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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.43 Bogotá ene./jun. 2021  Epub 20-Abr-2021

https://doi.org/10.7440/antipoda43.2021.04 

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El hogar en contextos transnacionales: una reflexión desde la migración de madres/padres colombianos a Santiago de Chile*

Home in Transnational Contexts: A Reflection on the Migration of Colombian Mothers/Fathers to Santiago de Chile

O lar em contextos transnacionais: reflexão a partir da migração de mães e pais colombianos a Santiago do Chile

Adriana Zapata Martínez** 

**Universidad de Caldas, Colombia Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Magíster en Estudios de Familia y Desarrollo, y Profesional en Desarrollo Familiar de la Universidad de Caldas, Colombia. Profesora e investigadora del Departamento de Estudios de Familia en la Universidad de Caldas. Entre sus últimas publicaciones está: “Maternidades y paternidades transnacionales: una reflexión desde los procesos de interacción mediada”, Revista Colombiana de Sociología 43 (2020): 81-107, https://doi.org/10.15446/rcs.v43n1.78954. https://orcid.org/0000-0002-1959-7981 «adriana.zapata@ucaldas.edu.co»


Resumen:

el propósito de este artículo es debatir y reflexionar sobre el concepto de hogar en un contexto transnacional, a partir del trabajo investigativo realizado con familias migrantes colombianas cuyas madres y/o padres -provenientes de la región del Valle del Cauca- han migrado a la ciudad de Santiago de Chile, mientras sus hijos/hijas han quedado en el país de origen. Se busca problematizar el concepto de hogar a partir del distanciamiento físico y geográfico y la construcción o el mantenimiento de prácticas familiares ritualizadas. La metodología utilizada es cualitativa y se enmarca en una corriente epistemológica y teórica de la fenomenología. Se utilizaron técnicas como la entrevista en profundidad, la cartografía familiar y el plano de vida familiar. El trabajo de campo se llevó a cabo en Santiago de Chile y en el Valle del Cauca, donde se entrevistaron madres y padres migrantes, así como a sus hijos/hijas. La unidad de análisis fue la familia. En el artículo se concluye que el hogar es un lugar practicado y simbólico, cargado de afecto, cuidado y memorias. En él, madres/padres migrantes e hijos/hijas desarrollan sentimientos de identidad y pertenencia, así como relaciones familiares y lazos afectivos, a partir de la construcción y/o el mantenimiento de prácticas familiares ritualizadas que ocurren desde la no proximidad física y que mantienen y reproducen los lazos de parentesco. Este enfoque concede originalidad a la reflexión y al debate sobre el concepto de hogar en el estudio de las experiencias de migración familiar transnacional.

Palabras clave: familia; hogar; migración colombiana; migración parental; prácticas ritualizadas; transnacionalidad

Abstract:

Based on the research work carried out with Colombian migrant families whose mothers and/or fathers - from Valle del Cauca - have migrated to the city of Santiago de Chile, while their children remained in their country of origin, this article is intended to discuss and reflect on the concept of home in a transnational context. An attempt is made to problematize the concept of home based on physical and geographical distancing and the construction or maintenance of ritualized family practices. The methodology used is qualitative and is framed within an epistemological and theoretical current of phenomenology, using techniques such as in-depth interviews, family mapping and family life mapping. Fieldwork was carried out in Santiago de Chile and Valle del Cauca, where migrant parents and their children were interviewed using the family as the unit of analysis. The article concludes that the home is a practiced and symbolic place, laden with affection, care, and memories. In it, migrant mothers/fathers and sons/daughters develop feelings of identity and belonging, as well as family relationships and affective bonds, through the construction and/or maintenance of ritualized family practices that occur in non-physical proximity and that maintain and reproduce kinship ties. Such an approach lends originality to thought and debate on the concept of home in the study of transnational family migration.

Keywords: Colombian migration; family; home; parental migration; ritualized practices; transnationality

Resumo:

o objetivo deste artigo é debater e refletir sobre o conceito de lar em um contexto transnacional, a partir do trabalho de pesquisa realizado com famílias migrantes colombianas cujas mães ou pais - provenientes da região do Valle del Cauca - migraram à cidade de Santiago do Chile, enquanto seus filhos ou filhas ficaram no país de origem. Pretende-se problematizar o conceito de lar considerando o distanciamento físico e geográfico, e a construção ou a manutenção de práticas familiares ritualizadas. A metodologia utilizada é qualitativa e está delimitada em uma corrente epistemológica e teórica da fenomenologia. Foram utilizadas técnicas como a entrevista em profundidade, a cartografia familiar e o plano de vida familiar. O trabalho de campo foi realizado em Santiago do Chile e no Valle del Cauca, onde foram entrevistados mães e pais migrantes, bem como seus filhos e filhas. A unidade de análise foi a família. Neste artigo, conclui-se que o lar é um lugar praticado e simbólico, carregado de afeto, cuidado e memórias. Nele, mães e pais migrantes e filhos e filhas desenvolvem sentimentos de identidade e pertencimento, além de relações familiares e laços afetivos, a partir da construção ou da manutenção de práticas familiares ritualizadas que ocorrem da não proximidade física e que mantêm e reproduzem os laços de parentesco. Essa abordagem concede originalidade à reflexão e ao debate sobre o conceito de lar no estudo das experiências de migração familiar transnacional.

Palavras-chave: família; lar; migração colombiana; migração parental; práticas ritualizadas; transnacionalidade

A partir de los procesos de migración internacional, la familia cambia, se ajusta y se tensiona, en la medida en que surge una serie de movimientos que influyen en su dinámica interna. Allí se generan estrategias, recursos y prácticas que permiten que sujetos emparentados puedan estar conectados a pesar del distanciamiento físico, en el que se tejen relaciones y vínculos parentales. Es así como en las familias se “han complejizado aún más los arreglos y las relaciones familiares. Los procesos de transnacionalidad han contribuido a dispersar tanto los hogares como los lazos familiares” (Ariza y Oliveira 2001, 22).

De este modo, la idea de familia y de hogar en contextos transnacionales cambia de manera significativa, pues se cuestionan concepciones tradicionales asociadas a la presencialidad física, la relación cara a cara y la corresidencia, en tanto sus miembros establecen relaciones y vínculos desde la distancia física desplegando cierta creatividad (Joas 1996) en las prácticas familiares. Estas prácticas se construyen en la distancia y ocurren de manera descorporizada, lo que no significa necesariamente su desritualización, pues los sujetos continúan construyendo acciones conjuntas y comunes que tienen sentido y significado.

