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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.46 Bogotá ene./mar. 2022  Epub 03-Mar-2022

https://doi.org/10.7440/antipoda46.2022.09 

Documentos

Y yo…, ¿a quién lloro? Manifestaciones de duelo en el Jardín Cementerio Universal de Medellín, Colombia*

And Me..., Who Do I Mourn? Manifestations of Grief in Jardín Cementerio Universal de Medellín, Colombia

E eu…, para quem choro? Manifestações do luto no Jardín Cementerio Universal de Medellín, Colômbia

Paola Stefanía Quintero Cardona** 

Claudia Lorena Gómez Sepúlveda*** 

Mónica Johanna Giedelmann Reyes**** 

**Universidad Pontificia Bolivariana, Bucaramanga, Colombia. Comunicadora social y periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Joven Investigadora adscrita al Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación y a la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), Colombia durante el periodo de junio del año 2019 a junio del año 2020. Miembro del Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre Cultura, Derechos Humanos y Muerte, UPB. https://orcid.org/0000-0002-5199-5779 paolae.quinteroc@upb.edu.co

***Universidad Pontificia Bolivariana, Bucaramanga, Colombia. Estudiante de la especialización en Memorias Colectivas, Derechos Humanos y Resistencias del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Historiadora y Archivista de la Universidad Industrial de Santander. Joven Investigadora adscrita al Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación y a la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), Colombia durante el periodo de junio del año 2019 a junio del año 2020. Miembro del Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre Cultura, Derechos Humanos y Muerte, UPB. https://orcid.org/0000-0002-9244-0497 c.lorenagomez@hotmail.com

****Universidad de Santander, Bucaramanga, Colombia. Doctora en Arqueología de la University of Reading, Reino Unido. Magíster en Estudios Funerarios de la misma universidad. Antropóloga, Universidad de Los Andes, Bogotá, Colombia. Actualmente se desempeña como directora del Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales - Atulaa, Universidad de Santander (UDES), Colombia. Docente investigadora del programa de Antropología en la UDES y tutora de las jóvenes investigadoras. También es miembro del Grupo de Investigación en Humanidades, Guane en la UDES. https://orcid.org/0000-0002-1575-1208 directora.atulaa@udes.edu.co


Resumen:

Los cementerios son escenarios propicios para la expresión del duelo ante la muerte de un ser querido. Estas expresiones tienen unas lógicas sociales particulares debido a la existencia del cuerpo inhumado en la tumba. Sin embargo, ¿cómo se transforma la relación del doliente cuando no existe cuerpo como consecuencia de una desaparición forzada? ¿Son diferentes las interacciones de los dolientes cuando existe un cuerpo identificado a cuando no? Con estas preguntas como guías de reflexión se presenta al Jardín Cementerio Universal de Medellín como un espacio que devela estrategias usadas para transitar el duelo complejo ante el fallecimiento de un ser querido. El objetivo de esta investigación es evidenciar las manifestaciones de duelo presentes en tumbas con cuerpos identificados y no-identificados. Para ello se realizó un ejercicio etnográfico que involucró un análisis cualitativo de la cultura material funeraria y observación no-participante. El estudio documenta la importancia de tener un espacio físico, la lápida, en dónde poder elaborar el proceso de duelo por pérdida de un ser querido. Se revela que dicho espacio es especialmente relevante en el caso de víctimas indirectas por hechos de desaparición forzada. Estas personas atraviesan por duelos complejos ante la carencia de una tumba donde alojar la corporalidad de sus seres amados. Finalmente, con este ejercicio se desea exaltar el rol de los cementerios como lugar de memoria y espacio pedagógico que permite expresar los procesos sociales que han vivenciado sus comunidades. En este caso, la necrópolis es un espacio que atestigua los hechos de violencia que ha sufrido Colombia.

Palabras clave: cementerio; desaparición forzada; duelo; lápidas; memoria; violencia.

Abstract:

Cemeteries are propitious settings in which to mourn the death of a loved one. Such expressions of grief have particular social logics associated with there being a corpse buried in the grave. But how is the relationship of the mourner transformed when there is no body as a result of a forced disappearance? Do the mourners’ interactions differ when there is an identified body as opposed to when there is not? Guided by these questions, Jardín Cementerio Universal de Medellín is presented as a space that unveils strategies used to deal with the complexity of mourning a loved one’s death. The purpose of this research is to demonstrate the manifestations of mourning present in graves with identified and unidentified bodies. To this end, an ethnographic exercise was conducted involving a qualitative analysis of funerary material culture and non-participant observation. The study documents the importance of having a physical space, the gravestone, where one can grieve the loss of a loved one. It is revealed that this space is especially relevant in the case of the indirect victims of forced disappearance, who go through complex mourning processes in the absence of a grave to hold their loved one’s body. In this case, the burial ground is a space that bears witness to the acts of violence that Colombia has suffered.

