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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.5 Bogotá July/Dec. 2007

 

LOS DUELOS EN EL CUERPO FÍSICO Y SOCIAL DE MUJERES VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA1

Gloria Inés Peláez Q*

* Antropóloga, Magíster en Antropología de la Universidad Nacional de Colombia Tutora de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD. pelaezquiceno@yahoo.es


RESUMEN

A partir de un enfoque fenomenológico se analiza el impacto de la violencia en los cuerpos de mujeres que han sufrido la muerte de sus esposos por hechos de violencia. Describimos sus efectos a partir de la cadena de percepciones que se interiorizan y exteriorizan en los cuerpos físicos, familiares y sociales de sus víctimas. El pensamiento del cuerpo mutilado conduce al horror e introduce lo siniestro. El duelo normal, como un proceso de dejar morir al muerto, exige en la representación del doliente, la unidad del cuerpo para poder tramitarse. El cuerpo muerto desaparecido o desmembrado tiende a ser restituido simbólicamente a través de prácticas de animación simbólica.

PALABRAS CLAVE
Cuerpo, Violencia, Percepciones, Duelo, Simbolismo.


GRIEVINGS IN PHYSICAL AND SOCIAL BODY OF VICTIMS OF VIOLENCE WOMEN

ABSTRACT

This isa study,from a phenomenological approach of the impact produced in the bodies of women who have lost theirs husbands as a result of violent events. We describe its effects as a series of perceptions that leave a mark both internally and externally in the physical, family and social bodies of its victims. The image of the mutilated body is a passage to horror and leads the way into the ominous. The act of grieving, understood as the process of allowing the dead to die completely requires the unity of the body in the representation the grieving person needs to put together. The body of the dead, either disappeared or dismembered tendsto be reestablished symbolically through different practices of symbolic animation.

KEY WORDS
Body, Violence, Perceptions, Grieving, Symbolism.

FECHA DE RECEPCIÓN: AGOSTO DE 2007 / FECHA DE ACEPTACIÓN: NOVIEMBRE DE 2007


La muerte y el impacto de su presencia implican prácticas culturales que acompañan la experiencia del duelo, en tanto que ésta tiene un sentido concedido por la percepción de los acontecimientos. La percepción nos ofrece esa instancia de significación inmanente e implícita que conocemos en tanto vivimos. En la concepción de Merleau-Ponty (1945) no hay 7 6 separación entre el sujeto y el objeto, y es en la percepción donde el cuerpo aprehende la significación de los fenómenos que forman su mundo. Para estudiar el impacto de la violencia en los cuerpos de sus víctimas y la percepción de sus efectos, se analizó material etnográfico acerca de la vivencia del duelo, el impacto en los sentidos, las prácticas de reanimación simbólica, el temor del contagio con la muerte. Las viudas entrevistadas en este estudio refieren en sus experiencias el impacto que ocasiona la violencia, lo expresan en sus cuerpos y lo experimentan en ellos. El cuerpo herido o desmembrado tiende a ser restituido, integrado nuevamente para escapar del horror de la desintegración del cuerpo, la cual se percibe como un evento siniestro.

Se analizaron para esta investigación cuarenta entrevistas de mujeres de diferentes estratos y orígenes; todas perdieron sus esposos por hechos de violencia, a algunas la violencia les arrebató sus cuerpos o los condenó a la desaparición forzada. Eran esposas o compañeras de miembros de las Fuerzas Militares, algunos eran personajes de la vida pública, campesinos o pertenecían a grupos de insurgencia. Describiremos sus efectos a partir de la cadena de percepciones que se interiorizan y exteriorizan en los cuerpos físicos, familiares y sociales de sus víctimas. Es en la experiencia de la violencia y en sus efectos inscritos en sus cuerpos donde las víctimas realizaron la vivencia de estos acontecimientos, así como, previamente, les sirvieron de puntos de referencia a través de los cuales articularon el mundo y pusieron en juego las relaciones subjetivas e intersubjetivas.

La subjetividad es la conciencia encarnada, dice Merleau-Ponty (1945). Siguiendo al autor, una aproximación a los procesos de duelo, a partir de la manera como las mujeres que entrevistamos en este estudio vivieron y se explicaron la muerte de sus esposos, se refiere al impacto que ésta provocó en su percepción sensorial, referida tanto a su cuerpo físico, como al familiar y al social.

Para Merleau-Ponty, el cuerpo es el campo primordial donde confluyen y se condicionan todas las experiencias. Es a partir del cuerpo, y de la percepción que se tiene de él, desde donde se construye el mundo que lo rodea; así como a través de él, también, como se espacializan los demás cuerpos. No es posible decir, únicamente, que estamos en el mundo; más bien, debemos expresar que el mundo está en nosotros, no siendo el cuerpo un objeto duro e indestructible, y por lo mismo intemporal, extraño a la experiencia que tenemos de él.

La fenomenología marca la diferencia entre pensar el cuerpo como objeto y pensar el cuerpo como cuerpo vivido, al ocuparse de los fenómenos tal como son vividos, apuntando metodológicamente a la subjetividad y a la experiencia de la persona, a partir del postulado básico de que no hay una realidad puramente objetiva, al ser ésta construida a través de la conciencia, de la representación y de la experiencia que vive el sujeto.

Cuando experimentamos un dolor físico intenso, es la totalidad corpórea la que se ve afectada; lo propio ocurre cuando una dolencia afecta el núcleo de nuestro psiquismo. Es precisamente la integridad del esquema corporal, la que permite que un amputado perciba su miembro seccionado como si aún fuera propio y la que, así mismo, se afecta sensiblemente cuando se siente agobiada o amenazada por la destrucción parcial o total de la esfera biológica o del psiquismo. Un duelo no adecuadamente elaborado, que perturbe profundamente la vida emocional de una persona, afecta de manera integral todo su cuerpo, así como los cuerpos de los que aquella haga parte.

A pesar de vivir en situaciones de riesgo mortal, las entrevistadas manifestaron no haber previsto la posibilidad de que sus esposos murieran por causa de un hecho violento. Estaban, pues, expuestos a morir violentamente; eran miembros de las fuerzas militares que actuaban en zonas de orden público; algunos militantes guerrilleros o activistas políticos, y otros, campesinos que vivían en zonas ocupadas por grupos paramilitares. Su muerte, repentina y violenta, produjo una trágica sorpresa a sus esposas, quienes asumieron el acontecimiento como un hecho doblemente doloroso, si cabe decirlo así, al ser adicionalmente percibido como una injusta agresión que acabó con sus vidas. La compañera de un guerrillero dice2:

    ... la muerte (...) uno sabía que estaba asumiendo ese riesgo, que al tomar las armas es mucho más probable, es decir, uno tiene un 99 por ciento de probabilidades de que lo maten, nosotros no éramos un ejército regular, me parece que uno sabe que puede morir, pero no piensa. Además porque no puede pensar, ni debe venir; la mente se resiste a eso.

Nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente, cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad, señala Freud. Aun en medio de la guerra y de las circunstancias más penosas, de los sobresaltos y sobrevivencia, y de los ocultamientos y muertes ajenas, las mujeres conservaban la esperanza de que sus esposos lograrían regresar a salvo a sus casas.

Nunca conversaron de lo que pasaría si ellos murieran en combate y, cuando algunos lo mencionaron, se pasó por alto el tema como un asunto espinoso del que no se debía hablar, o lo ocultaron tras las bromas y las promesas de fidelidad. Aparentemente, la muerte les llegó como una sorpresa, reclamando en su duelo ser doblemente víctimas, por la violencia que les había arrebatado a sus esposos.

En su proceso de duelo, las explicaciones que se dan de la muerte redundan sobre las causas más inmediatas, atribuyendo la defunción, en muchos casos, a una equivocación, a un procedimiento mal ejecutado, o a hechos que permanecen en el misterio y que debieran ser aclarados, como si la interrupción de un orden hubiera sido la causante del suceso. Freud dirá acerca de esa pretensión fallida de mencionar a la muerte: "Por lo general, destacamos el ocasionamiento contingente de la muerte, el accidente, la contracción de una enfermedad, la infección, la edad avanzada, y así dejamos traslucir nuestro afán de rebajar la muerte de necesidad a contingencia" (1979: 291).

Muchas de las viudas de las fuerzas militares que fueron entrevistadas, ya fuese de policías o de oficiales, explican el deceso de sus esposos como debido a un accidente, a una falla humana en la que no se tuvieron en cuenta unas normas de seguridad, a errores que permitirían, incluso, entablar una demanda a la institución que, en últimas, es la responsable de la muerte. Un ejemplo de ello, entre muchos, es el siguiente:

    Dicen, y es tan probable que es así, es que fue un mal operativo. ¡Cómo es que el señor -oficial- se va a meter por toda la principal donde hay trescientos guerrilleros! Yo quisiera que alguien me ayudara para saber eso, investigar, mirar, ¿por qué fue? Es que matan muchos policías por la imprudencia de esa gente.

Atribuyen la causa de la muerte a acontecimientos fortuitos que cambiaron el curso normal de las operaciones. Igualmente, algunas muertes de guerrilleros, se relacionan directamente con procedimientos incorrectos, como fallas en la seguridad que permiten su captura o facilitan las delaciones.

Las circunstancias que rodean la muerte de los campesinos, con el concomitante desplazamiento forzado para sus sobrevivientes, hace de los desplazados seres liminales, sujetos en transición, alrededor de los cuales, según Castillejo (2000), giran metáforas o imágenes que los asocian a lo liminal, a lo fronterizo y, en una instancia radical, al desorden que ha de ser eliminado.

En la desaparición forzada de algunos, se silencian las potenciales causas inmediatas de su muerte; así como queda en el vacío la descripción del acontecimiento; se supone la muerte en tortura, pero la narración de ésta no encuentra palabras, ya que no existen responsables directos a quiénes culpar.

En los casos mencionados vemos que, en las circunstancias de riesgo en que estos individuos vivían, se sobrevive al peligro sólo si se cumple con un orden determinado; pero si éste se quiebra, la muerte irrumpe con y por el desorden. Para Balandier (1990), el caos, el desorden, es desarticulador y peligroso. Su intromisión puede costar la muerte.

En todos los casos, las viudas sienten rabia e impotencia frente al agresor o responsable de la muerte.

    Yo cómo lo quería; es muy terrible verlo uno allí botado y ver quién lo mató y uno no poder hacer nada; eso es terrible, si usted viera.

    Yo no sé si fue el narcotráfico, yo no sé si fue la guerrilla. Nunca supe, o sea, no tengo ni idea; realmente dime tú, uno íngrimo y solo, qué puede contra cualquiera de esos que pueden ser.

    Tengo un resentimiento contra el ejército porque yo pienso que en el caso de Carlos fue llevado a tener enemigos y todo, pero yo pienso que el ejército no toma tan en serio la vida de los hombres.

Y en los casos en donde la muerte ocurre de manera confusa, y a causa de equivocaciones, subsiste el resentimiento:

    Sí, tanto es así que yo todas las amistades que tenía, porque tenía hartas amistades de las esposas de los militares, las dejé realmente; yo como no sé, pienso que es un resentimiento. Saqué a la niña del colegio militar, en un tiempo que inclusive tenían derecho al médico y no iba para no ver los militares; yo ver a un militar me daba ira y a la vez como que si fueran Henry, sí, como que (...) pero también, a la vez, me daba ira de saber que de tanto sacrificio y tanta cosa y ahí se quedó; la vida militar es como muy maquillada cierto, en el fondo es otra cosa.

Las mujeres se sienten desprotegidas frente a su tragedia, al no contar con ningún respaldo; es esta situación la que les agudiza las consecuencias del hecho violento. ¿Contra quién dirigir las emociones que suscita el duelo por la pérdida, sino contra aquellos que infligieron la pena?:

    Cuando es una cosa así violenta, es que es violento todo, es violento los sentimientos, la rabia, la inconformidad. ¿Contra quién sentía rabia? Bueno, desde luego que contra las personas que lo mataron. Hay personas que cuando les pasa eso inmediatamente dicen, no, yo perdono; no, no les creo, cómo le va a creer uno a alguien que inmediatamente le da por perdonar al asesino de su hijo o de su marido; es un absurdo, me parece que eso no es lógico, no es humanamente posible; uno tal vez logre perdonar al cabo del tiempo, cuando le pase ese (...) esa, esa inconformidad, esa rabia, pero de primer momento decir yo perdono, yo no me lo creo.

En todos los casos estudiados, tanto las muertes de los miembros de la Fuerza Pública, como las de los alzados en armas y campesinos, quedaron en la impunidad, consideradas, dentro de la situación de violencia que vive el país, como hechos de guerra. No hubo investigaciones, juicios, ni culpables. Los medios de comunicación hicieron referencia a ellos, apenas como crónicas de guerra. No hay instancia que aclare los hechos y las tragedias de cada familia deben ventilarse en privado.

    Sí, yo pienso que es eso lo que más lo perjudica a uno, el sentimiento de rabia, el sentimiento como de impotencia frente a lo que uno puede hacer. Yo lo que siempre he dicho es que yo no quiero saber quién lo mató o precisar cosas porque me quiera vengar de él, sino es que uno tiene el derecho a saber. ¿Cierto? A saber, a aclarar a sus muertos, que qué pasó...

