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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

versión impresa ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.52 Bogotá jul./sep. 2023  Epub 26-Jul-2023

https://doi.org/10.7440/antipoda52.2023.02 

Panorámicas

Conformación material y discursiva del paisaje forestal actual de las áreas irrigadas del centro norte de la provincia de Mendoza, Argentina*

Material and Discursive Formation of the Current Forest Landscape in the Irrigated Areas of Central-Northern Province of Mendoza, Argentina

Formação material e discursiva da paisagem florestal atual nas áreas irrigadas do centro-norte da província de Mendoza, Argentina

Luis Mafferra** 

Leticia Saldi*** 

Laura Besio**** 

**Doctor en Ciencias Antropológicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Profesor y Licenciado en Historia con orientación Arqueología de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo). Profesor de la carrera de Arqueología en el Instituto de Arqueología y Etnología Salvador Canals Frau de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional de Cuyo. Entre sus últimas publicaciones está: “Trees in the Conformation of Relational Landscapes in the North of Mendoza (Central Western Argentina) from the Pre-Hispanic Period to the Modern Day”, en Nature/s in Construction: Ethnobiology in the Confluence of Actors, Territories and Disciplines, ed. de Maria Pochettino, Aylen Capparelli, Pablo Stampella y Diego Andreoni (Springer, en prensa). https://orcid.org/0000-0002-3966-6833. luismafferra@gmail.com

***Doctora en Ciencias Sociales con Mención en Sociología por la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), Argentina. Licenciada en Antropología por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Investigadora adjunta en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Profesora Asociada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Entre sus últimas publicaciones está: (en coautoría con María Luisa Eschenhagen, Pablo Consentino y Stephani Di Chiara Salgado) “Presentación”, en Sentipensarnos tierra: educación ambiental y ecología política en clave latinoamericana y del Caribe, coord. de Felipe Milanéz, Mina Navarro y Denisse Roca-Servat (Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Clacso, 2022), 5-9. https://orcid.org/0000-0003-0344-7185. leticiasaldi@gmail.com

****Doctora en Ciencias Antropológicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina e ingeniera en Recursos Naturales Renovables de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), Argentina. Profesora de la carrera de Recursos Naturales Renovables de la Facultad de Ciencias Agrarias en la Universidad Nacional de Cuyo. Entre sus últimas publicaciones está: “Chañarales: espacios simbólicos de cura y peligro. Ensayo realizado sobre notas etnográficas con campesinos de comunidades huarpes en el departamento de Lavalle, al NE de la provincia de Mendoza (Argentina)”, Revista del Museo de Antropología 10, n.° 1 (2017): 105-116, https://doi.org/10.31048/1852.4826.v10.n1.16270. https://orcid.org/0009-0006-6585-1668. besiolaura@gmail.com


Resumen:

En las zonas irrigadas de la provincia de Mendoza, en el centro oeste de Argentina, los árboles toman un rol central en la construcción de los lugares y en la definición de la identidad. El paisaje, comprendido de manera relacional e histórica, se presenta como una categoría interesante para analizar cómo intervienen fenómenos y dinámicas materiales y discursivas en la conformación de entornos que se consideran característicos de una identidad. A partir de un estudio sobre discursos y materialidades tanto históricas como actuales sobre la conformación del paisaje forestal del centro-norte provincial (zona actualmente conocida como oasis norte), nuestro objetivo es analizar el rol de estas plantas en la conformación y consolidación de entornos característicos, de formas de experimentar estos ambientes y de identidades étnicas y provinciales. El análisis histórico es abordado por medio de una síntesis de datos arqueológicos y documentales, lo que permite delinear y distinguir la conformación de los paisajes indígena, colonial y moderno. Las materialidades actuales son analizadas a partir de trabajos agronómicos, informes ambientales producidos por organismos del Estado o legislaciones provinciales y registros propios. Los discursos son abordados a partir de la pesquisa en medios periodísticos locales, foros web y debates públicos. El artículo aporta una síntesis y nuevos datos sobre el tema, en especial por medio de la discusión de antecedentes de diverso origen que hasta el momento solo fueron tratados de manera aislada. Este análisis holístico y con perspectiva histórica permite observar cómo en la especial construcción del paisaje forestal de las áreas irrigadas de Mendoza las narrativas y materialidades se encuentran en dinámicas de interafectación. Esto produce un tipo de entorno, experiencia e identidad característica de la región de estudio, que afecta el devenir de variados campos de conocimiento y de la práctica.

Palabras clave: árboles; centro-oeste argentino; identidades provinciales; paisajes relacionales; debate público; experiencias ambientales

Abstract:

In the irrigated areas of Mendoza province, located in the central-west region of Argentina, trees play a central role in the construction of places and the definition of identity. The landscape, understood in a relational and historical sense, emerges as an interesting category for analyzing how material and discursive phenomena and dynamics shape environments that are considered characteristic of an identity. Based on a study of historical and current discourses and materialities regarding the formation of the forest landscape in the central-northern region of the province (currently known as the northern oasis), our objective is to analyze the role of these plants in the shaping and consolidation of distinctive environments, ways of experiencing these landscapes, and ethnic and provincial identities. The historical analysis is approached through a synthesis of archaeological and documentary data, which allows for the delineation and distinction of indigenous, colonial, and modern landscape formations. Current materialities are analyzed through agronomic studies, environmental reports produced by state agencies or provincial legislations, and own records. Discourses are examined through research in local media, web forums, and public debates. This article provides a synthesis and new insights on the topic, particularly by discussing various previously isolated sources. This holistic and historically informed analysis allows us to observe how narratives and materialities are intertwined in the unique construction of the forest landscape in Mendoza’s irrigated areas, shaping a distinct environment, experience, and identity in the study region, impacting various fields of knowledge and practice.

Keywords: Argentine central-west region; environmental experiences; provincial identities; public debate; relational landscapes; trees

Resumo:

Nas áreas irrigadas da província de Mendoza, no centro-oeste da Argentina, as árvores desempenham um papel central na construção de lugares e na definição de identidade. A paisagem, entendida de forma relacional e histórica, é apresentada como uma categoria interessante para analisar como os fenômenos e as dinâmicas materiais e discursivas intervêm na formação de ambientes que são considerados característicos de uma identidade. Com base em um estudo de discursos e materialidades históricos e atuais sobre a formação da paisagem florestal do centro-norte da província (atualmente conhecida como “oásis do norte”), nosso objetivo é analisar o papel dessas plantas na formação e consolidação de ambientes característicos, formas de vivenciar esses ambientes e identidades étnicas e provinciais. A análise histórica é abordada por meio de uma síntese de dados arqueológicos e documentais, o que nos permite delinear e distinguir a conformação de paisagens indígena, colonial e moderna. As materialidades atuais são analisadas com base em trabalhos agronômicos, relatórios ambientais produzidos por órgãos estatais ou legislações provinciais e registros dos próprios autores. Os discursos são abordados por meio de pesquisas na mídia local, fóruns da web e debates públicos. O artigo fornece uma síntese e novos dados sobre o assunto, especialmente por meio da discussão de informações básicas de diferentes fontes que até agora só foram tratadas isoladamente. Esta análise holística com uma perspectiva histórica nos permite observar como, na construção especial da paisagem florestal das áreas irrigadas de Mendoza, as narrativas e as materialidades são encontradas em dinâmicas de interafetação. Isso produz um tipo de ambiente, experiência e identidade característicos da região de estudo, que afeta o desenvolvimento de vários campos de conhecimento e prática.

