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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.25 Bogotá May/Aug. 2016

https://doi.org/10.7440/antipoda25.2016.05 

"Machos y brujas en la Patagonia". Trabajo, masculinidad y espacio de la reproducción*

Hernán M. Palermo***

CEIL-CONICET, Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional Arturo Jauretche, Argentina

** Doctor en Ciencias Antropológicas, Universidad de Buenos Aires. Entre sus últimas publicaciones están: "'Machos que se la bancan': Masculinidad y disciplina fabril en la industria petrolera argentina". Desacato 47. "Hegemonía empresaria en el 'esplendor' y 'ocaso' de YPF. El caso de la petrolera argentina". Iluminuras 13 (30): 65-84. hernanpalermo@gmail.com

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda25.2016.05


RESUMEN:

El título "Machos y brujas en la Patagonia" expresa el nudo central de este artículo, en su intento por problematizar procesos sociales tensionados por relaciones de clase y género. "Machos" remite a la construcción de un sujeto petrolero acorde a la disciplina fabril impuesta por el proceso productivo; la noción de "brujas", por su parte, retoma metafóricamente la caza de brujas de los siglos XVI, XVII y XVIII, proceso que significó el confinamiento de la mujer en el espacio doméstico y su rol reproductivo de la fuerza de trabajo. En tal sentido, nos interesa analizar en Comodoro Rivadavia, ciudad de la Patagonia argentina, la articulación entre el proceso de trabajo petrolero y las experiencias obreras fuera del trabajo. Dado que las masculinidades y las feminidades son posiciones relacionales de género, analizaremos el rol del hombre y la mujer en articulación con la organización del trabajo.

PALABRAS CLAVE:

Trabajo (Thesaurus); masculinidad, espacio de la reproducción, disciplina fabril (palabras clave del autor).


"Machos and Witches in Patagonia". Work, Masculinity and Reproduction Space

ABSTRACT:

The title "Machos and Witches in Patagonia" illustrates the core debate of this article and attempts to problematize the processes emphasized by social class and gender relations. "Machos" refers to the social construction of the oil worker as imposed by the production system. Meanwhile, "witches" refers to the witch-hunts of the sixteenth, seventeenth and eighteenth centuries, and the practice in which women were confined to the domestic sphere and their reproductive role of the workforce. Therefore, we want to analyze the link between the production process of the oil workforce inside the production system and outside of their work experiences in Comodoro Rivadavia, Argentinian Patagonia. Given that masculinity and femininity are relational gender positions, we will discuss the role of men and women in the organization of work, as a whole.

KEYWORDS:

Work (Thesaurus); masculinity, reproductive space, manufacturing discipline (author´s keywords)


"Machos e bruxas na Patagônia". Trabalho, masculinidade e espaço da reprodução

RESUMO:

O presente título expressa o nó central deste artigo, na sua tentativa de problematizar processos sociais tensionados por relações de classe e gênero. "Machos" remete à construção de um sujeito petroleiro em concordância com a disciplina fabril imposta pelo processo produtivo; a noção de "bruxas", por sua vez, retoma metaforicamente a caça às bruxas dos séculos XVI, XVII e XVIII, processo que significou o confinamento da mulher no espaço doméstico e seu papel reprodutivo da força de trabalho. Nesse sentido, interessa-nos analisar em Comodoro Rivadavia, cidade da Patagônia argentina, a articulação entre o processo de trabalho petroleiro e as experiências operárias fora do trabalho. Tendo em visa que as masculinidades e as feminilidades são posições relacionais de gênero, analisaremos o papel do homem e da mulher em articulação com a organização do trabalho.

PALAVRAS-CHAVE:

Trabalho, masculinidade (Thesaurus); espaço da reprodução, disciplina fabril (palabras-chave do autor).


[...] el género no debería ser considerado una realidad puramente cultural sino que debería ser tratado como una especificación de las relaciones de clase.

(Federici 2014, 27)

La industria petrolera se caracteriza por ser un ámbito exclusivo de hombres. Nos referimos al trabajo que se realiza en los lugares de extracción del crudo, que, en Comodoro Rivadavia, suelen hallarse en los cerros, a una importante distancia del centro de la ciudad. En estos espacios laborales se valoran modos y expresiones asociados con cierta manufactura de la masculinidad, que terminan por abonar a una determinada disciplina fabril. Es más, podemos afirmar que las demostraciones de hombría, competencias de fortalezas, "rituales de iniciación" o "actos bautismales" -bromas pesadas para los más jóvenes o para los que recién se inician en el trabajo-, etcétera, son prácticas frecuentes entre compañeros. Algunas de estas bromas recorren una línea muy delgada entre la picardía colectiva y la violencia, y muchas veces se encuentran cargadas de connotaciones sexuales.

El espacio del trabajo no es solamente la estructura principal de las relaciones de clase, sino también un ámbito crucial para analizar las relaciones de género en las sociedades modernas. Género y clase, o clase y género, tal como queda expresado en el epígrafe con el que comenzamos el presente texto, constituyen un tándem imprescindible para entender las relaciones de poder de la sociedad en general y, en particular, de los ámbitos laborales. En Calibán y la bruja, Federici (2014) argumenta que la devaluación del trabajo reproductivo femenino en la sociedad capitalista inevitablemente devaluó su producto: la fuerza de trabajo. Las relaciones entre clase y género se conforman y entraman desde la misma acumulación originaria, configurando roles, sentidos y experiencias para hombres y mujeres en relación con la valorización del capital.

El título "Machos y brujas en la Patagonia" expresa el nudo central por el que transitará este artículo, en su intento por problematizar y develar procesos sociales tensionados por relaciones de clase y género. "Machos" remite a la construcción de un sujeto petrolero acorde a la disciplina fabril impuesta por el proceso productivo; la noción de "brujas", por su parte, retoma metafóricamente la caza de brujas de los siglos XVI, XVII y XVIII, proceso que significó -con el eufemismo de ser adoradoras del Diablo-, el confinamiento de la mujer en el espacio doméstico y su rol reproductivo de la fuerza de trabajo. En tal sentido, el objetivo principal que guiará este artículo se relaciona con problematizar el espacio de la reproducción de los trabajadores, en particular la familia, como expresión de relaciones socio laborales que se entraman a partir de una división sexual del trabajo. Sobre la base de la división sexual del trabajo se cristalizan modos de vivir, de pensar y de sentir la vida de los/las trabajadores/as y de las familias que se entraman. Esta praxis, al decir de Karel Kosík1, nos remite a las prácticas por las cuales los sujetos se apropian de la realidad. Una realidad atravesada por relaciones de poder, las cuales dan forma y entidad a discursos públicos y discursos privados acerca de las experiencias de los petroleros y sus parejas/esposas.

