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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.11 Bogotá July/Dec. 2010

 

DIARIOS DE CAMPO EXTRANJEROS Y DIARIOS DE CAMPO NACIONALES INFIDENCIAS DE JOSÉ PÉREZ DE BARRADAS Y DE GREGORIO HERNÁNDEZ DE ALBA EN TIERRADENTRO Y SAN AGUSTÍN

Carl Henrik Langebaek Rueda1
clangeba@uniandes.edu.co
Universidad de Los Andes, Colombia


RESUMEN

Este artículo compara la experiencia de campo de dos arqueólogos y etnólogos que trabajaron en Colombia durante los años treinta del siglo XX. a partir de los diarios de campo del español José Pérez de Barradas y del colombiano Gregorio Hernández de alba se analizan las prácticas del ejercicio profesional. dicha comparación sirve para poner en perspectiva el trabajo del extranjero y del nacional en relación con la construcción de la disciplina profesional, de la imagen de la naturaleza y del indígena, así como la tensión entre la propuesta "nacionalista" y la crítica de la misma por parte del foráneo.

PALABRAS CLAVE::
José Pérez de Barradas, Gregorio Hernández de alba, arqueología colombiana, Tierradentro, San Agustín.


FOREIGN FIELD NOTEBOOKS AND NATIONAL FIELD NOTEBOOKS. INFEDENCIES OF JOSÉ PÉREZ DE BARRADAS AND GREGORIO HERNANDEZ DE ALBA IN TIERRADENTRO Y SAN AGUSTÍN

ABSTRACT

This article compares the feld experience of two archaeologists and anthropologists who worked in colombia in the thirties of the twentieth century. The practices of professional exercise are discussed from the feld logs of spanish national José Pérez de Barradas and colombian gregorio hernández de alba. this comparison serves to put the work of the foreigner and the colombian into perspective in relation with the construction of professional discipline, the image of nature and the indigenous, as well as the tension between the "nationalist" proposal and criticism of it by foreigners.

KEYWORDS:
José Pérez de Barradas, Gregorio Hernández de alba, colombian archeology, Tierradentro, San Agustín.


CADERNOS DE CAMPO ESTRANGEIROS E DIÁRIOS DE CAMPO NACIONAIS: TRAIÇÕES DE JOSÉ PÉREZ DE BARRADAS E DE GREGORIO HERNÁNDEZ DE ALBA EM TIERRADENTRO E SAN AGUSTÍN

RESUMO

Este artigo compara a experiência de campo de dois arqueólogos e etnólogos que trabalharam na colômbia durante os anos trinta do século XX. À partir dos diários de campo do espanhol josé pérez de Barradas e do colombiano gregorio hernández de alba se analisam as práticas do exercício profssional. tal comparação serve para entender melhor o trabalho do estrangeiro e do nacional em relação à construção da disciplina professional da imagem da natureza e do indígena, bem como a tensão entre a proposta "nacionalista" e a crítica da mesma por parte do estrangeiro.

PALAVRAS-CHAVE:
José Pérez Barradas, Gregorio Hernández de alba, arqueología colombiana, Tierradentro, San Agustín.

FECHA DE RECEPCIÓN: SEPTIEMBRE DE 2010 | FECHA DE ACEPTACIÓN: OCTUBRE DE 2010


Introducción

Durante la llamada República Liberal, período entre los años treinta y cuarenta del siglo XX, se vivió un agotador período de actividad académica en el país. Por una parte se invitaron algunos profesionales de diversas áreas con el fin de impulsar la educación universitaria y la investigación. Por otro, y de manera complementaria con lo anterior, los académicos colombianos fueron también muy activos. En el caso de la etnología y la antropología, tanto los pioneros colombianos como un contingente de expertos internacionales hicieron importantes aportes a la disciplina. En este artículo se quieren estudiar los diarios de campo de un arqueólogo extranjero que trabajó en el país en la década de los treinta y los de un colega suyo, colombiano, con el fin de hacer un seguimiento a la práctica de la arqueología y etnología en el país de finales de la década de los treinta del siglo XX. Es importante aclarar que este artículo no pretende ahondar en las propuestas que los dos investigadores desarrollaron sobre el período prehispánico en Colombia. El propósito es otro: contribuir al estudio de cómo trabajan las comunidades académicas y ayudar a reconstruir el ambiente intelectual de un período crítico de la antropología en Colombia.

LOS DIARIOS COMO FUENTE DE ESTUDIO

Dos temas han acaparado buena parte de la atención de los interesados en el estudio histórico de la práctica de lo que hoy llamamos antropología: el trabajo de campo y el texto producido y publicado por el investigador. El primero se considera uno de los valores metodológicos más notables de la disciplina, y no es para menos; a través de la experiencia en terreno se construye el campo de estudio y se conforma la rutina básica del profesional (Gupta y Ferguson, 1997). Aunque se introdujo de forma tardía, el trabajo de campo se hizo inseparable de la disciplina, no sólo porque dio al científico la autoridad de haber "estado allí" –a la manera que propone Geertz– , sino porque la producción de conocimiento antropológico se supone inseparable de la recolección de información (Jackson, 1990; Stocking, 1983). El segundo tema, el del texto, es el que se refiere al antropólogo como autor, es decir, a la persona que no sólo reclama "haber estado allí", sino también producir un conocimiento nuevo a partir de esa experiencia. Como una forma más de literatura, como de forma algo banal, propone Geertz (2010), o más bien como un producto que "avala una experiencia, un análisis y una serie de hipótesis", como indica Augé (2007: 54-5), el tema de la escritura es fundamental: el trabajo de campo sin publicación se considera fallido.

Curiosamente, los diarios de campo no han recibido tanto interés. No obstante, hay buenas razones para considerarlos un testimonio importante: por un lado, hacen parte del "estar allí", con los "otros", y, por otro lado, no se puede separar de la producción del texto. Aunque en Colombia hay una tradición de trabajo de campo, el tema de los diarios apenas comienza a ser investigado. En 1882, años antes de la célebre expedición de W. H. R. Rivers al estrecho de Torres en Oceanía, Jorge Isaacs llevó a cabo un prolongado trabajo de campo en la Sierra Nevada de Santa Marta y consignó sus impresiones en un cuaderno. El colombiano fue uno de los primeros interesados en obtener tradiciones de sus informantes, y para ello hizo mucho de lo que quienes le siguieron han hecho: "obtener de los ancianos, mediante dones, benevolencia y astucia paciente lo que no ha sido fácil conseguir de los jefes y médico-sacerdotes conquistar el afecto de las mujeres, comúnmente agreñas [sic] y recelosas al principio, con regalos de bujerías y bagatelas [...] acariciando a los niños, tributando consideración a las ancianas" (Isaacs, 1967: 16). Su obra es testimonio de cómo incluso en el contexto colombiano de finales del siglo XIX se configuraba una suerte de especialista que tomaba distancia de estudios previos considerados poco relevantes por la ausencia o escasez de trabajo de campo. Isaacs defendió la importancia de su investigación argumentando que los miembros de la Comisión Corográfica de mediados del siglo XIX, así como algunas personas que habían escrito sobre Santa Marta antes que él, no habían visitado la región (Isaacs, 1967: 25).

Los diarios consignan las impresiones más íntimas de la experiencia de campo, y, por esta razón, por lo general nadie más, aparte del autor, debería leerlos (Lederman, 1990: 72). Muchas veces muestran la inconformidad del autor con "estar allí" y, por lo tanto, son ambiguos, contradictorios, incluso eclécticos, razón por la cual suelen meter en problemas a sus autores, como sucedió con el caso de los diarios de Malinowski, quien no pudo evitar poner de relieve la presentación que de ellos hizo Raymond Firth (Firth, 1989). Cuando los lee un investigador distinto del que los escribió producen cierta incomodidad: son íntimos y por lo general consignan pensamientos que rara vez corresponden a la coherencia que la da valor a la tarea del etnógrafo (sensu Geertz, 2010). Por esta razón, son, como señala también Lederman (1990: 73), peligrosos. Los diarios, en fin, conservan algo de la tensión que luego se diluye en los formatos académicos. Como señala Geertz (2010: 19), se trata de materia prima biografía que luego se traduce en textos científicos; se trata también de una concesión que hace el académico a una forma de escritura más propia del viajero y de la tradición romántica (García, 2009). Todo lo anterior, antes que descalificar a los diarios como fuente de estudio, los hace más interesantes y reveladores.

MATERIAL DE ESTUDIO

En este artículo se quiere presentar una reflexión sobre los diarios de campo del español José Pérez de Barradas y de su colega colombiano Gregorio Hernández de Alba. Los diarios de este último se encuentran en la Biblioteca Luis ángel Arango gracias a la oportuna y generosa decisión de su familia, y han sido estudiados previamente (Perry, 2006; Langebaek y García, 2009). Los diarios del español, también gracias a su familia, se encuentran disponibles en el Museo de los Orígenes de Madrid, España, y han sido menos estudiados, aunque de ninguna manera se puede decir que sean desconocidos (Martín, 2001; Salas, 2008). Se trata de seis cuadernos que consignan descripciones de carácter arqueológico intercaladas con anotaciones de carácter más etnográfico o vivencias personales. Son diarios sin informantes, que exponen ante todo la reflexión personal y en buena parte la tarea técnica propia del arqueólogo, un científico que quiere construir su método de investigación científica propio y característico, basado en la descripción exhaustiva, pero que a la vez incluyen comentarios sobre el contexto social, cultural e institucional en el cual se llevó a cabo dicha tarea2.

LOS PERSONAJES

Cabe la suerte de que José Pérez de Barradas trabajó en el mismo lugar y al mismo tiempo que Gregorio Hernández de Alba. Es más, ambos autores tuvieron desde muy poco después de conocerse la peor de las relaciones, por lo cual existen numerosas referencias del uno y del otro que permiten no sólo hacer comparaciones sobre sus prácticas académicas en abstracto sino en cuanto a vivencias y problemas compartidos, ante los cuales el comportamiento del uno fue referencia para el otro, y viceversa. La feliz coincidencia de conocer el contenido de los diarios de campo de estos dos personajes permite contrastar a un científico extranjero y a uno nacional. Los diarios de campo de Pérez de Barradas ayudan a entender la forma como se construyeron sus ideas sobre un país extraño, mientras que los de Hernández de Alba contribuyen a entender sus ideas sobre temas que constituyen, supuestamente, su propio entorno. La comparación con diarios de campo de un español y de un colombiano de la misma época servirá para entender esas ideas en relación con las imágenes que el científico colombiano tenía sobre su propia nación.

José Pérez de Barradas fue invitado por el gobierno liberal en 1938, por su conocimiento experto, su condición de doctor y por ser conocedor de expertos internacionales de gran reconocimiento. El español no sólo era un extranjero, sino que además simbolizaba la vieja potencia colonial en un país que no siempre recibía bien a los foráneos, frecuentemente acusados de quitarles el trabajo a los colombianos y por tener ideas peligrosas, comunistas o fascistas enemigas de la democracia (Silva, 2009. Gregorio Hernández de Alba, por otra parte, fue uno de los más notorios impulsores de la etnología y la arqueología en el país, aunque cuando llegó el español era una persona formada a través de la lectura y de la experiencia, no gracias a procesos formales en la universidad. En el momento en que su trabajo coincidió con el del español, el colombiano buscaba ampliar sus horizontes académicos pero sólo lo había logrado parcialmente.