Por tanto, surgen nuevas configuraciones familiares a partir de los procesos de migración internacional, en la que sus miembros viven separados físicamente, pero comparten una vida en común y trascienden las fronteras nacionales -razón por la cual se denominan familias multilocales, transnacionales, globales-, tal como lo señalan Beck y Beck-Gernsheim (2012). Allí se construyen espacios simbólicos que permiten construir, mantener y/o fortalecer los vínculos y relaciones de parentesco a pesar de la distancia física. De este modo, se ponen en el escenario nuevas discusiones sobre la familia, el hogar, la paternidad, la maternidad, la conyugalidad, en los que sujetos emparentados establecen conexiones con los lugares de origen y de destino a partir de prácticas familiares que tienen un carácter ritual, donde las familias están “disociadas espacialmente pero enlazadas afectivamente” (Ariza y D’Aubeterre 2009, 228).

Las reflexiones que, al respecto, se presentan en este artículo fueron derivadas del trabajo investigativo realizado con madres y padres inmigrantes colombianos en Santiago de Chile y sus hijos/hijas residentes en el Valle del Cauca, el cual se propuso comprender las prácticas familiares que permiten mantener las relaciones y los vínculos parentofiliales a pesar de la distancia física. A partir de dicho trabajo, se buscó además reflexionar sobre los espacios y los tiempos de las prácticas familiares, donde el hogar cumple un papel importante, al ser uno de los lugares en los que los sujetos vivencian y practican lo familiar en un contexto transnacional.

Se utilizó una metodología de tipo cualitativo, ubicada en una corriente teórica y epistemológica de la fenomenología, con el fin de comprender las prácticas familiares desde las vivencias, las experiencias, los sentidos y los significados que los sujetos (madres, padres, hijos, hijas) les otorgan en el contexto de la vida familiar cotidiana y los procesos de transnacionalización, donde se produce la simultaneidad del aquí y el allá. Para ello fue necesario recoger las voces de quienes migran y de quienes se quedan, a través de un trabajo de campo binacional que implicó estadías en Chile (Santiago de Chile) y Colombia (Cali). En el caso de Chile, las madres y los padres que participaron estaban ubicados en diferentes comunas de la ciudad de Santiago -específicamente en la Región Metropolitana-, mientras que los hijos/hijas estaban ubicados en Cali, Palmira, Roldanillo, Buenaventura y Cartago. Es importante considerar que estas familias pertenecían a estratos socioeconómicos bajos y que la precariedad, el desempleo y la falta de oportunidades en el país de origen las llevaron a considerar la migración como una alternativa para garantizar el bienestar de los hijos/hijas.

Como técnicas de investigación se utilizaron la entrevista en profundidad y técnicas visuales como el plano de vida familiar y la cartografía familiar, que permitieron dar cuenta de aspectos de la vida familiar y del hogar. En total se entrevistaron trece madres y padres migrantes (siete madres y seis padres) y catorce hijos e hijas (nueve hijas y cinco hijos), para un total de veintisiete personas. En el caso de niños y niñas entre los 10 y 12 años, se aplicó la cartografía familiar y el plano de vida familiar. Así mismo, es importante considerar que los hijos/hijas quedaron a cargo de otros familiares, como tías y abuelas maternas o paternas, y solo en algunos casos, con la madre o el padre residente en el país de origen.

El plano de vida familiar es una técnica visual-interactiva que no solo permite la representación gráfica de los espacios físicos de la vivienda, sino también de la ubicación de las personas dentro de esos espacios, así como de los objetos y elementos de los que están dotados, a partir del relato de los sujetos; adicionalmente, permite representar los sentidos y los significados que los sujetos les otorgan a esos espacios desde los procesos de interacción y las relaciones y vínculos familiares que se tejen en su interior (Sánchez 2012). La implementación de esta técnica implicó indagar y dar cuenta de la manera como se configuran y se significan la casa y el hogar tanto en destino (Santiago de Chile) como en origen (Valle del Cauca), lo que permitió visibilizar los sentidos y los significados que los sujetos les otorgan a dichos espacios. Para ello, fue necesario que tanto madres/padres migrantes como hijos/hijas realizaran dos dibujos -del antes y el después de la migración-, en los que identificaran y describieran los lugares físicos de la casa, las personas que se ubican allí, las relaciones y los vínculos con estas personas, los objetos materiales -y su relación con los sujetos-, los espacios significativos y las actividades cotidianas, de manera que pudieran no solo rememorar aspectos de la vida familiar vinculados con las prácticas familiares, sino también significar el hogar a partir de la vivencia de lo transnacional.

De este modo, el hogar -en el contexto de la migración internacional y los procesos de transnacionalidad- se configura como un referente simbólico que cruza lo local y lo global, el tiempo y el espacio, en el cual se recurre a recuerdos de experiencias compartidas, así como a diversos medios y recursos (materiales, comunicacionales y tecnológicos). A partir de ello, surgen preguntas como: ¿qué es el hogar transnacional? ¿Cómo se entiende el hogar desde las prácticas familiares? ¿Cómo se significan los lugares y los objetos a partir de la migración internacional de padres o madres?

En un intento por responder lo anterior, este documento se compone de cuatro partes. En la primera se discute el concepto de hogar transnacional, el cual va más allá de lo material y lo físico, al superar la corresidencia, la interacción cara a cara y las fronteras geográficas, y permite la multiplicidad de tiempos y espacios en los que sujetos ubicados en diferentes países o naciones establecen lazos familiares y afectivos. En la segunda parte se aborda el hogar desde el análisis de las prácticas familiares ritualizadas, las cuales permiten mantener las relaciones y/o los vínculos parentofiliales a pesar de la distancia física. La tercera parte trata sobre los sentidos y los significados que tienen los lugares y los objetos de la casa en la vida familiar cotidiana, a partir de la migración internacional de la madre y/o el padre. Finalmente se presentan las conclusiones.

El hogar en contextos transnacionales: algunos debates y discusiones

A partir de su inserción en el espacio transnacional por cuenta de los procesos de migración internacional -en este caso de madres y padres-, la familia genera una serie de “reconfiguraciones, fortalecimientos o rupturas en las relaciones parento-filiales y en la dinámica familiar vinculante, afincadas en la historia de experiencias precedentes al episodio migratorio” (Palacio, Sánchez y López 2013, 128). En medio de ello se establecen conexiones y entrelazamientos desde prácticas familiares que superan las fronteras nacionales y donde fluyen elementos sociales, culturales y simbólicos que entrecruzan sujetos y hogares ubicados en diferentes espacios y tiempos que conectan distintas localidades con el mundo global.

De este modo, para comprender el hogar en contextos transnacionales, resulta fundamental reconocer y visualizar las dimensiones espaciotemporales -tal como lo señala Downing (1996) -, pues en las familias se generan procesos de ajuste y reacomodo -antes y durante el proceso migratorio- cuando sus miembros -especialmente madres y padres migrantes- deben dejar su país, su familia y su hogar. Allí se producen procesos de identidad y pertenencia que están anclados a los lugares y tiempos en los que ha transcurrido la vida familiar cotidiana.

