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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.24 Bogotá Jan./Apr. 2016

https://doi.org/10.7440/antipoda24.2016.02 

La invención de la violencia (de las hinchadas de Buenos Aires)*

Renzo Taddei*

** Ph.D. en Antropología, Columbia University. Realizó su posdoctorado en la Universidade Estadual de Campinas (UNICAMP). Universidade Federal de São Paulo, Brasil. Correo electrónico: renzo.taddei@unifesp.br

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda24.2016.02


RESUMEN:

Este artículo presenta y analiza datos etnográficos generados en Buenos Aires, capital de Argentina, entre aficionados al fútbol cuya conducta es supuestamente violenta, y su relación con las fuerzas policiales. Partiendo de un marco teórico originado en la antropología melanesia, este texto sugiere que la Policía, con su determinación de establecer el orden y el control, proyecta sobre las hinchadas la imagen de un colectivo alborotador y rebelde a la autoridad policial, lo cual la conduce a una neurótica escalada en el uso de la violencia oficial. Los aficionados, por su parte, se centran en las heroicidades y en el protagonismo como parte de su proceso de individualización, y ven en las fuerzas policiales un obstáculo para sus objetivos, lo cual los conduce a actuar con mayor energía, histéricamente, en sus actividades habituales. Neurosis e histeria son conceptos que se definen en el texto y se emplean de manera específica.

PALABRAS CLAVE:

Fútbol, Policía, violencia (Thesaurus); barras bravas, hinchadas (palabras clave del autor).


The Invention of Violence (of Soccer Fan Groups in Buenos Aires)

ABSTRACT:

This article presents and analyzes ethnographic data generated in Buenos Aires, the capital of Argentina, among soccer fans whose conduct is supposedly violent, and their relation to the police force. Using a theoretical framework proposed by authors working in the field of Melanesian anthropology, this text suggests that the police, with their insistence on establishing order and control, project an image of soccer fans as an unruly mob that rebels against police authority, thus leading to a neurotic escalation in the use of violence by the police. The fans, on the other hand, focus on their own supposedly heroic actions and leading roles as part of a process of individualization, and consider the police force an obstacle to the achievement of their goals, which leads them to act with even greater energy, to the point of hysteria, in their customary activities. Neurosis and hysteria are terms that are defined and used in a very specific way in this text.

KEYWORDS:

Police, violence (Thesaurus); hooligans, soccer, soccer fans (author's keywords).


A invenção da violência (das torcidas de futebol de Buenos Aires)

RESUMO:

Este artigo apresenta e analisa dados etnográficos gerados em Buenos Aires, capital da Argentina, entre torcedores de futebol cujo comportamento é supostamente violento e sua relação com as forças policiais. Partindo do referencial teórico originado na antropologia melanésia, este texto sugere que a polícia, com sua determinação de estabelecer a ordem e o controle, projeta sobre as torcidas organizadas a imagem de um coletivo alvoroçado e rebelde à autoridade policial, o que a conduz a uma neurótica escalada no uso da violência oficial. Os torcedores, por sua vez, centralizam-se nas heroicidades e no protagonismo como parte de seu processo de individualização, e veem nas forças policiais um obstáculo para seus objetivos, o que os leva a atuarem com maior energia, histericamente, em suas atividades habituais. Neurose e histeria são conceitos que são definidos neste texto e empregam-se de maneira específica.

PALAVRAS-CHAVE:

Futebol, polícia, violência (Thesaurus); torcidas organizadas, torcidas de futebol (palavras-chave do autor).


La violencia no es una entidad ontológica: es una acusación, como han defendido muchos autores (Garriga Zucal 2010; Graeber 2006; Misse 2008). La legitimación de la violencia hace que ésta resulte invisible; por ejemplo, un acto de agresión física realizado en defensa propia no es percibido como violento. Cuando la violencia es visible o, más exactamente, cuando es pronunciable recibe la acusación de ilegitimidad. Ésta es la razón que hace que la violencia constituya un rasgo que caracteriza al otro; forma parte de la enajenación del otro.

En este texto presentaré y analizaré material etnográfico generado entre aficionados al fútbol argentino, considerados violentos. La prensa los denomina "barras bravas", mientras que los propios aficionados prefieren los términos "barra" (grupo) o "hinchada" (grupo de aficionados al fútbol). En este texto emplearé el término hinchada.

Mi análisis no tratará sobre las actividades diarias de los hinchas, sino más bien sobre la relación entre los grupos de aficionados y la Policía y sobre el proceso a través del cual se amalgama cierta percepción de la violencia. Mediante el marco analítico propuesto por Roy Wagner en su libro The Invention of Culture, demostraré que los aficionados y el binomio Policía-medios de comunicación sostienen interpretaciones y actitudes radicalmente diferentes acerca de las acciones y los supuestos objetivos del "otro". En resumen, mi argumento es el siguiente: al centrar sus esfuerzos en conseguir un nivel de orden y control inalcanzable, la Policía vive en una situación de neurosis continua, mientras que los aficionados, al ver que su ethos de protagonismo heroico individual es desarticulado sistemáticamente por la Policía, viven en una permanente histeria. Neurosis e histeria son, naturalmente, conceptos que requieren una definición, que daré a lo largo de la exposición.

La combinación de los factores mencionados, en lugar de reducir, hace aumentar el nivel de agresividad física presente en el mundo del fútbol en Argentina. Dado que gran parte de las agresiones corresponde a la Policía y que ésta es el agente social que posee la autoridad oficial para definir lo que es violencia, las estadísticas oficiales rara vez reflejan la realidad. El propósito de mi análisis consiste en trazar las coordenadas de una situación en la que resultan visibles, al mismo tiempo, una mayor y una menor violencias de las que presentan los discursos oficiales: más violencia cuando se considera ilegítima gran parte de las agresiones de la Policía; menos violencia cuando escuchamos a los aficionados hablar de sus acciones y objetivos.

