecuencias que la industrialización hizo en los modos de organización social, pues la ciudad ya no era la ciudad política, la Atenas, ese modelo utópico en el que cada ciudad podía constituirse como un sistema autorregulado, cerrado en sí mismo, absoluto. Un sistema en el que la vida social estaba constituida de forma orgánica por el pueblo, por la comunión de sentidos y saberes. De hecho, para Lefebvre el proceso de industrialización hace necesario prescindir de los parámetros que guiaron la formación de la ciudad antigua, pues la industrialización ha ejercido un singular cambio en las formas de producción social, asunto que se ve reflejado en la recomposición espacial que se evidencia en la especialización de centros de vivienda para obreros, en la construcción de complejos industriales, en la profusa complejización del entramado urbano, todo lo cual en palabras del autor rompe con la vida urbana, sobre lo cual comentaba:

    Sin embargo, donde un retículo de antiguas ciudades preexiste, la industria lo toma al asalto. Se apodera del retículo, lo remodela de acuerdo con sus necesidades. Asimismo, ataca a la Ciudad, le presenta combate, la toma, la arrastra. Adueñándose de los antiguos núcleos, tiende a romperla. Ello no impide la extensión del fenómeno urbano: ciudades y aglomeraciones, ciudades obreras, barrios periféricos (con apéndices de suburbios allá donde la industrialización no alcanza a ocupar y fijar la mano de obra disponible) (Lefebvre, 1969: 15).

De esta manera, desde la perspectiva de Lefebvre la ciudad moderna se ve atacada por dos tendencias contradictorias: una que pretende ordenarla orgánicamente en conjuntos, zonas y áreas urbanas con tareas y funciones preconcebidas (lo que llamamos en términos prácticos urbanismo que planifica la función social de los parques, las autopistas, la calle, etc.); y otra que subvierte permanentemente dicho orden a partir de la recomposición de las relaciones inmobiliarias, en donde el valor de uso va perdiendo cada vez más terreno sobre el valor de cambio, es decir, una ciudad que permanentemente está cambiando de piel a partir de la hiperactiva transformación en el uso que tienen los bienes inmuebles, lo cual puede implicar que lo que hace dos o tres décadas era un prestigioso barrio se convierta en lugar de oficinas y entidades bancarias, para luego pasar a ser una zona de tabernas, prostitución y criminalidad. Desde la orientación marxista la ciudad es en esencia el lugar de las luchas de clases, de los espacios y lugares que estos grupos tienen en su haber, condicionados bajo sus usos y prácticas, pero desde la perspectiva de Lefebvre no sólo se trata de una lucha de clases abierta, pues es en la lucha en donde cada uno de los elementos se mantiene en juego, como parte activa del proceso continuo de construir la ciudad o, para ser más precisos, la vida urbana6.

El problema según Lefebvre consiste en la paralela imposición racional que ejerce el estado, o en este caso el gobierno municipal, sobre la vida urbana, llevando a un extremo fútil y frívolo las tendencias homogenizadoras de la ciudad propuestas por los arquitectos estructuralistas, en donde la ciudad estaba dispuesta en órganos y compartimentos funcionales, rígidos, grises; moles que desbordan, dividen y minimalizan los intercambios permanentes entre agentes sociales de disímiles orígenes económicos, políticos y culturales. Como lo advierte Lefebvre, el derecho a la ciudad radica en la posibilidad de la convergencia, no de la igualdad.

    La convergencia sobre estos proyectos (urbanistas) arrastra los mayores peligros. Plantea políticamente el problema de la sociedad urbana. Es posible que de estos proyectos nazcan nuevas contradicciones que estorben la convergencia. Si se construyera una estrategia unitaria y ésta tuviera éxito, nos encontramos quizás ante lo irreparable (Lefebvre, 1969: 43).

De esta manera y con el fin de generalizar, el problema de la conceptualización marxista sobre la ciudad consiste en aparejar los órdenes económicos con las luchas sociales por el espacio y la apropiación derivada del mismo, que suele eludir los distintos órdenes de confluencia, de intercambio simbólico y de regulación espontánea que se generan en la vida urbana, así como lo anotó Jordi Borja7.