Palavras-chave: árvores; centro-oeste da Argentina; identidades provinciais; paisagens relacionais; debate público; experiências ambientais.

Los vínculos que ligan a los árboles con las sociedades humanas han motivado diversos abordajes por parte de las ciencias sociales. Se ha analizado su importancia en la conformación de hábitats o lugares, en la producción de respuestas afectivas o en procesos de identificación (Alonso 1994; Garner 2004; Jones 2011; Jones y Cloke 2002). Se han entendido además como referentes de múltiples temporalidades (Ingold 1993), asociados a procesos de regeneración de la vida (Skewes 2019) o vinculados a distintos grupos humanos contemporáneos o pasados para los que han ocupado diversos roles simbólicos, sociales o culturales (Musselman 2003; Ritter y Dauksta 2011; Rival 1998; Watkins 2014).

En este caso, pensamos los árboles a razón de los entornos que conforman y ligados al concepto de paisaje, entendido en su acepción relacional, como un entramado material-discursivo1. Este es además histórico, acumulativo y multiescalar. Los paisajes presentes deben entenderse como parte de una dinámica que incluye múltiples procesos de conformación sucedidos o iniciados en el pasado (Alberti 2010; Ingold 1993; Iwaniszewski y Vigliani 2011; Saldi et al. 2019). Este abordaje del paisaje contempla tanto la importancia de la agencia material creando o posibilitando nuevas relaciones humanas o humano-ambientales, como también la forma en la que las concepciones, sentidos o percepciones sobre las materialidades afectan la manera en la que diferentes comunidades se vinculan con ellas. Así, el paisaje forestal que nos ocupa es de naturaleza híbrida en el sentido de Latour (2005), ya que es una red que conecta sociedad, naturaleza, tecnología y conocimiento. En especial, de este entramado material-discursivo nos interesa problematizar cómo se insertaron e insertan los árboles en los imaginarios socioambientales y en la producción de espacios. Para hacerlo se observa la forma en la que se integran elementos diversos, tales como grupos humanos, plantas, fenómenos ambientales, climáticos, formas de uso del agua, modos de producción, legislaciones, narrativas y sentidos sobre el ambiente.

Este tema y enfoque es de gran interés en la región de estudio, ya que el ambiente en la provincia de Mendoza, en el centro-oeste de Argentina, se caracteriza por estar fragmentado y contrastante entre las áreas irrigadas y no irrigadas (figura 1). Las primeras, conocidas localmente como oasis, se restringen al 3 % del territorio provincial, concentran el agua, la población, la producción agrícola y cuentan con una vegetación arbórea exuberante. Por otro lado, los territorios excedentes conforman el llamado desierto, donde hay casi nulo acceso al recurso hídrico, escasos pobladores y producción, y se encuentran afectados por múltiples procesos de degradación. Mientras que en los primeros sobresale un tipo de entorno que en historia ambiental se denomina neoeuropa, por estar conformado por plantas introducidas que reemplazaron a las nativas luego del proceso de conquista y colonización (Arnold 2000); en el segundo se destacan formaciones arbóreas y arbustivas nativas, asociadas a la provincia fitogeográfica del Monte y a la presencia de poblaciones indígenas pasadas y presentes (Roig 1972; Saldi 2020).

Fuente: elaboración propia a partir de foto satelital (2023) con base en Abraham y Prieto (1999) y Montaña (2007). Luis Mafferra, Leticia Saldi y Laura Besio, “Google Earth”, (30 de mayo de 2023).

Figura 1.  Configuración territorial actual del área de estudio 

La conformación material y discursiva de estos paisajes contrastantes es un tema que ha sido analizado a partir de la desigual distribución del agua en la región. Así, diversos autores analizan cómo el repartimiento del agua proveniente de los principales ríos cordilleranos y la consecuente formación de áreas irrigadas frente a otras desecadas fueron impulsados durante el periodo colonial y llevados a su máxima expresión con la consolidación del estado provincial hacia fines del siglo XIX (Escolar y Saldi 2017; Katzer 2011; Martín 2010; Montaña 2007; Prieto et al. 2012; Saldi 2020).

En este proceso, a los árboles se les ha asignado un rol importante en la construcción de los oasis como hábitats que propician la vida humana, se destacan así los beneficios ambientales que ofrecen en una zona semiárida. Además, se ha analizado su valor histórico y patrimonial y su relevancia en la construcción de una identidad dominante en la región (Mafferra 2018; Montaña 2007, 2006; Ponte 1999). Sin embargo, en la zona de estudio no se ha analizado el tema problematizando la conformación híbrida e histórica de estos entornos. Por otro lado, no se ha ampliado la base empírica desde donde anclar este debate. En especial, tanto la conformación material como los sentidos y percepciones que participan en la configuración pasada y actual de estos paisajes no han sido abordados en profundidad salvo para el caso de periodos concretos.

Por lo mismo, proponemos el objetivo de caracterizar el paisaje forestal del área actualmente conocida como Oasis Norte, a partir de un análisis histórico y actual de su conformación discursiva y material. Dicha área comprende la principal zona habitada y productiva de la provincia y se ubica en un sector de piedemonte donde se encuentra la ciudad de Mendoza y otros de los cinco municipios más poblados, en conjunto conocidos como Gran Mendoza. Reviste gran interés ya que fue una de las zonas más habitadas en el periodo prehispánico cuando se conocía como valle de Güentota (Prieto 1989), donde se ubicó la ciudad colonial a partir de mediados del siglo XVI y donde, a finales del siglo XIX, surgió el modelo urbano caracterizado por arboledas irrigadas por acequias, que luego se replicó en otras comunas y hoy es característico de la provincia (Ponte 1999).