EL COLOMBIANO Y SUS DIARIOS

Gregorio Hernández de Alba fue uno de los más reconocidos intelectuales del régimen liberal que inició en Colombia con la presidencia de Enrique Olaya Herrera. Los años de gobierno liberal fueron propicios para la etnología y la arqueología: los políticos liberales impulsaron cursos sobre prehistoria de Colombia, adelantaron encuestas etnográficas y contrataron los servicios de extranjeros que pudieran entrenar a investigadores colombianos (Arocha, 1984; Jimeno, 1990; Echeverri, 1997, 2003; Silva, 2000, 2002; Botero, 2006; Morales, 2009; Langebaek 2009). A través de los medios de prensa, Gregorio Hernández de Alba defendió ampliamente los derechos de los nativos y no dudó en criticar las formas más violentas de explotación a las que eran sometidos. Abanderó, así mismo, la necesidad de estudiar a las comunidades indígenas del país con el fin de solucionar sus más acuciosos problemas, a la vez que defendió la existencia de los resguardos. Hernández de Alba tenía, además, una agenda nacionalista. Sostenía que los indígenas eran pilar de la nacionalidad, y aunque estaba de acuerdo en su incorporación a la sociedad, sostenía que dicha incorporación debería realizarse por los medios más amables posibles. Para dar un ejemplo de la posición de Hernández de Alba se puede citar el llamado que hizo en El Tiempo para emprender: ["...el sereno estudio del aborigen, la consideración etnológica de nuestra raza actual y también el importante aspecto para robustecer o crear orgullo nacionalista del pueblo colombiano"] (El Tiempo, 16 de agosto de 1934). O la siguiente pregunta que se hizo en 1935:

    ¿No hemos pensado todos que para dar al pueblo un carácter dignamente nacionalista es necesario revaluar ese concepto general del indio estudiándolo con criterio americano, hallando en él las virtudes que cuatro siglos de historiadores se han empeñado en revaluar o adulterar? (Jaramillo, 2009: 579).

Los diarios de Gregorio Hernández de Alba contienen observaciones de naturaleza muy diferente. Con ocasión de su primer trabajo de campo en 1935 en La Guajira, como miembro de una expedición liderada por Vicente Petrullo y Lewis Korn, el colombiano repudió en sus diarios las condiciones de explotación a las que eran sometidos algunos indígenas (BLA Ms 1882 vol 2: 51), y aunque no dejó de mencionar la existencia de algún "indio bobo y barrigudo", su trato e imagen del indígena fueron respetuosos (BLA Ms 1882 vol 1: 62-3). No obstante, los diarios de Tierradentro, escritos después de esta primera experiencia de campo, ponen en evidencia situaciones menos gratas. En primer lugar, Tierradentro se describe como un ambiente hostil. En sus diarios, el colombiano consignó un paisaje abandonado como resultado de la pereza del nativo (BLA Ms 1063). Una idea semejante ya había sido elaborada en La Guajira, lugar donde había imaginado transformar las áridas planicies en campos de algodón y fábricas de chinchorros, mochilas y fajas (BLA Ms 1882 vol 2: 15), pero en Tierradentro el argumento se llevó más lejos. Las montañas de la región producían la "sensación guerrera de la seguridad y del dominio" (BLA Ms 3074). Tierra y hombres eran violentos. Sus diarios registran hechos que le produjeron una sensación de que la gente, y no sólo el paisaje, necesitaban ser transformados. La historia del pasado prehispánico habría sido una de guerra y violencia, y lo mismo continuaba siendo cierto en tiempos de su visita. En una carta a su hermano Guillermo, comentó los insultos de los que fue víctima por acompañar a los cobradores de impuestos, hecho que lo llevó a pensar que lo mejor que podía hacerse era introducir más población blanca y poner un corregidor que fuera justo pero fuerte (carta del 29 de septiembre de 1936, BLA Ms 2292). En la misma tónica escribió al gobernador del Cauca, Alfredo Navas, recordando la necesidad de construir una carretera que empujara al indio "a ser productivo y ser vida y fuerza ya que hoy solo es 'el indio' que no produce y que no paga, que no adelanta y que vive siempre infeliz". Esto, aunque se perdiera algo que el etnólogo echaría de menos: su condición de "estudiable" (Langebaek y García, 2009: 287).

Temas recurrentes en los diarios de campo de Hernández de Alba fueron el alcoholismo y las peleas entre campesinos e indígenas. En Plata Vieja tuvo la oportunidad de trasnocharse con los liberales y de anotar que en sus fiestas había "mucho ron y mucha frase estúpida, vibrante y rara" (BLA Ms 1344). En Calderas, la maestra del pueblo y las autoridades, incluidas las del Cabildo, lo recibieron con banda y comida, ocasión que aprovechó para comprar aguardiente para los indios, aunque después no dejara de lamentarse que un capitán borracho resultara dando vivas al Partido Conservador (BLA Ms 1920). Las ferias de Pedregal habían terminado en una verdadera pelea campal a machetazos, lo cual lo llevó a aceptar con resignación que en Tierradentro la gente "era así" (carta a Luis Hernández de Alba, 4 de agosto de 1936, BLA Ms 2292). Incluso su guía indígena tomaba más de la cuenta (BLA Ms 1344).

Ciertos pasajes de los diarios del colombiano son más explícitos sobre el tenso ambiente entre el investigador y los indígenas paeces. En algunos casos Hernández de Alba tenía que ir en contra de algunas creencias nativas, por ejemplo, la idea de que las estatuas "apestaban"; en otros, se vio obligado a considerar que sus trabajadores mestizos eran "imbéciles anémicos". Ya antes, en 1936, Hernández de Alba tuvo que confesar que algunos estaban empeñados en echarlo de Tierradentro mediante la brujería (Langebaek y García, 2009).

Los diarios de Hernández de Alba confirman la importancia de los hallazgos arqueológicos para lograr sus objetivos profesionales, pero también ponen en evidencia las tensiones que esos hallazgos generaban con los habitantes de la región y con sus colegas (Langebaek y García, 2009; Gnecco y Hernández, 2010). Durante la expedición de 1936 logró convencer al municipio de Inzá de donar una estatua a Popayán (carta del 8 de agosto de 1938, BLA Ms 2292), pero más tarde, con ocasión de la expedición de 1941-42, el Concejo y el alcalde se negaron a darle una estatua. Entonces en su diario anotó: "no permiten que nos llevemos las cosas. Está bien. A mí me deben el divulgamiento de la región, el interés por ella, que redunda en su beneficio y ahora se ponen a pendejear. Está bien, muy bien. Peor para ellos" (BLA Ms 1920). Por otra parte, los restos arqueológicos eran una excelente carta de negociación ante quienes lo habían financiado o podrían hacerlo. En septiembre de 1936 escribió a su hermano Guillermo que sus estudios podrían ayudarle financieramente: "si lograra publicar su obra con todos sus dibujos en sus propios colores, con todas las notas que llenan mis cuadernos de apuntes, haría un buen negocio y sobre todo recibiría inyecciones de entusiasmo" (carta del 29 de septiembre, BLA Ms 2292). Incluso llegó más lejos: trató de convencer al University Museum de Filadelfa de financiar su trabajo, y usó como argumento la experiencia con el profesor Hermann Walde Waldegg (1940), investigador extranjero que había viajado en 1932 a Colombia y que luego había emprendido dos expediciones a San Agustín por encargo del Boston College de los jesuitas y del Museo de la Universidad de Pensilvania. Walde Waldegg había tratado de sacar ilegalmente una colección arqueológica y etnográfica del país. Según la correspondencia del colombiano con dicho Museo, si Walde Waldegg hubiera tratado de sacar los objetos con calma lo hubiera logrado, y llegó a proponer que para sacar objetos podía ofrecer sus servicios; argumentó que gracias a sus amigos blancos e indios, así como a sus contactos en el Gobierno, podría ir a Filadelfa con las piezas que encontrara (carta del 3 de septiembre de 1936, BLA Ms 2292).

La competencia con otros especialistas extranjeros generaba una fuerte reacción por parte de Hernández de Alba, aunque sin duda la cosa era recíproca en la mayor parte de los casos, si no en todos. Ya Vicente Petrullo le había parecido en 1935 "un gomoso pendejo más que un científico. Un mayordomo más que un antropólogo, un don Juan más que un director" (BLA Ms 1882 Vol. 2: 19). En La Guajira había estado a punto de enfrentarse a disparos con Lewis Korn, el "gringo infeliz", por un poco de agua (BLA Ms 1138). Cuando se le avisó de la visita de Henri Lehmann, alemán que había huido del nazismo, escribió: "veremos qué pasa con el judío ese" (BLA Ms 1920). Sus relaciones con Georg Burg, alemán que había llegado antes que él a Tierradentro y sobre cuyos trabajos Hernández de Alba debía informar al Ministerio de Educación, sirven también para mostrar el punto (Burg, 1936). Al principio la relación fue cordial. El 12 de julio de 1936 Hernández de Alba registró en su diario que los dibujos de Burg eran "muy buenos", aunque algo exagerados; unos pocos días después, el 20 del mismo mes, anotó que el alemán se había limitado a excavar tres tumbas, ninguna de las cuales era un nuevo descubrimiento. En septiembre mostró su desacuerdo con las interpretaciones de Burg sobre la cronología de los entierros de Loma Alta (carta del 20 de septiembre de 1936, BLA Ms 2292). El 12 de octubre, en una carta a su hermano Guillermo, el colombiano usó su mejor arma nacionalista al señalar que el alemán tenía la "agradable infantilidad" de "algunos extranjeros", pero que sólo se trataba de un incompetente buscador de oro que fantaseaba con ideas caducas, entre ellas, la existencia de la Atlántida (BLA Ms 1897).

Los diarios de Gregorio Hernández de Alba ponen de manifestó que el proyecto etnográfico que emprendió Colombia durante la República Liberal tuvo un carácter integracionista, y también, por supuesto, que el etnólogo nacionalista e indigenista no estuvo exento de una imagen del indio heredada del régimen colonial. Ponen en evidencia también la conformación de un experto nacional que se aleja del principiante y que al mismo tiempo busca establecer nexos con la academia internacional; para ello su capital fue la cultura material apetecida por los museos internacionales y el conocimiento sobre el terreno que podía aportar.

EL ESPAÑOL

José Pérez de Barradas representó, al menos en el ámbito de lo público, la antítesis de Hernández de Alba. Al español se le acusó de tener ideas contrarias a la reivindicación del indio e, incluso, de simpatizar con el régimen de Franco. Había nacido en Cádiz en 1897 y estudiado Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid, obteniendo su doctorado en 1933. Su entrenamiento formal fue relativamente sofisticado en relación con el de sus colegas colombianos con los que trabajó en Colombia, incluido Gregorio Hernández de Alba. Fue miembro de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria y se hizo experto, ya desde los años veinte, en el estudio del Paleolítico en los alrededores de Madrid gracias, entre otras cosas, a la influencia de su mentor y amigo Hugo Obermaier (Martín, 2001: 5; Carrera y Martín, 2002: 112). Así mismo, su formación debió mucho al reconocido Henri Breuil, quien estuvo en Madrid en 1931 y lo entrenó dentro de la lógica del método histórico-cultural (Carrera y Martín, 2002: 113).

