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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.15 Bogotá jul./dic. 2012

 

LEER A SILVA A CONTRAPELO: DE SOBREMESA COMO NOVELA TROPICAL

Felipe Martínez Pinzón*

* Ph.D. en Literatura, Universidad de Nueva York. College of Staten Island, City University of New York-CUNY, Estados Unidos felipe.martinez@nyu.edu


RESUMEN

A través de la fantasía civilizatoria de Fernández en De sobremesa José Asunción Silva relee la imaginación espacial de las élites sobre el trópico para parodiar las metáforas espaciales de acuerdo con las cuales las alturas andinas son el epicentro civilizado de la nación. Con este texto, Silva desenmascara a los geógrafos y etnógrafos como viajeros inmóviles, profetiza las consecuencias de concebir el trópico desde parámetros de zonas templadas y se burla de la posibilidad de una cultura nacional concebida como un producto "natural".

PALABRAS CLAVE:
De sobremesa (1925), José Asunción Silva (1865-1896), literatura y etnografía en Colombia, clima y cultura en Colombia, Modernismo.


READING SILVA AGAINST THE GRAIN: DE SOBREMESA A TROPICAL NOVEL

ABSTRACT

Fernández' civilizatory fantasy in J.A. Silva's De Sobremesa provides a position from which to re-read discourses about space and place written by elite Colombian geographers and ethnographers. From a vantage point infused in parody, this fantasy deploys the metaphorical arsenal used by elites to encode the Colombian tropics. Thus, Silva unmasks contemporary intellectuals as travelers whose spatial imagination was literary, prophesizes the consequences of conceiving the tropics from a temperate worldview, and mocks the possibility of conceiving national culture as a natural product.

KEY WORDS:
De sobremesa (1925), José Asunción Silva (1865-1896), Literature and Ethnography in Colombia, Climate and Culture in Colombia, Colombian Modernism.


LER SILVA AO CONTRÁRIO: DE SOBREMESA COMO ROMANCE TROPICAL

RESUMO

A fantasia civilizatória de Fernández em De sobremesa, de José Asunción Silva, é um ponto de partida para se reler os discursos espaciais das elites escritos por geógrafos e etnógrafos colombianos. Como paródia, essa fantasia lança mão do arsenal metafórico usado pelas elites para codificar os trópicos colombianos. Assim, Silva desmascara seus contemporâneos intelectuais como viajantes cuja imaginação espacial era literária, profetiza as consequências de conceber os trópicos com a perspectiva das zonas temperadas e faz pouco da possibilidade de conceber a cultura nacional como um produto natural.

PALABRAS CHAVE:
De sobremesa (1925), José Asunción Silva (1865-1896), literatura e etnografía na Colômbia, clima e cultura na Colômbia, modernismo colombiano.

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda15.2012.04


Como muchos intelectuales latinoamericanos en Europa durante el siglo XIX -exiliados, de negocios o en funciones consulares-, el colombiano Rafael Núñez desplegó en su momento narrativas de salvación para Colombia a partir de lo que observaba en Europa. Convencido de que tenía que volver para cambiar el país y que para hacerlo debía retornar a sus funciones políticas, mientras está en Francia escribe, en carta a su amigo Salvador Camacho Roldán: "Me pregunta Ud. si deseo regresar i categóricamente le responderé: Sí!! Porque no deseo otra cosa, pero yo no puedo regresar sino a virtud de una elección para el Congreso, o en caso de gran conflicto político. Creo que ud. me dará la razón. En cualquiera de las dos eventualidades no vacilaría un instante en abandonar estas latitudes" (Del Castillo, 1987: 71). Casualmente, las elecciones y el "gran conflicto político" son las dos variaciones del plan que José Fernández, protagonista principal de la novela De sobremesa (publicada póstumamente, en 1925) de J. A. Silva (1865-1896), contempla para llegar al poder; un plan que concibe en Interlaken (Suiza) y sobre el cual escribe una entrada en su diario europeo que leerá a sus amigos una vez vuelva al trópico americano. En esta muy comentada entrada, volviendo sobre el tópico del "regreso patriótico" (Martínez, 2002: 336) para salvar al país desde Europa, José Fernández fantasea un plan para civilizar el trópico americano en tiempos (y esto es importante) del fracaso de la construcción del Canal de Panamá -entonces, parte de Colombia-, a cargo de Ferdinand de Lesseps. Entiéndase por "civilizar', en la parodia de Silva, europeizar en su más tosco sentido: trasplantar Europa al trópico americano, literalmente, a pesar del clima, de sus gentes y de su vegetación, en suma, de su historia, para dejarlo "convertido en una nueva Suiza" (Melgarejo, 2010: 114).

Esa fantasía ha sido tildada al mismo tiempo de protofascista y de infantil (Camacho Guizado, 1996), de satírica (Gutiérrez Girardot, 1996) y de subversiva del pensamiento político de la Regeneración de Núñez y Miguel Antonio Caro (Melgarejo, 2010). Más allá de su encasillamiento, me parece que la narrativa ahí desplegada es un pastiche cuya fuerza centrípeta es la parodia no solamente del pensamiento del liberalismo económico del siglo XIX, como lo han sostenido todos los autores arriba citados y muchos más1, sino del discurso geográfico naturalizado como científico por las élites decimonónicas colombianas, desde Francisco José de Caldas, a comienzos de siglo, hasta Carlos Cuervo Márquez, a finales. Me parece que la trasposición que hace Silva del discurso geográfico nacional al literario hace posible ver la factura ficcional de aquél, y, en ese sentido, al interrumpir su asimilación, nos permite entender su veta ideológica, filtrada a través de un discurso estético donde se aliena manifiestamente la naturaleza de la cultura, desarraigando a Colombia de su especificidad espaciotemporal al quererla convertir en una Neoeuropa (Crosby, 1986). En la fantasía civilizatoria de Fernández se ponen en funcionamiento todas las metáforas espaciales con las que las élites se refirieron al trópico americano: la altura de clima benéfico como lugar del conocimiento, el movimiento vertical civilizatorio desde arriba hacia abajo del mapa etnoclimático caldasiano2, la feracidad inexplotada de las tierras tropicales y el ansia por domesticar el territorio para su control y su dominación económica (y de sus habitantes, se entiende).

