En la primera década del siglo XX, el entomólogo y zoólogo Carlos Porter (1906; 1910) realizó dos trabajos que constituyen el primer esfuerzo por catastrar el volumen de publicaciones de orientación antropológica en Chile entre 1845 y 1905. Más allá de inventariar y dimensionar la producción -197 títulos identificados-, ello se torna en evidencia de la temprana emergencia de un área de estudios antropológicos, que comienza a adquirir forma a partir de las primeras décadas del siglo XX. Esta se desarrolla en torno a un objeto de estudio cuya fundamentación teórica proviene de la academia europea, la "diferencia" en cuanto amalgama entre raza y cultura (Briones 1998), que a inicios de los años veinte se reorienta hacia los estudios de la diversidad cultural humana (Conklin 2013). La diferencia operó como una forma de alteridad, siendo su expresión la población indígena y los vestigios materiales de los habitantes prehistóricos, lo que, recurriendo a Peirano (2008), podemos conceptualizar como "alteridad radical próxima".
Es así como los esfuerzos iniciales por la institucionalización científica1 de la antropología se desenvuelven bajo el argumento que el estímulo de esta nueva ciencia ponía a la nación a la altura de los países cultos, siendo su tarea fundamental recoger y clasificar los datos de aquellas razas que desaparecen ante la marcha del progreso y de la civilización (Porter 1909). El interés investigativo se articuló a través de la conformación de organizaciones especializadas como sociedades científicas y museos, que canalizaron la investigación en diversas áreas de conocimiento, al mismo tiempo que crearon mecanismos de comunicación -generación de revistas, boletines y libros- por medio de los cuales se encauzaron las reflexiones o los estudios relativos a la población indígena que habitó o habitaba el territorio nacional. Estas instituciones, en particular las Sociedades Científicas, resultan gravitantes en el desarrollo de la investigación científica nacional y antropológica en particular (Fuenzalida 1964), pues concentraron prácticamente todas las iniciativas que se realizaron hasta mediados del siglo XX. Su fortalecimiento fue expresión del intento por replicar el modelo de ciencia europeo (Broca 1870; Bouza 1988; Conklin 2013), modelo en el cual estas sociedades -que surgen a mediados del siglo XVII- y las revistas científicas -específicamente, los artículos especializados- cobran relevancia, constituyéndose por excelencia en el medio a través del cual comenzó la circulación de la producción científica, siendo el formato que finalmente reemplazó la comunicación epistolar y los informes de circulación privada (Schaffner 1994)2. Cada institución -sea sociedad científica, museo o universidad- contaba en su haber con una revista o un boletín de divulgación, y sus miembros realizaban esfuerzos destinados a que estos mantuvieran cierta periodicidad3.
Se puede agregar que en su mayoría, las sociedades científicas se concibieron desde una visión amplia de las ciencias -concepción arraigada en el modelo de ciencia clásico de base naturalista-, constituyéndose en espacios de reflexión en torno a temáticas de orientación antropológica, consignando que las únicas instancias especializadas para la época -de breve duración- fueron la Sociedad Arqueológica de Santiago (1878-1881) y el Museo Etnológico y Antropológico de Chile (1912-1926).
Al respecto, se puede advertir que las principales diferencias en el desarrollo de la antropología con otros países de América (Estados Unidos, México, Brasil, Colombia) fueron la no consolidación de entidades especializadas durante las primeras décadas del siglo XX, así como la tardía institucionalización académica, y con ello, la incorporación de planes de formación de especialistas; y agregar que el primer programa de formación profesional en Chile se implementó en 1966, en la Universidad de Concepción (Garbulsky 2000; Mora 2014). Como complemento, señalar que hacia los años cincuenta, el espacio universitario en el país estaba orientado a ciertas áreas del conocimiento (Teología, Leyes, Ciencias Políticas, Matemáticas y Física, Medicina, Filosofía, Educación, Arquitectura, Economía y Comercio, Farmacia y Química, Industria y Ciencias Aplicadas, entre otras)4 y en general abocado al desarrollo profesional (Feliú 1969)5.