En los asesinatos de dirigentes políticos no hubo detenidos y las investigaciones no pasaron de ser sólo un anuncio. La eliminación física de casi todos los miembros de un partido político se inscribió como un capítulo doloroso de la historia del país, pero sin que se responsabilizara a alguien de ello. Así, las viudas se quedaron viviendo un duelo, sin la presencia del otro, que les permitiera elaborar, simbólicamente, la pérdida de sus esposos. El doliente necesita de la presencia del otro, para no seguir pensando que el acontecimiento es cosa de pesadilla.

    Es la función de la comunidad en el duelo, que hace las veces de soporte de la intervención masiva en el orden simbólico en la tentativa de bordear el agujero en lo real cavado por la muerte. Ateniéndonos a esta presencia del orden simbólico, ¿acaso no podemos adjudicar al juicio un carácter similar al que revisten los ritos funerarios? Intervención del sistema simbólico, el juicio, como los ritos, satisface la memoria de los muertos y atestigua de su realidad (De Castro Korgi, 2004: 230).

Es muy precaria la existencia de juicios por estos asesinatos, ni siquiera por los de reconocidos personajes de la vida nacional que murieron asesinados. Hoy sus hijos reclaman mantener su memoria, dentro de un marco político, en el movimiento Hijos e Hijas por la Memoria y Contra la Impunidad, reivindicando la lucha de sus padres, al buscar lo que llaman "restituir su dignidad".

Varias de estas mujeres adelantaron el duelo, aún estando vivos sus esposos, convencidas de su muerte inminente, ya que las circunstancias políticas del país y las constantes amenazas así lo demostraban. Esto les ocasionó, según sus palabras, estar muertas en vida. La esposa de un dirigente político asesinado, que debió recluirse varias veces en hospitales para tratar la angustia que le producía el inminente asesinato de su esposo, relata así la situación:

    Lo que pasa es que tú, ya en ese momento, tienes la certeza de que algo te va a pasar y que es casi ineludible y que todo el mundo a tu alrededor lo sabe, pero que nadie va mover un dedo para que no te suceda y tú estás tan solo que tampoco lo puedes evitar. El que lo vive puede interpretar lo que yo quiero decir con eso, es difícil imaginarlo porque es de pura sensación.

El centro de su dolor estaba en el cuerpo. Las amenazas constantes le demostraron que la amenaza era real, "... y la estás sintiendo porque la tienes en la nuca, entonces es muy difícil dormir así bien, porque tienes todo el tiempo la sensación de que algo va a pasar". El cumplimiento de las amenazas confirma lo que su percepción le indicaba. La muerte anticipada se lleva a cabo y la mujer queda perdida en su angustia. Con un diagnóstico de estrés postraumático y recaídas en depresiones agudas, ha vivido los últimos quince años. Un duelo difícil de superar que marca a algunas mujeres para toda la vida.

Otra viuda de un dirigente de izquierda asesinado se refiere así a su experiencia:

    La violencia deja huellas indelebles y a uno lo marcan mucho estas tragedias, porque no todo el mundo vive lo que uno vive, que le maten el marido, vivir escoltado, vivir en esa zozobra, vivir siempre como en una ruleta rusa, no cierto, que cualquier día uno pierde todo o gana todo. Yo considero que perdí todo en ese momento.

Los estados emocionales de las mujeres -y los de sus hijos-, quienes pierden repentinamente, por la violencia, a sus esposos, se expresan con gran intensidad, denotando la pena indescriptible que viven; pero no todos los casos tienen la misma forma expresiva. De acuerdo a su cultura, la manera como se vive y se expresa la pena frente a la muerte, distingue, particularmente, la aflicción de los individuos. Es lo que Renato Rosaldo denomina "la fuerza cultural de las emociones".

    La fuerza emocional de una muerte, por ejemplo, deriva menos del hecho, en bruto abstracto, que de la ruptura permanente de una relación íntima particular (...). Más que hablar de la muerte en general, debe considerarse la posición del sujeto dentro del área de relaciones sociales, para así comprender nuestra experiencia emocional (Rosaldo, 1991:15).

La muerte o la pérdida irreparable de un ser querido provocan la ira en la aflicción; pero la manera como ésta se siente es diferente porque es culturalmente aprendida. Una mirada comparativa a las mujeres del estudio sobre la manera como vivieron la aflicción o el duelo y el impacto sobre sus cuerpos, nos revela formas diferentes de expresividad frente al dolor que vivieron en los instantes inmediatos al conocimiento de la muerte de sus esposos.

En las mujeres desplazadas, el dolor no tiene tiempo de expresarse en los ritos fúnebres ni en las llamadas novenas de difuntos, ya que su duelo debe postergarse indefinidamente hasta confundirse con el duelo del desplazamiento.

La pérdida de sus esposos se apareja con la pérdida de sus casas y el abandono del campo, en duelos inconclusos que se postergan merced a la lucha por la supervivencia propia y la de los hijos. Algunas de ellas deberán encontrar, rápidamente, un compañero que les ayude a sostener a sus hijos. Las emociones se confunden y el cúmulo de preocupaciones y penas se enmarañan, mientras se resuelve lo más importante que es sobrevivir en la ciudad. Poco hablan de ese dolor. Aparentemente, ni lo recuerdan. Está oculto tras las urgencias que les plantean los nuevos contextos.

Las viudas de policías muertos en ejercicio de su función expresan con gran emotividad el dolor del duelo; allí los gritos, e incluso la flagelación de sus cuerpos, hacen parte de la expresión de su aflicción.

    Yo estaba como... no sé. Yo no soy de las personas que grite o que me desmaye, no. Inclusive, mis hermanos sí se desmayaron en fila, se tiraron al piso; yo no, tal vez sí, me desvanecí un poquito, pero alcancé a oír que habían unos policías detrás mío que decían, me disculpan la palabra, pero era que así decían: "Mire esa hijueputa, haciendo el show; por la noche entra el mozo". Inclusive, nadie sabía quién era la esposa; y había unas primas conmigo y les dijeron: "Respete que ella es la esposa".

Aparte de sufrir la pérdida afectiva, se enfrentan de manera inmediata a la vida laboral, ya que deben reemplazar el recurso económico que su esposo aportaba. Muchas de ellas enferman y sus hijos presentan secuelas que deben tratar con psicólogos. Las viudas de oficiales son más reservadas en sus duelos. Reprimen, ante el público, sus lamentaciones, y se muestran, mientras pueden, contenidas, aunque sufrientes.

    ... sentirse uno, ahí, como un inválido; que todo el mundo venga, ahí, y lo toque. A nadie le voy a dar el gusto de andar berreando.

La entrevistada, distante en la ceremonia, encerrada en sí misma, asiste a las honras fúnebres. No demuestra ante nadie que "el mundo se le ha echado encima". El llanto lo reprimen hasta que se encuentran solas y es en la privacidad, aun a escondidas de sus hijos, donde pueden desahogarse. Echan de menos la vida que tenían con algunos privilegios, los cuales pierden al morir sus esposos, pero enfrentan mejor la nueva etapa.

