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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.11 Bogotá July/Dec. 2010

 

DECADENCIA Y REDENCIÓN. RACISMO, FASCISMO Y LOS ORÍGENES DE LA ANTROPOLOGÍA COLOMBIANA

Carlos Guillermo páramo bonilla*

* Profesor asociado; departamento de antropología, Universidad nacional de Colombia, Sede Bogotá.Candidato a doctor en Historia, Universidad nacional de Colombia. histomusica@yahoo.com.mx


RESUMEN

El presente artículo apunta a señalar la importancia en las décadas de 1920 a 1940 de los discursos racistas en Colombia (es decir, las expresiones públicas de personajes influyentes en la vida intelectual y política del país, que pensaban la mezcla de "razas" como un problema, acusándola de conducir a la degeneración) y su proximidad al ideario fascista internacional y genérico de la misma época. si bien este tema ha venido siendo estudiado con detalle en la última década, poco, en cambio, se le ha relacionado directamente, como aquí se busca hacerlo, con el surgimiento de la antropología en colombia y, paradójicamente, con ciertas vertientes del indigenismo.

PALABRAS CLAVE
Racismo, fascismo, Colombia 1920-1940, eugenesia, historia de la antropología colombiana


DECLINE AND REDEMPTION: RACISM, FASCISM AND THE ORIGINS OF COLOMBIAN ANTHROPOLOGY

ABSTRACT

This article aims at signaling the importance, between the 1920's and 1940's, of racial discourse in colombia (that is, the public expressions of people infuential in the country's political and intellectual life that thought and denounced the mixture of "races" as a problem leading to degeneracy) and its proximity to the international and generic fascisms of the same period. although this subject has been studied with growing detail in the last decade, it has not, until now, been directly related to the rise of anthropology in colombia as well as, paradoxically, with certain forms of indigenism.

KEY WORDS
Racism, Fascism, colombia 1920-1940, eugenics, history of colombian anthropology.


DECADÊNCIA E REDENÇÃO: RACISMO, FASCISMO E AS ORIGENS DA ANTROPOLOGIA COLOMBIANA

RESUMO

O presente artigo busca assinalar a importância nas décadas de 1920 a 1940 dos discursos racistas na colômbia (ou seja, as expressões públicas de personagens infuentes na vida intelectual e política do país, que pensavam e acusavam a mescla de "raças" como um problema que conduzia à degeneração) e sua proximidade ao ideal fascista internacional e genérico da mesma época. Embora esse tema venha sendo estudado detalhadamente na última década, pouco, por outro lado, se tem relacionado a ele diretamente, como se busca fazer aqui, com o surgimento da antropologia na colômbia e, paradoxalmente, com certas vertentes do indigenismo.

PALAVRAS-CHAVE
Racismo, Fascismo, Colombia 1920 – 1940, eugenesia, historia da antropología colombiana

FECHA DE RECEPCIÓN: AGOSTO DE 2010 | FECHA DE ACEPTACIÓN: NOVIEMBRE DE 2010


DELITO Y PASIÓN

En la noche del 3 de junio de 1935 se llevó a cabo en Cali la última audiencia de un sonado caso judicial. Dos años antes, el periodista Jorge Zawadsky había dado muerte en el café "El Globo" al médico Arturo Mejía Marulanda alegando estar enterado de que éste sostenía un affaire con su esposa. Nada particularmente novedoso, de seguro, salvo, tal vez, que en el caso en cuestión el delincuente pasional era un reconocido miembro de la alta sociedad caleña. Y que su abogado defensor era la figura descollante del liberalismo inconforme, Jorge Eliécer Gaitán, el fogoso orador que había enjuiciado al gobierno de Miguel Abadía Méndez en el Senado por su turbio proceder en la masacre de las bananeras de 1928, y quien poco tiempo después casi lo obliga a dimitir, al liderar con el "leopardo" Silvio Villegas una manifestación nacional contra la corrupción de las administraciones municipales; el mismo brillante legista que había traído a Colombia la escuela italiana del positivismo jurídico; el activista político de ambigua ideología que había fundado en el mismo año del homicidio en Cali la Unión Sindical Izquierdista Revolucionaria (Unir). Por eso los ojos del país estaban atentos frente al desenlace del caso Zawadsky, pues allí no sólo se jugaba el destino del reo, sino, sobre todo, buena parte de la carrera política del ambicioso abogado. De conformidad, Gaitán montó esa noche una pieza que aún hoy en día es reconocida como un clásico de la jurisprudencia; una obra en la cual conciliaba, desde luego, el interés por su cliente con la oportunidad de hacer de la defensa una proclama ideológica.

La estrategia de Gaitán reposaba sobre dos argumentos fundamentales: que a Zawadsky se le juzgaba con particular inquina por ser miembro de la aristocracia local, y que no había estado en su sano juicio cuando perpetró el crimen. Alegaba que el caso de su cliente (por cierto, de ascendencia judía) era el de muchos que, dada la presión ancestral de los temperamentos raciales, sucumbían a la violencia irracional y primigenia de su sangre cuando les poseía la ira. Con tal fin, Gaitán solicitó el peritaje del doctor Miguel Jiménez López, reputado psiquiatra, ultraconservador en sus lides parlamentarias y prominente teórico de la decadencia de la raza colombiana.

A pesar de que en 1935 el clima político ya se encontraba peligrosamente enrarecido por la creciente violencia partidista en el campo, evidentemente, en materias concernientes a la psiquis y la raza, es decir, en asuntos "científ-cos" del interés colectivo, elefante terrible del liberalismo podía coincidir sin reservas con un compañero de bancada de Laureano Gómez. Así, pues, en su defensa, esa noche de 1935, Jorge Eliécer Gaitán decía lo siguiente al referirse al caso de muchas ilustres familias que tenían en su haber un criminal:

    El doctor Jiménez López, como hombre de ciencia, con la imperturbable serenidad que ella imprime y dentro de un valor moral pocas veces acostumbrado, comprobó que en tales ramas familiares existía un porcentaje no escaso de sangre negra, de sangre africana. He ahí el grave pecado del eminente profesor contra el grave orgullo aristocrático de tan eminentes familias. Existe en este país un núcleo de personas que suelen ufanarse con pueril vanidad de su sangre aristocrática. Todo su orgullo, todos sus más caros afectos se fundan en tan mentirosa ilusión. Y ¡ay! de quien pretenda turbarlos en el goce de su ficticia heráldica. Grave pecado ese de ciertos sectores indo-americanos que, a falta de una pura aristocracia, que en nuestros medios ni existió ni ha existido, olvidan que la fuerza y la grandeza de nuestros pueblos no pueden residir en la defensa de noblezas de apellido que nunca lo fueron, sino en el culto de nuestro propio esfuerzo y de la raza indígena, que debía ser nuestro verdadero orgullo. Nos falta lo que a pueblos vigorosos como el mejicano les sobra, o sea el culto hacia los propios recursos raciales, que mucho más representa para el adelanto de un pueblo en formación el nervio robusto del indio que labora, que el degenerado noble que hace su fortuna y mantiene su holganza por virtud del esfuerzo del primero. (Gaitán, 1948: 60)

Al final, no resultaba claro a qué obedecían los impulsos asesinos de Jorge Zawadsky, si al imperio de un insólito ancestro africano, o a la decadencia de su aristocracia. Lo cierto, en todo caso, era que tales delitos tenían un componente racial. Ya lo había dicho Cesare Lombroso, socialista y padre de la antropología criminal finisecular, maestro del maestro de Gaitán en Roma, Enrico Ferri. Y si sólo muy recientemente, con Gaitán, el factor racial era considerado relevante a la hora de aportar pruebas penales, los argumentos sobre el tema ya gozaban en Colombia de al menos una veintena de años.

Desde mediados de la segunda década del siglo, Miguel Jiménez López había venido reflexionando sobre el tema, y los hechos acaecidos en Europa durante la Gran Guerra le habían conferido la razón, o eso entonces se creía. Desde antes, incluso, la decadencia de la sociedad contemporánea se asumía como un sino que amenazaba con dejar rigiendo sobre la faz del mundo a los pueblos más peligrosos, por primitivos y barbáricos, o, al menos, a la chusma proletaria, que venía a ser lo mismo. No era otro el tema de Los Buddenbrook de Tomas Mann, de 1901. A finales de la década, empero, y más cerca de las latitudes nacionales, la Revolución Mexicana había elevado como programa la identificación de la Nación con la figura del indio; del indio antiguo, del mexica, sobre todo. Y a eso también se refería Gaitán, quien era un seguidor atento de lo que se venía dando al sur del río Grande, de los programas de reforma agraria, del muralismo pictórico.

Tal vez esa parte de la defensa no había sido muy del agrado del doctor Jiménez López, preocupado como estaba por la influencia corruptora de elementos indios y negros en nuestra sangre mestiza1. Pero, en general, lo que ésta argüía estaba muy a tono con lo que él mismo predicaba (al fin y al cabo había sido el perito de la indagatoria) y no desmerecía del discurso de alguien a quien los copartidarios de Jiménez López, y en particular su líder doctrinario Laureano Gómez, venían achacándole el remoquete de "el Negro", por su epidermis oscura. Como lo anota Herbert Braun (1998: 119-120), a partir de 1932, y gracias a la labor incendiaria desde las tribunas de El Siglo, "poco a poco se fue abriendo paso en los cafés y salones de Bogotá la denominación de 'el Negro Gaitán'". Acaso con su defensa a Jorge Zawadsky, Gaitán estaba dando a entender que él también podía ser violento, muy violento2.

"LOS NUEVOS" ANTE LA HECATOMBE

La generación de Jorge Eliécer Gaitán era aquella que había nacido con el siglo XX. Es decir, aquella que, a la par de sus primeros pasos, había visto al país desangrarse en una guerra civil larga e inútil y que, como epílogo de la hecatombe, había asistido al cercenamiento de Panamá por parte de Estados Unidos. Tras la experiencia del quinquenio Reyes e inspirada por el centenario de la Independencia, esta generación se había venido a cobijar bajo el apelativo común de "Los Nuevos"; de hecho, éste era el nombre de un movimiento poético, el cual, sin embargo, contaba entre sus flas de revista y cafetín a los mismos personajes que empezaban a hacer sus pinitos en la política nacional. El talante ideológico de "Los Nuevos" se bifurcaba entre un nacionalismo acérrimo y decididamente antiestadounidense y la valoración de Europa, aun, como su faro intelectual. Dentro de estas posturas se fraguaron los temperamentos más diversos, mecidos, como era de esperarse, por las respectivas doctrinas partidistas. Luego de la Gran Guerra europea, "Los Nuevos" sucumbieron, ellos también, al pesimismo imperante de los tiempos.

