El jardín de los senderos que se bifurcan
El trabajo que el lector tiene ante sí discurrirá por dos senderos. Uno de ellos irá del rostro al ano (si, leyó bien: ano), el otro irá del pasado al presente. Estos senderos recorren la colección arqueológica de Pampa Grande (PG), la cual reúne restos -de entre ca. 2000-1000 AP- recuperados por Alberto Rex González y equipo en una serie de cuevas ubicadas en las serranías de Las Pirguas, Guachipas, Salta, en el Noroeste de Argentina (NOA) (figura 1). Es así que en este “jardín de las delicias”, que es la enorme y variada colección de PG, el primer sendero irá desplegando una lógica corporal topológica que encuentra puntos de orientación y pivote en la cabeza/rostro y en los cuartos traseros/ano. El segundo sendero discurrirá por los análisis y argumentaciones que me permitieron proponer la lógica antes mencionada, siguiendo conexiones que el material me fue sugiriendo, para abrevar luego a casos etnográficos e históricos que resuenan con lo arqueológico. Mi intención, querido lector, es mostrarle cómo lo topológico se me presentó desde los restos arqueológicos mismos, sin ningún tipo de inspiración etnográfica, lo cual no niega las resonancias posteriores que pude encontrar al leer textos de varios colegas.
Año cero: rostridad
“Rostro y discurso están ligados. El rostro habla, puesto que él es el que hace posible y comienza todo discurso”. (Levinas, 2000, 73)
Así como para (Deleuze y Guattari 1988) sus mesetas de múltiples conexiones “empiezan” por el rostro, el origen de la propuesta que aquí presento fue, también, un rostro, que debo transmutar aquí en discurso o, mejor dicho, en argumento. Permítanme explicarme.
En principio era una muy buena idea y bastante práctica: buscar en el fondo de bolsas de cuero aseguraba que allí se concentraría más residuo de su potencial contenido, bastaba buscar una grieta en el cuero, raspar y ¡voilá! encontrar material para analizar bajo el microscopio. A lo largo de los diez años de análisis de la colección de Pampa Grande, me había topado con bolsas de cuero, entre ellas una colgada alrededor del cuello de un adulto inhumado en urna (figura 2), probablemente empleando para ello los orificios que se veían en su solapa de flecos, algunos espiralados. La buena conservación, la presencia de datos contextuales y el hecho de que en el fondo de la bolsa se notara la dureza de un contenido hacían de este ejemplar el indicado para ser muestreado. Fue así que lo llevé al laboratorio para su análisis. La bolsa se encontraba cubierta de tierra, intocada casi desde su excavación, por lo cual comencé a limpiarla con un pincel, procurando encontrar una rotura mínima en el fondo de la bolsa que me permitiera sacar una muestra. Afortunadamente apareció y, tras la grieta, algo brillante asomaba, algo como dientes, posibles cuentas de un collar. Esto me obligó a acercar más mi escudriñador rostro al ejemplar para ver si así era, acercamiento que me llevó a reenfocar la vista. Tras el ajuste focal me di cuenta que la grieta era una boca y que lo que brillaba eran los dientes de un rostro animal disecado. Me alejé casi saltando, nunca una pieza arqueológica me había dado un susto tan grande; susto, impresión, silencio, dudas de cómo seguir, curiosidad renovada, todo eso a medida que seguía escudriñando -ahora de lejos- a esto que había pasado a ser un animal. Como sospechará, estimado lector, surgió la inevitable pregunta: ¿qué animal? Inicialmente el cruce entre su rostro y mi mirada se posibilitaron y condicionaron mutuamente, mi susto pasó a respeto (un rostro se respeta) y eso redefinió mi pregunta, redefinió el rumbo de mi curiosidad… ¿y qué hace un científico cuando siente curiosidad? disecciona… disecciona y se apasiona.
Los mastozoólogos del Museo de La Plata también saltaron, pero de emoción y fascinación al ver el animal que ya había colocado en una caja acondicionada, digna del ejemplar que ahora había “descubierto”. Pasión-disección, pero no destrucción, dice el manual de buenas prácticas arqueológicas; había que tomar radiografías para asegurar posibilidades taxonómicas. ¡Lyncodon patagonicus! dijeron cual parteros los mastozoólogos y paleontólogos luego de cotejar el cuerpo y sus radiografías con ejemplares de referencia y bibliografía a tono, un hurón que, a pesar de su epíteto específico juega de local, ya que su distribución abarca la zona de Pampa Grande en su extensión más septentrional. Como la fascinación opera más allá de la sistemática, los peritos continuaron: “vos mira como hicieron: abrieron el pellejo del animal por la parte posterior (cuartos traseros/ano/cola), dando vuelta el cuero como un guante, sacaron todo el contenido (huesos, tripas, músculos), dejando leves ojales donde estaban sus patas delanteras, al llegar al cráneo, lo cortaron límpidamente como se ve en la radiografía, dejando solo la parte correspondiente al rostro, luego dieron vuelta -de vuelta- el cuero fresco, le quitaron los pelos, hicieron la solapa y lo dejaron secar… unos genios”.