Keywords: Cemetery; forced disappearance; mourning; tombstones; memory; violence.

Resumo:

Os cemitérios são cenários propícios para expressar o luto de um ente querido. Essas expressões apresentam lógicas sociais particulares devido à existência do corpo sepultado. Contudo, como a relação da pessoa que está de luto se transforma quando não existe corpo em consequência de um desaparecimento forçado? As interações das pessoas que estão passando pelo luto são diferentes quando existe um corpo identificado de quando não? A partir dessas perguntas como guias de reflexão, é apresentado o Jardín Cementerio Universal de Medellín como um espaço que revela estratégias usadas para transitar o luto complexo diante do falecimento de um ente querido. O objetivo desta pesquisa é evidenciar as manifestações de luto presentes em túmulos com corpos identificados e não identificados. Para isso, foi realizado um exercício etnográfico que envolveu uma análise qualitativa da cultura material funerária e observação não participante. Este estudo documenta a importância de ter um espaço físico, a lápide, onde se possa elaborar o processo de luto por um ente querido. É constatado que esse espaço é especialmente relevante no caso de vítimas indiretas por atos de desaparecimento forçado. Essas pessoas vivem lutos complexos ante a carência de um túmulo onde alojar a corporalidade de seus entes amados. Finalmente, com esse exercício, pretende-se ressaltar o papel dos cemitérios como lugar de memória e espaço pedagógico que permite expressar os processos sociais que suas comunidades vivenciam. Nesse caso, a necrópoles é um espaço que testemunha os atos de violência que a Colômbia vem sofrendo.

Palavras-chave: cemitério; desaparecimento forçado; luto; lápide; memória; violência.

Fuente: archivo personal de Mónica Johanna Giedelmann Reyes, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2017.

Figura 1. De blanco y negro a color 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 2. En el jardín 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 3. Cuidando tu recuerdo 

Fuente: archivo personal Mónica Johanna Giedelmann Reyes, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2017.

Figura 4. ¡Soy Juan Diego! 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 5. Pared blanca NN… Luis 

Fuente: archivo personal Mónica Johanna Giedelmann Reyes, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2017.

Figura 6. Años buscando 

Fuente: archivo Pedro Nel Gómez, Biblioteca Giuliana Scalaberni, Planos Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 7. El Universal en planos de 1951 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 8. Algo más que números 

Fuente: archivo personal Mónica Johanna Giedelmann Reyes, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2017.

Figura 9. Queriéndote desde el inicio 

Fuente: archivo personal Mónica Johanna Giedelmann Reyes, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2017.

Figura 10. Conmemorando tu natalicio 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 11A. Ausencias que se nombran 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 11B. Ausencias que se nombran 

Fuente: archivo personal Paola Stefanía Quintero Cardona, Jardín Cementerio Universal Universal, Medellín, Colombia, 2019.

Figura 12. No te rindas 

(Ver figura 1 y 12)

Morir hace parte de vivir. La muerte es una crisis vital, ya sea la propia o la de algún ser querido. Nos confronta con sentimientos de pérdida y nos aboca a reconfigurar vínculos afectivos, relaciones sociales y patrones culturales. La memoria juega un rol esencial en los procesos de duelo y ritualización de prácticas sociales. Algunos se expresan en objetos/artefactos, imágenes/iconografía o textos que se convierten en proyecciones del cuerpo del difunto que acompañan la despedida y recordación de nuestros seres amados (Hallam y Hockey 2001, 1-2). La comprensión de la muerte es una aproximación al comportamiento que tienen las personas, las comunidades y las sociedades frente a quienes han fallecido (Fabian 1972). Cómo se logre experimentar esa transición depende de su contexto cultural. La muerte implica una “transformación de una persona viva en algo más: un cadáver, una no-persona, un espíritu, un antepasado, etc. Ambas [personeidad y socialidad] se caracterizan frecuentemente por una provisionalidad temporal, indeterminación y respuesta a medida que se reordenan las relaciones sociales” (Kaufman y Morgan 2005, 319)1.

