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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.51 Bogotá abr./jun. 2023  Epub 15-Mayo-2023

https://doi.org/10.7440/antipoda51.2023.09 

Tema libre

Los dos Posnanskys: liberalismo, indigenismo y nacionalismo en el pensamiento arqueológico boliviano (1904-1946)*

The Two Posnanskys: Liberalism, Indigenism, and Nationalism in Bolivian Archaeological Thought (1904-1946)

Os dois “Posnanskys”: liberalismo, indigenismo e nacionalismo no pensamento arqueológico boliviano (1904-1946)

Juan Villanueva Criales** 

**Doctor en Antropología de la Universidad de Tarapacá-Universidad Católica del Norte, Chile. Licenciado en Arqueología de la Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia. Investigador invitado en el Instituto de Arqueología y Antropología Cultural de la Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität Bonn, Alemania, con apoyo de una beca de investigador experimentado de la Alexander-von-Humboldt-Stiftung, Alemania. Entre sus últimas publicaciones están: “El racismo de la nación. El discurso degeneracionista en Bolivia (1880-1910)”, Revista Española de Antropología Americana 53, n.º 1 (2022): 53-69, https://doi.org/10.5209/reaa.83465; “Aguas con ojos. Pensando el agua a través de las imágenes animales de Tiwanaku”, La Tadeo DeArte 8, n.º 10 (2022), en línea, https://revistas.utadeo.edu.co/index.php/ltd/article/view/Aguas-con-ojos-Pensando-agua-traves-imagenes-animales-tiwanaku. https://orcid.org/0000-0001-5239-138X. juan.villanuevacriales@gmail.com


Resumen:

Las reflexiones sobre la colonialidad que permea las arqueologías latinoamericanas intensifican su rol en la legitimación de los proyectos nacionales en tensión con las poblaciones indígenas; estos planteamientos motivan la adopción de un enfoque antropológico centrado en los usos políticos del pasado, en reemplazo de uno puramente historiográfico, a la hora de estudiar la historia de las arqueologías latinoamericanas. La historia de la arqueología boliviana postula la Revolución nacional de 1952 como un punto de ruptura entre las narrativas liberal y nacionalista; este artículo apunta a problematizar ese postulado considerando los usos políticos del pasado. Para ello, analiza la obra arqueológica de Arthur Posnansky, que abarca cuatro décadas (1904-1946) de transformaciones en las ideologías y políticas del Estado boliviano hacia las poblaciones indígenas: el auge y el declive del estado liberal, la propuesta indigenista-telurista y un nacionalismo que da origen a la Revolución de 1952. Se realiza un recorrido diacrónico detallado por la obra arqueológica de Posnansky, concentrándose en sus narrativas sobre el origen de las poblaciones prehispánicas, su caracterización y valoración, los mecanismos de ruptura entre el presente y el pasado, y sus relaciones con las poblaciones indígenas contemporáneas; este recorrido se complementa considerando contextos políticos e influencias intelectuales. Como resultado, se postula que Posnansky desarrolló dos narrativas: una adaptada el momento liberal y otra al indigenismo; asimismo, que su segunda narrativa es análoga a aquella producida después de 1952. Esta nueva perspectiva permite reflexionar sobre la relación entre las narrativas arqueológicas y la política, el papel del racismo científico en la Bolivia contemporánea, y la importancia de un énfasis comparativo y transfronterizo para construir una historia crítica de las arqueologías latinoamericanas.

Palabras clave: arqueología boliviana; historia de la arqueología; indigenismo; liberalismo; nacionalismo; Tiwanaku

Abstract:

Reflections on the coloniality that permeates Latin American archaeologies enhance their role in the legitimization of national projects in tension with indigenous populations. These approaches prompt the adoption of an anthropological approach centered on the political uses of the past when studying the history of Latin American archaeologies. This, instead of a purely historiographical use. The history of Bolivian archaeology suggests that the National Revolution of 1952 was a point of rupture between the liberal and nationalist narratives. The purpose of this article is to discuss this postulate by considering the political uses of the past. To do so, we analyze the archaeological work of Arthur Posnansky, which covers four decades (1904-1946) of transformations in the ideologies and policies of the Bolivian State towards indigenous populations: the rise and decline of the liberal state, the indigenist-telurist proposal, and a nationalism that gave rise to the Revolution of 1952. We embark on a detailed diachronic journey through Posnansky’s archaeological work, concentrating on his narratives on the origin of pre-Hispanic populations, their characterization and valuation, the mechanisms of rupture between the present and the past, and their relations with contemporary indigenous populations. This journey is further complemented by considering political contexts and intellectual influences. We posit that Posnansky developed two narratives: one adapted to the liberal moment and the other to indigenism, and that his second narrative is analogous to the one produced after 1952. This new perspective raises questions about the relationship between archaeological narratives and politics, the role of scientific racism in contemporary Bolivia, and the importance of a comparative and cross-border emphasis in constructing a critical history of Latin American archaeologies.

Keywords: Bolivian archaeology; indigenism; history of archaeology; liberalism; nationalism; Tiwanaku

Resumo:

As reflexões sobre a colonialidade que permeia as arqueologias latino-americanas intensificam seu papel na legitimação dos projetos nacionais em tensão com as populações indígenas. Isso motiva a adoção de uma abordagem antropológica centralizada nos usos políticos do passado, em substituição de uma puramente historiográfica, no momento de estudar a história das arqueologias latino-americanas. A história da arqueologia boliviana postula a Revolução nacional de 1952 como um ponto de quebra entre as narrativas liberal e nacionalista. Este artigo aponta a problematizar esse postulado a partir da consideração dos usos políticos do passado. Para isso, é analisada a obra arqueológica de Arthur Posnansky, que abrange quatro décadas (1904-1946) de transformações nas ideologias e políticas do Estado boliviano quanto às populações indígenas: o auge e o declínio do Estado liberal, a proposta indigenista-telurista e um nacionalismo que dá origem à Revolução de 1952. É realizado um percorrido diacrônico detalhado pela obra arqueológica de Posnansky, concentrando-se em suas narrativas sobre a origem das populações pré-hispânicas, sua caracterização e valorização, os mecanismos de quebra entre o presente e o passado, e suas relações com os povos indígenas contemporâneos. Esse percorrido se complementa considerando contextos políticos e influências intelectuais. Como resultado, argumenta-se que Posnansky desenvolveu duas narrativas: uma adaptada ao momento liberal e outra ao indigenismo; além disso, que sua segunda narrativa é análoga àquela produzida depois de 1952. Essa nova perspectiva permite refletir sobre a relação entre as narrativas arqueológicas e a política, o papel do racismo científico na Bolívia contemporânea e a importância de uma abordagem comparativa e transfronteiriça para construir uma história crítica das arqueologias latino-americanas.

Palavras-chave: arqueologia boliviana; indigenismo; história da arqueologia; liberalismo; nacionalismo; Tiwanaku

Este artículo aborda una parte importante de la historia de la arqueología boliviana en relación con ciertas transformaciones político-ideológicas del país, específicamente el tránsito del liberalismo al indigenismo y al nacionalismo durante la primera mitad del siglo XX. Parte de una convicción asentada en la Arqueología del saber de Foucault ([1970] 1979): la historia de las ideas no es lineal ni acumulativa, sino que responde a campos de condiciones que permiten la enunciación de los discursos. Hablando de arqueología, ya no desde la metáfora foucaultiana sino en tanto disciplina, Alternative Archaeologies: Nationalist, Colonialist, Imperialist (1984) de Bruce Trigger es la referencia obligada para entender las interpretaciones arqueológicas como productos de contextos históricos y sociopolíticos.

