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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.7 Bogotá July/Dec. 2008

 

ANTROPOLOGÍA Y CIUDAD:
HACIA UN ANÁLISIS CRÍTICO E HISTÓRICO

Andrés Salcedo Fidalgo / Austin Zeiderman1

1 PhD de la Universidad de California, Irvine, profesor asociado del departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia, investigador y coordinador del grupo Conflicto Social y Violencia del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia.  asalcedofi@unal.edu.co

2 Candidato al PhD en Antropología social y cultural en Stanford University, agz@stanford.edu


RESUMEN

Partiendo de una discusión teórica sobre la relación entre antropología y ciudad proponemos problematizar los fundamentos tanto de los estudios urbanos como los estudios antropológicos. En lugar de ver a la ciudad como una categoría universal y fija resaltamos las posibilidades que tiene la antropología para abordar las ciudades como productos de prácticas sociales históricamente situadas. Ilustramos esta propuesta deteniéndonos en los proyectos urbanísticos de Bogotá en tres momentos históricos y en las imaginaciones contemporáneas de las ciudades del futuro.

PALABRAS CLAVE
Ciudades, prácticas espaciales, antropología urbana, Bogotá


ABSTRACT

Departing from a theoretical discussion of the relationship between anthropology and the city, we problematize the foundations of both urban and anthropological studies. Rather than viewing the city as a stable and universal category, we emphasize the possibilities anthropology has to approach cities as products of historically-situated social practices. We illustrate this proposal by focusing on urbanistic projects in the city of Bogotá during three historical moments and by analyzing contemporary imaginations of the cities of the future.

KEY WORDS
Cities, spatial practices, urban anthropology, Bogotá

FECHA DE RECEPCIÓN: NOVIEMBRE DE 2008 / FECHA DE ACEPTACIÓN: DICIEMBRE DE 2008


INTRODUCCIÓN

Este ensayo recoge un esfuerzo colaborativo a dos manos en el cual nos proponemos plasmar algunas reflexiones que surgieron desde nuestras propias prácticas investigativas así como del deseo de proponer una discusión teórica actualizada sobre la antropología de las ciudades y sus potencialidades en el mundo contemporáneo. Uno de nosotros parte de su investigación sobre los discursos emergentes del riesgo en las periferias de Bogotá, ciudad en la que está realizando su trabajo de campo desde hace varios meses. El otro propone ilustrar nuestra propuesta de un análisis socioespacial de ciudades tomando tres proyectos urbanísticos que han tenido lugar en Bogotá, ciudad en la cual ha vivido siempre y en la que ha tenido lugar su práctica antropológica sobre el miedo al crimen, el desplazamiento y procesos de urbanización. la intención del escrito es entonces establecer un diálogo entre la antropología y la ciudad tomando a esta última como proyecto de ordenamiento socioespacial alejado de la descripción de unidades espaciales coherentes y cerradas y cercano a un análisis crítico de la confluencia de prácticas discursivas históricamente situadas. Este texto es, entonces, una invitación para revertir la mirada del antropólogo sobre una realidad desbordante, compleja y discordante que muchas veces claudica debido a los retos metodológicos que ésta supone: abordar de manera simultánea las condiciones históricas de producción, los discursos y las prácticas en los cuales emergen las ciudades.

El segundo propósito que subyace a este escrito es descolonizar los paradigmas eurocéntricos que han dominado y reducido los análisis de lo urbano y el urbanismo a la historia de la ciudad europea moderna. Para esto nos parece que es precisamente la antropología la llamada a cuestionar muchos supuestos y visiones dicotómicos que suelen presentar una realidad urbana moderna, industrial, cambiante y occidental opuesta a un mundo rural y tradicional visto como congelado en el tiempo y menos occidentalizado. La ciudad en tanto concepto también es un reto epistemológico para sacudir algunas premisas tradicionales de los mismos métodos antropológicos en su búsqueda y descripción de comportamientos extraños, anodinos o exóticos. El objetivo del análisis que proponemos aquí es precisamente el de exponer unas propuestas sobre una antropología espacial e histórica adecuada al análisis de ciudades contemporáneas y sus ordenamientos sociales.

Tomando el caso de la ciudad de Bogotá, proponemos una lectura histórica selectiva, sin intentar ofrecer un recorrido histórico completo, de varios momentos particulares en los cuales la ciudad fue objeto de planeación y reflexión, y su población blanco de intervenciones y proyectos de transformación a gran escala, tanto cultural como física. Abordaremos la forma como la ciudad fue objeto de experimentación para el proyecto de la conquista sirviendo los intereses de extracción de riqueza y control de población. También discutiremos cómo la ciudad fue modificada al convertirse en símbolo de la construcción de nación al igual que terreno intelectual y económico propicio para corrientes de pensamiento que buscaban emplear la ciudad como instrumento de integración y progreso. Mostraremos cómo a finales del siglo XX en Bogotá el discurso sobre el crimen y la seguridad enmarcan los intentos de una administración que, desde la academia, intenta modificar y corregir ciertos comportamientos de los ciudadanos en una ciudad caótica y violenta. Luego abordaremos el agotamiento del paradigma moderno que durante mucho tiempo acompañó la utopía de la ciudad occidental al igual que el desvanecimiento de las escalas unilineales desarrollistas que clasificaban las ciudades en urbes desarrolladas y del tercer Mundo, para demostrar cómo las megaciudades parecen marcar el derrotero de los futuros asentamientos urbanos. La emergencia de un nuevo discurso sobre la megaciudad mira a las periferias de las grandes ciudades contemporáneas del sur como los lugares en los que en un futuro muy próximo todos tendremos que convivir con circunstancias sociales explosivas, donde la vida misma está en riesgo.

I. LA ANTROPOLOGÍA Y LA CIUDAD

EL LUGAR DEL CAMPO EN LA ANTROPOLOGÍA

El eminente antropólogo norteamericano Cliford Geertz alguna vez postuló la siguiente máxima metodológica: "los antropólogos no estudian aldeas [...]; estudian en aldeas" (1973:22). Al insertar la preposición, Geertz intentó enfatizar la primacía de los conceptos teóricos generales desarrollados a partir de estudios etnográficos en aldeas, además de las particularidades locales de las aldeas mismas. No obstante, al diferenciar la antropología en las aldeas de la antropología de las aldeas, la afirmación de Geertz también refleja la tendencia a reificar la "aldea" como el indiscutible contenedor espacial dentro del cual ocurre la investigación etnográfica, así como la renuencia de la antropología a comprometerse críticamente con cuestiones de lugar. Esto se hace aún más evidente cuando Geertz afirma: "se pueden estudiar diferentes cosas en distintos lugares [...]. Pero eso no convierte al lugar en el objeto de estudio" (Geertz 19 73: 22). Ahora, a casi treinta años de Geertz, la antropología parece tambalearse, sin saberlo y paradójicamente, hacia un aprieto similar en su estudio de un locus diferente: no la aldea, sino la ciudad.

En las décadas que siguieron al enunciado de Geertz, la crítica externa de los interlocutores de la disciplina (Said, 1989) y la autorreflexión disciplinaria (Cliford y Marcus, 1986; Fabián, 2002; Gupta y Ferguson, 1997) han llevado a la antropología a cuestionar el estatus privilegiado y el legado colonial de la "aldea" y sus cualidades asociadas de lejanía, aislamiento, otredad, simplicidad, pureza y homogeneidad —tanto así que la máxima de Geertz, al punto que vinculó la antropología al escenario de la aldea, ahora suena absolutamente curiosa—. sin embargo, en el presente la disciplina está en peligro de cometer errores similares con respecto a la ciudad. Pues los antropólogos, con unas pocas excepciones notables que se discutirán más adelante en este ensayo, están realizando de manera creciente su trabajo de campo en escenarios urbanos sin pensar crítica y reflexivamente acerca de la "ciudad" a la vez como un locus y como un objeto de análisis etnográfico. En la medida en que aumenta el número de antropólogos trabajando en locaciones urbanas, la disciplina corre el riesgo de casarse, sin sentido crítico, con otra unidad espacial —la ciudad—, sin indagar sobre los supuestos tácitos detrás de ese casamiento o de sus implicaciones teóricas.

Esto no quiere decir que dichos asuntos hayan sido ignorados por los antropólogos. Desde mediados del siglo XX, y especialmente en América latina y áfrica, generaciones de antropólogos se han venido enfrentando en sus trabajos de campo con los problemas metodológicos y epistemológicos relativos a la ciudad como sitio de campo (Hannerz, 1980). sin embargo, los términos en que se han planteado estos temas limitan el rango de posibles respuestas. Para citar un ejemplo común, se ha señalado con frecuencia que las ciudades no ofrecen un todo conocible ni un límite geográfico fácilmente identificable con el cual delimitar una investigación etnográfica. En comparación con un estudio de aldea, el espacio de posibilidad —tanto real/geográfico como conceptual/ epistemológico— parece infinito. a menudo esto ha llevado a los antropólogos a confinarse en una sola comunidad o vecindario en la ciudad ("los estudios de barrio"), lo que les permite conservar el tipo de orientación basada en la aldea, tan familiar a generaciones de etnógrafos, en vez de cuestionar los supuestos sobre los que se basa esta orientación (cf. Ferguson, 1999:271, f.15). Emergiendo de este acertijo, la pregunta de si es preferible hacer antropología en las ciudades o antropología de las ciudades ha sido una perpetua espina clavada en el costado de la disciplina. Más adelante, en este ensayo, argumentaremos que oponer las implicaciones epistemológicas y metodológicas de estas dos preposiciones ("de" versus "en") es más desorientador que instructivo. Como una alternativa, buscamos examinar la antropología y la ciudad en relación una con la otra por razones que, creemos, eventualmente se aclararán. Pero primero consideremos algunas perspectivas claves que allanan el camino para este tipo de investigación.

DESPLAZAR LA CUESTIÓN URBANA

Nuestra investigación sigue, si bien de maneras poco convencionales, un número de movimientos teóricos realizados a lo largo de las últimas tres décadas. Aunque un recuento completo de todos estaría por fuera del alcance de este ensayo, un lugar instructivo para empezar son las perspectivas claves de Manuel Castells y Raymond Williams. Castells argumenta, en una crítica de la escuela de sociología de chicago (Park, 19 69; Wirth, 1969) y de los teóricos alemanes que la precedieron (Simmel, 1969; Weber, 1969), que tratar la forma espacial o ecológica de la ciudad como el objeto primario de análisis es perpetuar un "mito de cultura urbana" (1977). Ver las maneras de vida "urbanas" como productos de una forma espacial particular es un error ideológico, oscurece las relaciones sociales y las estructuras económicas que son verdaderamente responsables de producir las formas culturales y espaciales de la ciudad. Para Castells, el espacio es resultado de las relaciones sociales y las prácticas materiales, no a la inversa. Aunque muchos han llegado a considerar esta opinión como parcial y demasiado reduccionista, pues ignora las maneras en que lo social también está siempre espacialmente constituido (Massey, 1992; soja, 1989), Castells continúa recordándonos que, cuando tratamos de aprehender el objeto de la ciudad, bien podemos estar olvidando aquello otro que está dentro de éstas.