Fuente: imágenes superiores e inferior derecha (la autora), La Plata, 2010; inferior izquierda (Formoso et al. 2016, 3). Nota: imágenes del hurón-bolsa y su radiografía; imagen inferior izquierda: Lyncodon patagonicus.
La atención puesta en la disección(1) de este animal me permitió atender a aspectos que la misma colección me hubiera sugerido si hubiese estado más abierta a escucharla. Así, cuando iba al laboratorio donde trabajaba en esa época, pasaba todos los días frente al hallazgo(2) (H) 8 de PG (figura 3), expuesto en una sala del museo.
Ya me habían dicho que esta gran urna estaba “mal puesta” dado que había sido hallada en un lugar destacado dentro de la cueva mayor de la localidad, boca abajo y con la base rota, por lo que la base que se ve actualmente es reconstruida. Esta “ficción” arqueológica me llevó a atender al disciplinamiento sobre la orientación en el espacio que un cuerpo (completo) debe tener: la boca arriba, la base abajo, una forma de estabilizar y estandarizar cuerpos. Como en el caso del hurón, cuyo rostro-boca emergió del fondo-base de una bolsa. Fue así que, a través de estos dos referentes de la colección, comenzaron a venir a mi mente distintas situaciones -hablamos de una colección de más de cinco mil piezas-, desde las piezas cerámicas con “agujero de muerte” en su base, hasta aquellos restos con los que más había trabajado: los zapallos (Cucurbita maxima). Si la base, el ano, o los cuartos traseros es lo que se rompe para contener, en el caso de los frutos de zapallo se me ocurría que esto debía corresponder a la corola, el lugar opuesto al pedúnculo, la “base” sobre la que se “para” un zapallo. Con esta hipótesis en mente volví a revisar la colección y -para mi sorpresa- pude confirmarla tanto para zapallos como para mates (Lagenaria siceraria) (figura 4). Todo esto no hacía otra cosa que indicarme lógicas comunes entre los contenedores de la colección, ya que contener fue el principal uso dado a los frutos de ambos taxa, uso sugerido también por ceramios con forma de zapallo presentes entre los grupos agroalfareros tempranos del NOA. Si como dice Le Breton “el cara a cara es un rostro a rostro […] el rostro es siempre el del otro [y] el rostro del otro es un indicio” (2010, 93), sigamos pues, con la indagatio ( 3 ) .
Indicios sobre el cuerpo
Este subtitulo -descaradamente robado a (Jean Luc Nancy 2007)- quiere sugerirle, afable lector, que el cuerpo es una entidad difícil de definir o asir con precisión, máxime cuando se trabaja con material arqueológico, al ser principalmente indicios lo que puede tenerse sobre el mismo. Indicios que surgen tras un análisis pormenorizado, atento y sensible de contextos, objetos y asociaciones; la intuición no es mero azar. Hablemos entonces un poco más sobre PG y sus antecedentes(4) en las siguientes secciones (Baffi y Torres 1996; Baffi, Torres y Cocilovo 1996; Baldini et al. 2003; Baldini, Baffi y Togo 1998; Baldini y Baffi 1996; González 1972, 1971; Lema 2016, 2011, 2010, 2009; Oller, D´Antoni y Nieto 1984-1985; Torres y Baffi 1996; Whitaker 1983, ms.).
Contenedores lógicos
La colección de PG se conformó tras tareas de campo a cargo de González, José Togo y “Mingo” García en la década de 1970(5). La numerosa colección arqueológica corresponde a los hallazgos efectuados en siete cuevas (Los Aparejos -la mayor-, El Litro y Cavernas I a V) ubicadas entre los 2.500 y 3.000 m s. n. m. en un ámbito de bosque montano y pastizales de altura de la ecoregión de yungas. Las excavaciones de PG arrojaron un total de ciento veinte individuos, incluyendo neonatos, niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres; hay varios casos de deformaciones craneanas, un bajo dimorfismo sexual, altos índices de estrés nutricional y varios casos de golpes o fracturas, considerados indicadores de violencia interpersonal o sacrificio.