Sin embargo, la clasificación de Trigger confronta problemas en su aplicación a las arqueologías de Latinoamérica, siendo el principal la difusa distinción entre los objetivos que Trigger asigna a las arqueologías nacionalistas, eso es, alentar el orgullo de grupos étnicos con aspiraciones nacionales; y aquellos que asigna a las arqueologías colonialistas -como se entenderían las arqueologías liberales, aliadas del proyecto modernista-, es decir, poner énfasis en la primitividad de los ancestros de pueblos colonizados para justificar la colonización. Debido al fenómeno de colonialismo interno (González 2006) estos objetivos parecen no excluirse, sino complementarse: los intelectuales de los Estados-nación latinoamericanos se apropiaron de los “logros” de las formaciones prehispánicas como patrimonio nacional y recalcaron, simultáneamente, la primitividad de los indígenas contemporáneos, justificando su modernización; el mecanismo para lograr este doble objetivo consistió en establecer rupturas entre el pasado y el presente indígenas (Jofré y Gnecco 2022). Estas complejidades sustentan la necesidad de que el estudio de las arqueologías latinoamericanas reemplace una perspectiva puramente historiográfica -una historia de las ideas- por otra enfocada en preguntas antropológicas sobre los usos políticos del pasado (Kaltmeier y Rufer 2017), con el fin de pensar las relaciones entre ciencia, Estado y mundos indígenas desde casos de estudio puntuales.

En ese sentido, el estudio de la arqueología de Bolivia, un país con manifestaciones prehispánicas largamente investigadas y poblaciones indígenas mayoritarias en desbalanceadas relaciones con el Estado, puede ofrecer importantes reflexiones. Una característica de la historia boliviana es el triunfo de la Revolución nacional en 1952, cuya emergencia estuvo ligada al auge del indigenismo latinoamericano entre las décadas de 1920 y 1940, cuando, además, la guerra del Chaco (1932-1936) impulsó la desestructuración del Estado oligárquico liberal. La coincidencia de nacionalismo e indigenismo no es sorprendente: como indica Favre ([1996] 1998), el indigenismo fue una ideología oficial estatal que promovió una cultura nacional inspirada en la herencia indígena. La particularidad del caso boliviano, en términos de usos del pasado, es la nitidez con la que el discurso nacionalista revolucionario proclamó una ruptura respecto de sus antecedentes (Ponce 1963). Esta delimitación llevó a percibir la historia de la arqueología boliviana como una sucesión de dos narrativas radicalmente diferentes: la de Arthur Posnansky antes de la revolución y la de Carlos Ponce Sanginés después (Albarracín 2007).

No obstante, los difusos límites mencionados entre liberalismo, indigenismo y nacionalismo y las complejidades de la historia boliviana permiten problematizar estas agudas rupturas entre ambas narrativas; con ese objetivo, este texto se concentra en Arthur Posnansky. Como se verá, los acercamientos a este autor, aunque abundantes, no han explotado una importante característica: su obra abarca cuatro décadas entre 1904 y 1946, en las que transita las transformaciones ya mencionadas. Esto hace de Posnansky un autor clave para comprender las relaciones entre narrativas arqueológicas e ideologías estatales en el caso boliviano. Para recorrer la obra de este autor en relación con dichos contextos cambiantes, este artículo presenta una incursión detallada, diacrónica y comparativa sobre su producción bibliográfica. Dada la amplitud de su obra, el análisis deja de lado los pormenores técnicos de esta y se concentra en ciertos aspectos narrativos: el carácter autóctono o implantado (alóctono) de las poblaciones y manifestaciones prehispánicas; la construcción de secuencias cronológicas y la asignación de sus etapas a poblaciones pretéritas y la valoración que Posnansky les asigna; y los mecanismos narrativos de ruptura o continuidad planteados entre dichas poblaciones y los indígenas contemporáneos. El trabajo delinea también influencias diversas sobre Posnansky; algunas son netamente intelectuales y otras hacen alusión al contexto sociopolítico global, local, e incluso, a circunstancias biográficas del autor.

El artículo comienza sintetizando los antecedentes de estudio sobre Posnansky; en seguida define, brevemente, el contexto intelectual a inicios de su carrera; más adelante, analiza su obra separada en tres etapas sucesivas: la etapa liberal, el hiato de los años veinte y la etapa indigenista. Finalmente, plantea algunas comparaciones con la arqueología nacionalista revolucionaria y algunas reflexiones finales acerca de la relación entre arqueología, Estado-nación y mundo indígena en el caso boliviano, añadiendo algunas aperturas para comparaciones con otros casos latinoamericanos.

Lugares comunes sobre Posnansky

Posnansky, el autor más biografiado de la arqueología boliviana, tuvo formación militar más que académica; toleraba poco la competencia y defendía sus posturas como verdades absolutas, de modo agresivo y recalcitrante. Estos rasgos de su personalidad fueron resaltados, tras su muerte, por autores como Wendell Bennett, quien apunta en su reseña a Tiwanaku, the Cradle of American Man, de 1946, que el libro era básicamente una reimpresión de Eine Praehistorische Metropole in Südamerika, de 1914, implicando que en 32 años de carrera las ideas de Posnansky no habían evolucionado. Bennett indica:

Sus citas bibliográficas muestran poca atención hacia publicaciones que no fueran las suyas […] Vivió una vida de aislamiento intelectual. No desarrolló a estudiantes que continuaran su trabajo, ni disfrutó la competencia de otros científicos en su región favorita. (1948, 337)

Dick Ibarra Grasso, quien supo mantener agrias discusiones con Posnansky en 1941 (Ponce 1994), realizó en la Primera Mesa Redonda de Arqueología Boliviana de 1953 una evaluación de la antigüedad de Tiwanaku que fustigaba la cronología arqueoastronómica de Posnansky, al apuntar que:

Resulta inútil seguir tratando los trabajos posteriores de Posnansky y reproducir sus cifras, lo mismo que sus demostraciones. En cada uno de ellos utiliza nuevos métodos y los resultados son también siempre los mismos. Esto es inadmisible, y la única explicación es ya la dicha: La antigüedad de estas ruinas ya estaba “fijada” en la mente del autor y los resultados sostenidos tenían que ser tales. Todo lo que difería era eliminado inmediatamente. (Ibarra 1957, 424)

Este “quietismo” intelectual atribuido a Posnansky influyó sobre quienes, desde 1990, plantearon estudios más completos. Para Daniel Schávelzon, la narrativa de Posnansky terminó en 1914 y, desde entonces, el autor se dedicó a defenderla de sus detractores:

Escribió cientos de libros y artículos, los que llevó por el mundo entero, discutió en congresos internacionales, creó y organizó instituciones culturales para difundir lo que vino a llamarse “su credo”. Era dogmático y absoluto: se estaba con él o contra él, no había otras opciones. […] Posnansky fue impermeable a todo. Nunca citó a nadie que no fuese a él mismo. Como no fuera en apoyo de sus propias ideas. Sus hipótesis eran establecidas desde el inicio como verdades definitivas: nunca dudó, nunca volvió para atrás, nunca rectificó nada. Hizo algunas correcciones pero siempre de forma, nunca de fondo. Sus descubrimientos no podían ser mancillados por otros, él había descubierto la verdad y era propia. (1993, 2-3)

