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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.2 Bogotá Jan./June 2006

 

UN BANDOLERO PARA EL RECUERDO: EFRAÍN GONZÁLEZ TAMBIÉN CONOCIDO COMO "EL SIETE COLORES"

Claudia Steiner1

Profesora Asociada, Departamento de Antropología Universidad de los Andes msteiner@uniandes.edu.co


RESUMEN

Este artículo intenta hacer una aproximación a la forma como Efraín González, uno de los más reconocidos bandoleros del período de la Violencia, es recordado en la actualidad. El hecho de que Efraín perteneciera al Partido Conservador presenta una serie de particularidades que lo convierten en una figura especialmente interesante para los estudios sobre bandolerismo y violencia en Colombia. Igualmente, la forma como se establecen a nivel local, las semejanzas y continuidades históricas entre este bandolero y los actores armados de períodos más recientes permite acercarse a las percepciones actuales sobre la relación entre política y violencia en el país.

PALABRAS CLAVE

Colombia, la Violencia, bandoleros, Boyacá, memoria.


ABSTRACT

The purpose of this article is to show the different ways that Efraín González, a very well known bandit from the period of la Violencia, is remembered. The fact that Efraín belonged to the Conservative Party makes him an interesting figure for those interested in studying violence and banditry in Colombia. Also important is the way that local level historical continuities are established between this bandolero and armed actors of more recent periods. This could eventually allow for new analyses regarding the relation between politics and violence in the country.

KEY WORDS

Colombia, bandits, la Violencia, Boyacá, memory.


Señores voy a contarles lo que en Bogotá pasó: la noche del 9 de junio Efraín González murió. Él era un hombre formal, querido por mucha gente. Pero se volvió un travieso que a las tropas enfrentó. Lo enterraron en Yopal donde entierran a los guapos. En medio del Regimiento y lo cuidan más de cuatro.

(Canción Popular, "El Corrido de Efraín González").

La historia

LOS PERIÓDICOS lo registraron como un combate espectacular. Por supuesto, el empleo de la palabra "combate" depende de la idea que se tenga sobre lo que significa un combate. Para algunos, podría parecer una exageración denominar combate al ataque de 200 soldados contra un solo hombre. Pero, en este caso, el hombre no era precisamente lo que la mayoría de la gente consideraría una persona común. Para aquellos que cargaron los cuerpos sin vida de cinco soldados, la acción armada contra Efraín González, el más famoso bandolero conservador de la época inmediatamente posterior a la Violencia, fue ciertamente una batalla. Para el coronel José Joaquín Matallana, oficial encargado de la operación, había mucho más en juego en la acción contra Efraín. Era su oportunidad para demostrar que el ejército colombiano estaba en capacidad de controlar la violencia residual de ese penoso período conocido como la Violencia2. Una oportunidad para borrar de la memoria pública las vergonzosas fallas cometidas por los militares en dos ocasiones en las que Efraín escapó -según dicen- justo en las narices de quienes lo perseguían (Téllez, 1987).

Mientras para los críticos de la operación el número de soldados utilizados fue ciertamente desproporcionado, para el ejército era la oportunidad de recuperar su reputación3. Por lo tanto, no podían correr ningún riesgo con el hombre de quien se decía no podía ser jamás dado de baja. Al día siguiente de su muerte, su cadáver fue llevado en avión al pueblo de Yopal, lejos de Bogotá. El inesperado traslado, según la prensa, generó rumores. Algunos dijeron que los militares querían hacer una máscara facial para exhibirla en el Museo Militar; otros insistieron en que el rostro del bandolero fue desfigurado intencionalmente, mientras unos pocos estuvieron de acuerdo en que su cabeza fuera enviada a Estados Unidos con el fin de estudiar su cerebro.

Yo era una niña cuando mataron a Efraín González. Ese día, en la finca cercana a Bogotá donde acostumbrábamos a pasar nuestras vacaciones, María, la señora que trabajaba en la casa, estaba escuchando radio. En aquellos días el "transistor" era un instrumento mágico y pequeño. Durante años fue la única conexión inmediata con la ciudad cuando se estaba lejos de ella. Yo disfrutaba de las innumerables radionovelas que trasmitía el aparato durante el día, las cuales iban desde las aventuras de héroes populares y supernaturales como Kalimán, el Hombre Increíble, hasta las devastadoras historias de amor interrumpidas en los momentos cruciales, lo que nos forzaba a pegarnos al transistor nuevamente al día siguiente. Pero aquel 9 de junio, la aventura era diferente. Se trataba de un hombre que corría sobre los tejados de un barrio obrero en Bogotá, intentando huir de un batallón del ejército4. Al igual que en las radionovelas, la información se difundió con intensa retórica. Durante horas escuchamos el desarrollo de la historia. Cuando finalmente anunciaron que le habían disparado a Efraín González, miré a María. Sonrió incrédula, convencida de que el bandolero había engañado nuevamente al ejército. Aunque la radio no lo había comunicado, estaba segura de que en el preciso momento en que le dispararon, un gato negro salió corriendo sobre los tejados. El medio de reencarnación favorito de Efraín, según me contó María, eran los gatos.

Efraín González murió en la tarde del 9 de junio del año de 1965. Durante los días anteriores la prensa había informado insistentemente sobre su posible paradero, mientras hacía pronósticos acerca de su "inminente caída". En la mañana del 10, los titulares anunciaron que la "hora cero para Efraín González" finalmente había llegado5. Páginas enteras fueron dedicadas a la vida del bandolero y al "imperio de la violencia" que creó en la provincia de Vélez (Santander) y en el occidente de Boyacá6. De igual manera, se publicaron varias biografías detalladas sobre su récord criminal, el cual incluía 128 asesinatos, participación en masacres y un famoso secuestro, el que eventualmente conduciría a su fin. Las descripciones del combate alcanzaron tonos épicos y el editorial de El Tiempo se refirió a la "acción valiente, dedicada y eficiente de las fuerzas armadas"7.

El periódico liberal no perdió la oportunidad de resaltar que su captura habría sido más fácil si el bandolero no hubiese contado con la "protección cómplice" de gente importante. El diario conservador El Siglo no se quedó atrás e hizo descripciones grandiosas sobre el hecho. La modesta casa ubicada en el barrio de clase obrera donde tuvo lugar el combate fue descrita como una "fortaleza", la cual eventualmente cayó8. Los informes del ejército destilaban entusiasmo y elocuencia. El comandante expresó su "gratitud hacia los ciudadanos por su gran colaboración en la lucha contra los antisociales"9. Por supuesto, se cuidó de no mencionar los difíciles momentos que la policía tuvo que enfrentar durante la operación militar, cuando se vieron obligados a controlar las manifestaciones públicas de apoyo hacia el bandolero. Tampoco se refirió al altar rudimentario que apareció al día siguiente frente a los escombros de la entrada de la casa, adornado con una virgen y una cruz. En él, los líderes de los esmeralderos del noroccidente de Boyacá colocaron una irónica placa conmemorativa: "Aquí combatió un oscuro criminal contra doscientos valerosos soldados colombianos" (Téllez, 1993a: 48). Menos de 48 horas después de su muerte, más de 500 personas de "todas las clases sociales" habían visitado el lugar10. Destruida por algunas de las 5.000 balas disparadas ese día, la casa se convirtió en un lugar de peregrinaje. Luego de un tiempo fue demolida.

Como reconocimiento a su "valeroso desempeño" durante la acción, el comandante del operativo, el general Gutiérrez Ospina, y el teniente Harold Bedoya Pizarro recibieron el más alto honor nacional: la Cruz de Boyacá. A los soldados muertos les fueron concedidos ascensos póstumos. En los días posteriores al combate, la prensa hizo un gran despliegue sobre el hecho: varias entrevistas a testigos, retratos de los soldados heridos con referencias heroicas, mapas del vecindario y un plano detallado de la casa sirvieron para explicar la estrategia que condujo al éxito de la operación militar.