Las piezas cerámicas de PG son mayormente Candelaria, correspondientes a las fases Molleyaco (Candelaria III 400-700 d. C.) y Rupachico (Candelaria IV 700-1.000 d. C.), contemporáneas a Ciénaga y Aguada, habiendo también ejemplares de momentos previos. Recientes fechados radiocarbónicos confirman y en parte amplían esta cronología. Se recuperaron piezas con relaciones estilístico formales con Ciénaga en las cavernas I y III y con Aguada en las cavernas I, IV, V y en El Litro; entre estas últimas hay piezas negras bruñidas con decoración grabada (afines a Aguada del Ambato aunque de paredes más gruesas y pesadas) o grises grabadas; en ambos casos hay piezas halladas como ajuar en el interior de urnas funerarias Candelaria. En la caverna II se halló la única pieza Vaquerías. Los Aparejos tiene piezas exclusivamente Candelaria. En las piezas con afinidad Aguada destaca la ausencia de los motivos del felino y del “sacrificador”, personajes epitome de la cultura Aguada. En relación con esto, resulta interesante la presencia de golpes intencionales en los cráneos causantes de muerte(6), algo que no se menciona dentro de las prácticas sacrificiales de los grupos Aguada que se asumen, potencialmente, como decapitaciones a partir de evidencia gráfica y la circulación de cráneos aislados (Gastaldi 2013; Solari y Gordillo 2017). Esto último está presente en PG, al igual que el manejo de cuerpos humanos post mortem (con remoción de partes, desmembramiento, reubicación y combinación de huesos con huesos de otros animales), que para Aguada es mencionado por los autores antes citados.
PG posee mayormente contextos funerarios, en total se cuenta con ochenta enterratorios en urna, dos en cista, un contexto de cremación y entierros directos en tierra. Estudios previos intentaron buscar correlaciones que explicaran a qué obedecían las modalidades diferenciales de entierro, se analizaron si las diferencias obedecían al rango etario, al sexo, a la deformación craneana o a los ajuares acompañantes y no hallaron correlación. Al hacer un chequeo de la información resulta notoria una diferencia por cuevas. Así, en una cavidad secundaria dentro de la caverna I se hallaron entierros directos, sobre la superficie, acompañados por numerosas piezas cerámicas de distinto tipo(7). Las piezas cerámicas de este contexto y las del “divertículo” de la cueva IV, con entierros también directos, son las únicas que poseen “agujero de muerte”(8) en toda la colección. En Los Aparejos, los entierros en ollas y directos se dan con igual frecuencia, hay entierros de adultos y niños con ajuares que se consideraron como destacados (malaquita, cobre, oro), ausentes en otras cuevas; asimismo hay ollas utilitarias encontradas vacías. El Litro posee rasgos de ocupación temporaria de reducida potencia en la zona próxima a la entrada, y existe otra zona de entierros directos y en urna aparentemente solo de párvulos o subadultos. La Caverna II está a 12 m por encima de la anterior y su uso es exclusivamente funerario con entierros de adultos y niños en urnas. La caverna III está a 25 m por encima de la II y, si bien hay rastros que sugieren ocupación temporaria, es fundamentalmente funeraria, al contener entierros de adultos y niños en ollas. En las cavernas II y III hay entierros sin ajuar, con ajuar escaso (en ambas cavernas asociado a adultos o adultos y niños, nunca solo a niños) y con ajuares diferenciales (solo en la caverna II en adulto y niño, adultos solos y niños solos), lo cual se interpretó como señal de una posible incipiente jerarquización de la sociedad a partir de la presencia de niños solos con ajuar diferencial. La caverna V no posee evidencias de ocupación, los entierros directos se superponen a los entierros en olla, lo cual se da a la inversa en El Litro.
La discontinuidad que marcan las cuevas les da a las mismas un carácter activo en el marco de esta indagatio que procura simetrizar a todos los involucrados en el estudio (plantas, animales, cuevas, ceramios, humanos, entre otros) sin otorgarles ciertos roles más activos o pasivos a priori. Las cuevas se presentan como una primera instancia de contención y pueden ser pensadas como “hipercontenedores” de carácter activo. ¿Cómo se vincula esto con lo que está dentro de las cuevas? ¿Qué otras materialidades ocuparon el lugar lógico y relacional -antes que sustantivo y tipológico- de contenedor/contenido dentro de esas mismas cuevas?