Ponce, también biógrafo intelectual de Posnansky, señala que

desde un principio se aferró a una serie de especulaciones carentes de armazón probatorio y de las que no pudo o no quiso desprenderse reconociendo su invalidez, obstinándose a ultranza en defenderlas. Esa, su rigidez dogmática, empero, no mengua su labor personal meritoria propia de los pioneros. (1994, 147)

Autores más recientes prefieren resaltar otros aspectos de la polifacética influencia de Posnansky, aparte de sus ya superadas ideas arqueológicas (Marsh 2019). Quizá quien mejor aborda las ideas políticas de Posnansky sea Pablo Quisbert (2004) , al resaltar sus vínculos con la discusión del “problema del indio”, el racismo y el indigenismo prerrevolucionario. Sin embargo, Quisbert se concentra en el Posnansky más conocido de los años treinta y cuarenta; la “épica posnanskiana” según Albarracín (2007, 63) tiene lugar en ese periodo, al igual que otras actuaciones puntuales de Posnansky (Browman 2007; Gildner 2013; Loza 2008; Stefanoni 2012). Los estudios sobre su producción cinematográfica (Sánchez 2020) o su influencia sobre las vanguardias artísticas indigenistas (Paz 2019) se retrotraen a 1925. Todos estos trabajos emparentan a Posnansky con el surgimiento del indigenismo y de un protonacionalismo, a medida que se agudiza, desde 1926, la crisis del Estado liberal (Klein [1981] 1982).

Sin embargo, existen incoherencias entre caracterizar a Posnansky como un autor indigenista y asegurar que no mudó de ideas a lo largo de su carrera. Ponce (1963), esbozando una secuencia histórica de la arqueología boliviana, engloba la primera mitad del siglo XX como un tiempo de “pioneros” y “excavadores en pequeña escala”, en el que Posnansky comparte escenario con autores de los treinta y cuarenta -Bennett, Casanova, Rydén o Kidder II-, pero también de los 1890 a 1920 -Stübel y Uhle, Bandelier, Créqui Montfort, Buchtien o Nordenskiöld-. Ponce fue crítico con Posnansky por su carácter especulativo y poco científico (1957), pero también por razones políticas: basándose en la dicotomía nacionalismo/oligarquía que propugnaba el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), se reivindicaba como un arqueólogo “nacional”, caracterizando toda arqueología anterior -Posnansky incluido- como oligárquica, liberal y “neocolonial” (Ponce [1978] 1985, 118).

Por su parte, Browman (2007) sitúa la emergencia del indigenismo y nacionalismo en 1900-1930, pero entre 1900 y 1920, el liberalismo era la ideología predominante del Estado boliviano; Posnansky construyó su narrativa en ese periodo, afiliado a la institución emblemática del pensamiento liberal paceño: la Sociedad Geográfica de La Paz (SGLP). Si la narrativa de Posnansky estuvo completa en 1914, eso significa que es un producto íntegramente liberal. Entonces, ¿Posnansky era un liberal o un indigenista? El siguiente análisis cronológico sobre su obra, contexto e influencias pretende proponer una respuesta.

El pensamiento arqueológico boliviano antes de Posnansky

Comprender el pensamiento arqueológico boliviano del siglo XX requiere retrotraerse a la década de 1840, cuando dos naturalistas franceses dieron forma al primer debate sobre el origen de Tiwanaku: para D’Orbigny (1839), Tiwanaku fue un desarrollo autóctono, construido por ancestros de los indígenas aymaras; en cambio, para Castelnau ([1851] 1939) tuvo que ser creación de una raza desaparecida de origen alóctono. El primer boliviano en considerar el tema fue José María Dalence en Bosquejo estadístico de Bolivia, donde se alinea con el autoctonismo, resaltando las capacidades de la “raza aymara” (1851, 219-221): cabe recordar que hasta antes de 1860, el tributo indígena era aún el principal sostén económico de un precario Estado boliviano (Klein [1981] 1982).

Sin embargo, conforme se acumularon capitales suficientes para reactivar las minas de plata a mediados de la década de 1850, los gobiernos viraron hacia el liberalismo, al favorecer el avance de las haciendas agrícolas sobre las tierras comunitarias. Este carácter agresivo del Estado hacia un mundo indígena entendido como refractario al progreso, con seres iletrados incapaces de ejercer ciudadanía, fue una constante durante cien años, abarcando el caudillismo de los años 1830 a 1880 y, tras la guerra del Pacífico, las etapas conservadora y liberal del Estado oligárquico. Eran también tiempos de auge del colonialismo y del darwinismo social, cuando los intelectuales percibían razas más y menos aptas en la carrera hacia el progreso. En concordancia, los viajeros y diplomáticos europeos tendieron al aloctonismo, considerando que el espacio altiplánico no permitía el desarrollo de una civilización como Tiwanaku, y que sus orígenes debían buscarse en Mesoamérica, Egipto, Europa (Angrand 1866; Ber 1882; Chalon [1882] 1910), o, quizá, en la civilización incaica (Markham [1871] 1902).

La intelectualidad boliviana produjo dos narrativas. La primera, un hiperautoctonismo consistente en encumbrar al idioma aymara y a Tiwanaku como puntos de origen de toda humanidad y civilización, resaltando su antigüedad e influencia -filológica y arquitectónica- sobre todas las culturas del globo (Ballivián 1872; Villamil [1888] 1939). La tesis, contraria al aloctonismo, emergía del chauvinismo de las generaciones que vivieron la guerra de la independencia. Dado que entregaba al mundo entero la posibilidad de reconocerse descendiente de Tiwanaku, otorgaba propiedad sobre este brillante patrimonio pretérito a unas élites bolivianas europeizadas, sin necesidad de asignarlo a los pueblos indígenas. Esta idea fue útil como referencia de orgullo nacional durante y después de las guerras limítrofes contra el Perú (1828-1841) y Chile (1876-1880), y mantuvo su influencia durante décadas (Acosta [1888] 1939; Escobari 1881).

La segunda narrativa, apoyada en el darwinismo social, fue el degeneracionismo, adelantado por el argentino Bartolomé Mitre. Su tesis planteaba que Tiwanaku había sido construida por ancestros indígenas, pero que desde entonces estos habían sufrido una continua degeneración hacia la contemporaneidad, y desaparecerían ante la raza caucásica superior ([1879] 1954). Mitre maduró la idea entre 1850 y 1870 en Buenos Aires e influyó en los cruceños Nicómedes Antelo ([1860] 2017) y Gabriel René Moreno ([1885] 1960). Sin embargo, la idea no fue exclusiva de las élites orientales; los paceños Rosendo Gutiérrez (1879) y Pedro Kramer (1899) sostuvieron ideas similares. Esta tesis implicaba, no solamente ignorar a las poblaciones indígenas -como en el caso anterior- sino combatirlas legitimando el expolio, la inmigración organizada e incluso el genocidio.