Este trabajo propone el desarrollo de una síntesis sobre la conformación histórica del paisaje forestal del Oasis Norte y aporta nuevos datos para comprender su configuración actual. Finalmente discute la relación entre materialidades y discursos en este proceso, se argumenta que el ajuste entre ambas da lugar a un tipo particular de experiencia que caracteriza la forma en la que el ambiente se percibe en la región. En especial, nos interesa observar la manera en que las materialidades actuales no se presentan de manera inerte sino como la expresión más acabada de las relaciones de poder, ya que estabilizan las condiciones ambientales actuales como naturales, negando su historicidad. Para ello, nos valemos de los datos aportados a lo largo del trabajo, de la analogía entre cuerpo y paisaje que sugiere Ingold (1993) y de la forma en la que Butler comprende la materialidad del cuerpo (De Mauro 2014), entre otros.

Metodología

Para observar diferentes conformaciones históricas del paisaje forestal realizamos una síntesis analítica sobre trabajos arqueológicos e históricos que permiten distinguir el paisaje indígena, colonial y moderno. Se trata en especial de antecedentes arqueobotánicos (p. ej. Mafferra 2018, 2016), de historia ambiental (Prieto 1989, 1985; Prieto, Rojas et al. 2012) y de historia económica (Coria 1988; Lacoste et al. 2011) que permiten delinear la conformación taxonómica y las prácticas que vincularon a humanos y plantas en el pasado. Consideramos también trabajos que analizan discursos y percepciones sobre el ambiente (Mafferra 2020; Mafferra y Marconetto 2017); como además estudios de distribución y tipo de hábitat actual o potencial de especies de plantas nativas (Perosa et al. 2014; Roig 1972).

Para abordar la conformación material actual del paisaje consideramos las plantas (especies, edades, estado), su disposición y tipo de plantación, las tecnologías de riego o cultivo y las normativas relativas al sostenimiento o la conformación de entornos característicos. Para ello, analizamos trabajos agronómicos (p. ej. Cantón, De Rosa y Kasperidus 2003), legislaciones, informes técnicos o planes de gobierno (Martínez, Ruiz y Atencio 2017), prensa local y registros directos en distintos sectores urbanos y rurales del Oasis Norte2.

Respecto a los discursos actuales, nos interesan las concepciones y sentidos sobre los árboles y los entornos que conforman en la región de estudio, así como la relación de estos con identidades étnicas o políticas, memorias o ideas de desarrollo económico, entre otros. Para ello, además de las fuentes ya mencionadas para el estudio de materialidades, analizamos foros web -p. ej. change.org- y trabajos académicos (Bórmida 1983/86). Otros registros fueron tomados en charlas o debates públicos sobre el tema (Balasch 2020).

Conformación histórica

Paisaje indígena y colonial

Con base en datos arqueológicos e históricos, el paisaje indígena prehispánico fue conformado por plantas características de la provincia fitogeográfica del Monte (Prieto 1989, 1985; Prieto y Wuilloud 1986). Se destacan las formaciones arbustivas de jarilla (Larrea sp.), que constituyeron estepas densas en el valle y en los piedemontes precordilleranos. La zona, atravesada por cauces que confluían en complejos cenagosos en las partes deprimidas, propiciaba la existencia de vegetación riparia, había formaciones boscosas en galería de árboles como el aromo (Vachellia spp.), garabato (Senegalia gillesii) o chañar (Geoffroea decorticans). Se registran también otros árboles como el algarrobo (Prosopis spp.) y el retamo (Bulnesia retama). Estos pudieron vegetar de forma dispersa o conformando bosques pequeños o más desarrollados hacia el norte del valle y la planicie noreste (Perosa et al. 2014; Prieto y Chiavazza 2005).

Algunos testimonios documentales del periodo colonial temprano permiten comprender al paisaje indígena socializado de manera amplia sin existir distinciones entre espacios domésticos de otros prístinos. Los modos de vida indígena caracterizados por ocupar de modo disperso y alternativo la variedad de ambientes de montaña, valle y planicie de la región, existían integrados a la reproducción de la vegetación nativa (Mafferra 2020). El ajuste entre las dinámicas del ambiente y los modos de vida puede inferirse también por datos de los siglos XIX, XX y etnografías actuales (Besio 2021; Escolar 2007; Escolar y Saldi 2013; Katzer et al. 2017; Saldi 2020).

Esta integración no disruptiva entre modos de vida y paisaje es constatada a partir de estudios arqueológicos que muestran una continuidad en la disponibilidad de las plantas usadas como leña de manera frecuente durante el periodo prehispánico hasta el inicio del periodo colonial (Mafferra 2017). En ese momento, las evidencias históricas y arqueológicas muestran una conflictiva aprehensión inicial del paisaje nativo por parte de los colonos. En el plano de las prácticas, se observa un uso restringido y aleatorio de las plantas que venían siendo usadas de forma habitual (Mafferra, Chiavazza y Roig 2015; Mafferra 2018, 2017). Del mismo modo, los testimonios del período dan cuenta de que el ambiente era experimentado con aversión por los colonos. Los árboles nativos en particular se describen como “más ofensivos que provechosos”, se valoran negativamente los alimentos que producen o su madera por su dureza excesiva (González de Najera [1601] 1889, 15 citado en Mafferra y Marconetto 2017, 4). Incluso se señala la ausencia de árboles en sectores que fueron poblados por flora nativa (Mafferra y Marconetto 2017).

Los datos también demuestran una progresiva integración de las prácticas coloniales al ambiente indígena durante el siglo XVIII. Al mismo tiempo el emplazamiento de un poblado estable en la zona del valle y modos de producción particulares que se centraron en la actividad agrícola y pastoril incluyeron elementos propios e iniciaron dinámicas que cambiarían la fisonomía del paisaje. Así, el uso del arado de rejilla, la proliferación de nuevos canales de riego y el ingreso de ganado supuso una nueva dinámica ambiental (Prieto 1985). Esta afectó en especial a las plantas leñosas en torno a la ciudad colonial, lo que se ve avalado por datos arqueológicos de los siglos XVII y XVIII que señalan una retracción del algarrobo y el aromo, comunes en el periodo prehispánico (Mafferra 2017). Además, confirman la temprana introducción de nuevos cultivos como trigo, avena y cebada y también de varias especies de árboles frutales como el duraznero, una pomácea, la vid, el olivo y el tamarindo (Mafferra 2018, 2016). Con base en datos documentales la población colonial naturalizó también plantas de higuera, almendro, ciruelo o pasturas (entre otras). Estos cultivos conformaron un paisaje agrícola desarrollado en el área de la ocupación colonial y su campaña (Castro 2015; Coria 1988; Lacoste et al. 2011; Mafferra 2016).