Pérez de Barradas, desde antes de su viaje a Colombia, era conocido por sus simpatías conservadoras (Martín, 2001: 15). Después de la experiencia americana sus ideas sobre el Nuevo Mundo le valieron una dura controversia con Juan Comas, refugiado español como él, quien desde México lo acusó de justificar el régimen franquista con singulares ideas sobre la homogeneidad racial en España, así como de promover ideas racistas, debido a su caracterización de los indígenas americanos como decadentes (Villarías, 1998: 244-5). No era para menos. Algunos de los pasajes de las obras escritas por Pérez de Barradas tras su regreso a España, donde por cierto desempeñó un papel importante, aunque de ninguna manera central, en el régimen franquista, se pueden considerar conservadores. Su libro La familia, que salió a la luz pública poco después de su experiencia americana, era una crítica al Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels, y una defensa de la familia cristiana (Pérez de Barradas, 1941). Su Mestizos de América, publicado por primera vez en 1948, podría generar todo tipo de reacciones adversas entre los intelectuales indigenistas. Aunque el texto empezaba con una crítica a la visión conservadora del mundo, defendía ideas francamente arcaicas: por ejemplo, que las mujeres indígenas se habían entregado al conquistador voluntariamente gracias a su atractivo sexual (Pérez de Barradas, 1976: 109), o que la lucha del indio por la tierra era una falacia impulsada por socialistas y comunistas (Pérez de Barradas, 1976: 247-8). En opinión del español, el indigenismo, aunque bien intencionado, terminaba por incorporar al indio a la vida nacional, lo cual en realidad no era más que la continuación de la Conquista. Peor aún, terminaba proletarizándolo, generando una masa "desvinculada del pasado, sin tradición, esclava de las nuevas condiciones de vida, que vive en la mayor pobreza" (Pérez de Barradas, 1976: 247).

PREGUNTAS SOBRE LOS DIARIOS DE PÉREZ DE BARRADAS

Vale la pena preguntarse por la información que pueden arrojar los diarios del español en relación con su imagen pública. La diferencia más grande que se puede esperar es la que corresponde al profesional y extranjero en relación con el intelectual nacional. Con frecuencia se asume que ese contraste implica una relación asimétrica. El investigador extranjero produce teoría y utiliza al científico nacional como proveedor de "datos en bruto" (Quintero, 2009: 37). Así mismo, se podría esperar, siguiendo los estereotipos a través de los cuales se miran las relaciones entre científicos locales y foráneos, actitudes y prejuicios muy diferentes en cuanto a la realidad social del país donde se hacen los estudios. Por supuesto, hay que recordar que Pérez de Barradas provenía de un país que muchos dudarían de clasificar como central, pero aun así tampoco se puede afirmar que proviene de un país que se considerara periférico y marginal como Colombia; al menos en el campo de las ciencias sociales, España tenía, antes de la Guerra Civil, una academia importante. En todo caso, es necesario advertir la dificultad de imaginar al científico extranjero como exponente de una ciencia imperial y al académico nacional como una simple caja de resonancia o una suerte de héroe opuesto a dicha ciencia (Quintero, 2009; De Greif y Nieto, 2005). Lo anterior exige examinar cuidadosamente al científico nacional y al extranjero más allá de exponentes del "centro colonialista" o de la "periferia colonizada". El científico nacional cumple con frecuencia un papel activo en la reproducción de formas coloniales de producción; no es siempre una víctima pasiva de los poderes externos. Y el científico extranjero no siempre encarna intereses contrarios a la ciencia nacional.

Los diarios de Hernández de Alba exponen esa situación con claridad: los académicos nacionales participaron ideológicamente de aspectos de los que se acusa a la "ciencia colonial" y trataron, a veces efectivamente, de incorporarse a las redes internacionales de la ciencia compartiendo activamente sus valores más sospechosos. En este sentido, es necesario hacer preguntas concretas sobre los diarios de campo de Pérez de Barradas que a su vez permitan comparaciones con los diarios del académico colombiano. En primer lugar, se pretende indagar por la forma como Pérez de Barradas entendió su práctica profesional en un país extraño. En segundo lugar, comprender cómo se enfrentó la experiencia de terreno en el contexto cultural y geográfico en el que se desarrolló su trabajo. La tarea del arqueólogo permite familiarizarse con lo exótico y fijar una posición –un juicio moral– al respecto (Guber, 2001: 40), y se quiere saber cuál fue ese juicio. En tercer lugar, se pretende responder algunas preguntas más amplias con los diarios de campo Pérez de Barradas; específicamente, el contraste entre el ámbito público y el privado: ¿qué revela la intimidad de sus diarios con respecto al "otro"? y ¿cómo se compara esa imagen con la que se expresa públicamente?

PÉREZ DE BARRADAS EN COLOMBIA, ¿UNA CASUALIDAD?

La llegada de Pérez de Barradas a Colombia fue, en parte, accidental. No se trata de reducir la importancia de una motivación académica que los textos académicos publicados después de su visita al país resaltan una y otra vez: del lado colombiano, como parte de una política del gobierno liberal, y del español, como si su llegada hubiera sido resultado de un plan. Es innegable que Pérez de Barradas había leído los trabajos de Konrad Preuss y de Carlos Cuervo Márquez sobre la estatuaria de San Agustín. Pero sus diarios sugieren que Colombia era un destino tan bueno como muchos otros. La crítica situación de su país en vísperas de la Guerra Civil, así como la inmovilidad de una academia que lo abrumaba, hacían de Pérez de Barradas un fácil exiliado. La primera anotación de su diario de 1936, que lleva por título Marcha a Colombia, se refrió a la profunda frustración en que vivía: se sentía rodeado de estudiantes "antipáticos indisciplinados", asediado por insoportables burócratas, deprimido por la imposibilidad de tener un buen trabajo hasta que se jubilara algún profesor. Y para empeorar las cosas, triste por la muerte de su madre.

En ese ambiente, Pérez de Barradas fue informado por la Sección de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado español que se necesitaba en Colombia un "técnico en Pedagogía, Derecho, no sé qué y ciencias geográficas e históricas" (FD 2005/1/09). Lo ambiguo de la propuesta –no es necesario enfatizar el "no sé qué" de la propuesta o que no se mencionara su calidad de experto en arqueología– hacía parte de una serie de disparates que parecían quitarle seriedad a la propuesta. Las invitaciones desde Colombia sistemáticamente confundían su nombre con el de Rafael y, además, el salario ofrecido resultaba poca cosa.

Las tareas que se le asignaron a Pérez de Barradas en Colombia ratificarían lo improvisado de la invitación; contrario a la propuesta original de ejercer como docente, su condición de experto se aprovechó para que informara sobre los trabajos que llevaban a cabo Gregorio Hernández de Alba y Georg Burg en Tierradentro (Aceituno, 2008: 272). Según su diario, estando en Barranquilla se enteró de que su presencia en Colombia se debía a Jorge Zalamea, por entonces secretario del Ministerio de Educación, quien lo había conocido en Madrid, aunque el propio Pérez no se acordaba de semejante encuentro (1-3 de agosto de 1936). No obstante, lo improvisado del asunto no fue obstáculo para que Pérez de Barradas decidiera emprender el viaje. Después de verse obligado a enmendar una primera negativa inicial causada por el bajo salario, decidió "irse como sea". Y es que la invitación no podía venir en un momento más oportuno. En España, el 16 de febrero de 1936, se habían dado las "elecciones fatídicas con triunfo del frente popular", en parte gracias a que "los idiotas de los burgueses no se molestaron ni aún en ir a votar". Las huelgas permanentes, la ciudad de Cádiz controlada por pistoleros, los incendios y los saqueos que ocurrían con más frecuencia cada día eran malos presagios que el etnólogo anotaba en su libreta. Algunos de sus amigos le decían que la situación se arreglaría pronto, pero él intuía –con razón– la gravedad del asunto. Contrario a lo que se podría pensar, dicha intuición no se basaba en ideas abiertamente fascistas; las primeras entradas en sus diarios son elocuentes al respecto: España se debatía entre dos extremos: el de los rojos, y el del "pistolerismo imbécil de los niños de la Falange que querían imponer en España un régimen fascista o nazi". España, en fin, era un "inferno en que no se podía vivir" (FD 2005/1/09). No sobra aclarar que si la imagen de Pérez de Barradas como un individuo de derecha hubiera sido notable, probablemente habría chocado a Zalamea, y además hubiera entrado en contradicción con la política colombiana de apoyar al régimen de la República negando el estatus de beligerantes a las fuerzas franquistas, por no mencionar la abierta bienvenida que darían años después a notables exiliados españoles (Acosta, 2009: 306 y ss.). Pérez de Barradas, en pocas palabras, no tiene como destino Colombia; simplemente huía de España, como tantos otros de uno y otro bando.

COLOMBIA, AVENTURA Y NATURALEZA

Pérez de Barradas se embarcó en dirección al Nuevo Mundo con tiquete de primera. "Gracias a Dios nos habíamos salvado de la catástrofe", anotó en su diario, a la vez que presumió entusiasta de los autores cuyos libros lo acompañan: Peri-cot, Schmidt y Malinowski, entre otros. El espíritu aventurero comenzó entonces a opacar en algo la pena de salir de España. En su diario señaló que sus compañeros lo envidiaban por haber salido a tiempo, y críticamente apuntó que los españoles habían perdido el sentido de aventura. La conciencia de viaje al Nuevo Mundo empezó a ser evidente. Rumbo a Puerto Rico, que era la tierra de los antepasados de su mujer, un catalán, Félix Cardona Puij, lo entusiasmó con sus fantásticos relatos sobre el Orinoco, aunque otra pasajera, supuesta autora de un libro titulado Españoles no vayais al Perú, pretendió desencantarlo de la empresa. Muy pronto se hizo evidente que la naturaleza americana resolvía las dudas, al menos temporalmente, a favor del catalán, y más cuando la tripulación estaba cada vez más indisciplinada y amenazaba con arrojar a un fraile por la borda, acontecimiento que ponía de relieve los benéficos de huir de España (24-25 de julio de 1936). Desde ese momento, José Pérez de Barradas idealizó constantemente la naturaleza americana; a partir de la primera entrada al diario en que se refrió al tema, como un verdadero Colón en octubre de 1492, anotó "¡El Paisaje encantador! Viva el trópico! [...] Puerto Rico es un encanto, un paraíso que sobrepasa nuestros sueños... El camarote lleno de flores y frutas del trópico". Luego, Gaira, en Venezuela, se le antojó "una delicia y la gente encantadora" (22-23 de julio de 1936).

Si bien la naturaleza americana continuó impresionando a Pérez de Barradas a lo largo de todo su viaje, la posibilidad de un Nuevo Mundo no tan grato se hizo patente, especialmente en lo que respecta a su población. El antecedente de Gaira había sido positivo, pero Colón, en Panamá, era un "lugar poblado de negros asquerosos..." (26 de julio de 1936). ¿Sería así América? Por el momento esa posibilidad era remota porque después de una lluvia torrencial, le pareció "una ciudad americana estupenda" (26 de julio de 1936). Aunque Puerto Colombia era "un villorrio", la subida por el río Magdalena, con sus papagayos y caimanes, lo hizo sentir como en una película; el tren que lo llevó a Bogotá era modesto, pero las incomodidades fueron compensadas por el paisaje (10 de agosto de 1936). La única sospecha la volvió a despertar la gente, especialmente el "policía bruto" que lo molestó sin saber "lo que era un pasaporte oficial" (10 de agosto de 1936). Una vez en Bogotá, su gente, en particular los funcionarios del Gobierno que lo habían invitado empezaron a incomodarlo desde muy pronto. Por ejemplo, los despachos de Jorge Zalamea le parecieron "tan pobres" que le "produjeron mala impresión", y al día siguiente descubrió que la comida era mala: "¡Pero la comida! Horror que comida más poco 'sabrosa' es la bogotana" (sf FD 2005/1/09 p. 99). "Bogotá cuya parte antigua es una ciudad española pobre" llevó por primera vez a replantearse del todo la imagen de América como refugio, y así, en su diario, por primera vez, anotó: "se me subió España a la cabeza" (12-16 de agosto de 1936). Una conclusión lapidaria, registrada en el diario y luego prudentemente tachada, insinuaba la visión del científico profesional sobre el país: Colombia era una menor de edad y Bogotá una ciudad conventual triste y aburrida (12-16 de agosto de 1936).