Desde fines del siglo XIX, misiones científicas extranjeras como las de Stübel y Uhle (1892), Bandelier (1911) o Nordenskiöld ([1906] 1953) comenzaron a insertar a Tiwanaku, las islas del Titicaca y algunas regiones vallunas en secuencias cronológicas sudamericanas; dado que otorgaban a Tiwanaku antigüedades ínfimas en comparación con la tesis hiperautoctonista y ubicaban sus orígenes en territorios de países vecinos, no resonaron con los intereses de la Bolivia de la posguerra. Conforme Europa ingresaba en la Gran Guerra, su interés por la exploración decreció y las narrativas arqueológicas quedaron en manos de pensadores locales, organizados principalmente en la Sociedad de Geografía e Historia Sucre (SGHS) y la SGLP (figura 1). El inicio de siglo estuvo marcado por la Guerra Federal (1896-1900) entre las élites conservadora sucrense y liberal paceña: la SGHS revalorizó los siglos coloniales como fuente de legitimidad de la antigua capital de Charcas (Bridikhina 2019), mientras la SGLP se interesó por el pasado prehispánico del cercano Tiwanaku. Otra consecuencia de la guerra fue el recrudecimiento de las relaciones entre élites urbanas y comunidades indígenas, debido a la alianza y posterior conflicto entre las fuerzas aymaras y el bando liberal. Como resultado, las élites paceñas produjeron tesis racistas, de inspiración positivista, que justificaban políticas de despojo y extractivismo.

Fuente: fotografía del autor, La Paz, Bolivia, 2021.

Figura 1. El antiguo Palacio de Instrucción, donde funcionó la SGLP desde 1897 

El degeneracionismo hizo eco en la intelectualidad paceña; por ejemplo, para Bautista Saavedra, el ayllu, una institución social típicamente andina, había permitido que Tiwanaku desarrollara una “unidad nacional” (1903, 56); no obstante, la aymara contemporánea era una raza moralmente degradada e inferior (Saavedra [1901] 1903). Quizá el degeneracionista más notable sea Alcides Arguedas (1909), para quien el medio agreste del altiplano impedía que su raza autóctona desarrollara sentimientos estéticos y creativos, siendo incluso Tiwanaku rudimentario, tosco y rígido. Según él, la raza indígena era salvaje, huraña y supersticiosa, y su desaparición probable, aunque no irremediable: Arguedas postuló que la raza indígena podía ser educada dentro de sus límites, para ciertas tareas físicas; eso y la inmigración europea constituían sus soluciones al atraso nacional.

Paralelamente, Belisario Díaz Romero, otro miembro de la SGLP, desarrolló una narrativa aloctonista local. En Tiahuanacu. Estudio de prehistoria americana (1906) planteó una tesis poligenista en la que América, y su monumento más antiguo, Tiwanaku, reflejaban la actuación de sucesivas inmigraciones. Así, Tiwanaku habría sido construido por dos razas blancas: primero la atlante, del mismo origen que las culturas europeas; y luego la aria, llegada desde el Pacífico. Después, Tiwanaku habría sido destruida y sus constructores aniquilados por una invasión de hordas aymaras de raza amarilla, que habrían adoptado el idioma de los vencidos. La idea de Díaz Romero implicaba no solo negar a los indígenas contemporáneos la autoría de elementos altamente valorados como la lengua aymara y los monumentos de Tiwanaku, asignándolos a poblaciones de raza blanca -como se autopercibían las élites paceñas-, sino culparlos por su destrucción. La tesis fue emitida por un autor marcadamente racista, que llegó a comparar a los indígenas con animales imposibles de civilizar (Díaz 1909).

Posnansky: el liberal (1904-1921)

En 1904, Posnansky era un ingeniero naval austrohúngaro de treinta años. Había hecho fortuna comerciando caucho por el Amazonas y servido a Bolivia en la guerra del Acre (Posnansky 1932). Su fascinación arqueológica antecedía a su llegada al país; Die Osterinsel und ihre praestorischen Monumente, en el que comparó Tiwanaku con la isla de Pascua, data de 1895 (Schávelzon 1993). Terminada la guerra, se estableció en La Paz y se afilió a la SGLP (Costa 2005). Junto a Manuel Vicente Ballivián, presidente vitalicio de aquella sociedad, organizaron la visita de sabios americanistas a La Paz y Tiwanaku en 1910; diseñaron la remodelación del Museo Nacional en 1911 y excavaron en Tiwanaku junto con Otto Buchtien (Díaz 1920), proyectos posibles gracias al apoyo que le brindaban los gobiernos liberales a Ballivián. Es probable que Posnansky haya estado involucrado en el diseño del primer edificio neotiwanakota, el pabellón boliviano en la Exposición Universal de Gante en 1913 (Barrett 1913); lo cierto es que en 1914 diseñó e inició la construcción de otro ejemplo temprano: su “Palacio Tihuanacu” (figura 2), alquilado al Gobierno en 1919 para alojar a la SGLP y al Museo Nacional, bajo su dirección.

Fuente: fotografía del autor, La Paz, Bolivia, 2021.

Figura 2. El “Palacio Tihuanacu”, actual Museo Nacional de Arqueología 

Posnansky comenzó a escribir sobre Tiwanaku en 1904, preguntándose: “¿Qué raza fue a la que pertenecían esos trabajadores de la edad paleolítica? ¿Fue el Behring el que dio paso a los americanos al Asia, o fue Asia la pobladora de América?” (1904, 38). Su primer intento de respuesta data de 1908, en Razas y monumentos prehistóricos del altiplano andino, presentada al IV Congreso Científico Americano de Santiago. Las memorias del congreso se publicaron en 1911, pero el tarijeño Tomás O’Connor, miembro de la SGLP, accedió a un texto previo que citó extensamente en 1910. La síntesis de O’Connor muestra que los autores influyentes entonces eran Villamil, con su hiperautoctonismo; Díaz Romero, con su aloctonismo; y un incipiente Posnansky.

Tres planteamientos que acompañarán para siempre a Posnansky fueron expuestos entonces. Primero, su cronología de cinco periodos: una primera y segunda época de Tiwanaku en coexistencia con el aymara cuaternario; la tercera, de “piedra polígona”; la cuarta de edificios de adobe; y la quinta de los incas. Segundo, que en la época más brillante de Tiwanaku el clima era más cálido. Tercero, que esa época terminó por un cataclismo súbito (O’Connor 1910). Pero, además, Posnansky anotó:

No es muy aventurado aceptar la hipótesis de que el Continente que hoy está bajo las aguas del Océano Atlántico fue la cuna de este pueblo misterioso, que, por tan poco tiempo y dejando tan soberbias huellas visitó el altiplano andino, cubierto entonces de fértiles comarcas y benigno clima. (Posnansky, enO’Connor 1910, 743)

A esta raza de origen atlante, que Posnansky denomina “tiahuanaca”, habría sucedido otra:

El estilo de la raza polígona, como se nota en especial por sus puertas anchas en la base y disminuyendo hacia arriba, es incuestionablemente estilo egipcio […] fuera de las razones del tiempo que se interpone entre las razas tiahuanaca y polígona, está demostrado por sus obras, que no tienen ellas ningún parentesco. (Posnansky, enO’Connor 1910, 716)

Finalmente, en otro pasaje notaba que para el cuarto periodo despareció el arte de labrar la piedra, reflexionando:

Curioso, raro y no fácil de explicar es este fenómeno de regresión en que los pueblos primitivos de elevada cultura, en lugar de evolucionar hacia el mayor progreso, no sólo olvidan completamente su civilización con el trascurso del tiempo, sino que llegan al extremo de degenerar sucesiva y notablemente, hasta convertirse en el miserable indio, cuasi troglodita que habita hoy el altiplano andino. (Posnansky, enO’Connor 1910, 717)

Este primer Posnansky recibió las influencias del medio liberal. Su narrativa fue aloctonista como la de Díaz Romero, asignando las etapas civilizatorias a inmigraciones atlantes, egipcias y asiáticas. A la vez, concordaba con el degeneracionismo, al percibir una decadencia desde el admirable pasado hacia un presente despreciable. La particularidad de Posnansky fue el “final cataclísmico” de Tiwanaku en oposición a la invasión aymara de Díaz Romero; quienes discutieron a ambos autores tendieron a un punto medio y le asignaron un final catastrófico al primer Tiwanaku, y una invasión para explicar el final del segundo (O’Connor 1910; Paredes 1916).

