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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.36 Bogotá July/Sept. 2019

https://doi.org/10.7440/antipoda36.2019.05 

Paralelos

La cartografía participativa como propuesta teórico-metodológica para una arqueología del paisaje latinoamericana. Un ejemplo desde los Valles Calchaquíes (Argentina)*

Participatory Cartography as a Theoretical-Methodological Proposal for an Archaeology of the Latin American Landscape. An Example from the Calchaquí Valleys (Argentina)

A cartografia participativa como proposta teórico-metodológica para uma arqueologia da paisagem latino-americana. Um exemplo dos Valles Calchaquíes (Argentina)

Alina Álvarez Larrain **  

Michael K. McCall ***  

** Doctora en Arqueología de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. En la actualidad es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet). También es miembro del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, Campus Morelia, y del Instituto de las Culturas (Idecu)-Museo Etnográfico, Universidad de Buenos Aires-Conicet, Argentina. Entre sus últimas publicaciones en coautoría están: (con Michael K. McCall) “Participatory Mapping and Participatory GIS for Historical and Archaeological Landscapes Studies: A Critical Review”, Journal of Archaeological Method and Theory 26, n.o 2 (2019): 643-678; como editora (con Catriel Greco), Political Landscapes of the Late Intermediate Period in the Southern Andes: The Pukaras and their Hinterlands (Cham: Publishers, 2018). alinaalvarezlarrain@gmail.com

*** Doctor en Geografía de la Northwestern University, Estados Unidos. En la actualidad es investigador B del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA), Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Morelia, México. Entre sus últimas publicaciones en coautoría están: (con José María León Villalobos, Enrique Ojeda Trejo, Verónica Vázquez García, Gustavo Arévalo Galarza y Miguel Ortiz Olguín) “Mapping Political Space and Local Knowledge: Power and Boundaries in a Hñahñu (Otomí) Territory in Valle del Mezquital, Mexico, 1521-1574”, Journal of Historical Geography 60 (2018): 64-76. mccall@ciga.unam.mx


Resumen:

Objetivo/contexto:

La arqueología ha empleado la elaboración de cartografía estándar (occidental) como una técnica para aprehender y analizar los paisajes arqueológicos pensados usualmente como pertenencias exclusivas de sociedades pretéritas, pasando por alto que las poblaciones actuales incorporan de múltiples maneras estas huellas materiales en sus vidas cotidianas. Este trabajo plantea una arqueología del paisaje con sentido local, elaborando narrativas que contemplen el lugar que ocupa lo arqueológico en las historias locales pasadas y presentes.

Metodología:

Consideramos brevemente el papel desempeñado por las arqueologías latinoamericanas en los discursos de la modernidad ligados a los nacientes Estados. Repasamos cómo fue la construcción del objeto de estudio arqueológico que determinó la negación de las comunidades locales como sujetos de conocimiento válido sobre aquel, tomando como ejemplo el desarrollo de la práctica arqueológica en los Valles Calchaquíes del noroeste argentino. Finalmente, presentamos la cartografía participativa desde sus principales postulados teóricos y herramientas, y las primeras experiencias emprendidas por nosotros en la zona.

Conclusiones:

Consideramos que la cartografía participativa conlleva beneficios tanto para la disciplina arqueológica como para las poblaciones locales, pues es una potencial herramienta para el diálogo de saberes y la multivocalidad.

Originalidad:

La propuesta presenta la cartografía participativa como un enfoque teórico-metodológico apropiado para reconocer e incorporar el conocimiento espacial local sobre los paisajes arqueológicos que poseen las comunidades actuales, enriqueciendo así su estudio y permitiendo una gestión más participativa y sustentable del patrimonio arqueológico.

Palabras claves: Comunidades indígenas/locales; conocimiento espacial local; diálogo de saberes; gestión de paisajes arqueológicos; multivocalidad; Valles Calchaquíes

Abstract:

Objective/context:

Archaeology has employed developments in standard (western) cartography as a technique to understand and analyze archaeological landscapes usually thought of as belonging exclusively to past societies and which overlook the fact that today’s populations incorporate these material traces into their daily lives in multiple ways. This work proposes landscape archaeology based in a local sense, developing narratives that critique the place occupied by archaeology in past and present local histories.

Methodology:

We briefly consider the role played by Latin American archaeologies in the discourses of modernity linked to the emergence of States. We review how the construction of the objects of archaeological study leads to the denial of local communities as the subjects of their own valid knowledge; taking as an example the development of archaeological practice in the Calchaquí Valleys of northwestern Argentina. Finally, we present participatory cartography from its main theoretical principles and tools, and the first initiatives undertaken by us in the area.

Conclusions:

We consider that participatory cartography has benefits for both the discipline of archaeology and for local populations as a potential tool in the dialogue of knowledge and multivocality.

Originality:

The proposal we present is that participatory cartography is an appropriate theoretical-methodological approach for recognizing and incorporating the local spatial knowledge of archaeological landscapes held by present-day communities; thus enriching their study and enabling a more participatory and sustainable management of archaeological heritage.

Keywords: Calchaquí Valleys; dialogue of knowledge; local/indigenous communities; local spatial knowledge; management of archaeological landscapes; multivocality

Resumo:

Objetivo/contexto:

A arqueologia tem empregado a elaboração de cartografia regular (ocidental) como uma técnica para apreender e analisar as paisagens arqueológicas pensadas usualmente como pertencentes exclusivas de sociedades pretéritas, passando por alto que as populações atuais incorporam de múltiplas maneiras estas impressões materiais em suas vidas quotidianas. Este trabalho propõe uma arqueologia da paisagem com sentido local, elaborando narrativas que contemplem o lugar que ocupa o arqueológico nas histórias locais passadas e presentes.

Metodologia:

Consideramos brevemente o papel desempenhado pelas arqueologias latino-americanas nos discursos da modernidade unidos aos nascentes estados. Repassamos como foi a construção do objeto de estudo arqueológico que determinou a negação das comunidades locais como sujeitos de conhecimento válido sobre aquele, tomando como exemplo o desenvolvimento da prática arqueológica nos Valles Calchaquíes do noroeste argentino. Finalmente, apresentamos a cartografia participativa desde seus principais postulados teóricos e ferramentas, e as primeiras experiências empreendidas por nós na zona.

Conclusões:

Consideramos que a cartografia participativa implica benefícios tanto para a disciplina arqueológica como para as populações locais pois é uma potencial ferramenta para o diálogo de saberes e da multivocalidade.

Originalidade:

A proposta apresenta a cartografia participativa como um enfoque teórico-metodológico apropriado para reconhecer e incorporar o conhecimento espacial local sobre as paisagens arqueológicas que possuem as comunidades atuais, enriquecendo assim seu estudo e permitindo um gerenciamento mais participativo e sustentável do patrimônio arqueológico.