Entrada al campo

En el invierno de 2001 realicé una investigación de campo en el barrio Mataderos, situado en los suburbios de Buenos Aires. El nombre proviene de haberse instalado allí el matadero central de Buenos Aires. En 1911 varios trabajadores del matadero fundaron el Club Atlético Nueva Chicago, y en poco tiempo la población se aficionó al equipo de fútbol de su barrio (Sirvent 1999).

Mataderos es considerado un lugar de transición entre las formas de vida rurales y la ciudad. Los gauchos introducían en el matadero el ganado procedente de las estancias del interior del país. Los gauchos y los matarifes, los mestizos y la gente de las clases bajas se convirtieron en íconos de aquella parte de la ciudad, figuras que la población blanca europeizada de Buenos Aires temía y despreciaba. En un importante texto de la literatura argentina, el relato titulado "El Matadero", escrito por Esteban Echeverría en 1839 y publicado póstumamente en 1871, varios gauchos y matarifes atacan y asesinan a un joven al que identifican con las élites urbanas que intentaban unificar el país bajo el dominio de los blancos descendientes de los colonizadores europeos. Según algunos críticos literarios (Piglia 1993), dicho texto constituye una alegoría de la dicotomía entre "civilización" y "barbarie" que penetró el imaginario colectivo de las élites a lo largo de la historia argentina, y que reguló sus relaciones sociales y políticas con la población mestiza rural.

Como ocurre de manera frecuente en el universo sociocultural del deporte, los aficionados del equipo de fútbol Nueva Chicago incorporaron a su autoimagen elementos que aglutinaban el temor que otros les tenían. Se dice que era habitual ver a matarifes que volvían de su trabajo con el delantal manchado de sangre y portando cuchillos de gran tamaño en el cinturón. Este hábito de los cuchillos convertía las disputas en empresas potencialmente mortales. Si bien Nueva Chicago no estuvo nunca entre los clubes de fútbol más importantes de Argentina, es muy conocido por su afición especialmente numerosa y temible.

La invención de la violencia de hinchadas

El hooliganismo, definido como el comportamiento violento de los aficionados al fútbol, es un concepto que dieron a conocer en los años sesenta los medios de comunicación británicos y que generó rápidamente el pánico moral entre la población (Carnibella et al.1996). Los estudios sociológicos y antropológicos sobre este fenómeno, realizados en los últimos treinta y cinco años en Europa y Sudamérica, muestran gran disparidad en sus conclusiones, por lo que no fue posible hallar una definición de hooliganismo aceptada unánimemente. Si bien las descripciones sociológicas informaban de las estadísticas de conflictos, heridos, muertes y daños materiales (Carnibella et al. 1996; Romero 1986), los antropólogos encontraron dificultades en la tarea de localizar el fenómeno tal como es normalmente descrito. Yendo más allá del imaginario estereotipado que promueven los medios de comunicación, averiguaron la existencia de grupos muy distintos que actúan en contextos peculiares y disímiles para los cuales la violencia constituía, como mucho, un elemento secundario (Alabarces et al. 2000; Armstrong 2003; Giulianotti y Williams 1994; Salvo 1999). Estas consideraciones llevaron a algunos académicos a la conclusión de que los aficionados de las clases bajas estaban siendo convertidos en chivos expiatorios por motivos raciales y de clase, víctimas de una paranoia social creada por el binomio Policía-medios de comunicación que justificaba el endurecimiento del control disciplinario y policial sobre ellos (Armstrong 1994 y 2003; Armstrong y Young 1997; Moorhouse 1984; Taddei 2002).

La relación existente entre el "mundo del fútbol" y la violencia urbana es un tema de investigación tristemente famoso entre los científicos sociales europeos y latinoamericanos. Han pasado más de cuarenta años desde la publicación de las primeras obras sobre el tema en Gran Bretaña (Harrington 1968; Taylor 1969). Desde entonces, el número de publicaciones anuales ha aumentado notablemente, en especial en los años ochenta, y se han establecido clusters analíticos basados en determinados marcos teóricos: la psiquiatría y la criminología (Harrington 1968), enfoques marxistas (Taylor 1969; Sebreli 1981), análisis influidos por el psicoanálisis (Archetti 1985 y 1999; Sebreli 1981). Algunas obras han tratado de acercarse al tema desde una perspectiva multidisciplinar que conjuga la semiótica, la antropología y la crítica literaria (Alabarces 1993; Alabarces y Rodríguez 1996 y 1998; Alabarces et al. 2000). A pesar de la gran cantidad de investigaciones llevadas a cabo, no existe una explicación general concluyente del nexo social de la violencia relacionada con el fútbol. A pesar de ello, si existe un denominador algo menos común del fenómeno social de la afición al fútbol en general, éste parece estar asociado a la búsqueda del "sentido de pertenencia", de la "fraternidad" y de las redes sociales de apoyo personal, y además guarda relación con otros elementos de las denominadas subculturas. También se ha vinculado el auge del vandalismo deportivo en Europa y Sudamérica con la desintegración -observada en Europa y Latinoamérica a lo largo del siglo XX- de la vida centrada en la comunidad (Alabarces et al. 2000; Armstrong 1994; Salvo 1999).

En Argentina y otros países sudamericanos, la mayor parte de los primeros trabajos analíticos sobre el tema no pertenecía a las ciencias sociales, sino que consistía en crónicas escritas por periodistas (Martínez 1999; Veiga 1998) y escritores (Galeano 1968 y 1995). Estas obras suelen tratar la violencia como una entidad evidente en sí misma que debe ser erradicada de la sociedad mediante el procesamiento y el castigo de los individuos responsables, directa o indirectamente, de hechos violentos aislados, y a través de la "educación" de la población.