Al igual que otras ciencias, esta primera antropología expresa una institucionalización más bien débil, efecto de las tensiones y fluctuaciones sociopolíticas y económicas que atravesó el país (Cariola y Sunkel 1982), huellas de las dilaciones y discontinuidades que emergen en el proceso de consolidación del Estado-Nación chileno (Salazar y Pinto 1999). A ello se podría sumar el escaso interés manifestado por parte de la élite política e intelectual del país por impulsar la inserción de estas materias en las universidades nacionales, y con ello, procurar su consolidación a través de instituciones especializadas de investigación (Porter 1909; Delegación Chilena en el Congreso Americanista de Buenos Aires 1910).
Al no existir una política e inversión económica sostenida, y mediando el interés exhibido sólo por algunos gobiernos6, el desarrollo de la antropología se llevó a cabo con mucha dificultad, al alero de los primeros museos y sociedades científicas (Gusinde 1916; Lenz 1924; Oyarzún 1927; Latcham 1929; Fuenzalida 1964)7. En este desarrollo cumplen un rol importante los recursos privados y el fuerte compromiso individual, consignado que la mayor parte del trabajo científico -en particular, el de carácter antropológico- se realiza en condiciones económicas y laborales precarias, y cuando no, a través del autofinanciamiento8, siendo otras actividades remuneradas las que permiten el sustento de estos primeros investigadores: profesores de idiomas, de matemáticas, de química, de castellano, médicos, abogados, empresarios, etcétera9.
En estas difíciles condiciones se lleva a cabo la investigación de orientación antropológica, aun cuando se puede apreciar una importante producción intelectual: sólo en revistas de circulación nacional se registran 532 artículos entre 1860 y 1954, publicados por un total de 91 "investigadores-autores" (Mora 2016). A lo anterior podemos agregar la existencia de debates sobre los cánones científicos que legitiman las prácticas, así como relativos a las formas de representación de la otredad a nivel teórico, empírico y escritural (Orellana 1996; Pavéz 2015). En esta dirección, se puede hablar de un territorio y una tribu de científicos (Becher 2001 [1989]) que demarcan un espacio fuera del ámbito académico-universitario. Si bien no hay formación-socialización a través de un sistema formal o de cátedras a la manera de una disciplina académica (Beyer y Lodahl 1976; Apostel 1979; Heckhausen 1979; Clark 1983; Greenhalgh 1996; Dogan 2001; Stichweh 2001; Siler 2005), en el plano informal se reproduce algo similar a un colegio invisible (Crane 1972), donde sociedades científicas y museos se transforman en instancias que permiten la transmisión de conocimientos entre pares.
Al no existir cátedras permanentes, y siendo canalizada la actividad científica a través de instituciones que aglutinan diversas áreas de conocimiento, resulta de interés conocer algunas características vinculadas a la organización de espacio científico y la orientación temática que sigue la producción en la investigación de dicha época. Ello, teniendo en cuenta además que a inicios del siglo XX fue hegemónica una visión amplia de ciencia, donde la antropología cobró sentido como ciencia integral (biológica y social), abordando la historia natural del hombre (Broca 1870; Porter 1909).
Entre los distintos aspectos por considerar en los estudios sociales de la ciencia (Kreimer y Thomas 2004)10, este artículo presenta algunos resultados referidos al espacio de producción del conocimiento de orientación antropológica, lo cual se desprende del análisis de las publicaciones aparecidas en revistas científicas entre 1860 y 1954. Desde el punto de vista topológico, el espacio se construye como una representación geométrica multidimensional que establece la vinculación entre distintos puntos, los cuales están representados por la relación de las modalidades-propiedades activas que se proyectan en él (Bourdieu 1989). Dicho espacio relacional permite generar una reflexión en torno a las particularidades del conocimiento antropológico de la época estudiada, a fin de apreciar esta configuración a la luz de la relación entre temáticas, profesiones, etapas, actores, publicaciones, orígenes de los autores y localización geográfica de los estudios. Ello hace posible apreciar -por medio de la construcción tipológica- no sólo la estructura de dichos espacio; también entrega elementos para precisar de qué manera se hace operativa esta concepción de antropología.