Palavras-chave: Comunidades indígenas/locais; conhecimento espacial local; diálogo de saberes; gerenciamento de paisagens arqueológicas; multivocalidade; Valles Calchaquíes

La arqueología, entendida como disciplina científica, se ha definido básicamente como el estudio del pasado a través de los restos materiales dejados por antiguas poblaciones. Sin embargo, para las comunidades indígenas o locales, “lo arqueológico” puede no ser un conjunto de objetos mudos, solo descifrable a partir de métodos analíticos adecuados. Como plantea Gnecco (2008), la apropiación de la materialidad arqueológica por las poblaciones locales en América Latina puede estar marcada por una concepción diferente de la académica. En efecto, los sitios arqueológicos han dejado de ser solo el testimonio de culturas pretéritas para convertirse en símbolos de identidad e incluso resistencia ciudadana en el presente, así como en recursos culturales factibles de ser aprovechados económicamente para el desarrollo local (Herrera 2013). En palabras del historiador aymara Carlos Mamani (1994, citado en Gnecco 2008):

Las ruinas arqueológicas dejadas por las culturas antiguas no son objetos inertes o muertos: ellas tienen una realidad que influencia nuestras vidas activamente […] la relación que tenemos con las evidencias materiales de nuestro pasado va más allá de una simple actitud “positivista” que las trataría como simples objetos de conocimiento. Más bien, ellas son para nosotros una fuente de fortaleza moral y reafirmación de nuestra autonomía cultural. (100)

Contrario a esta apreciación, Byrne (2008) ha destacado que desde la academia nos hemos inclinado a pensar en esas ruinas arqueológicas como pertenencias exclusivas de las sociedades pretéritas, ignorando, o pasando por alto, que las poblaciones actuales incorporan de múltiples maneras estas huellas materiales en sus vidas cotidianas, entretejiéndolas en sus propios relatos sobre quiénes son, más aún si se trata de poblaciones descendientes. No obstante, la arqueología ha empleado los métodos de la cartografía estándar (occidental), actualmente a través del uso extendido de los sistemas de información geográfica (SIG), como una técnica para aprehender y analizar los paisajes arqueológicos, lo que genera usualmente reconstrucciones estáticas de esos espacios socialmente producidos, sin consideración de conocimientos, relaciones afectivas o dinámicas de las poblaciones actuales que habitan esos mismos paisajes.

Los investigadores que abogan por un mapeo más representativo de los modos de habitar locales reconocen que la elaboración cartográfica no es una práctica objetiva y desinteresada (Rundstrom 1995). Entonces, podemos preguntarnos, ¿con qué propósito y para quién elaboramos conocimientos y cartografía sobre los paisajes del pasado? En el marco de los reclamos sobre la propiedad y la apropiación cultural del patrimonio arqueológico por distintos actores sociales y políticos en América Latina, este trabajo busca la reconstrucción de los paisajes locales pasados a partir de la revalorización del conocimiento espacial local (CEL), el cual presenta una interacción íntima con el entorno y está enraizado en lugares significativos (McCall 2009). Para ello, la propuesta de este trabajo es presentar la cartografía participativa (CP) como un enfoque teórico-metodológico apropiado para reconocer e incorporar el CEL en los estudios de arqueología del paisaje, enriqueciendo así su estudio y permitiendo una gestión más participativa y sustentable del patrimonio arqueológico.

Posicionándonos entonces desde la crítica construida por el pensamiento latinoamericano a las ciencias sociales (Lander 2000), el objetivo es desarrollar una arqueología del sentido local (Gnecco 2008), elaborando narrativas en función de las historias y el papel que lo arqueológico desempeña para estas. Se reconoce asimismo el CEL como válido y no como mero folklore opuesto al conocimiento “experto” ofrecido por los investigadores.

Para arribar a la relevancia y justificación de esta propuesta, y su valor para una arqueología latinoamericana del siglo XXI, objetivo de este dosier, deseamos primero reconocer el papel de las arqueologías latinoamericanas en los discursos de la modernidad ligados a los nacientes Estados. A continuación, repasamos cómo fue la construcción del objeto de estudio en la arqueología científica argentina que eliminó la posibilidad de un diálogo de saberes con las poblaciones actuales. Ejemplificamos este proceso con la historia de los estudios arqueológicos en los Valles Calchaquíes localizados en el noroeste del actual territorio argentino (figura 1). Posteriormente, presentamos la CP desde sus principales postulados teóricos y herramientas, resumiendo las primeras experiencias emprendidas por nosotros en la zona. Concluimos analizando cómo la CP conlleva beneficios tanto para la disciplina arqueológica como para las poblaciones locales, y es una potencial herramienta para el diálogo de saberes que contribuye a desarrollar una práctica de mapeo más apropiado y representativo de los paisajes arqueológicos.

Fuente: Yocavil, Catamarca. 2018. Alina Álvarez Larrain, “Google Earth” https://www.google.com/maps/@-26.4597641,-66.0982862,147389m/data=!3m1!1e3 (21 de mayo de 2019)

Figura 1 Ubicación del Valle Calchaquí en el noroeste argentino con la indicación de localidades actuales y poblados arqueológicos mencionados en el texto 

Surgimiento de la disciplina: colonialidad y violencia epistémica

Debemos decir que la arqueología, tal como ha sido desarrollada en América Latina, es hija de la ciencia (positivista), y que esta última tuvo un fuerte impulso con el colonialismo. Como plantean renombrados autores latinoamericanos, el colonialismo no fue un fenómeno meramente económico y político, sino que también tuvo una dimensión epistémica y simbólica -la colonialidad- relacionada con el surgimiento de la ciencia moderna (Castro-Gómez 2005; Mignolo 2000a; Quijano 1992). Para el establecimiento del dominio colonial de Occidente, el imaginario fue un elemento fundamental. Por ejemplo, fue necesaria la construcción de Oriente y Occidente, no solo como lugares geográficos, sino como formas de vida y pensamiento (Said 1990). Como dice Castro-Gómez (2005):

Desde la perspectiva ilustrada las demás voces culturales de la humanidad son vistas como “tradicionales”, “primitivas” o “pre-modernas” […] En el imaginario orientalista el mundo oriental […] es asociado directamente con lo exótico, lo misterioso, lo mágico, lo esotérico y lo originario (es decir, con manifestaciones culturales “pre-racionales”). Las muchas formas de conocer fueron ubicadas en una concepción de la historia que deslegitimó su coexistencia espacial y las ordenó de acuerdo a un esquema teleológico de progresión temporal. (24)

Se constituía así una forma única y legítima de conocer el mundo, la racionalidad científico-técnica de la modernidad, que negaba las demás voces culturales y formas de producir conocimiento.

En este sentido, América Latina ha desempeñado un rol central en la modernidad. A diferencia del mito eurocéntrico en el cual la modernidad es considerada un fenómeno local que se consolida en el siglo XVIII, la modernidad es en gran medida consecuencia de la conquista y explotación del continente americano. Una primera modernidad se habría consolidado entonces durante los siglos XVI y XVII con la expansión territorial española. Como explica Mignolo (2000b), las Indias Occidentales nunca fueron un otro cultural, como Asia y África, sino la extensión de Europa y Occidente. Este occidentalismo, como lo llama el autor, negó el derecho a la existencia de los pueblos anteriores a la Conquista, lo que generó un imaginario de América como terra nullius (tierra de nadie), donde los conquistadores podían desplegar su cultura cristiana, humanista y renacentista (Harley 1992).