De tal forma, se consolidan prácticas y valoraciones diferenciadas por género que dan sustento a tal división, modelando determinados tipos de familia, regulando el acceso y la administración de recursos, dosificando la función reproductora de la sexualidad, entre otros aspectos. Para abordar la familia como espacio de reproducción, es vital el lugar de la mujer, puesto que las mujeres realizan un trabajo fundamental en la reproducción de la fuerza de trabajo. Federici -de quien nos inspiramos para elaborar parte del título del artículo- replica que Marx no pudo analizar el rol de la mujer -o no quiso- en la reproducción social de la fuerza de trabajo, situando al mercado como el ámbito privilegiado de la recuperación tanto física como psíquica de los trabajadores. En la fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar no brota de forma natural, sino que debe ser socialmente producida. Todos los días la mercancía fuerza de trabajo es consumida por el capital, y ésta regresa a la casa sin energía y en estado de agotamiento. Por ello es necesario reproducir esa energía para poder ser consumida al día siguiente. Marx ha situado al mercado como el ámbito de satisfacción y reproducción de esta fuerza. Es decir, los trabajadores toman su salario y con él compran los productos necesarios para la reproducción de su fuerza. Por consecuencia, la reproducción social de la mercancía fuerza de trabajo se completa, según Marx, en el circuito del mercado. Federici nos recuerda los debates dentro del feminismo durante la década del setenta y un aporte fundamental para comprender el concepto reproducción social. Éste adquiere un significado ampliado al incorporar la familia en el ciclo de la reproducción, y fundamentalmente el rol de la mujer. La reproducción social tiene una doble faceta: reproduce nuestras vidas, pero al mismo tiempo crea personas listas para ser explotadas por los procesos de producción.

En el marco de este planteo, y para abordar el estudio de la masculinidad en los petroleros, es imprescindible analizar procesos y relaciones por los cuales hombres y mujeres viven ligados al género. Entendemos la(s) masculinidad(es) como ordenamiento social e histórico a través del cual los hombres se comprometen en una posición de género y clase, generando efectos concretos en las prácticas, experiencias y representaciones acerca de lo masculino y lo femenino. Es preciso aclarar que las masculinidades y las feminidades son posiciones relacionales y relativas en concordancia con los contextos, lo que evidencia que las posiciones de género constituyen productos sociales y, como sostiene Segato (2010), no son monopolio de la división de los sexos.

Las estrategias empresarias tendientes a controlar y disciplinar la fuerza de trabajo también ponen en juego construcciones acerca de lo masculino y lo femenino. Y ya que dichas estrategias se articulan como un todo -dentro y fuera del espacio laboral2-, tales construcciones son cruciales en la organización del proceso productivo.

Por lo formulado hasta aquí, nos interesa analizar las condiciones propias del proceso de trabajo que repercuten en las experiencias obreras en el espacio de la reproducción. Cabe aclarar que estas experiencias están en relación directa con las de las mujeres que comparten sus vidas con los hombres. En la ciudad de Comodoro Rivadavia, además, estas experiencias de clase ponen en juego representaciones y prácticas acerca de la masculinidad, condicionadas y atravesadas por los intereses de la industria del petróleo. Las características de enclave que asume la ciudad -como tantas otras del sur de Argentina- configuran un territorio marcado por la industria extractiva desde su radical pertenencia material y simbólica. Dicho enclave da cuenta de una estructura económica subordinada al monopolio de la actividad productiva y, al mismo tiempo, de la articulación de los procesos sociales en torno a dicha actividad. De esta manera, es necesario referenciar dialécticamente condiciones materiales/objetivas con las condiciones socioculturales/simbólicas.

Para la elaboración de este texto, nos nutrimos del conjunto de estudios de lo que denominamos, en líneas generales, las Ciencias Sociales del Trabajo. No obstante, también nos enriquecieron los aportes de los Men´s studies, claves para entender que existen múltiples y variadas formas de masculinidad (Kimmel 1997). Las maneras de "hacerse hombre" son heterogéneas y se constituyen como fenómenos sociales e históricos (Gilmore 1994; Laqueur 1994). En esta línea de investigación, Robert Connell (1987; 1995) es quien ha tenido una mayor pretensión analítica en los estudios de las masculinidades. Asegura que en todas las sociedades hay una concepción hegemónica de masculinidad que se sitúa como un modelo de referencia para los demás. Sin embargo, aclara, el hecho de que exista una determinada masculinidad hegemónica no significa que la sustenten los sectores dominantes -de hombres- de cada sociedad. Es más, muchas veces la masculinidad hegemónica es tan irrealizable que termina siendo una presión imposible de alcanzar, un deseo siempre insatisfecho3. En palabras de Bourdieu -autor ineludible en este tema-, dicha presión no hace más que fomentar la fragilidad del hombre: "Todo contribuye así a hacer del ideal imposible de la virilidad el principio de una inmensa vulnerabilidad" (2012, 69). Estas premisas sobre la diversidad en las formas de "ser hombre" y la imposibilidad de hablar de masculinidad en sentido singular han impulsado importantes aportes en Latinoamérica. Diversos estudios han afirmado que no sólo es necesario abordar las masculinidades desde una perspectiva de clase, sino también a partir de una relación generacional, de etnia y región para acceder a una comprensión particular tanto histórica como social (Viveros Vigoya 2001; Fuller 1997; Bastos 1998; Fonseca 2003)4. Figueroa Perea (2005) realiza un aporte interesante para pensar la noción de masculinidad en las Fuerzas Armadas de América Latina. En su análisis da cuenta de cómo actúa el "mito del héroe" en los varones insertos en estas instituciones, siendo una forma de legitimidad dentro del grupo a partir de la exposición de situaciones de peligro, para luego conversar de aquellas experiencias riesgosas y haber sobrevivido a ellas. En contraposición a lo que podemos denominar "masculinidad heroica", Guillermo Núñez Noriega nos alerta de la violencia que es posible generarse sobre aquellos hombres "considerados menos masculinos, afeminados o no suficientemente masculinos de acuerdo a los estándares sociales" (2007, 70).

Debemos considerar también que las masculinidades hegemónicas adquieren forma y entidad a partir de los requerimientos del capital y la consolidación de sujetos trabajadores acordes a la disciplina fabril. Es decir, en las modalidades de contratación y uso de la fuerza de trabajo se ponen en valor actitudes que se ajustan a la idea del "buen trabajador", favoreciendo así la afirmación de una masculinidad hegemónica (Connell 1995). En otro escrito analizamos esta estrecha relación entre masculinidad y disciplina fabril, que afianza lo que denominamos la configuración de un sujeto fabril-petrolero-masculino (Palermo 2015). En tal sentido, debemos tener en cuenta el rol de las empresas petroleras y sus estrategias hegemónicas en la configuración del sujeto trabajador "ideal" y en la manera en que se articula, en ese ideal, un modelo de masculinidad.