En años siguientes, Posnansky complementó esta narrativa mediante dos opúsculos (Posnansky 1911b, 1911a) ; la Guía general ilustrada para la investigación de los monumentos prehistóricos de Tihuanacu e Islas del Sol y la Luna (1912); El signo escalonado en las ideografías americanas con especial referencia a Tihuanacu (1913a); y, durante una estadía en Berlín, Die Altertümer von Tihuanacu (1913b) y, sobre todo, Eine Praehistorische Metropole in Südamerika (1914), su obra más elaborada hasta ese momento. Algunos elementos más se desarrollaron en publicaciones menores (Posnansky 1918b, 1918a), cerrando el ciclo con Templos y viviendas prehistóricas (1921).

Posnansky (1912) procuró definir la antigüedad de Tiwanaku incluyendo el hallazgo de cráneos dolicocéfalos fósiles como prueba de su enorme data. Su interés por comparar poblaciones antiguas y contemporáneas mediante el análisis craneométrico se hace visible y sugiere una fuerte influencia de Díaz Romero, más allá de que declaraba haber estudiado con los antropólogos alemanes Hans Virchow y Felix von Luschan (Posnansky 1943). Así, sugirió que las primeras razas del continente serían ancestros de los indígenas Uru-Chipayas, que para el siglo XX estaban reducidos a pequeñas comunidades de pescadores. Estos grupos autóctonos iniciales habrían sido los primeros en establecerse en Tiwanaku, entonces la isla mayor del Titicaca, al construir estructuras subterráneas, “la transición arquitectónica del hombre de las cavernas al hombre culto” (Posnansky 1921, 6-7).

Al final glaciar de esta época sucedieron dos migraciones que Posnansky caracterizó como “emigrados posiblemente de un continente hoy cubierto por las aguas del Pacífico” (1921, 24-25), alejándose de la tesis atlante. Estas migraciones eran demográficamente pequeñas, pero de razas inteligentes y desarrolladas que lograron dominar al grupo autóctono. La primera inmigración trajo el idioma aymara, el culto a Pachamama y el estilo arquitectónico más depurado, fechado en 10 000 a. p. La datación arqueoastronómica, basada en medir la orientación de la estructura de Kalasasaya en relación con los cambios en la inclinación de la elíptica, permanece desde entonces como uno de los aspectos técnicos más controvertidos de Posnansky, repetidos, por ejemplo, en publicaciones alemanas (Posnansky 1924). La segunda inmigración traería el estilo de piedra engastada o polígona, el quechua y el culto a Huirajocha (Posnansky 1912).

Otro elemento novedoso es el geológico/climático. Posnansky sugirió que en las dos primeras épocas Tiwanaku estaba más bajo porque la cordillera andina no se había levantado aún, y el clima era cálido y húmedo, con el lago Titicaca alcanzando las orillas de la urbe (1911a), pero una súbita inundación aniquiló a la mayoría de los intelectuales de Tihuanacu (1911b) y los sobrevivientes, desprovistos de su élite dirigente, no pudieron reedificar la ciudad, así que se extinguió su civilización. Asimismo, la segunda migración floreció brevemente, pero estaba condenada por el levantamiento de la cordillera; el altiplano siguió ascendiendo hasta su elevación actual, lo que coincidió con el supuesto retraso de las razas que lo habitaban (Posnansky 1914).

Alguna población siguió viviendo en un lago cada vez más seco y construyendo las chullpas o torres funerarias, que Posnansky conceptuaba como casas; entonces, “las razas que hablan aymara y habitan la meseta andina en la parte que pertenece hoy a Bolivia tienen en sus venas, restos de la excelente raza de Tihuanacu” (Posnansky 1912, 35-36). Pero otros migraron a zonas más templadas; algunos, llegando al Amazonas, cayeron en estado de barbarie (Posnansky 1912); otros desarrollaron, en el periodo denominado “de adobes y pricas”, Chan-chan y otros monumentos de la costa peruana, difundiendo el motivo decorativo del signo escalonado hasta Colombia por el norte y Tucumán por el sur (Posnansky 1911b).

Así, Posnansky insertó la idea expansionista: Tiwanaku era “quizás la cuna de la civilización prehistórica americana” (1911a, 29); sin embargo, esa cuna debía sus logros civilizatorios a sucesivas migraciones externas: Posnansky formó una narrativa híbrida que incorporó cuatro rasgos distintivos: un elemento autóctono como base de posteriores inmigraciones civilizatorias; el catastrofismo; hipótesis climáticas para explicar la degeneración; y la expansión civilizatoria desde Tiwanaku hacia otras regiones sudamericanas.

Hiato y nuevas influencias (1922-1937)

La posición de Posnansky se debilitó en 1921, al morir Ballivián; diversas controversias públicas terminaron alejándolo de la SGLP, pero se mantuvo como director del museo hasta 1925 gracias al apoyo del Gobierno republicano, un desgajamiento del Partido Liberal que tomó el poder en 1920, encabezado por sus amigos Bautista y Abdón Saavedra. Esta función pública y proyectos como su película La gloria de la raza, un contrato para producir estampillas conmemorativas para el centenario de la república (Posnansky 1932) y otros, detuvieron significativamente su producción intelectual.

En la década de 1920 empezó a menguar la bonanza de las décadas liberales: tras la guerra mundial, la baja del precio del estaño propició una merma en la economía estatal. Esto no repercutió inmediatamente en cambios políticos, y el “saavedrismo” fue similar al liberalismo. Pero en términos de pensamiento arqueológico, los veinte fueron heterogéneos: el aloctonismo de Díaz Romero (1920) se mantenía como una narrativa sintomática del ideario liberal, pero desde la propia SGLP, José María Camacho (1920) se alineó con una arqueología más racional que incorporaba al medio boliviano las secuencias culturales prehispánicas andinas del arqueólogo alemán Max Uhle. Camacho fue crítico de las invenciones y prejuicios de la arqueología boliviana y especialmente del concepto de raza.

En todo caso, los tiempos privilegiaban otras tendencias: la pérdida de la fe en la ciencia y el progreso “a la europea” impulsaba nuevas formas de entender los pasados nacionales, mediante un irracionalismo romántico de corte telurista que postulaba lazos profundos entre raza y territorio nacional. El precursor del telurismo en Bolivia fue Franz Tamayo con Creación de la pedagogía nacional ([1910] 1994), en el que glorificó la potencia indígena reflejada en Tiwanaku, que excede a la inteligencia europea. La idea telurista resurgió desde la SGHS con El factor geográfico en la nacionalidad boliviana de Jaime Mendoza (1925), para quien las condiciones geográficas habían permitido el surgimiento de la cultura de Tiwanaku y la raza indígena como base de la nación boliviana. Otro hito fue la conferencia del filósofo argentino Ernesto Quesada (1929), difusor de las ideas del principal representante del telurismo alemán, Oswald Spengler, y que compartía con Posnansky una mutua admiración.