Aníbal Quijano (1992) acuñó el término colonialidad del poder para aludir a la forma como los conquistadores entablaron una relación de poder fundada no solo en la dominación física y militar, sino también en la supuesta superioridad étnica y cognoscitiva sobre las poblaciones locales; violencia epistémica que buscó la erradicación de otras formas tradicionales de conocer el mundo y de conocerse a sí mismos. El universo cognitivo del conquistador se convirtió en el único legítimo y la ciencia se presentó a sí misma como el único discurso objetivo y válido.

Ese discurso científico se expresó también en el desarrollo de la cartografía del siglo XVI, en la que el centro étnico fue separado del centro geométrico de observación (Cosgrove 1985; Mignolo 1995). El observador volvía invisible su lugar de observación, lo que le permitió adoptar un punto de vista fijo, único y soberano (la perspectiva), que se encontraba por fuera de la representación. Esta abstracción del lugar de observación (y enunciación) se encuentra en el seno mismo de todas las disciplinas científicas:

Ubicarse en el punto cero equivale a tener el poder de un Deus absconditus que puede ver sin ser visto, es decir, que puede observar el mundo sin tener que dar cuentas a nadie, ni siquiera a sí mismo, de la legitimidad de tal observación; equivale, por lo tanto, a instituir una visión del mundo reconocida como válida, universal, legítima y avalada por el Estado […] Las demás formas de conocer fueron declaradas como pertenecientes al “pasado” de la ciencia moderna; como “doxa” que engañaba los sentidos; como “superstición” que obstaculizaba el tránsito hacia la “mayoría de edad”, como “obstáculo epistemológico” para la obtención de la certeza. (Castro-Gómez 2005, 63; énfasis del autor)

Un “objeto” de estudio: los Valles Calchaquíes… “la ciencia será su única y universal heredera”

La violencia epistémica ejercida por Occidente sobre otras formas de conocimiento se observa cuando analizamos el papel desempeñado por las arqueologías latinoamericanas en los discursos modernos de los nacientes Estados. Estos incorporaron la alteridad indígena de manera retórica ligándola a un pasado natural, lo que generó paralelamente su supresión contemporánea (Gnecco 2008; Haber 1999; Herrera 2013). Ejemplificaremos este proceso considerando la etapa formativa (1875-1910) de la arqueología argentina en la zona de los Valles Calchaquíes, ámbito geográfico relevante para analizar la conformación del campo de estudio de la práctica arqueológica en el país (Haber 1999).

Hacia la segunda mitad del siglo XIX la Argentina se encontraba en el proceso de constituirse como nación, y la arqueología fue una de las disciplinas encargadas de rastrear (y construir) sus orígenes (Haber y Lema 2006; Rodríguez 2008)1. En ese contexto, las evidencias materiales (antiguos poblados, vasijas cerámicas, restos humanos, entre otros) de las poblaciones indígenas anteriores a la Conquista se convirtieron en parte de los orígenes “naturales” previos al inicio de la historia oficial de la nación (Haber 1994).

Los Valles Calchaquíes2 fueron uno de los lugares predilectos para la búsqueda del pasado heroico de la nación, debido en parte a las llamadas guerras Calchaquíes (1630-1665), conflicto armado entre las poblaciones indígenas y el ejército español (Rodríguez 2008). En 1664 el gobernador de Tucumán, Alonso de Mercado y Villacorta, emprendió la segunda campaña militar contra las poblaciones calchaquíes, con la que puso fin a más de cien años de alzamientos indígenas e inició el proceso de desnaturalizaciones (destierro). La conquista final de este territorio norteño, y los posteriores destierros, fomentaron el discurso de completo vaciamiento de los valles de sus poblaciones nativas, imagen que ha tenido una incidencia significativa en la práctica arqueológica de la región hasta época reciente.

Por aquellos años fundacionales de la arqueología argentina, la relación de conocimiento con “lo indígena” era contradictoria. Los vestigios arqueológicos fascinaban a los estudiosos, a la vez que se denigraba a las poblaciones descendientes y el pasado indígena reciente, a lo que Rodríguez (2008, 41) ha denominado acertadamente la distopía calchaquí: las ruinas arqueológicas debían de ser el legado de un pueblo mucho más civilizado que los calchaquíes y sus descendientes actuales3. En palabras de Adán Quiroga:

Los indios de tiempo de la conquista eran incapaces de hacer nada de todas esas hermosas antigüedades que poseían. Hasta hoy el indio de aquel tiempo, el indio inculto, existe en Tinogasta, Pomán, Belén y Santa María; […] estos pobres representantes de la antigua raza no pasan de ser unos infelices, sin dotes intelectuales de ningún género, tan incapaces como sus abuelos, de hacer una construcción o elaborar cualquiera de los antiquísimos objetos de arte que exhumamos. (Quiroga 1923, citado en Rodríguez 2008, 41)

Se va fijando así el límite de lo arqueológico y lo indígena queda fuertemente ligado a un pasado en vías de extinción. El discurso científico construyó la imagen de un territorio ocupado por gente inculta, relictos de un pueblo destinado a perecer, cuando no, la imagen de un espacio vacío y marginal (Haber y Lema 2006; Quesada 2009). El estudio de los pueblos de Calchaquí no implicó entonces la búsqueda de las raíces históricas de sus descendientes contemporáneos, sino el descubrimiento de ruinas arqueológicas descontextualizadas a la manera de fósiles. Una cita de Salvador Debenedetti cierra el argumento:

Lo muerto, muerto está, y solo puede tener un lugar en los museos. El espíritu que presidió el desarrollo de extinguidas culturas no puede volver y vano es todo esfuerzo para revivirlo. Por eso se fue definitivamente una parte del alma indígena y lo poco que de ella queda, se irá, de manera irremediable por la cuesta abajo que la civilización nueva le ha impuesto y para la cual no habrá diques capaces de contenerla […] El indio terminó su cometido el día que por tierra americana cruzó el primer acero templado. A la cultura presente no le corresponde otro papel que el de asistirle en su hora final, haciéndole soportable su agonía y prepararle piadosamente sus exequias. No habrá contendientes en el reparto de la herencia indígena, la ciencia será su única y universal heredera. (Debenedetti 1917, citado en Rodríguez 2008, 38).4

Como plantea Haber (1999), en esta etapa fundacional de la arqueología argentina se formula uno de los supuestos sustentadores de la disciplina: el objeto de estudio arqueológico es simple objeto material y la proclamada defunción de sus dueños originales -las poblaciones nativas- hace de la arqueología la única heredera de este patrimonio. Quedan para siempre excluidas la descendencia y la memoria como formas de relacionarse con ese pasado (Haber 2013), lo que perpetúa, como propone Hodder (1994, 188), una suerte de amnesia histórica.