Luis López de Mesa, uno de "Los Nuevos" más conspicuos y prominente por igual en los campos de la psiquiatría, la sociología y las letras nacionales, describió así, con su habitual prosa ingente de bizarría, el espíritu de su generación:

    Cierra el siglo la última guerra civil colombiana, culminación de heroísmo y de locura, producto, como casi todas las anteriores, de una deplorable situación económica y fiscal, del criterio no nada dúctil de los gobernantes y de un idealismo un poco romántico y suicida de nuestro pueblo, que si bien lo define noblemente en el desconcierto de las turbulencias democráticas de la América Latina del siglo pasado y lo ha preservado de innobles tiranías, estuvo a punto de llevarlo a la disolución de la nacionalidad en varias ocasiones. De esta guerra implacable y casi desoladora del suelo patrio surgió Colombia a la plena juventud: embrionaria había estado durante el largo periodo colonial, infantil en todo el espacio de tiempo que va de 1810 a 1910. Durante todo el siglo XIX, con excepciones geniales, produce una labor de cultura incipiente, despertar de la aurora espiritual de todos los pueblos que inician el vuelo de su pensamiento, creación de la 'popeya, de la leyenda y de la lírica nacionales. La generación de fide siglo ensaya sus fuerzas en más complejas preocupaciones, tiende a la crítica, a la sociología, y se inquieta con el pensamiento filosófico alemán. La guerra rompe y dispersa ese movimiento, y la generación del centenario, retrasada en sus estudios universitarios, angustiada de dolor por el desgarramiento de la patria, urgida por la magnitud de los problemas que recibe del pasado y por los no menos graves que la civilización enfrenta a su espíritu, reacciona con una maravillosa serenidad: notable fenómeno de los hijos huérfanos que sienten la responsabilidad de sus destinos y tienen que anticipar la madurez de su criterio para luchar con una vida adversa. [...] Sus políticos, educadores, periodistas, literatos, científicos y sociólogos estudian con fervor el movimiento de la cultura occidental sin apartar los ojos del suelo patrio, antes bien americanizando más y más las reacciones que esa cultura determina en su espíritu. A su contribución moral se añade el felicísimo impulso progresivo de la riqueza pública, con todo lo cual Colombia se presenta al mundo civilizado como un pueblo de noble orientación y venturoso porvenir. La guerra mundial revoluciona su espíritu y aún quebranta seriamente su economía con dos crisis, una de escasez y carestía, otra de excesiva oferta y depreciación de mercaderías de exportación. En el mundo que sucede a la guerra vacilan todos los valores espirituales tradicionales, que si la religión, el nacionalismo y el poder ejecutivo parecen reforzarse en todas partes por reacción ante la angustia de un peligro de disolución y muerte que arredra el ánimo de las naciones más fuertes del mundo civilizado, más entrañable e inquietadora es la sed de nuevos ideales con que aparece la juventud que surge en ese instante. [...] La juventud colombiana que despierta a la conciencia pública después de ese cataclismo universal trae el espíritu convulsionado por el acicate de aquella turbación de todos los valores. (López de Mesa, 1927: 8-10)

Para 1920, los estudiantes de esa juventud colombiana convulsionada (la misma que por edad era contemporánea de la "generación de las trincheras" europea; cf. Wohl, 1979) habían puesto muy alto en las prioridades de su época y estatus la resolución de la crisis mundial ante un dilema bifronte: la recesión de la cultura y la decadencia de la raza. La primera era el interés de Universidad, la revista dirigida por el joven Germán Arciniegas, que marcó la pauta para el alud de hebdomadarios intelectuales que la sucedieron en las dos décadas posteriores. La segunda fue la preocupación de Luis López de Mesa, quien presidió una serie de conferencias en el Teatro Municipal, encargadas a seis expertos nacionales, las cuales luego fueron recogidas en su propia revista Cultura y publicadas bajo el sugestivo y preocupante título de Los problemas de la raza en Colombia3. En el libro, las conferencias del evento eran antecedidas por dos textos adicionales. Uno era la presentación del propio López de Mesa, en la cual se leía lo siguiente:

    Acaso [...] todas esas conquistas de la igualdad, como la nivelación cultural por la que abogamos tan ahincadamente todos; como la nivelación de los individuos, llamada fraternidad; la nivelación de los mitos, llamada libertad de cultos; la nivelación de las banderías, llamada constitucionalidad de los partidos políticos; la nivelación de la actividad y de la adquisibilidad, llamada con este o ese otro apelativo socialista, ¿no precisan en pocas palabras una tendencia hacia el estancamiento definitivo y letal del alma humana, ya que nivelación perfecta en un mismo plano da por resultado indefectible la quietud? (VV. AA, 1920: vii)

Y luego, a guisa de apertura, se encontraba una conferencia de Miguel Jiménez López (el mismo que luego hiciera de asesor de Gaitán durante el caso Zawadsky), quien también había participado en el evento del Teatro Municipal pero que, en este caso, la había pronunciado en Cartagena, en el marco del Tercer Congreso Médico Nacional. Decía entonces el alienista:

    Sería un empeño infantil el desconocer cuán escaso es nuestro aporte intelectual a la gran labor humana. Sería también ir contra la evidencia de los hechos el negar que los latinoamericanos del trópico nos hemos mostrado ante el mundo como agrupaciones inestables y en un estado permanente de desintegración social. Pero, ¿es todo esto una simple modalidad étnica, inherente a la sangre de nuestro pueblo, o bien, traduce una disminución de las fuerzas vitales originarias? ¿Trátase, en suma, de una simple inferioridad fisiológica o de una degeneración? ¿Hemos sido siempre lo que hoy, o, en alguna época, hemos sido mejores? (VV. AA., 1920: 24)

Los interrogantes de López de Mesa y Jiménez López (el primero liberal impenitente, el segundo, como ya se ha dicho, conservador confesional) estaban, en todo caso, en sintonía con las inquietudes mundiales. Es significativo, por lo demás, que en el mismo año de la conferencia de Jiménez López en Cartagena hubiera aparecido en Alemania La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, inaugurando una aproximación a la Historia a la que luego habrían de sumarse La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset (de 1929) y el Estudio de la Historia de Arnold Toynbee (de 1933), a la par de los años en que era álgido el debate sobre la raza en Colombia. La Gran Guerra había concluido en 1918 dejando un saldo neto de ocho millones de bajas, cifra a la cual –por consecuencias indirectas como la revolución y la guerra civil rusas, o la casi imparable epidemia de influenza– habría que sumarle cinco millones más. De manera asaz comprensible, el dilema europeo de la posguerra era el de la decadencia de la civilización, el de su pérdida de vigor espiritual y salud física, hecho que en retrospectiva buscaba darle algo de lógica a la sinrazón de cuatro años de carnicería irrefrenable. En este clima de pesimismo cultural, y, por lo demás, caldo de cultivo para los fascismos que dominaron la década, en 1921, durante el Segundo Congreso Internacional Eugenésico, el paleontólogo estadounidense Henry Fairfeld Osborn (1921: 311), curador del Museo Americano de Historia Natural, dijo a los asistentes que:

    Dudo de que haya existido un momento en la historia del mundo más importante que el presente, cuando tiene lugar una conferencia internacional sobre el carácter y el mejoramiento de la raza. Europa, en su sacrificio patriótico de ambos bandos durante la guerra mundial, ha perdido buena parte de la herencia de siglos de civilización que jamás podrá ser recobrada. En ciertas áreas de Europa han aumentado los peores elementos de la sociedad y amenazan con la destrucción de los mejores4.

Pero ése no era el único problema. Con la Gran Guerra el mundo se había despertado abruptamente del sueño de la Belle Époque. Los imperios otrora impertérritos se habían venido a pique ante los ojos atónitos de sus antiguas colonias. Las mujeres, impulsadas por el esfuerzo bélico, se habían lanzado al mercado laboral y, con ello, convertido en consumidoras. Para más preocupación, comenzaban a emanciparse sexualmente. La Rusia bolchevique de los primeros tiempos había dado uno de sus primeros pasos revolucionarios legalizando el aborto. La familia, en consecuencia, se hallaba en crisis y, de hecho, la utopía soviética buscaba abolirla. La experiencia de las trincheras había sido tan fértil en avizorar una sociedad sin clases en pos de un propósito nacional de sangre y lucha (aquello que en 1917 Benito Mussolini llamó la "trincherocracia") como en estimular el homoerotismo. Los veteranos, muchas veces lisiados sin remedio, de vuelta a un entorno irreconocible que los repelía como una mala consciencia, experimentaban la anulación completa de su deseo sexual. Más aún, para paliar el dolor físico o moral recurrían en masa a las drogas estimulantes5. Las artes y las letras hacían eco de ese declive social y lo ensalzaban a medio camino entre la apología y la admonición. En Colombia, a José María Vargas Vila lo vinieron a desterrar Ramiro de Maeztu, Gabriele D'Annunzio y Henri Barbusse. Los poetas de avanzada, como Eduardo Castillo, gustaban de ser asociados con los paraísos artificiales. Otros de vena más terrígena, como José Eustasio Rivera, trasladaron (muy probablemente de manera inconsciente) la noción de no-man's land de los campos de Flandes a las selvas y los llanos nacionales. Nuestros pintores se acercaban tímidos al cubismo y el expresionismo, o, desafiantes, buscaban refugio en la seguridad del paisaje. Algunos fijaron su atención en el muralismo mexicano y lo mezclaron con temas nativos. Las ideas pesimistas y el optimismo afincado en la tecnología y la aristocracia de la sangre, combinadas en movimientos como el Futurismo italiano, llegaban a nuestras metrópolis de la mano de ex combatientes exiliados y de estudiantes que, como Jorge Eliécer Gaitán, habían sido testigos de primera mano del ocaso del Ancien Régime y el emplazamiento de los totalitarismos. Así las cosas, tenían por qué preocuparse "Los Nuevos" colombianos, y tenía por qué preocuparse el doctor Miguel Jiménez López, quien, en su conferencia de 1918, continuó diciendo:

[P]uesto que estoy tratando de la degeneración moral que nos invade, cabe aquí enumerar todos aquellos síntomas sociales que tocan en los lindes de lo patológico. [...] [T]odas las formas de decadencia social propia de los grandes centros: el sectario, el fanático, el agitador profesional, las formas elegantes de la estafa: como el caballero de industria, el parásito; el político amoral; la prostitución secreta y reinada, la criminalidad precoz, la prostitución infantil, las toxicomanías, las perversiones sexuales. (VV. AA., 1920: 30)

Dieciséis años después, casi en lo que iba de la creación de la República de Weimar a la llegada al poder del nacionalsocialismo en Alemania, Jiménez López continuaba con el mismo tema ante nuestro Senado, interpelando ahora a Luis López de Mesa, quien fungía como ministro de Educación de la administración López Pumarejo:

    Y, por lo demás, y en todos los sectores de nuestra sociedad, ¿qué nos revela un examen, así sea superficial, de la evolución actual de las costumbres? [...] El placer y la disipación como único objetivo de la vida; la embriaguez como hábito generalizado; la relajación de los más sagrados vínculos de la familia, la disolución de los hogares, la insumisión de los hijos; el mal entendido feminismo; el escándalo en sus diversas formas [...], tal es el lamentable cuadro que en los gremios privilegiados por la posición y la fortuna ha reemplazado a aquel tipo tradicional y aristocrático del hogar colombiano, del que no quedan sino raros ejemplos como oasis sagrados en este desierto de la virtud y el honor.
    Un joven y reflexivo escritor de nuestro país decía no ha mucho que para la juventud femenina de nuestros días son cuatro los elementos esenciales de la vida: el whisky, el bridge, el firt y el cigarrillo (es preciso mencionarlos así con esos nombres cargados de exotismo). ¿Y quién podrá negar que esto es la verdad? Y ante esta modalidad de nuestras mujeres de alta y de media sociedad, yo os pregunto, respetables Senadores, si es esa la mujer que vosotros desearíais para hacerla la reina de vuestros hogares y la madre de vuestros hijos!
    En presencia de este estado de cosas, no es de extrañar que el nivel de las costumbres populares y el índice de la moralidad colectiva marquen hoy entre nosotros un descenso casi vertical. La violencia, el fraude y el despojo que imperan en las luchas de la política; el pavoroso incremento de la criminalidad en sus formas sangrientas y en sus formas fraudulentas; el éxodo rural hacia los grandes centros de población; el abandono de la vida dura ciertamente, pero sencilla y noble de los campos por la vida de las ciudades, prometedora de halago y de licencia; el fermento demagógico y destructor que bulle en muchos núcleos industriales y agrícolas; la aparición de nuevas y refinadas formas de delincuencia, y sobre todo esa inmensa, esa fría insensibilidad social ante los hechos de sangre y de impudor que se suceden a diario [...], son otros tantos fenómenos reveladores de un estado avanzado de desorganización moral en nuestro país. [...] Agréguense a esto la infiltración migratoria cada día mayor de elementos étnicos indeseables, proscritos y menospreciados en la mayor parte de los países cultos; el abuso creciente en nuestra población de las drogas heroicas y estupefacientes y la alarmante pululación de las desviaciones sexuales que se organizan en forma de centros y de clubes de invertidos y de homosexuales, y se tendrá una idea ya más completa del rumbo que tomarían en nuestro medio las costumbres si una reacción vigorosa no se hace sentir entre nosotros.
    [...] Es tiempo, señor Ministro de Educación, de acudir con mano firme y levantado corazón a todas aquellas reservas de espíritu que nuestro pueblo guarda, para estructurar con ellas el edifico de la cultura nacional. Todos los elementos de la nacionalidad: la religión de Jesucristo, que es la religión de los colombianos; la tradición; la raza; el suelo patrio; la familia; la autoridad y el orden; todos esos componentes del alma nacional que vos habéis estudiado con tan prolijo afán, están en vuestras manos para emprender la obra de defensa contra los graves males de nuestra sociedad que he intentado poner ante vuestros ojos. Cuán hermosa y oportuna labor sería la de contener en nuestras fronteras, por medio de una educación bien entendida de las nuevas generaciones, esta ola de disolución moral que se ha extendido por el mundo!
    Señores Senadores: Cuando he dicho que es preciso imprimir a nuestra vida un recio viraje a la derecha, no queráis, os lo ruego, hallar un sentido mezquinamente político en mis palabras. ¡Ellas se han inspirado en ideales humanos, universales y eternos, que, estoy seguro, alientan también en vuestras almas! (Jiménez López, 1948: 30-34, 38)

El título de esta intervención era La actual desviación de la cultura humana; "desviación" que, por cierto, se habría de corregir dando un "recio viraje a la derecha". La palabra "cultura" había entrado a la escena, además. Pero el tenor de la exposición daba a entender a todas luces que el concepto se sustentaba en aquel más añejo de "raza", así definido por Laureano Gómez, compañero de bancada de Jiménez López, durante su propio ciclo de conferencias en el Teatro Municipal, en 1928, publicadas bajo el título de Interrogantes sobre el progreso en Colombia6:

    Nadie puede explicarse el alma de las razas, pues todo es misterioso e incierto en la psicología de las colectividades. A pesar de ser esto así, puede percibirse que en cada pueblo hay un rasgo característico, que aunque enigmático, es persistente, arranca del pasado y subsistirá en el futuro a través de las peregrinaciones de la sangre y del espíritu. (Gómez, 1928: 42)

Cinco páginas después, el futuro presidente –y ya entonces incendiario elemento de la ultraderecha conservadora– precisaba que:

    Nuestra raza proviene de la mezcla de españoles, de indios y de negros. Los dos últimos caudales de herencia son estigmas de completa inferioridad. Es en lo
    que hayamos podido heredar del espíritu español donde debemos buscar las líneas directrices del carácter colombiano contemporáneo.7

Pero, aun así, ni Gómez ni Jiménez López se hallaban a gusto con el acervo hispánico. Mal que bien, durante las conferencias de 1920, Lucas Caballero, sociólogo y representante de un punto de vista notoriamente atemperado, ya había anotado que "Los mismos españoles que conquistaron nuestro territorio han sido una amalgama de iberos, celtas, romanos, vascos, godos, alanos, suevos, vándalos, moros, árabes y judíos" (VV. AA., 1920: 205).

Y es que, en el marco general de las cosas, importaba de dónde se venía y con quién se mezclaba. La ascendencia judía, para comenzar, era altamente problemática. Apenas proferidas las Leyes de Núremberg en Alemania, Laureano Gómez escribió desde la Revista Colombiana que:

    En Suramérica tenemos muy poca idea de lo que significa en el mundo el fenómeno judío, especialmente en Europa y de modo particular en Alemania. Sin territorio propio, sin organización política, diseminados por todas las comarcas y mezclados con todos los pueblos sin confundirse, se encuentran los judíos a la cabeza de la banca y de las instituciones que manejan el dinero del mundo, de la prensa, de las industrias suntuarias y recreativas; se les ve descollar en las artes y las profesiones liberales, en las ciencias y las letras. Grandes nombres, a la cabeza de los cuales se halla Einstein, y que cubren los más variados campos de la inteligencia, en filosofía, literatura, derecho, ciencias naturales, pintura y música, pregonan el admirable esfuerzo israelita y dan especial agudeza, justamente por tales condiciones insignes, al problema que la presencia de los judíos ocasiona en todas las naciones en donde habitan, por su egoísmo y exclusivismo, su codicia implacable y cruel y el desenfado de sus procedimientos y sus métodos de organización del trabajo. (Gómez, 1989a: 15)8

Luis López de Mesa demostró una aprensión similar frente a los judíos cuando era Canciller de la administración Santos, hecho que incluso lo hizo ver como altamente sospechoso, como pronazi, incluso, frente a Estados Unidos (Donadío y Galvis, 1986: 235-255). Empero, valga recordar que entonces, en Colombia y en el mundo, no había que simpatizar con Hitler, Goebbels y Rosenberg para ser antisemita. Por la misma época, Stalin revivía los pogromos en la Unión Soviética, y el propio gobierno de Roosevelt demostró ser bastante huraño a la hora de entregar visados a los exiliados judíos de Europa. Desde esta perspectiva, la postura de nuestros teóricos de la raza obedecía a una idea clara de cómo habría de poblarse a futuro el país. López de Mesa, en particular, era un abierto abogado del determinismo geográfico, corriente que, de nuevo, todo tenía menos de exótica o de heterodoxa aquí y en el resto de Occidente. En su De cómo se ha formado la nación colombiana (1934) –obra mayúscula en el pensamiento social colombiano del primer tercio del siglo XX y la cual hasta la fecha no ha sido emulada en la vastedad de sus objetivos–, el sustrato argumental del libro era justamente la interacción fundamental entre las sociedades y la tierra donde ocurrían; interacción que no era un impedimento para que, en circunstancias propicias, las sociedades mejoraran sus condiciones de vida. Allí se leía, por ejemplo, que:

    Por lo que la sociedad y la historia me están diciendo constantemente, entiendo que el producto español y aborigen colombiano, chibcha sobre todo, tiende a una cultura en profundidad: la introspección, la reserva, la larga rumia de sus propósitos, la cortesía, la parquedad del gesto, la vocación por las profesiones de mayor sutileza, jurisprudencia, política, sacerdocio, artes manuales, su devoción a la tierra y a los partidos políticos más inclinados a la tradición, un no sé qué de restricción mental y de escepticismo que siempre vigila, y mucho estorba a veces, su pensamiento, son caracteres de una raza que mira principalmente hacia dentro, de una raza que tiende a una cultura en profundidad.
    No así el mulato, tan efusivo, tan dadivoso de su pensamiento, de su dinero, de sus pasiones; arrebatado por la danza, por la risa, por la sensualidad; marinero y tribuno; dilatado todo él en superficie como un mapa sentimental.
    Es verdad que el clima frío de la altiplanicie predispone al recogimiento; verdad es que el ardor del trópico comunica a la sangre precoces apetitos y saca al hombre de su techo y de su yo; que el agro andino exige perseverante amor para rendir sus dones, y que el río y el mar invitan a peregrinar efusivamente. Paréceme, sin embargo, que estas influencias no crean la índole de aquellos grupos raciales, sino que a ellas se añaden para exaltarlas más aún. (López de Mesa, 1934: 8)

La carga de fondo venía ochenta y un páginas después: "sólo el cruzamiento con las razas superiores saca al indígena de su postración cultural y fisiológica" (89). De nuevo, el tema ostentaba un largo linaje. Ya en las conferencias de 1920, el doctor Jiménez López y el propio López de Mesa venían trabajando en esa dirección 9. La solución para los denunciantes de la degeneración racial en Colombia radicaba, consecuentemente, en elevar a política de Estado el fomento de la inmigración europea, particularmente a punta de exponentes que no pertenecieran a los "elementos amenazadores" que los eugenista transatlánticos identificaban en sus respectivos congresos. Jiménez López planteaba, en correspondencia, que:

    Considerada etnológicamente, la inmigración a nuestros países debe sujetarse, desde luego, a las tres condiciones que ha resumido [Gustave] Le Bon para la probabilidad de un buen cruzamiento: 1°, que las razas sometidas al cruce no sean muy desiguales numéricamente; 2°, que no difieran demasiado en sus caracteres, y 3°, que estén sometidos por largo tiempo a idénticas condiciones ambientes. Se debe, a mi modo de ver, agregar, en nuestro caso, una cuarta condición: que una de las razas presente caracteres orgánicos y psicológicos capaces de compensar las defciencias de aquella que se quiere mejorar. (VV. AA, 1920: 38)

A lo cual sumaba López de Mesa que

    [C]on relación al problema de los inmigrantes, [...] es preciso no tomarlo como una adición meramente, sino acordarlo con las necesidades regionales y con el propósito de reforzar nuestra soberanía nacional. [...] Mas la manera de colocar estos núcleos de sangre nueva varía en cada parte, y varían también las razas que conviene seleccionar para el cruzamiento. Antioquia resiste la mezcla de sangre sajona, y ésta puede serle dada por medio de artesanos que en cada población se asocien con los nativos del ofcio a fn de que no sean rechazados en pugna abierta. En el Huila conviene iniciar la inmigración en forma de mayordomos de hacienda con derecho a pequeños cultivos. En Boyacá debe de entrar sangre alemana vigorosa, que no ambicione regresar a su patria después de hecha la fortuna. Y debe venir acompañada de sus mujeres, porque el cruzamiento se efectúe en segunda generación, la manera más efcaz de evitar choques de incomprensión y de costumbres, en la vida del hogar sobre todo. (133-134)