PRIMEROS ENCUENTROS CON EL INDÍGENA, LA CAPITAL Y OTRAS REGIONES DEL PAÍS

¿Podría la experiencia propiamente arqueológica cambiar la impresión que se iba formando sobre el Nuevo Mundo? Al fin y al cabo, San Agustín se registraba como "el sueño de toda su vida"; además, las perspectivas del visitante mejoraron cuando, basado en las ideas de Malinowski, escribió en Bogotá un texto sobre mitos muiscas para publicar en la Revista de las Indias, publicación patrocinada por intelectuales liberales. En todo caso, aún tenía el consuelo de haber escapado del "inferno de Madrid" (FD 2005/1/09, p. 111, 1936), y una vez camino a Tierradentro, el optimismo se restableció gracias a que el paisaje era maravilloso y el Cauca un verdadero paraíso, imagen completamente opuesta a la de un Hernández de Alba más predispuesto a la idea de un territorio peligroso. Finalmente, con su primer encuentro con el indio paez, la cosa mejoró notablemente: "Me parece mentira estar entre los indios paeces. Lo que gocé el día 24 que fue mercado en Inzá viendo tantos indios, me / sentí antropólogo"; así mismo, anotó: "música de indios de Calderas durante la comida, sepulcros pintados y estatuas me pusieron muy contento" (FD 2005/1/09, p.p. 114-5, 1936). Tierradentro no fue suficiente y Pérez de Barradas encontró difícil no explorar el Nuevo Mundo, cosa que hizo de inmediato. A su paso por diversas partes del país las sensaciones fueron variadas, aunque rara vez tan negativas como las que se refrieron a Bogotá. La capital, en efecto, nunca fue de sus afectos desde la impresión inicial, aunque, como se verá más adelante, sus ideas se formaron al tiempo que su impresión de los intelectuales nacionales se deterioraba. Bogotá era el símbolo de la intelectualidad, el resto del país no, o al menos no en la misma medida. Poco antes de marchar de la capital camino a su patria, consignó que Bogotá era "pobre, cursi y fea. Pobre Atenas de Suramérica y cómo será lo demás. Ya lo sé, como Quito" (FD 2005/1/15, tachado). Ya en postrimerías de su viaje a España, el 26 de julio de 1938 anotó en su diario que en la capital le robaron su máquina de escribir y unos ceniceros de plata, y que por supuesto no pasó nada, ocasión que aprovechó para escribir en su diario, aunque posteriormente lo tachara, "este delicioso nuevo mundo".

Neiva tampoco fue de sus afectos. Después de visitar a Gustavo Santos, entonces director del Departamento de Extensión Cultural del Ministerio de Educación, en la capital, a mediados de 1937 viajó a esa ciudad y anotó en el diario: "Cuando un pueblo se levanta a las 6, almuerza a las 12 cena a las 7 y se acuesta a las 8 el recuerdo de un régimen conventual es evidente. [...] No es lo lamentable para Colombia la colonial sino que la república no haya desarraigado este modo de vida tan arcaico; que en una capital de departamento sea imposible dormir en el mejor Hotel después de las seis, y que no haya ningún sitio donde se pueda estar fuera de los cafecitos de camarera" (17 de junio de 1937). No ayudó para nada que el inspector escolar de Neiva le dijera: "estamos cansados de que nos descubran los extranjeros" (4 de junio de 1937).

En su segundo diario, el español describió su viaje a Pereira y anotó que el "país de los quimbayas es espléndido"; Cali le pareció una "ciudad grande y alegre", y en cambio, Popayán, "un pueblo grande de casas bajas con mucha iglesia y conventos barrocos y feos" (18 de octubre de 1936). En su tercer diario continuaron los elogios con respecto al paisaje. La bajada de Bogotá a Tierra Caliente atravesaba una "Vegetación exhuberante" (FD 2005/1/11 p. 16, 1937). Más adelante, "El valle de Pitalito es un encanto plano con guaduales como ramos [?] de pluma, haciendas, prados y árboles llenos de flores [...] un paisaje ideal" (FD 2005/1/11 p. 18). El paisaje era maravilloso por la vegetación y "las / amplias perspectivas" o como afirmó luego, refriéndose a Sombrerillos, "bravo, sublime y de una grandeza extraordinaria".

En Timaná, Pérez de Barradas fue alojado en un cuarto que nadie quería y olía a muerto; el comentario sobre la dueña no se hizo esperar: "La doña desciende de la gaitana por su tipo de india bruja con su camisón blanco y por lo ladrona" (FD 2005/1/11 p. 16, 1937). Este comentario contrasta con el primer encuentro lleno de sorpresa y encanto con los indios de verdad. Como Colón, las entradas sobre el nativo pasan de la más ingenua admiración al desencanto. Sin embargo, es justo reconocer que los diarios del español no muestran grandes sobresaltos en sus relaciones con los mestizos e indígenas. De hecho, incluyen muy pocas observaciones sobre estos últimos, y en todo caso sus notas por lo general son bastante más neutras que las que se encuentran en los diarios de Hernández de Alba. No hay ningún interés por denunciar atropellos, pero tampoco se encuentra la ambigüedad de pretender defender al indígena en el ámbito público y encontrar en la realidad un nativo que le desagradaba. Por supuesto no faltan los comentarios negativos: en una ocasión le robaron un pedazo de carpa, y entonces escribió con rabia: "Vivan los andaquíes y los pobrecitos indios" (FD 2005/1/12 p. 4, 1937). En otro momento, uno de los miembros menores de la Comisión Arqueológica Nacional estuvo a punto de ser seducido por la doméstica de Hernández de Alba, y entonces se apresuró a escribir en su diario que se trataba de "una india purísima como las gallinas", que luego de llegar borracha fue despedida (12 de septiembre de 1937).

En otros casos se manifestó bastante comprensivo; el 28 de mayo de 1937 anotó, por ejemplo: "Lluvia colosal; no han venido más que dos obreros, cosa comprensible pues desde anoche no ha dejado de llover". En otra ocasión mostró su abierta solidaridad con el trabajador: el 11 de septiembre de 1937 consignó en su diario como una verdadera tragedia la muerte del obrero Juan Díaz aplastado por el hundimiento de una bóveda de una sepultura en Lavapatas. Algunos eventos fueron más hostiles, pero no se refieren ni al indio ni al mestizo: ocurrieron con los dueños de la tierra y con las autoridades locales. Estupefacto, Pérez anotó que los primeros habían decidido demandarlo por excavar sin permiso de ellos (22 de julio de 1937). Otra situación incómoda se refrió al consumo de alcohol, pero no señaló exclusivamente al indígena, puesto que el vicio también cobijaba a los "notables de San Agustín". Los diarios registran la frustración del español con el secretario y el alcalde de San Agustín, que además de borrachos no le ayudaban, por no mencionar al telegrafista, a menudo completamente ebrio (4 de abril de 1936). Incluso, en una ocasión el "alcalde quiso que tomara un trago por las buenas o por las malas" (29 de agosto de 1937).

INTIMIDADES ACADÉMICAS

Al igual que para Hernández de Alba, el trabajo arqueológico ofrecía para Pérez de Barradas una extraordinaria posibilidad de realización personal. La arqueología realmente lo animaba en medio de impresiones más bien hostiles con respecto al bogotano y la capital. Cuando se encontraba en Bogotá lo entusiasmaban las charlas que dictó en el Teatro Colón sobre la vida económica y social, la vida espiritual, Arqueología, Mundo Antiguo, América; Bogotá ofrecía además la posibilidad de publicar prolífcamente en revistas locales (FD 2005/1/09, p. 126, 1936). En 1937 había ya ideado una cronología del Alto Magdalena bastante detallada3. Ese mismo año, confesó que su "deseo es que mi publicación sea a la de Preuss como ésta a la de Codazzi" (19 de agosto de 1937). En los diarios también se encuentra que el español era bastante entusiasta dictando charlas divulgativas a los jóvenes y maestros de San Agustín (14 de julio de 1937), en contraste con los inoportunos que lo interrumpían en campo pidiéndole explicaciones sobre sus hallazgos (29 de agosto de 1937). En sus diarios no aparecen registrados comentarios despectivos sobre la ignorancia de los jóvenes o de los maestros.

En buena parte su interés académico lo llevó a explorar diversas partes del país, aunque ello no estuviera entre las actividades que el Gobierno le patrocinaba, e incluso, en el caso de un viaje que decidió emprender a Nariño, le generara dolores de cabeza con sus jefes colombianos. En 1937, en efecto, Pérez de Barradas decidió viajar a Nariño, y pronto se enteró de que Gustavo Santos estaba "irritadísimo" por su ausencia del campo (27 de septiembre de 1937). La idea de conocer el sur se justificaba porque en su opinión la fase final de la cultura de San Agustín se había mezclado con culturas originarias de Ecuador (27 de septiembre de 1937). Además, del viaje surgió la idea de estudiar los andaquíes (27 de septiembre de 1937). Los diarios, por lo demás, confirman que no se trató de un paseo, puesto que lo aprovechó para describir sitios y restos culturales, especialmente estatuas, con detalle. A lo largo de 1937 continuó describiendo con emoción sus hallazgos y los de su compañero, el alemán Ernst Bein4. Cada hallazgo en Tierradentro o San Agustín lo emocionaba. "En Lavapatas siguen las aparición [sic] de cosas interesantes [...] demasiado interesantes, pero no puedo verlas", anotó el 15 de junio de 1937. El 29 de octubre de 1938 se mostró feliz por la calidad de las fotos.

INTIMIDADES SOBRE LOS COLEGAS

Pese al entusiasmo que le generan el paisaje y los hallazgos arqueológicos, o incluso a veces, simplemente el hecho de estar rodeado de indígenas, los diarios de campo de Pérez de Barradas consignan problemas con el entorno académico colombiano. El conflicto más grave, y más personal, lo tuvo con Gregorio Hernández de Alba, aunque a través de él también tuvo problemas con buena parte de los pensadores liberales. Pero no fue el único caso. A medida que pasa el tiempo, las entradas en sus diarios se hacen cada vez más amargas al respecto, y el último de ellos termina registrando una inconformidad enorme con los colegas colombianos y extranjeros que conoció en Colombia. Por supuesto, no se oculta una rendida admiración por Konrad Preuss (FD 2005/1/11 p. 29, 1937), gran etnólogo y animador del trabajo de campo (Preuss, 1919), aunque no siempre estuvo de acuerdo con todas sus ideas, como sucedió cuando lo corrigió por no darse cuenta de que el sitio Las Moyas era una fuente y no una quebrada (22 de julio de 1937) (FD 2005/1/12). El problema central era que los colegas trabajaban temas parecidos al mismo tiempo, y a su juicio, lo hacían con poca preparación técnica. Uno de ellos fue Walde Waldegg, que ya se mencionó cuando se trataron los diarios de Hernández de Alba. El colega extranjero se encontraba en San Agustín cuando llegó Pérez de Barradas, pero no tenía mayores credenciales académicas; por ejemplo, había inventado un calendario y especulaba sobre la forma en que los indígenas habían logrado ablandar la piedra para poder trabajarla. Pérez de Barradas lo llamó en la intimidad de sus notas "un austriaco come indio" que había engañado a sus patrocinadores jesuitas (FD 2005/1/09, p. 119, 1936). En su opinión, las ilustraciones de la obra de Walde Waldegg eran "mapitas y croquis deficientes" (26 de septiembre de 1937.