Afecciones y formas, lo que hace a un cuerpo ser tal
La concepción de las piezas Candelarias como cuerpos fue un tema ampliamente trabajado por (Benjamín Alberti 2013, 2012, 2007; Alberti y Marshall 2009). Sucintamente este autor considera que los cuerpos cerámicos son ontológicamente equivalentes a (y no una representación de) los cuerpos humanos, cuando menciona que:
Los cuerpos candelaria fueron marcados de varias formas, modelados a través de modificaciones craneales en vida y luego desarticulados, mezclados y quemados en la muerte. Los ceramios muestran una preocupación similar con la inestabilidad o plasticidad de la forma, donde protuberancias biomorfas y cuerpos exagerados o fantásticos, proliferan [...] Los cuerpos y los ceramios no son la misma sustancia o materia esperando ser mejorada: más bien son equivalentes porque responden al mismo principio ontológico de movimiento […] cortar, pellizcar y perforar son actos ontológicamente transformativos y un proceso siempre en marcha donde incluso las formas acabadas son solo aparentes. (Alberti 2012, 19, 24, destacado mío)
Varias de las referencias a las que alude Alberti para Candelaria están presentes en PG, como deformaciones craneanas y cremaciones múltiples, al igual que el manejo de cuerpos enteros o partes de los mismos. La siguiente cita resulta sugerente sobre la argumentación que busco desplegar en este trabajo. Nos dice Baldini y equipo:
[En PG] numerosos ejemplares [de vasijas u ollas] fueron atados con sogas y cubiertos con una sustancia blanca calcárea. Esta sustancia también fue usada para cubrir los restos de los individuos inhumados [que, agrego, también fueron atados con sogas], para rellenar los diseños grabados o incisos de algunas piezas depositados como ofrenda fúnebre, cubriendo las paredes internas de las urnas y en alguna oportunidad fue depositado en su interior en forma de panes. (Baldini, Baffi y Togo 1998, 348)
Veremos luego que esta sustancia está presente también en silos dentro de las cuevas. Podría entenderse, como lo hace (Alberti 2007) siguiendo a (Vilaça 2005), que dichos materiales evidencian la “actualización” de las personas a través de prácticas específicas de cuidados corporales. En PG, narigueras y adornos pectorales como los que se hallaron en humanos (placas de oro, collares, plumaria(9)) se encuentran también plasmados en los cuerpos-vasijas. A pesar de lo anterior, ni todas las urnas tienen rostro, ni los rostros y adornos se presentan de igual modo en todas las urnas Candelaria: de las 80 urnas funerarias, solo dos presentan rostros modelados, a los que podemos sumar otros casos aislados (figuras 3 y 5). Para Alberti, poner apéndices o hacer incisiones es la activación intencional de capacidades afectivas en las urnas, posibilitando que su subjetividad emerja; así, las vasijas son cargadas con capacidades afectivas para propósitos específicos.
Fuente: imágenes de arriba abajo y de izquierda a derecha (la autora, La Plata, 2010); imagen inferior derecha (ilustración de Julieta Ponte, 2019, con base en Baldini et al.1998, 357). Nota: de arriba abajo y de izquierda a derecha: cuello aislado caverna II; fragmento de cuello H37bis caverna II; H55 caverna III; cuello aislado Los Aparejos; H55 detalle orificios pasantes en cuello; distintas piezas de PG.
Al tener esto en cuenta, antes que una tipología de formas cerámicas Candelaria, puede pensarse en distintos estados de cuerpos inestables:
Esto es una característica propia de los conjuntos cerámicos Candelaria: la forma general permanece y los detalles cambian (una cara que no está donde se esperaba, el reemplazo de un brazo por un mamelón), ocurre también que ciertas piezas parecen haber sido deliberadamente subjetivadas parcialmente, semi potentes, detenidas en su potencial subjetivo y por ende en su potencial de saber y ser sabidas, subjetivación parcial o des subjetivación de anteriores artefactos-personas. (Alberti 2013, 53)
Este autor dice que, en Candelaria, los artefactos usados cotidianamente fueron parcialmente subjetivados, pudiendo argumentarse que los ceramios más intensamente subjetivados eran seres potentes involucrados en tareas específicas. En PG veremos esa falta de inscripciones de afecciones subjetivadoras en la mayoría de las urnas/ollas y una inscripción muy profusa en algunos escasos ejemplares. A continuación, me interesa explorar las ideas comentadas previamente y sumar cuerpos contenedores vegetales y animales, como los que ya he mencionado, al igual que otros como los almacenes.
Hacia una topología de los cuerpos contenedores: envolver, asentar, romper y voltear
Cuando comencé a explorar los cuerpos contenedores, vi que asentar sobre paja era un elemento recurrente en PG, no solo para acondicionar los pisos de ocupación dentro de las cuevas, sino también para disponer a los difuntos dentro de las urnas-envueltos en telas y sogas en algunos casos-, a los granos almacenados o a los contenedores cerámicos y de calabaza. Incluso la cremación de cuerpos se hizo sobre una camada de paja. Varias urnas funerarias se hallaron fragmentadas y arregladas mediante vueltas de cordeles de fibra vegetal y luego consolidadas a partir de aplicaciones de la sustancia blanca calcárea ya mencionada. Esta última se halló recubriendo el interior de una estructura de barro infundibuliforme de 86 cm de diámetro, paredes de 40 cm de alto y 10 cm de espesor en Los Aparejos, la cual se asume habría servido como silo por su forma y la gran cantidad de restos vegetales hallados en su interior(10).
Las perforaciones parecen haber sido elementos constitutivos de los cuerpos pampagrandinos: tabiques nasales perforados, rostros cribados, orificios en bolsas de cuero y en frutos de cucurbitáceas (para colgar o decorar) o agujeros de remiendo en cuerpos cerámicos. Romper, en cambio, parecería sugerir un movimiento para estos cuerpos, que se desliza entre operaciones de pos-subjetivación/re-subjetivación en espacios funerarios, especialmente cuando se asocia a otra operación topológica: voltear(11) . Veamos primero las relaciones entre romper y combinar.