Siete años después, en El factor étnico, un impresionante memorial cuyo barroco subtítulo rezaba "Exposición presentada al Comité de expertos que estudia las causas y remedios de la carestía de la vida en Colombia, y publicada aparte para su distribución reservada al clero y a las autoridades nacionales competentes, a quienes pueda ser útil en sus generosas campañas por el mejoramiento de nuestra población, sin ofender al patriotismo con una divulgación inconsulta", de nuevo López de Mesa persistía, más aún, se explayaba sobre el tema de la inmigración, a la vez que demostraba cómo el diálogo con su epígono y antagonista político, Jiménez López, seguía echando frutos:

    La mezcla del indígena de la Cordillera oriental con ese elemento africano y aun con los mulatos que de él deriven, sería un error fatal para el espíritu y la riqueza del país: se sumarían, en lugar de eliminarse, los vicios y defectos de las dos razas, y tendríamos un zambo astuto e indolente, ambiciosos y sensual, hipócrita y vanidoso a la vez, amén de ignorante y enfermizo. Esta mezcla de sangres empobrecidas y de culturas inferiores determina productos inadaptables, perturbados, nerviosos, débiles mentales, viciados de locura, de epilepsia, de delito, que llenan los asilos y las cárceles cuando se ponen en contacto con la civilización.
    Es, pues, preciso desde ahora determinar corrientes de inmigración sana que pueblen poco a poco esas regiones y en ellas prospere con el mayor coeficiente de crecimiento que la higiene pueda permitirles adquirir. Así, elevando en ambos sectores de la república la vitalidad y la cultura de sus actuales pobladores, por lo que hace al aborigen y al africano, sobre todo, despejaremos un poco el porvenir de este grave, y muy grave, problema. (López de Mesa, 1927: 13)

Ya para 1934, en De cómo se ha formado la nación colombiana, el polifacético intelectual acertaba en decir, en su página 97, que "la inmigración es hoy en día un negocio de mucha técnica". Y de vital importancia para la salud del país, pudiera agregarse. Tanto que los matices ideológicos entre los partidos se desdibujaban frente a miedos comunes como la "amenaza amarilla" y, de paso, demostraban los múltiples usos que podía tener la muy contemporánea teoría sobre el poblamiento de América adelantada por Hrdlička. Otro médico ilustre, el pereirano Arturo Campo Posada, nacido en 1909, narró cómo

    Hacia la década del treinta, el Japón propuso a Colombia una migración grande de su gente hacia nuestro país. El gobierno designó a los profesores Jiménez López y López de Mesa para emitir el concepto. El estudio que presentaron fue un profundo análisis de los orígenes del hombre americano que los llevó a la conclusión de su origen asiático y apoyados en este concepto informaron que una inmigración amarilla representaría un retroceso en la evolución genética de nuestro mestizaje, como estaba sucediendo en casos similares en el Brasil.

El Senado negó a Japón su petición basado en este estudio socio-antropológico, uno de los más serios de nuestra literatura médica, que involucraba estatura, rasgos faciales, malicia y laboriosidad similares a las del pueblo muisca. (Campo Posada, 1982: 73-74)10

Y, de nuevo, la zanja ideológica con el conservatismo, entonces tan cerrada en el Congreso, a causa del conflicto con el Perú, como acrecentada en la periferia campesina, parecía inexistente al resonar ecos de la discusión iniciada en los años veinte, en el célebre manifiesto de Aquilino Villegas, publicado en el mismo 1934, titulado Por qué soy conservador. Veterano de la guerra de los Mil Días, intelectual de avanzada, más liberal que muchos liberales en sus profesiones estéticas, Villegas dejó un testimonio tan claro y sintomático de su época en el capítulo sobre "La hibridación", que bien vale citarlo casi completo11:

    Tiene también nuestro país otro peligro, que es necesario estudiar someramente, enunciarlo por lo menos, porque él, posiblemente, dará origen a postulados nacionalistas: la inmigración de razas indeseables, o una inmigración en cantidades tales, que desborde nuestra capacidad de absorción. El primer peligro es de una gravedad extrema. Nuestro país, si se compara con otros de América, como el Ecuador o el Perú, ha logrado incorporar la mayor parte de la raza indígena, y sumergirla en un copioso mar de sangre peninsular. En muchas provincias, la sangre indígena desapareció. Son muy pocos los núcleos de raza nativa pura, y en casi todos ellos la conquista española ha sido absoluta. En Boyacá y Cundinamarca al campesino se le llama indio, aunque tenga los ojos azules, y lentamente se va formando la raza americana con una fuerte influencia española. El indio perdió su religión y su lengua. En contados sitios, como en Nariño o en Tierradentro, vive el indígena en condiciones retrasadas, pero todos los días va perdiendo terreno. La vitalidad de la raza blanca lo supera y sumerge. El caso de la raza negra es todavía más singular. Regiones como el Valle del Cauca, en donde en la mitad del siglo pasado la mayoría abrumadora era negra, van cambiando su fisonomía. La mortalidad del negro poco preparado para las enfermedades de la civilización y por sus condiciones higiénicas de vida, lo hacen impropio para la lucha de la existencia. Y como en nuestro país no existe la preocupación de los Estados Unidos contra la mezcla de sangres, el crucero incesante va haciendo desaparecer el problema más álgido todos los días que confronta aquel país, con una quincena de millones de negros puros. Está viviendo pues, nuestra nacionalidad, un periodo de transición, en que está dirigiendo y absorbiendo sus propios elementos de sangres inferiores, o mejor, de sangres más primitivas, porque la inferioridad es relativa. El indio boyacense o cundinamarqués ha demostrado en el Quindío, libertado de la chicha y otros vicios originales, y en contacto con una raza ambiciosa como la antioqueña, que sus capacidades para la lucha y la competencia son magníficas; y la negra en los Estados Unidos ha demostrado que, por algunos aspectos, musicalmente, por ejemplo, es superior a la raza anglosajona, la más rubia y la más orgullosa. La música negroide ha conquistado el oído americano.
    Todas estas consideraciones indican que nosotros debemos cerrar implacablemente las puertas con infinito rigor, a toda inmigración de color, que pueda contribuir a debilitar nuestra laboriosa tarea de absorción de nuestra sangre nacional indígena y negra, hasta producir el hispanoamericano integral. Es preciso prohibir la entrada del negro, del indio, del indú [sic], del malayo, del chino, japonés y mongólico, en una palabra, del hombre de color. Y es preciso también resistirnos a la inmigración de toda raza que pueda crearnos en el porvenir problemas singulares que hasta este momento no confrontamos. Por ejemplo la judía, que viene invadiéndonos bajo las especies de ciudadanos alemanes, polacos, rumanos, checoeslovacos, en una palabra, centro-europeos, hebreos inmigrantes en cantidades increíbles y ya peligrosas. Y mucho más en estos momentos en que la persecución en Alemania, por ejemplo, y la ruina de aquellos países los lanzará por centenares de miles a buscar mejores condiciones de vida. [...] El judío no cultiva la tierra, ni la ambiciona, ni la busca. Es una modalidad adquirida por las condiciones en que le ha tocado vivir a través de los siglos. Es una raza urbana, dedicada a las industrias urbanas, como la usura sobre el campesino. [...] El campo que ha de ocupar el israelita, que lo ocupe otra raza blanca, indoeuropea de sangre cuanto más afín con la nuestra mejor, que venga a mezclarse y a formar un cuerpo con la vieja cepa indoespañola, y hasta la siria libanesa. En materia de inmigración, tal debe ser nuestro anhelo. Y todavía más: la inmigración debe ser contada y medida, en las cantidades suficientes para que sean fácilmente absorbidas por nuestras poblaciones, y en calidades afines que vengan a reforzar nuestro perfil racial, a magnificar nuestra índole nacional, singular y propia, auténtica y vernácula. Es una amenaza toda inmigración que por su calidad o por su cuantía, pueda llegar a deformar nuestra índole propia. Ella fundó en Hispanoamérica la más bella república democrática, en donde la vida y la libertad alcanzaron un coeficiente, que nada tenía que envidiar a las más fastuosas civilizaciones. (Villegas, 1934: 280-285)

Aquí Villegas resumía todos los temas y develaba que, en últimas, a lo que apuntaba tan ambicioso proyecto era a la redención de la raza colombiana. Un lustro más tarde, ad portas del estallido de la Segunda Guerra y la alineación de Colombia con la política exterior estadounidense, López de Mesa (1939: 325), ocupando ahora el asiento de ministro de Educación, en su Disertación sociológica, se refería a la cultura "aria".

REHABILITAR AL INDIO

Como puede observarse fácilmente, el discurso racial y eugenésico de la intelectualidad colombiana trazó un periplo especular al de las corrientes ideológicas europeas influidas por el pesimismo cultural y, al igual que éstas, experimentó un viraje significativo (al menos en la denominación de las categorías conceptuales) con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y la creciente influencia de la academia norteamericana. Fruto de ello fue, entre otras cosas, la formalización del canon de estudios antropológicos de inspiración boasiana, luego de la fugaz (pero fértil) estadía de Paul Rivet en nuestro país. Antes, sin embargo, en lo que fue desde los inicios de los veinte hasta las postrimerías de los treinta (cuando en 1936 Eduardo Santos sancionó la creación de la Escuela Normal Superior), lo que encontramos es una intelectualidad profundamente permeada por el discurso fascista.