En este sentido, ya no es posible hablar del hogar como un espacio construido únicamente desde un contexto nacional, pues con la transnacionalidad se reconfigura el hogar desde prácticas realizadas entre sujetos que tienen lazos de parentesco y que están ubicados en dos o más países (lugares de origen y de destino). De esta manera, se propone hablar de la glocalización del hogar u hogar glocal, donde lo local y lo global se articulan en una dinámica que entrelaza prácticas, relaciones y vínculos familiares que superan la territorialidad adscrita tradicionalmente a las nociones de hogar y familia -ancladas en la corresidencia y la copresencia física- y donde se conjugan lo simbólico, lo emocional, lo íntimo, lo familiar, lo cercano, lo lejano, lo individual y lo colectivo.

En la línea de conectar las nociones de familia y hogar en el contexto de la experiencia de la migración internacional, se producen paradójicamente, dos derivaciones: por una parte, la desterritorialización simbólica del hogar local como referente de un lugar físico que se comparte con los parientes y por otra, la construcción virtual de un hogar glocal escenario de encuentro familiar, que conecta el hogar del país de origen, con otro u otros hogares, en uno o varios países de destino, produciendo una interconexión que posibilita la sostenibilidad o no del sentido relacional y vinculante entre los integrantes de la familia, no obstante estar ubicados en países diferentes y distantes. (Palacio, Sánchez y López 2013, 132)

De este modo, con los procesos de transnacionalización, es necesario repensar el concepto de hogar, significado y resignificado por los sujetos (madres/padres migrantes y sus hijos/hijas ubicados en el país de destino), pero que no se deja atrás con la migración. El hogar puede estar en cualquier lugar, como lo señala Walsh (2006), en la medida en que su construcción va más allá de la casa, la corresidencia, el cuerpo y la interacción cara a cara. Con la transnacionalización, se generan procesos de conexión e interdependencia entre personas que están unidas por lazos de parentesco y ubicadas en diferentes lugares, tiempos y naciones. En ese sentido, el hogar, en un contexto transnacional, es un lugar con sentido, cargado de afectividad y movimiento, que conecta a personas que son consideradas como familia -ubicadas en países o naciones distintas-, a partir de la construcción y/o mantenimiento de prácticas familiares.

Por tanto, el hogar es un lugar deconstruido y resignificado a partir de los procesos de migración internacional, pues los sujetos desarrollan sentimientos de identidad y pertenencia -lo que Levitt y Glick Schiller (2004) llaman formas de pertenecer que permiten afirmar la identidad y establecer conexiones-, así como lazos de afecto, a partir de acciones conjuntas y compartidas que tienen sentido y significado dentro de sus experiencias familiares. A esa dinámica se vinculan las emociones que -tal como lo plantea Morgan (2013) - son un elemento clave dentro de la vida cotidiana y hacen parte de las prácticas familiares. De este modo, el hogar es el lugar donde están los afectos, “donde está el corazón” (Ahmed 1999, 341).

En realidad, hasta ahora, siento mi hogar la casa de mi abuela, o sea, no el lugar, sino donde esté mi abuela viviendo, ese lo considero mi hogar, es como el que más presente tengo. En donde ella esté, sí, si ella está en Bogotá, si está viviendo allá, lo considero mi hogar… Mi abuela es algo muy diferente, con mi abuela es algo más cercano, más allegada al corazón. (Entrevista con Esteban, hijo de madre migrante de Cali, enero de 2015)

Para las madres y los padres migrantes -al igual que para los hijos/hijas-, el hogar está estrechamente vinculado con lo familiar y, para la mayoría, es el lugar donde están los hijos/hijas, por lo que la ausencia física de estos hace que el lugar donde residen (destino) pierda el sentido de hogar como espacio simbólico y de afectos. Por esta vía, el hogar se conecta con lo familiar y específicamente con la construcción de relaciones y vínculos parentofiliales.

Para mí el hogar son ellos tres [hijos], entonces ellos tres son todo para mí. (Entrevista con Diana, madre migrante de Roldanillo, julio de 2014)

Pues mi hogar son mis hijas. (Entrevista con Carlos, padre migrante de Cali, noviembre de 2014)

Ahora, en estos momentos, estoy con mi hijo y yo le llamo hogar a eso. (Entrevista con Santiago, padre migrante de Cali, febrero de 2015)

Es así como, para las madres y los padres migrantes, “la casa” o “el apartamento” -a diferencia del concepto de hogar- es considerado como un lugar de paso, un lugar de descanso, donde se transita por un periodo de tiempo. Es el lugar físico-material donde transcurre la vida cotidiana, donde se vive, se come, se duerme, pero no donde se establecen lazos familiares y afectivos. Por tanto, cuando los individuos declaran que “una casa no es un hogar”, apuntan a la estrecha interacción reflexiva entre las prácticas espaciales y familiares (Holdsworth y Morgan 2005) y advierten que no necesariamente el lugar donde se reside es el lugar donde se practica la vida familiar y se construyen los afectos:

Yo no lo llamaría hogar, yo lo llamaría como un lugar de paso, como un lugar de descanso, sabes que salís en la mañana y regresas en la noche. (Entrevista con Alejandra, madre migrante de Palmira, diciembre de 2014)

Uno no siente aquí como un hogar, como que no hay hogar, porque allá había amor y acá hay necesidad, porque ahora prevalecen otras cosas; ahora como que tienes que ir a trabajar porque necesitas plata. (Entrevista con Carolina, madre migrante de Buenaventura, enero de 2015)

De este modo, el hogar transnacional enlaza “las nociones pasadas, presentes y futuras de hogar a través de prácticas domésticas”1 (Walsh 2006, 138) que están ritualizadas y que -tal como se evidenció en el trabajo de campo y en los resultados obtenidos- incluyen la memoria, las rutinas (las tareas escolares, el juego, la comunicación periódica mediante conversaciones e intercambios visuales), las tradiciones (los cumpleaños, las graduaciones, los paseos y las salidas de fin de semana) y las celebraciones familiares (Navidades, Día de la Madre, Día del Padre), en las cuales se hace uso de recursos tecnológicos y de comunicación. A través de prácticas como la memoria, por ejemplo, madres, padres e hijos/hijas recrean acciones de la vida familiar cotidiana que están conectadas a uno o varios hogares en los que se ha vivido y transitado en la experiencia familiar, donde se generan sentimientos y emociones que los enlazan con quienes no están presentes físicamente. Así mismo, las rutinas familiares -como la comunicación periódica, la realización conjunta de tareas escolares y el juego- son fundamentales para garantizar el cuidado y la construcción o mantenimiento de lazos de afecto, pues, como lo señala Diatlova (2017), “las rutinas de cuidado son fundamentales para el establecimiento de un sentido de hogar: pertenecemos al lugar que cuidamos, y al lugar donde cuidamos y somos (auto) cuidados” (67).