Esto último es remarcado con desmesura en los documentos del periodo. Es decir, al mismo tiempo que se desdeña la flora originaria se exagera las posibilidades de desarrollo de los frutos naturalizados. Por ejemplo, “…se hallan todas las especies de frutales que conoce en toda su extensión la Europa y América”; o “es increíble cuánta fruta llega a dar cada árbol” (Coria 1988, 176). Este contraste pudo ser el germen de la dualidad entre los paisajes nativos e introducidos, que se desarrollaría con nitidez a partir del siglo XIX (Mafferra y Marconetto 2017).

Paisaje moderno

Desde fines del siglo XVIII la región sufre cambios ambientales que provocan un aumento del caudal de los ríos, lo que fue un problema para la ciudad y su campaña hasta la mitad del siglo XIX. A partir de ese momento, sin embargo, comenzó una acumulación acelerada del agua en los espacios controlados por las instituciones estatales que hoy se conocen como oasis (Prieto, Abraham y Dussel 2008; Prieto et al. 2012; Prieto y Rojas 2012). Este cambio obedeció a la ocupación de tierras indígenas y a la consolidación de un nuevo modelo productivo basado en la agroindustria vitivinícola, el aumento de las tierras productivas, la centralización de la administración del agua bajo una ley única (Ley de Aguas de 1884, veáse Pinto 2006) y una sola institución (el Departamento General de Irrigación) y la dotación de agua en áreas y usos delimitados (Abraham y Prieto 1999; Escolar y Saldi 2017; Pinto 2006, Saldi 2020). Este proceso comenzó en el área de estudio y se reprodujo como modelo en otras zonas de la provincia, por lo que desencadenó un proceso de desecación y de deterioro ambiental de las zonas bajas de las cuencas (Abraham y Prieto 1999; Martín 2010; Montaña 2007).

Con respecto a la vegetación nativa, en este periodo la demanda de leña y madera de la ciudad dio paso a una explotación más intensa de las estepas arbustivas de jarilla, incluso documentos del siglo XIX señalan su inminente extinción (Prieto 1989). Del mismo modo, en el último cuarto de este periodo comienza una explotación intensa de los algarrobales al norte del valle y de la planicie noreste. La madera de algarrobo sirvió para los postes de los parrales de las viñas, el tendido del ferrocarril y como leña (Abraham y Prieto 1999) y, en pocas décadas, estos bosques se vieron agotados para su explotación industrial (Rojas et al. 2009). Procesos similares pueden observarse en relación al impacto de la explotación minera en la vegetación cordillerana durante el XIX (Mafferra, Chiavazza y Roig 2019).

En paralelo, en el proceso de colonización rural durante el siglo XIX se reglamentó que las tierras debían forestarse además de ser puestas en producción y cercarse para no ser consideradas baldías y quedar sujetas a la expropiación (Katzer 2011; Katzer y Gascón 2019). A la vez, comienza a gestarse un nuevo paisaje para las zonas irrigadas que sobreviene luego del terremoto de 1861 que destruyó casi por completo el asentamiento urbano de trazado colonial. La catástrofe habilitó a que las élites proyectaran el traslado y la construcción de una nueva ciudad a la luz de los principios de orden e higiene decimonónicos. Hasta ese entonces, la forestación pública se restringía a la plaza principal y un paseo de alameda. Si bien la construcción de la nueva ciudad proyectó nuevas plazas, por fuera de lo planeado, también comenzaron a realizarse acequias y a plantarse árboles a ambos lados en todas las calles. Esta configuración se plasmaría definitivamente en el nuevo paisaje urbano, pero antes daría lugar a largas disputas en el seno de las élites dirigentes. En concreto, Ricardo Ponte (1999) analiza el debate dado en medios periodísticos, entre quienes proponían cegar las acequias y forestar las inmediaciones de la ciudad con especies de coníferas, perennes y resinosas (que purificarían la atmósfera y amortiguarían la sequedad del clima) y quienes defendían el nuevo arbolado callejero conformado por álamos carolinos. Los primeros, abanderados por el entonces Ministro de Hacienda de la provincia y futuro gobernador Emilio Civit, se fundaron en estudios de reconocidos higienistas tales como Emilio Coni o José Salas, quienes sugirieron que estos álamos no aportaban oxígeno ni permitían la correcta circulación del aire, también que sus hojas anegaban las acequias y las transformaban en focos infecciosos. Los segundos se definieron como “mendocinos verdaderos” señalando la extranjería de algunos representantes del bando contrario y argumentaron que los álamos “hermoseaban la ciudad”, daban sombra en verano y permitían el paso de luz en invierno (Ponte 1999, 205-235). Este debate estuvo vigente durante diez años desde 1895 y si bien el gobierno no consiguió eliminar los carolinos, con el tiempo, estos fueron reemplazados por plátanos, tilos, arabias y moreras, entre otras, cuyas hojas eran tan caducas como la de los álamos. De acuerdo a Ponte (1999), durante este periodo los árboles se convirtieron en un fenómeno público relevante, suscitando debates periodísticos recurrentes que acusaban su descuido o perjuicio por parte del Estado, de particulares o de empresas privadas. Asimismo, afirma que en esta disputa cristaliza la ciudad irrigada por acequias y arbolada como una referencia identitaria nodal entre las representaciones conservadoras de la sociedad mendocina.

Más allá de las diferencias, los árboles quedaron atados a la idea de civilización. En varios discursos de Domingo F. Sarmiento (1883) , presidente de la nación entre 1868 y 1874 y un referente político-intelectual importante por su influencia en la región y el país, menciona que civilizar es plantar árboles:

Cuando abandoné la Europa en 1848, dejaba á todas las naciones que la componen, plantando de árboles los caminos públicos, los bulevares, y plazas que aun no estaban sombreadas, y es de maravillarse cómo San Luis, San Juan y Tucuman, tan apartados, siguen un movimiento impreso á la humanidad por los progresos de la hijiene pública. (122)

La mentalidad de las elites provinciales, en especial, la referencia del parque Boulogne de París fue la base para un nuevo proyecto forestal. Emilio Civit, el mismo dirigente que buscaba eliminar el arbolado público, gestionó la construcción del Parque Oeste, un extenso paseo de 200 hectáreas (el actual Parque General San Martín). La obra se fundaba en las ventajas higiénicas, estéticas, lúdicas e inmobiliarias que suponía para la ciudad, no obstante, no careció de críticas ya que mientras se destinaban grandes sumas en la concreción de esta obra de perfil aristocrático, buena parte de la ciudad carecía de agua corriente y de cloacas. Finalmente, el parque resultó una obra efectiva para poner en escena una ciudad civilizada, dando lugar a que tanto Civit como las élites conservadoras de entonces, capitalizaran el rédito político por modernizar la región (Ponte 1999). Esto es evidente en un fragmento que Katzer (2011) extrae del Primer Censo Municipal:

[…] Manzanas regulares con anchas calles y espaciosas veredas; numerosas plazas, miles de árboles frondosos que la sombrean y una red completa de canales y acequias, todo en el medio del risueño marco de verdura que forman los cultivos de los alrededores […] capital y centro de la gran zona cultivada de la Provincia [tiene] el aspecto y sello característico de los pueblos laboriosos y el movimiento que se observa en las grandes ciudades […]. (110)

Esta autora aporta además que en el “Álbum del Centenario” de 1910 el árbol se presenta como la “metáfora biopolítica paradigmática; representa, en concepto de vida fundado en la libertad y el progreso” (111). En contraste, lo indígena se presenta en los censos de la época asociado a la derrota, al pasado y a lo inerte.