Dentro de esa dinámica, los cementerios, las necrópolis, los camposantos, los jardines cementerios o cualquier otro escenario donde se enmarquen las prácticas de duelo -que en principio tienen una intención íntima y privada- terminan por constituirse en expresiones públicas y visibles de la memoria (Vanderstraeten 2014; Wright 2003). Dejan en evidencia las formas de recordación y las relaciones sociales preexistentes. Dichas manifestaciones imprimen un lenguaje en los artefactos, las decoraciones y los monumentos de la escena funeraria que denotan las creencias y comportamientos de los vivos. Allí se puede ver tanto las memorias particulares como los patrones históricos y socioculturales que celebran el vínculo con los que ya no están (Fabian 1972; Vanderstraeten 2014).

Visto así, los espacios de la muerte pueden equipararse a los de los museos. Ambos son lugares de memoria donde se entrelazan tanto memorias del pasado como del presente. Así como lo indica Wright (2003) , “Lo que hace que el cementerio sea un texto particularmente bueno para empezar, es que no solo muestra qué y cómo recordamos, sino que también es un lugar para mirar y ver qué se ha olvidado” (29)2. Los cementerios nos hablan de nuestros ancestros/muertos al igual que de cómo reconfiguramos y resignificamos nuestra(s) memoria(s). Al anclar las memorias a este espacio físico se potencian. Dicho espacio funciona como palimpsesto donde se re-escriben los recuerdos.

Dado el potencial que tienen estos espacios, este proyecto buscó comprender la realidad de uno de los cementerios públicos ubicado en el departamento colombiano con más casos de desapariciones forzadas: Antioquía (CNMH 2018). Su capital, Medellín, ha tenido casos de conflicto urbano a causa de la violencia política3 en su historia reciente (mapa 1). Esta ciudad se recuerda porque en las décadas de 1980 y 1990 llegó a ser catalogada como la imagen del narcotráfico y la ciudad más violenta del mundo (Klaufus 2016). El Jardín Cementerio Universal, en adelante JCU, se configuró como un espacio que evidencia dinámicas culturales locales y que, por supuesto, ratifica al cementerio como espacio de anclaje de la memoria (Wright 2003).

Fuente: Jardín Cementerio Universal, Medellín, Colombia. 2021. Paola Stefanía Quintero Cardona, Claudia Lorena Gómez Sepúlveda y Mónica Johanna Giedelmann Reyes, elaboración propia con base en “MapGis”, https://www.medellin.gov.co/MAPGISV5_WEB/mapa.jsp?aplicacion=0 (8 de noviembre de 2021).

Mapa 1. Ubicación del Jardín Cementerio Universal de Medellín, Colombia 

Este análisis parte del registro y estudio de los bienes materiales contenidos en el JCU, tales como tumbas, lápidas y demás estructuras asociadas a la escena funeraria entre los años 2017 y 2020 en la ciudad de Medellín. También se ha registrado el patrimonio inmaterial derivado de dicha escena, como historias, leyendas, biografía de personas ilustres o no tan ilustres, entre otros. Su identificación, registro y análisis se realizó a través de una detallada identificación de las lápidas que incluye todos los elementos iconográficos y textuales que la constituyen. La identificación se hizo en confluencia con ejercicios de observación no participante del escenario funerario en días tanto cotidianos como especiales. Es pertinente indicar que se ha protegido la identidad de los difuntos y dolientes por respeto a su proceso de duelo, a pesar de tratarse de un espacio público. Este trabajo se ha complementado con algunas charlas informales donde también se mantenido el anonimato de las personas.

Así, este texto busca reflexionar sobre las prácticas de duelo en el JCU en casos donde existen tanto cuerpos identificados como por identificar. El análisis se basa, como invita Julián Numpaque, en “cuestionar cómo es el vínculo que se establece entre el desaparecido y el espacio posible de su destino final en las representaciones que giran en torno al desaparecido como muerto” (2019, 189).

Cementerio como escenario para el entendimiento emocional y social

El lugar de los cementerios, en un país como Colombia signado por la Violencia y las violencias4, se convierte en un escenario donde se visibilizan distintas dinámicas sociales. A su vez, es un espacio donde se destacan procesos de elaboración de duelo. Por lo tanto, el cementerio se potencia como un lugar de comprensión mutua y construcción de paz. Tal como lo postula la Declaración de Newcastle, “los paisajes culturales no son solamente lugares agradables y amenos, sino que también pueden ser lugares de dolor, sufrimiento, muerte, guerra, terapia, reconciliación y recuerdos” (2007 [2005], 292). Son lugares de encuentro en los que toma lugar “el intercambio cultural y [la] comprensión mutua de la diversidad cultural” (294).