Para Castells, el "mito de la cultura urbana" es una falsa apreciación que no consigue ver la ciudad como la expresión espacial de un modo o una relación de producción —por ejemplo, el capitalismo industrial—. Asimismo, para Williams las ideas de la ciudad son "formas de respuesta a un sistema social como un todo" (1973:297). Williams prosigue para argumentar: "Más obviamente de la revolución industrial, pero en m i opinión también desde el comienzo del modelo de producción capitalista agrario, nuestras poderosas imágenes de campo y ciudad han sido maneras de responder a todo un desarrollo social" (1973:297). Y aunque Williams es marxista al igual que Castells, como materialista cultural insiste en que no hay que desestimar las ideas de campo y ciudad como meras ideologías o mitos. Para Williams, ellas son integrales a las estructuras de sentimiento —los significados, valores y relaciones afectivas— que reflejan y a la vez sostienen las condiciones sociales históricas (1977:128-135). Así pues, siguiendo a Williams y a Castells, vemos que la antropología falla, tanto en el terreno material como en el cultural, cuando considera a la ciudad como el objeto primario de análisis. Aunque ni Castells ni Williams ofrecen un modelo enteramente satisfactorio, aclaran el terreno hacia un planteamiento más matizado para pensar sobre la antropología y las ciudades —una que considera cómo y por qué las ciudades, ya sea como formas espaciales o símbolos culturales, se producen en locaciones históricas particulares, con modos de producción específicos, y de acuerdo con relaciones de poder y prácticas sociales situadas—. En consecuencia, la "ciudad" deja de ser una categoría universal trascendente que se aplica haciendo caso omiso de las especificidades de tiempo y lugar.

Otro par de perspectivas teóricas para reconsiderar la relación entre la antropología y las ciudades proviene de Henri Lefebvre y Michel de Certeau. Como Castells y Williams, Lefebvre llama nuestra atención sobre la relación entre ciudades y modos de producción. si bien él no ve el espacio de la ciudad como una expresión directa de estructuras sociales y económicas, sino como un modo de producción en sí mismo que participa de la producción del espacio, la ciudad se convierte, a través del mercado inmobiliario, en un circuito importante de acumulación de capital y en fuente de plusvalía (Lefebvre, 1991). Queremos subrayar que en esta opinión está implícito que, para Lefebvre, el espacio de la ciudad es un producto de formas localizadas de práctica social: "es el resultado de una historia que debe concebirse como el trabajo de 'agentes' o 'actores' sociales, de 'sujetos' colectivos" (2003:127). De las interacciones, las estrategias, los éxitos y los fracasos de los grupos sociales "surgen las cualidades y 'propiedades' del espacio urbano" (Lefebvre, 2003:127). Según Lefebvre, los urbanistas, y quizás esto también aplica para los antropólogos, "no logran percibir que cada espacio es un producto y que este producto no surge del pensamiento conceptual [...]. el espacio, como producto, resulta de las relaciones de producción cuyo control está al mando de un grupo activo" (Lefebvre 2003: 154). la fetichización de la ciudad —que surge cuando se pierde de vista la labor encarnada, humana, y la acción detrás de lo que parece ser un objeto con cualidades y comportamientos propios— debe contrarrestarse analizando el trabajo (en el sentido más amplio del término) de los actores sociales, grupos y fuerzas que les dan a las ciudades sus normas y formas particulares.

También podemos buscar en De certeau una ayuda para pensar cómo el espacio de la ciudad no es producido enteramente por las "estrategias" de quienes controlan los medios de producción —la clase de los capitalistas terratenientes—, sino también por las "tácticas" de quienes usan el espacio de manera cotidiana. Como dice De Certeau, "el espacio es un lugar practicado", para indicar que es sólo a través de las prácticas diarias de los habitantes urbanos que el espacio de la ciudad toma forma (1984 :117). Desafortunadamente, Lefebvre y De Certeau crean ambos una división similar entre espacio cotidiano, vivido, y espacios abstractos de representación, al enfatizar las prácticas de ciertos actores, mientras que le permiten a otros permanecer como fuerzas desencarnadas. No obstante, juntos inspiran un planteamiento antropológico que llama la atención sobre las prácticas espaciales, productivas y cotidianas de los actores sociales.

Esta breve y limitada revisión de perspectivas teóricas sobre el análisis urbano demuestra que el estatus de la ciudad en tanto objeto primario de análisis merece ser cuestionado, —ya sea que la ciudad se entienda como forma espacial, símbolo cultural o producto social. Esto tiene implicaciones para la investigación antropológica, puesto que la disciplina finalmente está empezando a discutir las ciudades desde sus complejidades, desórdenes y desencuentros. ¿Cómo, entonces, va la antropología a encarar la ausencia de adecuados compromisos teóricos con la ciudad y a evitar repetir el descuido de tratar a la ciudad como lo hizo con la aldea? Para ir más al fondo de esta pregunta se requiere examinar detenidamente la incómoda relación entre la antropología y las ciudades.

LA "CARENCIA" ETNOGRÁFICA

La antropología de ciudades es un oxímoron. El foco de los antropólogos nunca ha sido la ciudad y rara vez los estudios urbanos incluyeron la antropología como parte de su práctica interdisciplinaria. sin embargo, esto también puede verse no sólo como una contradicción, sino como una tensión productiva que obliga a un repensar simultáneo de ambos campos. De ahí la importancia de situar la antropología y la ciudad en términos relacionales.

Estudiar la ciudad inevitablemente problematiza suposiciones sostenidas por la disciplina antropológica. Esto se refleja cuando James Ferguson interroga su trabajo de campo en la Zambia urbana: "¿Qué le sucede a la comprensión antropológica en una situación donde 'los nativos', al igual que el etnógrafo, carecen de una buena comprensión de lo que está ocurriendo a su alrededor?" (1999:19). la lección resultante nos indica que debemos remplazar nuestro ideal del sitio de campo como un todo conocible y coherente mundo social, por aquel de una "tumultuosa, ruidosa escena callejera, donde diferentes lenguajes, distintas culturas, diversos micromundos sociales y marcos de significado discordantes se lanzan todos juntos siguiendo el curso normal de las cosas" y donde cada uno "está un poco confundido" (Ferguson, 1999:208). Retando al que fuera el sine qua non de la disciplina durante buena parte del siglo XX, el trabajo de campo en la ciudad impulsa a Ferguson a argumentar que la etnografía ya no puede asumir que pasar suficiente tiempo en un lugar eventualmente revelará "comunidades coherentes y semióticamente puras" (1999:208).

Así como la realidad social y cultural de las ciudades puede perturbar los supuestos tácitos hechos por generaciones de antropólogos culturales, así también la antropología puede cuestionar muchos de los fundamentos eurocéntricos sobre los que descansa el campo de los estudios urbanos. Por ejemplo, Jennifer Robinson discute que los paradigmas dominantes para entender el urbanismo están basados en un conjunto limitado de experiencias de un puñado de ciudades europeas y norteamericanas. Robinson ve la urgente necesidad de "descolonizar" la dominante imaginación de ciudades y está convencida de que es necesario re-mapear la geografía de la teoría urbana con el fin de comprender y captar los retos urbanos centrales del siglo XXI. La teoría urbana, insiste Robinson, "debería animarse a buscar formulaciones alternativas de city-ness que no reposen sobre estas categorías y que se inspiren en una gama mucho más amplia de contextos urbanos" (2002:548). si los urbanistas se están moviendo en esta dirección, los antropólogos pueden hacer contribuciones importantes gracias a su extensa experiencia como estudiosos del mundo no occidental. aquellos entrenados en disciplinas que ahora empiezan a cuestionar la universalidad de sus presupuestos sobre ciudades, sociedades y economías, pueden beneficiarse del imperativo antropológico de desfamiliarizar marcos conceptuales ostensiblemente naturales y situar a aquellos que se hacen pasar por universales dentro de sus contextos culturales e históricos particulares.

Si la relación entre la antropología y las ciudades es potencialmente tan productiva, ¿por qué, entonces, con unas pocas excepciones notables, los antropólogos se han mantenido relativamente ausentes de los debates en el campo de los estudios urbanos? Dado que los etnógrafos han estado estudiando las ciudades por décadas, aunque no hasta el punto en que lo hacen hoy en día, ¿qué explica su incapacidad para contribuir o ser escuchados en los ámbitos donde suelen discutirse las ciudades? en una importante reseña crítica, "la antropología de ciudades", Setha Low formula precisamente estas preguntas. Low explica que, comparados con otros académicos, los antropólogos "han estado más preocupados por los procesos urbanos cotidianos" (1996:383-384) y, aunque la ciudad ha estado presente en la antropología, "esta línea de investigación no ha tenido un gran impacto teórico" (1999:1). Low señala que los compromisos teóricos con la ciudad se han ido perdiendo, y ella cree posible buscar una explicación de por qué éste ha sido el caso.

En un ensayo más reciente, Smart y Smart (2003) expresan inquietudes similares a las de Low en torno a la limitada contribución de la antropología al campo de los estudios urbanos. Esta dificultad resulta en parte, según ellos, del problema de la incompletitud etnográfica: "la mayoría de los antropólogos mantienen un compromiso con el doble precepto metodológico del holismo y el rigor etnográfico [... y perciben] un profundo sentido de insuficiencia al plantear una investigación sobre un proceso global o una gran ciudad" (Smart y Smart, 2003:278). Esto conduce a los investigadores a aceptar su "inhabilidad para tratar con todas las fuerzas que interactúan y con sus complejos resultados, al tiempo que reconocen la parcialidad de cualquier delimitación artificial del tema" (2003:278). De nuevo, parece que, en las ciudades, los etnógrafos son susceptibles de dilemas epistemológicos y metodológicos, y el infortunado desajuste entre la antropología y las ciudades es la fuente del fracaso.