A diferencia de los trabajos de la etapa formativa, los proyectos de investigación encarados en los Valles Calchaquíes cuando la arqueología ya estaba establecida como disciplina científica sí reconocieron la pertenencia de los vestigios arqueológicos -de la ahora llamada cultura Santa María- a los diaguitas-calchaquíes, nombre dado a las poblaciones locales en las crónicas españolas. Sin embargo, la idea de que esos vestigios no eran herencia de los pobladores actuales debido al destierro de las poblaciones originarias se mantuvo de manera implícita. Un caso paradigmático de esto en los Valles fue la reconstrucción y puesta en valor del poblado arqueológico de Quilmes (provincia de Tucumán) emprendida en la década de 1970 -durante la dictadura militar- para generar un atractivo turístico nacional (Sosa 2007). El proyecto implicó la excavación y reconstrucción del sector principal del sitio arqueológico, área concesionada a un empresario local en los años 1990 para la construcción de un hotel con piscina que afectó de manera incalculable la plaza del antiguo poblado. Poco se tuvieron en cuenta los conocimientos, percepciones y lazos emotivos de la población local. Pero ¿cómo se consulta la opinión a una población nativa supuestamente extinta? Desde el discurso oficial, Quilmes es considerado un sitio arqueológico explícitamente catalogado como “ruinas”; sin embargo, este poblado es en la actualidad reinterpretado como ciudad sagrada por la Comunidad India Quilmes de Amaicha del Valle (provincia de Tucumán), miembro de la actual Nación Diaguita-Calchaquí (figura 2).

Fuente: cortesía Rodríguez et al. 2016, figura 5, página 156.

Figura 2 Cartel en la entrada de la Ciudad Sagrada de los Quilmes, Yocavil, provincia de Tucumán 

De esta manera, el supuesto fundador de la disciplina, la arqueología como única heredera de la cultura material arqueológica, seguía vigente. Este enfoque ahistórico tuvo una importante consecuencia política, dado que la falta de continuidad entre las poblaciones pre y poscontacto eliminó hasta época reciente la posibilidad de conversación y participación de las poblaciones actuales en la construcción del conocimiento sobre lo arqueológico.

Posmodernidad y la recapitulación de los supuestos

Como explica Castro-Gómez (2005), mientras que en el paradigma moderno los conocimientos tradicionales eran vistos como enemigos del progreso y debían ser disciplinados a partir del conocimiento científico-técnico, en el paradigma posmoderno el capitalismo globalizado desarrolla una tolerancia hacia la diversidad cultural. No obstante, el reconocimiento que se hace de los sistemas no occidentales de conocimiento no suele ser epistémico sino pragmático: los saberes tradicionales son valiosos como recurso para la reproducción del capital y la garantía de un desarrollo sostenible (Escobar 1999).

Sin embargo, un aporte del pensamiento posmoderno a las ciencias sociales y humanas ha sido la crítica a la pretendida objetividad de la ciencia y la búsqueda de leyes de carácter universal, ideas que tendrán su impacto en las corrientes posprocesuales en arqueología (Hodder 1994; Van Pool y Van Pool 1999). Los enfoques posprocesuales llamaron la atención sobre la importancia del relativismo epistémico y la multivocalidad en las interpretaciones arqueológicas, planteando la posibilidad de múltiples narraciones sobre el pasado producto de distintas necesidades, propósitos o intereses (Shanks y Hodder 1995, 19). Herrera (2013) ha resaltado la multiplicación de formas contrahegemónicas de relacionarse con los aspectos materiales e inmateriales del pasado que se ha dado en las últimas décadas. La resignificación de paisajes, sitios y objetos por parte de movimientos sociales, comunidades, instituciones y actores diversos, como parte de sus agendas políticas, reta la definición del objeto de estudio arqueológico -convertido en capital simbólico en el marco de diferentes luchas sociales- y los discursos oficiales elaborados sobre este.

Arqueología del paisaje: volviendo a la escala humana

Dentro de los enfoques posprocesuales, uno de los que ha tenido más impacto, en términos de interés temático y producción académica, es la arqueología del paisaje (landscape archaeology), término que agrupa una diversidad de escuelas que surgieron principalmente en Europa en la década de 1990 (Anschuetz, Wilshusen y Scheick 2001; Bender 2002; Criado 1993; Johnson 2007; Orejas 1991; Thomas 2001; Tilley 1994; Ucko y Layton 1999), con gran aceptación e influencia en la arqueología latinoamericana.

La separación entre naturaleza y cultura como entidades aisladas y opuestas, que se generó a partir del pensamiento moderno, llevó a considerar a los sujetos como agentes que observan y manipulan una naturaleza pasiva, considerada objeto/recurso de la ciencia y la industria. Será la geografía humana de los años 1970 la que cuestione esta visión cartesiana y mercantilista del espacio (Cosgrove 1985; Gregory y Urry 1985), crítica que será el fundamento de los nuevos estudios de arqueología del paisaje.

Dentro de la variedad de enfoques de la arqueología del paisaje se puede identificar un denominador común: el paisaje es conceptualizado como el espacio socialmente producido, habitado y significado. Así, todo paisaje implica ya una construcción social producto de la interrelación de las personas con el mundo que las rodea. Es a partir de las relaciones de las personas (y sus cuerpos) con el mundo en su tarea de habitarlo que cada lugar cobra su significado único. Adherimos a la propuesta de Smith (2003) de que el paisaje como construcción social es un concepto que incluye la dimensión material de la existencia humana, así como la percepción, entendida como la interacción sensorial y emotiva con el entorno, y la imaginación reflejada en los discursos y las representaciones sobre el espacio.

Retomando la dimensión imaginaria del paisaje como representación o discurso, es necesario reflexionar sobre el uso de la cartografía estándar en arqueología. Los mapas, como toda imagen construida históricamente, no proporcionan una visión neutra del mundo (Herlihy y Knapp 2003; Wood 2010). La cartografía moderna, surgida durante el Renacimiento frente a las demandas de la expansión europea, “ofreció oportunidades para la visualización de la tierra no solo en un sentido intelectual, sino también para su conquista, apropiación, subdivisión, mercantilización y vigilancia” (Harley 1992, 524). En esta cartografía, el paisaje americano fue usual e intencionalmente representado como un gran espacio vacío de poblaciones, donde la acción comenzaba con la llegada del conquistador, siendo “el primer paso en la apropiación del territorio” (Harley 1992, 532).

Reflexionar sobre la concepción cartesiana del espacio implica reconocer que observando mapas -como representaciones simplificadas de la realidad- es improbable aprehender los paisajes donde los lugares significativos están inmersos (Thomas 2001). En las grandes escalas espaciales y temporales de los mapas, la escala local de los movimientos humanos se pierde (Johnson 2007). Esta crítica no busca abolir el uso de estos insumos (cartas topográficas, fotografía aérea, imágenes satelitales o SIG) en los análisis espaciales de la arqueología, sino ser conscientes de que esta manera de estudiar el espacio implica usualmente abstracciones desligadas de lo social y de lo contingente.