De hecho, a pesar de que los cementerios cumplen con la función de acoger los restos mortales de los fallecidos, también exponen otras facetas de la vida social. Las diferencias entre tumbas pueden reflejar clases sociales, costumbres/tradiciones, tendencias históricas o religiosas. Para el caso particular de este escrito, las diferencias en la disposición de un cuerpo que ha sido identificado y un cuerpo que no develan procesos diferenciales de la elaboración del duelo entre dolientes que han sido víctimas indirectas5 de desaparición forzada. Se asume que ciudadanos víctimas de desaparición forzada yacen en ciertos cementerios bajo las siglas de CNI (Cuerpo No Identificado), PNI (Persona No Identificada) o NN (Nomen Nescio -que es nombre desconocido en latín). Así lo señalan, según Numpaque, “los comunicados del INMLCF [Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses], la Fiscalía, el Ministerio del Interior y organizaciones o asociaciones que buscan el paradero de estos cuerpos” (2019, 189).

El duelo por pérdida de un ser querido es un proceso natural que se gesta en respuesta al dolor que ocasiona el hecho fatídico. Dependiendo de la causa, la muerte de las personas puede llegar a resignificarse como buena o mala (Ariès 2011). En el primer caso la muerte es esperada, natural y lógica. Además, suele ser pacífica y no agobia. En el segundo caso, la muerte es inesperada, repentina y violenta, puede llegar a cualquier edad. En ese sentido, Laura Panizo (2011) hace una distinción importante entre duelo y luto: “el duelo corresponde más al ámbito psíquico y emocional, en tanto el luto lo hace más al ámbito de las prácticas sociales que expresan el duelo experimentado por una persona” (20). Por ende, la posibilidad de realizar los rituales funerarios tradicionalmente establecidos facilita la confrontación con la nueva realidad y, en consecuencia, con el tránsito por el proceso de duelo y sus etapas. Como lo establecen Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler (2016) las etapas del duelo son: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación o rechazo (figura 2).

El fallecimiento en contextos de violencia y como resultado del crimen de lesa humanidad que constituye la desaparición forzada genera un duelo complejo. Los deudos encaran hechos en los que sobreviene la incertidumbre. Esta ausencia de seguridad hace inviable la realización del duelo en términos habituales, puesto que al doliente se le imposibilita atravesar de manera natural las etapas antes descritas (Panizo 2011). Es decir, la víctima indirecta tiende a postergar o a llevar intermitentemente el duelo. El sentimiento de zozobra prevalece, se afecta su vida pública y privada con la inmersión en emociones contradictorias. La tranquilidad llegará ante la presencia de dos situaciones extremas: encontrar a la persona con vida o encontrar su cuerpo inerte. Cualquiera de las dos servirá para reposicionar al ser querido en su vida e historia personal y social, pues no es lo mismo tener un cadáver para enterrar, a tener un cuerpo para buscar.

En este contexto, las dinámicas físicas, simbólicas y rituales que se gestan en el corazón del cementerio son insumos potentes para las víctimas indirectas. A partir de estas dinámicas las personas pueden resignificar el espacio, reconocer a otras personas con su mismo sufrimiento y expresar su dolor ante la pérdida de su ser querido. De modo que, “El posicionamiento temporal y espacial de los objetos durante las fases de agonía, muerte y duelo a menudo modifica sus significados junto con las relaciones que guardan con el cuerpo vivo o muerto” (Hallam y Hockey 2001, 14)6. Es allí donde el cementerio puede adoptar un uso social inédito. Puede ser la necrópolis que refleje los dilemas e inequidades para la construcción de una sociedad más inclusiva.

La tumba de un cuerpo sin identificación puede ser invisibilizada por la sociedad. Su presencia se difumina frente a las demás que vivencian el duelo expresivamente porque se conoce la identidad del ser amado fallecido (figuras 3 y 4). Las tumbas sin identificación son piezas de un proceso social que testifica los momentos vividos por deudos en la búsqueda de un familiar. Algunas veces, dan cuenta del tejido de redes de apoyo y la apropiación de nuevos espacios que hacen público el hecho de la desaparición. En las lápidas se evidencian las acciones de otros como muestras de solidaridad o de cuidado. Sin embargo, en mayor medida estas lápidas se encuentran en blanco, como ilustra la figura 5. Todo ello, por un lado, conlleva a la búsqueda de recursos tipo emocional (Alcaldía de Medellín 2017, 13) y, por otro lado, figura al cementerio como el protagonista de la historia hoy. En otras palabras, el cuerpo identificado permite que el doliente viva el duelo a todo color -con sus matices y cambios de tonalidades-. Los dolientes sin cuerpo identificado sobrellevan un dolor que transita bruscamente entre los extremos, que aquí simbolizamos en blanco y negro (figura 6).