Para esta investigación hemos abordado el trabajo de campo en dos etapas: en la primera, realizamos entrevistas en profundidad, notas de campo y observación participante en los lugares de trabajo de los petroleros. Para ello, hicimos trabajo de campo en los pozos ubicados en yacimientos cercanos a Comodoro Rivadavia. Esta primera etapa nos permitió, además de entrevistar in situ, observar el proceso de trabajo y las tramas de relaciones entre los trabajadores hombres. La segunda etapa consistió en la realización del trabajo de campo en las casas de los petroleros. Aquí nos interesaba prestar atención a la dinámica familiar, y sobre todo, analizar el desenvolvimiento de los trabajadores dentro de su espacio doméstico, con todo lo que ello implica: la relación con las mujeres, la paternidad, la logística de la casa, etcétera.

Las brujas de Comodoro Rivadavia

Amplios sectores sociales de Comodoro Rivadavia, que a priori denominaremos sectores medios no vinculados directamente a la industria petrolera o jerárquicos del petróleo, producen y reproducen toda una serie de estigmatizaciones y representaciones acerca de cómo son los petroleros, en relatos de fácil acceso para cualquier sujeto ajeno a esa realidad patagónica. En sólo un día, un oído avezado es capaz de escuchar expresiones descalificantes como: "son arrogantes", "negros", "no saben comprar", "son ordinarios", "negros con plata", "brutos", "son grasas", "no saben ni hablar", entre otras. Con sus matices, esto se reitera en entrevistas, charlas informales, medios de comunicación, intercambios vía redes sociales (aquí más violentamente, dados el anonimato y la impunidad que habilitan), etcétera5.La diferencia entre el salario de los trabajadores del oro negro y el del resto de la comunidad parece ser uno de los puntos de tensión6. Los sentidos encerrados en cada uno de estos prejuicios estereotipados han sido analizados como parte de una estructura de relaciones históricas en la ciudad petrolera (Palermo 2014) y también como un "desacople entre capital económico y capital cultural" (Barrionuevo 2013). El sentido común que se cristaliza sobre los trabajadores petroleros contribuye a un imaginario grotesco de "macho" fanfarrón como consecuencia de su salario.

En esta sociedad dividida en dos, las mujeres que viven con los petrolerosson sometidas a un plus de violencia que combina tensiones de clase y género. Acerca de ellas se entretejen múltiples estigmatizaciones, que van desde cuestiones estéticas a valoraciones morales. Natalia Barrionuevo (2013) ha indagado sobre este proceso de estigmatización de las mujeres que viven con los petroleros y realizó una sistematización de las categorías "nativas" -en términos antropológicos- en Comodoro Rivadavia, y que también fueron recurrentes en nuestras propias entrevistas. Entre ellas, agrupa un conjunto que apunta a la desvalorización estética de las mujeres: son "feas", "teñidas de rubias" (rubias de mentiras, casadas con negros), "usan pantalones ajustados", "las uñas siempre las tienen impecables" (sinónimo de que no hacen nada en sus casas), "viven en las peluquerías", "están tuneadas" (en referencia al tuning de los autos), etcétera. Entre los cuestionamientos morales, se comenta que son "infieles", que "gastan la plata de los hombres", "son interesadas", "mantenidas", "cazadoras de petroleros", "malas madres", etcétera. Así como se consolida el estereotipo social de "botineras" (mujeres que buscan futbolistas), se dice de estas mujeres que son "petroleras". Estas valoraciones negativas están tan extendidas en Comodoro Rivadavia que terminan por formar parte también de la mirada de sus parejas varones y de otras mujeres que viven con petroleros7. En la siguiente entrevista damos cuenta de esa mirada estigmatizante:

    Yo tenía en mi casa trabajando como doméstica a una chica joven, soltera. Siempre estaba loca por conocer un petrolero. Cuando lo encontró me empezó a faltar sistemáticamente. Claro, ya no necesitaba la plata. Se la pasaba todo el tiempo en la peluquería. Tenías que verla, venía con la uñas pintadas... ya no le interesaba el trabajo. (Comerciante de Comodoro Rivadavia. Entrevista realizada en 2013)

Igual que las brujas en los siglos XVI-XVIII, las mujeres son pensadas como encantadoras de hombres petroleros, con el poder de hechizarlos mediante ardides para sacarles sus preciados salarios. Estas estigmatizaciones abonan a la consolidación de una imagen ambivalente de masculinidad entre la idea dominador/dominado: los varones son, por un lado, "machos con plata" que en el espacio público hacen ostentación de su posición económica; y al mismo tiempo, dentro de sus casas, su poder se desvanece, y se convierten en víctimas de las mujeres.

Estas representaciones, que parecerían contradictorias acerca de las mujeres y los hombres petroleros, conviven y abonan a modelos de feminidad que dan cuenta de cuál es la "esposa ideal", "casta" y "obediente al mandato masculino", pero sobre todas las cosas, "ahorrativa" y "ocupada en sus tareas domésticas". Un modelo de feminidad que, con sus matices, si bien se encuentra bastante extendido en la sociedad moderna -aunque cada vez más cuestionado-, adquiere mayor contundencia en una dinámica familiar condicionada por el proceso de trabajo petrolero. Y un modelo de masculinidad que fortalece la división sexual del trabajo, siendo que el hombre se fortalece en el espacio de la producción y se debilita en la esfera doméstica.

La jornada de trabajo tiene varias particularidades que repercuten en la dinámica familiar. Los turnos son de dos tipos: los de doce horas diarias sin permanencia en el lugar y aquellos con permanencia en los equipos. Estos últimos suelen ser de "14x14", es decir, se trabaja durante catorce días sin interrupción (en turnos de doce horas, aunque en la realidad son de continuo, dado el proceso de trabajo) y luego hay catorce días de descanso. La permanencia también puede ser en turnos de "21x21" (veintiún días de trabajo y veintiún días de descanso). Quienes no hacen permanencia (van y vienen todos los días) suman una jornada laboral de aproximadamente dieciséis horas, como consecuencia del tiempo de viaje entre ida y vuelta. Los turnos son rotativos, con lo cual se trabaja de día y de noche, según el ciclo. Por último, los espacios se encuentran bastante alejados de la ciudad, lo que configura una dinámica familiar específica.

La amenaza de la masculinidad

Acusar a las mujeres de infieles no es sólo un comentario recurrente entre sectores sociales no petroleros. También -ya sea en forma de chiste, comentario colectivo o preocupación seria- es un tema constante en las entrevistas a los varones petroleros en sus lugares de trabajo, como podemos observar en la que se transcribe a continuación:

    Todos mis compañeros son cornudos... ¿Qué te pensás que hacen las mujeres cuando ellos están laburando catorce días seguidos? ¡Yo no! [Risas]

    [Interrumpe la mujer] Sí, todas son de los puticlub y están por la conveniencia de la plata con los hombres.

    Pregunta: ¿Es tan así?