Silva frente al mapa etnoclimático de Caldas

Huyendo de los placeres, el lujo, y también de sí mismo, Fernández sube a las alturas de los Alpes suizos a "un sitio inaccesible donde no llegan turistas, una garganta salvaje de monte", donde decide recluirse, viviendo fuera de todo lujo en "una casucha de madera tosca, habitada por una pareja de viejos campesinos" (Silva, 1996a: 342). En esa evasión campestre donde pretende Fernández desintoxicarse, Silva escenifica la tensión entre degeneración y regeneración, espacializándola entre la ciudad enervante y la estadía terapéutica en el campo (Fernández-Medina, 2006: 69). Irónicamente, como lo han visto Melgarejo y Beckman, será en este lugar donde Fernández, un degenerado, "desenmascara al regenerado mostrándole que está en un momento de delirio no asumido" (Melgarejo, 2010: 114). Es en el locus regenerativo de la campiña Suiza donde Fernández cae en un rapto escriturario -que no tiene nada de calmante, sino de enervante- para escribir, de un solo envión, lo que María del Pilar Melgarejo ha denominado felizmente el "pasaje nacional" (2010: 281) y Ericka Beckman ha llamado una "export reverie"3 (2005: 36).

Tal vez en ninguna otra parte como en el "pasaje nacional" se muestra en todo su esplendor y en toda su teatralidad4 "la virtud imitativa de Silva" (Sanín Cano, 1985). Las montañas de Suiza, y en particular las de Interlaken, son referencias espaciales para releer el viejo tópico caldasiano de la escritura y del pensamiento como actividades que se dan desde la altura para iluminar las tierras bajas tropicales, lugares refractarios a la civilización (Caldas, 1966 [1808]: 116). Al desnacionalizar el lugar de la escritura del plan civilizatorio, Silva está haciéndonos extraña (ostranenie) la convención caldasiana de la altura de clima benéfico como lugar privilegiado del conocimiento y de la cultura en el trópico colombiano. Un tópico que, sin las connotaciones climistas, ya había inaugurado Humboldt, seguido por Bolívar y Bello (Pratt, 1992; Beckman, 2005: 219). La altura del "picacho" donde Fernández no tiene "más libros que unos estudios de prehistoria americana, escritos por un alemán y unos tratados de botánica", actualiza el observatorio astronómico de Caldas en Bogotá sólo para borrarlo, haciéndolo superfluo, innecesario. Burlonamente, se vuelve el haz envés: Europa es el único sitio desde donde se puede pensar el futuro del trópico. Le devuelve así la carne al maniquí del pensamiento eurocéntrico: la altura como lugar del pensamiento es una idea europea. Con este gesto de Silva, la altura andina, asemejada a Europa por pensadores de impronta caldasiana como los hermanos José María y Miguel Samper, vuelve a ser lo que siempre había sido: apenas otra parte del trópico vista desde Suiza. Por eso es que el plan civilizato-rio de Fernández se piensa primero para las provincias -la abrumadora mayoría de ellas en las tierras bajas-, para luego concretarse en la capital, la cual será el último destino del plan, un lugar que recibirá desde afuera los designios exteriores, en vez de propagarlos (Silva, 1996a: 346).

Mary Louise Pratt ha notado cómo "the solemnity and self-congratulatory tone of the monarch-of-all- I survey scene are a virtual invitation to satire and demystification" (1992: 204). Con su Fernández, encumbrado en Suiza como el monarca de todo lo que contempla, Silva lleva la burla a un punto de fruición al escribir en el "pasaje nacional" las páginas más devastadoras en contra del proyecto civilizatorio durante el siglo XIX. Fernández camina por las montañas suizas hasta encontrar "una colina que domina el paisaje" (1996a: 343), desde la cual se despliega "la naturaleza" como un mar (1996a: 343). La visión de la naturaleza como un paisaje liso, tal como el mar (Deleuze y Guattari, 1987: 340), presto a ser escrito y en ese sentido dominado ex nihilo, es una narrativa cuyo linaje es tan viejo que se retrotrae a Colón, para el caso americano. Esa narrativa no es otra cosa que una práctica preparatoria para la invasión y la dominación, como lo ha sabido hace tiempo la crítica cultural (Pratt, 1992; Serje, 2005).

El cielo como el mar y el mar, a su vez, como las montañas son los espacios en donde Fernández concibe su plan civilizatorio. Cita así otro procedimiento caldasiano: mirar el suelo en el cielo para no tener nunca que bajar la mirada. El plan civilizatorio se le insinúa primero en medio del Atlántico, en la popa de un buque, mientras todos los pasajeros duermen. En ese lugar "el mar calmado y el cielo de un azul sombrío y purísimo se confundían en el horizonte" (1996a: 345). Fernández lee el texto de las constelaciones y en él, no en el suelo de la historia, ve el futuro, su plan, que se le va insinuando en una prosa que cede a un discurso más propio de la magia5 o de la religión que de la ciencia o de la matemática. El rapto de Fernández en medio del Atlántico está descrito en estos términos:

En la primera hora de quietud pensativa volvieron a mi mente escenas del pasado, fantasmas de los años muertos, recuerdos de lecturas remotas; luego lo particular cedió a lo universal, algunas ideas generales, como una teoría de musas que llevaran en las manos las fórmulas del universo, desfilaron por el campo de mi visión interior. Luego cuatro entidades grandiosas, el Amor, el Arte, la Muerte, la Ciencia, surgieron en mi imaginación, poblaron las sombras del paisaje, visiones inmensas suspendidas entre dos infinitos del agua y del cielo. (1996a: 345)

Luego de contemplar esta visión, Fernández se funde "en un éxtasis pan-teísta de adoración sublime" (1996a: 345). Similar a un éxtasis como éste, igualmente "producido por la grandiosidad de la escena", es la experiencia por medio de la cual se le "aparece" el plan civilizatorio, subiendo los Alpes suizos, en una economía de altitudes donde sube la montaña para que baje sobre él la paz que antecede a la "aparición" del plan civilizatorio: "bajó sobre mí [sobre Fernández] una suprema paz en las horas pasadas en el picacho adonde subo" (Silva, 1996a: 345). Sin embargo, la escena de la concepción del plan civilizatorio no copia simplemente las coordenadas espaciales de Caldas como ese orden visto en el cielo que se quiere copiar en el suelo (Nieto, 2007). El pasaje nacional, otra vez, cita el tópico común para deshacerlo. Desde la altura, Fernández ve la naturaleza como un mar, pero después, al aguzar la mirada, encuentra la naturaleza completamente tecnologizada, habitada y puesta a producir: hay molinos de viento y animales domesticados. La luz lo va precisando todo, al punto que Fernández lleva la mirada desde lo lejano hacia aquello que lo rodea inmediatamente, para escribir algo que en las fantasías climatológicas de Caldas y otros ilustrados es impensable: el lugar mismo desde el cual escribe6:

Miro a mi alrededor y en primer término, cerca de la verdura amarillenta y aérea de un grupo de sauces, diviso el viejo molino cuya gran rueda, al girar contra lo negro del paredón enmohecido por la humedad, convierte el chorro de agua que la mueve en hilos y gotas de cristal transparente de impalpable vapor [...] [donde] [p]asa a los pies del molino el camino de cabras que trepa a la cima [...]. (1996: 343)

Así como lo cercano está poblado, mediatizado por el trabajo, aquello que está lejos también está transformado por el hombre, al punto que el trabajo y el comercio interconectan ambos espacios, la altura del picacho y el camino de las llanuras bajas. Así, con su Fernández Silva despeja la incógnita que los pensadores caldasianos siempre ocultaron: el mapa nacional no necesariamente estaba calcado sobre las rutas agroexportadoras hacia Europa sino sobre rutas verticales que siempre han conectado las alturas andinas con las tierras cálidas de cultivo.