No obstante, los diarios demuestran que José Pérez de Barradas trató de no hacer público su conflicto. Cuando el gobierno regional lo comisionó para evaluar el cargamento de objetos que Walde Waldegg pretendía sacar del país, aceptó la tarea y la aprovechó para describir una desordenada colección de antigüedades (incluidas pequeñas estatuas y cerámica), objetos modernos y curiosidades etnográficas que su colega pretendía sacar del país (FD 2205/1/429). La experiencia no hizo más que animar a que Pérez de Barradas criticara a los patrocinadores del aprendiz de arqueólogo, a los jesuitas, llamándolos "idiotas en todo el orbe", pero en todo caso prefrió no insistir en ganarse un problema gratuito, y así, el 15 de junio de 1937, cuando charló con Gustavo Santos sobre el "asunto W ", concluyó con alivio que "no quedamos en nada afortunadamente para mí" (FD 2005/1/12 p. 31).

Otra cosa muy diferente fue la que sucedió con Hernández de Alba, a quien debía supervisar y quien supuestamente era su compañero de Comisión. El asunto de la animadversión entre los dos es bien conocido (Perry, 2006: 26 y ss.; Pineda, 2009: 123-4; Langebaek, 2009: 185 y ss.), pero los diarios brindan interesantes detalles adicionales. A partir del 26 de agosto de 1936 Pérez de Barradas había decidido vivir con su colega colombiano, pero el resultado no fue el deseado: "pequé de ingenuo"–escribió en su diario– "con Hernández de Alba. Yo era un sentimental nato así que me conmovió su amor a la arqueología y sus sacrificios por la ciencia. Creí que se podía sacar partido de él verdaderamente creí que era una buena persona. Así que le ayude en Tierra Adentro, pasé hambre en su rancho de San Andrés y le ayudé en el viaje que hizo con su familia" (FD 2005/1/09, p. 116-7, 1936.

En su diario, Pérez de Barradas criticó que Hernández de Alba colocara una estatua prehispánica encima de una fuente pública en el pueblo de Inzá (FD 20055/1/10, 22 oct. 1936), que creyera que en Tierradentro se encontraría cerámica inca (FD 20055/1/10, 22 oct. 1936) o que llamara pirámide artificial a una formación natural en Inzá (FD 20055/1/10, 22 oct. 1936). En sus diarios se encuentra cierto interés por describir los hallazgos de Hernández de Alba, algo que explícitamente aceptó el 15 de julio de 1937, así como cuando pidió al gobernador del Cauca que le facilitara una copia de los trabajos de su colega (FD 2005/1/10), pero ello no estaba exento de interés, en la medida en que brindaban la oportunidad de descalificar a su contraparte colombiana. En una ocasión registró que en la Mesita B se daba el caso curioso de que Hernández de Alba excavando "un corredor por fuera destruyó el monumento y sacó dos estatuas pequeñas".

En fin, como resultado de su convicción con respecto a la incompetencia de su colega, Pérez de Barradas decidió tomar cartas en el asunto y envió un telegrama el 4 de noviembre de 1936 al Ministerio de Educación con una nota burlona sobre su colega que decía "Dignos alabanza competencia celo Hernández de Alba" (FD 20055/1/10 p. 195). Esto no impidió que las disputas en campo continuaran: el 19 de junio de 1937 relató que Hernández de Alba le reclamó "que el sabía excavar que yo no le dejaba hacer nada y que quiere gestionar dos mil pesos para irse a Tierra Adentro, todo esto pensando en Colombia y lleno de amor por la arqueología" (FD 2005/1/12). En julio del mismo año, cuando se descubrió el famoso sitio de Lavapatas, la primera emoción consistió en imaginar la envidia que produciría en el colombiano: el lugar se le antojó un verdadero "poema wagneriano" que lo alegraba inmensamente, no se sabe si por la maravilla del hallazgo o porque Hernández de Alba debía haber pensado "que lástima ha haber ido yo primero" (22 de julio de 1937).

Pese a su intención de librarse del colombiano, el 8 de septiembre de 1937 Pérez de Barradas recibió la noticia de que Gustavo Santos había decidido autorizar que Hernández de Alba continuara sus investigaciones (FD 2005/1/12). El 12 del mismo mes, a la vez que exaltó los valores de su señora en campo, se quejó de estar "sin noticias del arqueólogo nacional que anda perdido en Panamá" (12 de septiembre de 1937) (FD 2005/1/12). El 18 de octubre escribió: "Por la noche viene H le hablo duro y saco la deducción de mucho chismorreo ministerial y nada más. Quiere marcharse a Tierra Adentro" (18 de octubre de 1937). Apenas cuatro días después, el 22, el colombiano le confirmó que su contrato estaba firmado y que se había comunicado con el Ministerio con el ruego de "no tomar parte en ninguna comisión arqueológica en que figure yo". En resumen: "Bronca monumental de San Agustín a Pitalito" (FD 2005/1/14, 1937).

En la medida en que Pérez de Barradas escribió a Bogotá para quejarse de su colega, es probable que el español esperara contar con el apoyo de las autoridades colombianas. No en vano registró en su diario que Jorge Zalamea quería deshacerse de Hernández de Alba "y obligarlo a dejar la arqueología y que volviera a la venta de repuestos de autos" (FD 2005/1/09, p. 117). No obstante, la disputa con el arqueólogo bogotano terminó por llevarlo a un conflicto generalizado con el intelectual liberal indigenista. Los comentarios críticos y burlones que no se encuentran con respecto al indio o al mestizo sí se encuentran con respecto a los indigenistas y a los políticos colombianos. Después de una fuerte pelea con Hernández de Alba, éste viajó a Tierradentro, y Pérez de Barradas se trasladó a Bogotá. Cuando se dirigió a una cita en Bogotá con Gustavo Santos, lo vio "salir en auto en dirección contraria" (26 de octubre de 1937); al día siguiente, registró una "Conferencia con Santos, infructuosa y como si no hubiera pasado nada", y luego escribió que la máxima preocupación de este bogotano era "la suerte de Hernández. Tan pobrecito y tan entusiasta por la arqueología. Quiere que lo ayude- Cándido!". El primero de noviembre reflexionó al respecto de la situación en los siguientes términos: "El ministro está harto de cabronadas y tiene que hablar con P B muy detenidamente. El presidente le ha encargado de controlar los gastos de la comisión, sus viáticos son muy altos y no quiere pagarle los viáticos de su estadía en Ecuador" (1 de noviembre de 1937). "A Santos le hablo bien duro, sobre los ultrajes, etc. que no tengo la confianza del Ministerio y que me defenderé caiga el que caiga" (3 de noviembre de 1937). Finalmente, el 4 de noviembre logró entrevistarse con Jorge Zalamea, y encontró que "Lo del presidente es falso solo opuso al veto a H y se archivó su contrato. Justificada mi marcha al Ecuador y muy bien todo". (4 de noviembre de 1937). Aun así, agregó: "El Ministro no me recibe. Santos no apareció en el Ministerio. [...] Mañana veremos si son ellos los que me buscan [...] !Adelante en el rudo combate!" (4 de noviembre de 1937).

Como resultado de la polémica con Hernández de Alba, el 10 de noviembre la Cámara de Representantes pidió informe sobre "el estado de las excavaciones arqueológicas en la región de San Agustín y sobre el resultado de tales excavaciones". El alcance de la polémica no debe extrañar si se tiene en cuenta que el español había llevado el tema a ciertos congresistas y que las autoridades colombianas temían que el asunto trascendiera "al plano de la controversia parlamentaria" (carta de Darío Achury a Gregorio Hernández de Alba, 19 de agosto de 1940, BLA Ms 3085). Como sea, al día siguiente, el 11, Pérez de Barradas entregó un reporte a Gustavo Santos, quien lo leyó, aunque no dijo "una palabra" limitándose a añadir una hoja "copiando párrafos de un informe inofensivo de H al Ministerio". El 12 fue más allá y llamó a Santos "requete imbécil", mientras que el 15 añadió: "sigue la persecución y la pesadilla del Ministerio". Finalmente, el 15 concluyó: "!que exceso de ocupaciones y que falta de sesera! La inteligencia bogotana es limitada. [...] Nota= tema para un artículo para Pan/las circunvoluciones cerebrales de los lagartos y de los intelectuales bogotanos". De nuevo se aplazó cita con los ministros, y entonces el 15 registró (y después tachó) en su diario: "Es encantadora esta intriga pero por desgracia qué estúpidos son todos los del bando contrario. Si tuvieran inteligencia valdría la pena el juego". Para Pérez de Barradas era claro que tanto Santos como el ministro Darío Echandía adoraban "a H y se han hecho eco de sus chismes y naturalmente no saben cómo salir del enredo" (16 de noviembre de 1937).

Aunque su viaje a Ecuador fue perdonado, y el problema de Pérez de Barradas se hubiera podido limitar a Gustavo Santos (a quien su señora, Pura, arañaría si fuese a su casa, como escribió el 19 de noviembre), a Jorge Zalamea, o cuando más al Gobierno liberal, el daño era irremediable: el intelectual colombiano, sobre todo cuando posaba de indigenista, le pareció un mediocre. El 19 de noviembre registró que Santos sabía del proyecto del artista colombiano Luis Alberto Acuña sobre un monumento a Jiménez de Quesada, el cual le parecía horrible. Se debe recordar que mientras el español vivió en Colombia algunos liberales colombianos publicaban activamente en contra de las ideas hispanistas; Germán Arciniegas, por ejemplo, en su conocido artículo sobre la artesanía de Ráquira, acusó a España de truncar el desarrollo de la América indígena y de cubrir más que descubrir el alma del continente (Arciniegas, 1936). Estas ideas debían resultar desagradables a Pérez de Barradas. En Bogotá, el 19 de enero de 1938, comentó la lectura de ¿A dónde va Indoamérica? del peruano Haya de la Torre, "que es el sumum de la petulancia y de la imbecilidad.

Estoy firmemente convencido que o España no debió descubrir América o debió pasar a cuchillo a todos los indios", anotación a la que añadió "[...] y criollos después". Otra entrada es bastante significativa: "Lo que es evidente es que el hispanoamericanismo es un mito. Debemos corresponder al odio / que se nos tiene con el más profundo desprecio [o violento ataque, añadido]". Con sarcasmo registró las ideas raciales criollas, las cuales le debieron parecer bastante peculiares: "Solo hay tres razas diferenciadas –dijo A López5– la judía, la inglesa y la antioqueña".

No obstante, Pérez de Barradas tenía una genuina preocupación por la preservación del patrimonio colombiano, y sus observaciones al respecto no eran bien recibidas. Una y otra vez se repiten en sus diarios observaciones críticas sobre el poco cuidado de los colombianos con el tema. "Resultó ayer –anotó el 11 de febrero de 1938– que los tipos de San Agustín y H tenían razón en considerarme como comunista, pues las estatuas sepultadas etc. son de propiedad particular según la Constitución. La ley dice que solo forman parte del Monumento Nacional" [...] "Lo mismo la guaquería está considerada como profesión y no se puede impedir ¡Una maravilla!".