Juan José Sebreli, pionero en Argentina de la aproximación sociológica, considera al fútbol en los países tercermundistas como un instrumento en manos de los gobiernos autocráticos para alienar y manipular a la población. En su análisis, intenta comprender cómo poderosas fuerzas económicas, sociales y políticas organizan el fútbol con el fin de condicionar la psicología de los aficionados para que defiendan intereses que no son suyos. Respecto a la violencia, Sebreli combina el marxismo con el psicoanálisis y encuentra la fuente de la agresividad en el deporte en toda la represión que la sociedad capitalista ejerce sobre los individuos (Sebreli 1981). Pablo Alabarces da un paso más en el terreno de lo simbólico: por una parte, existe una creciente distancia entre los equipos y la afición. Ésta ha perdido el sentido de la participación, de la contribución personal y de la unión del grupo, debido a que actualmente los equipos son administrados como empresas capitalistas, y los jugadores se trasladan de unos a otros siguiendo las configuraciones del "mercado de contratos". Por otro lado, parece que una enorme actividad en los medios de comunicación -con varios canales de televisión dedicados en exclusiva, periódicos y emisoras de radio- acapara el universo simbólico del fútbol, sus análisis públicos, sus interpretaciones, sus expresiones. La porción restante que los aficionados pueden controlar es un ámbito empobrecido en el que los elementos relevantes que sobreviven son la defensa de los colores, los símbolos y los íconos (como las banderas y los tambores), y el "territorio" del estadio. Los recursos técnicos de la modernidad capitalista no "refinan" la afición al fútbol, sino que la rebajan a la consideración de "fútbol tribal", un concepto en el que lo que escapa a la alienación es la radical demonización del "otro" grupo de aficionados obedeciendo a históricas rivalidades regionales. Para Alabarces, la fragmentación y atomización del universo simbólico del fútbol no conducen a los aficionados a la alienación y la parálisis, sino al fortalecimiento de la disputa por un terreno simbólico más reducido, y sería ésta la causa de la escalada de la violencia en el fútbol en una sociedad en trámite de desintegrarse bajo la explotación capitalista (Alabarces et al. 2000; Alabarces y Rodríguez 1996).

El tema del ethos masculino está también presente en algunos trabajos. Mediante la categoría del ritual, Archetti analiza el repertorio de la masculinidad agresiva de los aficionados del país y la violencia simbólica que esa cultura implica, fenómeno que aglutinaría la violencia y el carnaval en el comportamiento agresivo de los aficionados en los partidos. En posteriores obras ofrece un análisis histórico del fútbol en Argentina que señala la contribución de éste, junto con el tango y el ethos masculino, a la formación de la identidad nacional (Archetti 1985, 1994 y 1999).

En los últimos diez años, una nueva generación de antropólogos argentinos produjo un caudal de datos etnográficos sin precedentes en torno a la afición al fútbol en el país (Garriga Zucal 2005, 2009, 2010 y 2012; Gil 2006, 2008a y 2008b; Moreira 2007 y 2008). Estos trabajos sacan a la luz un panorama más rico que incluye descripciones detalladas de la vida cotidiana de los hinchas de distintos equipos tanto en Buenos Aires como en el interior del país. Aun así, los temas clave continúan: se interpreta la conducta agonística de los aficionados como un rito generador de la identidad y del ethos masculinos, particularmente en lo relativo al concepto autóctono de "aguante", que denota una combinación de valentía, ferocidad, fuerza física y perseverancia. Moreira (2007) amplía la discusión sobre el género con el análisis de su propia posición como etnógrafa en ese universo dominado por hombres.

Especialmente relevantes para el presente análisis son las aportaciones de Gil (2008b) y de Garriga Zucal (2012), quienes amplían su esfuerzo etnográfico con la inclusión de los miembros de las fuerzas de la Policía. Garriga Zucal (2012) realiza la importante afirmación de que los diferentes actores no sólo construyen de manera distinta la comprensión de lo que constituye la violencia, sino que además utilizan un doble rasero según el cual la violencia es algo que sólo hacen "otros", incluso si estos actores (en este caso, agentes de la Policía) se ven envueltos en un comportamiento que podría ser considerado tan violento como el de los aficionados (2012, 46). Gil (2008b) hizo la misma observación pocos años antes al afirmar que la Policía es un actor central en la composición del ambiente violento del fútbol argentino.

Neuróticos e histéricos

Como demuestra esta presentación resumida de la literatura, el universo del fútbol es demasiado complejo como para poder ser reducido a enfoques monolíticos. Formación de grupos y sentido de pertenencia; educación emocional y reproducción del habitus masculino; rituales nacionalistas; reacción contra el embourgeoisement de la sociedad; ámbito de libertad en el que tienen lugar -con mucha frecuencia, de manera eufemística- manifestaciones políticas de grupos de izquierdas y de derechas (estos últimos, por medio del racismo y la xenofobia); conversión de la juventud pobre en chivo expiatorio como maniobra política de las élites. Todo esto se encuentra, ciertamente, en el fenómeno social de la afición al fútbol. Y sin embargo, ninguno de los enfoques teóricos disponibles demostró resultar adecuado para el análisis de lo que experimenté en mi trabajo de campo en Buenos Aires. Estos enfoques, o bien parecían estar demasiado alejados de la acción real de las tribunas y otros espacios reivindicados por las aficiones, o bien caían en la trampa de sugerir, de modo directo o indirecto, la culpabilidad de algunos actores por el violento estado de los hechos, implicando con ello una división maniquea entre buenos y malos. Alternativamente, algunos de los trabajos producidos en Argentina contenían una sutil traza de nihilismo: no hay soluciones factibles, y, por tanto, la violencia en el fútbol es una tragedia inevitable, a la manera de un tango.

Sólo unos pocos años más tarde encontré una teoría que me ayudó a dar sentido a mi material etnográfico. Venía de un lugar algo improbable: la antropología melanesia. Se trataba del libro The Invention of Culture, publicado por Roy Wagner en 1975. La obra es tan innovadora en su enfoque de la cultura y las diferencias culturales que transcurrieron varias décadas antes de que Wagner obtuviera el adecuado reconocimiento.

En lugar de intentar resumir las numerosas ideas que contiene el libro, voy a tomar lo que considero más útil para mi análisis. El interés principal de Wagner consiste en la creación del significado mediante la interacción con el mundo, tomando interacción en un sentido que extrapola su mera dimensión "social". Existen dos modos principales de simbolización del significado: convencional y diferenciador. Ambos existen en mutua relación dialéctica.