Paisaje actual

Conformación material

El paisaje forestal actual contiene conformaciones asociadas al paisaje indígena, colonial y principalmente moderno, así como nuevos elementos (figura 2). Respecto al arbolado público, un siglo después de su surgimiento conserva sus características principales e incluso se ha institucionalizado su conservación. En especial, la Ley provincial 78743 define como arbolado público “al existente en calles, caminos, plazas, parques y demás lugares o sitios públicos y al que exista plantado en las márgenes de ríos, arroyos y cauces artificiales o naturales del dominio público y privado al servicio de la irrigación y la vialidad”. Además, declara: “al Sistema de Arbolado Público como patrimonio natural y cultural” y “se le otorga el carácter de servicio público prioritario”. Determina como autoridad de aplicación a la Secretaría de Ambiente de la provincia a través de la Dirección de Recursos Naturales Renovables, la cual debe conservar, proteger, estudiar y fomentar el desarrollo del arbolado por medio de la autorización y la fiscalización de las acciones de las autoridades competentes de intervenir: los municipios y las direcciones de vialidad e irrigación.

El arbolado público asociado a calles y caminos es el componente más llamativo de esta configuración. Se estima que actualmente está conformado por alrededor de un millón de ejemplares en el área metropolitana (Acosta 2022). En cuanto a su composición taxonómica, durante 2012 se realizó un censo acotado a 36 manzanas del arbolado público callejero de la ciudad de Mendoza, que demostró un predominio de la morera (Morus alba, 39 %), el fresno europeo y americano (Fraxinus spp., 20 %) y el plátano (Platanus hispanica, 9 %). Además, otras 22 especies habitan en proporciones menores (Martínez, Ruíz y Atencio 2017)4.

Si bien este muestreo no es representativo del total, ya que las especies varían según la disponibilidad de agua y el tipo de edificación, permite observar que siguen sobresaliendo las especies caducifolias, de origen exótico y dependientes del riego artificial. Por lo mismo, el sistema de acequias es fundamental para el desarrollo de estas plantas. Sin embargo, en la actualidad algunos factores condicionan su funcionamiento. Por un lado, el avance de la construcción de calles y veredas y la progresiva impermeabilización de las acequias, redujo las superficies de infiltración e intercambio gaseoso, lo que dificulta que los árboles aprovechen el agua aportada por el riego o la lluvia (Martínez et al. 2008). Asimismo, durante la última década, la provincia viene experimentando una disminución del agua de los ríos, registrando niveles por debajo de la media histórica (DGI 2021). Este fenómeno es parte de un proceso mayor que abarca los últimos cincuenta años en toda la región de los Andes subtropicales en donde hay una disminución en los niveles de precipitación y por consiguiente una disminución del caudal de los ríos (Pabón-Caicedo et al. 2020; Viale et al. 2019). Ante esto y de acuerdo a la Ley de Aguas, el uso de este recurso es prioritario para el consumo humano y las actividades productivas (agricultura -en especial vitivinicultura-, industria y minería), por lo que el riego de los árboles se limita a lluvias eventuales, pérdidas de la red de servicios domiciliarios o eventuales dotaciones de riego cuando existen excedentes. Ante esto, se estudió la respuesta al déficit hídrico de las tres especies más comunes en el arbolado público: las moreras sufren fuertemente su impacto en comparación con el fresno, pero este tiene baja resistencia a la contaminación ambiental. Por su parte, los plátanos mostraron buena resistencia a la contaminación, pero un mayor requerimiento hídrico que fresnos y moreras (Martínez et al. 2014).

Un conjunto de factores derivados del desarrollo urbano afecta el crecimiento del arbolado, como son la contaminación atmosférica y edáfica, la presencia de campos electromagnéticos, variaciones termo-lumínicas, convivencia con infraestructura, envejecimiento de los ejemplares, plagas y enfermedades, entre otros (Cantón, De Rosa y Kasperidus 2003; Martínez et al. 2014). En este sentido se ha estudiado el estado del arbolado discriminando un “área central” con alta densidad de edificación y arboledas “de tipo abovedada”, donde los ejemplares están mayormente envejecidos y hay una escasa reposición de nuevas plantas. Además, un “área residencial pericentral y periférica” donde registra una “estructura verde consolidada, abierta y discontinua” y en la que sobresalen los ejemplares jóvenes, por una fuerte intervención de los pobladores en plantar nuevos árboles. Finalmente, en los “conjuntos de viviendas sociales y asentamientos no planificados” la forestación es “escasa o inexistente” (Cantón, De Rosa y Kasperidus 2003, 31-34).

De forma menos reconocida, este paisaje presenta elementos solapados de las conformaciones indígena y colonial. En el primer caso existen especies nativas creciendo en sectores relictuales de las áreas irrigadas o mezclándose con el arbolado público. Se trata principalmente de aromos y algarrobos; como también se conservan jarillales en los contornos de las zonas urbanas o agrícolas, en su mayoría degradados. Estas plantas son generalmente poco valoradas y eliminadas tanto en espacios públicos como privados, sobre todo cuando habitan como plántulas o arbustos (Mafferra, Besio y Saldi 2021). Asimismo, los jardines y huertos con árboles frutales y vides siguen siendo comunes adentro de las propiedades privadas, en especial en las zonas residenciales y rurales. Estas representan una continuidad de la construcción colonial del paisaje y, si bien no están protegidas por la Ley 7874, constituyen una parte importante del arbolado actual cuya densidad y características específicas no han sido estudiadas en profundidad. Con base en nuestras observaciones se trata de sectores donde la diversidad de árboles y arbustos es mucho mayor a la dada en el arbolado callejero.