Desde las Américas, los estudios de arqueología del paisaje están apelando a reincorporar la escala humana en los estudios espaciales en arqueología, no solo con el propósito de elaborar narrativas sobre la vida de las personas que construyeron y habitaron los paisajes del pasado, sino también de incorporar en las interpretaciones los conocimientos y percepciones de la gente que habita esos paisajes en la actualidad, teniendo en cuenta asimismo la propia subjetividad de las/os investigadoras/es (Acuto 2013; Fowles 2010).

Esbozando una nueva cartografía participativa: la búsqueda de un diálogo de saberes

La geografía ha demostrado que la producción cartográfica (re)presenta paisajes y territorios a partir de una visión que responde a ciertos intereses sociales y políticos. Esta reflexión debe ser tenida en cuenta por la arqueología, dadas las construcciones que hacemos de los paisajes del pasado y sus posibles consecuencias políticas para las comunidades en el presente. Nos referimos, principalmente, a los reclamos de tierras por parte de pueblos originarios, en los cuales el patrimonio cultural/arqueológico asociado es entendido como recurso que da cuenta de su ancestralidad, así como a proyectos de desarrollo local donde ese patrimonio es asimismo entendido como un recurso económico.

En el marco de los reclamos sobre la propiedad y pertenencia cultural del patrimonio arqueológico por distintos actores sociales y políticos en América Latina, y el surgimiento de múltiples narrativas sobre este, la arqueología ya no puede trabajar sola en determinar qué es lo que se debe estudiar o preservar del pasado. En este contexto, la CP puede ser un enfoque teórico-metodológico apropiado para reconocer e incorporar el CEL sobre los paisajes arqueológicos, enriqueciendo así su estudio y gestión, lo que conlleva beneficios tanto para la disciplina arqueológica como para las poblaciones locales.

La CP puede ser entendida como la creación de mapas que reflejan las percepciones y los conocimientos que las comunidades poseen sobre sus paisajes y territorios. Este enfoque surgió durante la década de los 1970 como herramienta en defensa del territorio por comunidades Inuit, Métis y First Nations (primeras naciones indígenas) en Canadá y tribus nativas de los Estados Unidos (Brody 1988; Candler et al. 2006; Chapin, Lamb y Threlkeld 2005; Flavelle 2002; Tobias 2010), y fue empleado a partir de 1990 por poblaciones indígenas y campesinas en América Latina (Herlihy y Knapp 2003; Knapp y Herlihy 2002; Sletto et al. 2013).

Hoy, la práctica de la CP suele incluirse dentro del movimiento crítico de la investigación-acción participativa que tomó forma a partir de la síntesis elaborada por el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda (1999). La investigación-acción propone que las comunidades o personas afectadas por problemáticas, proyectos o emprendimientos deberían participar activamente en el proceso de investigación, planificación y toma de decisiones, de manera que se pueda generar no solo conocimiento, sino también cambios sociales y empoderamiento de las comunidades locales (McCall 2003, 2014).

Si bien el empleo de la CP ha tenido más desarrollo en otros campos disciplinares, una revisión reciente de más de sesenta casos de estudio alrededor del mundo, en iniciativas de distintas disciplinas y con diferentes propósitos, ha permitido la identificación de cuatro grandes temáticas relacionadas con paisajes históricos/arqueológicos: 1) mapeo indígena de paisajes ancestrales para la defensa legal de sus territorios; 2) mapeo de paisajes significativos y sentido de lugar en estudios académicos; 3) mapeo participativo y arqueología comprometida para la defensa indígena, y 4) mapeo de paisajes para la conservación, enseñanza y gestión del patrimonio5.

Existe una amplia gama de herramientas disponibles para la elaboración de CP, desde las más tradicionales y simples, como hacer mapas mentales o usar cartas topográficas y fotografías aéreas, hasta las nuevas tecnologías de globos virtuales, dispositivos y aplicaciones móviles, que permiten que esta práctica sea flexible y adaptable a las condiciones y necesidades locales. La elección de cuáles procedimientos y herramientas emplear dependerá de los recursos disponibles (financieros, humanos y tecnológicos), el propósito del mapeo, qué se desea mapear, el uso que se dará a la cartografía y el público destinatario. En otros trabajos (Álvarez y McCall, en prensa a, en prensa b) hemos desarrollado, a modo de sugerencia, herramientas y actividades de mapeo participativo, según un esquema general en tres grandes etapas dentro de un proceso de trabajo con las comunidades, las cuales pueden ser consultadas en la figura 3.

Fuente: los autores, 2018.

Figura 3 Pasos, actividades y herramientas sugeridas para un proceso de mapeo participativo en estudios de paisajes arqueológicos  

En los procesos de CP, la cartografía generada es considerada tanto un fin como un medio, que contribuye a la socialización de saberes y prácticas entre generaciones, al conocimiento y protección del territorio y del acervo cultural local, y, fundamentalmente, al empoderamiento de las comunidades. Los mapas generados de manera participativa/colectiva constituyen una forma social y culturalmente distinta de entender el paisaje y contienen información que se excluye de los mapas estándar, los cuales suelen representar los puntos de vista oficiales o de sectores hegemónicos de la sociedad.

En la siguiente sección exponemos de manera sintética las primeras experiencias de CP emprendidas en la zona para poder arribar a los beneficios de esta práctica para los estudios de arqueología del paisaje.

Los Valles Calchaquíes revisitados. Primeras experiencias de CP en Yocavil

Los movimientos sociales y la reivindicación indígena de las últimas décadas en Argentina han puesto en jaque la neutralidad política de la práctica arqueológica, al reclamar derechos sobre el territorio, el patrimonio arqueológico y los discursos generados sobre ambos. Específicamente, en los Valles Calchaquíes los movimientos indígenas comenzaron alrededor de los años 1970, siendo el eje de los reclamos, la lucha por la tierra y la defensa de los territorios ancestrales (Marchegiani et al. 2006). Este proceso alcanzó mayor escala a partir de 1994, año de la reforma de la Constitución argentina que permitió la incorporación del artículo 75, inciso 17, en el que se reconoce a las comunidades indígenas como “pueblos originarios” preexistentes a la nación. Por su parte, el creciente autorreconocimiento como pueblos originarios fortaleció el vínculo afectivo con la materialidad arqueológica, considerada como evidencia de su ancestralidad, lo que exigió a las/os arqueólogas/os mayor participación en los proyectos sobre su estudio y manejo.