La Neoeuropa tropical

Del hostal cosmopolita en Interlaken donde concluye "el pasaje nacional" a "una casa rodeada de jardines y de bosques de palma" en el trópico (1996a: 55), el plan civilizatorio de Fernández es una empresa cuyo objetivo es trasplantar -en el más puro sentido de la palabra- la biota europea al trópico americano. Un trasplante de fauna, flora y hombres que se debe materializar en el reemplazo de la historia de la América tropical por la de Europa bajo la forma, por una parte, de una biblioteca donde se hermanen los textos americanos y europeos y, por otra, de un paisaje tropical jardinizado, un invernadero sin vidrio, muy parecido a la casa de El Cabrero de Rafael Núñez en Cartagena (Melgarejo, 2010). Ése será el lugar privilegiado por el texto fundacional de esta Neoeuropa7 tropical que concibe Fernández desde Europa. Allí, desde ese espacio, se podrá "contemplar el desarrollo [...] de una novela nacional y de una poesía que cante las viejas leyendas aborígenes, la gloriosa epopeya de las guerras de emancipación, las bellezas naturales y el provenir glorioso de la tierra regenerada" (1996a: 353). Ese lugar del trópico jardinizado, la posibilidad burlonamente distópica de una Neoeuropa tropical8, es fruto precisamente de la borradura de la geografía tropical a través una horizontalización del espacio producida por una revolución en el transporte, por la muerte "de miles de infelices indios" y por la invasión biogeográfica del trópico de agricultura vertical. Ahí está la ironía suprema del "pasaje nacional": el texto fundacional de la cultura nacional también será un producto planificado, industrializado, fruto de las últimas tecnologías del trasplante de fauna y flora, y de las más avanzadas armas con las cuales adelantar el genocidio sobre la población nativa del trópico. Sin duda, un comentario oscuro sobre la "cultura nacional" como orquídea de invernadero, un producto "natural" de la sociedad en un determinado espaciotiempo.

En efecto, la fantasía civilizatoria de Fernández concluye, materialmente, en un hostal cosmopolita de Interlaken que tiene su correlato, inmaterial, fantaseado, en una hacienda tropical que es el invernadero sin vidrio, un mundo donde se cumplen las fantasías que el escritor J. M. Samper -otro de los parodiados por Silva- tuvo al visitar los jardines de clima controlado del Crystal Palace de Londres9: un trópico sin gente (de color) (Viajes, tomo II, [1862]). Es el invernáculo de clima controlado parisino o londinense convertido de súbito en un mundo real. Esa continuidad entre los Alpes y el trópico es el trayecto de la fantasía de Fernández, una linealidad horizontal para unificar Europa y América con "el aplastante rodillo denominado modernización" (Parsons, 1992: 52). Esta horizontalidad pasa, en primer lugar, por una revolución en los transportes del trópico de altura y su interruptora verticalidad. Ante un espacialidad textualizada como espesa y detenida: "el suelo pantanoso, nido de réptiles y fiebres" (1996a: 352), Fernández se propone obliterarlos mediante la introducción de "blancos y rápidos vapores que anulen las distancias" (1996a: 352). Anular10las distancias, que es otra manera de borrar el espacio, paradójicamente, no logra hacer del trópico de altura una economía integrada sino todavía dividida, donde se dan, sin integrarse, al parecer, todas las producciones del mundo, reeditando de nuevo el viejo tópico caldasiano de la feracidad del trópico neogranadino. Sobre el trópico de altura, Fernández literaliza, como lo querían Caldas y sus émulos, una economía cosmopolita donde se dan todos los productos de la biota planetaria, pero de forma segmentada:

En aquellos climas [de los Andes tropicales] que van desde el calor de Madagascar, en los hondos valles equinoxiales, hasta el frío de Siberia, en los luminosos páramos donde blanquea la nieve perpetua, surgirán, incitados por mis agentes y estimulados por las primas de explotación, todos los cultivos que enriquecen, desde el banano cantado por Bello en su oda divina hasta los líquenes que cubren las glaciales rocas polares; todas las crías de animales útiles desde avestruces que pueblan las ardiente llanuras de África, hasta los rengíferos del polo. (1996a: 350)

Hacer de los Andes tropicales una reunión de todas las producciones del mundo es el paso previo para aclimatar en ellos a los inmigrantes, convirtiendo al trópico no en una Neoáfrica o Neoasia, sino en una Neoeuropa donde los europeos -y no los nativos americanos, porque el cambio se fantasea desde Europa para los europeos- reconocerán su lugar de procedencia. En la fantasía de Fernández, la única manera en que el trópico puede convertirse en Europa es dejar de ser, anularse y convertirse en "el risueño home" donde recibir al "extranjero adornada [la ciudad] con todas las flores de sus jardines y las verduras de sus parques" (1996a: 352).

El cambio de la biota tropical para convertir el Trópico americano en Europa pasa luego por un cambio de las ciudades. La capital transformada "como transformó el barón Haussman a París" (1996a: 352) lleva, asimismo, a decorar la ciudad con "las estatuas de sus grandes hombres [europeos]" (1996a: 352), para terminar erigiendo en ella "bibliotecas y librerías que junten en sus estantes los libros europeos y americanos que ofrecerán nobles placeres a su inteligencia" (1996a: 353). El corolario de este continuum entre la historia europea y la americana se sellará, luego de esta radical transformación -que es un verdadero genocidio ecológico y cultural-, con la escritura de los textos nacionales que tengan un "sabor netamente nacional". Esa novela nacional -que es una verdadera orquídea de clima artificial- es el fruto del genocidio racial y, como tal, naturaliza la violencia como génesis de algo que llamamos cultura nacional.