De igual manera, se publicó un reportaje sobre Yopal, lugar donde fue trasladado inmediatamente el cadáver11. El artículo describía la vida de este pueblo de apenas trescientas casas y una guarnición militar. Lo suficientemente lejos de Bogotá, Yopal no era el lugar propicio para demostraciones populares como aquellas que el gobierno intentaba prevenir en la capital. Después de la llegada del avión, seis soldados llevaron el féretro hasta la tumba que había sido preparada. No tenía nombre, pero todos los habitantes de la zona sabían quién quedaría enterrado allí.

Los rumores en Yopal no se hicieron esperar. Cuentan que flores y velas cubrían su tumba, visitada permanentemente por seguidores, admiradores o sólo campesinos curiosos. Varios años después, según me informó un amigo, el jefe de la guarnición, cansado del peregrinaje alrededor del poste militar, decidió llevar el féretro a sus predios. Aparentemente aún permanece ahí. Sin embargo, uno de los soldados que cargó el féretro ese día y algunos de sus compañeros aseguraron que el cajón llegó vacío al pueblo y que ningún cadáver fue enviado desde Bogotá12, al igual que el cadáver de Evita Perón, viajando alrededor del mundo, mientras sus seguidores eran engañados con féretros desocupados que eventualmente se convertirían en instrumentos de poder político y confusión13. El cuerpo sin vida de Efraín -personaje de menor importancia pero, al fin y al cabo, héroe popular local- se convirtió también en una extensión de su misteriosa y elusiva vida. Los cadáveres de las leyendas también se convierten en leyendas: la ausencia del cuerpo sin vida es apenas una prueba más de su inmortalidad.

Bandoleros

Como ha sido extensamente documentado por importantes investigaciones académicas en los últimos veinte años, durante el período de la Violencia, la venganza política se encarnó en las formas más bárbaras de violencia que el país haya conocido. Sin embargo, si bien en el comienzo de la confrontación los líderes políticos locales -usualmente gamonales y terratenientes- consideraban a los campesinos armados que los apoyaban como guerrilleros que se defendían a sí mismos y a su partido contra la represión violenta (en el caso de los liberales), o como preservadores armados de un poder cuestionado y excluyente (en el caso de los conservadores), una vez iniciadas las negociaciones entre los dirigentes de ambos partidos, el escenario cambió radicalmente. El gobierno ofreció una amnistía que en más de un caso no pudo cumplir. Mientras algunos guerrilleros aceptaron la oferta y fueron asesinados posteriormente, otros se sintieron engañados por sus líderes. De allí en adelante serían considerados por el Estado, la prensa y el status quo como "bandoleros", los excluidos de una sociedad que intentaba reconstruirse, con el apoyo de las élites que entonces contaban con este objetivo común, una vez habían proclamado el final de sus pasiones políticas por medio de decretos políticos.

A finales de la década de 1960, en las postrimerías de la Violencia, quizás con la intención de contribuir a la "rehabilitación" de la sociedad e incapaz aún de distanciarse del evento traumático y con cierto aire de mea culpa, la literatura escrita, apoyada en fotografías y testimonios, fue más descriptiva que analítica (Cubides, 1999)14. Sólo hasta 1980, la literatura académica, muchas veces producida por estudiosos que de niños presenciaron y vivieron el terror de aquella época, intentó abarcar las dimensiones políticas, sociales y económicas de este período histórico. En un esfuerzo por comprender el papel que jugaban los actores involucrados y ubicarlos en un contexto donde sus acciones pudieran ser explicadas, varios autores propusieron hipótesis y tipologías. En términos de causas y efectos, los argumentos generalmente giraban alrededor del precario carácter del Estado colombiano o de su "colapso parcial" durante ese tiempo (Pécaut, 1987; Oquist, 1978). En cuanto a la participación campesina, Sánchez y Meertens (1983) realizaron un análisis más extenso, seguido por otros casos locales y regionales interesantes (Betancourt y García, 1990)15. En lugar de percibir a los campesinos armados como la causa de la violencia, la nueva literatura los consideraba como un resultado de la relación ambigua y contradictoria con un orden social y político basado en estructuras tradicionales -la hacienda, la iglesia y los partidos- que se estaban desintegrando (Sánchez, 1991). Con la intención de ubicar la violencia colombiana en un contexto más amplio, el malestar rural fue concebido como una respuesta a momentos de transformación social. Aunque con sus propias peculiaridades, se esperaba que otros casos como los ocurridos en Europa en los albores del siglo xx (en España e Italia) o en Latinoamérica (los Cangaceiros en Brasil y los bandoleros del Perú) ayudarían a entender el papel de los campesinos como un grupo social con respuestas específicas durante tales transiciones16.

Aunque la literatura académica reconocía la existencia de guerrilleros conservadores, estos eran considerados como funcionales al poder estatal, quienes fácilmente concentraban las tierras abandonadas por los campesinos durante la confrontación y tenían posibilidades de reintegrarse al nuevo orden político traído por la coalición. En el caso de los guerrilleros liberales, su situación se ajustaba a los argumentos teóricos de una academia fuertemente influenciada por el marxismo, que encontraba en el modelo de Eric Hobsbawm una explicación satisfactoria de la desconcertante participación campesina en lo que se suponía ser una lucha elitista por el poder. El compromiso académico con esta visión teórica tenía también contenido político y social, en la medida en que desafiaba la versión oficial del período, apoyada en el aparente éxito del Frente Nacional. Aunque el propósito no fuera necesariamente redimir las guerrillas liberales, en esta nueva interpretación, los campesinos no sólo luchaban por lealtad a su partido, sino también por sus derechos contra una oligarquía terrateniente representada por un gobierno conservador y represivo. Dentro de este contexto, la participación del campesinado durante la Violencia tuvo, hasta cierto punto, consecuencias patéticas similares a las de otros países donde se presentaron conflictos agrarios (Moore, 1966; Wolf, 1969). Su deseo -y algunas veces su única opción- de permanecer como campesinos los forzó a tomar un camino de resistencia y alianzas con sectores modernos de la sociedad que al final terminaron por abandonarlos en el momento en que creían posible realizar sus propios proyectos. Sin embargo, en Colombia, este descontento del campesinado fue asumido rápidamente por proyectos políticos revolucionarios emergentes. Según Sánchez y Meertens (1983), en lugar de convertirse en huérfanos de un cambio político idealista dentro del status quo, muchos de esos bandoleros redireccionaron su rebelión "primitiva" o pre-política hacia ideales revolucionarios organizados17. En esta transición, la imagen heroica popular del "bandolero social" se enriqueció. Una imagen en la que Efraín González no encajaba: hasta su muerte, a los 32 años, permaneció como un conservador radical que luchó por el mantenimiento de la política y los valores más tradicionales del país.

En su libro pionero sobre los bandoleros colombianos, Gonzalo Sánchez y Donny Meertens (1983), siguiendo las propuestas teóricas de Eric Hobsbawm presentadas primero en Rebeldes primitivos -escrito a finales de 1950- y posteriormente en Bandidos (1969), y basándose en una investigación histórica detallada, contribuyeron con argumentos sugestivos a la comprensión de la ambivalencia del carácter político y social de los bandoleros colombianos de la Violencia. Más significativo en su análisis fue el esfuerzo por contextualizar en términos regionales su transición de bandoleros políticos a bandoleros sociales. La clasificación hecha por Sánchez y Meertens de los bandoleros políticos se basó en una serie de características comunes, entre ellas, la existencia de relaciones institucionales o semi-institucionales, el apoyo pasivo o activo de las comunidades rurales pertenecientes a su mismo partido, y la dirección y protección de gamonales o caciques que los utilizaron con fines políticos (1983: 42). De acuerdo con los autores, los bandoleros políticos hicieron parte de una fase no oficial de la Violencia que tuvo lugar entre 1958 y 1965. Cuando los bandoleros se decepcionaron de los partidos políticos, desarrollaron "cierto grado de conciencia, aunque fragmentada" y comenzaron a "tener una contradicción interna" entre su condición original de bandoleros políticos y las nuevas opciones que se les abrían con una relación diferente con las comunidades rurales. Se convirtieron en defensores heroicos de los pobres, que, al igual que a bandoleros de otros países, los dotaban de poderes mágicos (1983: 61). En su transición de bandoleros políticos a bandoleros sociales, nunca moderaron el empleo de la violencia y no hicieron el menor esfuerzo por ocultarlo. Este fue el caso de Efraín González, quien es presentado en el libro junto con "Chispas", otro bandolero, como ejemplos de esta transición.

