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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.47 Bogotá Apr./June 2022  Epub May 16, 2022

https://doi.org/10.7440/antipoda47.2022.01 

Meridianos

Futuros imaginados. Perspectivas descentradas en torno al oficio etnográfico*

Imagined Futures. Decentered Perspectives on Ethnographic Practice

Futuros imaginados. Perspectivas descentralizadas sobre o trabalho etnográfico

Ricardo Greene** 

Carla Pinochet Cobos*** 

Debora Lanzeni**** 

**Universidad de las Américas, Chile. Doctor en Social Anthropology de la Goldsmiths, University of London, Reino Unido. Profesor-investigador de la Universidad de las Américas, Chile. Entre sus últimas publicaciones están: (en coautoría con Luciana Trimano y Lucía de Abrantes) “Gestión de la pandemia a múltiples escalas: tensiones entre centro y periferia”, Bitácora Urbano Territorial 32, n.° 2 (2022): paginación por definir, https://doi.org/10.15446/bitacora.v32n2.99215; (en coautoría con Tomás Errázuriz) “The Countless Lives of Newspapers and the Right to Repurpose”, Design and Culture 13, n.° 3 (2021): 277-303, https://doi.org/10.1080/17547075.2021.1967687. https://orcid.org/0000-0002-1930-320X rgreene@udla.cl

***Universidad Alberto Hurtado, Chile. Doctora en Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México. Profesora asistente del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Entre sus últimas publicaciones están: (en coautoría con Javiera Muñoz-Retamal) “Tiempos de ocio y trabajo creativo. Mujeres y desigualdad de género en el campo artístico”, Athenea Digital 22, n.° 1 (2022): e2936, https://doi.org/10.5565/rev/athenea.2936; (en coautoría con Tomás Peters y Victoria Guzmán) “La crisis COVID en el sector cultural chileno: estrategias de acción colectiva y políticas culturales desde abajo”, Revista de Estudios Sociales 78 (2021): 14-35, https://doi.org/10.7440/res78.2021.02.https://orcid.org/0000-0002-8188-2572 carlaasecas@gmail.com

****Monash University, Australia. Doctora en Estudios de la Ciencia y la Tecnología del Internet Interdisciplinary Institute (IN3), Universitat Oberta de Catalunya, España. Senior Research Fellow de Monash University, Australia. Entre sus últimas publicaciones están: (en coautoría con Sarah Pink, Vaike Fors, Melisa Duque, Shanti Sumartojo y Yolande Strengers) Design Ethnography. Research, Responsibilities and Futures (Londres: Routledge, 2022); (en coautoría con Israel Márquez y María-José Mazanet) “Teenagers as Curators: Digitally Mediated Curation of the Self on Instagram”. Journal of Youth Studies (2022, Latest Articles), https://doi.org/10.1080/13676261.2022.2053670. https://orcid.org/0000-0002-9475-8538 dlanzeni@gmail.com


Resumen:

Este artículo busca elaborar una reflexión en torno a los modos en que la práctica etnográfica, constituida en sus desarrollos clásicos al alero de la disciplina antropológica, experimenta un conjunto de tensiones, desafíos y transformaciones en sus ejercicios contemporáneos. En el marco de una intensificación de los cruces inter y transdisciplinares, y en medio de los acelerados y complejos tránsitos hacia el mundo digital, la etnografía debe replantear sus modos de hacer en tanto método, enfoque y práctica escritural. Se trata de negociaciones no exentas de conflictos y que nos llaman a comprender cómo las actuales condiciones de producción de lo etnográfico han favorecido la emergencia de nuevas formas de estar-allí. En este texto, que sirve de introducción al presente dosier de la revista y se construye con base en la lectura y discusión de literatura especializada, nos interrogamos acerca de las actuales zonas de fricción de la etnografía como práctica epistemológica, ético-política, metodológica y estética, al tiempo que constatamos los bordes porosos de sus definiciones canónicas y avizoramos perspectivas críticas que allanan el camino hacia los futuros de la etnografía.

Palabras clave: epistemología; escritura etnográfica; etnografía; futuros; métodos cualitativos

Abstract:

The purpose of this article is to discuss the ways in which the ethnographic practice, constituted in its classical developments under the wing of the anthropological discipline, is undergoing a set of tensions, challenges, and transformations in its contemporary exercises. In the midst of an intensification of inter- and transdisciplinary intersections, and of the accelerated and complex transitions towards the digital world, ethnography must rethink its processes as a method, approach, and writing practice. These negotiations are not devoid of conflicts and call us to understand how the current conditions of ethnographic production have favored the emergence of new ways of being present. This text serves as an introduction to the present issue of the journal and is based on the reading and discussion of specialized literature. In it, we question the current areas of friction of ethnography as an epistemological, ethico-political, methodological, and aesthetic practice, while we note the porous edges of its established definitions and envision critical perspectives that pave the way towards the futures of ethnography.