Romper se ve en operaciones efectuadas sobre cuerpos humanos, sea cuando se rompen los cráneos mediante golpes, cuando los cuerpos son desmembrados o en casos como el entierro cercano al H8 donde “la característica fundamental de este hallazgo es que todos los huesos largos parecen haber sido cortados o rotos en forma ex-profesa, algunos presentaban huellas de golpes y cortaduras sumamente curiosas y sumamente interesantes puesto que se agrega a la lista de alteraciones corporales de los sujetos enterrados” (González 1971, s. p., destacado mío). A esto último se suma el acto de combinar partes de cuerpos, sean estos humanos o no. Esto fue señalado por (Gastaldi 2013) para Aguada como un modo de “hacer cuerpos” a partir de análisis de restos óseos y de iconografía cerámica.
Con relación a esto, podemos mencionar varios entierros en urna de El Litro, como el H4, en cuyo interior se recuperó un sujeto colocado con la cabeza hacia abajo envuelto en telas y atado con cuerdas, acompañado de dos adultos (uno en posición “sentada”, el otro con el coxis hacia arriba y la cabeza hacia abajo) y dos niños, junto a restos óseos animales, piezas cerámicas, tejidos y trenzados. El H3 combinaba varios restos de un adulto, un niño, un párvulo y huesos de Lama, “todos los huesos estaban en estado de completo desorden [una] gran melange” (González 1971, s. p.), junto a trozos de alfarería. El H14 tenía restos óseos parciales de ocho individuos (seis adultos, un joven y un párvulo) y el H16 era una superposición de dos entierros con desmembramiento, ausencia de cráneos y huesos de otro potencial individuo. Otros hallazgos de esta misma caverna son casos de superposición (figura 6), pero no de restos humanos o animales, sino de ollas y urnas que crean un único cuerpo contenedor cerámico, algunos cubiertos por la sustancia blanca antes mencionada. El H31 (Caverna II), cuyo borde sobresalía del suelo, no solo posee gran cantidad de sustancia calcárea y cuerdas que sirvieron de arreglo, sino que se reemplazaron partes faltantes con piezas de dos o tres ollas distintas.
Ahora bien, las roturas de contenedores cerámicos se pueden agrupar en tres: remoción de bases, remoción de cuellos y remoción de cuellos y bases. En el primer caso, destacan dos hallazgos de adultos, los cuales corresponden a las únicas urnas con rostro modelado. El primero es el ya mencionado H8 de Los Aparejos (figura 3), una gran urna sin asas, que posee un rostro modelado en su cuello con una nariz prominente perforada, ojos en grano de café, boca redonda, barbilla y un posible tocado -también modelado- que enmarca su rostro. Dentro del cuadro que delimita este último se encuentran motivos incisos como parte del rostro y cuello. Como ya dijimos, esta urna fue hallada en un lugar privilegiado de la cueva, invertida y con su base rota, y en su interior se halló un pectoral de oro y restos de un posible adulto. El otro es el H55 de la caverna III (figura 5), una urna con asas acintadas horizontales y cuerpo globular a la que le falta todo el tercio inferior, la cual fue hallada también en posición invertida, sin tapa y sobresaliendo de la superficie. En su cuello cilíndrico, amarrado mediante orificios pasantes, se modeló un rostro al pastillaje donde destaca la ubicación de la nariz, la cual se encuentra por encima de la línea de los ojos, recordando a los “rostros con reminiscencias de ave” de Candelaria (González 1977, 141). Se hallaron alrededor de la olla ataduras de cuerda vegetal y, en el interior, poquísimos huesos de adulto, un canasto y cuentas. En el caso de entierros de niños, se trata de ollas subglobulares sin decoración, usualmente con hollín y asas acintadas, en botón o planas, que se hallaron boca arriba con la base fragmentada en tiestos que se incorporaron al interior de las ollas. Resulta interesante el entierro de un párvulo (H20, El Litro) en una pieza de fondo cónico roto, el cual “estaba colocado invertido” (González 1971, s. p., destacado en el original) en el mismo lugar donde iría como base.
Para el segundo caso, remoción de cuellos, podemos mencionar una gran urna (H42, Caverna II) donde se inhumaron varios adultos, uno de ellos por encima, momificado, de pelo corto y otro que “parece como si quisiera ‘salir’ de la olla, la cabeza y parte del hombro sobresalen de la boca rota, colgaba de su cuello una bolsita de cuero con flecos y con ataduras de tiento” (González 1971), esta última es la bolsa hurón(12). Debajo hay restos óseos de cuatro adultos. Dentro de la urna había también cuatro canastos tipo aduja, un arco planoconvexo roto, un manojo de flechas y astiles, huesos de llama, tiestos con agujeros de remiendo que contenían restos de cordelería en fibra vegetal, guano(13) de camélido, cuentas y formas intermedias y domesticadas de zapallo. El cuello troncocónico de esta gran urna fue roto y el orificio fue tapado con fragmentos de alfarería, huesos de Lama, un canasto y una cucúrbita recortada de cáscara gruesa y forma alargada.