Para empeorar las cosas, el español se enteró de los planes que tenía Hernández de Alba para celebrar el cumpleaños de Bogotá, los cuales fueron aceptados por el Gobierno. El 10 de febrero de 1938 escribió que "El Director N de bellas Artes es un mierda (sic). Hoy por la mañana me confesó que ama a H [por Hernández de Alba], el que está proyectando una exposición / arqueológica o por lo menos está conquistando al Ministro. Quiere que yo colabore con él. No tiene idea de lo que es dignidad" (10 de febrero de 1938). "Le chillo y corto con él". El fantasma de Hernández de Alba continuó atormentándolo en su relación con sus superiores: Gustavo Santos volvió "a influenciarse por el compadre H [uno y otros cabrones]" (23 de septiembre de 1937).

La exposición6, gracias a la cual Hernández de Alba lograría llevar indígenas y muestras arqueológicas para el cumpleaños de Bogotá, causó profundo malestar. En su diario anotó que estaba "convencido de que mi hipersensibilidad es morbosa porque a qué tanto alboroto si no hay más fondo que una idea genial de entidad tan importante como la Sociedad de Arqueología" (11 de febrero de 1938). "El hecho es que los lagartos son muy feos y por eso se asustan", y añadió: "por eso es el animal nacional" Esto, por cierto, fue acompañado de un recorte de El Tiempo pegado en el diario que anunciaba la exposición. La noticia afirmaba lo propio del indigenismo nacional: que el indio era un tradicional olvidado en Colombia, "Pero hay quien vele por él y quien sueña con enaltecerlo, como a primitivo dueño de la tierra donde se hacienta (sic) y donde el país se desarrolla, trayendo a los ojos de nacionales y turistas las muestras de la civilización desaparecida y las realizaciones de los que todavía viven la azarosa existencia de tribu" (11 de febrero de 1938). Según el mismo recorte, la exposición no estaba dirigida a especialistas: era "algo para todos y para los ojos". Habría conferencias amenas, productos indígenas. Y los indios: "Ellos serán objeto de la curiosidad, pero al propio tiempo de simpatía. Y en todos los patriotas dejarán el anhelo de hacer lo necesario para que queden definitivamente incorporados a la economía colombiana" (FD 2005/1/14 pp. 159-60). En contraste con semejante nota, Pérez de Barradas pegó en su diario otra noticia de periódico menos espectacular, pero que debió causarle cierto consuelo: los miembros del Concejo Municipal de San Agustín se oponían a que salieran piezas del municipio para Bogotá (El Tiempo, 4 de marzo).

Progresivamente, las notas del diario se hicieron más amargas. "Gustavo Santos, así sin don porque no me ha resultado caballero y sin duda porque no lo és...", registró el 16 de febrero de 1938. El célebre López de Mesa le resultó "un Hernández grande" (14 de febrero de 1938), y sobre él añadió burlonamente: "Todo lo que había dicho le decía yo sobre S. A ya lo había pensado él con la mano sobre la frente ¡Oh! Oh! Muy interesante", nota que sin embargo luego tachó (14 de febrero de 1938) y su impresión no mejoró cuando el colombiano le pidió información sobre los taironas, seguramente también para aprovecharse de su trabajo (29 de marzo de 1938). Por fin subrayó expresiones como: "Arar en el agua. Esto es lo que se hace cuando se trabaja científicamente por América" (22 de febrero de 1938), "!Oh delicioso Nuevo Mundo! Ayer compré América Tierra Firme del gran Arciniégas y me encuentro con que justo al final de la Colonia era un horroroso centro de perversión que purificó Simón Bolívar" (2 de marzo de 1938).

En 1938 las entradas al diario fueron parecidas a las primeras notas antes de abandonar España, sólo que ahora Colombia era el país que se debía abandonar. El 9 de enero anotó que Colombia era la tierra "del quién sabe", la "mucha pena", el "por supuesto", y el "cómo no", "fórmulas todas ellas propias de la inteligencia [limitada, tachada] criolla" (9 de enero de 1938). Si su opinión sobre los políticos liberales había quedado claramente definida, los conservadores no le parecieron mejores. El 10 del mismo mes registró un discurso del político conservador Silvio Villegas en Medellín, en el cual aseguró que "como nacionalistas expulsaríamos a los extranjeros que se han apoderado del Ministerio de Educación Nacional" (10 de enero de 1938). Su opinión sobre los miembros de ese partido se deterioró aún más cuando el 29 de enero registró que "Los españoles nacionalistas de acá son idiotas también. Hoy abren el centro con entronización del Corazón de Jesús por Monseñor González, discurso de Laureano Gómez ¿se creyeron que hay un ligero punto de contacto entre los conservadores colombianos y los nacionalistas españoles?" (29 de enero de 1938). Más adelante escribió lo ridículo que le pareció que los estudiantes de la Universidad Javeriana recibieran al embajador de España con el grito de "Viva Franco!" (FD 2005/1/15 p. 37, 1938).

Una entrada del 16 de enero en el diario demuestra que Pérez de Barradas optó por comparar a Colombia con un imaginado pasado prehispánico del Alto Magdalena nada halagüeño: "Candidez, habilidad política o simplemente que Colombia es igual a San Agustín no lo / sé. Cada vez comprendo menos este pueblo y cada vez echo más de menos mi amada España" (16 de enero de 1938). Otro paralelismo inevitable fue con la España trágica que había abandonado: en abril insertó un recorte de periódico sobre la violencia en Bogotá, en el cual se señalaba que en Semana Santa habían ocurrido 3 suicidios, 60 robos, estafas, 100 casos de riñas, 12 de seducción, uno de falsificación de moneda (El Tiempo, 13 de abril de 1938). Las frecuentes huelgas y hechos violentos se hicieron trágicamente familiares: "empieza como en España deben traer más gobiernistas rojos", anotó lacónicamente el 30 de abril de 1938, si bien tachó posteriormente la parte de los rojos.

En febrero pactó con José Francisco Socarrás cuatro clases para siete alumnos: Antropología física, Etnología, Prehistoria general y Prehistoria americana, pero a estas alturas nada parecía reconfortarlo. El primero de abril concluyó que el "retraso cultural colombiano es una delicia puesto que lo rejuvenece a uno cuando oye hablar de cosas de hace veinte años tomadas en serio como si fueran actuales". A medida que su situación se hizo más precaria, renovó los esfuerzos para irse a Estados Unidos, y a juzgar por sus anotaciones, estableció contactos con la Fundación Carnegie, la Fundación Rockefeller y la Universidad de California en Berkeley. Ninguno de ellos prosperó.

Una forma de superar su frustración consistió en buscar consuelo en el sacrificio propio de la investigación científica; así, en el diario se empezaron a intercalar notas como: "En ciencia es menester interesarse por las cosas, no por las personas", citando a Marie Curie, o: "No entabléis lucha con enemigos a los cuales despreciáis", atribuido a Nietzsche. Finalmente, se le propuso renovación de contrato pero rebajándole el sueldo, un nuevo insulto, al cual luego se le añadió la noticia de que no habría renovación alguna. Para ese momento, el deseo de regresar a España era ya patente. El 28 de enero anotó desesperado: "Cada día estoy peor y veo en la muerte el único descanso"; y el 20 de marzo: "Sigo fastidiado con el vientre pero contento de ver abierta la puerta de salida de este [desventurado, tachado] país pues la propaganda roja me tiene desorientado respecto a España" (20 de marzo de 1938). Sus últimas entradas ratificaron una crítica a la arqueología que patrocinaba el régimen liberal ("la arqueología colombiana progresará mucho, con sus métodos tan propios y originales" escribió socarronamente, FD 2005/1715 p. 8, subrayado en el original), e incluyeron una observación sobre la xenofobia de los colombianos: "!aquí pueden hablar mal de los extranjeros porque fuera no [...] se lee nada de Colombia, y además son unos infelices. Que se creen que son unos genios [...] bueno, no son más que pendejitos, inofensivos" (15 de julio de 1938).

"¡O estoy loco o lo están todos aquí!", fue una de sus últimas notas en los diarios colombianos (23 de julio de 1938), antes de embarcar para España. Allí, su destino sería bastante decoroso. Pese a que incluso las entradas más tardías a sus diarios revelan que no era un falangista convencido, tuvo suerte. Durante su viaje al Nuevo Mundo, había enviado un cable a Burgos solidarizándose con el levantamiento contra la República, "teniendo la suerte de recibir acuse de recibo que me sirvió mucho a la vuelta" (sin fecha, FD 2005/1/09, p. 97, 1936). Al regresar a su país, en 1939, Pérez de Barradas fue nombrado director del Museo Nacional de Antropología, y, como se señaló al comienzo de este artículo, durante varios años desempeñaría un papel de cierta importancia en la antropología de ese país (Carrera y Martín, 2002: 130).

LO ESCRITO, LO OCULTO, LO TRANSFORMADO

Como se explicó en la primera parte de este artículo, las reflexiones de los diarios de campo no son propias del texto científico. Se involucran demasiado con la vivencia personal del autor y, por lo tanto, no cumplen con las expectativas científicas. Los diarios, para ser útiles, deben ser traducidos al texto impreso, lo cual implica suprimir, añadir, complementar, o incluso cambiar los registros iniciales. Ese proceso hace parte del oficio del antropólogo "como autor". No se trata de traducir de un texto a otro, sino de algo más complejo: transferir del ámbito privado al dominio público, ya sea éste el especialista o el del común de la gente. La información "en bruto" del diario se debe domesticar, y, una vez terminado ese proceso, está listo para entrar a los circuitos en los que el autor está interesado en participar. El proceso mediante el cual los diarios se transforman en documentos públicos implica una selección cuidadosa del lenguaje, de los temas que se pueden tratar y de aquellos que es mejor ignorar. Pero no son decisiones sencillas; siempre tienen por delante la consideración sobre el auditorio. Quién lee y qué se le quiere informar al que lee son trascendentales en el proceso de transformación.

El primer texto en el cual Pérez de Barradas presentó su información sobre las actividades de Burg y Hernández de Alba corresponde a un memorando dirigido al Ministro de Educación Nacional el 17 de diciembre de 1936, fecha en la cual sus diarios ya mostraban un distanciamiento con respecto al colombiano. Se trata de un escrito sin polémica, amable, y hasta cordial con el colega. Narra que la Gobernación del Cauca había dado impulso a los trabajos en la zona y había encargado a Burg el estudio arqueológico. Después de describir someramente los hallazgos arqueológicos, se concentra en el tema de Hernández de Alba. El comunicado señaló que con una "constancia ejemplar" el bogotano había excavado sepulcros, y añadió que su "celo y entusiasmo" eran dignos del "mayor elogio". Y que gracias a él, y en menor medida a Burg, había sido posible darse "cuenta de la importancia extraordinaria de los yacimientos arqueológicos de Tierra Adentro" " (FD 2005/1/410 p. 2). En una tónica similar se publicó Arqueología y Antropología Precolombinas de Tierra Adentro, en 1937. El texto fue condescendiente con las autoridades políticas al punto de afirmar que las investigaciones científicas en la región habían comenzado cuando el gobernador del Cauca, Alfredo Navia, "descendió al sepulcro número 1 de Segovia" (Pérez de Barradas, 1937a: 11). Así mismo, reconoció explícitamente que su estudio se basaba en las colecciones que le había facilitado Hernández de Alba, y afirmaba que éste, además de ayudar a corregir los dibujos de Burg, quien "sólo recogió algunas piezas de cerámica y huesos", había hecho limpiar la supuesta pirámide, realizó algunas excavaciones y logró prohibir la guaquería (Pérez de Barradas, 1937a: 13-4). Con respecto a la famosa pirámide, mencionó su opinión de que correspondía a una formación natural, pero no puso en ridículo la opinión de Hernández de Alba sobre su carácter artificial (Pérez de Barradas, 1937a: 37).