A pesar de la importancia de Efraín como ejemplo de la transición de bandolero político a social, es poca la información que se obtiene acerca de él, lo cual evidencia la dificultad de reconstruir la vida de cualquier bandolero. Sugiero que esta dificultad, paradójicamente, es la que le da vida al bandolero. Si su existencia se presentara de manera lineal y consistente, toda la imagen del bandolero se desmoronaría, puesto que parte de su poder proviene de este carácter elusivo. Pero este carácter marcado por la ambigüedad, como intentaré demostrarlo, puede convertirse en algunas ocasiones en apoyo político o analítico a ciertas afirmaciones partidistas o académicas. En este sentido, la imagen del bandolero es susceptible de ser representada o interpretada tanto desde la política, la literatura o la academia. Como se verá más adelante, en varias ocasiones se ha utilizado la figura de este campesino, quien reflejaba las inconsistencias y ansiedades de un período importante en la historia de la violencia de Colombia. Efraín González, el campesino que tuvo el dudoso honor de personificar las ambigüedades y los conflictos que a nivel local y regional se presentaron al final de la Violencia, emergió como bandolero después del acuerdo entre los dos partidos principales. De alguna manera, a través de su figura es posible mirar las diferencias entre la forma en que éstos enfrentaron las dificultades que se presentaron después de la coalición. Es probable que los líderes políticos que vivían en Bogotá manejaran más fácilmente los "compromisos políticos" adquiridos durante la Violencia. Mientras que los políticos regionales tenían que responderle a su electorado local por todos aquellos años en los que tácitamente aprobaron el empleo de la violencia contra sus enemigos políticos, el electorado esperaba que sus líderes asumieran cierta responsabilidad sobre las múltiples veces que utilizaron a los bandoleros para mantenerse en el poder.

Recordando a Efraín

La valentía y ferocidad que exhibía contra sus enemigos hicieron de Efraín - también conocido como "Juanito", "Don Juan", "Juan Moreno" y "El Siete Colores"- uno de los más temidos y respetados bandoleros de las últimas etapas de la Violencia. En las áreas rurales donde vivió, su carácter legendario hace aún parte de la memoria colectiva. Asimismo, dos historias de ficción, una canción sobre su muerte, innumerables artículos de periódicos y muchos rumores, ofrecen una información fragmentada sobre su vida (Alba, 1965; Téllez, 1993a).

Nació en 1933 en el seno de una familia conservadora en el pueblo de Jesús María, cerca de Puente Nacional en la provincia de Vélez, Santander. Desertó del ejército en 1958. Después de que bandoleros liberales asesinaran a su madre en 1930, su familia, junto a otras familias conservadoras de la región, migraron hacia el Quindío, donde vivían algunos de los más reconocidos bandoleros liberales y conservadores18. Se convirtió en un notable guerrillero conservador de la "cuadrilla" del bandolero Jair Giraldo, hasta que en 1959 asesinó a un respetado periodista liberal19. Este asesinato cambió ligeramente su imagen y el ejército intensificó la persecución contra él. En esta nueva situación fue contactado, según dicen, por líderes regionales del Partido Conservador, con el fin de asesinar al guerrillero liberal Carlos Bernal -quien para entonces era muy activo en el área donde Efraín nació-, intentando recuperar tierras tomadas por los liberales durante la Violencia. El retorno de Efraín a su tierra natal dio un nuevo giro a su vida. En 1960, el ejército allanó su casa cercana a Chiquinquirá. En la "Batalla de las Avispas", famosa en la leyenda sobre Efraín, el bandolero efectuó uno de los más legendarios escapes, mientras su novia, su pequeño hijo, su padre y otros familiares fueron asesinados.

Informes oficiales

Vélez. Junio 21. Corregimiento Jordán. Vereda La Soledad. "13 personas fueron asesinadas por un grupo de bandoleros [aparecen nombres de los fallecidos, todos conservadores]. Todas fueron decapitadas y encontradas con impactos de bala. Las mujeres fueron violadas. [Se dan los nombres de los acusados]. Los móviles del asesinato colectivo fueron políticos".

Septiembre 29. Puente Nacional. "...a la salida de un funeral a las 8:00 p.m. fueron asesinados con una Madsen 9 mm [siguen ocho nombres, incluidos tres niños en edades entre diez, trece y cuatro años] por una cuadrilla de bandoleros. Todas las víctimas eran liberales"20.

Abril 19, 1960. "En la finca conocida como El Recreo, en la frontera del departamento de Boyacá, en un enfrentamiento entre bandoleros comandados por el "antisocial" Efraín González -conocido por su peligrosidad- y una comisión mixta del ejército [seis nombres] fueron asesinados [...]. Intentando repeler el ataque, el ejército se vio forzado a utilizar bazucas"21.

Abril 20, 1961. "Pedro Alejandro Cortés Santamaría y Darío Jordán Silva fueron asesinados por Efraín y su grupo. Eran prominentes liberales de Chi-quinquirá. Un pariente llamado Cristóbal Wilches escribió una carta al Presidente solicitándole ayuda para los liberales. Dijo que vivía en Bogotá desde 1950, cuando salió exiliado de su tierra natal"22.

Agosto 17, 1962. "El Presidente Guillermo León Valencia recibe un telegrama de un grupo de mujeres liberales de Saboyá, recordándole que lo habían ayudado con optimismo a que el Frente Nacional ganara las elecciones. Por lo tanto, esperaban justicia: 'Acabamos de enterrar veinte cadáveres de los veinticinco cadáveres, dieciocho mujeres más se están muriendo en el Hospital de Chiquinquirá... todas eran liberales que votaron por usted'. El bandolero, autor de este terrible crimen, alguna vez fue llamado en el Senado de la República como el Robin Hood de los campesinos de Santander y Boyacá..."23.

Agosto 14, 1964. "Un juez que trabajaba para el Ministerio de Justicia en Bucaramanga le envía una carta al Comandante del Ejército refiriéndose a la información que había recibido sobre la presencia de Efraín González en Albania, donde era visitado por algunas de las autoridades de Jesús María. Según esa misma información, también "socializaba y se bañaba en una piscina con algunos oficiales de policía"24.

El evento de La Batalla de las Avispas proporcionó a Efraín más razones para luchar contra los liberales de los pueblos de Chiquinquirá y Saboyá -de quienes, sospechaba, le habían contado a la policía sobre sus paraderos- y contra un Estado armado que hacía gala de una nueva autoridad legal después de la coalición entre los dos partidos políticos. Efraín se convirtió entonces en el feroz vengador de su familia, mientras con la ayuda de políticos conservadores locales, a quienes proveía de votos electorales, luchaba por obtener amnistía del gobierno conservador de Guillermo León Valencia. Cuando las posibilidades de amnistía se desvanecieron, buscó apoyo en otros actores políticos e institucionales. Uno de ellos fue Gustavo Rojas Pinilla, el depuesto presidente y general conservador que fuera otro de los excluidos del Frente Nacional, otra víctima de la coalición elitista25. Buscó también solidaridad en la Iglesia Católica, bien representada en sus valores tradicionales y conservadores por la Orden de los Dominicos en la región. Efraín era devoto de la Virgen del Rosario y un visitante asiduo de la Basílica de Chiquinquirá. Se decía que se vestía de sacerdote en el momento de cometer sus peores crímenes.