En contra de esta opinión, argumentamos que los "problemas" epistemológicos y metodológicos que rondan los compromisos antropológicos con las ciudades pueden ser, de hecho, una rica fuente de posibilidades teóricas. Proponemos reconsiderar aquello que los antropólogos han visto como su desafortunada insuficiencia mediante la problematización del sentido mismo de una "carencia" etnográfica. Esto no implica concebir técnicas con las cuales resolverla, ni abandonar las perspectivas que los investigadores de campo urbanos han estado elaborando durante décadas, sino más bien asumir seriamente esta "carencia" en un sentido teórico. Los antropólogos suelen luchar para aprehender el objeto de la ciudad: las ciudades son complejas, confusas, están en movimiento. Pero cuando los antropólogos perciben esto como un síntoma de la insuficiencia teórica y metodológica de su disciplina, han perdido de vista el hecho de que no están solos en su confusión. En efecto, la complejidad, la ininteligibilidad y la fluidez caracterizan la vida cotidiana de muchos, estimulando varias prácticas diarias que intentan contrarrestar o bien sacar provecho de estos aspectos típicos de la experiencia urbana. Muchas prácticas de la vida urbana engendran y a la vez dependen de la estabilización de una ciudad en movimiento. Estos mismos y precisos aspectos (incoherencia e ininteligibilidad) no deberían tratarse como un fracaso de la antropología urbana, sino como reflexiones importantes sobre las realidades sociales de sus sujetos. ¿Podemos abordar la "carencia" como una problemática teórica, no como una deficiencia epistemológica o metodológica?

Tres etnografías recientes ejemplifican este enfoque: el trabajo de Caldeira (2000) sobre crimen y violencia en São Paulo, el estudio de Ferguson (1999) sobre el deterioro económico en la Zambia urbana y el análisis de Hansen (2001) del nacionalismo religioso y el conflicto étnico en Mumbai. En lugar de lamentar la imposibilidad de la etnografía como lo han hecho tantos antropólogos, ellos enfocan sus a análisis s en la confusión e incertidumbre que se hallan en las ciudades. Por ejemplo, la discusión de Ferguson sobre el estilo cultural del "cosmopolitanismo" apunta a las siguientes condiciones semióticas: "las ciudades son ruidosas. La significación, en las condiciones socialmente complejas y culturalmente plurales de las metrópolis modernas, es complicada y desordenada; a veces sencillamente fracasa" (1999:207). Al enfrentar un problema relativo a la ininteligibilidad, Hansen argumenta que la sensación de peligro que siente la gente en Mumbai no está basada en la regularidad o predictibilidad del crimen violento, sino que "es de una naturaleza intangible, más relacionada con la opacidad y el misterio fundamentales de la estratificada vida en las metrópolis" (2001:186). El análisis de Caldeira también gira en torno a cómo las narrativas del crimen organizan simbólicamente los caóticos y desconocidos entornos sociales y espaciales de la ciudad (2000:19). En los tres casos, aquello que en un principio era visto como una deficiencia etnográfica, inherente al trabajo de campo urbano, es repensado y transformado en una fuente de apalancamiento crítico y perspectiva teórica.

Volviendo ahora al atolladero en el que con frecuencia se ha encontrado la antropología — ¿se debería hacer antropología de la ciudad o antropología en la ciudad?— queremos reiterar que esta "opción" oscurece más de lo que aclara. Hacer antropología en las ciudades es reificar el objeto de la "ciudad", tratarlo como un contenedor espacial preexistente dentro del cual tiene lugar una variedad de procesos sociales y prácticas culturales. Luego, las preocupaciones tradicionalmente "antropológicas" —cultura, parentesco, religión, mito, etcétera— se estudian en un "contexto urbano". Los métodos etnográficos se aplican a objetos localizados "dentro" de la ciudad, mientras que el objeto de la "ciudad" se mueve fuera del marco de análisis. La "ciudad" sigue siendo un objeto fijo, estable y que se da por sentado. No obstante, hacer antropología de las ciudades es, paradójicamente, lograr algo similar. Esta visión no se imagina a sí misma "dentro", sino "fuera" del objeto de estudio, posibilitando una mirada esencializadora que ve la ciudad como una cosa en y de sí misma, ontológicamente distinta de todas las demás categorías de espacio, y capaz de ser categorizada de acuerdo con una variedad de marcos tipológicos. en este caso, el objeto de la ciudad se pone en cuestión, pero permanece fetichizado, dejando fuera de vista el trabajo que fue necesario para convertirlo en objeto.

En ambas antropologías, el objeto de la ciudad es reificado como una unidad espacial autoevidente y preexistente, con la cual la antropología puede desempeñar su trabajo, bien sea al interior o por encima de ella. Por lo tanto, es erróneo ver esto como una dicotomía epistemológica y metodológica. Sin embargo, sostener ambas perspectivas juntas y en tensión puede resultar bastante productivo. Al enfocar nuestras miradas en el objeto de la ciudad, quizás seamos capaces de ver precisamente cómo ésta llega a ser y entrar en nuestro ángulo de visión como un objeto. Pero para hacer esto, debemos permanecer atentos al hecho de que la ciudad es un producto, un artefacto físico y cultural, un lugar elaborado a partir de prácticas discursivas y materiales, algunas localizadas dentro de la ciudad y otras por fuera de ella —todas las cuales pueden ser estudiadas etnográficamente. Las ciudades no son, por lo tanto, objetos tan imposibles de la antropología, sino más bien perfectamente compatibles con la investigación etnográfica.

Low es bastante sensible a este debate y abiertamente trata de evitar un "esencialismo de la ciudad" ocupándose de "las relaciones sociales, los símbolos y las economías políticas que son más manifiestas en la ciudad" (1999:1-2). Ella argumenta que "la 'ciudad', tal como se presenta en este volumen (una antología de antropología urbana), no es una reificación sino el foco de estudio de manifestaciones culturales y sociopolíticas de vidas urbanas y prácticas cotidianas ilustradas por etnografías urbanas" (Low, 1999:1-2). Y Low aboga por ver "'lo urbano' como un proceso más que como un tipo o una categoría" (1996:384). Como tal, ella ofrece una serie de imágenes y metáforas para organizar diversas formas de teorizar la ciudad. Éstas se expresan como modificadores adjetivados adjuntos a la "ciudad": étnica, dividida, de género, contestataria, desindustrializada, global, informacional, modernista, colonial, posmoderna, fortificada, sagrada y tradicional. aunque Low niega la semejanza de su planteamiento con los intentos previos de construir esquemas y tipologías evolucionistas (por ejemplo, Weber, 1969 ; Wirth, 19 6 9), en todos los casos la ciudad es el objeto por ser entendido, descrito o explicado. si la búsqueda no es por un tipo de ciudad, entonces al menos es por cierta cualidad que condense la esencia de la ciudad en un todo unificado, coherente y conocible.

Nuestro postulado básico afirma que una relación entre la antropología y las ciudades debería conllevar, para resumir, el estudio etnográfico de las prácticas materiales y discursivas localizadas que llegan a ser el objeto de la "ciudad", en todas sus formas, en lugares y tiempos particulares. Una mirada antropológica a la ciudad debe, por lo tanto, rechazar cualquier tendencia a tratar la ciudad como una entidad obvia, a priori, autoevidente. Aún así, es importante reconocer que ésta no es una visión nominalista o constructivista social, que intenta reducir la ciudad a un concepto o significante abstracto, imaginario, sin ningún referente material u objetivo que se corresponda con la realidad. Más bien, es un argumento para ir más allá del trato a la ciudad como el objeto por ser estudiado. la ciudad es sin duda un objeto —es tan material como cultural, es tan real como abstracta—, pero es un objeto que requiere trabajo con el fin de llegar a ser. Reconocer esto debería alejarnos de las teorías que le añaden adjetivos a la ciudad, puesto que esta práctica común conserva la suposición de que la ciudad en sí misma es el objeto por ser entendido, descrito o explicado. El hecho de que los antropólogos y otros científicos sociales críticos sean casi tan irreflexivos sobre esta práctica como lo son quienes diseñan políticas y los expertos en desarrollo debería hacernos reflexionar. Podríamos empezar por secundar la provocación de Jennifer Robinson de ver todas las ciudades como "ordinarias" (2006). Luego, la antropología puede proceder con la sofisticación teórica que tiene para con tantos otros objetos —estados, culturas y naciones, para mencionar sólo unos cuantos ejemplos claves—. Para hacer esto, debemos desplazar el objeto de la ciudad y reemplazarlo con las prácticas —simultáneamente materiales e imaginadas, a la vez abstractas y concretas, ambas en y de la ciudad— que sean necesarias para que ese objeto llegue a ser.

Dado que la locación en la cual tiene lugar la investigación antropológica ha sido algo que hemos enfatizado, debemos permanecer atentos a cuán ostensiblemente supralocales, abstractos, pueden llegar a ser los debates teóricos acerca de lugares y regiones particulares. En consecuencia, la segunda parte de este ensayo hace énfasis en las problematizaciones —en los términos de Foucault (19 9 4 :670), "el conjunto de las prácticas discursivas y no discursivas que hacen que algo entre en el juego de lo verdadero y lo falso y que lo constituye como un objeto de pensamiento"2— que emergen de la especificidad histórico-geográfica de las ciudades latinoamericanas. Con el ánimo de repensar "la tradición canónica según la cual la teoría se produce en el crisol de unas pocas 'grandes' ciudades" localizadas en Europa y estados unidos, queremos, siguiendo los planteamientos de Ananya Roy (2008:2), centrar nuestra mirada en las experiencias de ciudades de América latina y contribuir a la necesaria reconfiguración de los fundamentos teóricos del análisis urbano. al reconocer que un área regional como "América latina" (Mignolo, 2005) es "un dispositivo heurístico en vez de un hecho geográfico permanente" (Roy, 2008: 4), consideramos la "cuestión urbana" en esta parte del mundo ilustrándola con tres casos, que denominamos "lentes", a través de los cuales nos enfocamos en tres planes y proyectos de ciudad que tuvieron lugar en una misma ciudad, Bogotá, produciendo tres tipos de ordenamiento social y configuración urbana diferentes. Apoyándonos en fuentes secundarias y empleando una lectura antropológica e historiográfica de las mismas, demostramos que estos planes, inspirados en supuestos históricos de orden y control social, son desbordados por estructuras y prácticas sociales que también contribuyen a producir la especificad de estas locaciones urbanas. esta orientación epistemológica "situada" contribuirá, en últimas, a redimensionar y repensar críticamente la "ciudad" como un objeto del estudio antropológico.