Keywords: Epistemology; ethnographic writing; ethnography; futures; qualitative methods

Resumo:

Este artigo elabora uma reflexão sobre os modos em que a prática etnográfica, constituída em seu desenvolvimento clássico à beira da disciplina antropológica, experimenta um conjunto de tensões, desafios e transformações em seus exercícios contemporâneos. No âmbito de uma intensificação dos cruzamentos inter e transdisciplinares e, em meio das aceleradas e complexas transições ao mundo digital, a etnografia deve repensar seus modos de fazer no que se refere ao método, abordagem e prática da escrita. Trata-se de negociações não isentas de conflitos e que nos chamam a compreender como as atuais condições de produção do etnográfico vêm favorecendo a urgência de novas formas de estar aí. Neste texto, que serve de introdução ao presente dossiê da revista e é construído com base na leitura e discussão de literatura especializada, questionamo-nos acerca das atuais áreas de fricção da etnografia como prática epistemológica, ético-política, metodológica e estética, ao mesmo tempo que constatamos as bordas porosas de suas definições canônicas e observamos perspectivas críticas que preparam o caminho para o futuro da etnografia.

Palavras-chave: epistemologia; escrita etnográfica; etnografia; futuros; métodos qualitativos

La etnografía nació en el seno de la antropología, en la búsqueda de sistematizar un método empírico que pudiera dar cuenta de los modos en que los ‘otros’ viven. Desde entonces hasta ahora, la disciplina ha reflexionado vastamente acerca de las muchas formas en que la etnografía excede y desborda su definición exclusivamente procedimental, de modo que se constituye como una práctica compleja donde se engarzan aspectos epistemológicos, ético-políticos, metodológicos y estéticos. En este artículo, que no busca hacer una genealogía del carácter metodológico de la etnografía, queremos examinar sus fundamentos y modos de producir conocimiento con ella, a la luz de las aceleradas transformaciones del contexto contemporáneo. ¿Cómo se re-configura el quehacer etnográfico a la luz de sus nuevas condiciones de producción? ¿Qué peso adquieren en sus formulaciones actuales los supuestos que la ataban al pensamiento antropológico? ¿Qué nuevos modos y perspectivas trae la producción disciplinar e interdisciplinar en torno a la etnografía? En este texto introductorio, que da paso a seis artículos escritos desde diversas localidades, trazaremos algunas líneas de reflexión que buscan aproximarse a estas interrogantes conectando los caminos ya recorridos por la etnografía a lo largo de su desarrollo, con las tensiones del presente y sus múltiples horizontes. ¿Qué caminos se abren para el futuro de las etnografías?

El vector principal del método etnográfico es conocer con los otros. Producir un tipo de conocimiento que se crea en relación con las personas y las cosas que uno encuentra en las situaciones producidas durante el trabajo de campo. En este sentido, la etnografía produce conocimiento en y para el mundo (Ingold 2008a; Moore y Sanders 2014). Este principio es, a nuestro entender, el mayor compromiso epistemológico de la etnografía y, por ende, la base sobre la que se construye su método, se articulan sus técnicas, se orientan sus preguntas y se comunican sus resultados de investigación.

Otro de los vectores que conduce la etnografía es el trabajo empírico y su relación con los conceptos analíticos. Este es, también, un principio inductivo de profunda implicación epistemológica, sobre todo en la definición y estudio de los problemas socioculturales y tecnológicos que pretendemos estudiar. No todo puede ser entendido a través de la etnografía. Los problemas y preguntas a investigar se construyen con la mirada etnográfica; es decir, son problemas susceptibles de entenderse desde la etnografía.

Ahora bien, pese a que el método no es separable ni de los conceptos teóricos ni de la postura analítica que constituyen su forma de conocimiento y ejecución -lo situado-, la discusión sobre si la antropología y la etnografía son dos cosas diferentes lleva largo tiempo formulándose en el seno de la disciplina (Holbraad 2011; Ingold 2008b). Muchos practicantes de la etnografía ya han respondido a esta deriva, al adoptar un método etnográfico desvinculado en mayor o menor medida de su bagaje antropológico. Esa constatación es el punto de partida de este dosier, donde nos atañe particularmente cómo, en el movimiento de desanclar la etnografía de la antropología, los principios epistemológicos antes descritos son o no reconfigurados y las implicaciones que estos movimientos acarrean. Más aún, nos obliga a preguntarnos por los cambios y continuidades que han ocurrido en la práctica etnográfica, tanto dentro de la antropología como en otros campos y disciplinas. A continuación distinguiremos algunas tendencias fundamentales que han venido tomando forma, a la vez que intentaremos reconocer las preguntas que guiarán los debates en los años por venir.

La antropología no es etnografía (ni viceversa)

En tanto puente articulador entre la teoría y el campo, la producción etnográfica ha sido siempre portadora de una incógnita irresuelta; se resiste, desde sus inicios, a formalizaciones técnicas. En las escuelas de antropología, la enseñanza de la etnografía suele descansar en la experiencia -el trabajo de campo- y prevalece su entendimiento como un oficio que se transmite de maestro/a a discípulo/a. En los escenarios inciertos del presente, la etnografía se ve empujada a problematizar el estatuto de su práctica y a desanudar los misterios de su propia alquimia.