El Universal: escenario para el reencuentro y la resignificación

El JCU se realza en el contexto antioqueño, y específicamente en Medellín, como un espacio donde transitan duelos complejos y públicos; un escenario donde se disputan memorias y se generan reconciliaciones y recuerdos. En su momento la construcción del JCU generó muchas expectativas sobre el tipo de lugar que iba a ser7. En el imaginario de su arquitecto, el Maestro Pedro Nel Gómez, se pensaba como un espacio de descanso después de la muerte para todas las clases sociales. El ente gobernador de la ciudad de Medellín lo pensaba como el primer cementerio municipal. Para la población del año 1935 este se convertiría en un espacio con la capacidad para atender la inhumación de sus muertos bajo políticas higienistas adecuadas (Rendón 2015). Estas expectativas se cumplieron parcialmente pues la idea primigenia de su diseñador nunca se materializó y el cementerio quedó incompleto por razones desconocidas (figura 7). Este factor repercutió en la vida social de esta necrópolis en la historia de la ciudad. Y es que, al igual que le sucedió al Cementerio Central de Bogotá, en Medellín “las diferentes obras realizadas en el entorno inmediato a los predios del cementerio tendieron sistemáticamente a negar su presencia en el medio urbano” (Colón 2004, 39).

La incompleta construcción del JCU y la violencia dramática de la ciudad en la segunda mitad del siglo influyeron para que este lugar se configurara socialmente como un espacio estigmatizado. Con el auge del narcotráfico y la guerra entre “combos”8 llegó una fuerte ocupación del cementerio producto de muertes violentas (Klaufus 2016). Gran parte de los cuerpos que llegaban eran víctimas de desaparición forzada y asesinato selectivo. Esto atizó la etiqueta social ya dada e hizo que se le conociera como el cementerio de los NN y de los pobres, pues:

Con el tiempo y tras su descuido, el espacio físico se convirtió en un reflejo de las violencias, los conflictos sociales urbanos, el abandono y desinterés de los gobernantes por las clases menos favorecidas, las expresiones y representaciones populares y las urgencias de una sociedad en descomposición. El saqueo de tumbas, la profanación permanente del espacio, la práctica de rituales entre otros, fueron comunes y constituyeron el caldo de cultivo para su inminente deterioro que trasciende el espacio físico o el diseño arquitectónico, y configura así un imaginario sobre su condición de cementerio de pobres. (Rendón 2015, 121-122)

La imagen social construida coadyuva a potenciar la carga emocional que suscita la creciente población de cuerpos que habitan intramuros y que periódicamente alternan su residencia9. El JCU es el único cementerio público del área metropolitana (Klaufus 2016).

Los datos de los sepultureros y la administración pública refieren la existencia veintinueve zonas en el cementerio. Esta es su distribución: desde la zona dos a la veinte hay cuerpos inhumados que están en su gran mayoría identificados. Entre las zonas veinte a la veintinueve la identificación es exigua y escasamente se vislumbran números que referencian la presencia de cuerpos sin nombres (figura 8). El JCU presenta un caso excepcional, pues acogió en su interior los restos humanos provenientes del cementerio San Lorenzo. Este otro cementerio también sufrió un serio señalamiento social que finalmente le costó su clausura en 2007. Ahora es un parque que genera otro aire a la vecindad. En su momento, a San Lorenzo se le atribuía la práctica de ritos satánicos, tráfico de órganos humanos y consumo de drogas. Tal y como lo indica Klaufus, “Estas historias muestran que, independientemente de la indignación pública, las tumbas de los pobres son las primeras en ser recicladas o desmanteladas. Incluso si las víctimas anónimas de la violencia (NN) merecen protección legal, a menudo se las traslada de diferentes maneras” (2016, 2459)10.

Ahora bien, el reconocimiento social dado al JCU se ha venido transformando en los últimos años dado que se han emprendido acciones para reconfigurar su imagen11. Estos cambios surgen de la mano de la agenda social que trajo los diálogos, las negociaciones y, en suma, la firma del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. Dicho acuerdo en su punto cinco tuvo en cuenta a las víctimas directas, e indirectas, de la desaparición forzada. Por lo tanto, permitió reivindicar y revitalizar las acciones emprendidas por las organizaciones y colectivos que desde los años de recrudecimiento de la violencia han hecho frente a esta realidad. Gracias al acuerdo se logró la construcción de relatos de búsqueda y resistencia, de aglomeración social, de verbalización de los acontecimientos y de reconocimiento de su poder. Esto propició la creación de tejidos sociales y la apropiación de los espacios para buscar, recordar, conmemorar y resignificar la memoria de las personas asesinadas y desaparecidas. En ese contexto el JCU se convierte en un personaje principal.