Entre sus muy recordados golpes, se recuerda el primer día de octubre de 1960, cuando condujo una banda en el Puente Nacional que mató diez personas e hirió a diecinueve. Fue durante el funeral de un hombre que había sido asesinado el día anterior. Todos los muertos eran liberales. En 1961, en la plaza principal de Chiquinquirá, mató a dos miembros de la familia Cortés cuando salían de misa de siete de la mañana. Dicen que iba vestido de sacerdote. Mató al resto de la familia en 1964, cuando salían de la plaza después de una corrida de toros. Pero quizás el más dramático de los asesinatos fue el conocido como "la masacre de la Flota Reina"26. En el lugar conocido como El Crucero, a 300 metros del límite entre Boyacá y Santander, su banda asaltó el bus que viajaba de Albania a Chiquinquirá. Veinticuatro muertos y trece sobrevivientes fue el saldo de este ataque. Aparentemente, estaban buscando a un enemigo que supuestamente iba en la flota. De acuerdo con el periódico El Espectador, la policía no pudo llegar al lugar después del ataque: dijeron que en el lugar, "de cada planta sale un fusil"27. Sin embargo, al día siguiente de la masacre, el Ministro de Justicia Héctor Charry Samper visitó el lugar, causando una "favorable sorpresa", según el periódico El Tiempo28. El 18 de agosto del mismo año, este diario registró la proposición al Congreso, realizada por el senador liberal boyacense Carlos Mendieta, de discutir sobre la masacre de El Crucero y los hechos acaecidos en su departamento. Su propuesta fue denegada por todos los senadores del Partido Conservador.

Un muchacho duro

Efraín siempre estaba en el límite. Nació en la frontera entre los departamentos de Boyacá y Santander. En nuestro imaginario nacional, los hombres de Santander son "machos", muy valientes y de temperamento irritable, mientras los de Boyacá se perciben como reservados, temerosos y religiosos. En enero de 1965, en una finca cercana a Chiquinquirá, secuestró al hijo y al nieto de un famoso millonario, Martín Vargas, mejor conocido como "El Gallino" Vargas, un amigo cercano al presidente Valencia. "El Gallino" Vargas era también un personaje de los círculos sociales provincianos de Bogotá que lo consideraban un "recién llegado" con gran cantidad de dinero, pocas habilidades sociales y muchos hijos de diferentes mujeres, opiniones que poco afectaban a Martín Vargas. Historias alrededor de su amor por el dinero y de su forma particular de hacer negocios hacían parte de las conversaciones familiares. Yo recuerdo a mis abuelos y sus amigos comentando sobre su agudeza mental y su irreverencia para con la empobrecida aristocracia terrateniente, forzada a venderle sus tierras. La actitud que tuvo durante el secuestro es aún admirada: rehusó pagarle dinero a Efraín, lo que mucha gente hoy en día, obligada a pagar altísimos rescates a grupos guerrilleros o delincuenciales, consideran admirable. Su nieta me contó que cuando el bandolero le exigió un millón de pesos para soltar a su hijo, Martín se negó replicando "dígale que es más fácil hacer un hijo que hacer un millón de pesos"29.

Durante el secuestro se inició una dura campaña contra Efraín. La prensa hizo exhaustivos análisis sobre las razones por las que los campesinos lo amaban o temían. Muchas razones fueron expuestas para explicar el comportamiento de los campesinos: su afiliación política con el Partido Conservador, su habilidad para manejar armas y la creencia de que podía trasformarse en un gato negro o en árbol para evitar ser capturado por la policía. También se decía que podía leer la mente de las personas. Su fuerte voz producía tanta admiración como su capacidad para cometer crímenes. Su fotografía era venerada e iluminada con vela, de la misma manera que se veneraba la imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá.

El centro del dominio dominico era -y continúa siendo- Chiquinquirá, la "capital religiosa de Colombia" que, desde la Colonia, ha sido el santuario de la famosa Virgen del Rosario de Chiquinquirá, investida por el Estado con el título de Reina y Señora de la Nación. Todavía los dominicos siguen siendo los mediadores entre la Virgen y la masiva veneración popular que trasciende fronteras. Efraín era devoto de la Virgen y frecuentaba la Basílica de Chiquinquirá, donde su imagen está plasmada en una pintura. Suponemos que sus métodos brutales le impedían hacer manifestaciones públicas de su devoción. De igual manera, su cercanía con los "rojistas" -los seguidores del General Rojas Pinilla- y con los dominicos tenía que mantenerse en secreto y sus relaciones no eran por lo general con los rangos altos. Era siempre en los niveles medios del poder donde Efraín construía su poder.

Memorias del trabajo de campo

Chiquinquirá, agosto de 2001. Desde mi infancia recuerdo este pueblo como frío y nublado. Mi madre tiene familiares que vivieron aquí, y recuerdo a su tía, Victoria. Era vieja, desde siempre, vestida de negro y con el pelo más blanco que yo haya visto. "Es viuda", nos decían, y nos recordaban que había sido viuda la mayor parte de su vida. Se casó con un terrateniente propietario de una finca cerca a Chiquinquirá, en Saboyá, asesinado durante la violencia de los años treinta. Era liberal. Después de su muerte, Victoria permaneció en su habitación, con las ventanas cerradas, durante cinco años. Estuvieron casados sólo por un corto tiempo. Cuando salió nuevamente de su cuarto, anunció que se vestiría de negro por el resto de su vida. Murió a los ochenta años y siempre mantuvo su promesa. Ahora pienso en ella al sentarme en la entrada trasera de la Basílica, esperando a un sacerdote que, según me dijeron, conoció muy bien a Efraín. Existen rumores de que eran parientes cercanos. El sacerdote es amable y me pide esperarlo mientras atiende en la puerta del frente a algunos visitantes que acaban de llegar, probablemente una familia que sale de un vistoso carro rojo, un viejo modelo recientemente restaurado. El sacerdote los saluda. Están muy excitados con su nuevo carro y quieren que lo bendiga. Reza alrededor del auto mientras le esparce agua bendita. Al finalizar, una mujer le agradece con entusiasmo y le da dinero. El sacerdote me cuenta que están dedicados al negocio de las esmeraldas. "Gente muy religiosa", dice el padre. Entramos al convento y conversamos alrededor de una hora. No habla mucho de Efraín, insiste en que nunca lo conoció. Al igual, insiste en que los rumores sobre la relación de González con los dominicos no tienen sentido.

La religiosidad de Efraín fue ampliamente expuesta por la prensa. No es sorprendente que en un país como Colombia la Iglesia Católica haya jugado un papel preponderante en la historia. De acuerdo con Ricardo Arias (2003), este rol está relacionado con la debilidad del Estado colombiano y se ha dirigido hacia un objetivo claro: establecer una sociedad reglamentada por los valores del cristianismo. Debido a las intenciones secularizantes del Partido Liberal, la tendencia de la Iglesia en Colombia se dirigió, desde el siglo xix, a identificarse con el Partido Conservador. Durante el período de la Violencia, aunque muchos sacerdotes fueron también víctimas de la confrontación, como lo recuerda Arias, a su manera, el clero, por medio de discursos y condenas, intensificó el conflicto. A través de la distinción entre "buenos católicos", listos a defender las bases de la sociedad, y la exclusión de los "malos colombianos", el discurso de la Iglesia alertaba contra el comunismo, el laicismo y la decadencia moral (Arias, 2003: 179). Dentro del contexto polarizado de la Violencia, muchos campesinos conservadores encontraron en las palabras de algunos sacerdotes la aprobación tácita a sus acciones contra los liberales. En este escenario, la aparente protección de los dominicos hacia Efraín exaltaba las pasiones políticas de la prensa liberal.