Richard Sennett: los mitos de pureza y la planificación urbana

Por una vía distinta que combinó elementos del interaccionismo simbólico, de la sociología weberiana y del psicoanálisis, Richard Sennett aparece en la palestra de los más importantes teóricos de la vida urbana. Sin embargo el resultado y los alcances previstos por esta propuesta conceptual no distan mucho de lo visto hace sólo un instante con Henri Lefebvre. El aporte de Sennett a la reflexión del problema de la ciudad y de lo urbano radica en identificar que en la lógica racional de los planificadores urbanos, se expresa una tendencia colectiva, un miedo social que pretende eliminar toda experiencia que resulte caótica. Desde la perspectiva de Sennett, al igual que el adolescente promedio occidental, la sociedad en su conjunto expresa un sentimiento de ansiedad por lo desconocido, por ser y no ser, es decir, por reconocerse en sus profundas falencias.

    El motivo de que las nociones progresivas de planificación urbana hayan incidido así, tiene que ver con lo que los planificadores opinan acerca de la posible complejidad en la vida urbana. Su impulso motriz ha sido dar pábulo a aquella tendencia de los hombres, contraída en la adolescencia, a controlar amenazas desconocidas eliminando la posibilidad de incurrir en sorpresas. Controlando el marco de lo que se halla disponible para las relaciones recíprocas sociales, el sucesivo cauce de la acción social queda domesticado (Sennett, 2001: 149).

Según Sennett una identidad purificada emerge de un contexto en el que tanto los individuos, como éstos en grupo (es decir, en sociedad), se ven amenazados y buscan una salida satisfactoria a las imposiciones de un medio caótico que no pueden controlar. En palabras del propio Sennett:

    El efecto de esta pauta defensiva es crear en las personas un deseo de purificación de los términos en que ellos se ven por comparación con otros. El empeño implicado es un intento de forjar una imagen o una identidad que fragüe, unifique y filtre las amenazas de los experimentos sociales (Sennett, 1975: 34).

La ciudad moderna y, en especial, la ciudad del mundo contemporáneo, es esencialmente una ciudad caótica, de mundos superpuestos, y como lo anota Sennett: "... La esencia del mecanismo de purificación es el temor de perder el control". Por esto, en todo proyecto de planificación urbana, como en los procesos de configuración de una identidad purificada, existe la idea implícita de limar el mayor número de asperezas y diferencias sociales, en la necesidad de imaginar una ciudad sin conflictos. En este sentido el urbanista o planificador de ciudades desde la dimensión anatómica de ciudad trata de diseñar un horizonte urbano, espacios ajenos al individuo, guiados por una unidad estética, pero que no ejerza ningún sentido cohesionador.

La antropología de la vida urbana

Hasta hace unas pocas décadas la antropología seguía siendo considerada como una ciencia dedicada a las sociedades tradicionales, una ciencia que estudiaba poblaciones bien integradas en términos sociales y culturales. No es por esto extraño encontrar que en los primeros abordajes de la antropología sobre la ciudad y la vida urbana la etnografía cumpliera un papel primordial en el proceso de construcción del conocimiento, partiendo de la premisa de lo inhóspito y del exotismo que representaba el encuentro con un "otro" lo suficientemente extraño, pero en el que en realidad era "fácil" encontrar las diferencias. El descubrimiento de la antropología del modo de vida urbano estuvo ligado a las distintas formas de aproximación expuestas por la mayoría de escuelas y orientaciones metodológicas que hemos venido reseñando, especialmente por la asimilación o diferenciación del legado configurado por la Escuela de Chicago. Sin embargo la compleja consolidación de este tipo de estudios dentro de la disciplina hacia los años setenta, se produjo en el marco de la crisis del discurso antropológico, en el que ni el estructuralismo ni el marxismo lograban ser los referentes más adecuados para explicar y comprender la minucia del dato etnográfico, en esa honda intelectual que algunos etiquetaron como posmodernd8, llevando a una cierta marginalización de esta subdisciplina en la formación convencional de antropólogos.