Silva, lector de José María Samper

Como vemos, Fernández quiere trasplantar a la realidad las metáforas privilegiadas de la conciencia alienada del pensamiento geográfico nacional. Por eso es tan importante, y en nada aleatorio, que Silva -cultivado en los textos geográficos de José María Samper, pero también en otros de escritores no sólo nacionales sino extranjeros como Élisée Reclus11- haya decidido que Fernández conciba su plan en Suiza, y no en otro lugar. Durante todo el siglo XIX hizo carrera la comparación entre la geografía de Suiza -y también Suiza como modelo político12- y los Andes colombianos. En su viaje a Suiza -y en los escritos que desde ahí produce- José María Samper se da cuenta de que las montañas de Suiza "nos harán evocar a cada momento la imagen querida de la patria" (Viajes, tomo II, [1862]: 8), y desplegando un lenguaje calcado de la descripción caldasiana de los Andes intertropicales, pero sin la variedad climática, escribe: "[Suiza ofrece] los más variados paisajes de topografía y vegetación, desde el profundo valle y la ondulosa planicie hasta las agujas graníticas, negras y completamente abruptas, y las cúpulas de nieves eternas que se pierden en los abismos de la atmósfera, casi jamás holladas por el hombre" (Viajes, tomo II: [1862], 26).

Al hacer una lectura queer de la voz de Fernández a través de sus lecturas y reescrituras de la voz de Maria Bashkirtseff, Sylvia Molloy emplea el término "voice snatching" para evidenciar un "slippage between quoting and impersonating" (1997: 18). Con su Fernández, Silva no sólo ventrilocuiza a Bashkirtseff, sino también a J. M. Samper. En Viajes de un colombiano en Europa (de 1862) Samper relata su paso por Interlaken -el lugar más "cosmopolita" de Europa (Silva, 1996a: 360), de acuerdo con Fernández, quien sigue los pasos del político liberal, tal como el propio Silva- describiéndolo como "un pedazo de algunos de esos elegantes arrabales compuestos de palacios y quintas que se ven en los alrededores de Londres, París y Berlín" (Viajes, tomo II, 1862: 155). Esta cita de Samper deja ver un deseo encubierto: la posibilidad de una ciudad europea sobre las montañas, una fantasía que promete materializar, a su vez, un largo sueño de las élites colombianas: la Europa andina, un espacio utópico que Samper sólo insinúa, pero que Silva capta para hacerlo manifiesto en el plan a través del cual Fernández busca convertir el trópico en Europa.

De esta manera, el "voice snatching" de Samper en Fernández y su deformación, en un discurso afiebrado por el progreso, "literaturizan" la ahistorización desencadenando la parodia y, en ese sentido, produciendo un efecto opuesto: la historización de la literatura, lo cual nos permite ver el material político del cual están hechos los textos. Por ejemplo, donde Samper escribe: "¿Para qué las fortificaciones, si lo que más deseamos es que nos invadan legiones de inmigrantes, de ingenieros, artesanos, agricultores y negociantes?" (Ensayo, 1862: 123), Fernández lo copia, pero lo deforma, exagerándolo, con un: "[la inmigración] afluirá como un río de hombres, como un Amazonas cuyas ondas fueran cabezas humanas y mezcladas con las razas indígenas [.] poblará hasta los últimos rincones de estos desiertos" (1996a: 351). En un gesto modernista, Silva interrumpe el discurso de la modernización a través del "voice snatching" desplegado en el "pasaje nacional". Con esta interrupción nos hacemos conscientes de que el lenguaje es "una casa dotada de un pasado y una materialidad en el presente" (González, 1987: 25), una materialidad que adopta las formas y los espacios de la tradición para mostrarnos a la literatura trasplantando, cooptando, otros discursos, en este caso geográficos y políticos, como una máquina epistemológica que opera a través de la citación y la parodia.

Silva y sus precursores

La crítica temprana sobre Silva lo inventó como un hombre sin tradición, es decir, sin suelo fértil desde el cual construir su propia obra en territorio colombiano. Su amigo Emilio Cuervo Márquez compara a Silva con una orquídea: "Entre la hostil maraña del bosque tropical, como enjambre de mariposas convertidas en flores por la voluntad de un Genio, cuelga la orquídea su penacho de pétalos exóticos [.] Así fue Silva [...] Silva no se parece a nadie. Él fue solo. No tiene parentesco intelectual con ninguno de los bardos hispanoamericanos" (1915: 421). Desde entonces ha hecho carrera dentro de la crítica, pero también dentro de los textos biográficos sobre el poeta, la visión de un Silva "rodeado de un vacío cultural" (Smith-Soto, 1996: 576) en la Colombia de fines del siglo XIX. Sin embargo, una lectura tanto de su correspondencia como de De sobremesa prueba lo contrario. Silva no solamente mantenía, como se sabe, estrechos vínculos intelectuales con ensayistas como Baldomero Sanín Cano, escritores como Jorge Isaacs o políticos liberales como Rafael Uribe Uribe, sino con personajes que en principio no tenían nada que ver con el mundo de las letras. Me refiero, por una parte, a su correspondencia con el médico y geógrafo antioqueño Manuel Uribe Ángel, y, por otra, a la evidencia que existe en las cartas suyas sobre la lectura hecha por Silva de los textos de Prehistoria y viajes (de 1893) del hermano de su amigo Emilio -citado más arriba-, Carlos Cuervo

Márquez, geógrafo, etnógrafo y general conservador colombiano del fin de siglo13. Quiero proponer a Silva como lector y a la vez como re-escritor que hace burla de estos textos etnográficos escritos por figuras contemporáneas suyas.

En 1882, Jorge Isaacs, en su informe al gobierno regeneracionista sobre los territorios de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la península de La Guajira, Las tribus indígenas del Magdalena, desnudó el sustrato literario del discurso espacial de las élites a través del reporte personal de los accidentes geográficos de esa zona. El texto de Isaacs se lee como una crítica sardónica al cientificismo de autoproclamados geógrafos -como el expresidente Santiago Pérez o Federico Lleras T.14- que describían lugares que nunca habían visitado, y lo hacían a través de la lectura de textos literarios como Las elegías de varones ilustres de Juan de Castellanos o de relatos de viajeros extranjeros en Colombia:

Por carecer el señor [Santiago] Pérez de pormenores exactos acerca de tales montañas, acogió los de Mr. May, sin vacilación ni desconfianza mínima, y cualquiera habría hecho lo propio en su lugar. De ahí que las suponga completamente desiertas o visitadas más por algunas tribus semibárbaras; de ahí que acepte lo de la hermosura de las mesas. Hay en ello de verdad las inducciones del señor Pérez, no bastantes a premunirlo de errores. (Isaacs, 1967 [1882]: 53)

El de Isaacs es un demoledor y divertido ejercicio de lectura comparativa, entre el discurso geográfico y la experiencia personal, cuya conclusión es elocuente: los geógrafos colombianos eran viajeros inmóviles cuya imaginación espacial era literaria. Eran lectores de la geografía nacional desde un invernadero. El ejercicio de lectura de Isaacs, en ese sentido, deja marcas incluso ortográficas que desnudan la impostura de aquellos a quienes Isaacs critica. Citando a Santiago Pérez, Isaacs interviene el texto y lo transcribe de la siguiente forma: "La temperatura del Valle de Upar es fría y suave (19), [.] La proximidad de este país a Europa, su historia romántica (...!) y tradiciones fascinadoras, constituirían al ser verdadera y simplemente representada, una atracción irresistible para los emigrantes europeos [.]" (1967 [1882]: 51) (cursivas, puntos suspensivos y exclamación en el original). Poniendo en cursiva las apreciaciones que encuentra falsas, a partir de su observación personal, o llanamente introduciendo signos de exclamación para comentar aquellas que le parecen inmotivadas, Isaacs reescribe estas citas para desinscribirlas, deslegitimándolas y desnudando el sustrato ideológico de los textos geográficos nacionales.