Ahora bien, valga anotar que hasta la fecha la teoría internacional sobre el fascismo (aquella que, de hecho, ha convertido el "fascismo genérico" en una rama específica de estudio) ha persistido en afirmar que éste fue eminentemente un hecho europeo, el cual, cuando mucho, tuvo repercusiones significativas en Argentina o Brasil (Payne, 1995: 430; Mann, 2004: 24)12. La situación tampoco parece haber sido controvertida con mucha convicción por nuestra academia13. Y, aun así, basta no más con leer los textos del debate racial para encontrar todos los elementos característicos del fascismo, tal y como lo define sucintamente Roger Grifn (1996: 26) en The Nature of Fascism:

    Fascismo es un género de ideología política cuyo núcleo mítico [mythic core] en sus varias permutaciones es una forma palingenésica de populismo ultra-nacionalista. (Traducción nuestra)14

Por razones un tanto obvias, los personajes que se preocuparon en Colombia por el problema de la decadencia de la raza nunca se reconocieron como fascistas, y, lo que es cierto, el fascismo en cuanto movimiento de masas nunca fue significativo en nuestro país, no al menos de cara a los patrones de comportamiento expresados (y ritualizados) en Italia o Alemania. Igual, bien pudiera argumentarse que, todo lo contrario, la Colombia de los años veinte y treinta (si no es que a lo largo de toda su historia republicana, incluso hasta nuestros días) fue pródiga en la producción de discursos proto- o seudofascistas casi puramente silvestres. Y no era (ni es) para menos. Dice Grifn (1995: 3) en otra parte que:

    El núcleo mítico que forma la base del [...] fascismo genérico es la visión de la (así percibida) crisis de la nación como anunciadora de la llegada de un nuevo orden. Cristaliza en la imagen de la comunidad nacional, una vez purgada y rejuvenecida, que resucita como el fénix de las cenizas de un sistema estatal en bancarrota moral y de la decadente cultura a éste asociada. [...] En la médula de esta mentalidad estaba la idée fxe de dedicar y, de ser necesario, sacrificar la existencia individual a la lucha contra las fuerzas de la degeneración que habían aparentemente degradado a la nación, y de reimpulsarla hacia la grandeza y la gloria. El fascista (por lo general era el, en masculino) sentía que había sido predestinado para nacer en la divisoria entre el declive nacional y la regeneración nacional, sentimiento éste que alquímicamente convertía todo el pesimismo y la desesperanza cultural en un sentido maniático de propósito y optimismo. (Traducción nuestra)15

En la experiencia de los llamados "fascismos periféricos" –como fue el caso de la Francia o la Bélgica de la preguerra, cuyos sonados ideólogos (Sorel, Déat, Degrelle o De Man) poco han sido estudiados como influencia en el pensamiento de Laureano Gómez o de Jorge Eliécer Gaitán– hay varios elementos que nos ayudan a configurar un contexto específico para el caso colombiano. Zeev Sternhell, autoridad fundamental sobre el fascismo francés, hace las siguientes anotaciones, en su muy polémico Ni droite ni gauche (2000):

    La atracción del fascismo proviene precisamente de la posibilidad de distinguir entre un fascismo negativo en términos morales y un fascismo positivo en términos históricos (21).
    Los movimientos fascistas –todos los movimientos fascistas– participan de una misma genealogía: una revuelta contra la democracia liberal y la sociedad burguesa, un rechazo absoluto de aceptar las conclusiones inherentes a la visión de mundo, a la explicación de los fenómenos sociales y de las relaciones humanas de todos los sistemas de pensamientos considerados como "materialistas". El empuje del fascismo aparece como un producto de la crisis del marxismo y de la crisis del liberalismo, como consecuencia de las enormes dificultades que toparon tanto el marxismo como la democracia liberal para acomodarse a las realidades del siglo XX (138).
    Los fascistas declarados nunca son más que una minoría entre todos aquellos que responden al llamado de la juventud, del ardor, de la dignidad y la unidad, a su rechazo del determinismo y el materialismo, a esa afirmación de la primacía de lo espiritual. Mucho más numerosos que los fascistas confirmados serán los partidarios de una revolución de nuevo tipo, antimarxista y no proletaria, de una revolución del espíritu. El eco que generan los intelectuales fascistas es entonces menos entendido de lo que se cree (475). [...] La nueva izquierda y la nueva derecha, en simbiosis, forjan esta ideología contestataria, seductora, brillante, que el investigador puede definir como ideología fascista incluso si sus adeptos nunca portaron la camisa parda (504). (Traducción nuestra)

La obra de Sternhell ha sido considerada escandalosa en varios sectores del establecimiento académico francés, en particular porque se ha atrevido a identificar un linaje entre la ideología fascista de los treinta y cuarenta y figuras tan reverenciadas como André Siegfried –padre de la moderna ciencia política francesa– o Bertrand de Jouvenel. Pero es sobre todo allí donde nos resulta útil transportar la situación a Colombia, justamente porque vale la pena examinar hasta dónde nuestros propios intelectuales, incluso por fuera del debate racial, pero periférico a éste, produjeron (o simpatizaron con) discursos fascistas, en una época en la cual no sólo esta ideología era considerada la verdadera "tercera vía" (apelativo que, por lo demás, nos recuerda cuán amnésicos son los tiempos en que vivimos), sino que en absoluto constituía una expresión peyorativa. Recordemos, además, que se trató de figuras que, a pesar de su confesión partidista, y casi a despecho de ésta, produjeron un corpus ideológico esencialmente coherente; al menos tan coherente como puede serlo cualquier corpus ideológico individual o colectivo. Para no ir más lejos, ¿no hablaba, al fn y al cabo, Laureano Gómez de la "restauración cultural" en una clave paradójicamente análoga a aquella de Jorge Eliécer Gaitán cuando clamaba por la "restauración moral"?16 El examen puede hacerse al vuelo sobre dos debates álgidos y, en parte, adelantados por los mismo personajes, anfibios como eran entre las ciencias, la política y las artes. Ambos giraban en torno al problema de una estética o un arte nacional, y, como es previsible, los planteamientos seminales de la discusión fueron formulados en la clave de la decadencia de la raza, y, por ello, los encontramos en las conferencias de 1920. Cuando, por ejemplo, López de Mesa (VV. AA., 1920: 110) hablaba de la identidad urbana de Bogotá, lo hacía en los siguientes términos:

    En esa materia el refinamiento y el adelanto son indiscutibles, y buenas, si no excelentes, las condiciones de la raza. En el aspecto no más de las ciudades se percibe esto: fue Bogotá enantes una sucia ciudad de color amarillento, por la pintura exterior de sus casas; de papeles oscuros, cargados de tonos broncíneos y caobas melancólicos, vista por adentro, en las salas y las alcobas. Hoy el amarillo tornose más rosado y suave, y aparece un discreto gris azulado, como su cielo, al exterior, aireado y luminoso en los domicilios, indicando así menos indígena y bravía percepción de los colores, más higiene y delicadeza sentimental.

Cualquier decorador de interiores de nuestros días envidiaría la capacidad de López de Mesa para describir los ambientes. En contraste, vale citar el punto de vista de un Laureano Gómez hosco y escéptico, tal y como lo expuso en sus conferencias de 1928:

    Como sitio para vivir [Bogotá] es abominable por su pésima administración. Sin pavimentos, sin agua, con un servicio de alumbrado que habiendo servido de motivo a una gigantesca especulación, ruinosa para el municipio, hoy da a los habitantes más disgustos que luz. Con un desaseo nauseabundo, asfixiante, que enferma el cuerpo y deprime el espíritu. Sin un paseo, sin centros de esparcimiento, ni de divulgación de la cultura científica artística o histórica; con su aspecto gris y polvoso, cejijunta y entumecida; cuando por su topografía y su clima pudiera ser una joya, es una miseria; explotada, extenuada, martirizada por un régimen como el de esas madrastras crueles que a la vez aprovechan y castigan a su pupila; pues en una ciudad así la vida es considerablemente más cara que en París, la primera metrópoli de cultura científica y artística y el primer centro de negocios y de placer de la raza latina. (Gómez, 1928: 156)

Cada uno podía tener o no razón, dependiendo de qué era lo que le interesaba ver y demostrar. El hecho es que el denominador común era la raza: la raza como estética, la raza como higiene, la raza como urbanidad. Cuando llegó el momento, tanto Laureano Gómez como Jorge Eliécer Gaitán pusieron en práctica sus ideas eugenésicas, el primero como ministro de Obras Públicas del gobierno de Pedro Nel Ospina, el segundo como alcalde de Bogotá, en 1936. Gaitán adelantó, por ejemplo, enérgicas campañas contra el uso de la ruana y el consumo de la chicha entre la población obrera bogotana, por considerarlos antitéticos de la higiene y el progreso representados en la gabardina y la cerveza. Más aún, aparte de la arquitectura y el urbanismo, estaban las artes en general. De nuevo, en el significativo año de 1934, en su exposición ante el Senado de la República, el representante Miguel Jiménez López increpaba, pero a la vez exultaba al ministro de Educación López de Mesa en estos términos:

    Y las artes [...] ¡cuántas tendencias anormales, cuántas aberraciones malsanas hemos visto surgir de la literatura y en las artes de la forma y del color y de la línea, en la música y en el baile, en la arquitectura, en la decoración! Todos esos movimientos que se han llamado el cubismo, el futurismo o el impresionismo y tantas otras tituladas "escuelas" de los últimos tiempos, no han hecho o no han pretendido sino desvincular al arte de dos eternas fuentes de inspiración y de enseñanza que fueron exaltadas por el Renacimiento: la antigüedad clásica y la comunión con la naturaleza. ¿Y qué decir de la música y de la danza? Allí donde antes se escuchaba el ritmo señorial del vals y del minueto, impera hoy la selva africana con sus ritos bárbaros, con sus espasmos primordiales, único excitante para nuestras generaciones agotadas. (Jiménez López, 1948: 20)

Tres años después, Laureano Gómez (1984) asumía una postura similar para irse lanza en ristre contra Pedro Nel Gómez y el proyecto educativo de la administración López Pumarejo (o sea, otra vez contra López de Mesa), y lo hacía desde la Revista Colombiana con el significativo título de "El expresionismo como síntoma de pereza e inhabilidad en el arte".

    [L]a indecente farsa del expresionismo ha contagiado la América y empieza a dar tristes manifestaciones en Colombia. Con el pretexto falso e insincero de buscar mayor intensidad a la expresión, se quiere disimular la ignorancia del dibujo, la carencia del talento de composición, la pobreza de la fantasía, la falta de conocimiento de la técnica, la ausencia de preparación académica, de la investigación y el ejercicio personales, de la maestría de la mano, y la perspicacia subconsciente del ojo, en suma, de cuanto hace al artista dueño y señor de los medios adecuados para exteriorizar la luz divina de la inspiración que haya podido encenderse en su alma (168). [...] Eso pasa con los expresionistas. En uno de los números de la malhadada Revista de Indias, esa audaz empresa de falsificación y simulación de cultura en hora infausta acometida por el ministerio de educación, puede verse que un pintor colombiano ha embadurnado los muros de un edifico público de Medellín con una copia y servil imitación de la manera y los procedimientos del [muralismo] mejicano. [...] Naturalmente el coro sofista y seudo-literario elogia aquellos fantoches a rabiar (171). (Énfasis originales)

Igual, desde la otra orilla ideológica, y resguardándose en el ejemplo mexicano, el liberal Armando Solano (1983) –un interesantísimo escritor que amerita un estudio detenido, pionero del indigenismo en Colombia (cf. Barrera Aguilera, 2009)– desarrollaba temas afines en una conferencia dictada en 1927, cuyo título era "La melancolía de la raza indígena":