El hogar transnacional, entonces, implica dos o más lugares que están conectados a través de prácticas familiares donde es posible -como lo plantea Stefoni (2014) - la simultaneidad del aquí y el allá que genera un proceso de reterritorialización. Así, el hogar no desaparece, sino más bien adquiere múltiples significados a partir de la conexión de lugares de origen y destino, donde se construyen prácticas y experiencias familiares cotidianas -lo que Ahmed (1999) denomina “el mundo sensorial de la experiencia cotidiana” (341)- que permiten cimentar los lazos familiares de afecto, a pesar de la no proximidad física.

Por tanto, el hogar transnacional como espacio construido adquiere sentido y significado a partir de prácticas familiares que están ritualizadas, donde los sujetos (madres y padres migrantes, hijos e hijas) despliegan cierta creatividad para construirlas y/o mantenerlas, a partir del uso de medios y recursos materiales (remesas monetarias, regalos), tecnológicos y de comunicación (redes sociales virtuales como Facebook, llamadas telefónicas, plataformas como WhatsApp, equipos celulares, tablets o computadores), con los cuales es posible mantener rutinas como las tareas escolares y el juego (videojuegos), tradiciones familiares como los cumpleaños o celebraciones como la Navidad. Con su uso, además, se producen rituales conversacionales y visuales que implican exclusivamente el uso de herramientas digitales y que ocurren de manera regular en el tiempo, superan las fronteras nacionales y conectan diversos tiempos y espacios. Desde esta perspectiva, es importante considerar -como lo plantea Massey (1991) - que, si bien los hogares no tienen fronteras, es necesario considerarlas para la conceptualización del hogar en sí, en este caso del hogar transnacional.

Finalmente, es importante tener en cuenta que estos sentidos y significados atribuidos a las prácticas familiares ritualizadas se vinculan estrechamente con los lugares y los deberes parentales, construidos a través de mandatos sociales, culturales y jurídicos en los que se definen responsabilidades, deberes y compromisos que permiten validar y construir el parentesco. De este modo, los lazos de parentesco definen e instituyen obligaciones, pues, como lo señala Bestard (2004), lo que está dado e instituido no solo proviene de lo natural y biológico, sino también de normas y hechos sociales que configuran la vida familiar.

A mí me traería problemas en lo psicológico y en lo sentimental no enviar dinero, porque me sentiría mal papá, me sentiría mal como persona, entonces me afectaría a mí en lo emocional, y también en lo legal, me afectaría en Colombia, entonces por eso siempre trato de mandar. (Entrevista con Rodrigo, padre migrante de Cali, mayo de 2014)

Es así como, en las familias, ser padre, madre, hijo o hija implica haceres frente a ese lugar parental (hacer la maternidad, la paternidad) donde se instituyen reglas, normas y pautas de comportamiento que son definidas por la sociedad. Allí no solo se establecen expectativas, sino también sanciones respecto a lo que se espera en la relación maternofilial y/o paternofilial, y se demarcan obligaciones, acciones, espacios y tiempos de acuerdo al lugar que se ocupa en la familia y a las relaciones que se derivan de esa posición.

En el caso de las familias migrantes que configuran hogares transnacionales, el mantenimiento del vínculo afectivo implica realizar un esfuerzo y un trabajo de parentesco permanente a través de la comunicación regular (rutinas conversacionales e intercambios visuales como fotografías), el envío de remesas y regalos -para garantizar, por ejemplo, que tradiciones como los cumpleaños o eventos como la Navidad puedan celebrarse aun desde la distancia física-, de modo que se mantenga la relación y el vínculo afectivo y se responda a lo que se espera socialmente. Las prácticas familiares están cargadas de afectividad y permiten validar y reproducir el parentesco en un contexto transnacional. Por tanto -retomando los planteamientos de Durkheim (1951) -, si bien estas prácticas tienen un sentido de obligación (“el deber”), a través de su ritualización se convierten en algo deseable para los sujetos. Desde esta perspectiva, las prácticas tienen una dimensión moral, pues, como lo señala Múgica (2005) -parafraseando el texto Détermination de fait moral de Durkheim (1951)-, “es moral aquello que somete y obliga a la sensibilidad, y por otro también lo es lo que interesa y atrae” (62).

El hogar: una reflexión desde las prácticas familiares ritualizadas

Las prácticas familiares son definidas como acciones -implican el ser y el hacer- que ocurren de manera regular (Reckwitz 2002; Schatzki 2001) en la vida familiar cotidiana, compartida por sujetos que están unidos por lazos de parentesco y son considerados como familia. Tales prácticas están estrechamente vinculadas con los espacios y los tiempos de la vida familiar antes y después del proceso migratorio, y a ellas los sujetos les otorgan diversos sentidos y significados, al pasar de procesos de interacción cara a cara (encuentros recurrentes o periódicos) a interacciones mediadas (uso de recursos y medios materiales, tecnológicos y comunicativos). Para ello, desarrollan diferentes estrategias y construyen prácticas creativas (rutinas conversacionales mediadas e intercambios visuales) que les permiten mantener la relación y el vínculo a pesar de la distancia física. En este sentido, en las prácticas familiares se incluye la capacidad de agencia y creatividad de los sujetos (Joas 1996).

Las prácticas familiares tienen además un carácter ritual, pues más allá de ser acciones de repetición, son acciones compartidas que tienen sentido y significado para los sujetos, en las cuales se conectan los tiempos (individuales y colectivos), los espacios, el cuerpo y las emociones que, situados en contextos de interacción, permiten tejer relaciones y vínculos de parentesco. Estas prácticas incluyen un conjunto de acciones que ocurren de manera periódica en el tiempo y que tienen sentido y significado para los sujetos, en el cual se incorpora la dimensión simbólica, emocional y práctica.

De acuerdo con Han (2020), los rituales se pueden definir como “técnicas simbólicas de instalación en un hogar. Transforman el ‘estar en el mundo’ en un ‘estar en casa’. Hacen del mundo un lugar fiable” (13). De este modo, los rituales que se llevan a cabo en la vida familiar constituyen elementos fundamentales para construir un sentido y un significado sobre el hogar, ya sea desde la cercanía o desde la distancia física. Por tanto, tienen la capacidad y el poder de cimentar la vida familiar y darle sentido al hogar, pues los sujetos (madres, padres migrantes, hijos e hijas que quedan), pese al distanciamiento físico, generan procesos de conexión no solo con otras personas, sino también con los lugares y objetos, que adquieren un carácter simbólico.