Otro caso destacado se da en la misma cueva (H44) (figura 5). Se trata de una gran urna funeraria con adorno de collar al pastillaje que conserva la base redondeada, en tanto cuello y asas fueron removidos. Además, gran parte de su cuerpo fue “estabilizado” mediante más de veinte orificios de remiendo. Dentro se recuperaron los restos de tres niños, uno de los cuales es consignado como “niño asesinado” en el cuaderno de registro de la colección. Además de los niños, dentro había restos de tejidos de lana, flechas con puntas de madera aguzada y dos fragmentos de arco roto. Contenía además guano de camélido en el interior de uno de los dos cestos tipo espiral (coiled) hallados dentro de la urna, mientras que el otro tenía la base removida(14). Lo interesante de este hallazgo es que la urna fue tapada con el fragmento de una base redondeada cuidadosamente colocada(15). Cabe mencionar también la presencia de cuellos lisos o con rostro modelado y cribado que se encontraron de manera aislada dentro de las cuevas (figura 5).
Finalmente, la remoción de cuellos y bases son los casos menos frecuentes. Esto ocurre cuando se combinan varios cuerpos cerámicos, como ya mencionamos. También ocurre en otros casos como el H5 (El Litro), un niño momificado con una gran fractura craneana y enterrado con huesos de Lama, tejidos y canastos, en olla con fondo y cuello destruido y gran cantidad de sustancia blanca adherida.
Los casos anteriores nos muestras la importancia de romper para pasar a otro plano de la existencia en los espacios funerarios. Si se postula una equivalencia en cómo se hacen cuerpos cerámicos y humanos, su transformación también encuentra un punto de conexión en el romper (cráneos o cuellos/rostros cerámicos, cuartos traseros/anos, corolas o bases, de animales, plantas y urnas respectivamente; extremidades y asas), en la circulación de partes corporales como cráneos y cuellos/rostros cerámicos y en la combinación de partes de cuerpos humanos, cerámicos, animales y vegetales. Ahora bien, las dos grandes operaciones que se hacen para contener, sea romper la base (en el caso de urnas, hurón, zapallos) o romper/remover el cuello de las urnas (equivalentes a cabezas), afectaría los extremos opuestos del cuerpo; extremos entre los que se establece una relación de equivalencia que acerca topológicamente el movimiento lógico de voltear. Esto último se hace al colocar la urna sin base “cabeza abajo” / “patas para arriba” (como ocurre con el hurón colgado como bolsa) o “dejándola en pie”, al poner fragmentos de base de otra urna sobre el orificio dejado por el cuello removido o al dejar la base rota en su lugar, pero invertida(16).
Esta atención puesta sobre el rol de las bases (o los cuartos traseros de los animales o la corola de los frutos), nos lleva a atender los casos antes mencionados de los ceramios con “agujeros de muerte”. Las piezas -mayormente pucos- con la base perforada (figura 7) se encontraron en dos cuevas asociadas a entierros directos en tierra, en algunos casos los agujeros fueron hechos al momento de fabricar la pieza y en otros casos son posteriores. Los agujeros de muerte fueron usualmente entendidos como un modo de “matar la pieza” al negarle su función contenedora; el rastreo de los casos antes mencionados me hace pensar que la acción de horadar la base es equivalente a la apertura de la misma en las urnas u ollas, más si se tiene en cuenta que son piezas que acompañan cuerpos no contenidos en urnas. En este sentido, no se mata la pieza negándosele su función como contenedor, sino que se la altera topológicamente, se abre para que pueda seguir recepcionando, pero no por donde usualmente lo hacía -esto es, la boca- sino por su punto contrario -el ano-, invirtiendo de esta manera el orden de las cosas, no tanto su forma y función.
Fuente: la autora, La Plata, 2010. Nota: imágenes de izquierda a derecha: dos piezas de cueva I y detalle de pieza de caverna IV.
En lo que respecta a entierros directos resulta interesante el H64 (Caverna II), puesto que por debajo del cráneo se encontró un gran puco hemisférico colocado de forma invertida con la boca hacia abajo, tenía rajaduras, fue reparado con sustancia blanca y en su borde inferior estuvo sellado con un anillo de barro. Este entierro me hace recordar al H20, el cual mantuvo en su lugar la base rota, pero invertida.
El viraje de aperturas o la retopologización de las mismas, antes que trabajar sobre formas, trabaja sobre capacidades o fuerzas (como contener, expulsar, permitir el paso, posibilitar el acceso), las modula y habilita para que puedan operar en el nuevo orden de mundo al que entran: ante una nueva topografía, una nueva topología. La boca por la que se alimentan los animales, el pedúnculo por el que se nutre el fruto de la planta, la boca por donde recibe y da la vasija en su vida comunitaria con los vivos, son todos alterados.