    Tiende nuestra época, cuya más paradójica audacia es la deshumanización del arte, a expulsar de todos los campos la nota afectiva, la faz sentimental, para sustituirlas con la fría y descarnada ideación, con la intelectualidad limpia de toda escoria cordial. [...] En América es preciso exaltar tenazmente, echando mano de cuantos factores alcancemos, un nacionalismo continental basado no sólo en complejas razones futuristas, sino en el pasado turbio, aún sin explorar, en la comunidad de los orígenes pastoriles y guerreros, en la identidad de los viejos mitos, así como en la profesión actual de una misma religión, en el dominio de la naturaleza pródiga y bella que nos circuye, nos encanta y nos envenena con deliciosa y fatalista lentitud. Por consideraciones mentales del positivismo más cierto y para buscar en terreno firme las realidades que nos fortalezcan y nos hagan invulnerables al ataque exterior, hemos de sumergirnos en la zona de lo subconsciente, hemos de buscar en lo instintivo de nuestros incoherentes grupos étnicos, cuyas taciturnas unidades sobrevivientes no cuentan con ideas propias ni mucho menos con orientaciones que defiendan al tesoro que ellas representan como tradición y como adaptación. Sólo en tales profundidades hallaremos lo que es nuestro, lo que nos diferencia, es decir, nuestra razón de ser. (116)
    Es en el corazón de la gleba donde hay que buscar el sentido de la patria. En la masa labriega, en el campesino de todas las categorías, así como en las juventudes que por motivos superiores estudian el fenómeno de la tierra como noción de justicia y como punto de apoyo para los grupos étnicos, donde han de suscitarse la necesidad de nacionalizarnos, de tomar contacto con la atmósfera y raíces en el suelo, cuya cal y cuyas aguas son los huesos y las lágrimas de nuestros abuelos. Claro es que la obra nacionalista, cuyo capítulo esencial es la rehabilitación indígena, no puede salir hecha sino de las cámaras legislativas. Pero es más claro y cierto que los legisladores seguirán mirando estas cosas como inocentes escarceos de literatos mal alimentados, mientras no hayan encarnado en la voluntad popular, mediante una propaganda de cierta constancia. (118)

Aquí al menos se demostraba un matiz significativo en el debate, no tan marcado por el sello partidista como por el temperamento intelectual. Y nótese: se equiparaba "obra nacionalista" con "rehabilitación indígena", ni más ni menos que cierta forma de indigenismo, en este caso, además, entendido como una búsqueda telúrica "en la zona de lo subconsciente". "Sólo en tales profundidades hallaremos lo que es nuestro, lo que nos diferencia, es decir, nuestra razón de ser". No muy distinto a la apelación a una Volksseele, a un anima del popolo o lo que fuera, que estaba tan al orden del día.

El problema de la raza daba para una variopinta gama de posturas. Algunos agitadores, como Gómez, ostentaban un profundo pesimismo racial; otros, como López de Mesa o Armando Solano, creían en la superación de la crisis a partir de soluciones eugenésicas; soluciones tales como la exaltación del potencial creativo autóctono, una vez se hubiera remontado el embrutecimiento indígena, o sea, salvar al indio de sí mismo. La hibridación controlada fortalecería la cepa. Pero cuando el asunto de la identidad nacional se hacía más arcano, era a la hora de hablar de la música en tiempos de la reproducción masiva. Los teóricos de la raza abogaban por el bambuco del altiplano. En De cómo se ha formado la nación colombiana, López de Mesa (1934) argüía:

    La música colonial sigue [...] el curso de derivación española y leve impregnación americana que caracteriza su época. La guitarra da origen al tiple popular, la chirimía toma aspecto indiano, y un ritmo surge poco a poco que representa el nuevo ambiente y prospera con acentos nacionales en el bambuco, la guabina y el pasillo, el joropo y canto de los troveros. Ese ritmo forece en el bambuco, compás de seis octavas, con una anticipación sincopada cada dos compases, hasta constituir un hallazgo vernáculo que con los aires populares de la altiplanicie oriental [...] se presenta digno de encomio. (182) [...] [S]ería alocada testarudez negar la existencia de un ritmo regional mestizo, principalmente notable entre los labriegos boyacenses. Este aire, tan bien estructurado en el bambuco y en el pasillo, es lo que constituye el germen de la música colombiana. Ritmo en el que el alma nacional vierte sus variados sentimientos, principalmente melancólicos, como la raza india que lo impone a través del criollismo que hoy continúa y representa. (197)

En 1934 se sancionó la Paz de Río de Janeiro. La guerra con el Perú, iniciada dos años antes, había hecho de acicate para exacerbar la nacionalidad del bambuco y, claro, su supremacía sobre la marinera del cholo. Mientras que en Bogotá un grupo de estudiantes universitarios de la segunda generación de "Los Nuevos" había conformado una sociedad seudomilitar que se llamaba a sí misma con el muy fascista nombre de "Los galanteadores de la muerte", José Camacho Carreño, recién llegado de su misión diplomática en Montevideo (la cual buscaba asegurar el voto uruguayo ante la Liga de las Naciones), había escrito un artículo laudatorio sobre la obra del reconocido compositor e intérprete, y pionero de la radio en Colombia, Jorge áñez. Júzguese la catadura ideológica por el lenguaje y las figuras que utilizaba:

    Río, poder, choza, indigencia, lujuria, ascetismo, sensualidad, todo lo que queráis cabe en nuestra sencilla canción colombiana que una barqueta mece, que un río arrulla, que cela una selva poblada de tigres ávidos, que guarda un corazón. Colombia es un bambuco porque el bambuco afla sílabas de muerte y porque en nuestro aire musical hay más homicidio para el invasor que en un código, en una cárcel o en un campamento. [...] Y que viva Añez, con Eliseo Hernández, el magistral y clásico. Porque en ellos canta, como otrora, la capacidad de muerte que tiene la patria [...] (en áñez, 1990: 250)

En síntesis, bambuco equivalía a raza, lo que era lo mismo que decir a cultura y, por lo tanto, al ámbito del Volk; es decir, a aquello que desde tiempos de Herder se había entendido como el espíritu de la Nación, a lo que Bismarck había denominado "la voz de la sangre", y que, incluso en el dominio de la antropología boasiana (y recuérdese que Boas se había formado en la Alemania bismarckiana), permitía la equivalencia entre la acepción estadounidense de ethnology y aquella germánica de Völkerkunde. No en vano se establecía desde esta época la intrínseca relación entre folclorismo y bambuco. Pero lo cierto era que el bambuco estaba en peligro ante los embates de la música proveniente del Caribe. Más aún, setenta años llevaba pesando la incómoda tesis de Jorge Isaacs, consignada en María, sobre la africanía del género. Así, pues, el maestro Daniel Zamudio (1978), una de las figuras rectoras de la educación musical en Colombia, declaraba, en una conferencia que fue inmensamente popular en su época (primero dictada en el Congreso Musical de Ibagué, en enero de 1936, y luego vuelta a impartir, un mes después, de nuevo en el foyer del Teatro Colón), que:

    [L]os negros africanos traídos por los españoles [...] vinieron con su música, que mezclada con la española nos ha dado un producto híbrido y perjudicial. Es necesario, y se impone, una depuración. (405) [...] En una obra de nuestra literatura hay una nota magistral en la cual el autor dice que el bambuco vino de áfrica traído por lo negros. [...] Hay que pensar, no obstante, que todo esto es una de tantas fantasías que a veces toman cuerpo al calor del trópico. También se habla de la ascendencia mora del bambuco. La hipótesis negro-africana debe descartarse de una vez; y si en sus inflexiones melódicas se percibe el acento de los moros, lo cual es muy dudoso, ese acento habría pasado a través del alma española. [...] [Pues] el creador del bambuco no es anónimo; ese autor se llama pueblo. [409] [...] El aporte de la música negra no es tal vez necesario considerarlo como parte del folclore americano. [418]17

La deducción implícita era, pues, que los "negro-africanos" eran en absoluto "pueblo". Pero las invectivas más feroces estaban reservadas contra la cumbia, de la cual decía que:

    Al hablar de ella es forzoso preguntar si debemos expedirle carta de naturaleza entre nuestro folclore. Reflexionemos primero.
    Hace algunos meses, un periódico de Londres abrió una encuesta con el fn de conocer algunas opiniones sobre la mayor calamidad sobrevenida a la humanidad. Las respuestas se concretaron a la guerra, las epidemias, el desequilibrio económico, etc. Pero hubo uno que dijo: "El jazz band". [...] Una persona autorizada podría escribir algo avanzando una teoría que entraría en la jurisdicción de la nueva ciencia especulativa freudiana basada en el psicoanálisis. Estudiando el shimmy, la rumba y sus derivados, tal escrito podría llevar por epígrafe: "Primera tentativa de la humanidad a la regresión", para volver al mono. En efecto, esta música no debiera llamarse así, es simiesca. La rumba pertenece a la música negra y traduce fielmente el primitivismo sentimental de los negros africanos. Su sicología debe hacerse teniendo en cuenta las letras con que se canta. Un texto que exprese un sentimiento elevado sobre el bajo nivel de la animalidad inferior sería exótico en la rumba. Esto no vale de gastar comentarios; solo diremos que en Colombia existe, con la raza negra, este espécimen de germen folclórico. ¿Qué se hace con él? La rumba y sus derivados, porros, sones, boleros [¿!], desalojan nuestros aires típicos autóctonos ocupando sitio preferente en los bailes de los salones sociales; y aunque artística y estéticamente esto no revista gran importancia, no es menos cierto que se impone una depuración, que al ser tardía originaría una nueva confusión, por decir lo menos, ya que "la moda" puede arruinar lo poco típicamente genuino que tenemos.
    En cuanto a los negros colombianos, hablando culturalmente, cabe la posibilidad de desrumbarlos a pesar del atavismo. Al contemplar esta posibilidad debe tomarse en cuenta que, como todas las cosas tienen su compensación, la raza negra cuenta con valiosos representativos musicales en el orden de los sentimientos elevados. Pruebas de ello son los cantos de los llamados "negro-espirituales" en los Estados Unidos y que han sido muy aplaudidos en Europa. Son cantos religiosos, alegres, melancólicos, humorísticos, y en fin, de todo género, siempre nobles. También hemos oído en Cartagena, cantar a los negros jamaicanos que llegan de paso en las tripulaciones de los barcos ingleses. Son cantos breves, entonados a dos o tres voces, aunque sin pretensión de buena ejecución; pero al través de ellos se adivina inmediatamente la cultura inglesa. (Zamudio, 1978: 415-417)

El tema –diferente pero, de nuevo, igual– también había sido desarrollado por Armando Solano, en su artículo sobre la "Música criolla":