La operación que quebró el vínculo aparentemente indisoluble entre antropología y etnografía no solo liberó a la primera para ensayar otros enfoques y técnicas, sino también a la segunda para ser re-imaginada y reutilizada en diferentes contextos. Sin ir más lejos, desde comienzos de siglo diversas disciplinas y campos profesionales como la sociología, la arquitectura, el marketing o el cine documental se han visto atraídos por las virtudes de la etnografía, re-elaborándola bajo sus propias lógicas y lenguajes en el marco de una nueva aproximación sociotécnica a la realidad. No es menor la atracción que ha ejercido en quienes han buscado complementar enfoques predominantemente cuantitativos, como el que ha primado desde siempre en la arquitectura, por otros más cualitativos, atentos a los procesos, a los sentidos, a las particularidades de cada territorio y a las formas de uso de los objetos y espacios (Gill 1996; Yaneva 2020).

Estas otras disciplinas han venido adoptando la práctica etnográfica, volviendo a poblarla de teorías y conceptos que vienen de sus propios campos de expertise o de sus intereses de investigación concretos. Estas nuevas formas no necesariamente responden al interés central que la antropología le ha otorgado: la construcción de conocimiento con el otro, a través del encuentro, de comprender el sentido nativo (Balbi 2012) y de abrazar la complejidad. La escisión que está ocurriendo entre práctica epistemológica y teórica no es menor. En gran medida, pareciera dirigirse a un futuro etnográfico donde, por un lado, la etnografía queda reducida a una serie de técnicas, protocolos o formas de hacer que pueden ser aplicadas instrumentalmente, tamizadas con conceptos y principios teóricos diversos en principio foráneos; por el otro, a una práctica de conocimiento que se reafirma por medio de re-pensarse ante los cambios en el mundo que intenta comprender, siempre situada epistemológicamente en el vínculo con el otro y el conocimiento emergente (Pink 2016; Strathern 2006). En este esquema también aparecen aproximaciones etnográficas que se ubican a medio camino, en tanto piensan la etnografía como una solución a sus afanes de investigación e intentan incorporar algo del bagaje teórico y conceptual proveniente de la antropología.

Asimismo, vale reconocer también que los espacios liminales, de cruces y encuentros son lugares que pueden dar frutos a miradas de enorme riqueza. Es en los ecotonos donde lógicas, enfoques y prácticas particulares se mezclan y trastocan, para obligarnos a cambiar el foco, cuestionar nuestras certezas y repensar nuestra posición en el mundo. La colaboración interdisciplinar puede liderar nuevas formas de acercamiento etnográfico al mundo social, reconfigurando en dicha operación las propias áreas de acción e incidencia de los/as antropólogos/as: ejemplo de ello es la muy en boga antropología del diseño (Gunn, Otto y Smith 2013; Pink y Lanzeni 2018) y la etnografía con y en el diseño (Crabtree, Rouncefield y Tolmie 2012; Murphy y Marcus 2013; Pink et al. 2022), que se insertan en una trayectoria de colaboración entre disciplinas pero, sobre todo, en un intercambio de saberes no siempre balanceado que se está encaminando a ser un área de trabajo considerable para la antropología y viceversa.

En esta línea, el dosier que acá presentamos reúne diversos ejercicios que combinan la aproximación antropológica con las de otras disciplinas. En su artículo, Felipe Palma (2022) traza una revisión crítica acerca de la tradición audiovisual en antropología, para desde ahí repensar el vínculo con las artes mediales. Tal como en su momento hizo Jean Rouch (2012) con el cinema vérité, Palma no asume un acercamiento epistemológicamente ascético, sino que se pregunta cómo podemos imaginar procesos de investigación-creación que afecten las realidades en las que el/la investigador/a se involucra. A través de tejer distintos oficios, miradas y materialidades, discute acerca de paisajes sonoros, transmedia y representaciones extratextuales, de un modo novedoso que rehúye las taxonomías.

El trabajo de Palma hace parte del giro sensorial de las ciencias sociales, el que ha venido a descentrar los modos en que se ha practicado el trabajo de campo respecto de lo sensible y a cuestionar las formas de percepción que se han imaginado como inherentes a la antropología. En los albores de la disciplina, los/as antropólogos/as tenían el “monopolio de las herramientas científicas para medir, probar y registrar” (Howes 2003, 4) y, fascinados por las características físicas y sensoriales de los sujetos y parajes ‘exóticos’ a los que acudían, dieron cuenta de ellas con instrumentos y lenguajes de orden cuantitativo. No fue sino hasta el arribo de las críticas posmodernas al oculocentrismo y a la objetividad que se comenzaron a validar metodologías hápticas, olfativas y, en general, sensuales de aproximación al mundo (Macdougall 2006). Se comenzó a aceptar un otro estar-allí, que daba cuenta en términos fenomenológicos del rol de los sentidos y de la percepción, y que encuentra sus puntos altos en el trabajo del colectivo Sound Image Culture en Bélgica, las acustemologías de Steven Feld o la más reciente apuesta del Harvard Sensory Lab; en Latinoamérica, destacan películas sensoriales de corte antropológicas como Judea (Echeverría 1973), Los herederos (Polgovsky 2008), La ausencia (Greene 2008) o Sin peso (Guimaraes 2007).