Frente a la inexistencia de una estructura disciplinaria y una división departamental que defina un territorio académico instituido (Becher 2001 [1989])11, la pregunta o hipótesis orientadora de este trabajo plantea la configuración de un espacio heterogéneo, sin una estructura relacional que muestre la vinculación entre temáticas, profesiones y publicaciones, es decir, que no exprese la emergencia de especializaciones o áreas de desempeño claramente distinguibles a la manera de líneas temáticas, disciplinas o subdisciplinas.
Materiales y métodos
La investigación que da origen a este artículo siguió una metodología que combinó el trabajo de archivo con técnicas de codificación/clasificación y análisis estadístico uni- y multivariado, recogiendo la tradición cienciométrica desarrollada en el marco de la sociología de la ciencia (Callon, Courtial y Penan 1995 [1993]). Ello permitió dimensionar el volumen de la producción de orientación antropológica contenida en revistas especializadas que circularon en Chile entre 1860 y 1954, pudiendo identificar un total de 532 artículos publicados en nueve revistas de las más diversas materias (ver la tabla 1).
Revista | Institución | Periodo de edición | Artículos publicados |
---|---|---|---|
Boletín del Museo Nacional de Historia Natural (BMHN). Creada en 1910. | Museo Nacional de Historia Natural | 1830 a la fecha | 36 |
Revista Chilena de Historia Natural (RCHHN). Creada en 1897. | Museo de Historia Natural de Valparaíso | 1878 a la fecha | 70 |
Revista Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología (BMEA). Creada en 1916. | Museo de Etnología y Antropología de Chile | 1912 a 1928 | 12 |
Sociedad Científica Alemana (SCA). Creada en 1885. | Sociedad Científica Alemana | 1885 a 1936 | 7 |
Anales de la Sociedad Científica de Chile (ASCCH). Creada en 1891. | Sociedad Científica de Chile | 1891 a 1956 | 38 |
Revista Chilena de Historia y Geografía (RHYG). Creada en 1911. | Sociedad Chilena de Historia y Geografía | 1911 a la fecha | 134 |
Anales de la Sociedad Biológica de Concepción (ASBC). Creada en 1927. | Sociedad Biológica de Concepción | 1927 a la fecha | 15 |
Anales de la Universidad de Chile (AUCH). Creada en 1843. | Universidad de Chile | 1843 a la fecha | 179 |
Anales de la Academia de Ciencias Naturales (AACHCN). Aparece desde 1936 como Anales, que se desprende de la Revista Universitaria creada en 1915. | Academia Chilena de Ciencias Naturales (Universidad Católica de Chile) | 1926 a 1968 | 41 |
Fuente: elaboración propia.
El trabajo de clasificación temática involucró la creación de seis categorías bajo las cuales se codificó el contenido de los artículos analizados. Estas categorías recogen las áreas clásicas de la antropología (Broca 1870), estando además en concordancia con la terminología que se utilizó a inicios del siglo XX en el círculo intelectual chileno (Porter 1909; Lenz 1924), donde la antropología se define como una ciencia integral que se ocupa de la historia natural del hombre (De Gérando 1800; Broca 1870; Barros Arana 1999 [1884]; Porter 1909).
Desde un punto de vista operacional, el carácter antropológico de los estudios se define en torno a temáticas asociadas a la población indígena, distinguiendo las siguientes categorías:
Etnografía/Etnología: referencias descriptivas breves o extensas concernientes a cualquier grupo indígena y que involucran la presencia u observación directa del "investigador", cuyo trabajo busca caracterizar y/o comparar las costumbres y tradiciones de estos grupos.
Antropología Física: trabajos que consideraran estudios antropométricos y/o histológicos de la población indígena.
Lingüística: trabajos que tratan sobre el idioma y etimología de la lengua indígena, ya sea a través de estudios de tipo léxico y/o gramaticales.
Folklore: trabajos que refieran a la compilación de relatos -cuentos, historias, canciones, consejas, adivinanzas- recogidos de la población indígena y de los sectores rurales o populares.
Arqueología/Prehistoria: trabajos que incluyen la descripción y/o interpretación de objetos, ya sea contenidos en colecciones o a través de la prospección y excavación.
Historia/Etnohistoria: trabajos que incorporan descripciones y/o interpretaciones sobre la población indígena, particularmente orientadas a caracterizar su forma de vida y relación con la sociedad nacional, lo cual se desprende de un trabajo de fuentes escritas u orales del pasado.