Los símbolos convencionales (las palabras, las leyes, los códigos morales, los rituales) se basan en significados compartidos y, por tanto, poseen una naturaleza colectiva. Además, establecen un contraste entre los propios símbolos y las cosas que simbolizan que hace que los percibamos, en primera instancia, como convenciones (Wagner 1981, 43). Por su parte, los símbolos diferenciadores (la búsqueda de visiones para construir la identidad, las hazañas, el arte de vanguardia) funcionan en la dirección opuesta, como tropos inventivos e individualizadores que asimilan aquello que simbolizan.

En segundo lugar, la conciencia del individuo está centrada en uno de los modos de simbolización, algo a lo que Wagner denomina "control". El individuo que simboliza se sentirá más o menos capaz de controlar el modo del que se sirve, y percibirá el otro como "natural" o "interno", como una forma de "compulsión". Cada cultura o grupo social favorece uno de estos modos de simbolización como dominio adecuado para la agencia humana y considera al otro como expresión de lo "innato" o lo "dado" (Wagner 1981, xv).

Otra idea crucial del libro de Wagner es la idea de cosificación (objectification). Aquello que perturba los flujos existenciales que sustentan en delicado equilibrio los sucesos y las expectativas necesita ser comprendido, y la proyección metafórica es el medio para alcanzar esa comprensión. El resultado de este proceso es una cosificación; es decir, una reificación que otorga significado al suceso perturbador según las redes de significados en las que está inserto el actor, unas redes que a su vez resultan transformadas en el proceso. Esto es lo que quiere indicar Wagner con el término "invención". Nuestros sistemas conceptuales, nuestros cuerpos, instrumentos, impulsos y sueños funcionan como aparatos mediadores que utilizamos para producir significado, cosa que hacemos contraponiendo esos aparatos al flujo de lo real (Wagner 1981, 72). Nuestras "cosas" y "conceptos" son las marcas que deja el flujo de la realidad en nuestros sistemas de simbolización (1981, 72). Según esta descripción, el significado es siempre relacional (1981, 39).

La "cultura", según esto, es la estrategia que emplea el antropólogo para comprender las situaciones de choque cultural. Por medio de las series de cosificaciones que forman parte de la resolución de los dilemas existenciales que supone el encuentro con la diferencia radical, el antropólogo "inventa" la cultura del otro a un tiempo que la suya propia, y lo mismo hace el otro, aunque de manera distinta: "Lo que el investigador de campo inventa, entonces, es su propia comprensión [...]. Y ésta es la razón que hace que valga la pena el estudio de otros pueblos, ya que toda comprensión de una cultura ajena constituye un experimento con la propia" (Wagner 1981, 12).

Convención e invención constituyen dos dimensiones importantes en el proceso de cosificación. Los símbolos convencionales proporcionan al mundo su orden y sus patrones y separan el principio ordenador de las cosas ordenadas; las simbolizaciones diferenciadoras e inventivas crean distinciones, discontinuidades, singularidades. Sin embargo ambas formas de simbolización existen en relación dialéctica: lo colectivo debe atribuir significado a la innovación, y ésta transforma las redes de significados de la colectividad (Wagner 1981, 44). Por lo tanto, cada cosificación inventa, por oposición, su contraria. Es necesario que este hecho de semiosis permanezca oculto para el individuo simbolizador, pues, de otro modo, tendría lugar una "relativización" de los significados que desorganizaría los patrones semióticos establecidos. Por este motivo, las culturas tienden a centrar su atención y sus acciones en una única dimensión y señalan a la otra como dada o innata. Como hemos visto, control es el término que emplea Wagner para designar el modo de simbolización que cada cultura considera que vale la pena manipular. El actor, al utilizar un determinado control, percibe las cosificaciones que éste produce como si fueran algo que él "hace", tomando la otra forma de cosificación como la causa o motivación de sus acciones (1981, 45).

Wagner propone un ejemplo que se vale de las convenciones que rigen el matrimonio y la familia en la clase media estadounidense. El esposo, al tratar de obedecer al conjunto de expectativas culturales compartidas en su medio social -con el fin de ser un "buen esposo"-, participa, al lado de su esposa, en la "construcción de un matrimonio". Sin embargo, al controlar sus acciones para centrarse en los significados convencionales asociados a lo que debería ser una familia, al final será víctima del espejismo de creer que el complejo producto de él y de su esposa es una cosa en sí misma (Wagner 1981, 47). La cosificación del símbolo convencional, en este caso el matrimonio, resulta entonces enmascarada por la manera como ellos identifican sus intenciones con la convención. Al querer vivir un matrimonio, lo crean. Las idiosincrasias personales y la indeterminación de la vida cotidiana generan una resistencia a dicha empresa y producen el efecto de que se dedique más energía al esfuerzo de colectivización (1981, 47). Es un modo de proteger los patrones semióticos establecidos. La tensión entre convención y realidad funciona como un impulso que los hace avanzar.

Si, por otra parte, el marido decide (tal vez debido a una crisis conyugal) "comportarse como un hombre" y trata de diferenciar sus acciones de las de ella según modelos de masculinidad, tendría lugar un intento de inversión de roles en lo que se refiere a los modos de simbolización (Wagner 1981, 58). No obstante, Wagner afirma que, en su contexto de clase media estadounidense -supuesto el predominio del régimen convencional y, en consecuencia, la equiparación de los impulsos individuales y particularistas con las dimensiones innatas o naturales-, una conducta como la mencionada sería considerada, muy probablemente, como forzada y no natural, y en circunstancias extremas, patológica. Cuando la personalidad de un individuo interfiere con la experiencia de una convención (como la del matrimonio) hasta el punto de amenazar la "invisibilidad" del modo de simbolización oculto, las culturas occidentales recurren a otras formas convencionales, tales como el psicoanálisis y la psiquiatría, con el fin de solucionar el problema.