Un pequeño escándalo

El periódico El Tiempo publicó una foto de Efraín acompañado de algunos amigos y un sacerdote. El 18 de agosto de 1962, El Espectador registró la opinión del arzobispo de Tunja. Quería aclarar que era política de la Iglesia hablar con los bandoleros, con el fin de convencerlos de que se entregaran a la justicia y que esto se hacía en completo acuerdo con el gobierno nacional y las autoridades locales. Según él, algunos sacerdotes e informantes creían que el bandolero estaba dando señas de arrepentimiento y estaba ansioso por cambiar su vida. Hizo referencia a aquellos sacerdotes héroes que abdicaron a su riqueza; víctimas de la calumnia, fueron considerados locos cuando estaban salvando almas para el cielo. No obstante, al observar detenidamente la fotografía del reverendo padre Suárez con Efraín, las miradas denotan más un grupo de amigos en una reunión social que un sacerdote practicando su labor misionera.

El grupo social donde más se ajustaban los métodos y convicciones políticas de Efraín fue provisto por una característica particular de la región: las minas de esmeralda del occidente de Boyacá, zona que en la historia del país ha sido para el Estado más un dolor de cabeza que una fuente de beneficios. Esto por la dificultad de controlar el saqueo en las minas y la entrada permanente a la región de gente desesperada, en busca de riqueza rápida. En 1960, los líderes de la mina de Muzo reclutaron a Efraín como el hombre con las suficientes credenciales para traer orden a esta caótica área y ayudarlos a obtener el control de las minas. Efraín rebasó las expectativas y en un corto período se convirtió en el "protector" y en el estratega militar de los esmeralderos. Sin duda, sus convicciones políticas y religiosas le fueron útiles para alcanzar sus metas. En el miedo y el respeto, y en un incipiente discurso regionalista en el cual defendía el derecho del "pueblo" a las minas, recaían sus principales atributos, hasta que hizo la movida falsa de secuestrar al hijo y nieto de Marín Vargas. Durante el plagio, sus relaciones con los seguidores del General Rojas y su simpatía por él, su "rojismo", se volvieron públicas, y toda la acción terminó siendo un gran error30. Aumentaron las presiones para su captura y sus perseguidores lo rodearon31. El final fue su dramática muerte en Bogotá cuando, según una versión, se encontraba negociando lo que había buscado por años: el perdón oficial del gobierno. O quizás, de acuerdo con otra versión, estaba recibiendo tratamiento médico en el Hospital San Carlos. O iba a liberar a una amante, el verdadero amor de su vida, Clotilde Mateus, de la prisión.

Afinidades políticas

Tunja, 1° de febrero de 1965. El senador Luis Torres Quintero dirige una carta al Presidente quejándose de que, por informaciones distorsionadas, las personas honestas del occidente de Boyacá estaban siendo acosadas por las autoridades. (Torres Quintero fue un senador que defendió varias veces a Efraín González en el Congreso. En una ocasión se refirió a él como el Robin Hood de la región).

Marzo 1°, 1965. Con el mismo propósito, un hombre llamado Pacífico Pineda (probablemente un alias), perteneciente al partido Conservador de Chiquinquirá, envía una misiva quejándose de las acciones del ejército en una región considerada como "goda"32. La carta expresaba sorpresa preguntándose por qué el ejército de un gobierno conservador atacaba una zona conservadora. "Con la excusa de perseguir a Efraín González, los 'godos' han sido desarmados y puestos en prisión". El autor de la carta insiste en que Efraín González no existe, dado que, de acuerdo con las noticias y la radio, "todos los días lo matan, lo rodean, encuentran sus armas, etc. [...] Pero en el caso de que existiese, entonces debería otorgársele el armisticio". Agrega que la gente estaba abandonando los pueblos, no por los bandoleros, "porque ellos no existen, sino por el ejército que acosa a los conservadores". Sin embargo, dos días después de la muerte de Efraín, el hombre le envía otra carta al presidente (11 de junio, 1965) en la que hace una extensa defensa del bandolero, ridiculiza la operación del ejército e insiste en que Efraín era un hombre conservador, valiente, que simplemente se defendía cada vez que lo atacaban y cuya familia había sido asesinada por las fuerzas armadas. Según Pineda, González solamente había pedido su amnistía y que lo dejaran trabajar en paz, pero por ser conservador era difícil que se la dieran de la misma manera que se la otorgaban a los bandoleros liberales. "Nosotros, conservadores, solicitamos a Su Excelencia que su cadáver se le entregue a su familia para que lo puedan enterrar [...] Aunque nunca lo conocí, siento gran pesar por él, por su conservatismo, su 'godismo', su valentía, su gran espíritu cristiano [...] no era un bandolero, porque como nos contaron, cuando secuestró a los Vargas, los dejó libres y no los asesinó. Eso lo dice todo"33.

¿Bandolero social o fantasma?

Si su vida como bandolero suministró bastante material para escribir novelas, su sorprendente muerte contribuyó con elementos e imágenes suficientemente poderosas como para convertirlo en héroe de película. Aunque nunca se filmaron, se escribieron dos guiones sobre su vida. El primero fue Efraín, de Jairo Aníbal Niño, un reconocido escritor colombiano, ganador del Premio al Mejor Guión Nacional en 198034. El segundo fue de Dunav Kuzmanich, un cineasta argentino, quien ya había producido una película sobre la Violencia, titulada Sietecolores y ganadora del mismo galardón en 1981.

No es de sorprender que el libro más popular sobre Efraín sea una novela histórica, escrita por Pedro Claver Téllez, oriundo de Jesús María, el mismo pueblo de Efraín. La novela (¿historia?) está basada en rumores, información de prensa, imaginación y lo que parece ser un vasto conocimiento sobre detalles personales de su vida. Efraín González. La dramática vida de un asesino asesinado (1993a) es considerada por quienes conocían a Efraín como libro de obligada referencia para una investigación sobre el tema. Alfredo, un amigo cercano suyo -ahora un respetable abuelo-, sólo aceptó concederme una entrevista después de que leyera el libro. (Ahora, en la segunda edición, es difícil encontrarlo en librerías comerciales. En Chiquinquirá prácticamente todas las personas con las que hablé lo habían leído). Me sugirió que le hiciera preguntas luego de identificarlo en algunas de las más de 600 páginas de la novela. Durante nuestro siguiente encuentro, Alfredo controvirtió toda la información suministrada por Téllez. Argumentaba que toda esa desinformación le había traído muchos problemas con la policía. "¿Leyó la policía la novela?". "Todo el mundo la leyó", me aseguró. "Y está llena de mentiras". A pesar de esos comentarios, el libro de Téllez es el recuento más completo sobre la vida de Efraín y la base para una investigación seria sobre este personaje. Sin embargo, la última vez que vi a Alfredo me llamó la atención sobre algo: "La similitud entre Efraín González y Carlos Castaño, en ese entonces jefe de las AUC, ambos utilizados por el gobierno y después perseguidos por este mismo, cuando ya no les sirven", dijo.

En la novela, donde la historia sobre política, violencia, esmeralderos y la vida de Efraín se entremezclan con sexo, deseo y venganza, los personajes son gente muy conocida de ese período. Políticos, esmeralderos, amigos, amantes y enemigos aparecen con sus nombres verdaderos. Entonces, la duda está siempre presente. ¿Es este un libro histórico con gran cantidad de concesiones literarias? ¿O es una ficción con personajes reales? Téllez parece ser un periodista dedicado con un buen bagaje académico. Y a ese punto quiero referirme ahora. En el libro, después del secuestro del hijo y del nieto de Martín Vargas, Luis Cely, un amigo cercano del anciano millonario, intenta convencerlo de las implicaciones políticas de la acción. Hace un pormenorizado recuento de la vida de Efraín hasta el momento en que es forzado a refugiarse en la zona esmeraldífera: "...allí dejó de ser un vengador y un defensor de las gentes de su partido, para convertirse en lo que algunos sociólogos e historiadores llaman un bandido social".

    -Parece usted una Biblia -dijo don Martín-. Yo de usted escribiría un libro. Pero vamos al grano. ¿Qué es eso de bandido social?