Mientras Isaacs nos hace conscientes del sustrato literario desde el discurso geográfico, Silva realiza con el "pasaje nacional" una operación similar, donde desnuda el sustrato literario de los discursos etnográficos y geográficos pero de forma, a su vez, literaria. Sus lecturas de Carlos Cuervo Márquez y de su antecesor, Ezequiel Uricoechea, rezuman su influencia en la escritura de la entrada de Interlaken, pero también de toda la estructura narrativa de De sobremesa. Tanto en el Uricoechea de la Memoria sobre las antigüedades neogranadinas (de 1856) como en los sucesivos relatos de viajes que trabajaron sobre sus ideas -como es el caso de Prehistoria y viajes de Cuervo Márquez- hace carrera una idea que ya estaba instalada desde los textos de Humboldt sobre la historia prehispánica del trópico colombiano, y que correría en la tradición hasta el surgimiento de la arqueología y etnología académicas en Colombia durante la década de 1930 (Botero, 2006: 63). Siguiendo un pensamiento claramente climista, se representaba a las comunidades chibchas de altura como más "avanzadas", pacíficas y dóciles que las comunidades caribes de las cuencas riberanas y de las planicies de baja altura15. A su vez, se escenificaba esta fragmentación en oposición bélica. Los caribes acechaban a los chibchas constantemente con la amenaza de invadirlos. Escribe Carlos Cuervo Márquez:

Ni la raza pampeana de la región oriental, ni los pueblos de la raza andina que ocupaban el interior, pudieron resistir el empuje formidable y sostenido por siglos de la invasión caribe. De estos pueblos, sobre todo los andinos, unos fueron totalmente destruidos o devorados por los invasores antropófagos; y otros, como los chibchas, cediendo el terreno, tuvieron que encastillarse en las altas mesetas de la cordillera oriental, siendo muy excepcionalmente que parece haberse producido una fusión de las dos razas. (1956 [1893]: 219).

Así, la historia de la civilización en la altura y del salvajismo en las tierras bajas -como han anotado Serje (2005), Botero (2006) y Langebaek (2009)- es construida, con pretensiones científicas, como una narrativa cuyos antecedentes se localizan, de acuerdo con la imaginación espacial letrada, en las culturas prehispánicas. Esta dicotomía climista que divide irremediablemente a los caribes de los chibchas, poniéndolos en guerra, le servirá a Silva para leer la dicotomía entre la línea paterna de los Fernández de tierra fría, místicos y anacoretas, frente a los llaneros Andrade, lúbricos y enérgicos guerreros16. Los primeros copian la representación divulgada por las élites andinas sobre los chibchas, los segundos, la caribe.

Carlos Cuervo Márquez y el regreso del pasado atávico

La lectura de Prehistoria y viajes de Cuervo Márquez es esclarecedora, una vez se la lee con De sobremesa al lado17. Es evidente que el "pasaje nacional", como vimos, no solamente se lee como "a stunning parody of nineteenth-century political and economic discourse" (Beckman, 2005: 210), sino como una relectura literaria de discursos espaciales dominantes sobre la nación. Silva usará la figura de Carlos Cuervo Márquez para que sobre ella Fernández, su personaje, ejercite muchas de las tácticas civilizatorias que piensa, desde Interlaken, practicar sobre el trópico americano. Fernández copia a Cuervo Márquez como maestro del atuendo. Tal como Fernández pretendía hacer pasar a "los ingenieros y sabios ingleses" por buscadores de orquídeas "frente a mis compatriotas" (1996a: 347), cuando en realidad eran ingenieros, Cuervo Márquez pretende ser un botánico y geógrafo que, escudándose en relaciones barométricas y en disquisiciones pseudocientíficas, no es más que un buscador de oro por los territorios del Tolima. En su relación de viaje aparecen, repetidamente, apreciaciones como ésta: "aguas abajo seguimos examinándolo con atención, y en todas partes encontramos oro de muy buena calidad, pero en cantidades muy pequeñas" (1956 [1893]: 16).

En su esclarecedora lectura del fin de siglo latinoamericano, Ángel Rama, en Las máscaras democráticas del modernismo, ha notado cómo, en medio de un ambiente carnavalesco, "los modernista asumieron con desparpajo democrático las máscaras europeas, [y] dejaron que fluyera libremente una dicción americana, traduciendo en sus obras refinadas un imaginario americano" (1984: 169). Cuando el poeta Fernández asume la máscara de civilizador liberal en el "pasaje nacional", es cuando logra desnudar a generales conservadores como Cuervo Márquez de las suyas propias. El Fernández de Silva es un poeta enmascarado de civilizador que hace una crítica americanista, desde una novela pretendidamente eurocéntrica, a textos que impostan un americanismo de charanga y pandereta, como los de un Cuervo Márquez haciéndose pasar por botánico y geógrafo.

Confirmando que "el arte vive de paradojas" (Rama, 1984: 169), como la que arriba anotamos, Silva desenmascara proyectos militares que, como los de Cuervo Márquez, son de invasión pero se camuflan como científicos. La espacialidad militar del general Cuervo Márquez mira el terreno desde tres ópticas: el clima (para asentamientos), la riqueza (para su explotación) y su localización estratégica para la guerra. Al viajar por tierras de Tolima y Huila, pero también por el Guaviare, Cuervo Márquez nota constantemente cómo éstas son tierras desaprovechadas por las comunidades indígenas que viven ahí. Sus climas supuestamente refractarios al progreso podrían ser atemperados, sostiene el general, una vez las selvas sean taladas y se usen para el cultivo las dehesas resultantes. Con un razonamiento parecido al "por encanto" de Caldas, donde se propone talar la selva como mecanismo "higiénico", Cuervo escribe: "el clima no es malo, como generalmente se cree, y él irá mejorando día por día, a medida que el cultivo vaya conquistando el terreno feracísimo ocupado hoy por la selva secular" (1956 [1893]: 71). El discurso de raza también viene a sumarse al del clima -como siempre-, dando el retrato de las comunidades nativas de estas tierras como personas arruinadas por el ambiente, de tal manera que "en poder de una raza más laboriosa [se refiere a la suya], Huila sería el asiento de una gran ciudad que, alimentada por las bellas, ricas y extensas vegas del San Vicente y del Páez, sostendría comercio activo con los valles del Magdalena y del Cauca" (1956 [1893]: 42). El envión para infundir de comercio esos territorios se apalanca en tácticas bélicas que se esconden tras consideraciones científicas sobre el clima: la infiltración en el territorio a través de su cambio ambiental, la invasión de gentes foráneas y el engaño a sus comunidades nativas.