Así, los colectivos y la administración municipal han confluido en el diseño de estrategias y acciones de sensibilización para reivindicar el reconocimiento al dolor de las víctimas y los familiares fallecidos por la violencia (CNMH 2017). Al JCU en ese camino se le ha proporcionado un simbolismo especial. Al visibilizar la pérdida y la búsqueda se ha impreso una reputación distinta a los diferentes espacios de esta necrópolis. Hoy se le reconoce como un lugar testigo de la historia nacional que refleja hechos de dolor. Es un espacio que alza la voz en la persistente lucha por encontrar, identificar y conocer los acontecimientos que condujeron a las alarmantes cifras de desaparecidos y asesinados que ostenta la ciudad12.

Aprendizajes sobre el cementerio como escenario de elaboración del duelo complejo

El acercamiento al cementerio como lugar de conmemoración también permite apreciar el papel que cumplen las lápidas como lienzos donde el doliente puede activar procesos de memoria y vinculación con su ser amado fallecido. En el caso del cuerpo identificado, la losa sepulcral es un área privatizada por y para sus dolientes; mientras que, en el caso del cuerpo sin identificar, esta es un área pública/abierta, que posibilita múltiples manifestaciones por parte de distintos grupos de personas. En ocasiones, estas tumbas son adoptadas. Sin embargo, esto sucede de un modo distinto a lo que se ha retratado en otros espacios funerarios como el Cementerio Central de Bogotá (Colón 2004; Losonczy 2001; Peláez 2001) o el Cementerio La Dolorosa ubicado en Puerto Berrío, Antioquia (Gómez y Figueroa 2019; Nieto 2015). En estos espacios comúnmente el adoptante refiere un agradecimiento por los favores recibidos al ánima que habita la bóveda. Por el contrario, lo que se ha reconocido en este ejercicio etnográfico es que en el JCU se practica una adopción del espacio que configura la lápida, más que del difunto que allí yace. Es decir, es una utilización del lugar que ocupa el cuerpo sin identificar como “un espacio social donde la muerte pueda ser habitada” (Panizo 2011, 16). Esto permite a los dolientes manejar el duelo de manera terapéutica, al lograr gestionar las emociones mediante la lápida. Es un espacio que les permite la generación de sentimientos próximos al duelo. Allí hemos podido evidenciar acciones de recordación, conmemoración y resignificación que se cristalizan en los ornamentos decorativos de las lápidas.

Resulta pertinente subrayar que en la lápida se incorporan todos aquellos elementos que los deudos le imprimen al momento de la defunción de su ser amado (Giedelmann y Jaimes 2013). Los epitafios son mensajes que denotan la relación entre el difunto y su familia. Comúnmente expresan redes familiares activas a la hora de la muerte, emociones ante la pérdida, características notorias por las cuales el difunto es recordado, su memoria. Todo ello se representa textual e iconográficamente en el soporte sobre el que se estampa la lápida, que podría ser considerada el lienzo del último adiós (figura 10). A todas luces, los deudos que padecen la ausencia de un cuerpo enfrentan retos para activar dichos procesos: ¿cómo configurar un recuerdo sin la posibilidad de ubicar la corporalidad del difunto? De hecho, pareciera paradójico que las lápidas señaladas con las siglas CNI, PNI o en blanco sean “apropiadas” por dolientes que inscriben sobre ellas sus recuerdos y transmiten allí las emociones surgidas por su incertidumbre.

Adicionalmente, la conmemoración es una tarea menos restrictiva y de mayor pervivencia, puesto que en esta se expresa el vínculo relacional y se expresan fechas importantes de recordación como cumpleaños, aniversarios, día del padre o de la madre, navidad y demás eventos que evocan a la persona amada. Estas fechas pueden entenderse como homenajes que los vivos ofrecen a sus difuntos (figuras 9 y 10).

Para las lápidas que contienen cuerpos identificados, las conmemoraciones de fechas importantes se generan de distintas formas: se adorna el espacio con flores, cartas, fotografías u otros accesorios. Dichas acciones terminan siendo un punto de conexión con la persona que está allí inhumada. Estos elementos se vuelven una forma de decirle al fallecido aquí estoy. Sin embargo, en el duelo sin cuerpo, se decoran las losas con flores o accesorios generales sin señalar a alguien específico. En ellas se siguen conmemorando las fechas especiales para mantener el recuerdo, pero ¿de quién? Pareciese tratarse de un recuerdo social cambiante. Lo emite algún doliente que no necesariamente distingue al cuerpo que habita el nicho, pero que denota a todas luces la urgente necesidad por representar al ser amado ausente. Es una necesidad por, al menos, recrear un espacio para la celebración del duelo para quienes transitan entre acciones de búsqueda o de resignación de que su familiar sea un muerto sin nombre. Así, la “adopción” de una lápida se convierte en un homenaje a su ser desaparecido. Estas acciones a su vez redundan en consuelo para otros, ya sean transeúntes desapercibidos o deudos adoloridos, pues de una u otra forma pone color a una implacable pared blanca. Curiosamente, estas acciones se encuentran repartidas por diversos mausoleos, sin restringirse al creado exclusivamente para este fin, llamado Ausencias que se nombran (figuras 11A y 11B).