En las sociedades que consideran la moral como una cuestión de acción intencionada y explícita, la relativización de los controles y su extensión más allá de los límites que puede sostener el acuerdo semiótico genera convenciones "falsas" que adoptan la forma de neurosis; esto es, la creación de convenciones privadas que "permiten (y exigen) al neurótico el logro de una autoimagen anhelada" (Wagner 1981, 97). Por ejemplo, la persona cuyo matrimonio, como construcción colectiva, está en crisis podría apartar su atención de los modelos de matrimonio y dirigirla a otros acuerdos convencionales, como la limpieza o la salud física, y dedicarse neuróticamente a la limpieza de la casa, al cuidado de su cuerpo o al ejercicio.

En las sociedades no occidentales, así como en "las clases bajas 'étnicas' y 'religiosas', los insatisfechos y marginados, las clases altas 'creativas'" (Wagner 1981, 80) de las sociedades occidentales, es el modo de simbolización diferenciador e inventivo el que funciona como control, mientras que los símbolos convencionales se dan por supuestos. En muchas sociedades tribales, por ejemplo, con cierta frecuencia los individuos no consideran problemática su pertenencia a un grupo étnico, tomándola como algo dado, al tiempo que conceden enorme atención al proceso de individualización, al intento de "encontrar la propia alma" (1981, 94). Al igual que ocurre (pero a la inversa) en el caso de las sociedades cuyos controles son los símbolos convencionales, el enfrentamiento entre las convenciones y los imponderables de la vida cotidiana refuerza las idiosincrasias personales, y el enfrentamiento con la convención hace a los individuos más poderosos o únicos (1981, 88). También se invierten los patrones de cosificación: mientras que los occidentales ligados a la corriente central de la cultura "inventan" el mundo de los fenómenos al tratar de predecirlo, racionalizarlo y ordenarlo (Wagner 1981, 87; Taddei 2013), los no occidentales y los marginados crean su orden convencional a la manera de algo innato y dado, por medio de un enfrentamiento continuo con ese mundo.

En tales circunstancias, si el orden convencional que sostiene el proceso de diferenciación pierde realmente su equilibrio y tiene lugar la relativización del conjunto del orden semiótico (siendo los actores conscientes de la amenaza de caos que esto implica), la simbolización "falsificadora" toma la forma de histeria. Mientras que el neurótico se inventa una convención falsa, el histérico se inventa artificialmente unos poderes "innatos" que le permitirán vivir en cierto "estado" social (Wagner 1981, 97) y que, básicamente, lo obligarán a vivirlo. El trance, la enfermedad, la posesión, la pérdida del alma, son manifestaciones físicas habituales de esas circunstancias.

Es importante señalar que Wagner afirma en varias ocasiones que dicha comprensión dicotómica de la existencia humana no debería ser tomada en términos absolutos, sino que ambos aspectos se dan en mutua relación dialéctica. Los símbolos convencionales y los diferenciadores operan siempre al mismo tiempo, puesto que uno no puede existir sin el otro. La diferencia radica únicamente en aquello a lo que los grupos sociales dirigen su atención consciente y tratan de controlar. Por ejemplo, en el proceso de alcanzar la madurez, el niño y el adolescente occidentales experimentan ambos procesos a la vez: se manipula el yo como control diferenciador, y al mismo tiempo el joven afronta constantemente la presión por adoptar los símbolos convencionales como principios normativos para su vida. El riesgo de la neurosis está siempre presente; de hecho, los "amigos imaginarios" de los infantes son manifestaciones neuróticas, si bien en este caso no patológicas, en las que la prioridad de invención del niño confronta las normas sociales externas (Wagner 1981, 83).

De igual manera, en los contextos sociales cuyo control consiste en la diferenciación, aprender a formar parte del grupo supone una lucha continua contra la histeria (Wagner 1981, 97). La situación se intensifica en las fases críticas y de transición, en las que se sitúa al individuo en un "doble vínculo" (Wagner 1981, 97; Bateson 2000) que lo obliga a respetar las convenciones del grupo (evitar lo relacionado con el pecado, la deshonra, la corrupción), y, al mismo tiempo, tiene que cometer ciertas acciones pecaminosas, deshonrosas o corruptas. Y si, en circunstancias normales, el aprender a formar parte del grupo implica la creación de síntomas histéricos y su superación, la manera de alcanzar poder o sabiduría implica el "sucumbir por completo a la histeria, con el fin de superar las limitaciones de ésta" (Wagner 1981, 101).

Tras este esbozo de algunas ideas clave en la obra de Wagner, intentaré ahora demostrar, mediante la exploración de mis datos etnográficos, cómo estas ideas pueden aclarar los dilemas sociales presentes en el mundo de la afición al fútbol. Mi argumento básico es el siguiente: en el universo social de la afición al fútbol, el Estado argentino se enfrenta a una situación neurótica en su intento de imponer burocráticamente el control y el orden a toda la población (Graeber 2007), mientras que los grupos de aficionados viven en una continua búsqueda histérica de la gloria y el heroísmo. A medio camino entre el Estado y los aficionados están situados otros dos agentes que operan la relativización de las simbolizaciones y que producen las mencionadas neurosis e histeria: la Policía y los medios de comunicación. La Policía, en el contexto aquí analizado, es la representación del Estado ante las hinchadas; el periodismo, dado el esfuerzo que realizan las élites en la protección física y simbólica de los límites de las categorías de organización social (en las cuales la "clase social" tiene un rol importante), es el mediador de la imagen de los aficionados ante los grupos hegemónicos. Las acciones de la Policía transmiten a los grupos de hinchas la idea de que sus esfuerzos individualizadores no son aceptados por la sociedad mayoritaria, y esto lleva a los aficionados a aumentar la energía que dedican a "ser un hombre" o a "defender el honor del grupo", hasta llegar a un nivel de comportamiento agonístico. Por otro lado, los reportajes periodísticos sobre las actividades de los aficionados basados en informes policiales hacen ver a los grupos más bien identificados con el orden establecido que su mundo ordenado y esterilizado es una construcción frágil, y ello los conduce a invertir más en vigilancia y trabajo policial, incrementa su miedo a la violencia y, por último, aumenta el número de agresiones preventivas indiscriminadas de la Policía contra los aficionados, lo que hace crecer el resentimiento hacia el Estado entre los miembros de las hinchadas.

