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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.23 Bogotá Sept./Dec. 2015

https://doi.org/10.7440/antipoda23.2015.01 

Nota editorial

El pluralismo intelectual en tiempos de mediciones

Mónica Lucía Espinosa Arango*

* Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: moespino@uniandes.edu.co, editoraantipoda@uniandes.edu.co

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda23.2015.01


Antípoda 23 marca el cierre de mi labor como editora general de la Revista. Esta Antípoda es, una vez más, una muestra de los relevantes trabajos que investigadores sociales -algunos de ellos antropólogos y arqueólogos, otros de ellos sociólogos y abogados que emplean activamente la etnografía y los métodos cualitativos en sus estudios- están produciendo en la América Latina de hoy. Este número, además, confirma la importancia que ha ido adquiriendo Antípoda en la región como foro para la publicación y diseminación de resultados de investigación y de revisiones y reflexiones centrales en la teoría e investigación sociales y en la teoría e investigación antropológicas contemporáneas.

Desde Antípoda 17 hasta la presente edición, la participación de colegas argentinos ha sido notable. La posibilidad de tener acceso a investigaciones, la mayoría de ellas de corte urbano y con escalas de análisis novedosas y, a la vez, muy apegadas a la etnografía me ha acercado enriquecedoramente a los intereses de investigación que se consolidan en ese país. Temas como los del trabajo, las migraciones, la política pública, la reconversión de la economía, la educación, y la elaboración de programas de desarrollo y promoción figuran en esa variada agenda de investigación. También he tenido la oportunidad de acercarme a investigaciones de colegas mexicanos, cuyas temáticas abren interesantes vetas de análisis en torno a la relación entre la ciudad y el campo, el tema de intercambio y los mercados locales y regionales, el impacto de políticas indigenistas en la creación de promotores y el desarrollo de iniciativas de comunicación entre poblaciones indígenas. La participación de colegas brasileros ha sido menor, pero también va en aumento, al igual que la de colegas chilenos. Las escalas micro, si bien siguen teniendo la importancia metodológica y conceptual que caracteriza a la antropología, no son unívocas en unas investigaciones en las que los temas macro y los procesos meso se incorporan explícitamente, complejizando escalas y marcos espacio-temporales de análisis. Sea esta pues una ocasión para renovar la invitación a las audiencias académicas y a nuestros colaboradores (evaluadores y autores) a seguir considerando a Antípoda como un foro relevante para la publicación de sus trabajos.

Mi labor como editora estuvo enmarcada entre dos polos, cuyo contrapunteo será objeto de mis reflexiones subsiguientes. Por una parte, llegué a Antípoda con la idea de "tomarles el pulso a las audiencias", más que con la de predefinir un pulso (en este caso, un tema) para ellas. Esa toma de pulso demostró lo que las Antípodas 17, 18, 19, 20, 21, 22 y 23 reflejan: una tremenda pluralidad de temas y problemas de estudio. De igual forma, bajo el derrotero de incluir la pluralidad metodológica y las especializaciones de la antropología, la Revista se abrió a la recepción de trabajos en lingüística y arqueología. Estas líneas apenas se van consolidando, pero los resultados que arroja el creciente número de artículos que llegan en estos subcampos demuestran la importancia que ha tenido esta apertura.

Todo investigador tiene sus publicaciones periódicas icónicas, revistas que constituyen para él o para ella un referente cada vez que busca actualizarse o hacer un balance del estado del arte de un tema. Éstas son revistas que consulta una y otra vez. Durante mi labor como editora, ha sido mi deseo que Antípoda ocupe ese lugar entre nuestras audiencias. Como editora, he tenido claro que mi labor no es, al menos no prioritariamente, previsualizar la dirección o las temáticas privilegiadas de atención disciplinaria o interdisciplinaria, sino trabajar, parafraseando lo que decía el colectivo editorial de Cultural Anthropology recientemente, "junto con los autores y los evaluadores en el proceso de lograr que los argumentos más persuasivos y críticos de los textos salgan claramente a flote" (Boyer, Faubion y Cymene 2015, 2)1 .

Este polo de trabajo editorial en el que me moví, el de la pluralidad, fue enriquecedor y estimulante, a pesar de constituir el grueso del trabajo más duro de un editor. El otro polo en el que me moví es el que tiene que ver con el clima actual en el que se desarrollan las actividades de investigación y publicación de las ciencias sociales, particularmente en Colombia, pero que evidentemente son las de la ciencia en un sentido más global, marcado por la medición. Aunque temas como el del factor de impacto (impact factor de Thomson Reuters) como un índice adecuado para medir la calidad de una revista, basado en la frecuencia de citación de los artículos publicados, han sido objeto de análisis de investigadores de diferentes campos de las ciencias básicas y aplicadas desde hace más de una década, sigue reinando como índice para determinar la clasificación y certificación de las revistas académicas (i.e. Saha, Saint y Christakis 2003). Esto se hace extensivo a la producción de los investigadores mismos y a las instituciones. Muchos de los errores y problemas detectados en cuanto a la presentación y la metodología estadística del factor de impacto son susceptibles de ser corregidos, pero no son necesariamente garantes de calidad y transparencia en el proceso editorial (Vanclay 2011). En un mundo en el que el investigador se enfrenta al imperativo cotidiano de "publica o perece" proliferan de manera simultánea efectos inesperados: el crecimiento de problemas de plagio y fenómenos de "refrito", como solemos llamar a la publicación de un mismo texto con modificaciones menores en varias revistas.