Finalmente, la resignificación de la muerte se elabora bajo los pilares de la recordación y conmemoración. Estos ayudan al deudo a posicionar a su ser amado ausente en una nueva esfera y rol dentro de su vida, afrontar los hechos como reales e ineludibles y aceptar de esta manera su pérdida. Aquí las creencias tienen un papel fundamental. El dolor por la pérdida es modificado por otras representaciones como las populares interpretaciones de que ahora el fallecido “es un ángel”, “se ha marchado para estar con Dios” o de que “era hora de cuidar a sus familiares desde el cielo”. Los dolientes de personas desaparecidas se encuentran en un vaivén constante. En algunas ocasiones resignifican el rol de su familiar como persona viva y en otras como fallecida. Así difícilmente logran encontrar algún tipo de cierre dada la serie de sentimientos contradictorios. Por un lado, están los sentimientos cargados de incertidumbre que bloquean los procesos de aceptación de la muerte y, por otro, están los que alientan la esperanza por encontrarlo vivo. De hecho, se han visto ejemplos en procesos de entrega oficial de restos donde los familiares cuestionan la credibilidad de la evidencia material que declara el deceso y cierre definitivo; la corporalidad inerte. “Hoy lo recibimos, pero aquí no hay certeza de nada. Él llevaba 13 años desaparecido y ahora nos lo entregan así, sin que nosotros lo podamos reconocer”, comenta el hermano de una persona anteriormente dada por desaparecida después de encender una vela en su memoria y presenciar la humilde ceremonia que le ha dado junto a su mamá en el mausoleo Ausencias que se nombran (diario de campo, Paola Quintero, octubre 31 de 2019).

En suma, se aprecian actitudes similares -irrestrictas de la naturaleza de la lápida y a pesar de los complejos procesos de aceptación y negociación que yacen detrás de ellas- que rescatan la importancia de exteriorizar el dolor para poder tramitarlo. Así, un duelo sin cuerpo requiere de un espacio físico para encausar las emociones y reorganizar el orden social de la familia y del colectivo al que pertenece. Esto permite contrarrestar la falta de otras prácticas rituales que refuerzan la certeza del fallecimiento.

En este sentido, el JCU es un espacio para la reparación simbólica. Allí se disputa la memoria histórica y se aporta al restablecimiento de las víctimas con el otorgamiento de su identidad13. El cementerio con su capacidad pedagógica denota posibilidades interpretativas de esta realidad (Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales 2010). En el cementerio el lugar se comporta como un testigo, sus habitantes como muestras y sus visitantes como testimonios de que su vida social está dispuesta a ser reconstruida. Por supuesto, este proceso debe llevarse a cabo de la mano del reconocimiento de las identidades y el no-olvido de los sucesos. El JCU es un escenario que entrelaza actitudes y dinámicas de los vivos para con los muertos, a través de los objetos que mantienen viva la conexión.

Las prácticas registradas en el JCU apuntan a varios procesos orientados a la transición dolorosa implicada en la elaboración de duelos complejos. Esto va en línea con lo planteado por Panizo (2011) cuando postula que para los casos de muertes desatendidas es necesario dar un espacio físico y un reconocimiento social a la muerte. De este modo los dolientes podrán despedir con sus rituales a sus seres fallecidos y así encontrar la contención emocional requerida. El rito de paso implícito acá logra la reintegración del difunto a otra dimensión y de los dolientes a la esfera social reconfigurada ante la ausencia del ser amado.

Estas líneas propenden por abrir un espacio de discusión que dote de sentido social la percepción de los espacios funerarios. Asimismo, se busca que se reflexione sobre cómo las buenas y malas muertes transforman los modos de transitar el duelo, y sobre todo la ritualidad. Con esto, queremos que se lleve a pensar desde una orilla distinta las visitas y formas de habitar los cementerios colombianos y la historia reciente de la región.

