Este número de Antípoda asume directamente una serie importante de problemas tan cotidianos como urgentes en el mundo de hoy. Por aquí desfilan, por ejemplo, discusiones sobre la manera en que los agentes de las fuerzas del Estado narran y entienden su participación en diversos conflictos, o sobre cómo el Estado participa activamente en la construcción y el mantenimiento de fronteras, al mismo tiempo geográficas y simbólicas, en las que ciertos actores quedan irremediablemente atrapados. Antípoda 29 rastrea, así, un amplio rango de relaciones derivadas de la (in)seguridad, entendida como experiencia y como práctica social, como resultado y como detonante, como noción y como situación susceptible de encarnarse en lugares y cuerpos específicos.

Una vez más, la respuesta de la comunidad académica latinoamericana a nuestro llamado fue más que positiva. Recibimos un número importante de propuestas de las que, lastimosamente, sólo podemos publicar unas cuantas. En el proceso, nuestro trabajo de evaluación y selección de artículos no estuvo exento de dudas y apuestas, y esperamos que los lectores encuentren en este número la amplitud geográfica y de debate que queremos imprimir a Antípoda como revista latinoamericana. Para ello, junto con el equipo de editores invitados, hemos dividido en dos la presentación de los artículos temáticos. En la primera sección, nuestra acostumbrada Meridianos, los lectores encontrarán tres documentos que se concentran en la experiencia de diferentes actores alrededor de la seguridad y del Estado como su garante. Ya sean de miembros de una comunidad en abierta "ruptura" con el Estado, o policías y militares que trabajan en el territorio del "enemigo interno" al que deben también proteger, los artículos de esta sección describen una serie de relaciones ambivalentes y complejas que se retroalimentan para producir contextos marcados por la sensación de inseguridad y por la inseguridad producto de la violencia con la que se la quiere aplacar. Si bien siguiendo conceptualizaciones y metas diferentes, los autores de Meridianos comparten una preocupación por la manera en la que la narrativa de los actores participa de las condiciones mismas de posibilidad de las situaciones de adversidad que deben enfrentar en su diario acontecer. Narrativas que traen consigo la experiencia de enfrentamientos previos, verdaderas actualizaciones de heridas anteriores que hacen parte de la construcción del otro como alguien en quien se desconfía, haciendo muy difícil encontrar alternativas nuevas más allá de la confrontación.

En segunda instancia, en la sección Paralelos, los lectores podrán encontrar tres propuestas diferentes entre sí, en las que sus autores reflexionan sobre cómo distintas concepciones de seguridad participan de la producción de escenarios sociales complejos. Designación de fronteras y zonas limítrofes, prácticas de ocupación territorial y establecimiento de conceptos como determinadores de medidas públicas de control, vigilancia y castigo son sólo algunos de los elementos centrales en la argumentación de los autores reunidos en esta sección. Se trata pues de dar cuenta de cómo nociones particulares se ponen en escena como medidas que modifican la vida cotidiana de un amplio rango de actores y, al mismo tiempo, cómo los contextos particulares de práctica modifican esas nociones que muchas veces pensamos como generales o universales.

Antípoda 29 está acompañada de dibujos, croquis y fotografías elaborados por peritos forenses pertenecientes a los despachos judiciales del Tribunal Superior de Medellín en las primeras décadas del siglo XX. La selección de la muestra y su montaje, realizados por el artista colombiano José Alejandro Restrepo, permiten al espectador apreciar el valor histórico y estético de trazos que en su momento estuvieron destinados a hacer parte del entramado jurídico que constituye una prueba. De esta manera, damos un vistazo a nuestras inveteradas violencias y apreciamos cómo el homicidio se hace material más allá del cuerpo del delito, gracias precisamente a la práctica forense. Y es que a Restrepo, como buen artista plástico, le interesa profundamente la relación entre el hecho y los objetos, o, dicho de otra manera, cómo los objetos pueden plegar en sí mismos la fatalidad de los hechos. La muestra incluida en "Del homicidio como dibujo" logra con particular eficacia causar esa aprehensión: basta ver el croquis de uno de los cuchillos o de algún revolver, o seguir las fotografías que reproducen con lujo de detalles un homicidio, para entrever ese evento violento que permanece allí agazapado, esperando. Eficacia del artista -o de los artistas, si consideramos tanto a los peritos como al mismo Restrepo- que puede subrayar el vínculo que da a la prueba la capacidad de probar algo: los croquis, las fotografías, las huellas, los dibujos de armas homicidas, sin dejar de ser parte del acto homicida, pueden observarse, catalogarse, enviarse por correo y depositarse en un archivo. No son solamente registros, si al entender registro hacemos énfasis en la separación entre el hecho violento y su dibujo; pues son extensiones materiales del evento que permiten a los interesados trabajar sobre este, aunque medie una separación espacial y temporal entre ellos y el encuentro entre el homicida y su víctima. En un sentido similar, el trabajo de Julien Petit traza históricamente el surgimiento de la particular relación, hoy para todos usual, entre evento violento, práctica forense, registro e investigación. Al tiempo, reflexiona sobre el vínculo entre estos y la práctica artística, en una época en la que aún podía pensarse la explosión de un artefacto como arte. Es digna de mención la manera en que el autor desarrolla la idea, muy sugerente, que une terrorismo con la práctica de registro y circulación del hecho violento; verdadera vía regia para apreciar cómo la tecnología moldea la producción del terror mediante la violencia.

Aprovecho esta nota editorial para agradecer el gesto de abierta y desinteresada cooperación que tuvo el decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, profesor Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, con Antípoda. Gracias a él podemos reproducir el trabajo de José Alejandro Restrepo y de los artistas-peritos en este número.

En la sección Panorámicas se dan cita en esta oportunidad tres artículos muy diferentes entre sí, poniendo de manifiesto la riqueza de materiales que recibimos, convocatoria tras convocatoria, en Antípoda. Amplitud es precisamente la palabra clave que rige nuestro ojo editorial a la hora de pensar en esta sección de la Revista. Como el lector encontrará en este número, en Panorámicas conviven reflexiones sobre "trastornos ontológicos", política cultural en un mundo global y formas de socialización a través del intercambio. Estamos seguros de que esta sección es tan fuerte como sus contrapartes temáticas, por lo que hemos tomado la determinación de fortalecer también las convocatorias de temática libre de Antípoda. Respondemos, así, también al llamado continuo que hace la academia latinoamericana en nuestra disciplina, buscando más y mejores medios de discusión, encuentro y análisis.

Gracias a la respuesta de nuestros lectores y autores es que continuamos mejorando nuestro posicionamiento en índices y repositorios en todo el mundo. A propósito, Antípoda se ubicó en el cuartil 3 de Scimago Journal & Country Rank en su versión 2017. Sea esta la oportunidad para reconocer una vez más el trabajo de los equipos editoriales previos que tuvieron la tarea de dirigir la Revista, en especial a la profesora Mónica Espinosa y su equipo de trabajo, cuyos números forman parte de la medición citada cuyo resultado hoy celebramos.

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Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología

Agradece a los profesores Ana María Forero y Giuseppe Ricotta por su participación como editores invitados de este número.

Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología y el equipo de editores invitados

Agradecen la colaboración de los evaluadores anónimos de este número.

Agradecen a la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, y a su decano, profesor Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, por autorizar la reproducción de las imágenes que acompañan este número.