En el cine etnográfico, una de las películas más emblemáticas en esta línea es Forest of Bliss (1986), de Robert Gardner, donde el autor produce un retrato sensible de los rituales mortuorios del Ganges, sin narración, subtítulos ni entrevistas, lo que deja al espectador desnudo frente a la pura experiencia de la pantalla encendida y los sonidos que la acompañan. Como era de esperarse, el film desató pasiones y fue ampliamente criticado por su desinterés en clavarle un alfiler al sentido de las cosas, lo que evita la misión comprensiva del enfoque cualitativo (ver Parry 1988). No hay duda de que estas críticas tenían un punto legítimo respecto a las limitaciones que las aproximaciones sinestésicas presentan al relato etnográfico; sin embargo, su valor radica, precisamente, en la riqueza de una descripción superficial que rescata la representación plástica, estética, no-discursiva ni evidente de la realidad social. La etnografía no es, como sabemos, una cuenta fiel de la realidad sino una mediación, y los futuros de la etnografía pueden encontrarse en este cuestionamiento continuo del empirismo cartesiano y el reconocimiento atento a la experiencia sensible.

En esa misma línea -transdisciplinariedad, sensorialidad, multimedialidad (ver Collins, Durington y Gill 2017)-, destaca el montaje de exposiciones complejas como Sensefield, curada por Kerim Friedman en Taiwán, el seminario “Arquitectura & Etnografía de Chile” o las obras del laboratorio MAL de UCL, que permiten ofrecer a los espectadores retratos más complejos de los territorios, así como facilitar procesos de investigación más comprometidos. Es prometedor, también, el auge que han tenido plataformas digitales tales como Quipú o Del Otro Lado en Latinoamérica, Refugee Republic o Forensic Architecture en Europa, Feral Atlas de Anna Tsing y otros/as investigadores/as en los Estados Unidos, Lagos at Large en África y, sobre todo, el trabajo que ha animado el National Film Board de Canadá, con el desarrollo de documentales inmersivos, interactivos y de realidad virtual.

Junto al trabajo de Felipe Palma, en este dosier el espíritu del giro sensorial se encuentra representado por el artículo de Ana Carolina Palma-García (2022). Apelando al llamado que hiciera Sarah Pink (2015) de concebir lo sensorial como parte constitutiva de la experiencia de campo, la autora se introduce en una comunidad Sorda, donde constata que los marcos de referencia de una socialización oyente no resultan adecuados para comprender los modos en que los cuerpos interactúan y son percibidos en este contexto. Allí, el hacer campo permitió a la etnógrafa poner en contingencia las formas de sentir, percibir y comunicar que había internalizado a lo largo de su vida, al tiempo que observarse a sí misma en tanto persona con hipoacusia de nacimiento, pero socializada en un marco oyente: al término de la investigación, Ana Carolina decidió asumirse como parte de la comunidad Sorda. Este movimiento hacia incluir lo sensorial, si bien ya está establecido en la antropología como un giro, sigue siendo clave para entender algunos de los enfoques que serán prioritarios en el futuro de la práctica etnográfica.

¿La etnografía como texto? Acerca de las condiciones de posibilidad de la escritura etnográfica contemporánea

La triple definición de etnografía que instaló Rosana Guber (2001) para las academias latinoamericanas supo identificar tres dimensiones que conviven en el concepto: el enfoque, el método y el texto. Desde entonces, si bien los debates contemporáneos han puesto en cuestión y complejizado los términos en que pensamos cada una de estas definiciones, tal vez la que ha corrido peor suerte es la que refiere al problema de la escritura. Todavía hoy genera suficiente consenso la idea de que la etnografía comprende los fenómenos sociales desde la perspectiva interna de sus miembros -el enfoque- y que, a pesar de todos los desplazamientos a la vida digital y la ampliación de los instrumentos, la etnografía sigue siendo un conjunto de actividades de investigación que pueden ser entendidas como trabajo de campo -el método-. Sin embargo, la descripción textual del comportamiento en una cultura particular rara vez conforma, en la actualidad, un producto estrictamente monográfico y en aún menos ocasiones llega a lectores que no están familiarizados con dicha cultura. La etnografía como texto adquiere sus formas contemporáneas en el marco de unas condiciones de producción que difícilmente permiten el despliegue extenso, reflexivo y pausado del “arduo camino del des-conocimiento al re-conocimiento” (Guber 2001, 13) que supone el relato etnográfico. Nos detendremos aquí en algunos de los elementos que, así como ponen en crisis, también nos invitan a replantearnos las posibilidades de la escritura etnográfica en el contexto contemporáneo.

Sabemos que el desarrollo y consolidación de la etnografía como registro textual monográfico tuvo lugar en el marco de una disciplina que forjó su identidad a través de la provisión de insumos de gobernabilidad a las administraciones coloniales e imperialistas. La aproximación holística de los/as antropólogos/as y el interés omnívoro en todas las dimensiones de la vida social respondían, en un inicio, a estas necesidades del poder y sus configuraciones geopolíticas, pero se convirtieron, al mismo tiempo, en mandatos metodológicos y manuales de estilo para la escritura etnográfica.

Así, los textos del campo fueron encontrando su expresión canónica en redacciones extensas y en apariencia clausuradas, que trataban minuciosamente las distintas esferas de la vida cultural. El recurso característico de un relato realista -el tono distanciado, en tercera persona, marcado por el estilo documental y la omnipotencia interpretativa (Van Maanen 2011)- fue construyendo la verosimilitud que garantiza la verdad del etnógrafo, a través de textos monográficos que tienen el propósito de hacer posible la comprensión de aquellas prácticas culturales que no habían sido entendidas sino como excentricidades (Boon 1990). El reporte etnográfico clásico, en este sentido, adopta un aspecto acabado, impersonal y científico, que guarda relación con sus necesidades de legitimación en el espacio académico y sociopolítico en los que circula y con las condiciones de producción específicas en las que se materializa su escritura.