En este sentido, menciono finalmente la única pieza Vaquerías de toda la colección (figura 8), ya que es un caso de anisotropía, un dispositivo de viraje presente en piezas del NOA donde partes del cuerpo de un ser se convierten en otras partes de otro cuerpo, de otro ser, al mover la pieza o al moverse el observador alrededor de la misma (González 1974). El vaso tricolor fue colocado junto a un niño y un feto dentro de una urna de la caverna II. (Baldini y colaboradores 1998) nos dicen que:
[…] el diseño, visto en posición normal representa una cara humana con un adorno cefálico formado por dos triángulos rellenos con pintura roja. Al invertirlo, girándolo 180°, lo que en la posición normal era la boca se convierte en la cabeza de un personaje, cuyos pies están formados por líneas que representan las cejas. (1998, 137)
De esta manera, el voltear o virar parece haber sido una operación presente en la época y propia de cuerpos que parecen tender más a la multiplicidad que a la singularidad.
Considero entonces que se pueden extender los postulados de Alberti a otros aspectos involucrados en las lógicas de materialización y subjetivación/pos-re- subjetivación de cuerpos animales y vegetales, además de cerámicos y humanos, al entrar en relaciones del tipo contenedor/contenido. Resultan particularmente interesantes las lógicas involucradas en el romper y voltear, al habilitar nuevos espacios topológicos, en tanto mecanismos de modulación de las formas entendidas como composiciones de fuerzas.
Es así que, en este trabajo, lo topológico remite a las orientaciones espaciales y relacionales de los cuerpos y sus partes. Incluye, por un lado, las relaciones entre partes del cuerpo y, por otro, relaciones entre cuerpo y partes en el espacio. Esto no se considera en términos abstractos y universales, sino particulares de la lógica interna a la que remiten los materiales, una gramática particular que se vincula al “principio ontológico de movimiento donde las formas acabadas son solo aparentes” (Alberti 2012, 24). Lo topológico refiere a una posición que es siempre una relación y estas relaciones topológicas, siempre en transformación, no solo intervienen cuerpos, sino que hacen cuerpos, movimientos en que se alteran sus capacidades afectivas, sus fuerzas y subjetividades. En el caso de PG esto ocurre con cuerpos contenedores, los cuales siguen los mismos principios (topo)lógicos que los constituyen como tales. Acompáñeme lector a revisar a continuación algunos casos que resuenan con lo escrito hasta aquí.
Etnografías e historiografías sobre cuerpos en los Andes
Los estudios etnográficos de los Andes centro sur marcan una tensión entre la fluidez y la apertura respecto de la demarcación, el asiento, el amarre y el envolver (contener) para dar lugar al florecimiento y la productividad; marcar para abrir, delimitar para hacer fluir (Arnold y Yapita 1998; Bugallo y Vilca 2011). Los productos deben ser encerrados, asentados y amarrados en los almacenes de las familias a fin de que no se escapen, para que se reproduzcan (Bugallo y Vilca 2011). Esto lo propone también (Frame 2001) para los fardos funerarios Paracas, los cuales pasan por un ciclo de crecimiento como ancestros dentro de sus envolturas. Cuerpos y productos guardan relaciones de contigüidad lógica y material, manifestándose dichas relaciones, en los modos en que son dispuestos y tratados, llegando incluso a reemplazarse mutuamente (Díaz 2013).
Partiendo de los ciclos de apertura y cierre de la Pacha ( 17 ) -que en agosto se abre peligrosamente para ser alimentada, a la vez que los cuerpos humanos se cierran para no ser agarrados-, se reconoce la relevancia de pensar dentro(s)/fuera(s) para entender las lógicas topológicas de criadores humanos y no humanos en los Andes. Incluso en algo cotidiano como el faenado de animales, se atiende al voltear/se como una posibilidad que debe ser modulada a fin de evitar una redirección peligrosa y nefasta de las redes de crianza, llegando a voltiarse la suerte del criador (Pazzarelli 2017, 2013). Asimismo, interioridades de las chullpas remiten a cualidades sensibles de los ancestros y a los sentidos de lo cerrado, liso, sellado y envuelto como potencias reproductoras (Rivet 2015). En el caso de los infantes enterrados en urnas santamarianas, en tanto individuos incompletos e inestables:
[…] fueron depositados envueltos dentro de una materialidad embebida en las prácticas sociales domésticas: las vasijas y las casas; [las primeras] pudieron controlar luego de su conformación en sujetos socialmente completos, la inestabilidad y el peligro en el momento de la muerte de un ser incompleto dentro del espacio doméstico. (Amuedo 2015, 101)
Cabe destacar la importancia de considerar las sustancias que transitan el interior de los cuerpos de animales, cerros y personas para la continuidad de la vida (Allen 2002; Arnold, Jiménez y Yapita 2014; Bastien 1985; Gose 2004). Así, las cuevas pueden ser espacios contenedores potentes y permeables al paso entre “lados del mundo” (Cruz 2006; Lema y Pazzarelli 2015), al igual que ocurre en la gestación y el parto, la criatura pasa del mundo chullpa oscuro, vientre de la mujer (abajo-adentro), al mundo abierto y solar (arriba-afuera) (Platt 2002).