Por esto es importante señalar que los primeros antropólogos que se acercaron al mundo de vida urbano lo hicieron bajo otros fines, a la manera de una antropología en la ciudad en la que era recurrente el uso de las nociones y de las metodologías clásicas, es decir, de los modos de abordaje que caracterizaron el surgimiento de la antropología moderna durante los años veinte, treinta y cuarenta del siglo xx9. Caso concreto es el del antropólogo de la Universidad de Chicago Oscar Lewis y su Antropología de la pobreza, que tuvo como foco de observación la familia de Jesús Sánchez y el humilde vecindario de Bella Vista de la ciudad de México. Lewis a través de un profuso abordaje del método autobiográfico dio cuenta de una infinidad de características sobre la vida popular del México de los años cincuenta y sesenta, elementos que, de una manera contextual, terminaron siendo un relato simultáneo acerca de los procesos de urbanización que experimentó dicho país10. Sin embargo y como bien lo anotó Ulf Hannerz, la aplicación de los métodos de investigación antropológica como la etnografía y la autobiografía en contextos urbanos, no equivalen de por sí a hacer una antropología de la vida urbana; para él el asunto que aborda la antropología urbana es un tanto más complejo, en tanto que infiere una manera distinta de concebir la relación social que solemos identificar bajo la noción de cultura. En sus propias palabras:

    Parece muy probable, al mismo tiempo, que los estudios urbanos pudieran ayudar a que los antropólogos se formen un concepto de los procesos y la organización culturales mucho más complejo del que suelen tener. La cultura, como se ha dicho, es un asunto de tránsito de significados. La imagen es especialmente buena para nuestros propósitos, pues de inmediato se ve que los patrones de tránsito urbano tienen ciertas peculiaridades y que algunos vehículos pueden ser más adecuados para ellos que otros. El sistema social urbano puede promover cierto tipo de ideas o dar origen a problemas particulares de la organización de la cultura. Puede haber ideas acerca de cómo manejar los contactos con forasteros, si hay muchos en el ambiente en cuestión. O si, como resulta probable en un sistema social complejo, por lo menos algunos individuos se pueden considerar participantes de varias culturas, la forma de tratar esta diversidad puede ser un problema de análisis (Hannerz, 1991: 22).

Si admitimos que el eje central de la investigación antropológica es la cultura (Beals y Hoijer, 1976), debemos a su vez afirmar que una antropología de lo urbano debe preocuparse por explicar los procesos de formación de ésta en ambientes urbanos. El problema reside en el origen mismo de la noción de cultura, pues ésta fue construida por los antropólogos desde una perspectiva parcial y, por qué no decirlo, caprichosa: a partir de sus microscópicas y exóticas observaciones realizadas en sociedades extremadamente compactas, fruto de una época en la que la presión por la objetividad y la coherencia llevaron a la construcción de modelos explicativos extremadamente estructurados, en el que solían homologarse con extrema facilidad los niveles de interpretación de lo que es una estructura social y aparejarlos con las formas de organización simbólica, lo que comúnmente denominamos como cultura. No obstante el lento acercamiento que ha tenido la antropología al mundo de la vida social urbana, ha dado cuenta de las complejas interdependencias y traslaciones entre estos dos órdenes de lo social, que si bien para efecto del análisis no pueden ser separados, no siempre pueden ni deben significar lo mismo. Para ser concretos, el campo de investigaciones y reflexiones propios de la antropología urbana nació de los análisis efectuados desde los años cincuenta y sesenta por la Escuela de Manchester liderada por Max Gluckman, de la que emergieron eminentes figuras como V. Turner, para el caso de la antropología simbólica, y de C. Mitchell y A. L. Epstein particularmente para el caso de la antropología urbana; en una tradición cuyas coordenadas pueden ser identificadas en los desarrollos propuestos por Ulf Hannerz, Manuel Delgado, llegando incluso a influenciar de manera considerable al propio Georges Balandier en su comprensión del simbolismo y del poder en las sociedades complejas.