II. TRES LENTES, TRES MOMENTOS DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ

En la primera parte de este artículo expusimos la idea de que la ciudad, como cualquier otro "lugar" producido, practicado y construido socialmente, no puede abordarse como un espacio geográfico total sino como una constelación de relaciones sociales que cobran forma a lo largo de contextos históricos particulares y bajo regímenes sociales, económicos y políticos específicos. Nos proponemos, entonces, ilustrar esta propuesta mostrando algunas particularidades de ciertos momentos históricos y modelos de control de la ciudad latinoamericana para demostrar cómo la ciudad y su población han sido objetos de acciones políticas que responden a nociones diferentes de sociedad y orden social. Sin tratar de hacer un recuento histórico continuo, lineal, ininterrumpido ni progresivo, nos enfocaremos en varios momentos específicos que nos parecen supremamente instructivos para ejemplificar nuestro argumento. nos detendremos en primer lugar en el proyecto de nucleación urbana que se impuso en el período de la conquista en latinoamérica recurriendo a ejemplos tomados de la ciudad de Santafé de Bogotá; enseguida, abordaremos los discursos políticos y de conocimiento que impulsaron cambios en la forma de gobernar y de vivir en la ciudad de Bogotá durante el período republicano; y, finalmente, analizaremos el modelo de gobierno empleado por la primera administración de Antanas Mockus, alcalde de la ciudad durante la segunda mitad de la década de los noventa del siglo XX. Con estos casos queremos describir la forma como diferentes proyectos de control poblacional intentaron producir tres tipos de ciudades enmarcadas en tecnologías de poder particulares, regímenes de conocimiento específicos, órdenes socioraciales y prácticas discursivas históricamente situados.

PRIMER LENTE: EL PROYECTO NUCLEADOR DE LA CONQUISTA

Poner la primera piedra de la iglesia y enterrar una cruz de madera en el sitio donde se pensaba erigir una futura ciudad española en el nuevo Mundo era el gesto de fundación que marcaba la presencia ibérica en un continente desconocido que se creía debía ser explorado, pacificado, cristianizado y sometido al mandato de sus colonizadores. Se marcaba, de este modo, lo que para la mentalidad del colonizador era el punto de partida de un proceso de dominación donde la estrategia de amistad y alianzas con los "señores" nativos se combinaba con la de obediencia y sometimiento del resto de la población indígena. Las leyes de indias recomendaban a los fundadores de ciudades regalar e intercambiarse cosas con los nativos para velar una profunda ambición por las fantásticas riquezas que supuestamente abundaban en sus territorios (Crouch, Garr y Mundigo, 1982). Al mismo tiempo, las ciudades serían los centros desde donde estas mismas riquezas metálicas y minerales debían inventariarse y transportarse dentro de lo que sería el posterior e intenso "intercambio" económico y político entre la colonia y la metrópoli.

Las Ordenanzas de Descubrimiento y Población así como las leyes de indias constituían verdaderos experimentos en los cuales los españoles, inspirados en los textos de Vitrubio, santo Tomás e Hipócrates, adoptaron el modelo de damero como forma de controlar y evangelizar los territorios nativos que invadían y que, por lo general, albergaban poblados prehispánicos (Alzate, 2007:47-48). contenían, en efecto, instrucciones precisas y minuciosas fundamentadas en determinismos geográficos y climáticos según los cuales la construcción de ciudades concebidas como epítomes de cultura y civilización (Socolow, 1986) debían además ser centros de comunicación, defensa y administración del imperio: situados en un sitio medianamente elevado, con buenas condiciones de salubridad que gozaran de los vientos del norte y del mediodía, suelo fértil, cercano a fuentes de combustible y de agua, se convertirían en el modelo de control social más efectivo del imperio español para dominar la naturaleza americana (Garr, Crouch y Mundigo, 1982:13). Solamente virreyes y gobernadores reales podían otorgar licencias de descubrimientos, y a través de audiencias e informes informaban al consejo de indias sobre los avances en el sometimiento, conversión y ubicación de la población indígena dentro del modelo de vida "civilizado" de los poblados.

Como punto de partida en el ordenamiento espacial de las ciudades coloniales españolas se encontraba la plaza cuadrada o rectangular, centro de la vida cívica, económica y religiosa. De la plaza se desprendían cuatro calles principales que señalaban la dirección de las rutas principales del territorio dominado. el terreno se dividía en cuadrados formando lotes de construcción o solares que debían ser repartidos entre el fundador de la ciudad y el grupo de personas que lo acompañaba. Los terrenos circundantes, denominados ejidos y dehesas, eran áreas de expansión destinadas a mantener el ganado que servía para el suministro de carne y terrenos que se arrendaban para el cultivo y siembra de productos cuyo usufructo estaba destinado a alimentar las arcas del ayuntamiento (Vargas, 2007:159-163).

Cerca de la plaza o dentro de la misma debería levantarse el templo principal o catedral que debía ser vista desde cualquier lugar con el fin de que adquiriera mayor autoridad. es de anotar que en el caso de Santafé de Bogotá, la construcción de una catedral monumental se postergó durante décadas por negligencia del cabildo hasta el año 1553, y sólo hasta 1571 definió jurídica y administrativamente el uso de las tierras comunales (Mejía, 2003:157).

La migración forzosa de población indígena, a través de la mita urbana, suplió la mano de obra para la construcción de las casas principales, edificios públicos y, en el caso de Bogotá, ermitas, capillas, monasterios y conventos y más adelante, casas civiles, cárceles, hospitales, pilas, puentes y empedrados (Vargasl 2007). La idea de la construcción de la ciudad consistía en producir admiración y respeto por quienes a través de sus edificios mostraban la clara intención de instalarse permanentemente en sus territorios. En el caso de Santafé de Bogotá algunas comunidades de la sabana estaban sometidas a varias modalidades de trabajo forzoso: el trabajo forzoso para órdenes religiosas, el trabajo en haciendas, la "mita leñera" a través de la cual debían suministrar leña y carbón vegetal a la ciudad (Vargas, 2007:183) y la mita minera en las salinas de Zipaquirá y Nemocón.

Una gran pugna se gestó entre el poder local de los encomenderos, representado por el cabildo y la real audiencia conformada por los oidores, representantes de la autoridad real (Vargas, 2007:141). Dos aspectos originaban dicha pugna: el manejo de tierras, por un lado, y el control sobre la población indígena, por el otro. En el caso de Santafé de Bogotá, la real audiencia y sus esfuerzos por ejercer soberanía sobre los indígenas considerados "vasallos libres de la corona" fue un obstáculo para los encomenderos, que querían seguir ejerciendo poder absoluto sobre el tributo indígena y la repartición de tierras en la sabana.

La jerarquía racial se fundamentaba en el principio de la fe, atributo de una persona que se medía rastreando qué tan católico era su linaje y qué tan puros eran su calidad, clase y honor en contraposición a personas mestizas o provenientes de linajes manchados (De la cadena, 2006). De acuerdo con este principio se ordenaba la distribución de ocupaciones que formaba el tejido social urbano de la ciudad colonial latinoamericana. los vecinos, propietarios de grandes extensiones de tierra y muy seguramente herederos y familiares de los encomenderos, detentaban los puestos gubernamentales públicos en el cabildo o concejo municipal obteniendo el apelativo de hidalgos, de reconocida ascendencia peninsular a quienes se les había conferido la construcción y el futuro de la nueva ciudad. Mineros, grandes hacendados y personas de profesiones "honorables" que tuvieran ascendencia ibérica y que, por lo general, habitaran el centro de la ciudad gozaban asimismo del estatus de vecino. los apelativos de gente decente y gente de razón se referían a niveles superiores de la clase media urbana conformada por profesionales, escribanos, burócratas de nivel inferior, bajo clero, administradores, tenderos, manufactureros textiles, maestros y artesanos (Socolow, 1986).

La gente del común habitaba el centro y asentamientos pobres que bordeaban la ciudad. en su mayoría indígenas trasladados forzosamente a través de la mita urbana vigente hasta 1741 y mestizos dedicados a labores manuales consideradas de poco prestigio social (Vargas, 2007:246). La población india tenía restricciones legales no del todo infranqueables y, por lo mismo, permeables a la movilidad social ascendente por medio de la conversión religiosa o las uniones interraciales. esta población estaba inhabilitada legalmente y sujeta a pagar encomiendas, repartimientos y mitas; tenía prohibido usar armas o espadas, montar a caballo y tener contratos legales. en el caso de Bogotá, los migrantes provenían principalmente de poblados indígenas cercanos de la sabana. las mujeres indígenas jóvenes trabajaban como criadas o lavanderas en casas de blancos, y los hombres en servicios varios del clero y dentro de las primeras instituciones civiles. De hecho, la tercera parte de los indios e indias residentes en Santafé se desempeñaban como criados y criadas (Vargas, 2007:242). La mayoría de los indígenas urbanos vivían en los patios traseros de las casas de sus amos en bohíos de paja o en solares no poblados. La aculturación de los indígenas se llevó a cabo a través de una serie de instrucciones que los obligaban a cumplir con las ceremonias litúrgicas y a abandonar sus prácticas rituales, que eran vistas como manifestaciones de idolatría.

Los indígenas que permanecieron en la ciudad aprendieron a la perfección la lengua castellana y los oficios artesanales de sastrería, zapatería, confección de sombreros, carpintería, albañilería y platería, y con ello pudieron pagar más fácilmente sus tributos. Estos artesanos fueron organizándose alrededor de gremios y conformaron escuelas en las cuales los maestros se encargaban de vestir y alimentar a sus discípulos durante un cierto número de años hasta que pudieran desempeñarse como oficiales (Vargas, 2007:249-253).

El negocio de la chicha ocupó un lugar importante durante este período como punto de fuga de dicho control colonial y lugar de diversión para los grupos excluidos de privilegios en la ciudad de Santafé de Bogotá. Los propietarios acaudalados alquilaban el primer piso de sus casas para el funcionamiento de estos establecimientos —llamados chicherías— que llegaron a ser 800 a mediados del siglo XVIII (Vargas, 2007:263). Las chicherías no solamente eran sitios de reunión de indígenas y mestizos sino lugar de alojamiento de quienes recién llegaban del campo. Representaban inmoralidad, desorden, malestar político, vagancia y trasgresión moral en la ciudad, ya que las borracheras y jolgorios desencadenaban de manera frecuente agresiones físicas y riñas entre personas de la misma población indígena. Con el nombre de forajidos (Vargas, 2007:126) se nombraba a la población flotante que, según la visión de los gobernantes, eran indígenas fugitivos que frecuentaban las chicherías de la ciudad y se creía eran agitadores de las jerarquías y normas sociales impartidas por Dios y el rey (Herrera, 2002).

A diferencia de otras ciudades de la zona andina, Santafé de Bogotá se caracterizó por un intenso mestizaje y la gente del común pertenecía a grupos sociales heterogéneos clasificados a su vez en capas y estratos según su ocupación ancestral y actual, su lugar de residencia, el color de la piel y el grado de cumplimiento de la fe religiosa (De la cadena, 2006). es así como los pequeños comerciantes y dueños de pulperías detentaban un estatus un poco más elevado que los vendedores callejeros y éstos, a su vez, se encontraban en una posición social más elevada que los trabajadores no calificados que trabajaban por jornal o al diario como acarreadores y aguateros. En lo más bajo de esta estructura piramidal se encontraban los ladrones, lisiados, vagos, prostitutas y mendigos (Socolow, 1986).