En 1930 Posnansky conformó la Sociedad Arqueológica de Bolivia (SAB), como respuesta a su expulsión de la SGLP. Browman (2007) presenta un recuento de la SAB, formada por arquitectos de corte indigenista y políticos influyentes que orbitaban en torno a un Posnansky dotado de tintes místicos. Argumentando la necesidad de asesoría técnica para sus mediciones arqueoastronómicas, Posnansky logró el arribo de Arnold Kohlschutter y Rolf Müller, del observatorio de Potsdam, y el arqueólogo Edmund Kiss comisionado por el Gobierno alemán. La obra de Kiss, de afiliación nacionalsocialista, fue publicada en Das Sonnentor von Tihuanaku und Hörbigers Welteislhere (1937), insertando a Tiwanaku en la metanarrativa nazi al otorgarle un origen nórdico. Posnansky no compartió la tesis de Kiss y se declaró contrario a las políticas de Hitler (1943), pero es fácil advertir ciertas influencias sobre su narrativa posterior.

En 1931, la Semana Indianista Boliviana organizada por Alberto de Villegas, integrante de la SAB, mostró a sectores de la élite urbana apropiándose de rasgos superficiales de las culturas indígenas como el diseño, la vestimenta, el idioma o la arqueología (Aliaga 2019; Stefanoni 2012). Para 1932, los efectos de la Gran Depresión arrastraban al país dirigido por Daniel Salamanca a la guerra del Chaco; el inicio de la guerra coincidió con las excavaciones de Wendell Bennett en Tiwanaku, cuyo resultado más notable fue el hallazgo del “monolito Bennett” al interior del Templete semisubterráneo. La SAB apoyó un proyecto gubernamental de traslado del Bennett a La Paz, que pretendía reforzar sentimientos de orgullo nacional ante la guerra; en tanto, la SGLP y otras instituciones liberales paceñas se oponían (Loza 2008). La participación de Posnansky en estos eventos muestra que se había distanciado del liberalismo, y dialogaba con las ideas teluristas de Spengler o la pedagogía indigenista de María Frontaura Argandoña (1932), aunque siempre representando el costado erudito y “científico” del movimiento. Simultáneamente, una arquitectura y un arte inspirados por lo tiwanakota florecía en la obra de Emilio Villanueva y Cecilio Guzmán de Rojas.

Posnansky: el indigenista (1937-1946)

La nueva narrativa de Posnansky arrancó tras la guerra, con Antropología y sociología de las razas interandinas y de regiones adyacentes (1937); ¿Es o no oriundo el hombre americano de América? ([1939] 1957) y Qué es raza (1943). Posnansky ubicó el inicio de su narrativa en tiempos anteriores a Tiwanaku, cuando habría tenido lugar una lucha por la vida, notable por dos alineamientos de fortalezas o pukaras en los contrafuertes de la cordillera andina:

si miramos estas luchas a “vu d’oiseau”, distinguiremos solamente la rivalidad de dos razas distintas: una muy numerosa de temperamento artístico innato y relativamente pacífica, que sólo blandía sus armas en defensa de su suelo, y otra menos numerosa, pero guerrera y feroz. Eran las dos razas principales, Aruwaques y Kollas. (Posnansky 1937, 14)

Los kollas fueron caracterizados como un elemento racial superior, similares a razas del Asia menor, braquicéfalos y desprovistos de signos mongoloides. Eran guerreros osados, brutales, tenaces, inteligentes, ambiciosos, dominadores, sobrios y morales, lo que el autor denominó pueblo de señores o Herrenvolk, dominantes a pesar de su inferioridad numérica. Los aruwaques fueron caracterizados como sensuales, pacíficos, sagaces, subordinados, flemáticos, adormecidos, artistas, ingeniosos, flojos y afectos a los narcóticos. Con cráneos dolicocéfalos y ojos mongoloides, conformaban según Posnansky un numerosísimo pueblo de horda semiesclavizada o Herdenvolk (1943, [1939] 1957).

Posnansky (1943) incorporó una asociación de características antropométricas con cualidades mentales y morales, ausente de su narrativa previa. Hasta cierto punto abandonó su determinismo climático: las condiciones somáticas podrían cambiar por diversos factores, pero no así las cualidades intelectuales, vinculadas irreductiblemente a la raza. Además, Posnansky explicitó, en un giro radical respecto de su tesis anterior:

Esos elementos Aruwakes y Collas son autóctonos, sin duda, pues que los antecesores de ambos tipos se hallan en estado fósil y semifósil, juntamente con restos de animales extinguidos, en estratos antiguos de las planicies de Sudamérica. El hombre americano es oriundo de América. ([1939] 1957, 153)

Sobre el rol de ambas razas en el desarrollo de Tiwanaku, Posnansky apuntó que en los dos primeros periodos los autores fueron aruwaques, junto a pequeñas y dinámicas tribus kollas. El impresionante monolito Bennett encontrado en el “primer templo del hombre americano” le llevó a proponer que los aruwaques tuvieron una alta cultura, pero, dóciles y abúlicos, fueron conquistados por los kollas. En la tercera época1, con el descenso masivo de tribus kollas cordilleranas hacia el altiplano, la amalgama de ambas razas, la cultura neokolla o aymara, dio forma al momento más brillante de Tiwanaku. Sin embargo, tras el cataclismo, los numerosos aruwaques habrían sido los encargados de expandir el signo escalonado por todo el continente (Posnansky 1937). Más aún, las mezclas de kollas con aruwaques dieron forma a los aymaras y quechuas, mientras el resto de los pueblos indígenas eran aruwaques; de modo hoy objetable, Posnansky abordó las características mentales de la población indígena contemporánea:

En cuanto al Aruwak, de cuyo tipo se compone la gran mayoría de la indiada de Sudamérica, son gente mentalmente retardada, que piensa en abstracto y obra sin lógica. A este tipo pertenecen, en gran parte los así llamados “indios” de la selva y de las regiones transandina y cisandina, los costeños como los Changos y sus afines de más al norte; y en la sección interandina, los Puquinas, Urus, Chipayas y multitud de pueblos de los cuales la mayoría han perdido su nombre y se han keshuizado o aymarizado; es decir, que han tomado la lengua de sus dominadores los Khollas. (1943, 32)

El pasaje denota las relaciones entre arqueología e indígenas según Posnansky, quien resaltó la separación entre raza y lengua: por tanto, a pesar de que el aymara y el quechua habían sido los idiomas de los kollas que dirigieron a Tiwanaku y los incas, un hablante contemporáneo de aymara o quechua no era necesariamente un kolla. Solo lo eran quienes correspondían a esta raza craneométricamente, y estos individuos de “raza kolla pura” solo existían excepcionalmente. Es decir, la mayoría de la población sudamericana era de raza aruwak: “un pueblo de manada, de poca inteligencia, abúlicos que pensaban en abstracto y diremos así, gentes inferiores, gentes de herramienta, un pueblo de esclavos natos que necesitaban de un Führer, de un conductor” (Posnansky [1939] 1957, 239).

Este Posnansky representa el costado arqueológico de una intelectualidad que, abandonando el plan liberal de exterminar a los indígenas, buscaba incorporarlos a la nación; aunque pasó a admitir el rol de las razas locales en la producción de Tiwanaku, esta reivindicación era, como el indigenismo, superficial y paternalista: desde su postura, la incorporación de los indígenas sería difícil dada su inferioridad racial/mental; eran casi todos aruwaques que necesitaban conductores, y dado que los kollas eran una rareza, ese rol recaía en élites nacionales, modernas y científicas como el propio Posnansky, quien se otorgaba legitimidad para excomulgar y maldecir, como sacerdote de Tiwanaku, a las comunidades locales (Loza 2008).