    -Es una cosa muy compleja -continuó Cely-. Pero hagamos el intento. González llega a la zona esmeraldífera en el momento en que se vive allí una terrible guerra, una de las más espantosas que se han escenificado a lo largo de los años. Su llegada resolvió múltiples conflictos entre los planteros convirtiéndose en el pacificador de la zona [...].

    -Yo no le veo nada de social. González sigue siendo un vulgar asesino a sueldo. ¿O estoy equivocado?

    -No, no está equivocado. Ese es su oficio, pero es la denominación que le dan los sociólogos y los historiadores (Téllez, 1993a: 185-187).

A pesar de la interpretación de las explicaciones académicas y de una superficial crítica a quienes han tratado de teorizar sobre los bandoleros, el mismo Téllez le da la oportunidad a Efraín de redimirse, retratándolo como una víctima de la política: "¡Siete años! Eso hace que llevo jodiéndome de un lado para otro sin encontrar paz en ninguna parte y bajo ningún gobierno. Me convirtieron en una fiera a la fuerza. ¡Eso es lo que han hecho con mi vida!" (Téllez, 1993a: 353).

Hay una frase en el libro sobre la que me gustaría llamar la atención: "González era un fantasma forjado por miles de mentes" (Téllez, 1993a: 13). De la misma manera, Patricia, una abogada hija de un gamonal de Chiquinquirá quien financiaba a Efraín, se refirió así a González: "Yo era muy joven pero recuerdo a Efraín apareciendo repentinamente en la noche como un fantasma y a mi padre dándole dinero". El bandolero como fantasma, la imagen más elusiva de todas, está también presente en la memoria de aquellos que hablan sobre él; una reminiscencia vaga y amorfa que puede ser provista de múltiples atributos.

Un asesino romántico

En el libro Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos (1996) sobre la violencia en la zona esmeraldífera, su autora, María Victoria Uribe, se refiere brevemente a la relación entre Efraín y los líderes del negocio. La información para este trabajo fue extraída del libro Crónicas de la vida bandolera (1987), también escrito por Pedro Claver Téllez, que describe algunos aspectos pintorescos de la vida de los más famosos bandoleros colombianos del siglo xx. Dedica un capítulo a cada uno de ellos35.

Habría sido inconcebible para un libro sobre esmeralderos no mencionar el papel desempeñado por Efraín en la zona. Y, de nuevo, lo elusivo del personaje está presente. Uribe enfrenta esta limitación recurriendo a las memorias de un amigo de Efraín. En el capítulo sobre el bandolero, la autora nos dice: "Pero dejemos que sea el único sobreviviente de su última cuadrilla quien nos relate las actividades del bandolero en la zona minera, entre 1960 y el año de su muerte". La narración del sobreviviente es una descripción de dos páginas y media sobre sus actividades en la zona con una corta mención sobre los "capos esmeralderos" y su amistad con Efraín. Describe, sin embargo, con cierto detalle, el asesinato de "La Mona", una de las amantes del bandolero, que vivía en Saboyá. Una noche, mientras estaba con su cuadrilla en la mina de Peñas Blancas, recibió una nota advirtiéndole que su amiga le estaba siendo infiel con un hombre llamado Valero. De inmediato, retornaron a Saboyá, donde asesinaron a La Mona y a los padres de Valero -mas no a Valero, pues sus amigos lo convencieron de que la culpable había sido su amante-. Con el fin de evitar cualquier retaliación -Efraín era definitivamente un hombre precavido-, ordenó matar a los padres y hermanos de la mujer asesinada. Para el narrador, esta fue la única vez que vio sufrir a Efraín.

En una visita de trabajo de campo a Saboyá, después de convencer a un anciano reticente -quien perteneció a su última banda, según también me contaron- para que hablara sobre Efraín narró exactamente la misma historia. Posteriormente, la leí en una monografía escrita por un estudiante de la UPTC de Chiquinquirá36. Basado en muchas entrevistas y en un detallado trabajo de campo en la zona, en la monografía se afirma que el asesinato fue realizado el 7 de octubre de 1962 en la casa de la familia Valero. Algo muy interesante, ya que ninguno de los entrevistados hace parte de los mencionados anteriormente. Sin embargo, todos coinciden en la historia y en el hecho de que Efraín "sólo mataba para defenderse; él no asesinaba por política; sólo a sus acusadores" (Rodríguez, 1983). Estas coincidencias no son necesariamente sorprendentes; la mayoría de la gente que habla sobre Efraín, aun en Bogotá, casi siempre se refiere a los mismos eventos. En el análisis final, el punto que me gustaría resaltar es cómo las narraciones, académicas o de ficción, dejan abierta la posibilidad de exonerar al bandolero, quien generalmente termina siendo una víctima: del amor o de la política.

El héroe de los pobres

Otro ejemplo de la representación de Efraín proviene de un libro escrito por Alejo Vargas, Colonización y conflicto armado en el Magdalena Medio santandereano (1992). El capítulo titulado "Efraín González: un caso de bandolerismo social" está explícitamente relacionado con el análisis de Sánchez y Meertens (1983). En las pocas páginas que le dedica el autor, la descripción que hace del bandolero no deja espacio para ambigüedades. Siguiendo los registros del ejército sobre Efraín, afirma de manera contundente que "las acciones militares de Efraín González fueron dirigidas fundamentalmente contra tres tipos de blancos: las fuerzas armadas, sus enemigos políticos y aquellos a quienes consideraba como infidentes o colaboracionistas" (Vargas, 1992: 145).

Vargas apoya la afirmación de "bandolero social" en dos testimonios de políticos de Santander. Al que me voy a referir proviene de Gerardo Ardila, líder de la guerrilla del M-19 en la zona. En su narración sugiere que parte del apoyo recibido por el movimiento en la región, durante 1970, puede explicarse porque la gente de la zona veía a ese grupo guerrillero como la continuación histórica de la lucha de Efraín González. En opinión de Ardila, todavía no se ha "escrito" sobre la "historia real", y el proceso de violencia en Santander no es suficientemente conocido. Para él, los medios han retratado a Efraín González como uno de los mayores asesinos del país, pero para la gente del pueblo fue un "padre" y cada acción militar que se hacía en la zona era "compartida por ellos". Finaliza diciendo: "Lo que percibimos es que quienes estuvieron junto a Efraín fueron los que nos colaboraron a nosotros, era una especie de Robin Hood; es como yo asumo la historia de Efraín González" (Vargas, 1992: 146-147).

Las opiniones del autor y líder del M-19 son particularmente interesantes y arrojan muchas preguntas para futuras investigaciones. Igualmente, la aseveración de Vargas en la que transforma a un bandolero que luchaba con cuadrillas y mataba indiscriminadamente en una especie de estratega militar es algo desconcertante. Es posible, sin embargo, encontrar conexiones que puedan explicar esa afinidad entre el M-19 y Efraín. En el caso del M-19 -un grupo guerrillero urbano de clase media-, es probable que esta afinidad estuviera dada por las simpatías entre Efraín y Rojas Pinilla, y que su populismo, su llamado al nacionalismo y la atracción que ejercía en la clase media rural, los acercara políticamente al bandolero. No obstante, quiero resaltar la manera en que el M-19, en palabras del líder, "asume la historia de Efraín González". O quizás, ¿la forma como Ardila crea una historia sobre el bandolero? ¿Una, donde la leyenda se legitima principalmente por su popularidad en una región donde el M-19 tenía intereses? Mientras la mayoría de los recuerdos sobre Efraín tienden a estar de acuerdo en su papel como protector armado y no como un bandolero estilo Robin Hood, el M-19 lo consideraba un proveedor de "mejores condiciones para los pobres37.

Un pacificador patriótico

Las características geográficas particulares de la región esmeraldífera, rodeada de montañas de la Cordillera Oriental -falda oriental de Los Andes-, hacían de este un rincón seguro para los campesinos pobres de Cundinamarca y Santander, forzados a abandonar sus tierras durante la Violencia. Las posibilidades de sobrevivir y encontrar esmeraldas eran buenas razones para emigrar a esa zona. Pero también se convirtió en un refugio seguro para los bandoleros y fugitivos que buscaban una "frontera" lejana de los centros políticos.