En años recientes, y en el marco de un proyecto posdoctoral que contemplaba este contexto, hicimos las primeras experiencias piloto de CP en Valle de Yocavil6 (Álvarez, Greco y McCall, en prensa). En un inicio, el proyecto proponía trabajar con la Comunidad Originaria Ingamana (COI), emplazada en el municipio de San José, que en repetidas oportunidades había manifestado su deseo de una mayor injerencia en asuntos relativos al patrimonio arqueológico local. No obstante, la presencia de lugareños que no se reconocen como miembros de la COI u otras comunidades indígenas nos llevó a replantear la propuesta original, incorporando otros actores sociales, como maestros y profesores, estudiantes de escuelas primarias, secundarias y terciarias, delegados comunales y guías de turismo, para evitar así que se fomentaran posibles conflictos locales. El objetivo inicial era indagar en los saberes y percepciones locales sobre los paisajes arqueológicos, buscando similitudes y contradicciones en relación con el conocimiento generado desde la academia. Rápidamente los encuentros se vieron atravesados por el creciente interés local de explorar la vía del turismo rural y cultural, al considerar los sitios arqueológicos como uno de los principales atractivos. Esta problemática se entroncó asimismo con el interés de los docentes de incorporar información arqueológica sobre sitios locales a los currículos escolares, tanto en escuelas primarias como secundarias, estas últimas con programas pedagógicos orientados al turismo.

En estas primeras experiencias pusimos en práctica distintas herramientas de mapeo, adaptándolas a los diferentes grupos de edades con los cuales trabajamos. A continuación, hacemos un breve resumen indicando quiénes participaron y cuál fue el propósito de cada herramienta.

Mapas mentales: la elaboración de mapas mentales o croquis (sketch mapping) involucra a miembros de la comunidad que dibujan mapas sobre un soporte en blanco (hojas, rotafolios, etc.). No cuentan con medidas exactas, como escala o referencias geográficas precisas, pero representan la posición relativa de los principales elementos del terreno según el conocimiento local. Esta es una buena técnica para trabajar con poblaciones poco escolarizadas o personas jóvenes, dado que consiste en dibujos libres. Esta técnica fue empleada con estudiantes de los tres niveles educativos (entre seis y veinte años de edad aproximadamente), para obtener una primera aproximación a sus percepciones sobre los paisajes cotidianos, incluyendo sus conocimientos sobre lo arqueológico. Aquí fue notoria la diferencia entre los más jóvenes, quienes mapearon principalmente lugares cotidianos, como la escuela o sus casas, y los estudiantes de niveles terciarios, algunos ya con conocimientos en turismo, quienes tenían una noción más amplia de los sitios arqueológicos del Valle, al menos de los más conocidos y trabajados desde la arqueología (figura 4).

Fuente: Alina Álvarez Larrain, Argentina, agosto de 2016 y junio de 2017. Nota: actividad de mapas mentales con estudiantes de Yocavil: a) estudiantes de la Escuela primaria de Andalhuala explicando sus mapas; b) mapa de Andalhuala realizado por estudiantes de la Escuela secundaria de Andalhuala; c) mapa del Valle de Yocavil realizado por estudiantes del Instituto de Estudios Superiores de Santa María.

Figura 4 Mapas mentales con estudiantes de Yocavil 

Mapeo a escala: el mapeo a escala (scale-based mapping) implica el uso de insumos cartográficos de base, como cartas topográficas, fotografías aéreas, imágenes satelitales, modelos tridimensionales o globos virtuales (Google Earth, Bing Maps, Landsat Explorer, etc.), que ya cuentan con una escala conocida, son fáciles de georreferenciar y presentan ciertos elementos cartográficos guía, como pueblos o carreteras. Esta técnica fue empleada con estudiantes de secundaria, de entre doce y dieciocho años, durante una salida de campo. La actividad consistió en la visita al sitio arqueológico Loma Redonda de Tilica, un poblado prehispánico del segundo milenio d. C. con características defensivas, ubicado sobre un cerro bajo. El cerro es hoy conocido por su calvario o vía crucis, el cual afectó la configuración original de una parte del sitio arqueológico. A pesar de que el lugar es frecuentado por los pobladores locales para actividades religiosas y recreativas, y los basamentos de piedra de las antiguas casas prehispánicas son aún visibles, estudiantes y profesores dijeron desconocer la funcionalidad original del cerro.

Una vez en la cima, espacio que fuera acondicionado como punto de llegada del vía crucis, utilizamos copias ampliadas de imágenes satelitales para que las/os estudiantes pudieran indicar aquellos lugares del paisaje que divisaban desde el cerro y que resultaran significativos para ellos, ya fueran pueblos actuales, sitios arqueológicos u otros lugares conocidos. Poco a poco pudieron ir ubicando la mayoría de los pueblos y fueron pocos los sitios arqueológicos indicados. No obstante, fue interesante que esta actividad en el cerro, mapeando el paisaje, estimulara la generación de otras propuestas, por ejemplo, que se organizara desde la escuela una actividad de mapeo de aquellos sitios que las/os estudiantes conocieran o donde supieran que alguien había encontrado objetos arqueológicos. También el entendimiento de que el Calvario había sido construido sobre un antiguo poblado de importancia para la historia prehispánica del Valle motivó las ganas de realizar un taller de recuperación de la historia oral a través de entrevistas a abuelas y abuelos por parte de los estudiantes, para reconstruir la historia más reciente del sitio arqueológico (figura 5).

Fuente: Alina Álvarez Larrain, Argentina, junio de 2017.

Figura 5 Actividad de mapeo a escala realizada con estudiantes de las escuelas secundarias del Distrito de San José desde la Loma Redonda de Tilica 

Recorridos de campo: esta técnica implica la prospección pedestre a la manera de transectos, o visitando lugares específicos, por equipos mixtos compuestos por miembros de la comunidad e investigadores. En estas actividades se puede contar con copias de los mapas mentales o mapas a escala realizados previamente, para determinar las coordenadas geográficas usando GPS de lugares de interés identificados, y es una buena oportunidad para recuperar historias, recuerdos, mitos y leyendas asociados a los lugares del paisaje.

Con las/os alumnas/os de la escuela primaria de Andalhuala hicimos una actividad de mapeo en campo en una mesada con evidencias de arquitectura prehispánica productiva. Nuestro guía fue el Sr. Hugo, cuidador de la escuela y dueño de los terrenos. Las paradas sirvieron para tomar coordenadas geográficas de estructuras arqueológicas que íbamos encontrando, mostrar el uso del GPS y reflexionar sobre los restos materiales observados y su posible funcionalidad. Como complemento y por pedido de las/os maestras/os, realizamos una jornada de capacitación sobre la arqueología local, dado que nos comentaban que usualmente las/os alumnas/os les hacían preguntas sobre objetos arqueológicos que encontraban en el campo, y ellos no contaban con el conocimiento para satisfacer esas inquietudes. Dos ideas surgieron de este ejercicio: hacer visitas regulares como parte de las actividades de la escuela a los sitios arqueológicos de la zona y elaborar un texto de divulgación sobre la arqueología local que pudiera ser usado en la escuela como libro de texto para incorporar este conocimiento.