Sin embargo, la guerra del Chaco dejó en evidencia la ineptitud de las oligarquías y las injusticias de un país que enviaba a los indígenas a morir en el frente protegiendo a sus élites ciudadanas. El malestar se tradujo en propuestas cercanas al fascismo o a las izquierdas; la posguerra fue convulsa por la violenta alternancia en el poder entre esas fuerzas y las oligárquicas. El indigenismo se hizo más estructural que estético y propuso mejorar las condiciones de vida del campesinado, mediante propuestas de educación indigenal como la Normal de Warisata o la abolición de la servidumbre en las haciendas. Aunque la propuesta telurista se radicalizó con la sugerencia de indigenización de los criollos y mestizos en el “nuevo kolla” (Prudencio 1939), tendrían más éxito los ideólogos del nacionalismo como Cuadros Quiroga (1942) o Montenegro ([1943] 1982), quienes percibieron la historia boliviana como dialéctica entre las fuerzas de la nación arraigada en Tiwanaku, y las fuerzas antinacionales de la oligarquía liberal. El origen étnico/racial pasaba a ser secundario: campesinos, obreros e intelectuales debían conformar un solo bloque nacional.

La SAB incorporó al indigenista Alberto Laguna Meave, quien sería el sucesor de Posnansky en la presidencia; otras figuras indigenistas fueron Maks Portugal Zamora y Luis Hertzog, director del Museo Nacional. Posnansky también recompuso y presidió la SGLP, inactiva desde la guerra; en su obra de esos años destaca Mi credo referente al origen del hombre americano (1944) y los dos primeros tomos de Tihuanacu. La cuna del hombre americano (1945), publicados en Nueva York. Estas obras muestran la última adaptación de la narrativa posnanskiana al contexto nacional e internacional, marcado por el quiebre y caída del nazismo.

Posnansky se opuso a las ideas de Paul Rivet acerca de un poblamiento asiático de América. Se declaró autoctonista, postulando que, así como dos razas poblaron Europa y Asia desde el norte, otras dos poblaron las Américas desde el sur: los aruwaques, similares a eslavos-mongoloides y los kollas, similares a centroasiáticos (1945). No obstante, en esta última iteración de su narrativa, Posnansky postuló a los kollas como más antiguos, responsables de los primeros “vestigios de cultura en la planicie andina” (1945, 51). Tras el desborde del Titicaca que dio fin al primer Tiwanaku, los movimientos tectónicos habrían precipitado la migración de los aruwaques desde el oriente, quienes impulsaron a la cultura kolla en los siguientes periodos. El final de Tiwanaku fue expresado de modo casi poético:

Y las aguas del gran lago se precipitaron sobre la floreciente y maravillosa ciudad que provocaba la envidia de los dioses, mientras sus habitantes se hallaban en activísimo y febril trabajo. Cayeron los brazos del artífice que cincelaba la famosa Puerta del Sol. El volcán Kjappia, que se halla a unos sesenta kilómetros al frente de la metrópoli, arrojó torrentes de agua candente, de fuego y cenizas y así, en pocas horas, sucumbió una portentosa cultura que había necesitado milenios para generar ¡Sic transit gloria mundi! (Posnansky 1945, 86-87)

Tras los periodos de construcción monumental, la cultura en el altiplano cayó en decadencia, pero los kollas emigraron transportando un sustrato Tiwanaku hasta Arizona por el norte y Tucumán por el sur (Posnansky 1946). El cambio respecto a los años treinta es sutil, pero significativo: los kollas altiplánicos se convirtieron en protagonistas exclusivos del desarrollo civilizatorio, con los aruwaques confinados a las tierras bajas orientales. Entonces, la decadencia de la civilización andina ya no era irremisible: la raza de Tiwanaku seguía ahí y la nación podía construirse sobre ella, siempre que el pasado prehistórico se investigara y valorara adecuadamente. Así, en esta etapa Posnansky mostró inclinaciones pedagógicas: gestionó la construcción de la Plaza del Hombre Americano, una reinterpretación del Templete Semisubterráneo en La Paz (figura 3), delante del stadium de estilo neotiwanakota diseñado por Villanueva; e inauguró una cátedra de Tiwanacología en la Universidad Mayor de San Andrés, que dictaría unos meses en 1946, antes de fallecer.

Fuente: fotografía del autor, La Paz, Bolivia, 2021.

Figura 3.  Las estatuas de Posnansky y Bennett delante de la recientemente remodelada Plaza del Hombre Americano 

Conclusiones y reflexiones: Posnansky en perspectiva

Este recorrido permite plantear dos conclusiones. La primera consiste en rechazar el “quietismo” atribuido a Posnansky al apuntar que existieron dos narrativas posnanskianas: una liberal entre 1904 y 1921, y otra indigenista entre 1937 y 1946. La obra de Posnansky es menos consistente de lo que aparenta: Schávelzon (1993) indica acertadamente que Posnansky no reconoció equivocaciones y escribió como un portador de verdades absolutas. Sin embargo, esto no implica que no cambiara de ideas, sino que estos cambios, poco perceptibles, solo quedan en evidencia mediante análisis diacrónicos detallados. Además, la impresión de quietismo es mayor al contemplar solo la historia intelectual del autor: ciertamente, Posnansky produjo “objetos” arqueológicos que usó durante toda su carrera -cronologías arqueoastronómicas, hipótesis catastrofistas, o definiciones craneométrico-raciales-. Pero, cuando sus narrativas se enfocan considerando los campos discursivos y usos políticos del pasado, resulta claro que ensambló esos productos de su quehacer arqueológico para transmitir distintos significados en cada etapa.

Así, los dos Posnanskys no podrían ser más distintos: conforme Bolivia transitaba del liberalismo al indigenismo, Posnansky transitó del positivismo al telurismo, del aloctonismo al autoctonismo, de la negación de una autoría indígena del pasado tiwanakota a su reivindicación, y de la exclusión de los indígenas a su -relativa- incorporación a la nación. Paradójicamente, lo interesante de Posnansky radica en aquello que evitó reconocer: haber cambiado de ideas. Su caso nos recuerda -excediendo el caso boliviano- que los productos del quehacer arqueológico pueden manipularse para sostener narrativas divergentes e incluso opuestas.

La segunda conclusión aborda la supuesta ruptura de 1952 y requiere una suerte de epílogo. Tras la revolución, la vanguardia arqueológica fue asumida por Ibarra Grasso, quien postuló una arqueología panorámica y difusionista (Sánchez y Garcés 2013), inspirada, por medio del ítalo-argentino José Imbelloni, en la teoría alemana de los kulturkreise (círculos culturales); y Ponce, quien reivindicó una arqueología histórico-cultural estadounidense, tomando como modelos a Bennett, Willey o Kroeber. Sin embargo, ni la Primera Mesa Redonda ni el nuevo Consejo de Cultura del Municipio de La Paz representaron cortes abruptos con la etapa anterior: arqueólogos nacionalistas como Ponce, Julia Elena Fortún, Portugal Zamora o Gregorio Cordero compartieron palestra con la SAB de Laguna Meave, Leonardo Branisa, José María Sempere, Manuel Liendo Lazarte o Federico Diez de Medina (Browman 2007), manteniendo, mediante los dos últimos, el control de los principales museos. Aún en 1957 el Ministerio de Educación auspició la publicación del tercer y cuarto tomos de Tihuanacu. La cuna del hombre americano como homenaje póstumo a Posnansky.