Los aspectos seleccionados y señalados por este recuento nos demuestran cómo la ciudad de la conquista produce un tipo de ordenamiento territorial así como un tipo de estructura social siguiendo dos razones de imperio: extracción de riqueza y evangelización. Al congregar alrededor de fiestas y oficios religiosos a la población indígena se la pone al servicio de sus gobernantes en el trabajo de las minas y en la construcción de edificaciones. Una estructura social piramidal fundada en los principios de fe, pureza de linaje, color de piel y servilismo demarca unas distancias sociales aparentemente infranqueables que entran en tensión con lugares practicados de encuentro cruzados por la resistencia, el deseo, el odio, la envidia, la dependencia y las prácticas de mestizaje, imprimiéndole un dinamismo especial y a la vez imborrable a la ciudad latinoamericana de los siglos posteriores.

SEGUNDO LENTE: LA CIUDAD COMO EXPERIMENTO DE CONSTRUCCIÓN NACIONAL

La persistencia del orden colonial en la ciudad de Bogotá y la conflictiva construcción de un nuevo orden republicano y capitalista dieron lugar a confrontaciones de tipo religioso, económico y político que marcaron profundamente las formas de gobernar la ciudad, así como su conformación espacial a lo largo del siglo XIX. Detrás de estos antagonismos yacía la cuestión de cómo construir una unidad nacional amenazada por innumerables guerras civiles y por la competencia entre varias provincias soberanas o estados federales. Lentamente, el proyecto capitalista burgués y el proyecto político ilustrado tomaron forma alterando el orden católico que había regido la vida cotidiana de la ciudad durante siglos. la estructura colonial de damero se mantuvo intacta pero la ciudad se densificó, creciendo muy poco en superficie y aumentando su número de habitantes por manzana (Mejía, 2003).

Como sede del gobierno central, Bogotá tuvo un papel protagónico en las guerras civiles del siglo XIX, ya que representaba el centro para la obtención de recursos y fuente de aprovisionamiento de hombres, alimentos y caballerías (Mejía, 2003:95). Como lo dice el mismo Germán Mejía la ciudad simbolizaba a la nación y en sus edificios, calles y monumentos debían inscribirse los grandes hechos constitutivos de la patria (Mejía 2003:413). En 1846 se erige el primer monumento civil de la ciudad: la estatua de Bolívar y se construyen los edificios correspondientes a las instituciones civiles. Este ímpetu patriota contrasta con un profundo desdén por los asuntos públicos y una total ausencia de sentido colectivo para pensar la ciudad, reflejados en el descuido y la suciedad de las calles y espacios públicos.

La tensión y las guerras entre centralistas y federalistas repercutieron en la forma de gobierno de la ciudad. El control del gobierno central sobre los organismos municipales predominó en el período que va de 1821 a 1832. Este centralismo pretendía preservar el control de la iglesia en todos los dominios de la vida de la ciudad así como la protección de corporaciones como el ejército y la clase terrateniente. Desde mediados del siglo XIX el federalismo cobró fuerza y se llevó a cabo una profunda descentralización política y administrativa en el país que repercutió en el gobierno de la ciudad de Bogotá.

A través de la ley de desamortización de 1861 Tomás Cipriano de Mosquera asestó el más duro golpe al enorme poder que detenía la iglesia trasladando sus bienes al dominio del estado y poniéndolos en circulación para su venta a particulares. Como resultado 20% de las propiedades de fincas raíz cambiaron de dueño y se produjo la primera reforma urbana en Colombia (Gutiérrez 2007:23). Esta medida alentó la reconstrucción y subdivisión de las viejas casonas santafereñas que alquilaron sus primeros pisos o tiendas a los flujos migratorios de personas que llegaban de provincia. La mayor parte de los solares improductivos fueron avaluados vendidos y adjudicados a personas comprometidas en edificarlos. Así mismo, la expropiación de los edificios conventuales fue aprovechada para ubicar las oficinas de las nuevas dependencias civiles y administrativas. Cabe anotar que, simultáneamente y bajo la misma administración de Mosquera, se erigió el capitolio como gran monumento de la república, símbolo de los altos poderes públicos. Las tres guerras civiles entre 1851 y 1863 paralizaron las obras y luego por fallas en los cimientos su construcción se prolongó hasta 1881 (Mejía 2003:214).

La gran reforma liberal plasmaba los anhelos de las facciones más vanguardistas de la sociedad que luchaban por la separación de los poderes del estado y la iglesia y la eliminación de los fueros y regímenes especiales de ésta última. La laicización de la sociedad por medio de la conversión de los sacerdotes en trabajadores del estado, el cierre de conventos y la expulsión de los jesuitas estuvo acompañada por la reforma pedagógica y universitaria de 1870 que buscaba quebrar el monopolio que la iglesia había ejercido desde la colonia sobre la educación desde la Colonia.

Es necesario anotar que todo este impulso reformista tuvo un gran revés a finales del siglo XIX y especialmente luego de 1883. La vigencia del régimen federal se erosionó y la iglesia católica recuperó sus privilegios e influencias. el movimiento de la regeneración, iniciado por obispos de provincia y bajo el cual se unificó todo el clero, emprendió una cruzada por la revitalización del catolicismo como la religión de la nación que la purificaría contra los peligros de contaminación de las ideas liberales.

Las clases gobernantes republicanas que habitaban la capital retomaron el principio colonial de "pureza de sangre" para representarse como una nueva nobleza republicana (Castro 2004). Por lo mismo y profesando un culto exacerbado por las ideas de la ilustración en boga en las metrópolis europeas estas élites criollas se consideraban promotoras de la civilización y del progreso, adalides del disciplinamiento del resto de la sociedad por medio de la ciudad. la misión civil y moral era la de educar, corregir, asistir a la población material y espiritualmente conservando el orden, la concordia y la obediencia (Alzate 2007:46).

Las disposiciones sobre limpieza y salud pública así como los asuntos relativos al orden y la decencia eran los nuevos parámetros para reformar una población considerada dispersa, desordenada, holgazana, ignorante, bárbara, peligrosa y sucia. El crecimiento de la población y las epidemias, como la epidemia de viruela que azotó a Bogotá de1840 a 1842 o la de tifo en 1870, empezaron a formar parte de las preocupaciones del gobierno de las ciudades. el manejo de los asuntos públicos de la ciudad debía estar respaldado por estudios sobre higiene y la asesoría de científicos encargados de explicar las causas de las altas tasas de mortalidad y enfermedades. los cadáveres, las basuras, los excrementos y los cuerpos enfermos fueron identificados como los focos de las epidemias y como parte de las condiciones de vida insalubres de la ciudad que el gobierno municipal debía intervenir (Alzate 2007:46).

Se crearon las "disposiciones de policía" ligadas a las nociones de buen orden que consistían en velar por el aseo, el ornato y la salubridad de la ciudad en un primer plano así como por el mantenimiento del orden y la seguridad de las personas y sus propiedades (Mejía 2003:325). Las asociaciones de particulares como las juntas de aseo y ornato, la de comercio y la de embellecimiento fueron las figuras a través de las cuales las élites transformaron los espacios públicos de acuerdo a la imagen de lo que para ellas debía ser una ciudad moderna: convertir las plazas en parques, frecuentar los pasajes comerciales en lugar de las plazas de mercado, construir alamedas y paseos, visitar lugares de exhibición industrial y manufacturera, teatros, circo de toros y los primeros centros científicos como el observatorio nacional.

Como capital del nuevo estado de Colombia, Bogotá asume el papel de centro de las relaciones económicas y políticas que van a facilitar la transición del país al capitalismo. La ciudad no podía ser un obstáculo para el desarrollo económico y por lo tanto era imperativo acelerar la circulación de personas y mercancías. si bien no puede hablarse de un proceso de industrialización la ciudad sí tuvo una expansión comercial y burocrática de grandes proporciones. Para lograr la integración de la economía nacional al sistema de intercambio mundial, la acumulación de capital mercantil y la creciente inversión de capital en haciendas, minería moderna y las primeras industrias manufactureras se inauguró y consolidó el sistema bancario (Gutiérrez 2007).

El pensamiento librecambista presionó la construcción de caminos así como la introducción del sistema de correos (1838) y el del telégrafo (1863) y sistemas rápidos de transporte como el tranvía (1884), el ferrocarril (1889), (Mejía 2003:129) así como la adopción de un sistema lógico y racional de nomenclatura que organizara espacialmente la ciudad. Durante los dos últimos decenios del siglo XIX las primeras empresas de servicio público estaban en manos de empresas privadas extranjeras.

Toda la construcción de dichas obras públicas estuvo a cargo del trabajo personal subsidiario en construcción "sistema que obligaba en todas la comunidades a los hombres mayores de edad sin distinción de clase a trabajar por un período de tiempo a favor de los caminos y otras obras provinciales y cantonales" (Mejía 2003:108). La población compuesta por reos, mendigos y vagos condenados en los denominados "presidios urbanos" fue, a su vez, la encargada de ejecutar las labores de aseo y embellecimiento urbano.

Por otro lado, el auge del pensamiento librecambista favoreció la eliminación total de los impuestos al comercio interno como externo y afectó profundamente la producción artesanal local llevando a varios enfrentamientos entre artesanos y librecambistas desde mediados del siglo XIX. En varias ocasiones y a través de grandes levantamientos el gremio de artesanos se opuso a los abusos de quienes se beneficiaban del laissez faire y de las leyes "naturales" de la economía y respondió a los ataques que con tintes de desprecio de clase lanzaban los sectores liberales conformados por hombres de negocios (Gutiérrez 2007).

A pesar de que a partir de 1821 desapareció toda distinción racial en la documentación censal (Mejía 2003:256), se ha documentado que la población indígena en la ciudad aumentó y gradualmente fue relegada a los estratos más bajos y paupérrimos de la clasificación social de la ciudad. con la ley de disolución de resguardos en 1821 muchos de éstos vendieron a precios irrisorios sus tierras a los gamonales de sus pueblos y migraron a Bogotá (Gutiérrez 2007: 167-169). era muy probable que los hombres indígenas recién llegados se convirtieran en peones de jornal y las mujeres entraran a trabajar dentro de los múltiples oficios que la servidumbre doméstica urbana tenía a su cargo.