Para explorar la configuración del "espacio de la producción de orientación antropológica" se recurrió al análisis de correspondencias múltiples (ACM), que agrupa un conjunto de técnicas que permiten apoyar la representación/interpretación de una tabla de datos14 en función de las proximidades y distancias en cuanto expresión de relaciones alcanzadas, en este caso, por un conjunto de variables/modalidades15. Este tipo de análisis corresponde a la familia factorial y hace posible la reducción de una gran cantidad de datos en un número menor de dimensiones procurando la menor pérdida de información (Crivisqui 1999; Abad, Muñiz y Cervantes 2003)16. Entre sus particularidades, el análisis toma en consideración la distancia entre los elementos de la tabla disyuntiva completa y las relaciones baricéntricas particulares, para así calcular la contribución y calidad de representación de cada modalidad (contribuciones, cosenos cuadrados, coordenadas)17, siendo de interés aquellas que se desprenden de:
La proximidad entre modalidades de variables en términos de asociación, que corresponden a puntos medios de los individuos que las presentan próximas entre sí, ya que la componen individuos semejantes.
La proximidad entre dos modalidades de una misma variable en términos de sus semejanzas, donde esta se interpreta como la similaridad entre grupos e individuos que las presentan.
La propuesta de construcción del espacio incorpora tres variables activas y tres variables ilustrativas:
Activas: área temática de conocimiento, etapa de producción antropológica y área profesional de origen.
Suplementarias o ilustrativas: autor del artículo, revista, origen del autor y localización. No forman parte del cómputo, pero se utilizan para establecer criterios de comparación en el sistema de coordenadas factoriales.
El análisis implica la consideración de cada eje por separado, observando la inercia o variabilidad explicada, las modalidades que más contribuyen a su formación y aquellas que muestran una mejor representación en cada eje, a fin de interpretar y conceptualizar cada uno de estos y, posteriormente, desarrollar la definición de los planos considerados en el análisis18.
Resultados
Los artículos en la producción de conocimiento de orientación antropológica
Como se mencionó, un número significativo de artículos de orientación antropológica comenzó a circular en distintas revistas especializadas relevantes en la difusión de la investigación de la época en Chile19.
Según lo constatado, la revista de divulgación especializada más antigua del país es Anales de la Universidad de Chile. Se crea en 1843, y en su primer número incorpora una sección denominada "memorias", en la cual se presentan los resultados de los trabajos de grado otorgados por la Universidad de Chile y otros relativos a investigaciones y algunos ensayos20. Por otro lado, la primera revista vinculada exclusivamente al campo de las ciencias antropológicas -segunda más antigua de Chile- fue la Revista de la Sociedad de Arqueología -la sociedad científica más antigua del país-, que da a luz un primer y único número el 1 de enero de 188021; la segunda en esta línea fue la Revista Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología de Chile, creada en 1916 y que se editó hasta 1927.
La mayoría de los trabajos de orientación antropológica se publican en los Anales de la Universidad de Chile (33,6%) y en la Revista Chilena de Historia y Geografía (25,2%), agrupando en su conjunto el 58,8% del total de artículos catastrados. El 40% de los artículos restantes fue publicado en revistas que definían sus lineamientos en el marco de las ciencias de la naturaleza o la historia natural, lo que se explica por el modelo de ciencia que operó hacia fines del siglo XIX e inicios del XX, el cual definía la antropología como una ciencia integral -una especie de monismo que agrupa todas las ramas del saber-, y en la que el hombre es considerado como un ser biológico y social.
En relación con las líneas temáticas contenidas en las publicaciones, la distribución permite apreciar que un 29% corresponde a arqueología-prehistoria, un 24% a etnología-etnografía, seguidas de folklore (19%) e historia-etnohistoria (15%). Los menores porcentajes se encuentran en las áreas de antropología física (9%) y lingüística (4%).