La viuda de un alto personaje público asesinado por la mafia, a quien consideraremos, que se encuentra en la cúspide de esta escala social de mujeres que han perdido a sus esposos, demostró una total reserva de su dolor, para expresarlo luego en los escritos, donde, de manera racional pero emotiva, dijo al país lo que significaba esa pérdida. Cuando ocurrió el atentado se dirigió en auto con sus hijos a la clínica, a donde habían llevado el cuerpo. En el trayecto evitaron escuchar las noticias para no adelantarse a los acontecimientos. Al llegar, no la dejaron entrar pero vio, por la agitación, que habían acudido tarde para encontrarlo con vida. Al final, desiste de entrar para verlo, mientras encarga a un amigo de confianza que cuide el cuerpo de su esposo. Le impresionaba vivamente que lo fueran a irrespetar. Después de esto se marcha para su casa a vivir la tragedia con sus familiares más íntimos. Nadie podría decir que no tenía un sufrimiento intenso; sólo que, culturalmente para ella, no estaba bien visto que llorara en público o que se lamentara ruidosamente. Sus nietos sufrieron, muchos años después, las secuelas del atentado y debieron visitar, también, al psicólogo. Los síntomas que presentaron o las manifestaciones ruidosas de su dolor, se ocultan discretamente.

Los duelos, y la presencia de la muerte actualizan tres emociones básicas que están presentes en toda pérdida: el miedo, la pena y la rabia. Estas emociones básicas se inscriben en el cuerpo, a veces como síntomas somáticos. Las respuestas del cuerpo son soluciones dadas a ciertas situaciones; modos de resolver una determinada tarea que se nos presenta. Las respuestas corporales de estas mujeres son el decaimiento, la pérdida del sueño y el apetito, dolores de cabeza, amnesias, adormecimiento de pies y manos que impiden caminar y actuar, adormecimiento de la boca y, en los niños, alergias y enfermedades respiratorias.

    Al niño le dio gripa. Le dio tos, le dio decaimiento, le dio de todo. Tocó hospitalizarlo. Le dio bronquitis; enseguida lo mandaron al psicólogo.

Algunas somatizaciones hacen aparición en el momento de revivir los acontecimientos, incluso años después de sucedida la tragedia, como sucedió con una entrevistada que manifestó tener dolor de estómago a lo largo de la sesión, luego de contar la manera como su esposo murió al ser impactado por las balas en el abdomen. Los dolores y las afecciones se relacionan con la manera como murieron sus esposos. Tal es el caso de otra de las entrevistadas, cuyo esposo murió abaleado en un atentado dentro del auto, en el momento en que ambos llegaban a la casa.

    En ese instante, o sea, yo no podía cómo explicar lo que estaba pasando. Yo sentía, como dentro del carro, candela, candela, candela. Yo sentí, cuando yo me iba a bajar; yo sentí como un impacto, así, en el brazo y sentía, así, candela, candela. Claro y cuando yo lo volteé a mirar a él, él ya estaba muerto.

Al cabo de los años:

    ... tuve un problema físico que fue que empecé con un dolor en esta zona de acá, en el lado derecho. Y era un dolor de esos que usted no sabe dónde ubicarlo, dónde (...). Pues que empecé a ir donde el médico y, no, que de pronto es cansancio; que de pronto es que no sé qué. Me tocó ir donde el neurólogo; el neurólogo me hospitalizó, me tuvo traccionada un poco de tiempo. Diez días hospitalizada y, hágame un examen, y hágame el otro, y hágame el otro, hágame todas las pruebas que quiera. Finalmente, el médico me dijo: usted no tiene nada; físicamente, usted está muy bien; esto está muy raro. Que pues inmediatamente me mandó para el psiquiatra y, claro pues, empiezan a averiguarle todas las cosas a uno y empiezan a...

Lo imaginado o recordado, cualquiera que sean sus características, sus cualidades o su especialidad, sólo puede ser imaginado o recordado en referencia al cuerpo (Merleau-Ponty, 1945). El cuerpo del Otro, que se ha perdido, es reconstruido de manera imperfecta en el propio cuerpo, para no perderlo del todo.

Otra emoción básica, presente en el duelo, es la rabia, que puede asimilarse a lo que Rosaldo (1991) denominó la "ira en aflicción"; estado inmediato a la muerte que, en algunas mujeres, se presenta como incontrolable, golpeando lo que se encuentre más cercano. Pueden ser las paredes o el cajón del muerto, acompañándose de lamentaciones, con tal fuerza que una entrevistada relata cómo su hija quebró el vidrio a golpes. O puede darse en el manoteo contra los asistentes o los amigos, sin que esta explosión emocional cause disgusto entre ellos, sino más bien piedad. Es frecuente la ira contra Dios, a quien habían encomendado sus esposos cuando salían a zonas de orden público. Le reclaman haber permitido la injusta muerte de su ser querido y, algunas, se retiran de la iglesia un tiempo. Otras sienten rabia de la vida de otras personas y consideran que éstas debían morir, no sus esposos:

    ... al comienzo se siente como ese vacío, como dice uno, por qué me pasó a mí si los dos nos llevamos muy bien, nos queremos mucho y empieza uno como a desearle la muerte a (...) por qué no se muere ese desechable, por qué no se muere ese ladrón, empieza uno como a culpar a la vida, como si la vida estuviera en deuda con uno.

    ... yo le dije al general que por qué no había sido más bien él y no mi esposo; y yo le dije que por qué él lo había dejado morir.

La pena que vive la familia es de gran intensidad, dando cuenta del sentimiento de impotencia y de incapacidad para modificar la situación de violencia vivida. La agresión súbita, inesperada para los familiares, conlleva los signos de un peligro para ellos mismos y, en los casos de los desaparecidos, quedan pendientes los peligros de represalias, de torturas y de muertes, generando angustia, en muchos casos aumentada por el acecho de amenazas que intimidan para que se suspendan las averiguaciones.

Es común la sensación de estar "muerto en vida": "... uno es como un zombi". La sensación de sueño e irrealidad perturba por un tiempo y, en algunos casos, se pierde la memoria por varios días. Una de las entrevistadas perdió durante tres años la memoria después de la desaparición de su compañero.

Algunas veces los sueños son angustiosos: metáforas de la muerte y del sepulcro. A una de las entrevistadas le aterraba la idea de dormir, ya que la asimilaba a la muerte. Decía sentir que la enterraban en vida cuando se arropaba. La cama, el espacio íntimo compartido, deviene un espacio de terror para otra viuda, a quien su esposo la golpeaba, y que después de muerto continuaba con sus prácticas violentas. Ella decía que se le aparecía y la cama se ponía fría; sentía un peso encima de los pies, que no era el de las cobijas sino el de él.

