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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versão impressa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.22 Bogotá maio/ago. 2015

 

10.7440/antipoda22.2015.08

Semillero de Lingüística del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes

Daniel Aguirre Licht*

* Magíster en Etnolingüística, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. daguirre@uniandes.edu.co
Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda22.2015.08


La teoría antropológica ha sido alimentada en buena parte con la observación de las sociedades nativas americanas, algunas todavía con una cosmovisión, organización, cultura y hasta lengua propias, todas con una eterna lucha por su autonomía. Estas sociedades presentan un gran desafío a los investigadores pues sus diferencias con la sociedad mundial, cada vez más homogenizada, sólo pueden ser analizadas a partir de la observación in situ, es decir, a través del ejercicio de la etnografía, punta de lanza de la disciplina antropológica. El estudio de las lenguas nativas que sobreviven en el territorio nacional es uno de esos desafíos, del cual se espera que al conocerlas y entender mejor su estructura, tanto gramatical como pragmática e informacional, podamos escudriñar pautas ideológicas, organizativas y culturales alternas, endémicas del país, y ver más claro cómo es la población colombiana en sus diferentes regiones y por qué somos como somos.

Como parte de una investigación sobre el dialecto chamí del idioma embera, lengua colombiana del occidente del país, se invitó estudiantes de antropología a conformar un Semillero de lingüistas en respuesta a su gran inquietud por hacer trabajo en comunidades indígenas y conocer más de cerca sus miembros. El Semillero sería apoyado por Facultad de Ciencias Sociales y el Departamento. De esta forma, se propuso adelantar encuestas por parte de los estudiantes, en conjunto con jóvenes embera de la comunidad, a ancianos versados en diferentes aspectos de su cultura, sobre términos de la lengua en peligro de extinción. Las comunidades embera-chamí del suroeste de Antioquia y departamentos aledaños (Valle, Risaralda) son fruto del trasegar del pueblo embera -desde antes de los íberos- a lo largo de la costa pacífica y la cordillera occidental -ahora más allá- en un proceso de atomización de la población y dialectalización de la lengua que desdibuja cada vez más la cultura a instancias del mundo hispano, pero que se mantiene entendiéndose entre sí y con su peculiar espíritu musical y bellas artesanías.

En dos viajes a comunidades embera-chamí del suroccidente de Antioquia, los veinte estudiantes del Semillero han recogido cerca de quinientos términos que empiezan a ser analizados, clasificados y organizados para su presentación en un glosario sobre términos embera-chamí en vía de extinción. Muchas son las novedades que se cruzan en este tipo de actividades, tanto para estudiantes como para miembros de las comunidades visitadas, novedades que podrían pasar inadvertidas o ser consideradas simplemente anécdotas curiosas pero que, miradas mejor las cosas, podrían representar puntos álgidos comunes al trabajo etnográfico, cuya divulgación podría servir de guía para futuras acciones afines.

Siempre, los viajes a terreno se ven marcados por la inquietud de los estudiantes en el viaje de ida, y su desasosiego por las expectativas tanto académicas como de aventura se les nota por sus comentarios, chanzas y apuntes, más con el fin de mitigar ansiedades que de perpetuar su atrevida juventud. Llegar a una comunidad indígena por primera vez no resulta fácil, así sea en grupo; hay una cierta sensación de estar entrando a un terreno ajeno y, sobre todo, de que se está ante un tipo de colombianos a los que, por fuerza de la historia, les fue arrebatado su derecho a vivir en igualdad de condiciones con el resto de los colombianos, algo que queda claro a los antropólogos una vez leídas la historia del país y las acciones que forzaron a los diferentes sectores de la población a ocupar sus sitios actuales. La actitud de la mayoría de los estudiantes a su llegada así lo mostraba.

Gracias a mi labor de años con maestros y otros indígenas de una de las comunidades, estos estudiantes fueron recibidos de la mejor manera, con muestras de afecto y solidaridad por parte de las autoridades, de los maestros y de quienes se encargarían de nuestro alojamiento y alimentación, no sin dejar de haber aquellos que por recelo, debido a experiencias anteriores con estudiantes y antropólogos, preguntaban insistentemente el motivo de nuestra visita prolongada (en otra comunidad fueron incluso rechazados cuatro estudiantes). Dados los respectivos saludos y explicaciones, los estudiantes se instalaron y entregaron a sus labores durante los siguientes días con cierta libertad y autonomía para su trabajo, procurando dar realidad al supuesto de que quien trabaja con interés y voluntad propios tiene más iniciativa y creatividad ante lo que se propone. No obstante, algunos estudiantes reclamaron no habérseles explicado cómo abordar a los indígenas, como si debiera haber un manual para ello.

Al final del primer trabajo en terreno, ante una evaluación de todos y con la presencia de algunos jóvenes indígenas, se pudo ver que la experiencia había sido inigualable y que, lo mejor, habían dado la talla como futuros antropólogos sociales, al recibir muestras de afecto y agradecimiento por parte de los indígenas, por esta labor directa con los miembros de las comunidades y nuestro interés en su cultura. Sólo acerté a decirles que muchos colombianos privilegiados de la sociedad colombiana ven sólo a los indígenas para servirnos, como despensa del campo, al cual ven también con desdén; pero que el haber transado con ellos de tú a tú era como habernos atrevido “a pasar la puerta de la cocina”. Fue indudable el impacto que causamos, sobre todo a los jóvenes, al manifestar su interés por seguir comunicados a través de los medios modernos, que ya con mucha destreza también manejan. Desde la Gobernadora del Cabildo hasta sus niños más pequeños dieron muestras de cariño y agradecimiento por nuestra visita. En el segundo viaje a terreno, ya un poco más duchos en el trato con los indígenas y en el manejo de las encuestas y entrevistas, se pudo sacar mejor provecho del tiempo y apuntar mejor a los objetivos. Y, tal vez más importante aún, se sembraron las semillas para una efectiva relación academia/comunidades indígenas, en la que, de continuar, los estudiantes podrán conocer muchas interesantes particularidades de estos pueblos.

Se empiezan a ver los frutos del trabajo; analizando los términos recogidos, se ha podido ver la riqueza de sus significados, tal vez porque aún muchos se dejan rastrear desde su origen. Por ejemplo, el término para “hija” es kau, el mismo que el de “columna”; la explicación que dan los indígenas es que “las niñas son las columnas de las nuevas generaciones”. El término para sangre es oa en chamí, pero en los otros dialectos es , relacionado con los términos uáua para “bebé” y uéra, para “mujer”, por lo que en chamí no se había podido ver la conexión, pero que, como dicen ellos, están relacionados pues son términos que manifiestan “la sangre de mi sangre”. Por último, analizando el término “abuela”, tata, se descubrió que en realidad refiere es al “origen”, al comienzo, tanto del pueblo embera como de una familia.

Esto es sólo una pequeña muestra de todo el pensamiento y la cosmovisión que se podrían rescatar haciendo este tipo de trabajos de campo desde la lingüística.