Referencias

Fuentes secundarias

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* Parte de la colección fotográfica que aquí se presenta fue recolectada entre los años 2017 y 2020 durante la ejecución del proyecto “Ni ‘ángeles’, ni ‘perros’: Conflictos, reivindicaciones, estigmatización e imaginarios en torno a los cementerios universales de Bucaramanga y Medellín”. Esta investigación está adscrita a la Universidad Pontificia Bolivariana, sede Medellín y Bucaramanga y, especialmente, al Grupo de Interdisciplinario de Estudios sobre Cultura, Derechos Humanos y Muerte.

1Traducción propia.

2Traducción propia.

3En este artículo la violencia política es entendida como una: “forma de confrontación armada político-social” (Moreno 2003, 206). Esta violencia puede ser ejercida: “por agentes del Estado: que estrictamente hablando, en el Derecho Internacional, constituyen los únicos actores susceptibles de cometer violaciones a los Derechos Humanos. Por agentes paramilitares: los cuales, en la mayoría de los casos, son particulares que portan y utilizan armas sin autorización legal y con su accionar pretenden la defensa del Estado. Por lo general actúan con el apoyo, tolerancia o aquiescencia de las autoridades del Estado. Por agentes insurgentes: que combaten contra el Estado o contra el orden social vigente” (2003, 206).

4En Colombia se reconoce como la Violencia —con mayúscula— a un periodo de tiempo desarrollado aproximadamente entre 1946-1958 donde el país vivió hechos de profunda significación y conjunción de violencias —con minúscula—.

5Categoría que agrupa a las personas que no han sido afectadas directamente por la violencia, pero que les genera daño por la cercanía social a la víctima directa. En el caso de la Desaparición Forzada, la persona desaparecida es la víctima directa y su familia es la indirecta.

6Traducción propia.

7Por su arquitectura el JCU es parte del “Patrimonio Cultural Inmueble perteneciente al sistema público municipal de la ciudad de Medellín, por su carácter verde, histórico, simbólico, arquitectónico, estético y urbano” (“BiciRuta” 2016).

8Como refiere Juan Carlos Vélez, los combos, bandas y milicias son grupos armados urbanos “que logran constituir, en territorios determinados de la ciudad, órdenes volátiles y transitorios, donde son aplicadas y aceptadas legalidades diferentes de la estatal, y donde existe una oferta de seguridad y justicia inmediata sustentada en el uso y concentración creciente del recurso a la fuerza y en el acceso a recursos financieros” (2001, 71).

9Las tumbas de las personas identificadas en el cementerio suelen renovarse al finalizar el tiempo sugerido para su cadaverización. Esto genera un uso cíclico de su espacio.

10La traducción es propia.

11Desde el año 2016 se logran rastrear desde el JCU y la Alcaldía de Medellín eventos que visibilizan al cementerio por medio de eventos culturales como la Bici-ruta patrimonial. También se han hecho actividades en torno al mausoleo Ausencias que se nombran. José López Arias reseña dichas actividades y eventos de esta manera: “Realizamos un trabajo articulado con la Secretaría de Cultura ciudadana de ese entonces, para diseñar un recorrido en bicicleta por el cementerio, donde los participantes lograban conocer de cerca la historia, vivirlo desde otra perspectiva y aprender a mirar con nuevos ojos un espacio lleno de simbolismos” (Agamez 2018).

12La prensa ha visibilizado desde el año 2016 la relación del cementerio con la violencia en términos diferentes a los que lo estigmatizaron, puesto que se han caracterizado por posicionarlo como un espacio de búsqueda (ver Agamez 2018; “Al Jardín…” 2018; Angarita 2019; Areiza 2019; “Ausencias que…” 2017; “BiciRuta” 2016; “El Jardín” 2016; “En la comuna 13” 2020; “En Medellín” 2020; Escobar 2019; Herrera 2019; “JEP pide cuentas” 2019; Jiménez 2018; “La escalofriante historia” 2020; Mercado 2019, 2018b, 2018a; Monsalve 2017; Pareja 2017; Rendón 2020, 2019; Restrepo y Carvajal 2020; Salazar 2017; Tamayo 2019; “Tras años de zozobra” 2020; “Víctimas de la comuna 13” 2020; Vogt 2018).

Cómo citar: Quintero Cardona, Paola Stefanía, Claudia Lorena Gómez Sepúlveda y Mónica Johanna Giedelmann Reyes. 2022. “Y yo…, ¿a quién lloro? Manifestaciones de duelo en el Jardín Cementerio Universal de Medellín, Colombia”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 46: 204-234. https://doi.org/10.7440/antipoda46.2022.09

Recibido: 09 de Diciembre de 2020; Aprobado: 02 de Mayo de 2021

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