El cuerpo del esposo muerto se reconstruye en los sueños, mientras su existencia tiene lugar en un estadio intermedio, entre la vida y la muerte, en una especie de limbo. Afirman que cuando se sueña con una persona, es que no está muerta o está penando. Por ello las viudas les pagan misas; algunas, para que no se sigan presentando en sus sueños.

Otros sueños se vuelven repetitivos, al ser efectos del trauma vivido: se repiten cada noche sin variación, hasta el punto que sólo recordarlos y describirlos causa horror, aun años después de sucedida la tragedia. Es el caso de la mujer que pierde a su esposo en un atentado, víctima del exterminio sistemático del partido político Unión Patriótica, UP. El sueño tiene el antecedente de que ella ha visto morir a muchos amigos:

    Pues yo veía las calles como un río de sangre y que él corría siempre adelante hasta que el río lo alcanzaba; un sueño muy horrible, muy repetitivo, horroroso...

Contenido manifiesto del sueño en el que se expresa la vivencia de la ciudad como la de un cuerpo colectivo herido, ya que por sus calles, cual arterias, fluye la sangre, no dadora de vida sino de muerte. Cuerpo fluido, contaminante y siniestro, en pos de transmitirle su cualidad mortífera al cuerpo humano, compacto, que ensaya inútilmente la huida. Contenido político manifiesto del sueño, que expresa la herida de muerte que sufre el orden ciudadano en general, y que amenaza, por ende, a todo ciudadano en particular.

Algunas veces el muerto llega: la durmiente se encuentra en la cama y el difunto pide agua. O la mujer lo ve en la cama, pero rodeado de agua. Otras los ven vestidos completamente de blanco. El cuerpo de las soñantes es demandado por el muerto, en el sueño, para que cumpla la función de reanimarlo, por medio del agua-líquido placentario, para poder cumplir un nuevo nacimiento.

Cabe señalar que, dentro del imaginario de las mujeres soñantes, sólo ellas pueden portar el poder de recomponer el cuerpo del difunto. Para ello están dispuestas a cumplir, no sólo los papeles que la cultura y la vida les ha impuesto sino, también, a fungir de madres que reparen a sus propios esposos, cuando la vida se los ha arrebatado violentamente.

Los muertos llegan en sueños, muy flacos y enfermos, con la misión de despedirse. Muchas los sueñan volviendo a la casa e integrándose a ella. Recordemos cómo la casa es la extensión del cuerpo y, en sus imaginarios, contenedora de la mujer y límite de su imagen. Es, también, el cuerpo de la familia; nido donde cría y protege a sus hijos; es, en últimas, un ámbito de representación que sirve para simbolizar la vida corporal (Bernard, 1980).

Son también usuales los sueños en donde el hombre aparece con una leve herida: la mujer grita, emocionada, al comprobar que ésta no es suficiente para provocarle la muerte, mientras se alegra de verlo vivo. Son sueños reparadores, como el de la mujer que se sintió aliviada, cuando su esposo le dijo que ahora los quería mucho más que antes; al despertar sintió una gran paz.

En algunos casos, los muertos pueden actuar sobre los vivos. Una mujer temía que su esposo fallecido, al que vio en sueños consintiendo a su hija, fuera a "llevársela", en un acto quizás de persecución, al tomar la vida de su hija en pago por su muerte. Una aproximación interpretativa de este sueño se hace posible al leer a Jean Allouch, quien afirma que el muerto no parte solo; se va llevándose algo del deudo, lo cual implica que no sólo perdemos al muerto, pues con él, además, se va algo: un trozo de nosotros, consistente en una pertenencia indeterminada; un trozo de entre-ambos, pero sin que haya posibilidad de establecer repartos; un trozo en el que el deseo está comprometido (Allouch, citado en Mario Figueroa, 2004: 36). En este caso, en la hija se había depositado un trozo libidinizado que el muerto también reclama. La mujer teme que se la robe, así como la muerte se robó su trozo.

Muchas hablan del poder que tienen sus esposos, muertos, para darles el valor de sobrellevar su muerte. Acuden a él, entonces, solicitándole fortaleza. Creen que ellos continúan vigilando el buen desarrollo de la vida doméstica y, en consecuencia, le rinden cuentas, le piden consejo y demandan que se les aparezca. A algunas se les han manifestado y ellas preparan, entonces, artilu-gios para captar sus huellas:

    El primer día que se me presentó, lo vi parado frente a mí; yo me tapé, encendí la luz, y ya no estaba. Colocamos un plástico y, encima, un tapetico para que quedara la tierra en el plástico. El plástico se movió, todos durmiendo; se escucharon sus pasos y la niña dejó de llorar. Todo el mundo sintió cuando él salió de la casa.

Alucinaciones que algunos llaman pequeñas paranoias, en las que se escuchan los pasos del difunto, lo sienten tomar objetos, abrir puertas o llamar. Una entrevistada afirmaba que su esposo había reencarnado en una paloma, que no quería salir de la casa, y que se había posado en el hombro de su padre. Al término de su descripción, continúa narrando que, como no la dejaban ir muy asiduamente al cementerio, "... cada vez, cuando me quería volar, me volaba para allá". En un giro del lenguaje, e identificada con su esposo, ella termina volando, como la paloma, para visitarlo.

El pensamiento del cuerpo mutilado conduce al horror e introduce lo siniestro; la impureza presente en la desintegración corporal. El cuerpo soy yo mismo como unidad total: nuestro cuerpo lo vivimos como una integridad absoluta y originaria, dice Merleau-Ponty (1945).

Para las mujeres que vivieron el duelo con el conocimiento de que el cuerpo de sus esposos quedó despedazado por la acción violenta, el acontecimiento se vuelve más traumático. Pensarlo, o verlo destrozado, causa un verdadero tormento. A las mujeres que perdieron a sus esposos en combate, y en circunstancias en las que el cuerpo quedó desmembrado, no les permiten ver los cadáveres. Una mujer que perdió a su esposo en esta situación, refiere así su experiencia:

    ... yo le pedía a él que se me presentara; es que es tan terrible el dolor y la soledad, que yo quería verlo como estaba dentro de esa bóveda. Y sí, se me presentó un jueves a la madrugada. Seis meses de muerto tenía. Trasfigurado, le faltaban partes. Yo lo quería ver y yo, fue tanto lo que le pedí, que ahí sí fue. Me desperté. Yo gritaba ese jueves a la madrugada. Yo estaba viviendo con mi mamá y yo gritaba: ¡Miren a Fernando, mírenlo!. Yo sí me acuerdo que yo les gritaba: ¡Miren cómo está! ¡Mírenlo!, ¿no lo ven?...