El paisaje de las zonas irrigadas se completa con los sectores rurales o productivos, en los que además de existir el arbolado callejero y los jardines, pueden observarse dos tipos de espacios. Los primeros representan una continuidad de las formas agrícolas del paisaje moderno, caracterizados por parcelas regadas por surco o manto de árboles frutales o vides enmarcados o intercalados con líneas de olivares. En estas son comunes también las alamedas y cañaverales de cañas de castilla (Arundo donax) en torno a los canales de riego que dividen o atraviesan propiedades. Sobresalen las propiedades pequeñas (menos de cinco ha) y las fincas suelen incluir espacios domésticos con sus jardines (Bustos 2014). Otros espacios se asocian a la denominada nueva vitivinicultura (Martín 2010; Scoones 2014) y se caracterizan por plantaciones de vid amplias y homogéneas, que incorporan riego por goteo. Estas suelen conformar propiedades más grandes que se completan con edificios de arquitectura contemporánea y parques que incorporan nuevos elementos al paisaje rural (p. ej. prados, lagos artificiales u obras de arte). Estos son destinados al turismo internacional de élite del vino, poniendo en escena una imagen que combina modernidad y autoctonía (Saldi 2019).

Del mismo modo, las zonas rurales de las áreas irrigadas han atravesado los últimos cuarenta años un proceso de gentrificación donde sectores previamente productivos son incorporados como zonas residenciales de élite, sobresaliendo la conformación de barrios cerrados y/o privados (Bernabeu y Martín 2019; Manzini 2017; Scoones 2014). En este proceso se han valorado especialmente las zonas de cabecera de cuenca, que son a la vez las más densamente forestadas como por ejemplo Chacras de Coria, Vistalba (Luján de Cuyo) o Lunlunta (Maipú). A raíz de este movimiento muchas parcelas de vides, frutales u olivares han sido erradicadas, conservando a veces algunos ejemplares para explotar una imagen bucólica. La tendencia hacia esa imagen es notoria en los nombres que generalmente eligen estos emprendimientos, utilizando palabras asociadas al pasado rural como “viñas de…”, “olivares de…”, “quintas de...”, “ranchos de…” o que aluden a la identidad ligada al paisaje “terruño de…” o evocan su contemplación “aires de…”, “vista de…”.

Con sus características particulares otros procesos de expansión residencial se han dado en zonas previamente pobladas por plantas nativas, en especial jarillales. Estas plantas suelen eliminarse previa o posteriormente a su oferta inmobiliaria. En este caso, los asentamientos alternan entre emprendimientos privados destinados a clases altas, barrios populares e incluso asentamientos marginales. Se ha analizado un caso al oeste del área metropolitana, en una zona de piedemonte conocida como cuenca del Jarillal donde se desarrolla un emprendimiento inmobiliario de alta gama denominado Palmares Valley. Allí donde no existían palmeras ni un valle estas plantas exóticas de origen tropical se implantaron como símbolo de estatus (Sedevich, Becerra y Bombal 2005).

Nota: A) jarillal en Perdriel, Luján de Cuyo, B) cultivo tradicional de vides y olivares en el Lunlunta, Maipú, C) arbolado callejero en zona residencial de la ciudad de Mendoza y D) cultivo de vides asociadas a nueva vitivinicultura en Barrancas, Maipú. Fuente: fotografías de Luis Mafferra, Mendoza, 2021-2022.

Figura 2.  Conformaciones actuales de paisaje forestal 

Conformación discursiva

Las formas del paisaje forestal no se hallan solo en el mundo material, sino que muchas de sus texturas y matices pueden observarse entre las líneas de notas periodísticas, en comentarios de la población local o en el discurso de diversos profesionales. En el material periodístico analizado los árboles se destacan como tema en la agenda de noticias en relación a dos coyunturas contrarias: cuando se convierten en una amenaza para la población y sus bienes o cuando se ven amenazados por malas prácticas, obras urbanas u otros. Ante estos últimos es normal la publicación de editoriales o cartas de lectores, donde los sentidos enredados al paisaje forestal pueden observarse con nitidez. Lo mismo sucede en los debates virtuales surgidos ante el intento de modificación de la Ley de arbolado público durante 2020.

Entre los argumentos que componen estos discursos sobre el paisaje forestal, es interesante cómo se resignifica el pasado y en especial se construye una memoria del ambiente originario inhóspito, redimido con la introducción de los árboles. Así, se remarca lo insano del paisaje originario y las ventajas aportadas por el arbolado introducido, reconociendo que son estas plantas las que posibilitan la vida en la región. Se menciona por ejemplo “la cultura mendocina del árbol, que un día logró hacer crecer un bosque, donde solo había arena y piedras” (“Árboles, otra…” 2018). En la misma sintonía se destaca que los árboles son “patrimonio de la provincia y sustento de la vida” (Lucero 2019) o que “sin ellos la vida ciudadana sería inviable” (“Acequias: qué…” 2018). Este paisaje forestal se comprende conformado por plantas domésticas exóticas. Así se lo representa como un “bosque urbano”, aunque algunos por su estatus cultural prefieren la denominación de ciudad jardín/oasis. En este sentido, el oasis y su paisaje forestal se caracterizan como culturales, frente al paisaje nativo que es sinónimo de lo agreste o salvaje. La construcción de este ambiente se vincula también a una épica del sacrificio “es obra de hombres y mujeres que domesticaron estas arenas, con sangre, sudor y lágrimas” (Godoy 2020, en línea).

Estos testimonios aluden a la construcción del oasis y la implantación de árboles que se relacionan al periodo colonial: “Hace 400 años mis abuelos y abuelas llegaron a Mendoza y plantaron árboles y vides” (Godoy 2020, en línea) y especialmente a la obra de los gobiernos oligárquicos de finales del siglo XIX y principios del XX. Como señalamos previamente, estas gestiones consiguieron el rédito por modernizar la ciudad, cuestión que es vigente actualmente. Algunas editoriales puntualizan en la labor de estos gobiernos conservadores: “La revolución mendocina se hace plantando árboles” dice el título de una nota publicada en 2016 y la bajada aclara que “El tirano aquí se llama Desierto”. Reconoce luego que “Es trabajo político -y no milagro- lo que ha convertido a estos páramos desérticos en oasis para poder vivir en sociedad” (Paz 2016). Aquí, la gesta que habría dado lugar al oasis se comprende como un proceso civilizatorio y se contrapone a una existencia barbárica cuya vinculación con el pasado lleva a la comprensión del paisaje como un legado que debe ser resguardado para las generaciones futuras. Esto se presenta como problemático y el fracaso de este proyecto acecha junto a viejas o nuevas imágenes del desierto: “se está convirtiendo a la provincia en un verdadero desierto, pero no como el de hace quinientos años atrás, el de ahora es un desierto de hormigón” (González 2017, en línea).