Es importante notar que el esquema conceptual propuesto por Wagner se construye alrededor de la diferencia -y el constante trabajo de diferenciación- entre grupos sociales convencionalistas y anticonvencionalistas. En ese sentido, los conceptos de élite y grupos hegemónicos son entendidos como los sectores de la población defensores de las convenciones sociales en curso, independiente de sus niveles de renta o consumo, o de la localización geográfica de sus hogares en la capital argentina. Igualmente, el concepto marginado identifica los sectores que combaten -o se oponen a- las convenciones existentes (por lo menos las relevantes para las existencia de las hinchadas en el espacio urbano). Por tales razones, no hay relación directa y necesaria entre los patrones de comportamiento de convencionalistas y anticonvencionalistas y sus supuestas clases sociales.

Aficionados y agentes de la Policía

No voy a describir en detalle el universo sociocultural de los aficionados al fútbol en Argentina, puesto que existe una rica literatura que trata el tema (véanse los trabajos de Garriga Zucal, Gil y Moreira). En lugar de ello, describiré tres hechos tomados de mis notas de campo etnográficas que ilustran la construcción del orden y la violencia en la vida cotidiana de todos los implicados en el fenómeno, en especial aficionados, agentes de la Policía y periodistas.

***

En 2001, la agenda semanal de los líderes del grupo principal de aficionados al club, identificados con el plan de viviendas de Los Perales, constaba de lo siguiente: primero visitaban las tiendas de carne de las cercanías del mercado de ganado que ocupa el lugar del antiguo matadero, cuyos propietarios eran los directivos del Club Atlético Nueva Chicago. Junto con ellos, los líderes recogían donaciones de carne, pan y bebidas, dinero para el alquiler de los autobuses que llevarían a los aficionados a los partidos celebrados fuera de la ciudad, y entradas para el estadio. Los líderes, además, visitaban a los jugadores en el vestuario tras los entrenamientos y recogían allí donaciones en dinero o en especie (camisetas).

Después, dos líderes principales se dirigían a la comisaría para hablar con el jefe de la Policía y solicitar su permiso para entrar al estadio con tambores y banderas, algo que una ley nacional prohíbe para evitar el tráfico de drogas y los enfrentamientos entre grupos rivales de aficionados. Entonces, el jefe de la Policía analizaba el nivel de riesgo del partido, y normalmente consentía la introducción en el estadio de algunos tambores, pero únicamente si los líderes de las aficiones se comprometían a "controlar a los chicos" y a evitar las contiendas en la entrada del estadio. Los líderes, por su parte, daban su palabra de que harían todo lo posible.

La última tarea, y quizás la más difícil, consistía en encontrar empresas de alquiler de autobuses que estuvieran dispuestas a alquilarlos a los aficionados, pues era habitual que estos provocasen daños materiales en el transcurso de los viajes.

Los sábados, los partidos comenzaban a las 4 de la tarde. Cuando el partido se celebraba en el estadio de Nueva Chicago, los líderes avisaban, a lo largo de la semana, de que horas antes del partido tendría lugar una parrillada en la sede del club. Describo a continuación una de esas ocasiones.

Los miembros del grupo empezaron a llegar hacia el mediodía. Se había encendido una fogata en un lugar espacioso y se asaban las hamburguesas y los chorizos que habían recogido durante la semana. Los aficionados solían beber refrescos, y algunos mezclaban vino en envase de cartón con refrescos de naranja o de Coca-Cola. Algunos bebían Fernet, sin mezcla; soportar sin afectación su sabor amargo formaba parte de sus rituales de masculinidad.

Se distribuyeron entre todos los presentes sándwiches de chorizo (choripanes), gratis. El líder del grupo se paseó entre los aficionados haciéndose notar como el responsable de la organización de la parrillada. En una de ellas conté más de trescientos individuos.

Finalizada la parrillada, el numeroso grupo de aficionados abandonó la sede del club y se dirigió hacia el estadio, situado a nueve manzanas de allí. Cuando llegaron, una enorme cantidad de aficionados ocupaba las calles que lo rodean. Muchos aficionados vivían en una villa miseria llamada Ciudad Oculta, situada a escasas manzanas del estadio, y no tenían dinero para las entradas. En el momento de entrar, uno de los líderes distribuía las entradas entre los miembros nucleares del grupo y algunos aficionados que no podían pagar. Algunos individuos que no podían o no querían abonar una entrada veían el partido desde el tejado de los edificios del proyecto de Los Perales, muy cercanos al estadio.

La entrada era un momento de tensión. Los agentes de la Policía, en actitud poco amistosa, registraban a todos los que entraban al estadio. Los tambores permitidos se introducían por la entrada principal; los otros eran descolgados por encima de los muros del estadio. En las tribunas, los líderes dirigían la secuencia de los cantos.

Uno de los sábados entrevisté a un policía, que me explicó cómo funcionaban allí las cosas:

    El problema no está en los líderes, sino en los jóvenes. Se equivocan al creer que tienen que comportarse con mucha agresividad para conseguir llegar a ser líderes de las barras. Pero eso no es cierto. El líder tiene mucho que perder si la situación se le escapa de las manos. Como líderes, tienen privilegios y ganan plata. Si la situación se pone difícil y muere alguien, se meten en un gran lío. Ésa es la razón de que los líderes intenten sistemáticamente controlar a los chicos.