En 1958, en un informe del Banco de la República, se presentó una queja de los empleados encargados de las minas, mostrando la difícil situación de la zona y expresando su malestar porque habían sido forzados a cambiar radicalmente sus labores técnicas a funciones policivas. Con frustración se afirmaba que su fuerza laboral esencialmente técnica había tenido que organizarse para defender "las propiedades y el orden público"38. A pesar de las advertencias presentadas en el informe, la situación no mejoró. En 1961, el descubrimiento de una nueva mina, Peñas Blancas, atrajo a cientos de personas. Los recién llegados alegaban que la mina les pertenecía a ellos, pobres campesinos, y no al Banco, que tenía a su cargo el manejo de éstas. Las cosas se agravaron y varios trabajadores del Banco fueron asesinados. Mientras la entidad intentaba convencer al gobierno de que la situación se les había salido de las manos y de la necesidad de salir de allí, dos hombres reconocidos de la región, ligados al negocio de las esmeraldas, tomaron el control. Se convirtieron en los "patrones" de la mina.

Dos acciones contribuyeron a establecer su poder. En primer lugar, reforzaron un discurso regionalista que legitimaba la propiedad de la mina para los locales y, en segundo lugar, llevaron a la zona a Efraín, legendario bandolero conservador y fugitivo. La misión que se le encomendó era la de poner orden en las minas y defenderlas, sin ninguna clase de restricciones políticas.

De acuerdo con la novela de Téllez, Efraín llegó a la zona esmeraldífera y confesó públicamente sus pecados. Después de solicitar a un sacerdote que lo confesara ante un micrófono, prometió dejar atrás su anterior vida de venganzas y asesinatos. Declaró que dedicaría sus capacidades a la región minera y a defender la riqueza del pueblo. El evento fue llamativo y dramático como todo lo que tiene que ver con el recuerdo de Efraín en la región. Sacó lágrimas y aplausos del público. La ceremonia culminó con ovaciones para el arrepentido, delirio colectivo y lágrimas: recibió la Primera Comunión delante de la gente, como una forma de ratificar lo que había expresado con palabras (Téllez, 1993a: 78).

Efraín se convirtió en el jefe militar del área y uno de los "patronos", Pablo Emilio Orjuela, en el jefe civil. De esta manera, la prevaleciente organización militar y social de la región minera comenzó a construirse a inicios de la década de 1960; los "patronos", como los indiscutibles líderes de la región, apoyados por sus propios ejércitos de hombres, jóvenes con sofisticadas armas que aún dan sus vidas por su patrón.

Pero el discurso regionalista de Efraín no era de su invención. Según la misma novela, el bandolero no sólo recibía consejo de los "patronos" sino también de los políticos locales, pertenecientes al Partido Conservador, quienes lo protegían. En otra novela, con una emocional dedicatoria a los "patronos", refiriéndose a la retirada del Banco de la República de las minas, el autor afirma que, gracias a ello, los líderes comunitarios pudieron acceder a la riqueza de las minas. Sólo cuando el Banco se fue, comenzaron a sacarle provecho a lo que "ancestralmente por derecho les pertenecía" (Villegas, 1992: 16). Es importante tener en cuenta que, en este argumento, el autor se refiere a los "líderes de la comunidad". Como en el caso de Efraín, el espectro del discurso regionalista en relación con las minas de esmeralda es muy estrecho: comienza y termina con los "patronos".

El último informe del Banco es de 1966. Durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, y después de un debate en el Senado, una entidad minera estatal, Ecominas, se hizo cargo de las minas. La violencia continuó arreciando. En 1973 -siendo presidente Misael Pastrana Borrero, miembro del Partido Conservador-, las minas fueron cerradas y militarizadas. Diez días después, el gobierno anunció que las minas serían puestas en arriendo. De acuerdo con Pedro Claver Téllez, "los capos sobrevivientes de la guerra esmeraldífera, crearon la compañía Esmeracol y se convirtieron en socios del Estado" (1993b: 61).

Los "patronos" se encargaron de presentarse como ganadores contra el Estado. También se beneficiaron de la figura de Efraín González, un campesino perseguido por el Estado, al igual que ellos, antes de enriquecerse. Según El Tiempo, "fue el más monstruoso de los delincuentes que haya producido el país" y tenía un "imperio campesino donde se escondía"39. Es posible asumir que, cuando entró al mundo de los esmeralderos, su imperio también comenzó a ser parte de la esfera de poder de los patronos. Efraín, el hombre que únicamente mataba para defenderse, "él no mataba a nadie por política, sólo asesinaba a sus delatores", como la gente recuerda.

La vida de Efraín es el arquetipo del bandolero, el de aquellas figuras elusivas que interesan e intrigan. Las imágenes de sus vidas asustan y a la vez cautivan. "Debido a su gran notoriedad y fascinación popular, los bandoleros existen en una dimensión particular entre la ficción y la realidad" (Slatta, 1987: 1). En el imaginario colectivo nacional, la región esmeraldífera está representada como un lugar entre la realidad y la ficción. Como Efraín, viviendo siempre en el límite, como bandolero y a la vez buscando siempre redención por parte del Estado, los esmeralderos también funcionan en el límite del orden del Estado en una zona gris entre la legalidad y la ilegalidad. En la literatura popular, los esmeralderos son descritos como personajes semi-ficticios; aun ellos se representan como tales40. No es extraño que cuando un esmeraldero se convierte en patrón, aparezca un libro o una canción sobre su vida. Escritores contratados recrearán obedientemente una vida de aventura y valentía, cuidándose de resaltar, eso sí, que los "patronos" comenzaron desde abajo, teniendo que lucharla duramente para subir de estatus hasta convertirse en leyendas locales, así como Efraín.

Siete Colores

En relación con la vida de los bandoleros, es de suponer que las novelas y películas se han encargado de la ficción; los escritores académicos, de la realidad. Pero, como se vio en el caso de Efraín, la información acerca de los bandoleros no es fácilmente diferenciable y tanto la ficción como los análisis académicos o políticos se han alimentado de las mismas fuentes. La pregunta que surge entonces es cómo se ha pretendido lograr esta diferencia. Mi opinión es que para convertirse en parte del discurso histórico sobre la violencia en Colombia, Efraín González requería una identidad. La autoridad analítica del modelo de Hobsbawm que lo declara como "bandido social" le dio dicha identidad.

Parece ser que una vez la identidad del bandolero estuviera lista, sólo era cuestión de hacer uso de su figura basándose en testimonios de la gente que lo recordara. Mis reservas no están dirigidas hacia la utilización de los testimonios, los cuales son parte fundamental de cualquier investigación, sino a la autoridad que se les otorga como representación "real" del pasado. En este sentido, la pregunta que quiero plantear es sobre el poder de representar el pasado, o más específicamente para nuestro país, la violencia y los actores armados. En otras palabras, quién decide cuáles imágenes se emplearán y distribuirán. En el caso de Efraín, ¿quién y a quién se le ha dado la autoridad para hacerlo? ¿A un personaje semi-ficticio de una novela? ¿A un último "sobreviviente de una banda"? O, tal vez, ¿a la "gente que lo quería en Santander", a la vez que trajo votos a la ex-guerrilla del M-19?

Como se mostró en los ejemplos anteriores, los recuerdos sobre Efraín están hechos de fragmentos, remembranzas, algunos registros oficiales y noticias de prensa. A estos fragmentos, sin embargo, se les dio la identidad de "bandolero social". Mi opinión es que en la medida que se le proporcione una coherencia política a la imagen oscura del "bandolero", la leyenda y vidas de quienes lo recuerden también serán políticamente significativas. El pasado, la historia de Efraín, son "asumidos", tomados bajo control por académicos, políticos, guerrilleros o capos del negocio de las esmeraldas. En el análisis final, la figura del bandolero se convierte en un comodín que cada cual puede utilizar para explicar la historia o para justificar la violencia.