Como demostró elocuentemente Clifford Geertz en El antropólogo como autor, los textos etnográficos fueron construyendo su identidad en una singular posición entre el ejercicio etnográfico y la práctica literaria (1989). El antropólogo, señala Geertz, debe hacer frente a la particular tarea de elaborar textos científicos -es decir, desprovistos de autoría- con base en experiencias eminentemente biográficas y es allí donde interviene la escritura: desarrolla una configuración discursiva que provee de una doble autoridad -en términos de la firma y del discurso- para su doble emplazamiento. Es en el marco de este dilema epistemológico que ha cobrado forma la producción textual en la historia de la disciplina antropológica. Las “ficciones persuasivas” con las que los/as antropólogos/as, de acuerdo con Marilyn Strathern (1998), comunicaban sus ideas originales sobre las culturas, requerían del despliegue de unas estrategias literarias que disponían de los tiempos y extensiones necesarias para hacer emerger un conocimiento nuevo acerca de los otros.

El artículo de Idoia Galán Silvo (2022) se hace cargo, justamente, de algunas de estas discusiones, al proponer la escritura de un guion cinematográfico y autoetnográfico que ofrece nuevos modos de abordar el trabajo de campo, la autenticidad y la ficcionalización. Su propuesta feminista y multidisciplinar, como la autora la define, logra ser parte del giro subjetivo, en tanto pone en cuestión la dimensión interpretativa del ejercicio antropológico y cumple a través de ello un doble objetivo: primero, repensar la forma de escritura etnográfica, asumiendo la dimensión performática de la autoría; y segundo, plantear su uso no solo como espacio reflexivo y testimonial, sino también como método para gatillar procesos en el campo, inserto en el proceso investigativo.

Cabe preguntarse en este punto si acaso la escritura etnográfica puede ser pensada como un género literario en sí mismo -más allá del reporte científico y distinto de la crónica periodística-, lo que probablemente guarda relación con la construcción de un texto que supone un viaje, a veces literal y siempre metafórico, hacia una comprensión emergente. El texto etnográfico debe performar un desplazamiento desde cierta forma de ignorancia a una nueva forma de claridad, mediada por una experiencia en la que lo otro se nos muestra desde ángulos insospechados. Quien lee etnografía asiste, entonces, a la revelación paulatina de un modo de vida que quien investiga no puede, en primera instancia, percibir. A menudo la etnografía se vale de lo aparentemente trivial para cimentar su camino. La descripción de la vida cotidiana y de los detalles tangenciales se convierten en los insumos idóneos para visualizar esa diferencia que se oculta a simple vista. Es precisamente esa experiencia de campo inmersiva, que se deja registrar cuando se sigue el ritmo cíclico de las rutinas y los tiempos imprevisibles de los/as desconocidos/as, la que pareciera no encontrar lugar en los espacios que actualmente albergan y dan circulación a la producción de conocimiento acerca de y con los otros.

Aunque una cantidad significativa de la producción etnográfica actual tiene la forma de reportes y documentos institucionales -o, como los describe Eduardo Restrepo, “escritos sin nombres, producidos en una labor gris y tras bambalinas” (2012, 76)-, la textualidad “heredera” de las etnografías canónicas es predominantemente desarrollada al alero de la academia y, en específico, en el mundo universitario. Así, la reorganización de la universidad contemporánea en función de una gramática managerial (Fardella-Cisternas et. al. 2019), con su correspondiente foco en la productividad, la competencia y la eficiencia, tiene efectos ostensibles en los modos en que se producen, valoran y circulan los textos académicos. La administración de la producción científica en nuestros tiempos, también en el ámbito de las ciencias humanas, ha encontrado en el paper -artículo académico- un modelo privilegiado para la presentación de los resultados de investigación (Santos 2012). El texto etnográfico, en este marco, ha debido ceñirse a sus mandatos, constriñendo sus posibilidades de escritura.

La penetración de este modelo neoliberal en la administración del quehacer disciplinar supone un espacio adverso para la escritura etnográfica: la estandarización de las publicaciones legitimadas, su consideración en términos cuantitativos con base en métricas y mediciones, así como la proliferación de una dinámica de competencia basada en la productividad, ha generado que la escritura de artículos sea una labor estrictamente normalizada, donde el desarrollo de la observación minuciosa y el despliegue de una reflexividad emergente no encuentran lugar. En el paper, el/la etnógrafo/a no solo no dispone de suficiente espacio para dar cuenta del vagabundeo connatural a los hallazgos etnográficos, sino que también trastoca el modo de pensar la relación entre proceso y resultado del trabajo de campo. Los productos de esta experiencia investigativa, ahora cuantificados y parametrizados, tienden a dispersarse estratégicamente en una diversidad de revistas aisladas, lo que a menudo deja atrás las pretensiones integrales y holísticas de las monografías clásicas. Pareciera ya no haber lectores de etnografía: la escritura de papers da lugar a textos que no están hechos para ser leídos más que por sus evaluadores. Están hechos para ser citados y contabilizados. Aunque los libros no han desaparecido, y parte de la producción textual etnográfica encuentra hoy refugio en ellos, existen en la academia cada vez menos incentivos para publicar en este formato.