La arqueología nacionalista comenzó a excavar Tiwanaku en 1957 y plasmó su narrativa en Descripción sumaria del templete semisubterráneo de Tiwanaku (Ponce 1963): una secuencia estratigráfica y radiocarbónica apuntalaba el desarrollo de Tiwanaku, de una aldea a una ciudad y a la capital de un imperio militarista dominante sobre los Andes sur-centrales. En Tiwanaku: espacio, tiempo y cultura (Ponce 1972) se dibujó la ruptura: el colapso de Tiwanaku, debido posiblemente a una sequía; finalmente, en Panorama de la arqueología boliviana (Ponce [1978] 1985) se añadió que, tras el colapso estatal, Tiwanaku se disgregó en señoríos aymaras -los ancestros directos de los aymaras contemporáneos- que descendieron a un abismo de guerra y barbarie. En la práctica, la arqueología nacionalista implicó dejar el pasado prehispánico en manos de intelectuales urbanos anidados en el Estado mediante un proceso de institucionalización que cristalizó en el Instituto Nacional de Arqueología (INAR) fundado en 1975; para entonces, el nacionalismo revolucionario había sido cooptado por la dictadura de Hugo Banzer, alineada con el Plan Cóndor.

Una historia de las ideas delata las diferencias teóricas y técnicas entre la tradición especulativa y racista de Posnansky, y aquella objetivista, basada en el concepto de cultura, que reivindicó Ponce. En todo caso, en términos de usos políticos del pasado, el indigenismo racista del Posnansky tardío y el nacionalismo culturalista de Ponce son análogos: Tiwanaku fue excesivamente ensalzado como la cuna racial del hombre americano por uno, y como la capital de un imperio panandino por el otro. Ambos dibujaron, mediante catástrofes o sequías, rupturas que inauguraban la decadencia del mundo indígena pos-Tiwanaku. Ambos creyeron que los indígenas podían ser incorporados a las fuerzas de la nación bajo control de élites modernas. La similitud no es casual: el intelectual indianista Fausto Reinaga ([1970] 2001) vinculaba al indigenismo y al nacionalismo revolucionario como miradas sobre “lo indígena” desde las élites nacionales. Como indica Mamani Condori (1992), este paternalismo no incorpora miradas propiamente indígenas del mundo y la historia.

Cuestionar la ruptura del 52 permite reflexionar sobre otra ruptura: aquella planteada entre la arqueología ponciana y la arqueología universitaria iniciada en los ochenta. Esa ruptura reivindica el estudio de múltiples trayectorias prehispánicas en las regiones bolivianas como antídoto al “tiwanakucentrismo” nacionalista (Michel 2009), y en sintonía con la agenda multicultural implantada desde el retorno de la democracia en 1982. Sin embargo, retomando la crítica indianista, cabe notar que la arqueología universitaria boliviana tampoco incorpora miradas que no emanen de la ciencia moderna. Varios autores han llamado la atención sobre la colonialidad de la arqueología en la era multicultural, expresada en formas de gobernabilidad, patrimonialización, mercantilización, extractivismo, diseños globales y despojo (Gnecco 2015; Jofré y Gnecco 2022; Shepherd 2015). La arqueología boliviana de hoy puede no ser racista al estilo de Posnansky, pero apoya el proyecto colonial de la modernidad en la misma medida que Posnansky, dentro de un nuevo contexto histórico.

Una reflexión final aborda algunas particularidades del contexto boliviano reflejadas en Posnansky y su influencia actual. A pesar de desarrollar, en su segunda etapa, una narrativa acorde al contexto indigenista, Posnansky retuvo ciertos componentes retóricos del positivismo liberal, como su despliegue de supuesta cientificidad. Aunque su segunda etapa coincide con un contexto de irracionalismo telurista, Posnansky no renunció a su “aura” científica. Su racismo era prestigioso por su parentesco con las ideas “científicas” del nacionalsocialismo alemán, admirado por parte de la sociedad boliviana durante las décadas de 1930 y 1940. A la vez, su obra profusa, atractiva por la calidad de ilustraciones y fotografías, fue admirada por intelectuales locales e instituciones aun tras su muerte. Todos esos factores ocasionan que muchas arqueologías no académicas hagan de Posnansky un autor vigente; como ejemplo, Qué es raza se reimprimió en 2021. La inestabilidad narrativa en la obra de Posnansky permite emplearla para sustentar distintas posturas racistas, a veces degradando al mundo indígena y otras ensalzando a ciertas poblaciones indígenas en desmedro de otras. Este carácter problemático de Posnansky en la Bolivia contemporánea nos recuerda la urgencia de demoler el aura de cientificidad de estas narrativas, denunciando la colonialidad que les subyace.

No menos importante es mostrar que, dentro del marco general de colonialidad, las narrativas arqueológicas latinoamericanas pueden asumir diferentes formas y vinculaciones político-ideológicas de acuerdo con las circunstancias históricas de cada país y región. Así, sería interesante comparar este caso boliviano con los de Perú, donde el referente prehispánico de la nación estaba consolidado ya en la primera mitad del siglo XIX (Méndez 2000); México, cuya revolución nacional tuvo lugar cuatro décadas antes que en Bolivia (Olivo y Rodríguez 2020); Colombia, donde la institucionalización de la arqueología tuvo lugar dentro de un Estado de corte liberal (Piazzini 2015); Argentina, con vínculos directos con el racismo científico europeo por medio de las inmigraciones del siglo XX (Politis 2022), entre otros. Probablemente, un proyecto desestabilizador de la colonialidad mediante la historia crítica de las arqueologías latinoamericanas se beneficie de comparaciones transfronterizas que permitan establecer similitudes, contrastes y reflexiones conjuntas.

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*El artículo presenta el resultado parcial de dos etapas de investigación. La primera en 2021, en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) de La Paz, Bolivia, y la segunda, como parte de un análisis histórico de las narrativas arqueológicas bolivianas para estudios de proveniencia sobre colecciones cerámicas de Tiwanaku en museos alemanes, proyecto realizado en el Instituto de Arqueología y Antropología Cultural de la Universidad de Bonn, con apoyo de la Fundación Alexander von Humboldt entre 2022 y 2023. Agradezco el respaldo institucional de Elvira Espejo Ayca, Karoline Noack y Carla Jaimes Betancourt; la colaboración del personal de las bibliotecas del Musef, la Universidad Católica Boliviana y al Ibero-Amerikanisches Institut Preußischer Kulturbesitz, Berlín, Alemania; y el constante apoyo de Vanessa Calvimontes. Asimismo, a los revisores y al editor por las importantes sugerencias para mejorar este texto.

1Posnansky causó algo de confusión con estos términos, pues modificó desde 1937 su cronología para incluir seis épocas: la primera, segunda y tercera de Tiwanaku (lo que antes era la segunda época fue dividida en dos); y luego las de piedra engastada, adobes y pircas y los incas.

Como citar este artículo: Villanueva Criales, Juan. 2023. “Los dos Posnanskys: liberalismo, indigenismo y nacionalismo en el pensamiento arqueológico boliviano (1904-1946)”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 51: 213-238. https://doi.org/10.7440/antipoda51.2023.09

Recibido: 15 de Junio de 2022; Aprobado: 12 de Diciembre de 2022

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