Respecto a la antigüedad de los artículos, el trabajo más temprano corresponde a "Antigüedades americanas", publicado por Favry en 1860, trabajo de orientación etnológica que trata de manera comparativa la situación de pueblos aborígenes del continente, cuyo material se obtiene de fuentes secundarias. Otros dos trabajos tempranos (1863 y 1871) corresponden a informes de exploración llevados a cabo por miembros de la marina de Chile (Thompson y Simpson, respectivamente), y que dan cuenta, el primero, de los habitantes de la zona del afluente del Biobío, y el segundo, de los indígenas de los archipiélagos de las Guaitecas y Chonos.
En la línea arqueológica, uno de los primeros corresponde a "Antigüedades Americanas. Una cabeza adorada por los dioses" (1872), un trabajo descriptivo de la cultura material que realiza Rodulfo Philippi; el segundo pertenece al mismo Philippi y trata sobre los jeroglíficos encontrados en la Isla de Pascua (1875). En lo referido a antropología física, el primero aparece en 1894 y fue publicado por el doctor Luis Vergara Flores, bajo la denominación "Un cráneo boliviano", seguido de otros dos trabajos referidos a estudios descriptivos y comparativos de cráneos bolivianos, publicados también en 1894. Con anterioridad, Alphonse Nogues entregaba algunas reflexiones en torno al darwinismo y la descendencia del hombre (1892).
En el área del folklore, la primera publicación se registra en 1895; se trata de "Diálogos araucanos en dialecto Huilliche", publicado por Rodolfo Lenz, el cual se sitúa en la intersección entre el folklore y la lingüística, tal y como fue la tónica de la mayoría de sus investigaciones. En la línea histórica-etnohistórica, uno de los primeros artículos corresponde a "Historia de la Civilización Araucana. La conquista", publicado en 1900 por Tomás Guevara.
El espacio de la producción
En la etapa previa a la institucionalización académico-disciplinaria de la antropología en Chile, la hipótesis plantea la configuración de un espacio heterogéneo, sin una estructura relacional que defina la especialización en áreas o subdisciplinas. Frente a ella, el análisis de correspondencias múltiples permite señalar que:
Se advierte una estructura relacional que puede ser interpretada a la luz de la vinculación de las variables propuestas como activas.
Dicha estructura permite visibilizar cierto grado de especialización temática que se vincula a las áreas de conocimiento, de formación profesional y etapas de producción, y que se ilustra a través de actores y revistas.
En consideración al primer punto, y como muestra el histograma (ver la tabla 2), la variabilidad total de la tabla de datos puede ser explicada teniendo en cuenta 13 de un total de 532 ejes posibles -se descompone en 13 valores propios-, lo que permite afirmar la existencia de dicha estructura relacional.
En relación con el segundo punto, la interpretación de cada eje se desprende de tres fuentes de información: coordenadas, contribuciones y cosenos cuadrados 22(ver la tabla 3).
Conforme a lo anterior, y siguiendo el criterio de interpretabilidad señalado por Crivisqui (1999), se estima que la representación más adecuada se obtiene de las lectura de los dos primeros ejes que conforma el primer plano factorial (27,6%). En este sentido, el eje semipositivo del primer factor (ver la tabla 4) se encuentra definido por las modalidades área de arqueología-prehistoria -con una buena representación-, profesión ingeniería, profesión arqueología y etapa 1932-1954. El semieje negativo está conformado por las modalidades especialidad de las humanidades -que representa a la variable formación de origen del autor de los artículos-, por etapa 1904-1924 y por las áreas de conocimiento folklore-lingüística y etnología-etnografía.
Este factor puede ser interpretado como especialización, distinguiendo una antropología sociocultural de una arqueología, distinción que se encuentra asociada a las etapas de producción, al predominio de un área de conocimiento y a la orientación profesional de estos primeros investigadores. Por otro lado, el semieje negativo del segundo factor se encuentra conformado por las áreas antropología física, formación en medicina, de desempeño profesional militar-armada, y la etapa que va entre 1860-1903. A la conformación del semieje positivo contribuyen aquellos con estudios en especialidades de las ciencias naturales y la ingeniería, el área de conocimiento de la historia-etnohistoria y la etapa de producción que va entre 1925 y 1931.
En este eje (ver la tabla 5) se diferencia o distingue con mayor claridad lo referido al componente médico que se vincula al desarrollo de la especialidad de la antropología física, que precisamente registra su mayor producción temática entre 1860 y 1903.