Dentro de los espacios de la vida familiar, la casa -que conecta uno o más lugares- constituye un escenario físico en el que los sujetos no solo residen juntos, sino también establecen interacciones cara a cara, donde madres, padres e hijos/hijas comparten acciones regulares, periódicas y comunes. En los casos estudiados, los lugares de la casa rememoran prácticas familiares (comer juntos, jugar, ver televisión, celebrar los cumpleaños, las Navidades) que eran llevadas a cabo en la vida familiar cotidiana, antes de la migración de la madre y/o el padre, y que se hacían de manera conjunta; prácticas que son recordadas por los sujetos cuando ocurre el distanciamiento físico:

La sala y el comedor eran los lugares que compartíamos mucho tiempo con mi mamá, y en la cocina también, cuando veíamos televisión juntas, cuando nos sentábamos simplemente a hablar, recochar, cosas así. (Entrevista con Johana, hija de madre migrante de Cali, enero de 2015)

En la cocina, en la parte del comedor, las tareas, comíamos en familia. (Entrevista con Paula, hija de madre migrante de Cali, febrero de 2015)

Es así como las prácticas familiares tienen lugar en determinadas configuraciones espaciales y temporales, como lo señala Morgan (2013), y la casa es una conexión de lugares en los que se han vivido experiencias familiares que conectan a los sujetos. De este modo, “los lugares en que se ha estado, vivido y transitado durante la historia de vida individual, conforman un complejo de espacios vividos que se alojan en la memoria espacial” (Soto 2013, 8).

Para Tuan (2007), el lugar está definido por las experiencias de quienes ocupan el espacio, que hacen que ese lugar sea significativo para ellos. El autor introduce además el concepto de topofilia, definido como el “vínculo afectivo del ser humano con el entorno material” (130) donde se funden “los conceptos de sentimiento y lugar” (155). De esta forma, los lugares pueden estar conectados no solo con los afectos, sino también con los desafectos, las frustraciones, las tensiones y los conflictos entre quienes habitan el lugar.

Es así como los lugares pueden generar diferentes emociones y sentimientos que conectan experiencias pasadas; entre ellos, la casa puede llegar a convertirse en un espacio de protección y amor o, por el contrario, en un espacio de amenaza, violencia y odio. Al hablar de hogar, Morgan (2013) expresa que este espacio puede ser para los individuos en diferentes momentos un refugio o una prisión, o incluso a menudo puede ser una mezcla compleja de los dos. De este modo, es necesario tener en cuenta la distinción entre casa y hogar, pues la casa es “propiamente el lugar; y ‘el hogar’ es la experiencia misma de vivir en familia y sus relaciones con los miembros” (Rojas 2013, 43). La casa, por tanto, tiene una connotación material y física, que se compone de un conjunto de lugares que pueden tener significado para los sujetos:

El espacio habitado, así como la casa, responde a ciertas características: es un espacio lleno, con sujetos que lo habitan, lo viven y lo recrean y que son a su vez, habitados, vividos y recreados por él. […] La casa es más que los muros, es todo un conjunto de elementos significantes, con contrastes y diferencias que poseen un sentido, una significación. (García 1993, 218)

Por tanto, las prácticas familiares están conectadas con el espacio y, aunque la madre o el padre no estén presentes físicamente, algunos lugares de la casa pueden ser significativos tanto para los que se quedan (hijos/hijas) como para los que se van (madres/padres). Es así como la casa representa mucho más que un lugar de residencia o unas estructuras físicas. Es un espacio-objeto cargado emocionalmente (Bachelard 1965, 28).

El hogar, por su parte, está referido especialmente a aquellos contenidos simbólicos y afectivos, que conectan experiencias familiares: “El hogar, como un concepto que remite a lo simbólico, es constituido del resultado de las relaciones familiares y los múltiples significados comunes que los miembros le atribuyan al vivir en familia” (Rojas 2013, 43). El hogar hace referencia a contenidos simbólicos, sociales, afectivos (Azcárate 1995), en los que se incorporan vivencias, recuerdos, deseos (Relph 1976) y experiencias comunes que hacen posible la construcción de un espacio de intimidad, afecto y protección.

De este modo, el hogar no es necesariamente un espacio físico de corresidencia, pues este se construye desde los procesos de interacción entre los sujetos que están emparentados, donde se generan lazos de solidaridad, apoyo y afecto. Es así como para algunos el espacio del hogar puede ser un lugar significativo, mientras que para otros nunca ha existido, pues ello depende de las experiencias familiares que se hayan vivido: “Yo no tuve un hogar de niña. Yo tuve un papá y una mamá que se peleaban todo el día. Mi papá le pegaba a mi mamá, llegaba borracho. O sea, para mí, eso no es un hogar” (entrevista con Lina, madre de Cali, agosto de 2014):

Las representaciones del hogar cambian de acuerdo con la biografía de los sujetos, pues no significa lo mismo para alguien que lo tuvo, que para aquel que vivió experiencias de violencia familiar, pues desde aquí el hogar simboliza un espacio del cual se quiere escapar. (Bachiller 2013, 87)

A partir de las reflexiones anteriores, propongo definir el hogar como un espacio donde se despliega y expresa un conjunto de prácticas familiares que tienen sentido y significado para los sujetos dentro de sus dinámicas relacionales y vinculantes. De este modo, el espacio “entendido desde un punto de vista antropológico es el escenario del despliegue de prácticas y dinámicas socioculturales, es el lugar ‘practicado’” (Urrejola 2005, 21). El hogar, por tanto, no solo se refiere a un espacio físico, sino también a un espacio simbólico, donde los sujetos construyen experiencias familiares y lazos afectivos; en el que es posible la intimidad y la privacidad; donde se conectan lugares y objetos significativos para los sujetos. El hogar es, así, un espacio cargado de sentidos, significados y memorias que enlazan a quienes se consideran familia, ya sea desde la presencialidad o el distanciamiento físico.

Los lugares y los objetos de la casa: sentidos y significados desde la vida familiar

Los lugares de la casa son recordados por las actividades que eran realizadas entre padres/madres e hijos/hijas y que hacían parte de la vida familiar cotidiana; por ser aquellos donde se pasaba tiempo juntos y se compartían los mismos espacios (físicos y simbólicos), en los cuales era posible generar “acciones y emociones compartidas” (Durkheim 1965). Desde esta perspectiva, el espacio está animado por el conjunto de movimientos y acciones que en él se despliegan y, por tanto, “es un lugar practicado” (De Certeau 2000, 129), dotado de sentidos y significados, a partir de experiencias compartidas entre los sujetos, en las que están involucradas las emociones.