Como es bien sabido por todos, en la Escuela de Manchester se combinaron ciertos elementos del estructural-funcionalismo y de la antropología simbólica que dieron vida a una forma totalmente renovadora de comprender la relación estructura social/cultura, pues a partir de la introducción del conflicto, de la disfuncionalidad y del desorden estructural, se diversificó el espectro interpretativo, llegando a la comprensión de los factores relacionales no estructurados que operan permanentemente en dicha relación. De manera afortunada y gracias a la cooperación del Rhodes-Livingstone Institute, Gluckman logró enviar de manera constante al África central a un grupo de antropólogos bien entrenados en las labores etnográficas, en donde se realizaron sendas investigaciones de campo, tanto en ambientes tribales como en ambientes urbanos, lo cual permitió la comparación y el cotejo de una cantidad invaluable de datos y conclusiones, resultado de un trabajo colectivo con preguntas comunes sobre las transformaciones ocurridas en la sociedad africana.

No menos importante y documentada que la obra de Turner, quien amplió el ámbito de las investigaciones de los procesos rituales a los campos del arte y del poder, estuvieron las aproximaciones de los antropólogos urbanos, quienes tempranamente se preocuparon por los procesos de destribalización que surgieron a partir de las confluencias étnicas que ocurrían en los asentamientos urbanos formados alrededor de los distintos enclaves mineros e industriales. De esta manera los antropólogos del Rhodes-Livingstone estaban describiendo cómo se iba estructurando la trayectoria individual, cuyo origen étnico disímil se encontraba en una nueva realidad, descontextualizada de las pautas de solidaridad y de cohesión social mecánica propias de su antiguo estilo de vida, poniendo un especial interés en los procesos que ocurrían a nivel estructural de la sociedad (lo que implicaba la descripción de las dinámicas de formación del tipo asentamiento y determinar cómo un específico tipo de extracción minera, u otro tipo de industria, afectaban el estilo de vida); como en las formas de organización simbólica que se iban formando a través de rituales, comuniones y la construcción de espacios de convivencia e intercambio público, en el que las apariencias y las relaciones entre status y roles se veían diversificadas y eran traslapadas por otros órdenes de interacción nuevos e inéditos. Como lo deja entrever Hannerz en otro aparte, los análisis efectuados por los antropólogos de Manchester estaban dando cuenta de una dinámica de traslación estructural de la cultura, es decir, de un fenómeno distinto, el fenómeno de la vida urbana11.

Aunque suele ser comparada con la Escuela de Chicago por la importancia que tiene lo étnico en ambas tradiciones, es claro que la permanente referencia a las denominadas zonas o regiones urbanas daba cuenta de preocupaciones distintas a las de los representantes de la Escuela de Chicago. En este sentido, si me es posible realizar un símil, la Escuela de Chicago observaba la palestra de colores y las posibles interconexiones entre colores y texturas, mientras que los de Manchester describían los movimientos de un caleidoscopio que recuerdan más bien los procesos de formación de la memoria colectiva descritos por Halbwachs.

De todas maneras es evidente la importancia que la escuela de antropólogos de Manchester puede llegar a ejercer para el caso de las ciudades latinoamericanas, en donde se entremezclan y chocan de manera variada distintos sistemas representacionales. Pero el asunto de lo urbano y de la antropología urbana no se queda sólo en esto. Para Manuel Delgado, a partir del principio de efervescencia colectiva de Durkheim, de la teoría de los estados liminales de Victor Turner y de la sociología goffmaniana, lo urbano es una forma de organización social fortuita, aleatoria, anómica, a-estructural y fluctuante. "Lo urbano está constituido por todo lo que se opone a cualquier cristalización estructural", es una forma de organización de la sociedad y de la cultura no estructurada, pero en permanente estructuración; por esto propone Delgado que:

    La antropología urbana debería presentarse entonces más bien como una antropología de lo que define la urbanidad como forma de vida: de disoluciones y simultaneidades, de negociaciones minimalistas y frías, de vínculos débiles y precarios conectados entre sí hasta el infinito, pero en los que los cortocircuitos no dejan de ser frecuentes. Esta antropología urbana se asimilaría en gran medida con una antropología de los espacios públicos, es decir, de esas superficies en que se producen deslizamientos de los que resultan infinidad de entrecruzamientos y bifurcaciones, así como escenificaciones que no se dudaría en calificar de coreográficas. ¿Su protagonista? Evidentemente, ya no comunidades coherentes, homogéneas, atrincheradas en su cuadrícula territorial, sino los actores de una alteridad que se generaliza: paseantes a la deriva, extranjeros, viandantes, trabajadores y vividores de la vía pública, disimuladores natos, peregrinos eventuales, viajeros de autobús, citados a la espera. Por lo cual, el objeto de la antropología urbana serían estructuras líquidas, ejes que organizan la vida social en torno a ellos, pero que raras veces son instituciones estables, sino una pauta de fluctuaciones, ondas, intermitencias, cadencias irregulares, confluencias, encontronazos... (Delgado, 1999: 26).

Para Delgado los habitantes de la ciudad son seres liminales, transeúntes, outsiders, es decir, personas que viven entre mundos, al margen, entre fronteras; seres cuya experiencia está constituida por la nada, cuyos status y roles se caracterizan por la traslación, por la incongruencia, por la presencia y ausencia, lo cual, para volver sobre el asunto del desarrollo de la individualidad que obliga la experiencia urbana que planteaba Simmel, hace que los actores de la vida cotidiana en la ciudad sean

    [...] seres de rizoma, viajeros interestructurales, tipos que viven lo mejor de su tiempo en communitas. Son nadas caóticas e hiperactivas, entidades anómicas con dedicación plena, personajes que vagan sin descanso y desorientados entre sistemas. Aturden el orden del mundo al tiempo que lo fundan. El imaginario social dominante hace de ellos monstruos conceptuales destinados a inquietar y despertar un grado de alarma variable. Pero ese caos que encarna no es algo que el cosmos social niegue para reafirmar su perennidad contra lo imprevisto y la incertidumbre, sino lo que proclame como aquello que, antojándose el anuncio de su inminente final, es en realidad su principal recurso vital, su requisito, su posibilidad misma. Puesta a distancia radical que la ubicación liminal implica y que recuerda lo que Sartre escribiera a propósito del anonadamiento del ser, posibilidad con que la realidad humana cuenta de anular la masa de ser que está frente a ella y que no es sino ella misma... (Delgado, 1999: 117).

Consideraciones finales

La ciudad, por una serie de procesos históricos, ha dejado de ser esencialmente la ciudad-estado que caracterizó al mundo antiguo, tanto por las dimensiones mismas de nuestras ciudades, como por los procesos de despersonalización inducidos por la especialización y racionalización continua de la vida, fenómenos que tienen un estrecho vínculo con el advenimiento del capitalismo industrial. No obstante, la figura presentada por la sociología convencional de un mundo regido por la división del trabajo y la industrialización se está agotando cada vez más, pues como ha anotado Anthony Giddens (1997), el mundo contemporáneo -ese mundo que nos ha tocado vivir- dista mucho de ser un mundo cuya vía de desarrollo sea la industrialización y se caracteriza más bien por la intensidad de la experiencia cotidiana, en donde la relación acción-social/tiempo/espacio, ha sido progresivamente desanclada de esa unidad tridimensional que por mucho tiempo acompañó la experiencia de lo cotidiano. Progresivamente y por la ampliación de las tecnologías y las formas de intercambio entre los grupos humanos, hoy es posible hacer múltiples cosas en distintos tiempo-espacios, es decir, en la actualidad, es posible ser de nacionalidad colombiana, vivir en Londres y hacer negocios en Shanghai, lo cual debe connotar una manera distinta de interpretar el fenómeno de la cultura, tarea que -por lo demás- es el principal referente del quehacer antropológico12.