    Sí, sí. A todas les gusta la plata. (Jefe de equipo con la mujer. Entrevista realizada en 2013)

No es novedoso que sean los sectores subalternos quienes también reproduzcan las estigmatizaciones que recaen sobre ellos. Como vemos en la entrevista, es la mujer quien abona a la idea de la conveniencia por la plata. Tampoco es ninguna novedad que el cuerpo de las mujeres constituye un espacio de disputa, surcado por operaciones e intentos de control y dominio masculino. En este esquema, las largas ausencias de los varones, causadas por los turnos rotativos, vuelven más laxos los controles sobre esos cuerpos femeninos y, en definitiva, acrecientan, desde la mirada masculina, "el peligro de la infidelidad". La infidelidad es una amenaza latente, un potencial peligro para la virilidad/el honor masculino.

El cuerpo es clave para entender las raíces del dominio masculino y definir un modelo de feminidad que especifique el rol de las mujeres en relación con la sexualidad, la procreación y la maternidad: en definitiva, la reproducción de la única mercancía capaz de producir valor. Los cuerpos femeninos son lugares privilegiados para el despliegue de las relaciones de poder. Por ello no es casual que también se apunte a una desvalorización estética de las mujeres ("teñidas de rubia", "feas", etcétera), si se tiene en cuenta que la imposición estética es una condición necesaria para la aceptación social o el repudio. Retomando a Federici:

    [...] en la sociedad capitalista, el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación y resistencia, en la misma medida en que el cuerpo femenino ha sido apropiado por el Estado y los hombres, forzado a funcionar como un medio para la reproducción y la acumulación de trabajo. (2014, 29-30)

La mujer es la mayor culpable de la infidelidad en nuestra sociedad. Históricamente se la presenta como un ser insubordinado al que sólo el control y la disciplina masculinos pueden corregir. Basta analizar incontables obras literarias para observar que es necesario castigarla cuando se rebela contra la autoridad patriarcal. Un ejemplo, entre tantos, es La fierecilla domada, escrita por William Shakespeare en 1593. La obra se centra en el carácter díscolo y rebelde de Catalina frente a sus pretendientes, más de uno ahuyentado a golpes por la mujer. La villana principal es la esposa desobediente, argumento factible de ser encontrado en innumerables guiones de novelas y películas contemporáneas. La denigración literaria, con su anclaje material en las relaciones sociales, expresa con claridad un proyecto político que apunta a configurar determinados roles para las mujeres, constituyendo así una moral que repudia ciertas prácticas y premia otras.

Masculinidad(es) y feminidad(es): posiciones relativas

En el esquema de trabajo petrolero, los hombres pasan muy poco tiempo en sus casas. Son las mujeres quienes se encargan de la logística que atañe a las responsabilidades domésticas: orden y organización de las casas, cuidado de los hijos, organización y planificación de su educación, salud y entretenimiento, y, esencialmente, esperar el retorno de sus maridos. El siguiente fragmento de entrevista permite pensar la importancia de la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo:

    Investigador: ¿A qué hora salís y a qué hora volvés a tu casa?

    Hombre: Y..., desde que yo salgo de la casa, por ejemplo, son las once de la mañana, y hasta que vuelvo acá..., se hacen la una y media, las dos más o menos. ¡Llego tarde!

    Investigador: ¿Y a esa hora comés?

    Hombre: Sí, sí, ella siempre me guarda algo caliente para después meterme en la cama de una. Vengo muerto de sueño.

    Mujer: Sí, lo espero aunque esté feo, llueva o algo. Una, una y pico, lo espero con la comida y le hago compañía. Si me aguanto, como con él, si no, no.

    Investigador: Ah, te esperan con la comida... No te podés quejar.

    Hombre: Claro. Cocina y come conmigo. Y bueno, el sacrificio viene por los dos lados. (Encargado de turno y su mujer. Entrevista realizada en 2013)

Como vemos en la entrevista, la mujer y el hombre aparecen en un plano de igualdad: "el sacrificio viene por los dos lados". Y en cierta forma tiene un viso de realidad concreta, dado que el hombre lleva adelante un trabajo por demás sacrificado, y la mujer, la otra parte del trabajo -también sacrificado-, articulando el espacio de la producción y reproducción. Profundizando en esta idea, en el trabajo de campo se hizo evidente ese plano de igualdad que, de alguna manera, rompe la desvalorización del trabajo femenino en el espacio doméstico.

Ha sido analizada en profundidad la importancia del trabajo de la mujer en la esfera doméstica, vinculada directamente con la reposición de la fuerza de trabajo (Durham 1980). La producción de valores de uso en el trabajo femenino es estratégica para el mantenimiento del trabajo de los varones en diagramas de turnos rotativos. Más de una vez les hemos preguntado a los hombres petroleros cuánto ganaban, y nos encontramos con la sorpresa de que no sabían la respuesta; inmediatamente les preguntaban a sus mujeres, quienes sí la conocían. Se convierten así en eficientes contadoras del dinero, lo cual resulta lógico por las largas ausencias de los hombres y la necesidad de resolver cuestiones claves y cotidianas de la economía doméstica8.

No obstante, también se hace evidente la desvalorización del trabajo femenino. A partir del trabajo en turnos se propician relatos y comentarios sobre las mujeres de los petroleros. Uno de los más frecuentes es que mientras los hombres están trabajando, ellas "despilfarran" el dinero. Toma cuerpo en Comodoro Rivadavia la frase "mientras estás laburando te están gastando la plata".

La noción de "patriarcado del salario" (Federici 2014, 150) se ajusta al enfoque que estamos proponiendo, que especifica las características que adquiere la dominación masculina en el capitalismo, generando las condiciones materiales para la subordinación de las mujeres a los hombres y para la apropiación de su trabajo por parte de los trabajadores varones. Dado que el valor del trabajo se vincula, en una sociedad dominada por relaciones monetarias, con la producción de mercancías, la devaluación del trabajo femenino encuentra una clara expresión en la palabra "despilfarradoras". Sin embargo, también convive cierta igualdad en la idea de que ambos realizan el sacrificio. Paridad y desigualdad conviven, también poniendo en tensión la propuesta de Federici, la cual sitúa al hombre como el delegado o el agente del capital y del Estado que, en el espacio de la vida familiar, cumple con la función de controlar y golpear a la mujer si ella no cumple con la función reproductora (Federici 2013, 37). Por el contrario, nuestro trabajo de campo evidenció prácticas y representaciones dentro de las familias petroleras que, en cierta forma, contradicen y desdibujan aquellos roles inmutables de "violentos" y "violentadas". En la vida cotidiana, los varones cumplen extensas y largas jornadas con varios días de trabajo continuado. En este esquema, las ausencias de los varones de sus casas constituyen una clave para pensar una suerte de empoderamiento de la mujer.

La disciplina extensiva

Es habitual que sean las mujeres quienes también organicen los turnos de los trabajadores varones. Suelen hacer el seguimiento de los horarios de la jornada para que ellos puedan cumplirla y no sucumban al cansancio. La entrevista que sigue nos otorga una idea de la importancia de la mujer en esta lógica laboral:

    Pregunta: ¿Cómo es tu turno esta semana?