A las conocidas implicancias destacadas que la cabeza ha tenido y tiene en el mundo andino (Díaz 2013), podemos sumar el rol que el ano ha cumplido, por ejemplo, en el marco de relaciones sexuales “al revés” que no fertilizan a la mujer (Hocquenghem 1989, 141), junto a otras prácticas propias de los rituales de inversión andinos asociados a la muerte y/o al “inframundo” o uku pacha (Armas Asin 2001; Isbell 1997). En ese sentido me interesa compartirle a usted, lector, un testimonio publicado por Carla Díaz (2016): se trata de la muerte del fraile Diego de Ortiz en Vilcabamba en 1595 (figura 9). El testimonio de Francisco Condorpuri indica que, tras ser muerto por un golpe en el cuello, “le metieron en un hoyo, la cabeza abajo y los pies arriba; y le metieron un palo de chonta por el sieso (el sieso es la región del ano); y le cubrieron con tierra y piedras y le echaron salitre encima y lo dejaron” (Díaz 2016, 168); mientras que en otros testimonios suman chicha a los elementos que le fueron arrojados. Para Díaz, esto indica una clara voluntad de que el cuerpo quede fijo en la tierra, plantado y fertilizado con chicha y salitre.
Fuente: Antonio de la Calancha. 1639. Crónica moralizada del Perú. Imagen cortesía The John Carter Brown Library, Universidad de Brown. Fecha de consulta: 12 de agosto de 2019. https://jcb.lunaimaging.com/luna/servlet/detail/JCB~1~1~407~115901250:Martirio-Del-bendito-Pe--Fray-Diego#
En sus trabajos, Díaz analiza minuciosamente el vínculo entre cabeza y semillas -y entre plantas y ancestros- y su potencial genésico y fecundador bajo lo que denomina una “metáfora agrícola” (2016, 154). A esta propuesta me interesa sumarle las implicancias de la apertura del cuerpo del fraile por el ano, operación que vimos en el cuerpo del hurón y que ocurre hoy día en los procesos de embalsamamiento de pumas en la puna de Jujuy (NOA), los cuales son abiertos por la zona del sieso, tanto para extraer los órganos del animal, como para rellenarlo posteriormente (Rivet 2018). Podemos pensar que estos animales del cerro, que pasan al ámbito doméstico y son floreados como la hacienda, atraviesan también un proceso de inversión de roles y espacios de acción. Atendamos también a que el cuerpo del fraile fue volteado (contrariamente a lo ilustrado en la figura 9, lo cual le da una particular potencia por su negación en la representación) y a que fue muerto mediante un golpe en el cuello. El caso del fraile resuena con lo visto en PG en tanto sacrificio, apertura y viraje en piezas cerámicas, cuerpos humanos, animales o frutos de cucurbitáceas. Estas operaciones de re-topologización permiten pensar en una re-subjetivación de cuerpos para dar continuidad a su existencia en otro plano, donde las cosas existen invertidas respecto a este.
Comentarios finales. Contenedores (topo)lógicos
Al recapitular lo escrito, puedo decir que el reconocimiento de regularidades asociativas entre quién es contenedor y quién es contenido se conjugó con asociaciones que a este respecto resultaban “irracionales” en un primer encuentro con el material arqueológico, a modo de encuentro etnográfico (Alberti et al. 2011). Esto me forzó a emplear nuevos descriptores y nuevas teorías que obedecieran a otro ordenamiento del mundo, de la alteridad y, por ende, de las “cosas” (Alberti et al. 2011).
A partir de los materiales y pensando desde y no acerca de ellos (Ingold 2012), la mediación de un animal fue la que me permitió sortear los límites de la especialización disciplinar y llevar a serio lo que el material arqueológico me sugería, esto es, que el fruto de un zapallo tenía más relación -en principio- con la cerámica -y, por lo tanto, con los cuerpos humanos y las cuevas en tanto hipercontenedores-, que con un poroto o un marlo. Al considerar la posibilidad que el material arqueológico tiene para efectuar traducciones que nos traicionan como arqueólogos (ver Holdbraad en Alberti et al. 2011), procuré indagar cuál era el “contenedor lógico” para los antiguos habitantes de Pampa Grande, atendiendo a que contenedores y contenidos son menos caracteres sustantivos que posiciones relacionales, relativas, contingentes y lógicas, lo cual redefine -sin negarlos- a animales, plantas y humanos, más allá de lo morfológico y lo taxonómico, más allá de un carácter, una esencia, límites de una unidad discreta que entra luego en relación.
De esta manera, fui tendiendo redes de indagación hacia dentro de la colección, tuve presente otros vínculos lógicos y efectividades epistémicas como, por ejemplo, la dialéctica de vitalidades y orificios entre cuerpos humanos y no humanos. Esto me llevó a su vez a aproximarme a las dinámicas de entradas y salidas que los orificios y aperturas involucran, al considerar orientaciones en el espacio de los cuerpos y cómo esto se altera tras o hacia la muerte; yendo así de aspectos lógicos a topo-lógicos en las serranías de Pampa Grande.