En el duelo se pretende reconstruir esa unidad perdida, reconfigurar su esquema corporal y, así, ordenar o eliminar la impureza que altera su percepción. En otro caso, el hombre fue decapitado y su viuda no pudo verlo después de muerto, lo que le causó un gran dolor. Dice:

    Desde ese día hasta ahora, yo sé que tengo un trauma. Yo sé, soy conciente, porque yo a él lo veo de pies y cuando llego a la cabeza, como que se mete el alma otra vez.

El duelo normal, como un proceso de dejar morir al muerto, exigiría, en la representación del doliente, la unidad del cuerpo para poder tramitarse. Una mujer, habiendo perdido a su esposo en la explosión de un helicóptero, y diseminados en el aire los pedazos de su cuerpo, no pudo tener su cadáver real en el funeral, por lo cual aquél sólo pudo tener una presencia simbólica. La mujer se pregunta: "... eso es peor, porque una cosa es tratar de entender una persona que tuvo ese cuerpo y lo traen de distinta manera, ¿cómo creer que existe?...". La mujer vivía en un limbo desde donde se negaba a entender la muerte de su esposo, sin tener un cadáver que le confirmara su muerte.

    Desde el punto de vista psicoanalítico, la unidad corporal es la que constituye el sujeto: una imagen del cuerpo que llega a través de otro. Su fragmentación, por oposición, es el horror, lo siniestro, lo irrepresentable, lo innombrable (Blair, 2005: 119).

Así, como se quiere conservar la unidad corporal del muerto, se conservan durante un tiempo los objetos que le pertenecieron y que estaban más en contacto con su cuerpo, tales como la ropa, incluso, en ocasiones, con las perforaciones que le ocasionaron la muerte; fotos u otros objetos personales.

En muchas de las casas de viudas visitadas se conservan, aún, las insignias y partes del uniforme militar. En la casa de un dirigente de la UP asesinado, se guardan sus cenizas, mientras sus objetos más personales reposan en una vitrina, cerca al lugar de la mesa del comedor que, regularmente, presidía.

La necesidad del contacto, mediado por los objetos, o las últimas imágenes de los cuerpos, lleva a algunas a guardar los recortes de prensa donde aparece la noticia, a comprar los reportes de los combates, los dictámenes de medicina legal y los planos en donde se reconstruyen los acontecimientos, todo en un mercado ilegal que, algunas viudas, se dan la forma de contactar. La esposa de un soldado muerto en combate cuenta:

    Me dio fotos del único guerrillero muerto. El sitio en que estuvo, yo lo tengo. Tengo los proyectiles. Me los dio; los plomitos, porque no queda el proyectil completo, sino los plomitos; todos achatados; al estrellarse, de pronto, contra las costillas, quedan planos. Los tengo. Es medio macabra la cosa pero a mí, no sé por qué, me los dio el médico. Los tenía guardados. Tengo la foto del guerrillero que murió ahí y del sitio donde murió. También tuve acceso, que eso de pronto no es para la gente, al caso táctico se llama.

Por contigüidad metonímica, los objetos del difunto, empezando por su cuerpo y su tumba, son el difunto; o más exactamente, son su segunda vida, dice Allouch (citado por Cuevas, s. f.). Como si aún viviera de otra manera, las habituales celebraciones que se hacían en vida, tales como cumpleaños y fiesta del padre, continúan al pie de su tumba. Una de las entrevistadas le celebra, con piñata, los cumpleaños en el cementerio; mientras que otra quema allí pólvora el día del alumbrado. Las compañeras de desaparecidos compran tarjetas todos los años y las van guardando para cuando vuelvan.

La muerte continúa afectando a los dolientes, no sólo por la pérdida del ser querido, o por su recuerdo, sino porque, también, es reiterada, vuelta noticia y espectáculo, cada vez que se presenta en los noticieros.

El golpe emocional que representa para una mujer enterarse de la muerte de su esposo por un noticiero, no ha sido calculado y, tal vez, poco investigado. Muchas han comenzado su duelo, a medias, mientras se acaban de enterar de la emboscada o el asalto, en donde potencialmente podrían encontrarse sus seres queridos entre los muertos, informadas solamente de la región donde prestaban el servicio. Siguen las horas y los días, mientras se les da la confirmación, teniendo a su alcance sólo los medios de comunicación que, en ocasiones, les han ofrecido la imagen primera de los cadáveres, en bolsas negras. Una de nuestras entrevistadas tuvo que ir al sitio a recoger el cuerpo de su esposo, abandonado en la carretera.

La repetición de las imágenes agota a las dolientes. Muchas de ellas terminan por no volver a encender el televisor. Las imágenes de los atentados a importantes figuras de la escena política sirven para ejemplificar determinados hechos de la historia colombiana, reiterando, sin cálculo, las heridas que se renuevan en duelos no resueltos. Una entrevistada cuenta:

    Es un día cualquiera para mí. Que yo sólo prendí el televisor, porque tal vez iba a arreglar el cuarto, o algo así; entonces ya me volteo, así, y empiezo a ver mi historia; y han pasado doce años, y te van a hacer historia. Entonces la estoy viendo. Entonces la apago corriendo; tampoco puedo verlo; hay algo que no me lo permite; entonces, cuando menos quiero, yo estoy llorando con el estómago. Yo tengo que pararme allá y me tengo que salir; y, entonces, yo bajo las escaleras y me voy a dar una vuelta al patiecito y, cualquiera que me ve, diría: ¿Qué le pasa? ¿Tú qué dirías? ¿Que qué me pasa? ¡Que estoy en un país que repite todos los días esto! Entonces, eso no es justo. Yo no puedo explicarme lo que estoy viviendo. O, si no, abro el periódico, o una revista, y me veo mil veces. ¡Eso no es agradable!

El "real", que agencian los medios, no alivia el duelo. Lo intensifican. Así mismo, la idea de volver a vivir el duro trance que comenzó en un noticiero; o revivirlo al ver las muertes de otros hombres, e imaginar las penas de las mujeres que sufrirán lo mismo, les produce, a algunas, dolores de cabeza e insomnio. Los niños también son afectados y sienten miedo.

Es conocida la tesis de McLuhan (1960) que afirma que, gracias a la tecnología, los medios de comunicación son "las extensiones del hombre" y, de tal manera, son prolongaciones de los sentidos:

    Los medios, al modificar el ambiente, suscitan en nosotros percepciones sensoriales de proporciones únicas. La prolongación de cualquier sentido modifica nuestra manera de pensar y de actuar, nuestra manera de percibir el mundo. Cuando esas proporciones cambian, los hombres cambian (MacLuhan, 1960: 47).