    Respuesta: Y..., termino a las doce. A las once y media de la noche ya me voy preparando para volver a casa. Me doy otra vuelta antes de irme para cerciorarme de que todo esté en condiciones: la pileta con buen nivel, la bomba, etcétera. Me subo en la camioneta, y a mi casa llego tipo una cuarenta o dos de la noche. Llego y está todo silencioso, todos están durmiendo. Abro la puerta y tengo la cena ya hecha. Por ahí mi señora antes me manda un mensaje avisándome que en el micro me dejó la comida, que la caliente si está fría, blablablabla. Me avisa cuando no me puede esperar porque al otro día entra temprano a trabajar. Me lo escribe. O por ahí si es fin de semana, me espera y no ceno como perro, solo. Y bueno, después me acuesto. Pongo el reloj o si no ella me llama para despertarme a las nueve y media, porque ella sale antes. Yo no la veo a ella ni a los chicos tampoco. ¿Me entendés?

    Mujer: Yo ya estoy acostumbrada, toda la familia hace turnos. (Maquinista y su mujer. Entrevista realizada en 2013)

De nuevo aparece en este fragmento de entrevista -como se señaló en el apartado anterior- un importante reconocimiento al trabajo de la mujer que lo espera para que el hombre no coma solo. Sin embargo, quisiéramos resaltar la frase "me llama para despertarme a las nueve y media". En innumerables reflexiones de los varones petroleros, las mujeres aparecen como quienes los controlan y, en gran medida, ordenan sus vidas para el trabajo:

    Cuando empecé a laburar, el problema fue cuando entré en la joda. Empecé a conocer gente, a salir con los muchachos del trabajo, y ahí empieza el descontrol.

    Pregunta: ¿En qué sentido hablás de descontrol?

    Respuesta: En el sentido que empezás a salir, la bardeás. Chupi, noche... Se te desordena todo, inclusive el laburo.

    Pregunta: ¿Y con tu mujer cómo fue eso?

    Respuesta: Y con mi señora se pudrió todo. ¡Se quejaba todo el día de la vida que hacía! Me dijo que me pusiera las pilas o agarraba a los chicos y se iba. Me dijo bien clarito: "Te calmás o no me ves más". Por suerte, fue un tiempo nomás, después me organicé. Me vino bien con el trabajo, que también me organizó. Viste, cuando agarrás la joda... Se te vuelan los pájaros... (Operador de boca de pozo. Entrevista realizada en 2013)

Este último fragmento de entrevista nos brinda interesantes elementos para el análisis: en primer lugar, son las mujeres las que abonan -tal como representantes de las empresas- a la disciplina fabril. La "joda" rompe las responsabilidades masculinas respecto de la familia, que implican llevar una vida ordenada y alejarse de cuestiones no deseadas como las salidas nocturnas, el alcohol e incluso una sexualidad promiscua que, en los varones, resulta menos sancionada que en las mujeres. Ellas son las "quejosas" en los relatos de los trabajadores, aunque terminan afianzando la disciplina laboral. Disciplinan a los trabajadores para que descansen y, en definitiva, repongan sus energías para la siguiente jornada. Al mismo tiempo advierten a los varones de las malas consecuencias que se derivan de "descontrolarse". La idea de "organizarse", desde la perspectiva de los petroleros, se entrama íntimamente con la noción de armar una familia. Sobre todo porque son las mujeres las que ejercen sobre los hombres las tareas de control para que se cumplan los requerimientos laborales: la mujer y la familia expresan lugares de disciplina.

En segundo lugar, en el fragmento de entrevista, en relación con la mujer, aparece lo que podríamos denominar una masculinidad infantilizada. Es decir, es la mujer la que disciplina al hombre, tal como una "madre castradora", y es el varón quien actúa como un niño, "poniéndose las pilas". De nuevo se repone la idea de la mujer como parte de un engranaje de la disciplina fabril.

Las mujeres que viven con los petroleros cumplen un rol crucial en el control y cumplimiento de la disciplina fabril de los varones. No sólo controlan que éstos descansen y se recuperen para cargar energías como fuerza de trabajo, sino que advierten a los varones cuando sus prácticas ponen en peligro el cumplimiento de la jornada de trabajo. De este modo, se consolidan prácticas y representaciones acerca de la(s) masculinidad(es) y feminidad(es) que, si bien subvierten el dominio del varón alrededor de la idea del "patriarcado del salario", consolidan una división sexual del control acorde con las necesidades y los requisitos de la producción.

Cotidianeidad discontinua

El trabajo petrolero habilita un acceso a bienes y consumo por encima de la media de Comodoro Rivadavia. La industria del oro negro brinda una seguridad económica que es irrefutable. Muchos trabajadores con cierta práctica de ahorro logran tener su propia vivienda y, además, construirse una casa para veranear. Sin embargo, este bienestar contrasta con el sufrimiento por vivir desfasado -o a contramano- de la familia. Esto representa para los trabajadores una frustración constante. Dicha observación fue tomando cuerpo a lo largo de nuestro trabajo de campo: en los relatos de los trabajadores aparecen repetidamente expresiones tales como: "no pasás tiempo con la familia", "toda la familia hace turnos", "cuando vuelvo del trabajo todos están durmiendo", "es mejor ser soltero", "las fiestas nunca las pasás con tu familia", "nunca ves a tus hijos", etcétera.

En este sentido, una de las mayores preocupaciones (históricas) de los trabajadores petroleros tiene relación con el incumplimiento sistemático que se produce con la familia9. Los turnos rotativos hacen de la planificación familiar un caos al organizar eventos importantes como casamientos, fiestas, cumpleaños, etcétera. Al mismo tiempo, las largas jornadas laborales, más aún para quienes hacen permanencia en los cerros, enfrentan a los trabajadores a una dinámica en el espacio doméstico que, más de una vez, les es ajena. La tensión entre el espacio de la producción y el de la reproducción está fundada en las formas de organización del mercado laboral, que construye un entramado particular entre la producción de mercancías y la reproducción de fuerza de trabajo.

La familia como pérdida

Una de las preguntas que realizamos con frecuencia a los trabajadores que hemos entrevistado en sus casas es qué se gana y qué se pierde con el trabajo petrolero. Casi de forma unánime, asocian la ganancia con el dinero, y la pérdida, con la familia. Un enganchador de un equipo lo sintetizó de la siguiente manera:

    Las ventajas de esto es que te podés dar muchos gustos..., que con otros trabajos no te los podés dar. Yo creo que trabajando de carnicero no podría haber llegado a la casa que tengo hoy. Ni comprarme el terreno para hacer mi casita en la cordillera. La desventaja, bueno, como te dije, no podés disfrutar de la familia. A la familia casi la perdés. (Entrevista realizada en 2013)

Como dijimos, la industria del petróleo otorga salarios muy por encima de la media de Comodoro Rivadavia y, en general, de todo el territorio argentino. Por ello, aparece frecuentemente esta tajante afirmación: "La elección del trabajo es sólo por el dinero". También se reitera la idea de que "es la familia lo primero que se pierde", aunque se termina justificando por la seguridad económica que a largo plazo alcanza esa misma familia: gran dilema al que se enfrentan los trabajadores petroleros.