No se trata simplemente de alzar un lamento nostálgico e idealizar las monografías que marcaron el sello de la antropología clásica. Los caminos contemporáneos de la etnografía, como veremos en la sección final, vienen explorando otros soportes y formatos (ver Pigg y Kunwar 2021) que dan continuidad y prolongan por nuevas vías los aspectos centrales de esta práctica. Sin embargo, si creemos que el estrecho vínculo entre etnografía y reflexividad merece ser defendido, es necesario examinar críticamente las condiciones en las que los/as investigadores/as conducen este trabajo en la actualidad y los modos en que la lógica managerial constriñe y desalienta los sentidos medulares de la escritura etnográfica. Ello adquiere, además, connotaciones específicas si emplazamos la reflexión en los contextos periféricos que, con sus adversidades y potencias, marcan el ejercicio de la práctica etnográfica en América Latina (Guber 2018).

Los bordes porosos de lo etnográfico: experimentaciones, temporalidades y colaboración

La idea de que la antropología es una disciplina abierta y emergente es una noción arraigada en la comunidad académica; sin embargo, sus productos tienden a ser cerrados a futuras intervenciones. Nos detendremos en este punto en tres líneas de reflexión en las que la flexibilidad y la apertura -elementos centrales a la práctica etnográfica desde sus desarrollos tempranos- cobran nuevos alcances y proyecciones. La primera nos remite a la invitación que esboza Francisco Martínez (2022) en su artículo aquí incluido acerca de los límites etnográficos y guarda relación con la exploración de las potencialidades etnográficas de plataformas de experimentación no convencionales, basadas en las artes y la práctica creativa. La segunda nos lleva a examinar los tiempos y espacios de la etnografía en el contexto contemporáneo -¿cuándo empieza y cuándo termina el hacer etnográfico?-, para replantear los términos en que se define la relación entre el trabajo de campo y la escritura. Finalmente, un tercer ámbito de problematización de los límites etnográficos contemporáneos nos remonta a aquella larga genealogía que discutió, desde el auge de los postmodernos en los años ochenta, los dilemas éticos de las autorías en la producción de las etnografías, que pasan por imaginar vías polifónicas de pensar y escribir con los otros.

En primer término, tal y como es posible constatar en este dosier, observamos que desde las disciplinas sociales tradicionalmente etnográficas han surgido nuevas formas de estar en el campo que se centran en la búsqueda de herramientas y dispositivos para la experimentación (Estalella y Sánchez 2016). Los cruces entre las diversas artes y la etnografía, tanto en una dirección como en la otra, han abierto ámbitos fértiles de exploración de nuevos soportes que actualizan las posibilidades en la construcción de los datos etnográficos y en los modos de inscribirlos y comunicarlos hacia diversos públicos. Las artes y las prácticas creativas pueden ser plataformas idóneas para reflexionar junto a otros, para oír y visualizar los mundos de vida de las personas y comunidades, así como para promover ejercicios de imaginación social que oxigenan el conocimiento etnográfico desde sus fronteras.

En esta línea, el artículo de Francisco Martínez (2022) se detiene en tres vías alternativas a la etnografía conceptual y pone de relieve las zonas reflexivas que cada una de ellas ilumina: la escritura de una novela, la curaduría/gestión de una exposición colectiva y la realización de una performance muestran aquí su productividad como experimentos críticos que reinventan las funciones y los soportes de lo etnográfico. El texto de Martínez invita a considerar cómo la difusión y comunicación de las investigaciones puede ser, en sí misma, una parte constitutiva de la etnografía, a la vez que llama a preguntarse cuál es el lugar de la creatividad de los etnógrafos en la producción del conocimiento antropológico. Sin embargo, cabe recordar que el giro etnográfico en las artes visuales que sintetizara Hal Foster (2001) ya nos alertaba, en los años noventa, de los numerosos peligros éticos y políticos que acompañan la apropiación de las preguntas e instrumentos de la antropología por parte del arte. La conjunción interdisciplinar entre etnografía y artes habilita, sin duda, un espacio de valiosas colaboraciones, pero resulta crucial que los procesos de experimentación se acompañen de la reflexividad crítica que nuestra disciplina ha intentado poner en el centro de su ejercicio.

En segundo lugar, observamos que el ejercicio de la práctica etnográfica en el escenario contemporáneo remueve y disloca los modos en que se configuraban los tiempos y espacios de la etnografía. La antropología clásica operó con base en el imaginario del “viaje” a la comunidad remota, por lo que recortaba de modo nítido el inicio y el término del campo, seguido de un período reflexivo y solitario destinado a la escritura: el famoso estar allí, estar aquí. En la actualidad, las transformaciones sociotécnicas que sostienen la producción de textos etnográficos -la migración a lo digital, entre ellas- implican una importante relativización de esos contornos. Constatamos que hoy se hace etnografía de un modo más fragmentado e interrumpido que antes y que el trabajo de campo conforma una experiencia más ubicua e interpenetrada por las diversas dimensiones de la vida de los/as investigadores/as.