La militarización del discurso de la inmigración como invasión, presente en Cuervo Márquez, la retoma Silva cuando imagina cómo llegarán los inmigrantes "en colosales steamers [...] como un Amazonas cuyas ondas fueran cabezas humanas [para mezclarse] con las razas indígenas, con los antiguos dueños del suelo que hoy vegetan sumidos en oscuridad miserable con las tribus salvajes" (1996a: 351). La invasión inmigratoria del "pasaje nacional" copia, a su vez, la invasión militar que Fernández, desde Interlaken, pretende desencadenar sobre la capital desde las provincias; una invasión de tropas conservadoras que se producirá desde las tierras bajas hacia las altas para tomarse el gobierno central, comandadas por el propio Fernández, convertido ahora en general y acompañado de sus primos los Monteverdes, llaneros "salvajes":

Veo mentalmente la transformación del país en los personajes que me acompañarán en cada época y en cada escena de la tarea, desde la entrada a la capital, a sangre y fuego, entre el estallido de las bombas y las descargas de la fusilería del ejército vencedor, mandado por lo más selecto de la aristocracia conservadora, mis primos los Monteverdes, atléticos, brutales y fascinadores, improvisados generales en los campos de batalla, debido a sus audacias de salvajes [en el Llano]. (1996a: 355)

Silva viste a Fernández -en otra de sus máscaras desenmascaradoras- de militar al mando de un ejército, para concluir, mediante la guerra, su plan civilizatorio. Guerra y civilización se hermanan, haciendo eco paródico, en términos pesadillescos, de un doble movimiento en el discurso de Cuervo Márquez sobre la geografía y la historia nacionales. Para el Cuervo Márquez que "historiza" la geografía política prehispánica, los caribes, tenidos por razas inferiores que habitan los climas tórridos de las tierras bajas, estaban a punto de invadir y arrasar las comunidades de altura andina chibchas, más "civilizadas". Sin embargo, otra invasión, ésta benéfica, salvó a los chibchas de retrogradar en el circuito del progreso. Esta invasión, dice Cuervo Márquez, fue la conquista española:

Si el descubrimiento [por los españoles] de los reinos de Tunja y Bogotá se hubiera retardado un siglo, probablemente la nación chibcha habría corrido la misma suerte de los pueblos andinos de Antioquia; eso es, habría sido destruida por los vecinos caribes, panches, muzos y colimas, y mucho sería que se hubieran salvado del desastre general los pueblos de la cordillera al oriente de la sabana. En ese caso apenas se habrían conservado vagas y dudosas tradiciones relativas a la nación indígena más culta y más importante de las que poblaban el territorio colombiano. (1956 [1893]: 238)

La conquista española se representa, así, como un movimiento militar que evitó la amenaza bárbara de los caribes, una invasión que podía sacar del curso del progreso a los chibchas de las altiplanicies, es decir, amenazar con degenerarlos. Esta palabra, en este contexto, no nos debe sonar extraña. La visión de la conquista española, anacrónicamente, como un movimiento regenerador estaba en textos contemporáneos de De sobremesa. Por ejemplo, para Manuel Uribe Ángel (18221904), médico y geógrafo, y amigo de Silva, la conquista española "había sido un inmenso movimiento de regeneración social" (Botero, 2006: 96). No nos debe parecer raro, entonces, que el final del plan civilizatorio de Fernández se proponga dejar "la tierra regenerada" (1996a: 353).

Estos materiales ideológicos, que operan sobre visiones del espacio, son retomados por Silva en "el pasaje nacional" para escenificar el movimiento militar civilizatorio de Fernández sobre la capital, en realidad, como una vuelta del pasado atávico de los caribes -y sus rendiciones criollas en los llaneros Monteverdes y Andrades- que cumple la pesadilla de Cuervo Márquez: la invasión de las tierras calientes de los bárbaros sobre las tierras frías de los civilizados. El plan de Fernández, como lo ha notado Melgarejo, es ideado por un degenerado entre regeneradores (2010: 93), pero también porque ha sido construido para parodiar el ideario civilizatorio que despliega el "pasaje nacional"; un plan que se da desde la guerra y la invasión, y que muestra la identidad entre civilización y barbarie. La parodia del discurso de Cuervo Márquez en Silva, en definitiva, es un lugar privilegiado para observar la crítica del discurso geográfico nacional como un momento de indiscutible modernidad en la obra del poeta bogotano.

La flor de estos progresos

Una vez la guerra haya traído la civilización (o, lo que es lo mismo, una vez la civilización haya traído la guerra), dice Fernández en su plan que, "como flor de esos progresos materiales", podremos "contemplar el desarrollo de un arte, de una ciencia, de una novela que tenga sabor netamente nacional" (1996a: 353). La novela nacional, entonces, es un ejercicio calculado, una receta preconcebida que no construye imaginarios sino que es construida, cuidadosamente, por ellos. El trayecto hacia la escritura de la novela nacional pasa por la guerra de la civilización europea en contra del trópico. Así, la invención de la "cultura nacional" no solamente es un ejercicio a través del cual Silva empapa a los productos culturales de su carga ideológica, historizándolos, sino que es un comentario, sazonado con altas dosis de humor negro, sobre la habitabilidad del trópico de baja altura. La escritura de la literatura nacional mientras se está rodeado de "jardines y bosques de palmas" -no de selvas- es el resultado de horizontalizar la geografía y hacer del trópico alto y bajo una horizontalidad continua. Ésta es una fantasía que se cumple únicamente a través de un acto de violencia absoluta: el trópico se puede europeizar, es decir, puede entrar al espaciotiempo del progreso, en cuanto sea eliminado como tal. Trasplantar Europa a América equivale a arrancar el trópico de raíz.

De esta manera, la geografía de la Neoeuropa tropical cumple a cabalidad con el diagnóstico que Germán Márquez, en Mapas de un fracaso: naturaleza y conflicto en Colombia (2004), hace sobre la manera en que se ha manejado el trópico colombiano desde patrones culturales de las zonas templadas del globo. Hoy en día, el trópico de Colombia "resulta de la destrucción para extraer recursos, sanear el clima y abrir las tierras para adecuarlas al modelo imperante, europeo o norteamericano, capitalista, de extensos campos de cultivo y cría adaptados a la producción homogénea de bienes demandados por las economías de escala, sin tener en cuenta la heterogeneidad real" (Márquez, 2004: 91). Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que la fantasía civilizatoria de Fernández, la utopía de Occidente, se ha convertido en distopía real en Colombia más de cien años después de ser descrita en De sobremesa. .