Con base en estos antecedentes, y con el apoyo de la figura 1 -que expone la representación de relaciones entre variables/modalidades que se expresan en el primer plano factorial-, es posible indicar la emergencia de cierto grado de especialización en la producción antropológica.
A pesar de no existir una "normalización disciplinaria" ni la demarcación formal de un "territorio-especialidad", el espacio de la investigación se encuentra definido por la formación de base de estos primeros investigadores -que es también una expresión indirecta de sus intereses- y el área de estudio sobre la cual se vuelcan. Es decir, la formación profesional o el quehacer se vinculan al área de estudios hacia la cual estos se orientan, así como con la etapa en la cual se sitúa la producción. Lo anterior permite fundamentar la idea de que la producción de ciertos temas está vinculada a algunos periodos, tal y como se aprecia en la figura 2.
Como se puede observar en el primer plano factorial (figura 1), en el espacio de la producción se expresan al menos tres grupos interpretables como áreas de especialización temática, configuración que se obtiene de la relación que expresan las variables activas "área temática de conocimiento", "etapa de producción antropológica" y "área profesional de origen". Dicha representación se enriquece y complementa por medio de la incorporación de las variables suplementarias: autor, revista, origen del autor y localización del trabajo.
La lectura del primer plano permite distinguir sobre el cuadrante II una estructura definible como especialización humanista, que se manifiesta a través de la proximidad de áreas temáticas como folklore-lingüística, etnología-etnografía e historia-etnohistoria; ello es expresión de lo que actualmente se denominaría antropología sociocultural, en cuanto ramas o subdisciplinas de la antropología. Quienes contribuyen a definir esta área de especialización son investigadores con formación en humanidades (Educación, Idiomas, Historia, Filosofía, entre otros) y abogacía, siendo el periodo que más caracteriza esta producción el que se encuentra entre 1904 y 1924, en el que se destacan las revistas Anales de la Universidad de Chile y Revista Chilena de Historia y Geografía. Entre los autores asociados a esta área figuran Eulogio Robles, Tomás Guevara, Ramón Laval, Manuel Manquilef, Rodolfo Lenz, Rodolfo Schuller, Julio Vicuña, Martín Gusinde, Leotardo Matus, entre muchos otros. Respecto a la localización de los trabajos, resulta ser más heterogénea, refiriéndose tanto a la población indígena -del sur, extremo sur de Chile, como de otras regiones de América- como a la no indígena -para el caso de los estudios folclóricos del bajo pueblo-23.
En oposición, el cuadrante I se encuentra definido por la producción de investigadores formados en las ciencias naturales e ingeniería -también se puede mencionar la arqueología-, con trabajos que mayoritariamente se publicaron entre 1925 y 1931, y que se vinculan a la temática de arqueología-prehistoria. Los artículos refieren principalmente a la población indígena del norte de Chile -que se opone a la investigación etnológica, etnográfica, folklórica y lingüística desarrollada en el sur-, que se publicaron en Anales de la Asociación Chilena de Ciencias Naturales y en la Revista Chilena de Historia Natural. A este grupo se asocian investigadores como Ricardo Latcham, Gualterio Looser, Hugo Gunckel, Ramón Barros Grez, Francisco Cornely, Luis Darapsky, Manuel Rengifo, Augusto Capdeville, Max Uhle, Dillman Bullock, Grete Mostny, Jorge Iribarren, entre otros. El cuadrante IV se encuentra caracterizado por sujetos con formación en el área de la medicina, y cuyos trabajos publicados se vinculan a la antropología física -principalmente en craneometría, osteología y fisiología-. En esta línea, los artículos se publicaron mayoritariamente en Anales de la Sociedad Biológica de Concepción24, donde se destacan autores como Luis Vergara Flores, Walter Knoche, Francisco Fonk, Rodulfo Philippi, Carlos Henckel, entre otros.
También es posible observar algunos elementos que no se definen o asocian con un área particular. Corresponden a revistas o sujetos que no se definen en un área específica. Por ejemplo, la revista Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología no se perfila en función de un área temática particular, incorporando estudios arqueológicos, etnográficos, etnohistóricos y etnológicos. Para el caso de la posición de los autores se puede mencionar Aureliano Oyarzún, quien fue de profesión médico y realizó aportes a los estudios arqueológicos, así como a los de tipo etnológico y etnográfico.