Así, de hecho, lo observé. Pero lo hacían de maneras muy sutiles. No podía parecer que colaboraban con la Policía, o dejar asomar ninguna duda sobre su masculinidad, así que controlaban los espacios, los tiempos y los recursos, y cuando el ambiente del discurso general era agonístico, se aseguraban de ocuparse de todas las variables que pudieran agravar la situación. Según me contó un líder, ésa era la justificación de la parrillada y las entradas:

    Metés a estos chicos en el estadio con el estómago vacío, o hacés que tengan hambre y estén frustrados porque no tienen plata para comprar un boleto, y son mucho más altas las probabilidades de que haya problemas en las calles. Nosotros les damos de comer y les metemos dentro, en las tribunas, donde pueden gritar y aullar hasta agotarse, y al final no ocurre nada. A menos que la otra hinchada nos ataque. Entonces nos defendemos y defendemos el honor de nuestro equipo, líderes y muchachos codo con codo.

***

La segunda situación es la descripción de una detención. Me la narró Agustín, un joven maestro, hijo de un profesor de la Universidad de Buenos Aires. Agustín es un aficionado del River Plate, uno de los equipos más importantes de Argentina. Él no es miembro del núcleo del grupo, pero asistía regularmente a los estadios, y con el tiempo acabó sentándose cerca de los líderes de la afición. El suceso que me contó ocurrió en 1994, justo cuando acababa de salir de un estadio. Había una pelea entre aficionados, aunque él no se había percatado de ello. Se le acercaron agentes de la Policía y lo declararon detenido. Me dijo que en ese momento vestía ropa vieja y llevaba largos el cabello y la barba. Lo introdujeron en un furgón que tenía celdas pequeñas en su interior, ocupada cada una de ellas por cuatro personas apretujadas, sin espacio para moverse. Había también otros chicos, y algunos lloraban. El calor y el estrés eran insoportables. Nadie les explicó por qué habían sido detenidos. En el furgón, mientras se dirigían a la comisaría, un agente no cesaba de decir que los iban a golpear. Agustín me dijo que él intentó mantener la calma. Finalmente llegaron a la comisaría y fueron conducidos a una amplia habitación, donde los hicieron sentarse en el suelo. Según él, había allí unos ochenta chicos. Permanecieron en ese lugar unas cuatro horas, y después vino el padre de un muchacho, que lo sacó del encierro. La Policía no lo hizo rellenar ningún impreso, lo que significa que oficialmente no estuvo detenido. Cree que las detenciones se realizaron sólo para que la Policía pudiera afirmar ante la prensa que hicieron varias, tras los disturbios que tuvieron lugar en el estadio. En situaciones como ésta, la "averiguación de antecedentes" es el motivo oficial que suele alegar la Policía para detener a jóvenes tanto dentro como fuera de los estadios. La ley1 que garantiza a la Policía el derecho a realizar detenciones sin motivo formal alguno y a mantener al arrestado en la cárcel hasta doce horas es un recurso jurídico que se creó en los años de la dictadura militar de 1955-58 y que no ha sido derogado nunca.

***

Finalmente, presento un extracto de mis notas de campo sobre de la noche en la que el equipo Boca Juniors jugó la final de la Copa Libertadores de América, la competición más importante de las Américas para los clubes, contra el equipo mexicano Cruz Azul. Tuvo lugar el sábado 30 de junio de 2001. Cincuenta y cuatro mil espectadores habían adquirido entradas, tan sólo una pequeña parte de la gente que deseaba estar presente. Los días anteriores al partido, el jefe de la Policía apareció en televisión diciendo que no debían acudir al estadio las personas que no tuvieran entradas. Por fin llegó el día del encuentro. A las 6 de la tarde yo estaba justo fuera de La Bombonera, el estadio del Boca Juniors; el partido comenzaría a las 9:30 de la noche. Aquella noche, setecientos policías fueron enviados al estadio. Muchos de ellos montaban a caballo.

Yo estaba delante de la puerta 12. El agente de policía al mando anunció repetidas veces, por megáfono, que toda la gente de la cola tenía que levantar sus entradas para que la Policía pudiera verlas. La cola medía muchas manzanas de longitud. Unos pocos agentes la recorrieron identificando a los individuos que no tenían entradas. A éstos los sacaron violentamente y los golpearon con puñetazos, patadas y palos. Un equipo de televisión estaba presente, así como fotógrafos de los principales periódicos argentinos. "¡Oye, rubia, saca a la Policía golpeando a los chicos!", gritó alguien a la joven y asustada reportera de televisión.

Llegó un furgón e introdujeron en él a los individuos que habían recibido los golpes. Un agente rellenó impresos con sus nombres e identificación y los metió en el furgón. A las 8:30 había quince detenidos en el furgón. Todos eran hombres jóvenes.

Llegó otro grupo de periodistas, y cuando la cámara de televisión pasó cerca de la cola de aficionados, algunos de éstos les dijeron que tenían que acudir a grabar a la esquina porque allí la Policía estaba "cagando a palos a los hinchas".

A la mañana siguiente, Olé, el principal periódico deportivo de Argentina, describió los acontecimientos en los siguientes términos:

    BOCA, BICAMPEÓN DE AMÉRICA. Una noche de terror. [...] Lo más grave pasó en Misiones, donde un hincha murió por un tiro en la cabeza. Pero también hubo incidentes en otras ciudades. [...] Como ya es una costumbre cada vez que se festeja un título en la Argentina, en el de Boca también hubo que lamentar víctimas. [...] En la madrugada, hubo disturbios en varios puntos del país, con daños materiales de importancia y más de 350 detenidos: 290 por incidentes y averiguación de antecedentes y aproximadamente 60 por infracción a la ley de estupefacientes [...].

Conclusión

Tenemos ante nosotros un drama wagneriano: por una parte, las corporaciones de comunicación de Buenos Aires, modernas, convencionalistas, occidentalizadas; por otra, las hinchadas de fútbol, individualistas, diferenciadoras, menos satisfechas con el orden establecido. Las primeras son propensas a la neurosis; las segundas, a la histeria. Con esto podemos dibujar una imagen dramática de la violencia en el fútbol en Buenos Aires: la Policía es el rostro del Estado ante los insatisfechos o marginados; la prensa corporativa es el rostro de ellos ante los grupos hegemónicos. En esta imagen nadie sale favorecido.