El siguiente relato, seleccionado entre otros del mismo tenor, propone una idea concisa de la pérdida, en términos históricos y generacionales:

    Mi viejo dejó todo por YPF. Nos crió a nosotros laburando en YPF. Ahora, vos me preguntás si lo vi, te digo que no..., no lo vi nunca. Cumpleaños míos: mi viejo no estaba. Sábados o domingos: mi viejo laburaba. Cuando ya empecé a salir de noche, cuando volvía a eso a las cinco o seis de la mañana, mi viejo ya estaba preparándose para salir. Nos sentábamos a comer y él nos daba un beso y se iba a laburar. Hoy todo esto que te cuento lo viven mis hijos conmigo. Ellos vienen, yo me voy; ellos se van, yo vengo. Es una cosa de locos. Los domingos no estoy, las fiestas capaz zafo y estoy. O no. Y cuando estoy, me caigo de sueño y no tengo ganas de nada. Ni te digo con mi mujer... Cuando vuelvo, le pregunto: contame rápido lo que hicieron en la semana los chicos. (Encargado de turno. Entrevista realizada en 2012)

La continuidad generacional del trabajo supone también la continuidad en las experiencias familiares fragmentadas y frustradas. La ausencia tiene efectos concretos para las mujeres, los hombres y los hijos. En los varones fortalece el sentimiento de frustración, pues, como dijimos, los trabajadores petroleros experimentan una constante sensación de incumplimiento de las obligaciones familiares. Es claro que las formas que adquieren los procesos laborales imponen condiciones en los espacios fuera del trabajo. En la industria petrolera, los condicionantes adquieren una especificidad particular, dadas las características históricas de los turnos rotativos.

Siempre que hemos entrevistado a trabajadores del oro negro, nos trasmitieron su sensación de estar cometiendo una infracción por no poder compartir festividades, recibimientos, casamientos, e incluso tiempo con las mujeres con quienes conviven. En este sentido, en los pozos de petróleo hemos escuchado recurrentemente un chiste -bastante elocuente- que vincula las largas ausencias con la imposibilidad de tener sexo: éste cuenta que, entre los petroleros, hay más sexo en el trabajo que en sus casas, ya que es de lo único que se habla en los pozos, mientras que con sus mujeres "no pasa nada". De acá surge el mito extendido de que los petroleros son "cornudos" porque no las satisfacen sexualmente. Varias cuestiones, que forman parte de las preocupaciones de los trabajadores, se desprenden de estas apreciaciones. En primer término -y según hemos analizado-, encontramos el lugar común donde se sitúa socialmente a la mujer, en cuanto propensa a cometer actos de infidelidad por la falta de control del hombre. En segundo lugar, la jornada de trabajo funciona como elemento frustrante de la capacidad sexual del hombre. En cuanto a esto, en uno de los pozos donde hicimos trabajo de campo, ante la pregunta "¿qué se pierde con el trabajo petrolero?", uno de ellos, frente a la mirada atenta y las carcajadas de sus compañeros, representó a un animal con cuernos -simulados con las manos en la cabeza- y joroba. Si bien entendimos la idea de "ser cornudo", quedamos atónitos con la joroba. A continuación preguntamos por eso, mientras el hombre-animal saltaba balanceando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. El colectivo de trabajadores, que había comprendido claramente el chiste, respondió entre risas que no era una joroba sino el resultado del trabajo. Entonces varios hablaron de la cantidad de hernias discales que tenían: un jefe de turno, con veinte años de antigüedad, llegó a contabilizar seis.

El animal antropomórfico representado por uno de los trabajadores revela los efectos sociales de las largas ausencias en los hogares, que se expresan en clave de género por el temor de perder el bien más preciado de la masculinidad: el dominio del cuerpo femenino. Los cuernos del animal dan cuenta de ese miedo que ataca directamente la virilidad10. El cuerpo torcido, por su parte, muestra la plena conciencia acerca del desgaste físico precoz. El animal con cuernos y doblado es la personificación penosa de los efectos sociales y disruptivos que imprime el proceso de trabajo fuera del ámbito laboral, y a la vez expresa las consecuencias precisas de las condiciones laborales sobre los cuerpos de los petroleros. Se sintetiza así la relación entre jornada de trabajo, desgaste físico y vínculos familiares.

Cotidianeidad forzada

En las entrevistas, la familia aparece atada a la idea de pérdida o frustración, y el trabajador se sitúa -al menos ante el investigador- en el lugar del infractor. Esto no sólose produce por el escaso tiempo que pasa en el espacio doméstico sino también por los momentos que efectivamente comparte con su familia. Cuando el trabajador retorna a su casa aparecen cortocircuitos que son típicos del universo del oro negro:

    Cuando llego, parece que molesto. Al tiempito que estoy de franco11, ya mi nene me dice: "Papá, cuándo te vas". No me aguantan, me echan... Y no los culpo, si no estoy nunca en casa. Y cuando vengo tengo que reconocer que me irrita todo. Quiero silencio, quiero dormir tres días seguidos, y, bueno, ahí es cuando se pudre todo. Vivo desfasado. Lo peor es cuando quiero opinar sobre algo de la casa: directamente nadie me da bola. [Risas]. (Operador de boca de pozo. Entrevista realizada en 2013)

Al volver a sus casas, los hombres se sumergen en una dinámica completamente ajena a la del mundo laboral. Cuando tienen franco, los petroleros que hacen permanencia en los pozos necesitan de los primeros días para acostumbrarse a la convivencia con las mujeres y los hijos. Luego de catorce o veintiún días de trabajo en un universo monopolizado por actividades laborales y significantes masculinos, el espacio doméstico se presenta como extraño. Asimismo, sucede también que las mujeres toman decisiones acerca de los hijos y la casa en general sin realizar a veces ni una consulta a los hombres. A pesar de la relación de subordinación -mejor dicho, a partir de esa relación-, el espacio doméstico se convierte en una arena de disputa. El problema se acrecienta cuando los hombres están de franco e intentan tomar decisiones en sus casas. Cabe aclarar que los trabajadores con cierta jerarquía, como los encargados de turno, jefes de equipo o supervisores, están acostumbrados a tomar todo tipo de determinaciones en sus ámbitos de trabajo y a dar órdenes a otros hombres. En consecuencia, los francos son momentos de disputa, que más de una vez culminan con episodios de violencia hacia la mujer.