Una segunda actividad en campo surgió de la experiencia previa en Loma Redonda de Tilica. Uno de los chicos se mostró particularmente interesado en la actividad y nos señalaba desde el cerro un lugar en la falda baja de la sierra del Cajón, donde “hay casas de indios”, al que conoce bien dado que su familia lo utiliza para la obtención de leña y actividades recreativas. Sus comentarios y entusiasmo nos motivaron a organizar una salida de campo con él como guía para conocer la zona. Nuestra sorpresa -y de las autoridades de turismo de Santa María que nos acompañaban ese día- fue grande cuando pudimos observar que se trataba de un asentamiento con un patrón de arquitectura incaica típico de los centros administrativos de la época en que el noroeste argentino fue anexado al imperio. Este sitio, al que los lugareños llaman Cerro Quemado, producto de un incendio en la época contemporánea, podría cambiar las teorías sobre la ocupación del incanato en la región, a la vez que presenta un alto potencial turístico.

Una tercera actividad fue emprendida junto a Luis Cáceres, guardaparque y dueño de los terrenos donde se emplaza uno de los sitios más emblemáticos del valle, Loma Rica de Shiquimil, otro poblado prehispánico del segundo milenio d. C. con características defensivas. Estas tierras tienen un alto potencial arqueológico y geológico para la zona y es allí donde se propone crear un parque arqueológico para el turismo. Los recorridos con Luis nos permitieron registrar principalmente sendas de tránsito hacia y desde la Loma Rica, así como historias asociadas a los lugares. Durante la caminata por las faldas bajas del sitio, Luis nos comentaba que a toda esa zona sus abuelos le decían el “antigal” y que allí se encontraron muchos entierros prehispánicos. Luis nos brindó información muy útil para interpretar procesos de perturbación en el sitio arqueológico, identificando fechas aproximadas para cambios recientes en el paisaje y sus agentes, tanto a partir de su propia experiencia como de relatos de sus padres y abuelos; por ejemplo, remociones de sedimento producto de excavaciones ilegales y deslizamientos naturales de tierra y rocas por procesos erosivos. Asimismo, nos llevó hasta el llamado “pozo bravo”, una depresión ubicada en un cauce seco donde los animales iban a tomar agua porque brotaba pura, pero la gente no iba de noche porque el pozo los podía tragar (figura 6).

Fuente: Alina Álvarez Larrain, Argentina, junio de 2017. Nota: a) Luis indicando el lugar de las estructuras arqueológicas; b) senda moderna que atraviesa el sitio para subir a la sierra del Cajón; c) y d) sector con las estructuras más visibles, grandes recintos con basamentos de piedra.

Figura 6 Recorrido por Cerro Quemado 

Discusión

Los talleres de CP emprendidos, si bien a modo de prueba piloto, permitieron poner en práctica nuevas modalidades de acercamiento y trabajo con la población local en relación con los paisajes arqueológicos. Para empezar, el ambiente más lúdico de la actividad de mapeo y las caminatas por el valle generaron un ambiente distendido y de mayor familiaridad que las charlas expositivas típicas de los enfoques de transferencia de conocimiento. Así, mientras se realizaban estas actividades, las personas se sintieron en confianza, no solo para relatar historias, sino también para expresarnos distintas inquietudes. Por ejemplo, qué deberían hacer con los bienes arqueológicos que encuentran en el campo, la falta de conexión entre el presente y el pasado indígena -algo que ellos mismos reconocían y se refleja en que se refieren a las antiguas poblaciones nativas como “indios”-, la realidad de las comunidades indígenas del valle, los procesos de puesta en valor de los sitios arqueológicos en relación con el desarrollo económico de los pueblos y, por supuesto, nuestro rol como investigadores en estos procesos locales.

Como comentamos al inicio, la revalorización de los rasgos culturales indígenas o nativos está fuertemente ligada a la recuperación de los sitios arqueológicos como parte de su legado ancestral, y también como recursos culturales factibles de ser aprovechados turísticamente. Particularmente, las escuelas secundarias del valle tienen orientación en turismo, por eso las/los docentes consideran relevante trabajar con las/los estudiantes el tema de los sitios arqueológicos y la cultura prehispánica de la zona. Es llamativa la ausencia de este tipo de conocimiento en la educación formal, a pesar de ser una realidad de sus paisajes cotidianos. En este sentido, al ser principalmente gente que trabaja el campo, suelen conocer muy bien dónde se encuentran los sitios arqueológicos, aunque tal vez no posean conocimiento extenso sobre cuándo y por quiénes fueron ocupados. Las/os profesoras/es remarcaban a sus estudiantes la importancia de que conocieran, entendieran y protegieran el patrimonio cultural local, porque eso ayudaría a fomentar el turismo y, a su vez, a generar empleos para que ellos no tuvieran que irse del pueblo, una de las principales problemáticas del valle.

A lo largo de los distintos encuentros, el tema de los objetos arqueológicos que la gente encuentra y guarda en sus casas, y la desconfianza hacia nosotros o las autoridades locales que tienen incidencia en la materia, surgió varias veces. Una preocupación usual es cómo proceder cuando encuentran algo. Personas en Andalhuala, por ejemplo, nos decían que en décadas pasadas los bienes les eran confiscados por la gendarmería (cuerpo militar que protege el territorio argentino), pero luego no se les notificaba dónde habían sido depositados y eso fomentaba que las personas ya no quisieran reportar a las autoridades. Estas inquietudes llevaron a pensar en alternativas de acción, por ejemplo, construir pequeños museos locales, posiblemente ubicados dentro de las escuelas o centros comunitarios, con materiales que donara la población local -dejando registro del nombre de la familia que hizo la donación-, que sirvan como repositorio de los bienes, materiales de enseñanza, evidencia de la herencia cultural y atractivo turístico.

Otro tema que se trató, tanto por parte de comuneros como de autoridades locales, fue el reclamo hacia las/os arqueólogas/os de utilizar un lenguaje más ameno o coloquial para transmitir el conocimiento generado desde la academia. Por nuestra parte, reconocíamos que, en general, la formación académica que recibimos está centrada en la investigación y la difusión hacia pares (conferencias, artículos científicos), pero no en la divulgación. Así, más allá de la implementación de enfoques participativos como el aquí planteado, surgió la propuesta de formar comunicadores sociales o interpretadores temáticos (Jiménez 2015); por ejemplo, los mismos guías de turismo que conocen la zona ya cuentan con buen conocimiento de lo arqueológico y de nuestro vocabulario técnico, y están habituados al trato con la gente.

Para finalizar, es necesario resaltar que, como suele suceder en numerosos proyectos de investigación-acción participativa, los encuentros arribaron a problemáticas locales de distinta índole -falta de empleo para los jóvenes, apoyo al desarrollo local, problemas de la enseñanza, etc.- difíciles de abordar desde un proyecto académico. No obstante, estas problemáticas deben ser contempladas dado que forman parte de la realidad cotidiana de estas poblaciones.