Como siempre, la realidad ha desbordado a sus críticos y la modernidad no sólo ha roto la ciudad y la vida urbana a partir de la proliferación de unidades residenciales, condominios campestres y demás zonas planificadas que abstraen a los individuos de la convergencia con otros ciudadanos, tan urbícolas como ellos, pero al mismo tiempo tan distintos, sino que también ha roto el espacio mismo. En este contexto los procesos de planificación urbana deben atender a las consecuencias de la modernidad, a esa modernidad radical, que tiende cada vez más a despersonalizar la vida cotidiana, prescindiendo, incluso, de la necesidad de las interacciones cara a cara. Es por esto que para finalizar resulta indispensable hacer un par de aclaraciones básicas a la hora de pensar la ciudad, cualquiera que ésta sea.

Como lo anotó Delgado, para acercarse a la ciudad es necesario diferenciar el lugar del espacio13, y a su vez, organizar las dimensiones del espacio en la vida de la ciudad a partir de tres categorías. Estas son: 1) polis, el espacio político, referido a los asuntos del Estado y de la administración pública; 2) ciudad, espacio colectivo y 3) urbs, espacio público. Siguiendo esta argumentación, en la ciudad se circunscriben territorios políticamente determinados, territorios socialmente determinados y espacios socialmente indeterminados; estos últimos, como espacios, son abiertos y disponibles para el desarrollo de la sociabilidad extravagante e indiferente que caracteriza la vida urbana, la Urbs que, como vimos en un principio con Simmel genera mayores niveles de individualidad14.

De esta manera todo proyecto de planeación urbana debe considerar que su función esencial no es la de ocultar las diferencias sociales, el caos constitutivo de la vida urbana o la de organizar per se el espacio físico; sino que debe ser un programa-proyecto que se encargue de construir vida urbana, de construir de manera simultánea individualidad y espacio colectivo. El reto consiste en crear espacios de interacción recíproca entre individuos, espacios en donde las distinciones de clase, raza, religión o género, no sean un obstáculo para el intercambio social y por consiguiente simbólico, sin que esto signifique que se pretenda disimular o eliminar las diferencias, la pluralidad cultural, política y económica de la vida urbana.

Es por esto que podemos concluir que la vida urbana, además de requerir -en términos analíticos- una manera bien particular de afrontar la relación estructura social/cultura, debe ser entendida como el escenario de la convergencia, el lugar del encuentro de las diferencias, el espacio perfecto para el reconocimiento de la diversidad. Por ello sólo nos queda recordar que:

    Para lograr que las ciudades modernas satisfagan las necesidades humanas, tenemos que cambiar el sistema con el que los planificadores urbanos trabajan. En lugar de planificar algún conjunto urbano abstracto, los planificadores tendrían que disponerse a trabajar para concretas partes de la ciudad, las diferentes clases, los grupos étnicos y las razas que contienen. Y el trabajo que ellos hagan para estas personas no equivale a trazar su futuro; la gente no tiene oportunidad de madurar a menos que lo trace para sí, a menos que se involucre activamente en la conformación y hechura de sus vidas sociales (Sennett, 2001: 157).

Comentarios

1. Una primera versión de este documento se elaboró para el simposio "Antropología urbana e intervención social en Colombia" organizado por el Departamento de Humanidades de la Universidad ICESI de Cali, en el marco del xi Congreso Nacional de Antropología. Medellín, Universidad de Antioquia, sede Santa Fe de Antioquia, 24, 25 y 26 de agosto de 2005.

2. Antropólogo con Opción en Historia de la Universidad de los Andes. Especialista en métodos y técnicas de investigación social y Magíster en Sociología de la Universidad del Valle.

3. "En el mismo sentido actúa un momento insignificante, pero cuyos efectos son bien perceptibles, la brevedad y rareza de los contactos que son concebidos a cada individuo particular con el otro (en comparación con el tráfico de la pequeña ciudad). Pues en virtud de esa brevedad y rareza surge la tentación de quedarse uno mismo acentuado, compacto, lo más característicamente posible, extraordinariamente mucho más cercano que allí donde un reunirse frecuentemente y prolongado proporciona ya en el otro una imagen inequívoca de la personalidad" (Simmel, 2001: 393-394).