Discusión y conclusiones
Considerando los antecedentes es posible efectuar algunas interpretaciones relativas al desarrollo de la antropología en Chile, en particular referidas a la construcción del espacio de la producción de orientación antropológica.
En primer lugar, señalar que la institucionalización de esta ciencia tiene su expresión más temprana en la fundación de sociedades científicas y museos, así como en la publicación de artículos en revistas especializadas, lo que da cuenta de la preocupación intelectual referida a un objeto de estudio, y la existencia de una comunidad de investigadores que se organiza y articula en torno a este, cuestiones que con distintos énfasis también aparecen más o menos definidas en investigaciones profundas y sistemáticas como las desarrolladas por Orellana (1996) y Pavez (2015).
Si bien la especialización en la organización de las ciencias sociales se comienza a gestar hacia fines del siglo XIX (Dogan y Pahre 1993), el caso de Chile resulta una excepción, particularmente para ciencias como la antropología. La distinción y consolidación de un espacio autónomo no prosperan, lo que se asocia tanto al estilo cognitivo como a la política de los gobiernos y la escasa disponibilidad de recursos económicos (Gusinde 1916; Lenz 1924; Oyarzún 1927; Latcham 1929; Fuenzalida 1964). A ello se suma la tardía incorporación a instituciones académico-universitarias (Mora 2014), lugar donde la demarcación de territorios disciplinarios cobra su mayor sentido a través de las distinciones departamentales y la formación de los nuevos iniciados (Beyer y Lodahl 1976; Apostel 1979; Heckhausen 1979; Clark 1983; Greenhalgh 1996; Dogan 2001; Stichweh 2001; Siler 2005; Whitley 2000).
Para el periodo que va entre 1860 y 1954, la antropología se entiende como la ciencia integral del hombre, y su desarrollo inicial se produce al alero de instituciones que se abocan al cultivo de lo que podemos denominar ciencias biológicas y/o naturales. No obstante se reproduce una concepción amplia de ciencia, sobre la cual no se hacen visibles aún las jerarquías y separaciones propias de que podríamos denominar parcelación disciplinaria. En este sentido, la producción de orientación antropológica se desarrolla y promueve en instituciones -sociedades científicas y museos- de orientación naturalista, y en otros casos, en revistas que no definen un corte editorial que se circunscribe a un área específica de conocimiento. Se puede agregar que la distinción epistemológica natural/social asoma en la literatura que se ubica hacia la segunda década del siglo XX, ello con la incorporación de los estudios del folklore y la etnología histórico-cultural (Lenz 1909; Oyarzún 1979), sin lograr su consolidación.
Esto se condice con lo planteado por Etzkowitz (2008), para quien la investigación interdisciplinaria -con sus implicancias teóricas y prácticas- fue el formato original en el cual se produce la institucionalización de la ciencia a partir del siglo XVII. Esta constituyó la base material, marcando el trabajo colaborativo, la formación de redes y la constitución de colegios invisibles (Etzkowitz 2008).
La característica de fusión o "vocación interdisciplinaria" de la antropología fue reconocida por el historiador de la ciencia George Stocking (2002), para quien ha sido "[...] profundamente interdisciplinaria tanto en su origen como en su constitución" (14). Este cruce de fronteras y su acople a instituciones que albergan ciencias diversas se vinculan, en muchos casos, con la formación y los intereses de estos primeros investigadores. Como señalaron Dogan y Pahre (1993), existen itinerarios individuales que revelan una fuerte creatividad, la cual se apoya en la combinación de dos o más subdisciplinas. Se trata de investigadores "híbridos" e "híbridos secuenciales", quienes utilizan la fortaleza de varias subdisciplinas o disciplinas formales, estudiando todo lo que está a su paso, situándose en los intersticios para llenar un campo vacío, o desarrollar paralelamente investigaciones en varios campos. Esto aplica tanto para las ciencias en general como para el espacio de la producción de orientación antropológica. Por ejemplo, si observamos la trayectoria de Gualterio Looser25, en esta se aprecian una destacada contribución y el reconocimiento internacional en el campo de la botánica, llegando a ser reconocido Doctor Honoris Causa en la Universidad de Zúrich en 1977. A partir de 1928, Looser fue jefe de la sección de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural, y en esta línea, su trabajo de investigación se orientó hacia la arqueología. Algo similar sucede con Rodolfo Lenz, con una destacada labor en el campo de la gramática y la lingüística, así como una contribución relevante y reconocida a nivel internacional en torno a los estudios etnológicos y de folklore. Por otro lado, Aureliano Oyarzún, médico de profesión, desarrolla -incluso de manera paralela al ejercicio de médico- una trayectoria de investigación en distintas áreas de la antropología (trabajos etnológicos, etnográficos y arqueológicos), trayectoria similar a la que siguen otros investigadores de gran profundidad y relevancia nacional como el ingeniero Ricardo Latcham.