El cuerpo se extiende y, con él, la mirada, captando imágenes a través de los noticieros de televisión de aquello que está lejano o ha sucedido en el tiempo, según el agenciamiento de los medios que reproducen sin cesar los hechos dolorosos, dirigiendo la mirada hacia donde estas mujeres no quieren ver.

El cuerpo de la viuda también es enajenado, cuando la obligan a tomar medicamentos. El acompañamiento del duelo supone indicarle cuándo debe ingerir alimentos y bebidas. Débil, y sin fuerzas, es tocado, abrazado, apoyado y conducido, como la mejor manera de mostrar la solidaridad con la pena. Se le amonesta para que guarde compostura, para que llore o para que no lo haga. La consideración por la doliente es de compasión, mientras se la rodea con la pretensión de disponer de su cuerpo:

    Mi mamá sabía qué era lo que yo sentía y me decía: "¡Mira, vas a llorar tanto!", me decía. Yo, con los ojos y la nariz colorada, hinchada. Me decía: llora uno tanto, que no se pone ni los ojos, ni la nariz, ni nada colorado, de todo lo que uno lloraba. Mi mamá me decía: no llore, Claudia, porque se va a arrugar. Mi mamá es toda vanidosa y ella pensaba era en eso; y me provocaba ahorcarla.

El dolor es tanto, que no tienen fuerzas para oponerse al control que ejercen sobre su cuerpo:

    Sé que fue mucha, mucha gente; no puedo decir quiénes, porque no me acuerdo. Sé que era mucha gente. Había muchos zapatos, porque siempre era con la cabeza agachada y, todo ya, como en un cuento. Escuchaba hablando; decían: "¡Pobrecita! Ese 'pobrecita', es muy feo".

La contaminación simbólica e imaginaria de objetos y espacios, aun de la misma viuda y las víctimas de la violencia, son otro aspecto que merece resaltarse. Las flores que envían para la velación del cadáver, despiertan fastidio y miedo; no se llevan para la casa. Así mismo, los lugares donde se sufrió un atentado se vuelven peligrosos y los afectados, no vuelven a pasar por el sitio; se venden las casas y los autos que se tenían en el momento de la tragedia, ya que se las evoca. El contacto con las personas que han padecido el duelo se vuelve, también, peligroso, por su carácter contaminante. La esposa de un dirigente asesinado dice:

    Hay diferentes viudas. Entonces, digamos, que si la viuda es común y corriente, y su esposo murió de muerte natural, no pasa nada raro, pues todas las amigas van y vienen, etcétera. A mí, la verdad, la gente salió despavorida en su mayoría; en su gran mayoría. Yo diría que casi toda la gente, porque yo tuve visitas, digamos, cuando la gente venía en grupos grandes; después nadie vino.

Los vecinos de un personaje que sufrió un atentado con explosivos, se mudaron inmediatamente. El miedo de sufrir una pérdida semejante, hace que los niños recurran a mecanismos psíquicos que tienden a conjurar el destino que, tal vez, podrían sufrir igualmente, al herir a sus compañeritos huérfanos, echándoles en cara su orfandad. Estos casos -según cuentan varias viudas-son corrientes en colegios militares respecto a niños que pierden a sus padres, debiendo, por ello, cambiar de institución escolar.

Igualmente, otros dolientes de la violencia son rechazados. El mundo que habita el desplazado parece realmente inhabitable y, su atmósfera, contaminada por el mundo de los muertos en vida. Por ello, no pueden menos que producir rechazo y terror (Castillejo, 2000).

Los desaparecidos portan, también, una carga de segregación cuando se empiezan a tejer rumores en los que se les atribuyen acciones que justificarían su "castigo": si al hombre lo desaparecieron, era porque había cometido un delito no político, enlazado con la extorsión o la mafia. Incluso, en algunas familias, se llega a pensar esto, obligando a la viuda a producir y desplegar el alegato por la inocencia de su esposo.

Así, el Estado no es visto como potencial fuente de peligro sino tan sólo la pretendida "conducta antisocial" del desaparecido. La mujer, en algunos medios, debe ocultar la situación y presentarse ante los extraños como viuda o separada, para no informar que es esposa de un desaparecido y evitar así el rechazo. Contaminados por la muerte violenta de sus allegados, sus dolientes portan la sanción social correspondiente, siendo segregados y temidos por el contagio de su condición.

Los recuerdos que tienen las viudas, asociados a la pérdida de sus esposos, están impregnados de sensaciones que invocan los sentidos. Estas sensaciones no pueden estar separadas del significado contextual de la percepción, pues siempre forman una Gestalt (Merleau-Ponty, 1945).

Una viuda recuerda el calor que sintió en su alcoba un día antes de la muerte de su esposo. Posteriormente pensaría en el frío que podría sentir su esposo en la tumba. Igualmente, asociando el frío con la muerte y el calor con la vida, otra mujer prefigura la muerte de su esposo, cuando se despierta y palpa con su mano el lado de la cama donde él dormía: "... sentí frío como helado, como si hubiera metido la mano a la nevera". La sensación, de inmediato, la conduce a suponer que "... algo le había pasado".

Son sensaciones táctiles que desconciertan, como el asombro por la dureza del cadáver. O auditivas, que repiten los acontecimientos trágicos, como cuenta la esposa de un dirigente asesinado quien relata que pasaron muchos años -dos, tres- y siempre se levantaba con la evocación de los sonidos del atentado, con los disparos y las voces pidiendo auxilio.

Otras recordarán los olores. De tal manera, el proceso del duelo estará marcado por las sensaciones que significarán lo que las percepciones de estas mujeres les atribuyeron.

Para Merleau-Ponty, la sensación está unida al significado. La experiencia de algo tiene un sentido para quien la vive. La experiencia de un duelo se nutre con lo que se ve, se toca, se huele; esta es la manera como se vive el duelo.

Así como los sentidos están presentes en los recuerdos, y hacen parte de la vivencia del duelo, también son necesarios y eficaces para la aceptación o comprensión de la muerte. Una mujer relata así su experiencia:

    A mi marido jamás lo pude tocar, por eso no pude darle el adiós. De pronto, eso lo puede ayudar a uno a salir de esos dolores, porque sabe que ya es otra persona, ya es materia en transformación (...) porque yo sí lo conocí con la sangre en movimiento.

La certeza de la muerte la dan los sentidos. Muchas de las viudas, que no pudieron tocarlos y verlos, sienten que algo les faltó.

La primera intención de las mujeres que se encuentran con los cuerpos de sus esposos muertos, es mirarlos. Observan sus heridas, registran sus cuerpos. La mirada constata la existencia del cadáver e indaga sobre su nueva constitución, como expresión de una necesidad inaplazable de reconocer la existencia modificada del cuerpo de la víctima. Siguiendo a Lacan, podríamos definirlas como perplejas ante ese agujero en lo real que ha dejado la muerte, no hallando recursos en el lenguaje para representar la pérdida (citado por Figueroa, 2004). El cuerpo muerto no es reconocido:

    Entonces yo lo miré y mis ojos lo recorren de pies a cabeza. Y tengo muchos pensamientos. En ese momento, pensé: ¿el hombre que quise con toda mi alma, dónde está?