Arriesgando explicaciones que motiven estas tensiones, pensamos en primer lugar en la confrontación de dos dinámicas contradictorias: la esfera doméstica gana cierta autonomía respecto de los hombres, ya que las mujeres deciden sin consultarles, mientras que la esfera productiva se caracteriza por fomentar prácticas y representaciones vinculadas a la consolidación de un sujeto fabril-petrolero-masculino inmerso en un sistema de organización jerárquica de los roles. La adaptación a la familia durante los francos, que aparece con frecuencia en los relatos de los hombres, evidencia el desfase entre una esfera y la otra12. Algunos manifestaron sentirse "sapos de otro pozo" en su misma casa. La metáfora es significativa, dado que es en el pozo de petróleo donde se sienten cómodos, y en la propia casa son "extraños". Los turnos rotan, se trabaja de noche y se duerme de día, a destiempo de toda la familia. Los hábitos a los que están acostumbrados los hombres llevan a una tensión constante. En una entrevista a la familia de un petrolero surgió la siguiente cuestión:

    Y por ahí yo vengo y escucho el televisor a un volumen alto...y..., todos estamos medio sordos. Generalmente estamos sordos de la oreja izquierda porque los equipos están del lado izquierdo. (Maquinista. Entrevista realizada en 2013)

Las secuelas físicas, en este caso la sordera, se hacen evidentes en los momentos en que los petroleros regresan al hogar. Durante el trabajo, por el ruido infernal y constante que producen las máquinas de perforación -que los obliga a gritar todo el tiempo-, la sordera no resulta ser un problema pues muchos la padecen13. Uno de los hijos de un petrolero nos relataba que cuando su papá volvía "jorobaba" a toda la familiar: "para empezar tenés un sordo en casa mirando televisión al palo... Le hablás y no te escucha". La sordera, como padecimiento físico, es una de las derivaciones más frecuentes del proceso de trabajo, junto con las hernias discales anteriormente nombradas.

En definitiva, el espacio doméstico es para los hombres un lugar ajeno, no sóloporque expresa cierto dominio de la mujer, sino porque constituye un espacio virtualmente desconocido en el marco del ethos que conforma al sujeto fabril-petrolero-masculino.

La feminización del espacio fuera del trabajo

Nos interesa la mirada que construyen los trabajadores petroleros acerca del resto de la comunidad de Comodoro Rivadavia y, en definitiva, del espacio fuera del trabajo. Los petroleros tienen clara la imagen "grotesca" y despectiva que se les atribuye, lo que puede apreciarse en el siguiente fragmento de entrevista:

    El trabajo te quita mucho, sí. Otra cuestión es la mala imagen que tenemos acá.

    Pregunta: ¿Cómo te das cuenta de eso?

    Respuesta: Y, te das cuenta. Cuando te miran con esa cara de mierda y envidiosos... La opinión pública es malísima...

    Pregunta: Pero ¿qué les dicen?

    Respuesta: Y, que ganamos mucha guita, que por culpa nuestra se deforman los precios, que hay precios altos, que somos unos borrachos. Somos sucios, cornudos y borrachos. [Se ríen] Pero que vengan y hagan el laburo que hacemos nosotros... Son maricones... No se la bancan ni a palos lo que hacemos nosotros. No es para cualquiera. (Jefe de campo-Supervisor. Entrevista realizada en 2013)

En este relato se evidencia la disputa que subyace en las relaciones sociales en Comodoro Rivadavia. Es al mismo tiempo un ejemplo paradigmático para comprender las tensiones que se suscitan en otras ciudades con características de enclave fabril. Los petroleros afirman -con mucha razón- que el trabajo que ellos realizan "no es para cualquiera", mientras que gran parte de la comunidad deposita en ellos todo tipo de prejuicios que culminan por construir una imagen de fantasía.

De la última cita, nos interesa también resaltar el siguiente fragmento: "Pero que vengan y hagan el laburo que hacemos nosotros... Son maricones... No se la bancan ni a palos lo que hacemos nosotros. No es para cualquiera". Las condiciones de trabajo de los petroleros son realmente duras: al clima se le suman factores de peligro potenciados por el uso de componentes inflamables, estructuras tubulares y herramientas sumamente pesadas. Cualquier golpe o raspón puede ser de mucha gravedad. Los accidentes son habituales, aunque no sean abiertamente contabilizados. En muchos entrevistados pudimos ver amputaciones, sobre todo de las manos. En este universo, la idea de "bancarse el trabajo"14 aparece con frecuencia. Más de una vez escuchamos que estar en los pozos de perforación es "cosa de hombres", y por eso "hay que bancársela".

¿Podemos entonces pensar que, desde las representaciones de los petroleros, el espacio fuera del trabajo está atravesado por sujetos cargados de significantes femeninos, ya sean hombres o mujeres? Tal como argumenta Segato (2010), los significantes femeninos o masculinos no son monopolio de la división de los sexos; cuerpos de mujeres pueden cargar significantes masculinos, y cuerpos de varones, significantes femeninos. Del mismo modo, los espacios pueden ser masculinizados o feminizados, con lo cual ser "maricones" -como plantea nuestro entrevistado- implica la feminización del espacio fuera del trabajo y de todos los cuerpos que lo habitan.

El fragmento de entrevista que estamos analizando es esclarecedor, ya que nos proporciona pistas para entender un nudo central en la representación que los trabajadores petroleros tienen de sí mismos y de los otros no petroleros. En primer término, el relato del jefe de campo identifica un nosotros petrolero que incorpora tanto elementos de la mirada de la sociedad comodorense -el "macho super poderoso"- como del hecho de soportar todos los días un proceso de trabajo agotador y violento. En segundo término, los trabajadores petroleros otorgan sentido a un otro no petrolero feminizado en la expresión "maricones". De esta forma, el "afuera" del trabajo se transforma en un mundo feminizado -y por lo tanto inferior-, en oposición a un universo dominante y masculino puertas adentro del trabajo.

Estas consideraciones acerca de lo femenino y lo masculino pueden ser la clave para entender los tan frecuentes "rituales de iniciación" a los que son sometidos quienes ingresan al trabajo en los yacimientos. Rituales informales que marcan una separación respecto del mundo femenino (fuera del trabajo), al mismo tiempo que fomentan la adquisición de prácticas y representaciones del universo masculino petrolero. Entender estas valoraciones implica considerar que ser "petrolero" es asumir un nuevo ethos, apropiado, que se ejerce en el trabajo. Por lo tanto, maltratar a los trabajadores nuevos haciéndoles "pagar derechos de piso" con bromas pesadas, muchas de ellas de carácter sexual (Palermo 2015), supone doblegar, a través de la violencia, los significantes femeninos que traen consigo, a fin de convertirlos en hombres petroleros plenos. Aunque todo hombre tiene virilidad, no todos vienen del universo comodorense con la hombría necesaria para la disciplina fabril que requiere el proceso productivo. Según Rita Segato (2010), la violencia es una práctica disciplinadora de la masculinidad contra aquello que exteriorice rasgos femeninos. En tal sentido, estos rituales funcionan como pasaje hacia el mundo del trabajo del oro negro.