Un grupo importante de población mestiza estaba conformada por pequeños artesanos. los efectos de la economía librecambista introdujeron grandes diferenciaciones dentro de este grupo poblacional: algunos lograron acumular capital y que sus hijos se convirtieran en profesionales acercándose de este modo a los sectores de las élites de fin de siglo mientras que otros, debido a las sucesivas crisis económicas, se empobrecieron y terminaron empleándose como obreros de las nacientes industrias y de las numerosas obras públicas que se estaban iniciando en la ciudad o se convirtieron en empleados de los ferrocarriles, los tranvías, o el Estado.

A diferencia de la etapa de la conquista analizada anteriormente, durante este período republicano confluyeron en la ciudad de Bogotá varias corrientes ideológicas antagónicas que luchaban por encontrar los términos bajo los cuales se construiría la nación. en lugar de ser el lugar de la conversión y el sometimiento, la ciudad se convirtió en espacio de experimentación emancipatoria y nacionalista pero también lugar de convulsión social. Sectores con pensamiento ilustrado y científico convivían con otros que compartían una profunda visión religiosa de la realidad. Visiones que creían que las promesas del progreso se obtendrían a través del librecambismo se contraponían a una creciente conciencia ciudadana de protesta. Quiénes diseñaban las fórmulas de gobernar la ciudad no creían que el resto de la población considerada ignorante y en espera de tutela y gobierno, pudieran participar en los asuntos públicos de la administración de la ciudad.

TERCER LENTE: EL PROYECTO DE CULTURA CIUDADANA A FINALES DEL SIGLO XX

Teniendo en cuenta que sería infructuoso tratar de describir a una metrópolis que multiplicó su tamaño y su población varias veces desde la década de los cincuenta y sesenta hasta finales del siglo XX y que alberga a varias ciudades paralelas al mismo tiempo, vamos a referirnos únicamente al período que va desde mediados de la década de los noventa hasta finales del mismo. en realidad nos gustaría contextualizar el surgimiento de una nueva forma de gobernar la ciudad por parte de una élite política académica que toma las riendas del gobierno de Bogotá desde mediados de los noventa.

Los años que van de finales de la década de los ochenta hasta principios de los noventa representa uno de los períodos más agitados de la historia de la ciudad de Bogotá. Es una metrópolis de aproximadamente 6 millones de habitantes que crece sin cesar producto de la migración interna voluntaria y forzosa, de la concentración de flujos de capital y de trabajo donde se entrecruzan múltiples realidades y órdenes sociales y económicos. es una ciudad que concentra gran parte del pib del país, en permanente mutación no solamente por la reestructuración de corte neoliberal sino también debido a la inyección que por parte del narcotráfico se realiza en el sector de la construcción, el comercio y las finanzas.

Es también una ciudad que acoge de manera entusiasta el movimiento de la constituyente, lleva a cabo la reforma constitucional de 1991 e introduce el discurso de tolerancia hacia la diversidad cultural y sexual. Por otro lado, es una ciudad donde la industria cultural tiene un auge exponencial como lo demuestran eventos como rock al Parque, el Festival internacional de teatro o la red de Bibliotecas. Este espíritu progresista de apertura hacia la diversidad, el entretenimiento, el arte y la educación contrasta de manera dramática con las tasas de homicidios más altas del mundo, con prácticas de vigilancia privadas que realizan limpiezas sociales y controlan la seguridad de muchos barrios y con una profunda desconfianza que marca las relaciones entre desconocidos. No podemos olvidar que Bogotá fue el escenario en el que tuvo lugar la toma del palacio de justicia (19 85), parte del exterminio de la unión Patriótica (a lo largo de la década de los ochenta) así como el asesinato sucesivo de varios líderes políticos presidenciables y periodistas: Guillermo cano (19 8 6), Luis Carlos Galán (198 9), Carlos Pizarro (1990), Alvaro Gómez (1995).

Es necesario mencionar que entre 1989 y 1993 la ciudad se estremeció con una oleada de terrorismo que evidenciaba el poder adquirido por los carteles de narcotráfico quienes a través de la explosión de coches bomba amenazaban al gobierno y la posible aprobación de la ley de extradición. Estos actos revelaban, así mismo, las conexiones que la mafia, políticos y militares habían mantenido en secreto. Más adelante, a mediados de la década de los noventa, el famoso Proceso 8000 revelará como el narcotráfico no sólo era una fuente de financiación exclusiva de los grupos armados sino que candidatos presidenciales, políticos y funcionarios también habían participado de su bonanza.

En últimas, es una ciudad donde la proximidad de la muerte y la persecución política y el ajuste de cuentas llegaron a generar un sentimiento de incertidumbre y caos tan grande que luego de estos asesinatos y explosiones, la población tenía la sensación de que la ciudad y el país estaban cada vez más cerca del colapso (Rivas 2007). Como en muchas otras grandes ciudades del mundo, el discurso sobre el miedo al crimen circuló y cobraron forma las respuestas ante éste a través de las rejas y conjuntos cerrados que empezaron a albergar a poblaciones de clase media que se refugiaban en condominios cerrados o enclaves fortificados, como los llama Teresa Caldeira (2000), protegiéndose del ruido, la congestión, la contaminación y sobre todo, el peligro de la violencia callejera.

Una elite de intelectuales, académicos y expertos entrenados en la academia de la universidad nacional de Colombia creyeron que era posible transformar los valores, creencias y comportamientos que obstaculizaban la convivencia pacífica y que la violencia podía ser dominio de intervención (Rivas 2007). emprendieron de ese modo una nueva racionalidad política: empleando el saber académico, los instrumentos de medición de las ciencias "duras" y ciertos postulados de la filosofía y las ciencias humanas crearon una manera de gobernar que consistía en mostrar resultados, a través de las cifras y los argumentos técnicos.

La hipótesis de la cual partía la primera administración Mockus (1995-19 97) era que algo fallaba en los sistemas reguladores del comportamiento (la ley, la moral y la cultura) en una de las ciudades más violentas y caóticas del mundo. Sus habitantes no desaprobaban moral o culturalmente ciertos comportamientos ilegales ni aprobaban moral y culturalmente el respeto por la ley. Partiendo del supuesto de que no había en Bogotá una tradición que considerara importante para la convivencia el cumplimiento de normas y reglas, proponen el siguiente concepto de cultura ciudadana:

    La cultura ciudadana es entendida como el conjunto de hábitos, costumbres, comportamientos ciudadanos y las reglas mínimas compartidas que orientan esos comportamientos, para generar sentido de pertenencia a la ciudad y facilitar la vida colectiva en la ciudad (Alcaldía Mayor de Bogotá 19 95:4).

Como lo demuestra esta cita, la idea del equipo de la alcaldía liderada por Mockus, era la creación de un nuevo pacto social alrededor de unos principios mínimos compartidos de carácter civilista: apostarle a una cultura de la legalidad. Desde una concepción funcionalista, contractualista y conductista de cultura, la intención era que los ciudadanos, independientemente de la tradición cultural a la cual pertenecieran, lograran interiorizar unas reglas mínimas de convivencia y que, a través del ejemplo y del entrenamiento, aprendieran a apreciar los beneficios del acatamiento de la ley, incorporaran voluntariamente estas reglas y empezaran a interiorizarlas dentro de sus repertorios culturales hasta poderse autorregular (Mockus 1998).

La armonización entre ley, moral y cultura debería generar un ciudadano obediente, responsable y hábil para manejar los códigos de convivencia. el "buen comportamiento" consistiría en saber manejar una serie de habilidades, acciones y reglas mínimas compartidas que generaran un sentido de pertenencia, facilitaran la convivencia ciudadana y condujeran al respeto del patrimonio común y al reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos (ortiz 2008:30). Pronto, cultura ciudadana se convertiría en un instrumento donde se podría medir con indicadores los niveles de acatamiento o trasgresión de normas ciudadanas.

Dos tipos de tecnologías de gobierno fueron empleadas para moldear el carácter indisciplinado y la agresividad generalizada de los bogotanos: por un lado, medidas de control y vigilancia, denominadas simbólicamente por el mismo Mockus como de "garrote" y por otro, medidas pedagógicas representadas por "la zanahoria".

En el primer conjunto de medidas se buscaba conocer, medir y analizar el comportamiento urbano con el fin de conocer las causas del desorden y la violencia para luego intervenirla. se creó el observatorio urbano con el fin de promover las investigaciones sobre temas relacionados con la convivencia, la seguridad, la cultura democrática y la calidad de vida de sus habitantes y posteriormente, la subsecretaría para asuntos de convivencia y seguridad ciudadana aplicó un modelo inspirado de la salud pública denominado "enfoque epidemiológico" para identificar y actuar sobre los factores de riesgo que llevan a la violencia tales como el porte de armas o el consumo de alcohol (Rivas 2007). Bajo el lema de "la vida se sagrada" y tomando la violencia como un asunto de salud pública se llevaron a cabo campañas de vacunación simbólica contra la violencia en los establecimientos escolares así como jornadas de entrega voluntaria de armas. De manera similar, se redujo el alto índice de accidentalidad por causas relacionadas con la embriaguez a través de programas como la Hora Zanahoria que restringía el horario de venta de bebidas alcohólicas en establecimientos nocturnos, o a través del dibujo en las calles de estrellas amarillas en los lugares donde habían sido arrollados los peatones.

En 1997 la administración de la ciudad decidió concentrar sus esfuerzos en atender lo que había sido expresado en encuestas y sondeos como la necesidad más apremiante de la ciudadanía: la seguridad. se elaboró un proyecto para reformar el carácter punitivo del antiguo código de policía, proponiendo un enfoque pedagógico y fortaleciendo los lazos entre la policía metropolitana y los ciudadanos. a través de los Frentes de seguridad los líderes comunitarios organizados colaborarían con la policía en el seguimiento y control de la delincuencia. se seleccionarían así mismo jóvenes de poblaciones vulnerables que trabajarían como Guías cívicos de Misión Bogotá vinculándose en programas de seguridad comunitaria y convivencia ciudadana.

Inspirada en Jürgen Habermas, la administración Mockus partió de la premisa de que la comunicación ayudaba a aclarar la relación entre los derechos y los deberes y permitía que los ciudadanos regularan tanto su acción propia como la ajena. A través de tarjetas ciudadanas repartidas entre los conductores los ciudadanos podían aplaudir conductas cívicas positivas mostrando la cara blanca de la tarjeta y reprobar las conductas reprochables mostrando su revés rojo. otra campaña pedagógica que tuvo una alta efectividad consistió en contratar a mimos que sin palabras y sin gritos enseñaban a los peatones a no arrojar basuras, a ayudar a cruzar a los ancianos la calle y a respetar los semáforos y las cebras.