4. Todos los conceptos y autores referenciados yacen en los respectivos artículos que tiene la Escuela de Ecología Humana de Chicago en la compilación realizada por Bassols, Donoso, Masolo y Méndez en Antología de sociología urbana, México, UNAM, 1988, pp. 89-207.

5. Según Ernest Burgess, el modelo de zonas concéntricas se organizaba de la siguiente manera: "La figura número i representa una construcción ideal de las tendencias de toda ciudad a expandirse radialmente partiendo de su distrito comercial central (el círculo central en el mapa) (i). Cercando el anillo nuclear de la ciudad aparece normalmente un zona de transición, que está siendo invadida por el terciario y la industria ligera (ii). Una tercera zona (iii) está habitada por obreros industriales que han huido del área de deterioro (ii), pero que desean vivir cerca de su trabajo. Más allá de esta zona se encuentran la zona residencial (iv) de edificios de apartamentos de la clase alta o de distritos restringidos con viviendas familiares independientes. Pasada esta zona y más allá de los límites de la ciudad, aparecen las zonas suburbanas del cinturón, o ciudades satélites, que se encuentran a una distancia tiempo de 30 a 60 minutos respecto del distrito comercial central" (Burgess, citado en Bassols, 1988: 120-121).

6. "En el marco urbano, las luchas de facciones, grupos y clases refuerzan el sentimiento de pertenencia. Los enfrentamientos políticos entre el minuto popolo, el popolo grasso, la aristocracia u oligarquía, tienen en la Ciudad como terreno, como empeño. Estos grupos rivalizan en amor a su ciudad" (Lefebvre, 1983: 20).

7. "... la gran complejidad de la conflictividad urbana en la que intervienen una gran diversidad de grupos sociales, prácticamente todos, y también una gran diversidad de dimensiones sobre el uso del suelo, la vivienda, los equipamientos y servicios; sobre la imposición local y la distribución del gasto público; sobre los poderes locales, su organización y sus relaciones con el resto del Estado; sobre las actividades económicas que se dan en la ciudad y su regulación y desarrollo; sobre la seguridad, el orden y la protección de los ciudadanos; sobre la imagen, los valores y las relaciones sociales que deben expresar y posibilitar el medio urbano, etc. Es decir, la conflictividad urbana recubre un conjunto de campos mucho más amplio que el diseñado por la oposición capital-trabajo en la producción, por lo cual no parece adecuado trasladar aquí la matriz marxista usual" (Borja, 1989: 213).

8. Para este debate consultar Llobera (1999) y Geertz (2000).

9. Confirmando este punto contextualizaba Pujadas: "Frente a la tendencia generalizada a etiquetar como antropología urbana cualquier tipo de estudio que tenga como escenario urbano a los urbanitas como objeto de estudio, existe desde hace algunos años un consenso creciente en acotar el dominio de este campo de especialización antropológica a partir de un doble criterio epistemológico y metodológico que coincide con lo que Hannerz denominó 'perspectiva relaciona!'" (en Prat y Martínez, 1996: 241).

10. Sobre esta obra comentaba Joan Josep Pujadas: "Uno de los casos más notables de la antropología urbana que hemos dado en llamar clásica es, sin duda, Oscar Lewis. Más allá de la endeblez de sus planteamientos psicosociales sobre la subcultura de la pobreza, su obra es fundamental para entender las corrientes innovadoras de la antropología norteamericana de los años cincuenta y sesenta. Lewis somete a revisión y crítica aquellos planteamientos de la sociología urbana chicaguense que acabaron siendo hegemónicos, como los planteamientos de Wirth sobre la segmentariedad, impersonalidad y superficialidad de las relaciones sociales urbanas (en Prat y Martínez, 1996: 243).