Conclusiones

La construcción occidental del género es la menos creativa de todas. No sólo porque simplifica de manera categórica la sexualidad sino porque la limita a dos universos opuestos como única posibilidad legítima -hombres y mujeres- y porque configura papeles sociales esquemáticos y monolíticos. Desde un pensamiento universal se consolida una matriz sexo-género atada al modelo heterosexual. Esta configuración monolítica, en la que se mezclan género, poder y subordinación, deja marcas en la sociedad en general. En particular, y dadas las características del proceso de trabajo, se produce una dicotomía entre la esfera de producción y la esfera de la reproducción: la primera, con preeminencia absoluta de lo masculino, mientras que la segundase constituye en un ámbito de dominio femenino. En este sentido, el mundo fuera de los pozos de petróleo se transforma también en un universo feminizado, o al menos caracterizado por una masculinidad atenuada en las representaciones de los trabajadores.

En este artículo quisimos reflexionar -desde la antropología del trabajo- acerca de problemáticas que fueron, en gran medida, investigadas por los estudios de género y, en particular, por los estudios referentes a las masculinidades. A nuestro entender, resulta fructífero nutrir la propuesta de los estudios del trabajo con los estudios de las masculinidades, pues nos permite pensar cómo los varones "se hacen" -y no nacen- y también cómo influye la organización de los procesos laborales en la configuración de la masculinidad, no desde una mirada ingenua que naturaliza intereses vinculados con la conflictiva relación capital-trabajo, sino pensando en construir una propuesta analítica que devele las relaciones entre la masculinidad hegemónica y las pretensiones concretas de las administraciones empresariales.

La construcción de la masculinidad en el seno de la organización del proceso de trabajo petrolero colisiona con ciertas dinámicas de la esfera doméstica, como parte de la dicotomía anteriormente mencionada. En la tensión entre la esfera de la producción y la esfera de la reproducción se juegan las jerarquías, dada la primacía de la masculinidad y/o feminidad en uno y otro espacio. Esta articulación entre ambas esferas perpetúa la subordinación de las mujeres, limita su autonomía, aunque -como vimos también- ellas encuentran en el control de la esfera doméstica un espacio de disputa con los varones petroleros, y al mismo tiempo encuentran también el reconocimiento por parte de los varones mismos.

Para ir cerrando, podemos afirmar que la diferencia de género invisibiliza el antagonismo de clase por un antagonismo entre hombres y mujeres. Nos resta seguir explorando esta línea de trabajo que busca profundizar la estrecha relación entre la masculinidad y la división capitalista del trabajo. En definitiva, nos interesa dar cuenta de cómo el capital hace uso de las formas de ser "hombres" y de ser "mujeres".


Comentarios

** Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en la mesa "Imágenes y palabras que interpelan las construcciones de género", coordinada por Edda Lía Crespo y LizelTornay en las XII Jornadas de Historia de las Mujeres/VII Congreso Iberoamericano de Estudios de Género. Asimismo, agradezco a Cynthia Rivero las lecturas oportunas de este texto, las cuales contribuyeron a mejorar y profundizar las ideas presentes en el mismo. Esta investigación contó con financiación de CONICET, Argentina.

1 Para Karel Kosík, el concepto filosófico de praxis es central, y constituye la principal articulación para abordar la actividad humana. Asimismo, la praxis, actividad ontológica del ser humano, expresa su capacidad transformadora de la sociedad. Es decir, los procesos de percibir, categorizar, significar y elaborar explicaciones acerca de nuestras prácticas insertas en una realidad concreta. Es en esa realidad donde se ejerce la actividad práctico-sensible (1967, 25).

2La antropología del trabajo cuenta con importantes investigaciones que han develado la compleja relación entre la esfera del trabajo y la esfera de la reproducción de los/as trabajadores/as. En tal sentido, se destacan autores -lecturas obligatorias a nuestro entender- que han puesto de relieve la importancia de problematizar esta articulación como vínculo orgánico de la tensa relación capital-trabajo (Leite Lopes 2011; Neiburg, 1988; Nash 2015; Ribeiro 2006; Rodríguez Sariego 1988).

3 Por ejemplo, la masculinidad hegemónica, según el autor, podría estar encarnada en películas o incluso en personajes de fantasía.

4 Subrayamos en particular,el estudio de Mara Viveros Vigoya (2001) para el caso de las identidades masculinas en Quibdó (región rural y negra de Colombia) y Armenia (región urbana y mestiza de Colombia), y el de Norma Fuller (1997) para el caso de la clase media de Perú, ilustrada, intelectual y profesional. Ambas autoras -vale remarcar que son mujeres que estudian a varones- demuestran que la masculinidad es una categoría relacional que expresa un proceso histórico tanto colectivo como individual, que cuenta con un significado maleable y cambiante. Claramente, entre la masculinidad y la feminidad hay un tándem insoslayable.

5 El prejuicio naturaliza la relación entre grupos (en este caso, entre aquellos que están vinculados con la industria petrolera y aquellos que no lo están o son jerárquicos). Es importante decir que el prejuicio comprende a la totalidad de los colectivos en cuestión. Si bien puede dar pie a una situación concreta de discriminación entre dos personas particulares en una situación puntual, surge en tanto la persona es miembro de un colectivo, no por sí misma. Por lo tanto, no se da entre individuos.

6 El salario de un petrolero puede rondar los 30.000 o 40.000 pesos, lo que le permite un acceso al consumo alto, en comparación con lo que habilita el salario promedio de la ciudad.

7 Resulta paradójico que entre los mismos estigmatizados se activen estos descalificativos. Estos conceptos construyen una mirada sobre esa otra que también influye en la forma en que se percibe a sí misma.

8Sumar a estas responsabilidades un trabajo por fuera de la casa constituye una carga importante para las mujeres: si bien puede suceder que lo tengan, lo frecuente es que sólo se dediquen al trabajo doméstico.

9 Esta situación la hemos corroborado también en otras industrias de procesos continuos y con turnos rotativos de trabajo; por ejemplo, la siderúrgica (Palermo y Soul 2009).

10 Fonseca (2003) ha estudiado, en un barrio popular de Brasil, la manera en que los hombres son desprestigiados por sus mujeres, que mientras los engañan ponen en duda su masculinidad. La expresión utilizada en estos casos es "guampudos".

11 El franco es el período de descanso de los trabajadores.

12 Por otra parte, podemos decir que la privatización de YPF desarticuló toda una infraestructura vinculada al ocio tanto para hombres como para las mujeres e hijos. Esta infraestructura recreacional ofrecía a las familias variadas alternativas para el esparcimiento. Hoy en día es difícil para los hombres encontrar actividades por fuera del trabajo.

13 Durante el trabajo de campo en los pozos de petróleo, a pesar de haber estado allí varias horas durante distintos días, fue imposible la adaptación al intenso (e insoportable) ruido de los equipos, en particular los de perforación. La sensación es la de estar al lado de una turbina de avión a punto de despegar.

14 La expresión "bancar" o "bancársela" refiere a soportar con estoicismo determinadas condiciones laborales desfavorables para la salud física y/o psicológica del trabajador.


Referencias

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Artículo recibido: 17 de julio de 2015; aceptado: 16 de enero de 2016; modificado: 3 de febrero de 2016