¿Cuál es el significado social de Efraín González como bandolero social? La respuesta a esta pregunta tal vez pueda ofrecerla uno de sus tantos apodos: "El Siete Colores". Si podía utilizar cualquiera de los siete colores del arco iris para camuflarse, existen ciertamente muchas historias para escoger con el fin de recordarlo y utilizarlo.


Comentarios

1. Este artículo es un capítulo de mi tesis doctoral, "Memories of Violence, Narratives of History: Ethnographic Journeys in Colombia" para la Universidad de California en Berkeley. Una versión de éste fue presentada en la conferencia "New Approaches to the Study of Social Conflict in Colombia" en la Universidad de Wisconsin, Madison, en marzo 23 de 2001. Agradezco los comentarios de Mary Roldán. También la ayuda de Yenny Caicedo durante la investigación, así como la juiciosa lectura y comentarios de Fabricio Cabrera y las sugerencias de un evaluador anónimo para la revista Antípoda. La traducción del inglés fue hecha por Lucía Rengifo. Marco Palacios fue quien me sugirió investigar sobre Efraín González.

2. La Violencia es el nombre común con el que se denomina el período que duró casi diez años (1948-1958), cuando los dos partidos políticos principales, el Liberal y el Conservador, luchando por el control del Estado, apoyados por los militares o las guerrillas, sumergieron al país en un espantoso baño de sangre. El Anal de esa guerra civil, a la que se llegó por medio de una coalición excluyente entre ambos partidos políticos, se conoce como el Frente Nacional.

3. Los periódicos más importantes, los liberales El Tiempo y El Espectador y el conservador El Siglo dedicaron sus editoriales al operativo. El 10 de junio El Tiempo tituló su nota editorial como "Una victoria sobre el crimen", mientras que El Espectador rezaba "El merecido Anal"

4. Efraín fue muerto en el barrio San José Obrero ubicado al sur de Bogotá, considerado como la zona obrera de la ciudad. Según los periódicos, Efraín se había estado escondiendo allí por algunos días. Existen muchas versiones sobre la visita de Efraín a Bogotá.

5El Espectador, 10 de junio de 1965.

6El Siglo, 10 de junio de 1965.

7El Tiempo, 10 de junio de 1965.

8El Siglo, Ibíd.

9Ibíd.

10El Espectador, 12 de junio de 1965.

11El Siglo, 13 de junio de 1965.

12. Le agradezco a Jorge Mario Múnera esta información.

13. Para conocer sobre la historia del cadáver de Evita, léase la excelente novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita.

14. El libro "clásico" sobre el período, La Violencia en Colombia: estudio de un proceso social (Guzmán, Fals-Borda y Umaña, 1963), que fue el primero que intentó una aproximación académica sobre el tema, está basado en gran medida en testimonios y en fotografías sobre las matanzas.

15. Ver también la novela Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeázabal.

16. Los libros más influyentes sobre bandoleros son los de Eric Hobsbawm (1965, 1969, 1972) y Anton Blok (1988). Para discusión y crítica, véanse de Eric Hobsbawm, "El campesino y el bandido: reconsideración del bandidaje social", en Estudios Comparativos en Sociedad e Historia, No 14, 1972, pp. 494-503 (Réplica de Hobsbawm, pp. 503-505); y de P. O'Malley, "Bandidos sociales, capitalismo moderno y el campesinado tradicional: una crítica de Hobsbawm", en Diario de Estudios Campesinos, No 6, 1979, pp. 489-501. Para Latinoamérica, el libro de María Isaura Pereira de Queiroz, Los Cangaceiros. La epopeya bandolera del nordeste del Brasil, El Áncora Editores, 1992; y de Joseph Gilbert, "Tras las huellas de los bandidos latinoamericanos: una revisión a la resistencia campesina", en Resumen Investigativo Latinoamericano, No 25, 1990, pp. 7-18. También de Linda Lewin, "Las limitaciones oligárquicas del bandidaje social del Brasil: El caso del "buen" ladrón, Antonio Silvino", en Pasado y Presente, No 82, 1979, pp. 116-146.

17. Entre los guerrilleros liberales de ese período que consideraron la coalición como una traición se encuentra Manuel Marulanda Vélez, conocido como "Tirofijo", quien promovió la transición hacia la izquierda radical y se convirtió en un indiscutible líder de la guerrilla comunista FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).

18. Sobre violencia en la década de 1930 en Boyacá, véase de Javier Guerrero, Los años del olvido, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1991.

19. Para una historia de las cuadrillas del Quindío, véase de Carlos Miguel Ortiz, Estado y Subversión en Colombia, Bogotá, CEREC, 1985.

20. Archivo General de la Nación (AGN), Dirección de Justicia del Departamento de Santander, Carpeta No 79, Despacho Ministro Oficios Consecutivos, enero-diciembre de 1960.

21. AGN, folios 106-107.

22. AGN, Archivo Presidencia, E. G. 670.

23. AGN, Archivo Presidencia, E. G.

24Ibíd.

25. Rojas Pinilla fue Presidente de Colombia entre 1953 y 1957. Inicialmente designado para ocupar el Palacio Presidencial como el hombre que salvaría al país del desastre de la Violencia, fue forzado posteriormente a renunciar debido a las masivas manifestaciones que se hicieron contra su gobierno. El pacto entre los principales representantes de ambos partidos se estableció después de la caída del gobierno militar. Estaba encaminado a ser un período democrático transicional basado en la alternación de ambos partidos en la presidencia del país. Véase Fernán González en Tiempos de Paz. Acuerdos en Colombia, 1902-1994, Bogotá, Museo Nacional, 2003.

26. "Flota" es el nombre que se le da a los buses rurales. "Reina" es el nombre de una empresa de servicio de buses en Boyacá que aún opera.

27El Espectador, 17 de agosto de 1962.

28El Tiempo, 16 de agosto de 1962.

29. Esta misma anécdota aparece en la novela de Téllez.

30. El discurso político nacionalista de Rojas Pinilla y su posición contra el Frente Nacional son ampliamente discutidos en el libro de César Augusto Ayala, Nacionalismo y populismo: Anapo y el discurso político de la oposición en Colombia: 1960-1966, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1995.

31. Todos los periódicos importantes informaron extensamente sobre el secuestro. Ver El Tiempo, 21, 22 y 23 de enero de 1965.

32. "Godo" es un nombre coloquial y popular para designar a un miembro del Partido Conservador.

33. Toda la información ha sido tomada del Archivo de la Presidencia.

34. Premio otorgado por Focine, institución del gobierno del momento, para la promoción del cine colombiano.

35. En el caso de Efraín, encontramos una versión condensada de "Tres episodios de su vida" que -es posible asumir- fueron posteriormente desarrollados en la novela histórica ya mencionada.

36. Rodríguez, J. E. (1983). Breve síntesis de la Violencia en Colombia. Estampas de la Violencia en Saboyá. Monografía de grado, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), Chiquinquirá.

37. En el libro de Sánchez y Meertens, los autores se refieren a un caso de redistribución de tierras realizada por Efraín en el Puente Nacional. El propietario liberal de la Anca fue forzado a entregárselas a campesinos conservadores. Su referencia es extraída de un trabajo no publicado por Mario Aguilera y Bernardo Ramos (1983: 69).

38. Banco de La República, Sección de Salinas, Actas del Comité Ejecutivo, Acta No 25, 2 de octubre de 1958.

39El Tiempo, 3 de marzo de 1965.

40. La mayor parte del conocimiento que los colombianos tienen sobre la región proviene de las telenovelas. Fuego Verde, que pasó por televisión hace varios años, fue de gran éxito. Tenía todos los ingredientes necesarios para alcanzarlo: narcotraficantes, amor, aventura y venganza. Famosos actores de la pantalla nacional aparecieron allí.


Referencias

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