Dentro de los lugares de la casa identificados por los hijos, hijas, madres y padres migrantes, se encuentran el cuarto, el comedor, la sala y la cocina, los cuales se convierten en espacios significativos donde se llevaban a cabo rutinas, celebraciones y tradiciones familiares antes de la migración internacional, que permitieron construir la relación y el vínculo parentofilial. Así mismo, son espacios que se recrean desde la memoria familiar y ayudan a establecer procesos de conexión parental pese a la distancia física. De este modo, los sujetos se conectan a lugares que son significativos por las vivencias y las experiencias que se construyeron con otros que son considerados como familia.

Desde los relatos de los hijos/hijas, el cuarto condensa diferentes actividades que son significativas, pues allí se comparte, se conversa, se juega y se ríe. El cuarto es uno de los lugares más recordados, en el que se relatan actividades de la vida cotidiana que compartían con sus madres y/o padres antes de la migración. Dentro de las actividades que se realizaban de manera periódica estaban dormir juntos -como una rutina que se daba especialmente en la relación maternofilial-, jugar, conversar y ver televisión: “Era el lugar donde compartíamos todo”. El cuarto -a diferencia de otros lugares de la casa- se convierte en un espacio para conversar asuntos que solo involucran a madres/padres e hijos/hijas; donde se generan sentimientos de confianza que no solo hacen posibles las conversaciones, sino también los secretos; en los que no se permite la participación de otros miembros de la familia. De este modo, madres, padres e hijos/hijas construyen espacios compartidos caracterizados por la intimidad (Giddens 1992; Illouz 2007; Zelizer 2009).

Hablábamos sobre mis cosas, lo que me pasaba, nos arreglábamos las uñas, me contaba las historias de ella. (Entrevista con Catalina, hija de madre migrante de Cali, marzo de 2015)

Normalmente, las conversaciones eran en el cuarto. (Entrevista con Mariana, hija de madre migrante de Roldanillo, enero de 2015)

Había como más complicidad, más confianza, porque igual nosotros amábamos nuestros lugares, para descansar, porque a nosotros siempre nos gustaba como estar juntos, como en familia, nos agradaba mucho, entonces siempre queríamos estar allí. (Entrevista con Ángela, madre migrante de Buenaventura, septiembre de 2014)

De acuerdo a Esteinou (2010), el conocimiento y la comprensión del otro no solo suceden desde lo cognitivo, sino también desde lo emocional, por lo que se requiere una interacción intensa con una persona para realmente conocerla y comprenderla. En este sentido, madres/padres e hijos/hijas construyen espacios íntimos que generan procesos de interacción donde es posible acceder y comprender la realidad del otro, una realidad que solo es entendida y compartida por quienes participan; así, el cuarto es un lugar propicio para establecer relaciones íntimas. Desde aquí es importante tener en cuenta -como lo señala Morgan (2013) - que el conocimiento sobre el otro, donde se construye lo íntimo, no solo se produce a través de intercambios conversacionales, sino de simplemente compartir el espacio: “Nosotros teníamos nuestros propios espacios únicos, nuestras propias formas de reconocimiento, yo ya sabía él qué me quería expresar cuando me miraba a los ojos… nadie los conoce mejor que uno” (entrevista con Ángela, madre migrante de Buenaventura, septiembre de 2014).

El hogar es una especie de expansión de la intimidad. La propia casa, la propia habitación, el armario, el cajón donde uno guarda sus secretos, sus diarios de adolescente o las poesías que nunca se ha atrevido a enseñar a nadie, son expresiones de la intimidad. La propia habitación entra en la dimensión propia del sentido del pudor. (Yepes 1997, 17)

Los espacios de intimidad se construyen gracias a la vida conjunta, común y compartida con otros, quienes pueden ser cercanos, familiares o cómplices. En los espacios íntimos, los sujetos se presentan sin máscaras, por lo que son lugares posibles para desnudarse y presentarse desde los aspectos más profundos (Pereira da Silva 2013, 6), en los que es posible reconocer al otro.

Dentro de los lugares identificados se encuentra también la sala o el living, donde se llevan a cabo tradiciones y celebraciones familiares como los cumpleaños y las Navidades, de los cuales hacen parte también otros miembros de la familia. Así mismo, se realizan actividades conjuntas, que son realizadas de manera periódica, como ver películas o televisión en las noches y/o jugar Play. De esta forma, la sala constituye un lugar de encuentro para la conversación, el juego o las celebraciones de momentos familiares especiales en los que se construyen experiencias compartidas que ayudan a construir la relación y el vínculo parentofilial:

Estos lugares pueden estar relacionados a ceremonias importantes como fiestas, celebraciones, o simplemente a reuniones cotidianas, juegos, competencias, encuentros informales, etc.; en definitiva, a encuentros “cara a cara”, verdaderos rituales que son fundamentales para la presentación del yo ante los demás, donde el “sí mismo” se refleja en la experiencia que es compartida con el “otro”, constituyéndose así en un elemento constitutivo de la relación “nosotros”. (Goffman 1970, citado en Urrejola 2005, 18)

De este modo, la sala constituye un espacio en el que es posible llevar a cabo diferentes actividades que permiten construir lo común y lo compartido, donde los sujetos participantes establecen relaciones y vínculos desde acciones familiares -como las rutinas, las tradiciones y las celebraciones familiares- que contienen un componente ritual importante: “En la sala siempre son las reuniones, siempre, porque este es el lugar” (entrevista con Juanita, hija de madre migrante de Roldanillo, enero de 2015). De este modo, “los rituales generan un saber corporizado y una memoria corpórea, una identidad corporizada, una compenetración corporal” (Han 2020, 23).

Al igual que la sala, el comedor constituye un lugar donde se llevan a cabo diferentes acciones familiares, como comer juntos y hacer tareas escolares, que implican rutinas significativas donde se generan procesos de interacción a partir de la alimentación familiar (Franco 2010) y de las obligaciones escolares, desarrolladas de manera conjunta. De acuerdo a Janet Carsten (2010), es a partir de la comensalidad, las costumbres, la convivencia y la ritualidad como se construye parentesco, el cual no solo implica la construcción de lazos biológicos y jurídicos, sino también de lazos sociales:

Nosotras nos poníamos a hacer las tareas, y ella se sentaba al lado de nosotras y nos decía: “¿Qué no entienden?, ¿les ayudo a algo?”; ella nos decía: “Si quieren, busquen en internet”. (Entrevista con Manuela, hija de madre migrante de Cali, febrero de 2015)

Todo lo compartíamos: los espacios, la comida, desde un simple gateo hasta un huevo frito, todo lo compartíamos. (Entrevista con Héctor, padre migrante de Cali, noviembre de 2014)

El acompañamiento en las tareas escolares permite realizar actividades conjuntas entre madres/padres e hijos/hijas, donde se establecen focos de interés común que están orientados a procesos educativos, en los que sus miembros comparten sentidos y significados en torno a una actividad: la tarea. De esta forma, las tareas escolares se convierten en una actividad donde madres, padres e hijos/hijas se incorporan en una situación compartida, en donde son influidos recíprocamente.