    Mientras que los Estados Unidos atruenan los cafés y los teatros del mundo con la monotonía ruda y chillona de sus danzas de negros, hecha música yanqui por la vanidad nacional; en tanto que la Argentina lleva el dejo agreste de sus tangos, impregnados de una lujuria sofocante, a los salones aristocráticos de Viena y de París, nosotros tenemos vergüenza de nuestra música, tan rica en expresiones, tan humana, tan flexible, capaz de conquistar, como lo ha hecho ya en algunas ocasiones, la admiración de públicos inteligentes, fatigados del colorete, de la falsificación y de la mentira, llevados a las distintas formas del arte y de la vida.
    El pueblo debe tener siquiera el derecho de que se le hagan gustar las melodías y las cadencias que riman con sus anhelos íntimos, y se le deje oír, de vez en cuando, la música cuyas vibraciones están acordes con la del alma colectiva. ¿Cómo exigirle suavidad, elevación de espíritu, valor, abnegación, a las muchedumbres, si no hemos querido atarlas con un lazo de armonía, si no ha pasado por sus corazones, estremeciéndolos al mismo tiempo, el grito desesperado de la gaita o la queja diluida en lágrimas de sus flautas rústicas?
    Nuestra necesidad máxima es crear el alma de la nacionalidad; fundir en una todas las aspiraciones vagas y divergentes en las regiones distintas y distantes; y eso, mejor que con discursos, artículos y conferencias, que el pueblo no entiende, se conseguiría con el cultivo y el desarrollo de la música criolla, vínculo de ternura y de emoción, más fuerte que todas las convicciones, más duradero que todos los monumentos, porque es más humano, tal vez lo único genuino y sustancialmente humano.
    No finjamos llorar con las falsas romanzas italianas, cuyos pequeños gemidos, reglamentados hábilmente por las exigencias escenográficas, dejan fría nuestra desbordante sensibilidad tropical; no hagamos la comedia del entusiasmo ante las complicaciones de los músicos alemanes, cuyas producciones inmensas les hacen gritar a los sinceros, cuando la ejecución culmina, ¡Música! No continuemos derrochando snobismo y tontería. Tengamos el valor, el decoro y el orgullo de nuestros bambucos melancólicos, de los alegres pasillos, de toda la espontánea y maravillosa orquestación de nuestros sentimientos, realizada por el genio omnipotente de la raza. (Solano, 1983: 194)

Como puede observarse, Solano coincidía con Zamudio en lo fundamental. Había que salvar lo propio: "lo poco típicamente genuino que tenemos", "lo único genuino y sustancialmente humano"; lo mestizo, es decir, lo indígena (no lo negro) atemperado por lo europeo. Así, pues, insistía Solano en otro lugar,

[L]o primero en ese camino es estudiarnos y no superficialmente sino a fondo; con análisis tranquilo que nos dé a conocer nuestras virtudes, nuestros defectos y nuestras inclinaciones. [...] Los deportes, por ejemplo, que desempeñan papel inicial en la educación moderna, no gozan en Colombia sino de un auge transitorio, proveniente de la novedad, y decaerán si no se les adapta, si no se les nacionaliza y no se les dosifica con moderación. Conseguir que un muchacho boyacense haga el mismo juego que un norteamericano y durante igual tiempo, no me parece un triunfo. En la enseñanza, como en la medicina, cada individuo ha de ser dirigido según su temperamento. Ahondando en nuestra índole y en nuestros antecedentes; examinando los factores históricos y étnicos que constituyen nuestra agrupación, encontraremos la verdadera consigna para el movimiento nacionalista. Este será fragmentario y puramente teórico, si no se propone, ante todo, rehabilitar al indio, educarlo en escuelas especiales, como lo está haciendo México; reconstruirle un patrimonio, impedir que sea enganchado por el flibusterismo regional para morir en tierras lejanas, y luchar para que no sea esclavizado en nuestra propia tierra. Antes de que avance el progreso material, tenemos urgencia de robustecer la porción inalterable y frme de la nacionalidad. (Solano, 1983: 140)

Las artes y el deporte tenían la platónica misión de mejorar, de redimir la raza de la mano de proyectos médicos e higiénicos eugenésicos 18. Para algunos, como se ve, la raza blanca (es decir, europea occidental) debía prevalecer; para otros, habría de hacerlo la raza mestiza, cuya ascendencia indígena se demostraría en un fenotipo fundamentalmente estético y de cuerpo femenino 19. Pero, sea como fuere, si la hibridación no era procedente, sí lo eran, en cambio, las bellas letras. En el mismo año de Los problemas de la raza en Colombia, pero desde Santa Marta, J. R. Lanao Loaiza (1920: 18) escribía que:

    Si en Colombia se organizara una acción literaria, eminentemente nacional, acción de propaganda patriótica en el periodismo, la novela, el verso, la crónica, el folleto; que los hombres de acción la secundaran, a la par que la voluntad popular la fecundizara con el calor que ella desarrolla y consagra las cuestiones públicas, indudablemente que solo así, podríamos repetir con el pequeño fló-sofo [de Azorín]: "El renacimiento político es la fecundación del pensamiento nacional", y ese renacimiento, ese ideal político, es alma y vida de la raza [...]

Un enfoque esencialmente similar fue aquel que dio origen, durante la llamada "República Liberal", no sólo a la Radiodifusora Nacional de Colombia 20, a la Biblioteca de Cultura Aldeana y a lo que luego sería Coldeportes, sino, en una buena medida, al Instituto Etnológico Nacional y la Escuela Normal Superior. De hecho, el proyecto de esta última ya se encontraba en estado embrionario en El factor étnico de López de Mesa, de 1927, y vale la pena concluir con la cita respectiva. Asimismo, nótese que si nos distanciamos con prudencia y desapasionamiento del momento histórico, podremos escuchar ecos lejanos de una forma singular, y en cierto sentido autóctona, de incipiente particularismo histórico; de un velado, mas importante, reconocimiento de la diversidad étnica, y de la postulación de un rudimentario método de antropología aplicada.

    Si apartándonos del estudio general de la república entrásemos en el pormenor de las diferencias que presentan las distintas razas que la componen y aun de las diferentes regiones en que están distribuidas, encontraríamos datos muy interesantes para su educación y reforma, pero demasiado extensos para un informe rápido y de suyo preliminar. Corresponde a las escuelas normales ahondar en la psicología de nuestro pueblo, y a la geografía médica, es decir, a las universidades, el determinar la situación fisiológica de los habitantes de estas regiones.
    Esto es tan interesante, que podemos anotar la discrepancia existente entre las distintas razas, no sólo en su conducta, sino en los conceptos fundamentales de la vida: después de tres siglos de convivencia con el blanco, nuestro indígena ha adoptado su religión y su moral como una transacción, pero en el fondo conserva reacciones bárbaras que a nosotros se nos ocurren delitos conscientes y perversiones del sentido moral, cuando sólo son consecuencias lógicas de sus tradiciones, como su poco respeto por la propiedad ajena, su crueldad en los castigos, su concepto de matrimonio, su egoísmo, la poca importancia que presta al honor, a la virginidad, a la fidelidad conyugal, al valor personal, la pobreza de sus conceptos religiosos, tan poco espirituales, utilitaristas, fanáticos, idólatras con un barniz de nomenclatura cristiana.
    Todavía se percibe el antepasado africano en sus descendientes que viven en agrupaciones más o menos aisladas y aun en los que habitan los pueblos de mediana cultura, donde los hemos visto conservar el prestigio de la magia, las danzas simbólicas, la nostalgia de la selva, los terrores infantiles del salvaje, la tendencia a vegetar indolentemente, el gusto por los abalorios, por los colores brillantes, por los acres aromas, por las bebidas destiladas, la sensualidad y el juego. Parlanchines, vanidosos y zarabandistas, cuán lejos están del aborigen taciturno, humilde, impenetrable, fatalista, como herido por un hado inexorable, sumiso a la intemperie, al hambre, a las injurias, como quien liquidara la vida y la hubiese hallado irreparablemente imbécil. De aquel niño sensual a este viejo prematuro hay distancias astronómicas.
    Recordamos haber examinado psicológicamente a artesanos compañeros de labor, de igual cultura, de iguales recursos económicos, idéntico medio familiar y social, de raza indígena los unos, de sangre blanca los otros, y haber hallado una diferencia sustancial en sus aspiraciones, en esas ilusiones íntimas con relación al futuro, al porvenir de los hijos, a la manera de disfrutar de las posibles riquezas, que marcaba la idealidad perdurable de la raza a través de muchas generaciones en éstos, los planes materialistas, triviales, sin ninguna elación ideal de aquellos, a pesar de vivir en una urbe de refinado ambiente espiritual. [...] Sin estos estudios no podrá el maestro de escuela hacer obra penetrante y eficaz. (López de Mesa, 1927: 29-30, cursivas nuestras).

Sirva esto, entonces, para elevar un interrogante a guisa de conclusión. La historia –o, si se quiere, la prehistoria– de la antropología colombiana de las décadas del veinte y el treinta está aún por escribirse. De hecho, las alusiones a este período se hacen al paso y, casi por norma general, se concentran justamente en el discurso de la eugenesia y la degeneración racial como una suerte de elemento a su vez contaminante, como uno en cuya contraposición se elevó el discurso pluralista de la disciplina antropológica, traída, importada, en una buena medida, por adalides del humanismo europeo. Eso, en cuanto es innegable, también creemos que muestra sólo un aspecto de los orígenes de nuestra antropología, ya que le otorga cierta paradójica limpieza de sangre que hoy en día sabemos imposible en la historia de las antropologías cosmopolitas. Y, por lo demás, achacar el surgimiento de la antropología colombiana a la causa prima del advenimiento de éste o aquel académico transatlántico, en cuanto parcialmente cierto, llega a pecar de difusionismo. En este sentido, nuestra antropología no tiene por qué haber experimentado un proceso disímil al de otras naciones, y, más aún, si leemos con detenimiento y sin preconceptos el discurso de muchos de estos intelectuales comprometidos con la decadencia de la raza, la hibridación y el estímulo a la inmigración selectiva –conceptos que en nuestros tiempos, con el beneficio de la retrospectiva, tenemos el deber de repudiar–, tal vez encontremos no sólo a científicos e intelectuales que respondían a los estímulos de su entorno social y cultural, y que lo hacían de manera absolutamente honesta y fiel a su idea de ciencia, sino a pensadores a veces muy originales, sin miedo a teorizar y con la ventaja de una escritura absorbente. Y todo eso, por muy seudofascistas que fueran. ¿Eso, acaso, no hace también parte de lo que implica un estilo nacional de ciencia? .


Comentarios

1 El cirujano Arturo Campo Posada (1982: 73) describió a jiménez lópez como "un hombre moreno, de cabellos lacios muy oscuros, de ojos negros profundos, y de mandíbula ligeramente prognática". Como aconteció más de una vez, tal fenotipo delataba las contradicciones de muchos de los teóricos de la raza, en Colombia y en el mundo.

2 De hecho, tiempo después, durante los turbulentos días de 1948 que condujeron al asesinato de Gaitán —cuando éste con su verbo y programa populistas encabezaba un caudal incontrolable de seguidores cuya agresividad pública crecía con cada jornada—, el caricaturista donald de El Siglo representó a "la tribu gaitanista" como una horda de gigantescos negros tropicales (y presuntamente caníbales) que pasaban por el cuchillo a un indefenso blanco. (la caricatura se encuentra en braun, 1998: 233).

3 El lanzamiento de la edición, a cargo de editorial Cromos, ocurrió significativamente el 12 de octubre del mismo año. sobre este ciclo de conferencias, véanse Pedraza Gómez (1997), Villegas Vélez (2005) y McGraw (2007).