Comentarios

1 La copiosísima crítica sobre la novela de Silva ha sido en parte compilada por Juan Gustavo Cobo Borda en dos tomos editados con motivo del centenario de la muerte del poeta, en Leyendo a Silva (1996).

2 Por mapa etnoclimático me refiero a aquel que el criollo neogranadino Francisco José de Caldas esbozó en su texto fundacional "Del influjo del clima sobre los seres organizados", de 1808. En él Caldas propuso una imagen espacial que perduraría en la mentalidad de las élites andinas colombianas -indistintamente liberales y conservadoras- durante todo el siglo XIX, el XX, y hasta hoy. Construyendo el paradigma ideológico dominante para leer el espacio nacional, Caldas organizó las castas en la geografía intertropical colombiana de una forma casi botánica: los blancos y los mestizos en el clima "benéfico" de las alturas andinas, los mulatos en los valles y hoyas de los ríos de la zona tórrida de baja altura, los negros y los indios en las selvas húmedas. La distribución de cuerpos por climas tiene en Caldas un correlato que obedece a la organización teleológica de la modernidad. Se baja desde la civilización de las tierras frías al salvajismo de las tierras calientes que las élites decimonónicas aún entendían como "el verdadero trópico", por su vegetación y clima. Así, el viaje abajo de los Andes también se plantea en Caldas, sin decirlo, como un viaje en el espacio-tiempo: de Europa a Africa y del presente al pasado. De esta manera, en la geografía de Colombia los Andes serían el lugar privilegiado de la historia nacional, y la llanura o la selva tropical su revés arcaico (Serje, 2005). La Cultura, única e incontestable, en mayúsculas, solamente puede darse a partir de cierta altura barométrica sobre el nivel del mar, después de la cual, supuestamente, comienzan a prosperar "los blancos".

3 Como lo reconoce Beckman, la formulación "export reverie" está inspirada en las "industrial reveries" que Mary Louise Pratt en Imperial Eyes (1992) ha identificado como características del discurso de los viajeros extranjeros en Africa y América Latina.

4 Para un acertado análisis de la teatralidad, no sólo en esta novela de Silva, sino como arsenal estético del modernismo, muchas veces ignorado, ver Sarah J. Townsend (2010).

5 Un razonamiento mágico, podríamos llamarlo, existe en Caldas respecto a talar la selva como mecanismo para hacerla habitable. Éste será un mecanismo que recorrerá todo el siglo XIX, el XX y lo que va del XXI en Colombia. La despolitización de la deforestación tomará una veta casi mágica. Para referirse a la tala de bosques como remedio para las altas temperaturas, pensadores civilizadores como F. J de Caldas y Rafael Núñez -cuya obra traza el arco del siglo XIX colombiano- usarán una misma expresión mágica: "por encanto" Para encontrar repetida esta expresión en el mismo contexto, cuando han pasado casi cien años, ver "Del influjo del clima.. " de Caldas (1966 [1808]: 116), y en Núñez, "Necesidad de concierto" (1944: 351).

6 Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado hybris del punto cero a la prerrogativa que los ilustrados neogranadinos se concedieron a sí mismos de describir el cuerpo de otros -mestizos, negros, mulatos, zambos-, mientras que sus cuerpos permanecían por fuera de cualquier signo de inscripción, incluso, fuera del texto científico.

7 En su interesante, pero problemático texto, Ecological Imperialism: The Biological Expansion of Europe (900-1900), Alfred W. Crosby sostiene que dondequiera que el clima no se oponía a los europeos, éstos colonizaron estos lugares, convirtiéndolos, a pesar de estar lejos de sus moradas originales, en Neoeuropas. Ignorando los procesos culturales y esencializando la raza, por tanto, Crosby sostiene que en latitudes donde el clima operaba para convertir el territorio en lugares parecidos a los europeos occidentales -como el sur de Suramérica y Africa, Australia y Norteamérica— los europeos pudieron adaptar y, en muchos casos, trasplantar, su biota, reproduciéndose y eliminando a las poblaciones nativas gracias a sus armas y a las enfermedades que los acompañaron. En el trópico americano de baja altura -en el de alta él hace una excepción con Costa Rica, en donde se consiguió una relativa neoeuropeización tropical- se dio un proceso, dice él, no de neoeuropeización, sino de neoafricanización, debido al clima, la humedad y las enfermedades de estos lugares: "The results are today's Neo-African and mixed societies: not temperate Montreal, where the ranges of race and culture are so narrow [...] but tropical Rio de Janeiro, where mulattos and zambos and allegedly pure Portuguese dance the African samba on the eve of Lent" (Crosby, 1986: 141).

8 Valga anotar que para Crosby, una Neoeuropa tropical es una contradicción en los términos, por consideraciones climistas que, según él, siguen un patrón histórico.

9 Me refiero, específicamente, a los invernáculos londinenses que visita el político y escritor liberal colombiano José María Samper (1828-1881) en su primer viaje a Europa (en 1858), en Viajes de un colombiano en Europa (de 1862), un texto que seguramente leyó Silva, entre otras razones, porque su padre, Ricardo Silva, compartía negocios -entre ellos, una librería- con Samper. Los invernáculos son lugares privilegiados para observar las conflictivas relaciones de las élites liberales colombianas con la naturaleza tropical de su propio país. Para Samper el único lugar en el que el trópico no es un obstáculo para el progreso son los invernáculos del Crystal Palace de Londres. Como espacios despoblados donde el capital aparece camuflado de naturaleza a través de la tecnología, los invernáculos son heterotopías (Foucault, 1986) donde fantasear un espacio nacional sin gente (de color). Al desactivar su carácter amenazante, es decir, su potencia histórica, pues en los invernáculos no hay habitantes sino visitantes blancos europeos o americanos, estos lugares se representarán en Samper como utopías para imaginar un trópico europeo o europeizable, un espacio de confort desde donde fantasear un país sin conflictos étnicos ni disensos políticos; y por lo tanto, sin interrupciones para el movimiento teleológico del progreso. Lo cual equivale a decir una Colombia poshistórica, vegetativa y distópica. Véase un artículo mío, de próxima publicación en la Revista Hispánica Moderna, llamado "Los invernáculos de José María Samper: utopías espaciales fuera y dentro del trópico" (Martínez Pinzón, 2012).