Si bien el espacio institucional permite advertir la comunicación y coexistencias entre distintas área de conocimiento o ciencias, el espacio de la producción en antropología muestra tendencias a la especialización, lo que se observa en la existencia de áreas temáticas, las cuales se definen en relación con periodos o etapas de producción, formación profesional u oficio de origen del autor, revista y áreas geográficas. Tal y como se advirtió, estas áreas temáticas pueden ser interpretadas como área humanista, a la manera de una antropología sociocultural (proximidad entre temas folclórico-lingüísticos, etnológico-etnográfico e histórico-etnohistórico), arqueológico-prehistórica y física. En estas áreas se visualiza la existencia de especialistas, que se definen en torno a su formación de base (humanistas y abogados; cercanos a la ingeniería y a la arqueología, cercanos a la medicina). También se aprecian investigadores que no se definen según un área específica, tensionados en la configuración del espacio por su producción en distintas temáticas, así como por su formación de origen, las revistas donde publican, la etapa de producción, etcétera.
Esta configuración se puede entender a la luz de las trayectorias y estrategias definidas por los denominados "híbridos secuenciales" (Dogan y Pahre 1993), como también por las dinámicas que siguen las instituciones científicas de la época. Las sociedades científicas dictan lineamientos generales respecto del quehacer de sus miembros, posibilitando en muchos casos la formación especializada a través de disciplinamiento científico y/o en torno a saberes específicos, aclarando que, en su mayoría, mantienen una vocación "multidisciplinaria" e incluso "interdisciplinaria", al no articular el desenvolvimiento de estos y sus dinámicas a un área específica de conocimiento. Estas características también pueden ser observadas en instituciones como los museos, donde se conjugan diversas áreas de conocimiento, y se produce -en la convivencia diaria- el traspaso e intercambio de saberes fuera del espacio de instrucción académica. En esta dirección, se puede pensar en los "Colegios invisibles" (Price 1973 [1972]; Crane 1972), por cuanto se manifiestan redes de cooperación que decantaron en la fundación de sociedades científicas y de equipos de trabajo en los museos, que permitieron el mantenimiento de lazos que se conservaron fuera de la adscripción orgánica a determinadas sociedades y museos -por ejemplo, el contacto entre Oyarzún y Gusinde, una vez que este último deja Chile-, y la difusión de prescripciones formativas a través del intercambio epistolar o en la reuniones que se extendían más allá de las sesiones de las mismas sociedades o equipos de trabajo (Pavez 2015).
Podríamos concluir señalando que esta primera antropología se acopla y subsiste en distintos espacios, conviviendo legítimamente con otras ciencias y otros saberes. En este sentido, se advierten una producción intelectual y publicaciones que permiten postular condiciones de emergencia disciplinaria, en cuanto ámbito especializado de conocimientos, lo que se expresa en la persistencia de una dimensión cognoscitiva, aspecto que prima en ciertas conceptualizaciones de disciplina (Toulmin 1977; Boisot 1979; Morin 2001). La antropología como ciencia integral aparece representada en el espacio por distintas áreas temáticas, donde se pueden encontrar autores especializados, así como otros que definen un quehacer que transita entre distintas ciencias o disciplinas, constituyéndose ellos mismos en una especie de enclave interdisciplinario.