En el caso de América Latina el panorama no es reconfortante. Si bien, tal como lo plantean Romero-Torres, Acosta-Moreno y Tejada-Gómez (2013) en su estudio de caso sobre Colombia -situado en el contexto de un análisis más amplio sobre el ranking de revistas científicas en Latinoamérica basado en el factor h (google académico)-, los diferentes países de América Latina han hecho esfuerzos por acoplarse a los estándares internacionales de indexación y certificación, existe una serie de factores que generan desventajas. Los criterios referenciados por estos autores para determinar el éxito y visibilidad de una revista son los siguientes: visibilidad determinada cualitativa y cuantitativamente por factores como la presencia y capacidad de consulta a través de librerías digitales o de bases globales de indexación, nivel de reconocimiento por parte de la comunidad científica mundial, patrón de citación (que determina su posicionamiento en los buscadores y ventajas acumulativas), posterior citación, la pertenencia de los autores y consejo editorial a sociedades científicas o comunidades de debate, la cantidad relativa de producción de artículos en un área a nivel mundial y las redes sociales, entre otros. Los resultados de ponderar estos criterios son, como ellos lo argumentan, "intuitivos": Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y otros países "desarrollados" son los que mandan la parada. Y no es sólo porque los criterios arriba mencionados operen, sino porque la publicación de revistas científicas es parte de toda una industria editorial. Pero más allá del importante objetivo de los autores -identificar un índice (el índice h)-, para generar un ranking más ajustado a las revistas colombianas, de cara al Journal Citation Report o Scimago Journal Rank (SJR) y, en consecuencia, trabajar en labores de acomodo y planeación de las revistas mismas, lo que me interesa señalar es el ineludible problema de estar, por exceso o por defecto, atrapados en una situación que debería ameritar reflexiones más profundas. No sólo se trata de análisis estadísticos o de factibilidad, sino de los soportes institucionales de las revistas, su financiación, las estrategias de divulgación, especialmente en el mundo e, así como de la creación de unas condiciones adecuadas para la actualización y la productividad de los investigadores-docentes y de los equipos editoriales mismos.

En ese pulso tensionante entre el polo de la pluralidad y la medición taxativa, en Antípoda buscamos fortalecer el proceso editorial. Este proceso, en mi opinión, representa la asamblea más básica del intercambio científico: aquella formada por los autores, los evaluadores y los mediadores (editores), relacionados entre sí por unas reglas. Antípoda consolidó su política editorial y ética, y sistematizó y afianzó la calidad de sus procesos editoriales manteniendo como horizonte ético de acción el pluralismo, la transparencia de los procesos y el respeto. Siempre se puede mejorar, y no tengo dudas de que el colectivo del Departamento de Antropología, el hogar de Antípoda, continuará brindando su apoyo en este proceso.

Para finalizar, quisiera expresar mi gratitud a todos los miembros del Comité Editorial: Sonia Archila, quien actuó informal y generosamente como editora asociada para arqueología; Pablo Jaramillo, Friederike Fleischer, Jaime Arocha, Margarita Cháves, Consuelo de Vengoechea y María Clara van der Hammen. De igual forma, a los miembros del Comité Científico, que en su respectivo momento endosaron su membrecía; y a los artistas, antropólogos, reporteros gráficos y fotógrafos que generosamente nos acompañaron con sus imágenes: Larisa Honey, César Melgarejo y Steven, Juana Schlenker, Juan Orrantia, Mauricio Salinas y Benjamín Jacanamijoy. Pero, especialmente, mi sentida gratitud al equipo editorial: Nidia Vargas, a quien despedimos hace poco como Editora Asociada de Gestión; Giselle Figueroa, quien se mantiene en el frente de batalla como Gestora Editorial; y los monitores que durante este tiempo nos acompañaron en la gigantesca labor de mantener aceitada la maquinaria de una revista con grandes ideales y una infraestructura artesanal: Juanita Melo, Juana López, Carlos Rocha y Camila Meléndez.

El dossier visual de este fascículo le rinde homenaje al artista inga Uaira Uaua (Benjamín Jacanamijoy).  Reúne pilotos (fotografías) de lo que será la puesta en escena de Auaska Nukanchi Yuyay Kaugsita: Tejido de la propia historia, obra con la que el artista intervendrá la icónica Torre Colpatria de la ciudad de Bogotá en octubre de 2015.


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1 Traducción propia.


Referencias

1. Boyer, Dominique, James Faubion y Cymene Howe. 2015. "Editors’ Introduction to 30.1: Circles Not Pyramids" Cultural Anthropology 30 (1): 1-5. http://dx.doi.org/10.14506/ca30.1.01        [ Links ]

2. Romero-Torres, Mauricio, Luis Alberto Acosta-Moreno y María-Alejandra Tejada-Gómez. 2013. "Ranking de revistas científicas en Latinoamerica mediante el índice h: estudio de caso Colombia" Revista Espanñola de Documentación Científica 36 (1): 1-13. http://dx.doi.org/10.3989/redc.2013.1.876.         [ Links ]

3. Saha, Somnath, Sanjay Saint y Dimitri Christakis. 2003. "Impact Factor: A Valid Measure of Journal Quality?" Journal of the Medical Library Association 91 (1): 42-46.         [ Links ]

4. Vanclay, Jerome K. 2011. "Impact Factor: Outdated Artefact or Stepping-stone to Journal Certification?". Sciento metrics 92 (2): 211-238. Doi: 10.1007/s11192-011-0561-0        [ Links ]