La educada cortesía del español con respecto al trabajo del colombiano le daba algún crédito, pero el mismo año de 1937, en un artículo sobre un hallazgo orfebre en Tierradentro, llegó a omitir cualquier mención sobre su colega colombiano (Pérez de Barradas, 1937b). De 1938 datan tres textos muy distintos que dan cuenta de las actividades de Pérez de Barradas. Uno, publicado en la Revista de las Indias, fue completamente fel a sus diarios en su agradecimiento con el país, "puesto que me libró a mí y a los míos de vernos envueltos en la espantosa tragedia que asola a España", aunque llevó el argumento más lejos y sorpresivamente afirmó que amaba a Colombia como a su segunda patria (Pérez de Barradas, 1938a: 35), algo que, por supuesto, riñe con sus diarios. En este artículo Hernández de Alba no fue mencionado, aunque otros miembros de la expedición sí lo fueron (Pérez de Barradas, 1938a: 38). En otro texto, publicado a mediados del mismo año sobre las cabeza-trofeo en la estatuaria, tampoco hizo la más mínima mención sobre el colombiano (Pérez de Barradas, 1938b). No obstante, otra cosa sucedió con otro artículo menos especializado del mismo año, publicado en Cromos (Pérez de Barradas, 1938c). En el texto, de amplia circulación en un medio no especializado pero que por entonces contenía información seria sobre las actividades científicas, había un recuento de los primeros investigadores de la región. Si bien en sus diarios quedaba claro que el único que era digno de emulación era Konrad Preuss, destacó a los antecesores colombianos: Francisco José de Caldas, Agustín Codazzi y, especialmente, Carlos Cuervo Márquez. Esto no implicaba que la obra de Preuss perdiera protagonismo: si bien se le acusaba de no hacer elaboradas interpretaciones sobre las estatuas, "todo verdadero sabio cuando carece de elementos para formular una teoría calla y no levanta hipótesis sin base".

Si bien en la revista Cromos, el español reconoció el peso intelectual de colombianos que muchos considerarían aficionados, en el caso de los extranjeros la crítica fue explícita. Federico Lunardi no había contribuido científicamente porque tan sólo había estado cuatro días en la región7. Así mismo, la obra de Walde Waldegg se consideró "tan pretenciosa como inútil". Sus visitas rápidas y excavaciones "desdichadas" lo llevaron a interpretaciones fantasiosas: que las estatuas no pudieron ser talladas sino moldeadas o que los habitantes de San Agustín tenían un "calendario"; además, aunque en sus diarios había sido explícito su deseo de que las autoridades no lo metieran en líos con el "asunto W ", en Cromos pareció oportuno anotar que personalmente había tenido ocasión de examinar el cargamento que el investigador quería sacar de Colombia, y proponer su decomiso, a excepción de los moldes de yeso.

A pesar de que los diarios contienen una crítica explícita a la arqueología patrocinada por el Gobierno liberal, en Cromos el español sostuvo que, como era "lógico y natural", las primeras excavaciones arqueológicas con "verdadero espíritu científico" habían comenzado gracias al Ministerio de Educación Nacional y, en particular, a Gustavo Santos. Sobre la relación con Hernández de Alba hay menos pudor: el bogotano había llegado "dos meses después de iniciadas las excavaciones", e iniciado trabajos independientemente de él. En resumen, no había recibido "ni colaboración ni cooperación", pese a que existían artículos periodísticos en los cuales "este señor habla de sus excavaciones cuando se refiere a sus escasos trabajos personales y a las labores de la comisión arqueológica cuando se trata de aquellas excavaciones en las que no tuvo parte alguna, como por ejemplo las de la quebrada de Lava-patas" (Cromos, 15 de enero de 1938).

El contenido de su artículo en Cromos, escrito para el amplio público colombiano, contrasta con Colombia de Norte a Sur, publicado en 1943 en España. Esta vez el texto es aún más relevante tanto por lo que ocultó como por lo que narró, aunque el estilo es más entusiasta que su artículo de Cromos, a mitad de camino entre un relato de viaje y un reporte científico. Fragmentos enteros son copiados con cierta fidelidad de su diario, especialmente por lo que se refiere a las aventuras, como es el caso de su expedición a la Cueva de los Guácharos, que debieron encantar al lector europeo, pero también en buena medida por lo que se refiere a la descripción de materiales arqueológicos. Ésta es la obra de un viajero europeo destinada al lector europeo para quien las aventuras exóticas del autor tenían seguramente más sentido que sus polémicas científicas. La relación con los colombianos fue manejada de forma muy diferente: aunque en el diario es evidente que el viaje fue, por lo menos en parte, improvisado, el libro admitió la emoción que le causó la lectura en 1913, aún como bachiller, de los viajes del francés Eduard André8 por tierras colombianas, así como la influencia de Carlos Cuervo9 en querer conocer el "hermoso país colombiano". Por supuesto, no se recordaron los problemas que acompañaron su contratación, ni su desesperación de salir de la España en guerra: tan sólo se señaló que había aceptado gustoso. Se omitió por completo la confesión de que no recordaba haber conocido a Jorge Zalamea, a quien, pese a todo lo que se consignó en los diarios, describió como "querido y buen amigo" (Pérez de Barradas, 1943: 149). En el propósito de su viaje a Tierradentro señaló la tarea de verificar las tareas de Burg, pero omitió a Hernández de Alba, aunque más adelante le concedió haber descubierto algunas estatuas (Pérez de Barradas, 1943: 133). No se registró la hostilidad hacia el colombiano, que sí apareció en Cromos; animadversión en cambio sí se mostró en el caso de Walde Waldegg, con respecto a quien se ratificó en su crítica –que ya había sido privada y pública– considerando su obra una fantasía y una pérdida de "dinero, tiempo y esfuerzo" (Pérez de Barradas, 1943: 174).

De hecho, Colombia de Norte a Sur introdujo una fórmula de cordialidad por el tan antipático colombiano que iba más allá de los agradecimientos a Jorge Zalamea, las sorprendentes confesiones de amistad con gente que en la intimidad despreciaba, o la disminución del problema con el colega colombiano. Bogotá, la insufrible capital, súbitamente, un lugar de "alto rango cultural", merecía con justicia el título de Atenas Suramericana (Pérez de Barradas, 1943: xv). No obstante, al mismo tiempo, la obra fue aprovechada para argumentar algo completamente natural para los prejuicios del español, algo que difícilmente habría tenido cabida en Cromos, pero que lo acercó a las ideas que posteriormente defendería en Los mestizos de América: que España había tratado mejor que nadie a los indios, y que éstos se habían acabado por guerras intestinas (Pérez de Barradas, 1943: xiv).

En Colombia de Norte a Sur, Pérez de Barradas ocupó imaginativamente la posición del conquistador. La narración de su viaje por Colombia recreó la expedición de los conquistadores Quesada y Benalcázar, una sensación que no registró en su diario y que probablemente no hubiera sido de buen recibo entre los colombianos. Su impresión sobre los indios fue bastante esquiva: se les representó en sendas fotografías y se incluyó un texto mucho más largo de lo que habrían permitido sus escuetas notas etnográficas recogidas en los diarios. Pero aun así se pueden señalar verdaderas transformaciones en la información. Sobre todo cuando reprodujo la descripción que había hecho Georg Burg del entierro de la hija de un gobernador de la comunidad Páez de Santa Rosa (Tierradentro). En el diario, el acontecimiento se había descrito como algo jocoso; el padre de la niña muerta y la comunidad habían estallado en carcajadas por la torpeza del primero al depositar las ofrendas fúnebres. Este detalle se omitió por completo; intencionalmente se eliminó un aspecto inapropiado, quién sabe si por la seriedad con la que la sociedad debía tratar a los muertos, o la que debía el etnólogo a sus propias convicciones (Pérez de Barradas, 1943: 119 y ss.).

CONCLUSIONES

En sus últimos años, José Pérez de Barradas aseguró a uno de sus estudiantes que sus memorias serían impublicables (Reverte, s.f.). Sus diarios, sin embargo, pueden ayudar a llenar ese vacío sin su consentimiento. A sus espaldas se pueden utilizar sus infidencias para emprender diversas tareas en relación con Gregorio Hernández de Alba, de quien también sin su permiso se pueden leer sus diarios. Un punto de partida para analizar los diarios de los dos personajes consiste en insistir en que ambos comparten, con matices ligeramente diferentes, un discurso científico común, así como unos valores de pertenecer a una comunidad que brindaba beneficios evidentes tanto al colombiano como al español. Hay en los dos una práctica consensuada basada en valores que establece acuerdos y delimita los parámetros sobre los cuales puede haber diferencias (Bourdieu, 2008). En el caso de José Pérez de Barradas y de Gregorio Hernández de Alba las interpretaciones sobre el pasado en relación con Tierradentro y San Agustín no fueron muy diferentes; en ambos casos extrapolaron conceptos de la prehistoria europea, especialmente por lo que se refiere a las tesis migracionistas, los conceptos sobre historia del arte y las periodizaciones. Pero más allá de ello, los acuerdos disciplinares son los que permiten criticar al lego (a Walde Waldegg y a Burg), y disentir sobre aspectos como la primacía del descubrimiento (ejemplarizada con el caso de Lavapatas, ver la foto 1), la rigurosidad de la descripción o la prudencia en la interpretación. No se trata de una lucha ideológica en el sentido político, indigenismo contra antiindigenista, por ejemplo, la cual es sólo aparente, aunque para cada uno de los personajes corresponda a su retórica pública. En lo más cotidiano, las motivaciones que movían los antagonismos fueron más elementales: el afán de reconocimiento y la búsqueda de participación en la crecientemente importante academia de Estados Unidos fueron comunes a los dos investigadores. El eje central de la polémica fue el reconocimiento académico, no sólo el "haber estado allí" sino el "haber llegado primero" o el "haberlo hecho mejor".

No quiere decir que el carácter colonial de la ciencia practicada por Pérez de Barradas no salga a relucir. Gregorio Hernández de Alba y José Pérez de Barradas no tuvieron una relación simétrica, y la diferencia entre los dos fue implícitamente avalada cuando el Gobierno nacional impuso al español como supervisor de las investigaciones del colombiano. Es evidente que aquel no consideró a éste su par; por el contrario, lo interiorizó constantemente poniendo en duda su habilidad para ejercer correctamente el oficio, a veces ignorando simplemente sus aportes, a veces ridiculizándolos.