4 Hemos tomado la traducción que se encuentra en Mazower (2001: 112).

5 Las influencias de la Primera Guerra en el surgimiento de la antropología social moderna son múltiples y más o menos bien conocidas. al fin y al cabo, la conflagración fue el forzoso aliciente para trabajos de campo como los de Malinowski y Preuss, por sólo poner dos ejemplos famosos. También cobró su buena cuota de muerte, como en el caso, tan triste, de robert Hertz. sin embargo, para efectos de lo que aquí nos interesa, quepa resaltar que una de sus aplicaciones más dramáticas y comparativamente poco estudiadas fue justamente en el campo de la atención a los soldados que venían destrozados del frente. En este escenario, sin duda, descollaron los trabajos de W. H. R. Rivers –que claman por ser revisitados– sobre "la represión de la experiencia de la guerra" o "los impactos del shell-shock", este último sobre el largo aturdimiento depresivo producido por los bombardeos continuos.

6 Saltan a la vista dos elementos que no está de más remarcar. En primer lugar, el uso sistemático de los teatros (bien fuera el Municipal o el foyer del Colón) como aula abierta, con la explícita función de educar y, por supuesto, adoctrinar a las masas más bien iletradas. luego, el que, como ya lo anotamos, la noción de "cultura" siga comportando la de "raza", justamente durante la década en que el uso de la primera se adoptara definitivamente en las Ciencias sociales y los estudios literarios (cf. Manganaro, 2002). El camino hacia esta situación ya venía siendo trazado por estos ideólogos de la decadencia racial y sus antecesores europeos, en particular, le bon y Gobineau, referidos copiosamente a lo largo del debate. (sobre ambos pensadores, véase la interesante revaluación antropológica de su pensamiento en llobera, 2003).

7 Escribe braun (1998: 26-27) que, a partir de la primera conferencia, "las ideas de Gómez fueron ridiculizadas en los cafés y en los salones de la ciudad por simples, acientíficas y pesimistas. El 3 de agosto volvió al Teatro Municipal para responderles a quienes se habían burlado de él. [Gómez había iniciado su ciclo el 3 de junio]. los políticos colombianos, exclamó, eran como unos peces. Fríos y mudos. [...] esta vez el tono acre de Gómez y su inusitado ataque personal a los dirigentes de la nación fueron los que causaron conmoción entre la élite de la ciudad". Entonces, como ahora, las ideas de los políticos e intelectuales no necesariamente reflejaban de facto la opinión pública; aunque, valga también anotarlo, vista la época hacia atrás, las distinciones que entonces parecían significativas terminan reduciéndose a simples matices dentro de la misma gama ideológica.

8 Este aparte pertenece a su artículo "Hitler y la enseñanza de Fichte", de 1933. valga anotar que, un par de páginas más adelante, laureano (Gómez, 1989a: 17) precisaba que "en el movimiento nacional-socialista existen poderosos fermentos de pasiones malsanas, odio, soberbia, petulancia, ambición desmedida, apetito conquistador. Hay postulados científicamente falsos como el de la pureza de la raza germánica, que no responde a ninguna realidad objetiva. Hay exceso de fe en la eficacia de la violencia, y exagerada confianza en el predominio de la fuerza". Cómo su antisemitismo y pesimismo racial podían convivir con este punto de vista es una de las ambigüedades características del pensamiento del período. En ese sentido, Herbert braun (1998: 67, n. 64) ha sido particularmente lúcido y sugerente al aplicar la noción de "liminalidad" ritual de van Gennep a la figura de Jorge Eliécer Gaitán, e igual pudiera hacerse lo mismo –en algunos momentos, al menos– para la del presidente conservador. Un año después del artículo en cuestión, Gómez (1989c: 295) dijo durante una intervención ante el senado –también interpelando a López de Mesa– que "la realidad colombiana reposa en la idea de la Providencia, y no en fantasías o mitologías eruditas e insinceras que han llevado a pueblos como Alemania a los más abominables extremos por seguir el fascismo y demás ilusiones de Fichte. lo mismo ha pasado en italia bajo la dominación de Mussolini cuya única preocupación es gobernar mientras viva a costa de las libertades y del verdadero progreso intelectual y artístico". Y en una conferencia impartida por la misma época en el Teatro Colón –la cual posteriormente fue editada como parte de su célebre El cuadrilátero–, Gómez (1989b: 144) insistió en que "es erróneo ensalzar el fascismo como remedio y escudo contra el bolchevismo; ni a este último como la defensa contra el ímpetu reaccionario del primero".

9 Y se remontaba a mucho antes, incluso. de hecho, puede afirmarse con abundantes ejemplos que la preocupación por "mejorar" las razas nativas del suelo colombiano atravesó buena parte de la historia nacional de Colombia, y que sus primeras expresiones aparecieron aun cuando era todavía colonia hispánica, bajo el espíritu de las reformas borbónicas. Una muestra célebre es la de Pedro Fermín de vargas, quien en su Memoria sobre la población en el Nuevo Reino de Granada de 1789 ya consignaba los elementos esenciales de la propuesta (para otros ejemplos, véase König, 1994: 101-126).

10 Nótese que, para los años treinta, los trabajos y planteamientos de Hrdlička eran todavía muy recientes, lo cual demuestra no sólo el clima continental del debate sino el grado de actualización académica de los salubristas colombianos. El antropólogo era, además, miembro representante del instituto smithsoniano ante el national research Council, al lado de eugenesistas de renombre como Madison Grant y Charles davenport, situación ésta que nunca le perdonaron sus colegas del bando boasiano, profesamente antieugenesistas y antirracistas (Gillette, 2007: 126). (agradezco a mi esposa, ana María lara, haberme puesto al tanto de las muy interesantes memorias de Campo Posada, Una vida, un médico).

11 Muy diciente es, por lo demás, cómo llamó Hernando luchini (s. f.) a Villegas en su estudio biográfico: "Un varón de la raza". En su página 28 nos enteramos, por lo demás, de que durante los años treinta tempranos Villegas obtuvo una mención en roma por un poema suyo, la cual recibió de las manos de Gabriele d'annunzio y Filippo Marinetti, sin duda los dos artistas más importantes de la fase inicial del fascismo italiano.

12 Si bien Robert Paxton (2005: 225-226) sólo ejemplifica con los dos casos mencionados arriba, matiza la situación aseverando que "américa latina estuvo mucho más cerca que ningún otro continente fuera de Europa de instaurar algo próximo a los auténticos regímenes fascistas entre la década de 1930 y principios de 1950. Pero debemos tener cuidado aquí, ya que hubo un elevado nivel de imitación durante el período de ascensión del fascismo en Europa", aclaración que es aún más pertinente a la hora de hablar de la influencia directa de su (algo proteica) ideología. véase, igualmente, Hennesey (1976).

13 Aparte de un puñado de artículos y monografías universitarias, sólo se ha publicado un libro sobre el asunto, el de Juan Carlos Ruiz Vásquez (2004). Éstos, sin embargo, y sin excepción, se han enfocado en el discurso político explícito de personajes como jorge eliécer Gaitán, laureano Gómez, Gilberto alzate avendaño o "los leopardos", y demuestran un sorprendente desconocimiento hasta de los más importantes estudios sobre "fascismo genérico". Por otra parte, valga resaltar la lúcida crítica que emilio Gentile (2002) ha adelantado sobre los caracteres a veces excesivamente heurísticos y comprensivos de la escuela (fundamentalmente angloestadounidense) de estudios sobre el "fascismo genérico". No obstante, el resultado de tal crítica es volver a acentuar la naturaleza casi exclusivamente italiana (o, a lo sumo, europea) del fascismo en cuanto ideología y sistema político.

14 Valga también hacer explícito, con Griffin (1996: 240), el significado de palingenetic (o palingenésico, en español): "que expresa el mito de volver a nacer, de la regeneración. En un contexto político, esto encarna la aspiración de crear un orden nuevo que sucede a un período percibido como de declive o decadencia" (traducción nuestra). algunos autores como Mann (2004: 12) descalifican esta definición por el peso que da al mito; empero, puede argüirse que este elemento es el que la hace justamente relevante a la hora de estudiar el fenómeno del fascismo desde una perspectiva antropológica. en textos posteriores, Griffin (2006, 2007) ha ampliado y depurado sensiblemente su definición, en respuesta a la crítica de varios investigadores del mismo campo de estudio; aun así, para los presentes fines no creemos que tales mejoras alteren sustancialmente lo que aquí nos interesa mostrar.

15 En este aspecto, valdría precisar que algunos discursos colombianos de los años treinta hasta finales de los cincuenta, salvo algunas características externas inmersas en la simbología de los tiempos, probablemente más tenían de ultraconservadores (como el franquismo español o, incluso, el salazarismo portugués) que propiamente de fascistas. En todo caso, esto también está a la espera de una comprobación juiciosa.

16 El punto de las confluencias ideológicas, al menos por momentos, entre ambos personajes lo subraya Hender-son (2006: 428). la idea de "restauración cultural" la expuso Gómez (1952) en un artículo suyo que justamente llevaba ese título. Por su parte, como es bien sabido, "restauración moral y democrática" era uno de los ejes retóricos rectores del discurso gaitanista, y así se repitió en decenas de intervenciones suyas.

17 Sobre este particular, véase el excelente estudio de Peter Wade (2000), Music, Race and Nation, particularmente el capítulo 2.

18 De nuevo, para un paralelo de este planteamiento con aquel de los fascismos europeos, véase la compilación de Matard-bonucci y Milza (2004).

19 Creemos que las citas aquí presentadas de solano o, incluso, de villegas matizan la aseveración un tanto categórica de Pedraza Gómez (1997: 120-121) cuando escribe que "el acento puesto sobre el contorno racista de este debate [el de los años veinte y treinta sobre la degeneración de la raza] ha relegado otros aspectos de su discurso, en especial el hecho de que no se trata simplemente de una obra de enaltecimiento de la cultura blanca europea y de la ilustración, sino de una forma suya muy particular, de una antropología fundada en el encumbramiento de la higiene y con ella del varón adulto y blanco, a partir del cual la ciencia de la salud definió la normalidad y una jerarquía de las capacidades y las posibilidades humanas". al menos en lo que concierne a la cuestión de una estética nacional –y esto es un hecho que también hizo parte activa del debate eugenésico, aquí y en el resto de occidente, muy acorde, por cierto, con la idea de cultura que iba implícita en los fascismos–, podemos observar que el modelo del "varón adulto y blanco" no era el único. de hecho, es legítimo afirmar que el movimiento bachué –del cual armando solano puede verse como un inspirador– propuso justamente un modelo alternativo, igualmente totalitario, que era el de la "mujer indígena", tema que, por lo demás, ya había sido utilizado por las élites criollas durante la independencia (König, 1994: 234-265). lo indígena y lo femenino pueden además ser interpretados como símbolos "irracionales" en el imaginario de la época y, por ende, como antinómicos del ideario de la ilustración; esto, de nuevo, muy en la vena del fascismo internacional.

20 El tema se profundiza en Páramo bonilla (2003).


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