Incluso muchas niegan, después de mirarlos, que sean sus esposos. Basta un detalle del cuerpo, de las manos, o del cuello, para volverlas a la realidad. La mirada deviene compulsivamente necesaria, pues es la que aporta la prueba definitiva de la muerte.

Si no se mira, no hay proceso de duelo; queda la duda. Muchas madres se arrepentían de no haber mostrado a sus hijos el cuerpo muerto del padre. Decían que, sin verlo en el cajón, los niños no aceptaban o no entendían la existencia de la muerte. Aun después de dejarlo en la tumba, la expresión "ir a verlo al cementerio" se mantiene. La mirada se dirige al lugar donde debe estar el cuerpo. Una mujer cuenta sobre sus hijos que, "... cuando ellos van lo miran, miran la tierra".

El horror que devuelve la mirada sobre el muerto en el duelo, es la pérdida de la mirada del Otro, para quien se era objeto de deseo. Falta la mirada subjetivante del Otro, que confería un estatus; el estatus que ocupaban sus dolientes hasta que este murió.

Mirar se convierte en el objeto y en la causa de un deseo. Pero la mirada, cargada de deseo, no puede dirigirse hacia cualquier cosa. Tiene que ser dirigida hacia algo que satisfaga al sujeto, en la medida en que, en ese algo, se encuentre a sí mismo. En el sueño de una mujer cuyo esposo murió destrozado por una explosión, veremos cómo su mirada, reflejada en el espejo, le muestra su cuerpo intacto, mediado por la mirada de su esposo muerto:

    Sí, yo no sé si era impresión mía o qué, pero sentía que alguien se sentaba en la cama y se miraba al espejo. Yo siempre acostumbraba a tener el tocador, un espejo frente a la cama, un espejo, el tocador. Él se sentaba y dizque se ponía a mirarme tras del espejo, varias veces, como cuando uno tiene el sueño en vela, como medio dormido. Yo me despertaba y miraba; lo primero que miraba era el espejo.

En la mirada de él, a través del espejo, puede ver su propio cuerpo íntegro, no destrozado, que se mira en los ojos de él. Para Lacan, la mirada es la mirada del Otro y no la del sujeto que mira. La mirada permite inscribir en el cuerpo el significante. Nos reconocemos en la mirada de los otros, nos identificamos con su propuesta; en todo caso, nos definimos a partir de ella. La pérdida de esa mirada amenaza con la destrucción del cuerpo. Sin embargo, la mirada del muerto continúa existiendo de otra manera y adquiere una cualidad propia pues, desde la muerte, conoce lo que sucede en el mundo de los vivos. Una mujer advierte a los niños que su padre los vigila aún desde el otro mundo:

    Su papito está bravo porque ustedes se están portando mal. Y una viejita les dijo: ¡Cuidado! Él ve por allá, por encima de la teja, ustedes fregando la vida a su mamá; ¿por qué no le hacen caso?.

Pero el cuerpo ve y al mismo tiempo es visto. Aun antes de que el sujeto vea, es mirado desde todas partes. Son incluso las miradas las que han delatado la noticia de la muerte, antes de que alguien se la comunique verbalmente a la viuda. Las condiciones referidas a cómo afrontar un duelo son impuestas por las miradas de los acompañantes. En ocasiones son causa de temor y repugnancia por el placer voyeurista implícito en el que mira.

    Les dije a los escoltas, que eran muchos, de mis hijos y de mí: "Mire, el día que de pronto me (...) nos pase algo a cualquiera, les ruego, les suplico que no nos dejen tirados en una calle; ustedes digan que estamos vivos, o que todavía tenemos algún signo vital, pero quítenos de aquí (...)". Porque me horrorizaba pensar, ¿usted ha visto lo que le hacen a una persona cuando se muere por la calle? La desnudan y la dejan desnuda en la calle. Es que eso es de las cosas que yo no he entendido nunca, ¡cómo puede ser eso posible! A veces las tapan...

La exhibición del cuerpo desnudo y destrozado, ante la mirada de los otros, causa sobresalto y evoca el peligro de lo siniestro.


1 El material analizado en este artículo hace parte de los datos etnográficos de la investigación las viudas del conflicto armado en Colombia, realizada en 2001, financiada por Colciencias y el instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH, y dirigida por Patricia Tovar rojas. la investigación resultó en la publicación del libro de su mismo nombre (ICANH, 2006). Agradezco al equipo de investigación del cual fui parte, en especial a Martha Edid López, Adriana Ramírez Duplat, María Eugenia Vásquez y Sofía Patricia morales, con quienes realizamos el trabajo de campo y la recolección de las narrativas. Y al ICANH por el permiso de utilizar este material para la elaboración de la tesis de maestría titulada impacto de la violencia en los cuerpos físicos y sociales de las víctimas; contaminación simbólica de la muerte, presentada al Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia en 2007, de la cual este escrito se ha nutrido.

2 La identidad de todas las entrevistadas se conservará en el anonimato, por respeto al carácter de sus declaraciones y al compromiso contraído, en el momento de hacer las entrevistas, de tener sus nombres en reserva.


REFERENCIAS

Balandier, Georges
1990 El desorden, Barcelona, Gedisa.        [ Links ]

Bernard, Michel 1980 El cuerpo, Buenos Aires, Paidós.        [ Links ]

Blair, Elsa 2004 Muertes violentas. La teatralización del exceso, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia.        [ Links ]

Castillejo, Alejandro 2000 Poética de lo Otro. Antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia, Bogotá, ICANH, Colciencias.        [ Links ]

Cuevas, María Gabriela S. f. Algunas consideraciones sobre inimputabilidad y peligrosidad: el duelo y el acto, documento electrónico, disponible en http://www.psicologiajuridica.org/psj154.html        [ Links ]

De Castro Korgi, Sylvia 2004 "Impunidad, venganza y ley", en Desde el Jardín de Freud. Revista de Psicoanálisis, No. 5, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.        [ Links ]

Figueroa, Mario 2004 "El duelo en el duelo. la persecución y la venganza", en Desde el Jardín de Freud. Revista de Psicoanálisis, No. 4, Universidad Nacional de Colombia.        [ Links ]

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Mcluhan, Marshall 1977 La comprensión de los medios como extensiones del hombre, Mexico, Diana.        [ Links ]

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Tovar R., Patricia 2006 Las viudas del conflicto armado en Colombia. Memorias y relatos, Bogotá, ICANH, Colciencias.        [ Links ]

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