La noción de postenografía que viene ensayando Rodrigo Parrini (en Restrepo y Parrini 2021) nos alienta a pensar en esta dirección, al poner el foco en los procesos reflexivos que intervienen en el intervalo entre el campo y la escritura. La condición diseminada de la etnografía, nos dice Parrini, presta atención a la multiplicación de referentes que alimentan esta práctica y permiten restituir a la etnografía una posibilidad generalmente negada: la de producir teoría. El levantamiento de datos no solo ocurre en los lugares físicos del campo ni la conceptualización tiene lugar exclusivamente frente a un escritorio. Los límites de los espacios y tiempos etnográficos reconfiguran, de este modo, también las jerarquías y los arreglos entre teoría y práctica, entre pensar y hacer.

Así, en tercer lugar, los bordes de la etnografía requieren también problematizar los procesos de construcción del conocimiento en tanto producciones intersubjetivas, colectivas y/o colaborativas. Un motor clave de la práctica etnográfica ha sido la tensión entre la perspectiva de el/la investigador/a y las voces de los interlocutores con los que entabla vínculos en el trabajo de campo: en algunas ocasiones esto ha sido planteado como formas de habitar el proceso etnográfico y los resultados de los acercamientos allí hechos (Pink et al. 2022; Quirós 2009); en otras, como nuevas acciones participativas explícitas hacia causas sociales, comunes o emergentes de la experiencia etnográfica (Carenzo 2011; Gesteira 2016). En el artículo de Montes-Maldonado y López-Gallego (2022) sobre la etnografía en instituciones cerradas, aparece una búsqueda de colaborar interdisciplinariamente para entender y trabajar problemas que atañen a las instituciones y a las personas que en y con ellas se desenvuelven. Aquí la etnografía se enfila como una herramienta no solo de comprensión sino de acercamiento a los otros actores que influencian, tienen agencia y/o están afectados por la situación que es el objeto etnográfico. Un lugar de encuentro y acción académica y política.

Asimismo, en las últimas décadas numerosas voces han puesto el foco en este campo de problemáticas y han vislumbrado las posibilidades de la etnografía para una colaboración decolonial (Briones 2013; Katzer y Sampron 2011; Williams e Irani 2010), por medio de reflexiones alrededor del involucramiento ético en dicha práctica (Salazar et al. 2017). Las emergencias políticas y sociales contemporáneas nos recuerdan agudamente las viejas fisuras de la autoridad etnográfica y hoy más que nunca los otros encuentran modos de materializar su agencia en los productos de investigación que buscan retratarle. Los bordes porosos de las etnografías actuales discuten las autorías individuales y ocluidas, toda vez que buscan implementar mecanismos que actualizan en clave política las buenas intenciones de la polifonía posmoderna.

La gestión de lo colectivo aparece, también, como otra forma de analizar y actuar en la colaboración en el artículo de Miranda (2022). El autor habla a partir de la afectación, desde el trabajo de Favret-Saada y desde su doble posición de investigador/gestor que arma, en definitiva, su posición en el campo y la construcción de los vínculos. Este artículo maqueta con un caso y un concepto -lo colectivo- una cuestión planteada por Julieta Quirós (2014) más que pertinente para pensar la labor etnográfica y su futuro: la etnografía y su atadura a lo discursivo, cognitivo e intelectual. Si la etnografía tiene un futuro en los asuntos que vendrán -como el cambio climático, la migración forzada, la automatización, etc.-, este es, sin duda, a través de dejar afectar su labor, sus productos y, sobre todo, la agenda disciplinar antropológica por otras dimensiones de vida que estudiamos, otros nudos conceptuales, otros mundos (ver Danowski y Viveiros de Castro 2019; Ingold 2008a) y otras disciplinas/colaboraciones.

Futuros de la etnografía

Habiendo detectado algunas pulsiones que animan hoy el ejercicio y la reflexión etnográfica, queremos cerrar este artículo introductorio al presente dosier con el esbozo de algunos debates que vienen cobrando fuerza en la disciplina y que, creemos, nos señalan caminos futuros que conviene no perder de vista.

En primer lugar, en los últimos años en las ciencias sociales, pero particularmente en la antropología, se ha instalado la necesidad de pensar campos de acción que no estén anclados en el presente continuo, sino que propicien a participar activamente en lo que potencialmente vendrá, en las posibilidades a ser materializadas (Escobar 2007; Pink y Salazar 2017). Esto ha cruzado no solo la práctica etnográfica, sino las áreas de investigación y las otras actividades que la circundan. En este ejercicio se ha hecho inminente revisar la forma en que los/as investigadores/as participamos en el mundo que investigamos y en el mundo socio-tecno-político en el que estamos inscritos. Julieta Quirós (2014) habla de una extensión de la producción del conocimiento etnográfico a otros momentos del quehacer antropológico que constituyen lo que es crucial e importa en el mundo compartido con nuestros interlocutores en el campo.

En segundo lugar, nos interesa poner la mirada en cómo lo digital y el escenario pandémico están transformando los sentidos acerca de qué significa estar allí. Lo digital aparece como un nudo central del quehacer etnográfico en los últimos años, que se encuentra inexorablemente ligado al ejercicio de repensar el nexo entre la antropología y la epistemología. La tecnología ha sido, desde los inicios de la disciplina, un objeto de estudio primordial como eje o en composición con otros aspectos de la vida de los humanos. Con las tecnologías digitales, su uso extendido y diverso, esta tradición atraviesa cambios sustanciales.