Con el fin de incrementar el sentido de pertenencia de los habitantes con la ciudad se llevó a cabo una transformación urbana radical interviniendo el entorno y volviéndolo amable para el usuario. Inspirados en la teoría de las Ventanas rotas según la cual el deterioro de los espacios físicos es propicio para perpetrar crímenes y albergar comportamientos ilegales, se renovaron y se diseñaron planes de recuperación de áreas en decadencia con el fin de generar "espacios de orden". Incrementar el orgullo cívico de espacios agradables y bien manejados eran los objetivos de campañas de recuperación del espacio público, reglamentación y señalización de entornos urbanos, el uso de rituales festivos como carnavales y la creación de nuevos espacios de participación ciudadana.

Es interesante analizar la puesta en marcha de esta serie de tecnologías de gobierno inspiradas en postulados conductistas y filosóficos modernos de las ciencias sociales. Justo en el momento cuando Colombia parecía estar cayendo en manos del narcotráfico y de las guerrillas, ambos símbolos de la ausencia de ley y la seguridad, llega un académico para llevar a cabo una cruzada por el orden y la ley desde Bogotá. Creyendo firmemente en los postulados europeos de que la convivencia pacífica entre desconocidos sólo es posible a través de acuerdos de civilidad y la obediencia de las reglas comunes, busca moldear los comportamientos de los bogotanos a través de la imposición no autoritaria de la ley y de la interiorización de mecanismos de regulación horizontal.

Estas tecnologías de la administración Mockus que acabamos de exponer no creen que la revisión crítica de la historia pueda contener las claves del cambio en el comportamiento ciudadano. Por el contrario, mecanismos cognitivos, pedagógicos e interactivos serían las formas como los habitantes de la ciudad aprenderían a relacionarse de manera distinta con su entorno. si bien se buscaba controlar y corregir a una población vista como desordenada y violenta también se buscaba difundir un carácter humanista universal defensor del buen vivir y la resolución pacífica de conflictos. en la conjunción de estas dos facetas parece residir el éxito del programa de cultura ciudadana que pronto se convertirá en discurso y modelo global como modelo de gobierno de las ciudades contemporáneas y caóticas y en especial de las ciudades de países clasificados como violentos, inseguros dentro del discurso neoliberal global.

III. MODELOS EMERGENTES DE LA CIUDAD EN EL SIGLO XXI

LA DESAPARICIÓN DE UN FUTURO DETERMINADO

Hasta aquí, hemos enfatizado la necesidad de construir un marco histórico y antropológico de las prácticas sociales y culturales que producen la "ciudad" en tanto espacio construido y discursivo enmarcado en la especificidad histórica y geográfica. Hemos hecho un análisis crítico —concentrándonos de manera específica en la ciudad de Bogotá en tres momentos históricos no necesariamente cronológicos y sin la intención de ofrecer una recorrido histórico completo ni lineal de esta ciudad— para mostrar algunas de las formas en que las ciudades pueden ser imaginadas, construidas, gobernadas y vividas. Con el propósito de sentar los fundamentos para una futura investigación etnográfica, sugerimos posibles puntos de partida para aplicar la teoría y la metodología antropológica a los discursos y las prácticas que afianzan los esfuerzos para crear las ciudades y las sociedades del futuro.

Casi todas las teorías modernas de cambio social, producidas tanto en occidente como en el resto del mundo, han compartido una creencia teleológica sobre el movimiento del tiempo histórico hacia un futuro relativamente cierto, a pesar de que la especificidad de dicho futuro difiere entre las mismas. Las teorías liberales acerca de la relación apropiada entre el estado, la economía y el individuo, imaginaban un futuro ideal en el que no habría limitaciones ni restricciones relativas a la libertad tanto del individuo para alcanzar sus propios intereses, como de los mercados para operar de manera eficiente y equitativa. La historia sería jalonada entonces por el mutuo deseo de la voluntad humana y del intercambio económico de liberarse de todo aquello que estorbara su autonomía e independencia. Las teorías sobre el desarrollo seguían una lógica similar, proyectando un futuro en el que la pobreza se reduciría de manera significativa, o incluso desaparecería, gracias a la progresiva modernización e industrialización de las economías y sociedades que desde hace mucho tiempo se venían quedando atrás respecto a occidente. En este pensamiento desarrollista la fuerza de la historia no radica en el deseo de libertad, sino en la intervención tecno-política de los gobiernos y las organizaciones no gubernamentales y en la aplicación del conocimiento especializado de las ciencias sociales y naturales a los problemas del "mundo en vías de desarrollo". las teorías sociales marxistas, por su parte, también creían en un futuro en el cual la propiedad privada sería abolida, las relaciones de producción serían superadas y la tiranía del capital se acabaría. el motor de esta versión de la historia es la lucha de clases y la proyección del futuro es la culminación histórica de una progresiva serie de revoluciones que finalmente desembocarían en el comunismo.

Sin embargo, a finales del siglo XX todos estos futuros relativamente determinados y un tanto utópicos imaginados por las teorías modernas de la sociedad y la historia se han cuestionado significativamente. En consecuencia, se ha abierto paso a una percepción del futuro radicalmente diferente: un futuro que no es cierto ni deseable, un futuro lleno de incertidumbre e inseguridad caracterizado por una visión no utópica de la manera en que se revelaría la historia. Como resultado de este proceso, los marcos categóricos convencionales que se han venido usando para clasificar a las ciudades y, por lo tanto, de manera implícita, a las poblaciones que las habitan, de acuerdo con ciertas características (vg. moderna), relaciones (vg. poscolonial), funciones (vg. industrial), procesos (vg. en vía de desarrollo) o posiciones (vg. periférica), han sufrido transformaciones importantes en los últimos años. Nuevos imaginarios sobre qué son y cómo deberían ser las ciudades vienen surgiendo desde diversas áreas de producción del conocimiento y están circulando alrededor del mundo. Ciudades mundiales, megaciudades, ciudades-regiones, ciudades sostenibles, ciudades multiculturales, ciudades competitivas: en donde busquemos, encontramos imaginarios urbanos inspirados en nuevas formulaciones de "city-ness"3. Dichos modelos de "la ciudad como una forma de diagramar la existencia humana, la conducta humana, la subjetividad humana, la vida humana en sí" están en "constante descomposición y recomposición", entretejiéndose con otras verdades y estructurando tentativas para gobernar bajo nuevas formas (Osborne y Rose 1999: 737-739). Como tales, estos modelos constituyen las condiciones cambiantes de posibilidad para un rango de racionalidades políticas y gubernamentales emergentes, regímenes de ciudadanía y pertenencia, movimientos sociales y culturales, y formaciones del sujeto y del yo.

Aunque un análisis etnográfico localizado no es la meta de este ensayo en particular, queremos destacar que, sí es posible hablar de la ciudad desde niveles de análisis que muestren como los contextos históricos al tiempo que los discursos, tecnologías de gobierno y prácticas de la población constituyen una buena parte de la realidad. También queremos enfatizar que dicho ejercicio es idóneo para las fortalezas teóricas y metodológicas de la antropología, que logran problematizar las condiciones y construcciones sociales que se dan por sentadas. la propuesta consiste en poder teorizar la ciudad mostrando su complejidad particular y el interés en las prácticas sustentadas en ideas y planes que cobran forma y vida en el espacio practicado de las ciudades. Sin embargo, al esbozar algunas de las formas en las que las ciudades están siendo re-imaginadas y reproducidas, en y para el siglo XXI, hacemos un llamado en pos de un planteamiento claramente antropológico de los "problemas urbanos" que en un momento dado ameritan atención pública e intervención gubernamental.

LA MEGACIUDAD COMO LA "CIUDAD DEL FUTURO"

La "megaciudad" es una categoría que proviene ante todo del Norte para referirse a las metrópolis de rápido crecimiento del sur4. a medida que la población urbana del planeta está a punto de sobrepasar en número a la población rural, y que las ciudades, según se predica, absorberán casi todo el crecimiento adicional de la población mundial, solemos escuchar que no se espera que las ciudades "globales" ni "mundiales" (Sassen 2001, Taylor 2004) —nodos del dominio y control de la economía mundial— sean las anfitrionas de esta explosión demográfica, sino que serán las "grandes pero no poderosas" megaciudades del Tercer Mundo las depositarias de este crecimiento (Massey 1999: 115, citada en Robinson 2002: 540). Las ciudades modelo de la modernidad actualmente lucen como un anacronismo de antaño, al mismo tiempo que lugares como Shangai y Mumbai parecen presagiar lo que nos espera. En el siglo XXI, las megaciudades en expansión de más de ocho a diez millones de habitantes, y las asombrosas "hiperciudades" de más de veinte millones de habitantes están siendo imaginadas como las nuevas "ciudades del futuro".

Según el geógrafo Matthew Gandy, existen dos modos predominantes de análisis e interpretación de la megaciudad: las profecías alarmistas del apocalipsis urbano que hablan de los hiperghettos en las periferias urbanas y de la miseria de los tugurios y los modelos optimistas de un nuevo urbanismo encontrado en el ingenio de los mercados y asentamientos informales (2005: 38-40). Aunque en algunas ocasiones la megaciudad se discute desde una perspectiva optimista e incluso a veces romántica, en la mayoría de los casos se habla de ella como motivo de alarma. Comúnmente, las megaciudades se indexan como focos de crecimiento explosivo de la población y de concentración masiva de la pobreza, condiciones que parecen exacerbarse por el riesgo del deterioro ambiental y los desastres naturales. Dicha distopia del Tercer Mundo tiene una herencia antigua: por siglos la sensibilidad estética de norteamericanos y europeos (o, en un sentido más amplio, bajo la estética modernista) se ha horrorizado ante "las multitudes, la mugre y las enfermedades" que encuentran en las ciudades no occidentales (2002: 65-79). Pero más allá de sí estos pronósticos tienen o no inflexiones utópicas o distópicas, lo que finalmente nos interesa en este momento es ver como el tugurio de la megaciudad refleja el sentido compartido de transformación mundial y se presenta como el espacio urbano paradigmático del siglo XXI. El célebre arquitecto Rem Koolhaas se refiere de este modo a la megaciudad más grande del áfrica: "lagos no nos alcanza. Más bien, es posible que alcancemos a lagos" (Ferguson 2007: 75, Koolhaas et al. 2001: 653).

En principio, se podría creer que lo anterior significa un re-ordenamiento radical de la presunta relación entre la historia y la geografía que situaba a las ciudades en escalas progresivas y unilineales, de acuerdo a las clasificaciones propias de la modernidad europea. El cambio que se percibe reflejaría en términos urbanísticos el declinante poder económico y político del imperialismo occidental (o, hasta hace poco, el imperialismo estadounidense). Tal vez este discurso constituya una crítica poscolonial por excelencia al mezclar estas coordenadas espacio-temporales imaginadas y desplazar las posiciones relativas del tercer y del Primer Mundo. sin embargo, paradójicamente, este discurso reinscribe y refuerza, aún cuando parece cuestionar y reorganizar, la lógica histórica y el orden geográfico fundamentales para la puesta en escena de la modernidad en occidente5.