Corolario: la CP como marco de acción para una arqueología comprometida

La CP como enfoque teórico-metodológico en estudios de arqueología del paisaje puede ayudar a que los miembros de las comunidades locales o indígenas sean incorporados como sujetos activos en el registro e interpretación de su herencia cultural, así como en la defensa y gestión de su patrimonio, aportando perspectivas novedosas sobre los paisajes culturales del pasado.

Por un lado, para las investigaciones académicas, este enfoque facilita un mejor entendimiento de las construcciones pasadas del paisaje al incorporar el CEL enraizado en el ambiente y en paisajes significativos de la vida cotidiana. El CEL brinda perspectivas novedosas al proporcionar un conocimiento más profundo sobre topografía, vegetación, estaciones, clima y recursos, así como sobre movilidad, tradiciones e historia (Barlindhaug 2012; Basso 1996; Duin et al. 2014; Leibsohn 1994). Como han destacado varios autores (Barlindhaug 2012; Flexner 2015; Manasse y Vaqué 2014), la CP permite una incorporación más rica de los sentidos extradisciplinarios, acciones, costumbres, apegos, narraciones y recuerdos inscritos en los paisajes.

Para las comunidades locales, la CP contribuye a proporcionar documentación e inventarios de sitios ancestrales, material fuente para programas educativos y, sobre todo, una voz para escribir su propio pasado (Heckenberger 2004). Ciertas comunidades, después de trabajar en colaboración con arqueólogos e historiadores, pueden recuperar recuerdos de la comunidad que habían sido sofocados, como es el caso de Yocavil. Además, los resultados, cuando se visualizan en mapas, se sistematizan en SIG o se publican en plataformas en línea, amplían la comunicación sobre sitios culturales y arqueológicos. El conocimiento particular de una persona o de un grupo puede pasar a formar parte de la memoria colectiva, y reducir asimismo la brecha de conocimiento entre las generaciones. Las/os ancianas/os, con su conocimiento íntimo del paisaje, proporcionan datos históricos útiles, mientras las generaciones más jóvenes pueden liderar las tareas técnicas de recopilación de datos al mismo tiempo que están aprendiendo (Arias 2012; Barlindhaug y Corbett 2014; Hedquist et al. 2015). De esta manera, la CP estimula el diálogo y el aprendizaje intergeneracional e intercultural y es un foro para la educación en la protección y gestión del patrimonio cultural (Crawhall 2003).

Una aplicación adecuada de CP permite a la población local participar mejor en proyectos arqueológicos desde el principio, evaluar cursos de acción alternativos, formar opiniones y tomar decisiones informadas sobre sus paisajes cotidianos. Para las comunidades, la CP implica la posibilidad de incorporar sus percepciones y necesidades locales en los proyectos académicos que impactan en su espacio de vida cotidiano. Específicamente, para las comunidades indígenas, un enfoque de CP logra generar argumentos para validar su cultura ancestral en un territorio frente a proyectos externos comerciales o gubernamentales, y avanzar en su fortalecimiento cultural, identitario y territorial, como ocurre con los procesos sufridos por las comunidades indígenas de Argentina. En el caso de contextos urbanos o donde la sociedad civil actual no se considera descendiente de las poblaciones pasadas, la CP es una buena herramienta para incorporar activamente a las personas en el registro, interpretación, defensa y gestión del patrimonio cultural.

Un punto focal de los enfoques de CP es el reconocimiento de la propiedad intelectual de los productos generados (mapas, imágenes, bases de datos): ¿qué información se desea mapear?, ¿de quién es la autoría y pertenencia?, ¿quién controla su uso?, ¿quién tiene el derecho a la distribución de esta información y con qué propósitos? (Rambaldi et al. 2006). Embarcarse en iniciativas de este tipo implica consensuar estos asuntos con las comunidades a trabajar, teniendo presente que uno de los objetivos principales del mapeo es contribuir a su acervo patrimonial. Si reconocemos el rol social de la actividad arqueológica, las estrategias de investigación deberían surgir de un mejor conocimiento de las necesidades, expectativas y realidades sociales de las comunidades con las que nos relacionamos en el campo. La implicación no es negar los intereses disciplinarios tradicionales de la arqueología, sino construir su conocimiento de una manera socialmente accesible y comprometida (Heckenberger 2004; Skandfer 2009). La CP puede ser una herramienta positiva, inclusiva e interactiva para iniciar el diálogo con las comunidades y revertir una imagen negativa de la práctica arqueológica. Este marco también resulta beneficioso para una gestión sostenible de los recursos culturales, que en el caso de los arqueológicos son no renovables.

Creemos que este enfoque puede estimular un diálogo epistémico entre el conocimiento científico y el conocimiento local tradicional o indígena, y al mismo tiempo puede ser un marco de acción apto para abordar reclamos sociopolíticos vinculados a la tierra donde la información arqueológica es valorada como un recurso vital. Este tipo de acercamiento en arqueología sería eficaz para responder a las crecientes demandas de diversos actores sociales sobre el papel de la arqueología en la sociedad, la construcción de la memoria y las identidades, y la elaboración de conocimiento compartido que aborde tanto los intereses científicos como los indígenas/locales.

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Cómo citar este artículo: Álvarez Larrain, Alina y Michael K. McCall. 2019. “La cartografía participativa como propuesta teórico-metodológica para una arqueología del paisaje latinoamericana. Un ejemplo desde los Valles Calchaquíes (Argentina)”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 36: 85-112. https://doi.org/10.7440/antipoda36.2019.05

* Este artículo es resultado de una beca posdoctoral DGAPA-UNAM otorgada a la primera autora, en el marco del proyecto PAPIME PE 307016 (UNAM), dirigido por el Dr. M. McCall.

1Hacia fines de la década de los 1880 se completaba la ocupación del territorio argentino a partir del genocidio cometido contra las poblaciones nativas, denominado oficialmente como la “Conquista del Desierto”, en concordancia con el concepto de terra nullius.

2Nombre otorgado por los españoles a esta zona —que abarca el Valle Calchaquí, el Valle de Yocavil y el Valle del Cajón— en referencia a Juan Calchaquí, cacique del poblado de Tolombón (provincia de Salta), y uno de los líderes de la resistencia indígena durante la Conquista.

3Similar al mito de los mound builders (constructores de túmulos) elaborado para la arqueología norteamericana, el cual les negaba a las comunidades indígenas la autoría de esas construcciones arqueológicas (Hodder 1994, 188).

4Los Valles Calchaquíes tienen una larga historia de saqueo de objetos arqueológicos, en especial remociones masivas de contextos funerarios con el fin de obtener piezas enteras, que hoy nutren colecciones privadas y de museos nacionales e internacionales. En época contemporánea al surgimiento de la arqueología científica, se construyeron dos importantes museos en los principales centros políticos del país: el Museo Argentino de Ciencias Naturales en Buenos Aires y el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

5El desarrollo de estas temáticas puede consultarse en detalle en Álvarez y McCall (2018, en prensa c).

6Porción sur de los Valles Calchaquíes.

Recibido: 14 de Octubre de 2018; Aprobado: 28 de Abril de 2019

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