El lugar de la cocina -al igual que otros lugares de la casa- constituye un espacio donde se llevan a cabo diferentes actividades familiares y se conecta especialmente con el lugar de la madre, a quien los hijos/hijas no solo recuerdan desde la preparación de alimentos (“cuando llegaba a cocinar después del trabajo”), sino también desde el acompañamiento en las tareas escolares y los diálogos que establecían al momento de cocinar, pues en algunos casos los hijos/hijas participaban de la preparación de alimentos, donde se generaban procesos de interacción que son muy recordados. De este modo, las actividades que se llevan a cabo en la cocina tienen cierto nivel de ritualización e inversión afectiva (De Certeau 2000).

La cocina, por tanto, constituye un lugar de la casa que, aunque esté feminizado, va más allá de la preparación y el consumo de alimentos, pues allí se desarrollan actividades para compartir, donde se conversa, se dialoga y se establecen acciones comunes que permiten generar lazos afectivos. Alrededor de la cocina se generan emociones y sentimientos relacionados con experiencias compartidas, las cuales son recordadas cuando ocurre el distanciamiento físico.

La cocina, como otras áreas de la casa, también puede ser recordada por escenas de violencia vivenciadas por los hijos/hijas, un lugar donde se construyen malos recuerdos que vinculan experiencias de dolor y sufrimiento: “Siempre fue el peor lugar”. Es así como, desde los lugares de la casa, se producen tanto cercanías como distanciamientos, conectados con las experiencias construidas con otros, con los afectos y los desafectos, las alegrías y las frustraciones que hacen parte de la memoria e influyen en la manera como se significa la casa o el hogar.

Esa señora [pareja del padre] me echaba agua, me quemaba con agua caliente, me tiraba agua cuando estaba lavando los platos. Si se me resbalaba un plato y medio lo hacía sonar, me pegaba con un plato o con un cucharón, con lo que encontrara; regaba algo, me empujaba y me hacía resbalar. O sea, de la cocina tengo muy malos recuerdos, siempre fue el peor lugar. (Entrevista con Sofía, hija de padre migrante de Palmira, febrero de 2015)

Así, los lugares de la casa pueden representar protección o amenaza y generar sentimientos de amor, confianza o desconfianza, aun cuando sus integrantes estén unidos por lazos de parentesco, e incluso no existir una idea de hogar, pues, como lo expresa Jelin (2007), “la familia es un espacio paradójico: es el lugar del afecto y la intimidad. Pero es también el lugar privilegiado para el ejercicio de la violencia” (110). De este modo, los lugares de la casa no siempre permiten que los sujetos puedan sentir cierta seguridad emocional, pues se presentan amenazas que vienen desde adentro (Norberg-Schulz 1980).

Con la migración internacional de la madre y/o el padre, los lugares de la casa son rememorados constantemente -como el comedor, la cocina, el cuarto-, con el fin de recrear prácticas que eran compartidas y tenían sentido dentro de la dinámica relacional y vinculante -rutinas como la alimentación familiar, dormir juntos, ver televisión o películas-. Así mismo, algunos lugares como el cuarto siguen siendo importantes, pues desde allí se establecen procesos de comunicación con la madre o el padre migrante a partir del uso de tecnologías de la información y la comunicación, gracias a las cuales se establecen conversaciones regulares y se realizan intercambios visuales. El lugar de la sala, por su parte, suele ser utilizado para tareas escolares que se hacen virtualmente con la madre o el padre migrante. Asimismo, es donde se llevan a cabo tradiciones (cumpleaños, grados) y celebraciones familiares (Navidades, Día de la Madre o el Padre) que son registradas y compartidas a través de conversaciones telefónicas, videollamadas o fotografías que circulan dentro del espacio transnacional. Finalmente, es importante considerar que los videojuegos, los computadores y las instalaciones de internet son ubicados generalmente en la sala o en el cuarto, con el fin de construir y mantener rutinas de comunicación mediada.

El menor más que todo me habla de videojuegos, sí, más que todo de videojuegos que le gustan, donde disfruta jugar conmigo, entonces igual es una forma de yo escucharlo. (Entrevista con Juan Carlos, padre migrante de Cali, diciembre de 2014)

Cuando hicieron la primera comunión, me mandaron fotografías, de los cumpleaños, de las Navidades y celebraciones especiales. (Entrevista con Estela, madre migrante de Roldanillo, enero de 2015)

Desde la cercanía y la distancia: objetos que recrean la memoria familiar

Los padres y las madres inmigrantes no solo son recordados por sus hijos/hijas a través de los espacios que han ocupado, sino también por los objetos de los que están dotados los lugares y que se instalan dentro de la vida familiar. Estos objetos permiten recordar a quien no está presente físicamente, desde las acciones compartidas que eran llevadas a cabo en los lugares de la casa, donde se establecen conexiones afectivas que enlazan sujetos, espacios y objetos.

La cama, por ejemplo, constituye un objeto que recuerda a la madre, pues en algunos casos dormir juntos, hablar y jugar allí constituían rutinas familiares que eran significativas dentro de la relación maternofilial. Así mismo, existen otros objetos que rememoran las prácticas familiares, pues se conectan con acciones que eran llevadas a cabo entre padres/madres e hijos/hijas. De este modo, “la vida cotidiana no puede darse al margen de los objetos” (Tirado 2001, 172), pues hacen parte de esta y están dotados de significado.

La cama me la recuerda a ella, ahí siempre hablábamos y jugábamos. (Entrevista con Adriana, hija de madre migrante de Roldanillo, marzo de 2015)

La estufa, cuando mi mamá en las mañanas se ponía a hacernos el desayuno, cuando ella se levantaba a despacharnos para el colegio. (Entrevista con Kelly, hija de madre migrante de Cali, abril de 2015).

De esta forma, “los objetos no solo se eligen por su funcionalidad, sino que son símbolos, es decir, reflejan numerosas experiencias o características personales” (Pasca 2014, 8). Algunos autores han clasificado los objetos como funcionales o simbólicos (Csikzentmihalyi y Rochberg-Halton 1981). Lo funcional está centrado en la utilidad de los objetos, mientras que lo simbólico está referido a lo que representan y significan para los sujetos.

Desde el contexto familiar, los objetos están dotados de sentido y significado y evocan recuerdos que producen añoranzas, alegrías, tristezas y nostalgias. Estos recuerdos, que hacen parte de la memoria familiar, permiten mantener el vínculo afectivo con quien está distante físicamente, pero quien sigue presente de manera simbólica. Los objetos, por tanto, son portadores de “significaciones sociales” (Baudrillard 1979).