Además de examinar las implicaciones teóricas y políticas de dicho discurso, también podemos formular la pregunta acerca del papel de la categoría "megaciudad" en el mundo. ¿cuáles son las prácticas concretas y los proyectos localizados que se posibilitan por la misma? si podemos ver la ciudad global, según la geógrafa Jennifer Robinson (2002: 547), como un ideal normativo que fomenta proyectos calculados de la gestión urbana o del "empresialismo urbano" (Harvey 19 89) que buscan alcanzar dicho estatus, deberíamos estar en condición de ver la megaciudad como una categoría que fomenta otras racionalidades gubernamentales que podrían tener efectos igualmente importantes en el mundo real. teniendo en cuenta la afirmación de Robinson sobre la ciudad global como una "ficción reguladora" que "puede tener consecuencias devastadoras para la mayor parte de la gente en la ciudad, especialmente para los más pobres" (2002: 547), debemos preguntar: ¿qué tipo de proyectos son inspirados y posibilitados por la "ficción reguladora" de la megaciudad?

BOGOTA: UNA CIUDAD "EN RIESGO"

Aunque podríamos abordar este asunto desde muchos ángulos, el ejemplo que escogimos equivale a una forma de gobierno urbano que opera por medio de la tecno-política de riesgo. A finales del siglo XX, tal y como lo plantean un grupo de teóricos, el riesgo emergió como una racionalidad y una tecnología del gobierno vinculadas con un conjunto de programas políticos con miras a la liberalización de las sociedades y las economías alrededor del mundo (Dean 1999, Osborne y rose 1999, rose 1999). La diseminación del discurso del riesgo entró a formar parte de la gubernamentalidad neoliberal en todas las ciudades del sur al tiempo que el estado de bienestar (o de desarrollo) se desmantelaba. estas nuevas tecnologías de gobierno pretenden impartir prácticas sociales de cuidado y prevención que producen un imaginario modelado a partir del discurso de la megaciudad y sus miedos distópicos como el caos, el colapso y la catástrofe.

Un proyecto gubernamental de reasentamiento en la ciudad de Bogotá ilustra bastante bien esta dinámica. En el 2003, el gobierno distrital de Bogotá empezó un programa encaminado a la reubicación de miles de asentamientos informales en lugares que el municipio definió como zonas de alto riesgo: barrios periféricos con escasez de recursos, considerados especialmente vulnerables ante las amenazas de inundación, deslizamientos y temblores. El precursor de este programa aparece en la década de los ochenta, cuando Colombia experimentó el segundo desastre volcánico de mayor mortandad del siglo XX (la tragedia de armero) y el Programa de asentamientos Humanos de las naciones unidas (UN-Habitat) comenzó a promover las evaluaciones de riesgo de los asentamientos informales en todas las megaciudades en el planeta. Cabe anotar que el programa de reasentamiento en Bogotá no hubiera sido posible sin la presencia de agencias de desarrollo, tales como el Banco Mundial. Desde el principio, el Banco Mundial ha estado proporcionando apoyo técnico y económico basándose en una política general de reducción de riesgo y reasentamiento poblacional en las ciudades de rápido crecimiento de los países en vía de desarrollo (Mejía 1996)6.

Percibir la problematización reciente del riesgo tan sólo como una respuesta a las imprevisibles condiciones sociales, políticas y ambientales en Bogotá —y entenderla como un fenómeno colombiano o latinoamericano— es hacer caso omiso del hecho de que Bogotá, como un lugar ya incluido entre las "megaciudades del Tercer Mundo", está situada dentro de un conjunto de relaciones que se extienden mucho más allá que sus límites (Massey 1994). Al adoptar los términos en que Ferguson caracteriza la posición de áfrica dentro del "orden global", tenemos que considerar a Bogotá como un "lugar-dentro-del-mundo" (2006: 5-6), dado que en la actualidad, el discurso de la megaciudad clasifica los sitios como Bogotá dentro de un conjunto de ciudades con ciertas características disfuncionales que, se presume, comparten entre ellas: crecimiento incontrolable de la población, concentración extrema de la pobreza, condiciones ambientales en deterioro, etc. es más, puesto que este discurso desecha la narrativa moderna del progreso —es decir, que las ciudades del tercer Mundo ya no están en vía de desarrollo, sino del colapso, la catástrofe y el caos —el apoyo y la asesoría transnacional que alguna vez se invirtió en servicios sociales, bienestar, infraestructura, educación y salud han sido reemplazados por programas diseñados para promover de la precaución, la prevención y la prudencia en toda una población de ciudadanos "responsabilizados" (Lakof 2007, rose 1999). Una vez enmarcada dentro del discurso de la megaciudad, Bogotá se convierte en un ciudad "en riesgo", lo que en consecuencia diagnostica el problema que su gobierno ha de tratar.

CONCLUSIÓN: LA ANTROPOLOGÍA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

La antropología no ha estado en el centro de las conceptualizaciones sobre espacios urbanos producidos y practicados a gran escala que se salgan de unidades de análisis seguras y delimitadas. a diferencia de los sociólogos clásicos como los integrantes de la escuela de Chicago, Marx, Weber o Simmel, el espacio de la ciudad parece infinito e inabarcable como para ser objeto de un análisis que pueda dar cuenta de su magnitud y complejidad. Tanto las pretensiones holísticas como el fetiche etnográfico de documentar comportamientos, discursos, prácticas y redes en su minucia y detalle, no parecen iluminar el abordaje epistemológico que estamos proponiendo.

Este ensayo intenta responder al desafío de una antropología que tenga un papel fundamental en la formulación de planteamientos alternativos apropiados para las apremiantes cuestiones urbanas y una antropología que dé cuenta de las formaciones discursivas dentro de las cuales se discuten los problemas de las ciudades contemporáneas. el gran aporte que creemos tiene la antropología en este campo de estudio es desnaturalizar las visiones que desde la modernidad capitalista y el urbanismo ven a la ciudad como un espacio universal de habitar o como el estilo de vida que mejor responde a las demandas del orden global. Proponemos, en cambio, revisar críticamente la historia de las condiciones de producción específicas que dan lugar a otros desarrollos urbanísticos distintos a los de la ciudad moderna euroamericana.

Nuestra propuesta riñe con los intentos de colgarle a la ciudad adjetivos y epítetos que den cuenta de su carácter o esencia. Sin embargo, consideramos importante analizar críticamente los discursos sobre las ciudades que circulan y se convierten en paradigmas de disciplinas, políticas públicas y tecnologías de gobierno. Como lo afirma Robinson, las categorizaciones sobre las ciudades importan y deben ser interpeladas porque "limitan nuestra capacidad de contribuir en la previsión de posibles futuros urbanos" (2002:546). Proponemos, entonces, abordar las ciudades como constelaciones de relaciones que cobran forma a lo largo de formaciones discursivas e históricas. estas relaciones responden a proyectos de gobierno específicos que buscan generar prácticas y ordenamientos sociales específicos, dinámicos y cambiantes.

En los tres casos presentados y construidos a partir de una lectura antropológica crítica de fuentes históricas secundarias sobre Bogotá, se intenta demostrar que es imposible hablar de ésta como si fuera una sola urbe. tanto el proyecto de la conquista, como los proyectos nacional y de cultura ciudadana buscan intervenir, actuar y moldear ciertas características atribuidas a sus poblaciones: la conquista pretendía congregar a poblaciones recientemente sometidas y modificar su carácter salvaje; el proyecto nacional buscaba guiar a la población gobernada bajo los parámetros europeizantes de una vida civilizada, limpia e ilustrada; el programa de cultura ciudadana busca erradicar las supuestas violencias e indisciplinas intrínsecas a la "cultura" del urbanita bogotano. con la revisión de estos casos, quisimos demostrar como los cambios en la ciudad de Bogotá están estrechamente ligados no solamente a los supuestos que se tienen de las poblaciones en un momento histórico dado sino también a las formas que adquieren las tecnologías de gobierno dentro de ciertos regímenes de poder y conocimiento.

Dentro de estos discursos y nuevas formas gubernamentales de intervención, el discurso sobre el riesgo y la incertidumbre parecen caracterizar e indicar las medidas que gobiernos, agencias y organismos deben tomar así como las pautas de prevención y cuidado que los habitantes de las grandes "metrópolis del sur" deben adoptar para sobrevivir. a diferencia de los discursos modernos y desarrollistas que situaban a las ciudades en escalas unilineales de progreso, los nuevos discursos de gestión urbana clasifican a las nuevas megaciudades y sus tugurios con tintes apocalípticos: megalópolis hacinadas, contaminadas en paisajes y entornos alterados. este discurso sobre las megaciudades del futuro no parece albergar las promesas de prosperidad material de las urbes modernas sino que parecen inaugurar una nueva forma de hablar sobre las ciudades que merece la pena ser atendida por la antropología.


Comentarios

2 Citada en Collier, S. J., A. Lakoff, y P. Rabinow. 2004. Biosecurity: Towards an Anthropology of the Contemporary. Anthropology Today 20:7. Vease también Restrepo, E. 2008. Cuestiones de Método: "Eventualización" y Problematización en Foucault. Tabula Rasa 8:111-32.

3 Robinson, J. 2006. Ordinary Cities: Between Modernity and Development. New York: Routledge. Queremos aclarar que Robinson se refiere al término "city-ness" para significar lo que es propio a la ciudad o a una ciudad en particular. No tradujimos la palabra porque pensábamos que era mejor citar su término literalmente.

4 El siguiente argumento se basa en un planteamiento más profundo acerca de cómo el discurso de la "mega-ciudad" re-imagina el espacio/tiempo de la modernidad urbana, el cual se puede encontrar en Zeiderman, A. 2008. Cities of the Future? Megacities and the Space/Time of urban modernity. Critical Planning 15.

5 Para ampliar este tema, véase Zeiderman, 2008.

6 En el 2006, tras años de apoyo económico y asesoría técnica, el Banco mundial aprobó otro préstamo de USD 80 millones a la ciudad de Bogotá designados para la gestión de riesgo y la vulnerabilidad al desastre. La influencia del Banco no se limitó a la ciudad de Bogotá: en el 2005, el Banco estaba apoyando y aconsejando 45 programas similares de reasentamiento en las grandes ciudades de América latina. Véase Correa, E., and J. Villegas. 2005. "El Banco Mudial y el Reasentamiento de Población en América latina: Tendencias y Retos," in El Foro Técnico Sobre Reasentamiento de Población en América Latina y el Caribe.Bogotá, Colombia: The World Bank, The Inter-American Development Bank.


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