11. Hannerz hace un comentario bastante ilustrativo sobre el horizonte investigativo propuesto por los antropólogos de Manchester, una escuela que ha sido poco estudiada en el contexto general de la antropología en Colombia. Al respecto comentaba de manera ampliada: "Hay, sin embargo, dos tendencias relativamente distintas en el uso de materiales sobre casos dentro de los trabajos de grupo. Una de ellas prefiere un foco bastante estrecho sobre un único acontecimiento, claramente demarcado en el tiempo y el espacio. El primer ejemplo de este tipo fue el Analysis of a SocialSituation in ModerZululand (1940) de Gluckman, basado en un trabajo de campo realizado en Sudáfrica antes de que se incorporara al Instituto Rhodes-Livingstone. Aquí Gluckman empezó por describir la ceremonia de inauguración de un puente en Zululandia, realizada por un alto funcionario blanco. Al referirse a las personas que asistieron a la ceremonia y a los diversos elementos de ésta, pudo usar la descripción de esta situación como punto de partida para un análisis social e histórico más amplio de la sociedad zulú. La idea, pues, es encontrar un caso que pueda servir como instrumento didáctico, iluminando de una forma particularmente efectiva los rasgos dispares que intervienen en la construcción de un orden social complejo y en general más bien opaco. La técnica parece muy similar al uso que hacía Clifford Geertz en The SocialHistory of an Indonesian Town (1965), de unas elecciones en un pueblo como documento, 'una actualización única, individual, peculiarmente elocuente: epítome' de un modelo amplio de la vida social. La otra tendencia es tal vez más radical en sus implicaciones teóricas, ya que más o menos claramente implica una concepción de las relaciones sociales centrada en los procesos, más que morfológica. Éste era un estudio de caso ampliado, que se refería a algunas series de acontecimientos que abarcaban un cierto tiempo y que no sucedían todos en el mismo espacio físico. Es el analista quien, viendo que juntos constituyen una historia, los abstrae como unidad de flujo sin fin de la vida. Aquí podemos discernir cómo un conjunto de relaciones se conforman mediante la influencia acumulativa de diversos incidentes, mientras los participantes navegan a través de una sociedad donde los principios de conducta pueden ser en parte conflictivos y ambiguos" (Hannerz, 1991: 154).

12. Algunos aportes fundamentales para la comprensión de este "nuevo" campo de fenómenos se pueden consultar en Hannerz (1998).

13. Al respecto Delgado se expresa de la siguiente manera: "Lugar, orden cual sea según el cual ciertos elementos son distribuidos según relaciones de coexistencia. Se excluye la posibilidad de que dos cosas estén al mismo tiempo en el mismo sitio. Es la ley del lugar propio, de mi sitio o nuestro territorio: los elementos considerados uno al lado del otro, en un sitio, indicación, estabilidad, mapas. En cambio, espacio designa algo muy distinto. Hay espacio cuando se toman en consideración vectores de dirección, cantidad de rapidez y la variable tiempo, exactamente igual que cuando los ritos de paso de cualquier sociedad les recuerdan a los sujetos psicofísicos que la componen la inestabilidad, el dinamismo hiperactivo, en ebullición que la funda y la organiza [...]. El espacio es un cruce de trayectos, de movilidades. Es el efecto producido por operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan, lo ponen a funcionar. No hay univocidad, ni estabilidad. Es el ámbito de las operaciones-trayecto, de los desplazamientos, de los tránsitos y pasajes" (1999: 205).

14. Para ilustrarnos un poco mejor esta disposición conceptual de la ciudad nos aclara Manuel Delgado: "Es lo urbano lo que no puede resultar más que opaco e inabarcable, lo que se resiste a una planificación total, puesto que está sometido a dinámicas en gran medida azarosas e indeterminadas. La ciudad, en cambio, es una realidad más amplia, que sí puede y debe ser objeto de una mirada global y, a partir de ella, de programas que más allá del enjambre de discontinuidades que cobija, garanticen los máximos niveles posibles de justicia e igualdad a sus habitantes. Es más, la articulación entre polis y urbs es del todo factible, siempre y cuando la primera sea consciente de su condición de mero instrumento subordinado a los procesos societarios, que, sin fin, se escenifican a su alrededor, aquella sociedad prepolítica que constituyen los ciudadanos y de la que la urbs sería la dimensión más crítica y más creativa" (Delgado, 1999: 205).


Referencias

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