El sostenimiento y control del arbolado público sigue siendo un aspecto relevante de la gestión política actual: “el mendocino extraña los árboles…y eso es una cuestión de Estado” (“Capital culpó…” 2010). Por ejemplo, el entonces intendente de capital y actual gobernador de la provincia se jactaba de que tras su gestión “ya no hay dónde plantar más árboles” y de tener “una historia clínica” de cada uno de los árboles de su municipio (Verderico 2019). Del mismo modo, la cantidad de árboles plantados o repuestos es un número siempre presente en la prensa y las campañas publicitarias de las gestiones municipales.

El paisaje forestal de los oasis se asocia al ser mendocino auténtico, que a su vez remite a la marca racial de inmigración europea, mientras el paisaje nativo se vincula a lo criollo e indígena. Nuevamente, como a fines del siglo XIX, en la citada editorial de Paz (2016) , se menciona por ejemplo la falta de “cualidades mendocinas” de un exgobernador no nacido en esta provincia. En cartas de lector son también comunes estas relaciones, por ejemplo, se menciona como

el actual intendente […] tal vez no entienda la hegemonía mendocina en este particular, ya que se dice que es oriundo del norte donde no existe el concepto del árbol como acervo cultural y, en cualquier pueblo prácticamente no se observan espacios forestados fruto del esfuerzo como en Mendoza. (Cortez 2019)

Menos sutil otra carta de lector afirma que “cuidar la sustentabilidad del Oasis Norte es obligación de todo mendocino bien nacido” (Lucero 2019).

Los argumentos también se asocian a lo económico o productivo, cuando el paisaje forestal introducido se relaciona al desarrollo. “No hay dudas que la sustentabilidad ambiental, social y económica de la provincia de Mendoza depende en gran medida de los árboles” (“¡Nuestros árboles…” 2017). Mientras las áreas no irrigadas se razonan como sinónimo de atraso, “el árbol en Mendoza es sinónimo de trabajo, constancia, ganas de avanzar sobre el desierto y modificar las condiciones para permitir la vida” (Stabio 2020).

Los árboles, sobre todo las especies introducidas, se convirtieron en el símbolo que condensa la unión, la historia de sus ciudadanos. Justamente en el himno provincial se dice “Tus venas son como acequias, suman vida a la arboleda” y es un frondoso árbol el símbolo que eligió el municipio de Mendoza como marca. Estas plantas son señaladas como patrimonio, son un “ejemplo de la cultura del árbol y emblema de Mendoza” (Mur 2017). Son referidos como un modelo claro de la “cultura del trabajo” o la “cultura del árbol” que caracteriza al ser mendocino. Se valora especialmente la imagen dada hacia afuera, lo que ven los visitantes. Se repite con frecuencia el relato de una anécdota donde un extranjero contempla desde un cerro o un avión la ciudad y sus árboles y expresa: “¡Qué buena idea, haber hecho la ciudad, en el medio de un bosque!” (Ponte 1999, 251); ignorando que todos esos árboles han crecido “fruto del esfuerzo” (Paz 2016).

Identificamos también tipos de relaciones características. Las áreas que quedaron por fuera del sistema de riego y que localmente se asocian a la idea de desierto se describen como un enemigo a vencer, como vimos: “el tirano aquí se llama desierto”. Por el contrario, los árboles introducidos se mencionan como “aliados” (“Acequias, qué…” 2018) o “compañeros” (De Pascual 2020). Por lo que con el paisaje del oasis las relaciones se dan en los términos de la protección o cuidado, invocando una épica del esfuerzo.

En la misma línea reconocimos cuestiones morales donde el legado que apunta al sostenimiento de los árboles se enuncia como deber u obligación asociado a la ascendencia y descendencia familiar; “constituye… una responsabilidad ciudadana para con nuestros descendientes y con aquellos visionarios que lo crearon en el siglo pasado” (Sayavedra 2020). Existe un señalamiento a los que no respetan esa misión, que pueden ser actores tanto individuales (un vecino que corta el árbol al frente de su casa) como instituciones de gobierno que no vigilan al vecino o que realizan podas excesivas. Las razones del incumplimiento se relacionan tanto a la falta de conocimiento o de “cultura”, como a la falta de valores asociados a la “mendocinidad”, vinculada a la marca étnica arriba señalada. Esta moral vinculada al paisaje suele caracterizar los encuentros donde profesionales defienden la conservación del arbolado, tomando un tono orgulloso: “el oasis urbano, la gran creación de Mendoza”; reflexivo: “¿existe un lugar aquí para el arbolado urbano?”; o también aleccionante: “los enemigos de los árboles no son únicamente las industrias… también lo es una gran parte de la sociedad que no tiene conciencia necesaria sobre el tema” (Balasch 2020).

Es notorio también cómo estos sentidos ambientales atraviesan las prácticas del campo académico, por caso, en un artículo donde se analiza la estructura urbana en relación a los árboles se dice:

Siempre que dejamos la tierra sola, aquí brota el desierto. En los límites urbanos el suelo cambia de repente a un color blanquecino y la vegetación se reduce a escasas matas espinosas, que parecen no tener vida. También en los baldíos brotan rectángulos de desierto, entre los edificios y los jardines húmedos. (Bórmida 1983/86, 122)

Del mismo modo en planes o informes gubernamentales se reconoce que “la presencia masiva de árboles… ha hecho de una región desértica natural un lugar apto para el desarrollo de la vida humana” (Martínez, Ruíz y Atencio 2017, 6). Asimismo, se replican de manera literal algunos sentidos que observamos en los testimonios “Urge el compromiso de todas las comunidades, para recuperar la cultura mendocina del árbol que un día logró hacer crecer un bosque, donde solo había arena y piedras” (Unicipio 2018, 22).

Conclusiones

A lo largo de este escrito, analizamos la conformación histórica y actual del paisaje forestal, haciendo énfasis en cada caso tanto en los discursos como en las materialidades involucradas. Aquí reflexionamos acerca de cómo se ha construido un tipo particular de experiencia del ambiente en la región que afecta la forma en la que el entorno es percibido. Para esto resulta pertinente la analogía propuesta por Ingold (1993) entre los conceptos de cuerpo y paisaje, que vincula a razón de sus formas, o más bien de sus procesos de conformación. En este sentido, cuerpo y paisaje son términos complementarios que participan en procesos conjuntos. Con esto en mente, nos interesa pensar la manera en la que se involucran las relaciones de poder en estos procesos. Para el caso de los paisajes, las ideas de Butler sobre la materialidad del cuerpo resultan pertinentes. La autora, comprende que discursos y materialidad tienen una relación de “circularidad mutua”, citándose mutuamente. Así, importan tanto “las normas que regulan el proceso de materialización” y “los significados que este proceso hace circular”, como también la materialidad. En este sentido, propone que la materialidad se conforma por medio de discursos y actos performativos y que mediante su repetición “oculta o disimula su historicidad”; así, su carácter fijo debe concebirse “como el efecto más productivo del poder” (De Mauro 2014, 6-7).