10 Muchos textos del fin de siglo seguían tomándose en serio las fantasías civilizatorias de las que Silva se burlaba. Escrito originalmente en inglés y publicado en París, De Bogotá al Atlántico (1897) de Santiago Pérez Triana lleva la idea de modernidad consigo, la transporta, rompiendo el cerco de la ciudad para reconciliar a Colombia con las ideas liberales de Occidente. Así se imagina Pérez Triana esas "soledades" de la llanura y la selva, luego de que un gobierno verdaderamente moderno -no conservador, pues el liberal Pérez Triana huía del gobierno de Miguel Antonio Caro- decida ocuparse de esas tierras por las que él parte hacia el exilio: "Pensábamos que esas selvas y esos bosques encierran riquezas abundantes para remunerar todos los esfuerzos del hombre, y soñábamos, finalmente, con el día en que gobiernos ilustrados y enérgicos hagan surcar esas aguas por raudos bajeles que lleven la civilización de una orilla a la otra y establezcan en sus bosques, en donde hoy impera una naturaleza bravía y agresiva, centro de civilización y libertad" (1945 [1897]: 187). La sistematización de la naturaleza vía la modernización que lleva a una apropiación discursiva de lo no europeo, de lo no urbano, desde lo europeo-urbano logra disciplinar los ríos como vehículos de comercio y los árboles como capital para hacer empresa. La lectura de la naturaleza bajo una gramática capitalista está, claro, desprovista del determinismo geográfico de quienes, como J. M. Samper, encuentran que una determinada localización geográfica es condición sine qua non de la modernidad. Sin embargo, es igualmente peligrosa. La naturaleza se mide como capital por amasar, lo cual sirve a su vez a un fin que no le es opuesto: exterminar a quien a ello se oponga. Pérez Triana entra perfectamente dentro de la reapropiación del discurso europeo en tierras "descolonizadas", para llevar a cabo proyectos capitalistas que pueden terminar en genocidio, como lo mostraría luego J. E. Rivera.

11 En su monumental Geographie Universelle (1874-1894), publicada por tirajes en el espacio de veinte años, Reclus dio a conocer sus apuntes -en otras partes también publicados como libro (sobre su visita a la Sierra Nevada de Santa Marta en 1861, por ejemplo)- sobre su estadía en la Nueva Granada. En 1893 el geógrafo colombiano F. J. Vergara y Velasco publicó sus traducciones de algunos capítulos referidos a esa estancia de Reclus. Significativamente, allí se encuentra el tópico (pero acuñado por un europeo) de igualar la tierra intertropical de altura con Europa y, especialmente, los Andes con Suiza. Escribe Reclus al respecto: "Estas diversas especies, a pesar de la altura a que crecen, presentan fisonomía tropical, pero en la cercanía de los niveles, más arriba de los 4.000 metros, casi la mitad de las plantas recuerdan la flora de los Altos Alpes de Europa; en ciertos punto el Viejo creía estar en los elevados valles de la Engadina" (1983: 118). Es posible que Silva conociera textos de Reclus, no solamente por esta traducción, pues él manejaba el francés, sino porque sus textos eran de recibo dentro de los círculos letrados de entonces, por cuanto confirmaban muchas de las apreciaciones de los intelectuales conservadores y liberales de la época sobre la espacialidad del país. A pesar de sus ideas políticas, Reclus ponderó muy positivamente en su momento el Ensayo sobre las revoluciones políticas (de 1862) de Samper, reseñándolo como "el primer tratado comprensivo sobre Colombia" (Langebaek, 2007: 205).

12 En su texto "El programa de un liberal", escrito desde Suiza para la Constituyente radical de 1863, Samper enaltece a Suiza como modelo federativo para Colombia: "la fórmula democrática que se acerca más a la justicia y la naturaleza de las cosas es la que existe en Suiza. Sin embargo, debemos modificarla, por la composición de nuestra sociedad" (1861: 20).

13 En carta del 10 de noviembre de 1894, durante la reescritura de De sobremesa, que lo ocuparía hasta el fin de sus días, Silva le escribe a su amigo Jorge Roa pidiéndole que le preste algunos libros para su lectura. En esa carta se evidencia la variedad de sus lecturas. Pide novelas de Anatole France, pero también las memorias de O'Leary. Le pide también el que sería seguramente Prehistoria y viajes (de 1893) de Carlos Cuervo Márquez: "¿Usted tiene el libro último de Carlos Cuervo sobre Prehistoria con unos viajes por el Tolima?" (Cartas, 1996b: 182).

14 Federico Lleras T. fue el autor del manual escolar de geografía con el que seguramente estudiaron en el colegio J. A. Silva y toda su generación. Su Tratado completo de geografía universal (texto aprobado por el consejo académico de instrucción pública de Colombia, adoptado por el gobierno como oficial y por varios colegios particulares), como consta en su portada, es de 1881, en su segunda edición, pero de 1874 en su primera. Como si no hubieran transcurrido décadas desde la publicación de "Del influjo del clima sobre los seres organizados", Lleras escribe sin sonrojo: "[.] en los valles bajos y en las costas despliega la naturaleza toda su magnificencia intertropical, extendiéndose sobre los Andes en Pasto y Popayán y sobre su rama orientan en C/ marca, Boyacá y Santander, inmensas y fértiles planicies, de clima frío y sano todo el otoño (sic) [...], en donde la raza caucásica prospera en toda su belleza y vigor europeos con exclusión de la africana, que naturalmente busca los valles y las costas ardientes" (1881 [1874]: 31).

15 Escribe Langabaek que Felipe Salvador Gilij, en su Ensayo de historia americana, escrito en 1748, se interesó por el tema del pasado indígena de la Nueva Granada. Como lo habrían de hacer sus sucesores, segmentó el territorio tropical andino en climas, ocultando su agenda política: "[Gilij] hizo una observación que luego tendría un notable impacto en la elite criolla santafereña y su visión del pasado prehispánico: en todo el continente 'las cortes de los indios habían estado en tierra fría'" (Langabaek, 2006: 46)

16 Silva saca el lenguaje para referirse a la línea de los Andrade de la manera en que Cuervo Márquez se refiere a las tribus caribes: "[los caribes tuvieron] siempre el gusto por las emociones rudas y fuertes. Las sensaciones suaves les eran desconocidas porque no les encontraban sabor" (Cuervo Márquez, 1956 [1893]: 214-215).

17 Incluso el nombre de José Fernández aparece en los textos de viaje de Cuervo Márquez, asociado también a la figura religiosa de un cura. "A nuestra llegada a Toribío nos relacionamos con el doctor José Fernández, cura de estos pueblos, anciano y vigoroso e inteligente, de fisonomía severa y respetable, de mirada penetrante y de una actividad increíble" (1956 [1893]: 5). Es posible que Silva lo haya sacado de ahí.


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