La virtud del enfoque propuesto por Wagner en el contexto de los estudios sociales sobre la afición al fútbol consiste en que entrelaza de manera interesante otros enfoques que, tomados independientemente, parecen fragmentarios. Las divisiones sociales existentes, reales o imaginadas, facilitan el contexto para la construcción de la otredad convirtiendo las relaciones sociales en nerviosos enfrentamientos. El temor de los grupos hegemónicos al desorden simbólico y a la violencia física hace que eso sea lo único que ve cuando mira a los grupos de aficionados, lo que les hace cosificar su violencia. Pero, a diferencia de los ejemplos de Wagner, donde, a pesar de los inevitables malentendidos, el antropólogo tiene buenas intenciones y el nativo es un anfitrión compasivo, aquí tenemos que cada parte proyecta sobre la otra sus peores miedos y ansiedades (Taddei 2009).

Según Garriga Zucal (2012), una de las principales narrativas de la Policía en Buenos Aires en lo que se refiere a su relación agonística con los aficionados al fútbol no tiene que ver con el hecho de que éstos infrinjan la ley, sino más bien con la necesidad de mantener las diferencias jerárquicas y el respeto a la autoridad policial (212, 56). En su análisis de los enfrentamientos entre la Policía y los movimientos antiglobalización en Estados Unidos, David Graeber encontró el mismo fenómeno: "Si quieres que un policía se comporte con violencia, la manera infalible de conseguirlo es desafiar su derecho a definir las normas que rigen una situación. Probablemente, esto es algo que un ladrón no haría nunca" (2007, 31).

Definir la situación: eso es exactamente en lo que consisten los rituales de individuación de los aficionados al fútbol. En un nivel, el concentrarse en la individuación les impide aceptar el desplazamiento metafórico de la agencia que marca los discursos de los medios cuando se refieren a ellos, y en los que aparecen como animalescos o infantiles. En otro nivel, las detenciones y la estigmatización los convierten, de hecho, en víctimas del discurso oficial. Esto explica la proliferación de la violencia oficial: puesto que la cultura de la afición se resiste a su dominación simbólica, la hegemonía del Estado tiene que construirse mediante la agresión sin paliativos (Graeber 2007). En este panorama, las narrativas que convierten a la juventud insatisfecha o marginada en chivo expiatorio forman parte de la reacción neurótica del Estado argentino y los grupos hegemónicos ante sus propios temores.

Las hinchadas luchan por el protagonismo. Este término, que los aficionados emplean con frecuencia y manifiestan en sus símbolos, tiene una connotación de participación en la hazaña de la victoria, y al mismo tiempo significa estar en el centro del escenario, tener visibilidad. Cuando los aficionados se imaginan al Estado, lo ven con la característica principal de ser algo que se interpone en su camino, algo que limita su libertad y movilidad dificultando al máximo el protagonismo. La prohibición de entrar al estadio con tambores y banderas, el modo como la Policía sustituye a otros grupos de aficionados en el papel de contrincante principal en las batallas callejeras (Garriga Zucal 2012; Taddei 2001) y la violencia aleatoria con que trata a los aficionados -no sólo a los miembros de las hinchadas, sino a todos los aficionados- a la entrada de los estadios son variables que estimulan la energía colectiva de éstos, que hacen que se concentren más en su búsqueda de protagonismo y también, por tanto, en ser capaces de entablar más combates, la mayoría de ellos contra la Policía.

La situación no llega a ser por completo explosiva, debido a la acción de intermediarios: líderes de grupos de hinchas preocupados por el orden y agentes de Policía locales que realizan concesiones a los rituales individualizadores que los aficionados consideran importantes2. No resulta sorprendente que en mi retorno a Mataderos, exactamente diez años después del primer período de generación de datos etnográficos, todos los individuos que ostentaban roles de liderazgo en los grupos de aficionados de Nueva Chicago en 2001 fuesen políticos locales; algunos, líderes sindicales; otros, directores de centros comunitarios; todos, prácticamente, asociados al partido peronista. El líder/político local es para la dialéctica de la invención y la convención de Wagner lo que el chamán es para los amerindios en el análisis que hace Viveiros de Castro del perspectivismo amerindio (2002): mientras que el chamán es el único individuo que puede trascender la forma humana y conectar con la humanidad de los animales y las cosas, el político local es capaz de trascender los poderes limitadores de los controles y de navegar de la convención a la invención -y también a la inversa- mucho más fácilmente que los actores socializados en otros roles.


Agradecimientos

Agradezco a todos las personas del Club Nueva Chicago y del barrio de Mataderos que de alguna manera contribuyeron a la investigación; en especial, María Teresa Sirvent, la familia Horischnik (Mariano, Zoraida, Agustín, Manuel, Ana Irene, Gastón), Alfredo Straga, Fabián Ochoa, Beto Villar, Adrián Gómez, Emanuel Correale, Caco, Fepa, Tito Pezoa y la hinchada de Los Perales de 2001. A Alejandro Sánchez, por la traducción del manuscrito al español, y a Lidice Segreto de Gamboggi, por revisarlo. Las limitaciones del argumento y del texto son de responsabilidad exclusiva del autor.


Comentarios

* Este artículo es parte de un proyecto de investigación en el cual se produjo la tesis de maestría del autor, en el programa de Antropología Aplicada del Teachers College, Columbia University. La investigación fue financiada por becas proporcionadas por el Teachers College, Tinker Foundation, y Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico do Brasil (CNPq).

1 Ley 12155 de la provincia de Buenos Aires del 15 de julio de 1998, artículo 9, enmendada por la Ley 13472, artículo 15, el 26 de junio de 2006; el punto que trata de las detenciones para averiguación de antecedentes permaneció sin cambios. El recurso de la averiguación de antecedentes fue creado el 14 de febrero de 1958 mediante el decreto 338/58.

2 Garriga Zucal menciona casos en que la Policía consideró necesarias las peleas para reducir la tensión colectiva (2012, 47).


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Artículo recibido: 7 de abril de 2015; aceptado: 19 de agosto de 2015; modificado: 31 de agosto de 2015