Analizar el paisaje en la larga duración nos permitió observar diferentes procesos conformativos que son actualmente ocultados o disimulados por los discursos hegemónicos. En especial, durante el periodo prehispánico se materializó un paisaje muy diferente al concebido en los imaginarios actuales. Este estaba habitado por variadas especies de árboles y arbustos y se concebía socializado de manera amplia y en ningún modo inhóspito o contrario al desarrollo de la vida indígena. El germen asociado a la contradicción actual entre ambiente y sociedad puede hallarse en el periodo colonial. En paralelo, se impulsó la materialización de un nuevo paisaje donde se introdujeron árboles frutales y se iniciaron algunas dinámicas ambientales disruptivas de las formaciones vegetales indígenas. Sin embargo, el alcance de estas dinámicas estuvo restringido a las limitadas zonas de ocupación, producción y tránsito de la sociedad colonial. Fue durante el final del siglo XIX cuando en un mismo movimiento, comenzaron a conformarse los oasis siendo el desierto también un resultado de este proceso. Así, la desecación de las zonas bajas de la cuenca, sumado a la deforestación de amplios sectores del piedemonte y la planicie materializaron el desierto que hoy se concibe como ambiente originario. Al analizar los discursos asociados al paisaje forestal actual, constatamos la amplia circulación de sentidos que contribuyen a la naturalización de la condición inhabitable de este ambiente.

Por otro lado, la conformación conjunta de cuerpos y paisajes da lugar a un modo de percepción basado en la experiencia de vida en las zonas irrigadas y forestadas en estrecha relación con las memorias que conciben un ambiente nativo inhóspito. Nuestro análisis permite observar además cómo la conformación material que define paisajes ciertamente contrarios se actualiza y sostiene por la repetición de prácticas reguladas por diversas normativas. Más allá de lo falso o verdadero de los componentes discursivos o memorias que participan de este proceso, pueden comprenderse como exitosos en términos de Butler en la medida que la indiscutible fijeza de esta condición ambiental representa una de las expresiones más acabadas de las relaciones de poder en la región.

Estas narrativas aparecen como perspectiva hegemónica para comprender la realidad y afectan tanto los discursos públicos, como los académicos y la práctica política (Escolar et al. 2012). En el primer caso, esta forma de concebir el entorno se comprende como una cultura, la “cultura del árbol”. Aquí, la noción de cultura está supeditada a la adquisición de conocimientos, apegos, sensibilidades que se presentan como la marca del “buen ciudadano” y que se contrapone al que carece de tales conocimientos y valores. Desde este punto de vista, la noción de cultura cobra un carácter excluyente e identitario, marca un nosotros (buenos ciudadanos, con cultura) frente a un otro, extraño, sin cultura (Saldi 2015).

Alonso (1994) da cuenta de cómo en la conformación de la comunidad imaginada señalada por Anderson (1993) los grupos humanos y los hitos de los que se conforma la historia nacional son asociados y unificados (jerárquicamente) a tropos ambientales. En este sentido, la comunidad imaginada mendocina se entrelaza con su paisaje forestal de las áreas irrigadas, representado como hito del esfuerzo de las generaciones pasadas y como misión y legado para las generaciones presentes y futuras. Esto fortalece el carácter identificatorio que liga a la sociedad mendocina y los entornos arbolados, ya señalado en trabajos precedentes (Mafferra 2018, Mafferra y Marconetto 2017; Montaña 2006).

Es indudable que el paisaje forestal actual de las áreas irrigadas es considerado como ambientalmente beneficioso y de valor patrimonial e identitario para la población local (Mafferra 2018; Montaña 2007, 2006; Ponte 1999). No obstante, este asociado al modelo de desarrollo vitivinícola trae aparejado como costo, la desecación y deterioro de la mayor parte del territorio provincial. Por otro lado, la problemática planteada por la progresiva escasez de agua de los ríos pone en duda su sostenibilidad en el futuro. Del mismo modo, el modelo vitivinícola a partir de 1990 ha intensificado sus consecuencias ambientales y reducido sus beneficios sociales y económicos para la población local (Barzola-Elizagaray y Engelman 2020).

Finalmente, remarcamos que la consideración de los fenómenos sociales asociados a la construcción de sentidos en torno a problemas ambientales es clave para la comprensión acabada de dichos fenómenos. Vimos que variados discursos afectan la forma en la que el ambiente es percibido, en la que el pasado es resignificado o en la que el futuro es proyectado. Por lo mismo, estos deben considerarse en trabajos académicos (como obstáculos epistemológicos al menos) y en los proyectos de gobierno. Todo esto anima a continuar la reflexión sobre la construcción material y discursiva de los paisajes de la región. Esperamos que este trabajo contribuya a la comprensión de la situación actual en tensión con el registro de conformaciones alternativas existentes en el pasado. Asimismo, que anime nuevos trabajos sobre el tema y propuestas para el futuro con vistas a superar las injusticias socioambientales vigentes en la actualidad.

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*Este artículo deviene de la interacción de nuestros estudios doctorales y posdoctorales que se desarrollan en el marco del proyecto PICT 1632/17 “Memoria social y procesos de patrimonialización en la cuenca del río Tunuyán Superior, Mendoza, Argentina” desarrollado entre 2017 y 2023. El análisis y escritura de este artículo se desarrolló de manera conjunta por los autores.

1Alberti (2010) toma este concepto de Karen Barad para referirse a las relaciones no jerárquicas entre personas, objetos, medio ambiente y significados.

2La información de prensa local que se recolectó es de los diarios Los Andes y Uno entre los años 2015-2020.

3Ley provincial 7874/2008, 11 de junio, “Política ambiental, permanente, racional y sustentable para el control, conservación y preservación del arbolado público”. https://www.argentina.gob.ar/normativa/provincial/ley-7874-123456789-0abc-defg-478-7000mvorpyel

4Actualmente se está trabajando en un censo más completo cuyos resultados aún no se encuentran disponibles (Acosta 2022).

Cómo citar este artículo: Maferra, Luis, Leticia Saldi y Laura Besio. 2023. “Conformación material y discursiva del paisaje forestal actual de las áreas irrigadas del centro norte de la provincia de Mendoza, Argentina”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 52: 33-59. https://doi.org/10.7440/antipoda52.2023.02

Recibido: 02 de Diciembre de 2022; Aprobado: 11 de Mayo de 2023

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