La virtualidad problematiza e interrumpe las prácticas esenciales de la antropología, que deriva en la transformación del trabajo de campo etnográfico y la percepción del ser y estar en el mundo. Aquí elegimos pensar que los bits y las formas de usar y habitar la tecnología digital son más que una dimensión distintiva o un campo de estudio o algo que sirve como puente para acceder al campo. Los algoritmos y las tecnologías emergentes están imbricadas profundamente en la vida contemporánea; aquí, contemporáneo no es un estado de la sociedad, sino que es un momento abierto y permeable del que muchos/as antropólogos/as, a partir de Paul Rabinow, toman como lugar donde conectar la antropología, sus problemas de investigación y su práctica etnográfica con los procesos sociales y políticos que los contienen aquí y ahora, allí y mañana. Para algunos, estos son formas culturales (Seaver 2017); para otros, son productos sociales (Gillespie 2014). En cualquiera de sus variantes, están entretejidos con otras cuestiones humanas, sociales y políticas.

Es así como la mirada a la tecnología emergente, que percibimos se hará más marcada en el camino futuro de la etnografía, está enraizada en la forma en que la antropología establece y delinea ‘el campo’ etnográfico: por medio de armar problemas de investigación que son empíricos, conceptuales y sociales al mismo tiempo (Briones 2013). Esta mirada hacia lo actual no es nueva; sin embargo, es un vector determinante para la orientación futura del quehacer etnográfico. También aquí los estudios de la ciencia y la tecnología han dejado marca: en particular, nos interesa resaltar cómo nociones ancladas en la materialidad -como dispositivo o infraestructura (Bowker et al. 2016)- se convierten en constructos aptos para pensar, conceptos vivos que se trasladan del marco teórico al trabajo de campo. De esta forma, abren una brecha donde los conceptos etnográficos y los teóricos fluyen, se intercalan, fusionan, retroalimentan y permean con otros marcos analíticos.

Epistemológicamente, la disciplina se vuelve a enfrentar a discusiones centrales, empolvadas, sobre qué significa estar allí y sobre cómo se construye el vínculo, concepto clave en la antropología. El estar presente con el otro en el encuentro etnográfico se reconfigura drásticamente después de la pandemia de SARS-CoV-2. Aquí, otro gran campo de debate que se perfila interdisciplinario: ¿es la tecnología un tipo de mediación en la etnografía o es parte de las constelaciones emergentes de las prácticas y procesos que observamos y protagonizamos? (Ardèvol y Lanzeni 2014; Dow 2012; Horst y Miller 2018; Pink 2016). Sin respuesta evidente, la antropología elabora nuevas técnicas (Lanzeni y Pink en prensa) y las reconceptualiza para dar cuenta de los cambios en la etnografía.

Lo digital no es ajeno a otras constelaciones emergentes para problematizar lo contemporáneo, que, como ya mencionamos, incluyen lo humano, lo no-humano y el planeta, así como otros planetas (Valentine, Olson y Battaglia 2009). La diversidad de formas de problematizar los sujetos de la etnografía en su sentido más descriptivo -es decir, quiénes son incluidos por el/la etnógrafo/a como entidades constitutivas de los fenómenos que estudiamos- es hoy uno de los ejes de reflexión ética e intelectual más que destacados. Pensamos que esto no solo es importante y será aún más en el porvenir, sino que demuestra una actitud viva hacia seguir construyendo la etnografía como una práctica de conocimiento actual. Otro giro ligado a este es la orientación al futuro que algunos/as antropólogos/as que trabajan en lo interdisciplinario proclaman (Bryant y Knight 2019; Salazar et al. 2017), lo que propicia una ética etnográfica que responda a los desafíos contemporáneos (Guber 2001; Guber y Rosato 1989).

Por último, nos gustaría reconocer que, si la característica fundamental de la etnografía ha sido la construcción de conocimiento con otros, hoy los modos en que hemos abordado ese desafío se han tornado obsoletos, tanto como ha cambiado la categoría de otredad. Antes utilizada primordialmente para distinguir seres humanos, hoy lo ‘otro’ incluye también a seres vivos sintientes, no-humanos, con quienes debemos aprender a co-construir conocimiento. Si no es la competencia sino la cooperación la principal fuerza de la vida, rectora tanto de la historia humana (Graeber y Wengrow 2021) como de los procesos biológicos (Margulis y Sagan 1995), cabe preguntarnos qué tipos de ensamblajes no jerárquicos podemos elaborar juntos (Haraway 2015).

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*Este artículo se escribió para Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología, a partir de las reflexiones del ejercicio docente e investigativo de los autores. En ese sentido, el estudio fue realizado con financiación propia.

Cómo citar este artículo: Greene, Ricardo, Carla Pinochet Cobos y Debora Lanzeni. 2022. “Futuros imaginados. Perspectivas descentradas en torno al oficio etnográfico”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 47: 3-21. https://doi.org/10.7440/antipoda47.2022.01

1 Traducción propia.

Recibido: 30 de Marzo de 2021; Aprobado: 02 de Abril de 2022

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