Pero ésa no es una situación en la cual el académico colombiano desempeñara un rol pasivo, reducido a simple víctima del extranjero. El intelectual colombiano tuvo armas a su disposición y las utilizó. Aunque en el catálogo de la exposición de 1938, que dio pie a la polémica con Pérez de Barradas, Hernández de Alba citó al español (Hernández de Alba, 1938a: 31), ese mismo año, cuando publicó los resultados de sus trabajos en Tierradentro, se limitó a comentar que los detalles del libro Arqueología y etnografía de Tierradentro los había suministrado él, durante "la breve visita de tal autor a la zona de trabajos" (Hernández de Alba, 1938b: 101). En 1940 escribió una carta a Darío Achury, de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional, en respuesta a una misiva en la cual se le exigía devolver materiales escritos por el investigador español; en ella, el colombiano negó tener el material, y esgrimiendo el consabido argumento nacionalista, manifestó su interés "para ir haciendo luz en eso que a los colombianos nos interesa estudiar bien", lo cual se lograría corrigiendo "algunos errores del señor Pérez de Barradas", ahora descrito sutilmente como "el técnico español" (carta del 28 de septiembre de 1940, BLA Ms 3085 [Anexo 1, Perry, 1994]). En 1940 escribió un texto en francés10 sobre San Agustín y aprovechó para presentar a Pérez de Barradas como encargado de algunas excavaciones y como un miembro más de la comisión. Con respecto a Lavapatas, se atribuyó su descubrimiento: refrió que un pescador y cazador, Ernesto Gumis, le comentó que había visto en ese lugar una enorme rana de piedra y algunos canales. "Se decidió" entonces limpiar el sector, con la sorpresa de encontrar "una maravillosa obra del pueblo escultor" (Hernández de Alba, 1979: 60). Más adelante anotó, de forma bastante ambigua, que Lavapatas había sido descubierto "por la Comisión" (Hernández de Alba, 1979: 90). Su Guía arqueológica de San Agustín, olímpicamente, ignoró cualquier referencia al español (Hernández de Alba, 1943), como también sucedió con su artículo sobre arqueología de Tierradentro y San Agustín en el célebre Handbook of South American Indians, editado por Julian Steward (Hernández de Alba, 1946). En las notas de clase que Eliécer Silva Célis11 tomó con Gregorio Hernández de Alba en 1942, se consignó que el colombiano acusaba al español de asegurar que las divinidades del agua sólo aparecían en lugares secos, cuando ello era claramente falso; así mismo, queda claro que, cuando mencionó los antecedentes de investigación en Tierradentro, omitió cualquier referencia a su contradictor (BLA Ms 1362-24).

Por cierto, los vínculos con académicos extranjeros sirvieron para que Gregorio Hernández de Alba pusiera en perspectiva la calidad del trabajo de sus colegas colombianos y llegara a críticas no muy diferentes a las que había hecho el propio José Pérez de Barradas. Tanto el colombiano como el español hicieron grandes esfuerzos por incorporarse a la academia internacional y, durante los últimos años, a museos o universidades norteamericanos que comenzaban a desplazar a sus contrapartes europeas, especialmente francesas. Como había escrito uno de los colombianos más interesados en el tema de las antigüedades, Francia se imaginaba como un lugar donde "toda labor intelectual tiene su colmena a la cual acuden, en bullidor enjambre, todos los intelectuales del mundo", al cual Colombia abría sus puertas generosamente (Posada, 1923: 365). Eso no era cierto en el campo de la etnología y la arqueología. Gregorio Hernández de Alba se vinculó con la academia francesa, pero no descuidó sus relaciones con la academia norteamericana; en ese punto fue más exitoso que José Pérez de Barradas, gracias a los estrechos vínculos con Julian Steward que desarrolló en la década de los cuarenta (Price, 2008: 113). En 1935, su visita a La Guajira le había servido para "captar los métodos de investigación del Dr Petrullo", el italoamericano que exploraba la región (carta del 3 de agosto de 1935 desde Cussi, BLA Ms 3085). Esos vínculos, en parte, justificaron cierta actitud crítica con proyectos liberales de la mayor importancia, como la Comisión de Cultura Aldeana, cuya gente vio "rápidamente los pueblecitos costaneros no característicos del pueblo guajiro. Pregunta mucho, trabajan, tienen interés pero sobre posse" (BLA Ms 1882 vol 2: 49). En 1936, desde Francia, escribió a Luis López de Mesa criticando los "ensayos, más bien desgraciados por la calidad de individuos se han hecho ya en la Normal Superior. Debemos hacer ahora una obra continua y sistemática" (carta del 3 de junio de 1939, BLA Ms 3085). No obstante, cuando se empapó de las novedosas ideas de las escuelas norteamericanas, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, no ocultó sus elogios, y desde esas corrientes –no desde las modas parisinas criticó lo que se hacía en Colombia (Langebaek y García, 2009).

Además de exponer actitudes similares antes las prácticas académicas, los diarios de campo exponen diferencias sobre todo relacionadas con la imagen de la naturaleza y del otro. Para José Pérez de Barradas la naturaleza americana fue motivo continuo de asombro ilimitado; de hecho, los más elogiosos comentarios, por encima incluso del entusiasmo que generaban los restos arqueológicos, correspondieron a la exuberante vegetación colombiana. Para Hernández de Alba el paisaje de Tierradentro no fue objeto de admiración, sino un problema (espacio inculto) o incluso un motivo de temor (espacio violento en el presente y en el pasado). En el caso del colombiano, el otro, es decir el indígena y el mestizo, fue entendido en medio de una ambigüedad imposible de resolver. Los indígenas (no los campesinos, por supuesto no lo suficientemente exóticos) fueron un problema político, además de objeto de estudio. Fueron fuente de su legitimidad como indigenista, un buen argumento para la inspiración nacionalista, pero también, y gracias a la ambigüedad, un simple objeto entre político y académico: se quería incorporarlos a la nación, pero se debían mantener "estudiables". Los nativos son, en otras palabras, apropiables. Para Pérez de Barradas el asunto era muy diferente: necesita del indio, pero no como propiedad, sino más como referencia. En algunos pasajes, el español reprodujo las impresiones de un Colón del siglo XX: el prisma a través del cual apreció al indígena fue el del admiratio. Sus diarios no descansaron en admirar el paisaje tropical; y uno de sus más emotivos comentarios se refrió a la inmensa alegría que le produjo estar entre indígenas. En Colombia de Norte a Sur los nativos hicieron parte del exótico y bello paisaje que emocionaría al lector europeo; en sus artículos académicos fueron un frío objeto de estudio. Nunca fueron, sin embargo, objeto de reflexión sobre la identidad del investigador. Realmente, si se juzga a partir de sus diarios, queda claro que el verdaderamente otro no fue el indio. Quienes generan una ambigüedad como la que el indio generaba en el etnólogo nacionalista, fueron los intelectuales colombianos. Fueron ellos los que lo llevaron a definirse como hispanista.

La prueba de que el indio era lo de menos para José Pérez de Barradas es que éste comenzó a alimentar la "crítica al indígena" que lo haría tan famoso, no como reacción en contra del nativo, sino como reacción contra el indigenismo del colombiano. Éste era indigenista, y, por lo tanto, el indio se transformó en un punto de contienda. Fue otra vez objeto, pero en un sentido bastante más superficial que en el caso del colombiano. En los diarios del español el indio es irrelevante. Los colegas y los intelectuales colombianos abarcan todo el espacio que uno podría esperar llenaran los indios, los campesinos o los negros. Las últimas entradas de los diarios de Pérez de Barradas indigenizan al colombiano al punto de comparar a Colombia con la cultura de San Agustín. Se ha sugerido en otros trabajos que esta práctica, de profundas raíces coloniales, es la que despierta en el colombiano el indigenismo, y que se interiorizó como cierta en los círculos intelectuales nacionales. Al fin y al cabo, el propio Luis López de Mesa hizo lo mismo que Pérez de Barradas con respecto al pasado prehispánico. La diferencia, por supuesto, es que mientras que para el intelectual colombiano el tema era el de "sus" ancestros, para Pérez de Barradas era imposible la apropiación de un indígena que había sido tomado como posesión, retóricamente y de forma positiva, por el colombiano.

La lectura de los diarios del científico extranjero en relación con los de Hernández de Alba pone de relieve aspectos relevantes para la crítica de la arqueología y la etnología colombianas. Las similitudes y diferencias entre ambos obliga a admitir que las dicotomías fáciles no son fáciles. Los textos analizados están llenos de matices y complicaciones. El investigador etnocentrista, prejuiciado y guiado por sus propios intereses personales no es el uno en oposición al otro. Esto implica la obligación de un ejercicio reflexivo con respecto a la disciplina nacional. Un ejercicio que supere las dicotomías fáciles entre el extranjero y el colombiano, entre el indigenista y el antiindigenista, entre el nacionalista y el imperialista (categorías que, sin embargo, no pierden su valor), y ayude a comprender la práctica profesional de una manera más sofisticada y, en últimas, más autocrítica. Lo anterior no implica perder de vista la naturaleza subordinada que pueda tener la práctica nacional con respecto a la extranjera, pero sí obliga a despojarse de esa suerte de metafísica del progreso con que se mira el surgimiento del indigenismo y la ciencia nacional como si fueran resultado de una cada vez mayor conciencia política y creciente respeto de la alteridad por parte del investigador nacional. Y al extranjero como un incómodo obstáculo en ese proceso.


Comentarios

1 Decano de la Facultad de Ciencias sociales de la Universidad de los Andes, Colombia. Agradezco la colaboración de la biblioteca Luis ángel Arango por haberme facilitado la consulta de los diarios y correspondencia de Gregorio Hernández de alba y al Museo de los orígenes en Madrid, especialmente de Alfonso Martín, por su enorme ayuda con los manuscritos de José Pérez de Barradas. Y desde luego a la Universidad de los Andes por haber hecho posible esta investigación durante el período intersemestral de 2010. Este artículo se benefició de los comentarios de Héctor García Botero, Emilio Piazzini y Álvaro Camacho, Renán Silva, Claudia Steiner y un generoso evaluador anónimo.

2 La información consignada en los diarios se cita teniendo en cuenta la fecha de la entrada en el diario. sin embargo, en algunos casos es difícil identificar la fecha, y entonces se acude al sistema de clasificación del material en el Museo de los orígenes de Madrid. dicho sistema es el siguiente: Fd 2005/1/09 1936 marcha a Colombia, Fd 2005/1/10 del 14 de octubre al 10 de noviembre de 1936, Fd 2005/1/11 del 19 de marzo al 19 de mayo de 1937, Fd 2205/1/12 del 20 de mayo al 20 de septiembre de 1937, Fd 2005/1/13 del 21 de septiembre al 16 de octubre de 1937, Fd 2005/1/14 del 16 de octubre al 22 de diciembre de 1937 y Fd 2005/1/15 último diario. En este artículo se transcriben las citas del diario conservando su redacción y ortografía originales.

3 Época arcaica "Cultura Megalítica andina", estatuas cilíndricas y primitivas de 200 a.C. al 150 d.C, Época Clásica escultura bulto Chavín 150 a 400 d.C., decadencia, ruina de los templos 400-450 d.C., barroco nuevas construcciones, estatuas en loza Tihuanaco 450-700 d.C., Fase epigonal migraciones del norte 700-850 d.C., Final invasión Cultura Cauca 850 en adelante. (2005/1/11 p.p. 156 y ss., 1937).

4 Biólogo, muchos años después vicerrector y rector del Colegio Gimnasio Moderno en Bogotá.

5 Probablemente Alejandro López (1876-1940), ingeniero liberal y autor de importantes obras sobre los problemas sociales colombianos.

6 Sobre la exposición se pueden consultar Botero (2009) y Perry (1999, 2009).

7 Federico lunardi (1880-1954), diplomático italiano que visitó San Agustín en 1931. autor de el macizo Colombiano en la prehistoria de sud américa, publicado en río de janeiro en 1934.

8 Viajero que visitó el país en 1875 y publicó animadas referencias sobre la arqueología del país.

9 Investigador colombiano, conocido por su descripción de la estatuaria prehispánica de San Agustín.

10 El texto fue publicado en 1978 y reimpreso en 1979.

11 Conocido arqueólogo colombiano, alumno del instituto etnológico nacional.


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