De este modo, los objetos producen memorias que enlazan y unen, recuerdan momentos familiares o hechos que fueron significativos dentro de la construcción de la relación y el vínculo parentofilial. Desde la obra de Karen Perry (2005), los objetos subsisten a través del tiempo y ayudan a crear más recuerdos. Es así como “los objetos guardan memoria y dan materialidad y permanencia a las prácticas de memoria, donde familiares y otros grupos conservan, exponen, instalan o depositan objetos que otorgan permanencia y estabilidad a dichos dispositivos” (Bustamante 2014, 90).

Es así como los objetos contienen elementos simbólicos para quienes se quedan y quienes se van, pues representan y retratan las experiencias y las vivencias familiares, así como los lugares en los que se ha practicado la vida familiar. Por tanto, estos objetos están cargados de sentido de hogar (Blunt y Dowling 2006, 205) y materializan los sentidos y los significados del hogar transnacional. Si bien hay objetos que permanecen en los lugares de origen y otros que transitan de un país a otro -padres y madres migrantes que llevan, por ejemplo, objetos de sus hijos/hijas-, también existen otros objetos, como los regalos, que representan simbólica y afectivamente la presencia de la madre y/o el padre migrante en aquellos lugares donde no es posible estar presente físicamente. De este modo, no se trata del regalo en sí mismo -como objeto material-, sino del sentido, el significado y la carga emocional que contiene en el marco de las obligaciones y las responsabilidades que son definidas social y culturalmente para las madres y los padres. De este modo, los objetos como símbolos -tal como lo plantea Turner (1999) - ponen elementos normativos y jurídicos de la sociedad “en estrecho contacto con fuertes elementos emocionales” (33).

Conclusiones

La migración internacional hacia Santiago de Chile de madres y/o padres procedentes del Valle del Cauca, cuyos hijos/hijas quedan en el país de origen, genera un reordenamiento del tiempo y el espacio en el que la copresencia y la corresidencia ya no son elementos indispensables para comprender la familia y el hogar. Los sujetos establecen relaciones y vínculos familiares a partir de prácticas que les permiten estar enlazados y conectados pese a la distancia física, lo cual pone en discusión lo cercano y lo lejano, lo presente y lo ausente, pues el distanciamiento físico no implica el distanciamiento emocional.

A partir del trabajo de campo y de las voces de quienes participaron, el concepto de hogar en un contexto transnacional se resignifica a partir de la distancia física y geográfica, pues los sujetos generan sentimientos de identidad y pertenencia, así como conexiones afectivas que les permiten seguir vinculados y tener un referente de hogar. Como se ha señalado, el hogar no desaparece ni se deja atrás con la migración internacional, pues se producen interconexiones y lazos afectivos a partir de prácticas familiares que están ritualizadas y que tienen sentido para madres, padres migrantes y sus hijos/hijas ubicados en el país de origen.

En este sentido, con base en los resultados, podemos afirmar que el hogar transnacional conecta una multiplicidad de tiempos, espacios y sujetos que están ubicados en dos o más países o naciones, donde se construyen o mantienen prácticas familiares como las rutinas, las tradiciones y las celebraciones familiares. Estas contienen un carácter ritual al ser significadas por los sujetos dentro de la vida familiar cotidiana, promover sentimientos de identidad y pertenencia, mezclar espacios y tiempos individuales y colectivos, y contener elementos simbólicos y emocionales, que son comunes y que permiten construir, mantener y reproducir los lazos de parentesco, pese a la no proximidad física. Estas prácticas familiares, además, tienen una dimensión moral, pues a través de su ritualización se vinculan no solo a obligaciones y deberes parentales -que son construidos a partir de mandatos sociales, culturales y jurídicos-, sino que también se convierten en algo deseable y cargado de afectividad para los sujetos, donde las emociones -como señala Morgan (2013) - cumplen un papel fundamental en las vivencias y las experiencias de lo familiar.

Es así como, a partir del distanciamiento físico y la separación de fronteras, madres, padres e hijos/hijas utilizan medios y recursos materiales, comunicativos y tecnológicos que les permiten construir y/o mantener las prácticas familiares, ya sea que conserven su continuidad (rutinas, celebraciones y tradiciones familiares) o que requieran de la capacidad creativa de los sujetos. En estas prácticas creativas se incluyen rutinas conversacionales e intercambios visuales.

De este modo, el hogar transnacional es el lugar que madres, padres e hijos/hijas identifican como el lugar de los afectos, del cuidado, de lo familiar -lo que realmente importa y es significativo-; donde se expresan y producen un conjunto de prácticas familiares que se reterritorializan y se vivencian de manera simultánea entre países de origen y destino. El hogar transnacional es un lugar practicado, sentido y cargado de afectividad y movimiento -no se presenta como algo estático-, en el que se vinculan espacios, tiempos y sujetos que establecen lazos y conexiones parentales, más allá del cuerpo, la vivienda física, la corresidencia y la relación cara-a-cara. Allí, el concepto de frontera geográfica marca una característica fundamental para comprender el hogar transnacional, aun cuando, como indica Massey (1991), los hogares no tienen fronteras, pues constituye un lugar simbólico y emocional que está conectado con la vivencia de lo familiar, tal como lo han mostrado los resultados del trabajo de campo.

Por tanto, el hogar transnacional es un lugar que conecta la memoria, los afectos, el cuidado, la identidad y la pertenencia familiar en un contexto transnacional, donde fluyen elementos culturales, materiales y simbólicos que le dan sentido y donde se considera la multiplicidad de lugares que conecta. Desde las madres y los padres migrantes, por ejemplo, el hogar es un lugar que está localizado -generalmente- en el país de origen, pues es allí donde están los afectos y la vivencia de lo familiar, aun cuando residan en otro país y no compartan la misma vivienda con sus hijos/hijas. Para estos últimos, al igual que para sus madres/padres, el hogar es un lugar que se vincula con las emociones, la intimidad, el cuidado y lo familiar, y no necesariamente es el lugar donde se reside.

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*Este artículo se enmarca en los resultados de la tesis doctoral “Prácticas familiares en la distancia: madres y padres colombianos inmigrantes en Santiago de Chile”, financiada por las becas Conicyt (Chile). La investigación fue desarrollada entre los años 2014 y 2018 y recibió mención de honor en el 2018, en el marco del Premio Antonio Restrepo Barco a la investigación sobre familia en Colombia.

1En este trabajo las denomino prácticas familiares.

Cómo citar este artículo: Zapata Martínez, Adriana. 2021. “El hogar en contextos transnacionales: una reflexión desde la migración de madres/padres colombianos a Santiago de Chile”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 43: 75-96. https://doi.org/10.7440/antipoda43.2021.04

Recibido: 31 de Julio de 2020; Aprobado: 30 de Enero de 2021

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