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Revista Científica General José María Córdova
Print version ISSN 1900-6586
Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.11 no.11 Bogotá Jan./June 2013
Repensando la teoría de la polaridad. Una aproximación al papel de Colombia en América Latina*
Rethinking Polarity Theory. An Approach to the Role of Colombia in Latin America
Pour (re)penser la théorie de la polarité. Une approche du rôle de la Colombie en Amérique latine
Repensando a Teoria da Polaridade. Uma Aproximação ao papel da Colômbia na América Latina
Vicente Torrijos Rivera a, Andrés Pérez Carvajal b
* Artículo asociado al proyecto de investigación "Problemas actuales de la teoría de la polaridad", Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del Rosario.
a. Doctor en Relaciones Internacionales y post doctorado en Asuntos Estratégicos, Seguridad y Defensa. Profesor Titular y Distinguido de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. Comentarios a: vicentetorrijos@hotmail.com
b. Graduando en la Facultad de Ciencia Política y Gobierno, y becario en el programa de Historia de la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. Comentarios a: perez.andres@ur.edu.co
Recibido: 10 de enero de 2013. • Aceptado: 15 de abril de 2013.
Resumen
Analizar el caso de Colombia representa un reto para la comprensión de las relaciones de poder dentro del sistema internacional. Dadas las limitaciones de un Estado como el colombiano, los acercamientos clásicos a la polaridad resultan insuficientes, pues pasarían por alto las características particulares que rodean la participación de este agente del sistema regional latinoamericano. Si sólo tuviéramos en cuenta los recursos de poder reconocidos por Kenneth Niel Waltz (1988), la mayoría de los Estados del continente americano eclipsarían a Colombia y esta no podría desarrollar la participación que se le reconoce en la práctica. Por lo anterior, tratar el caso de Colombia es un buen pretexto para plantear los cambios necesarios que demanda esta teoría de la polaridad, dentro de las complejas dinámicas que en la actualidad rodean el orden mundial y el enfoque neorrealista de la disciplina de las relaciones internacionales. La propuesta que se desarrolla aquí tiene una naturaleza práctica encaminada a encuadrar el caso de estudio, apoyándose en una construcción teórica que busca, con base en la idea del poder, la forma adecuada de acercarse a la polaridad. El artículo está dividido en cinco partes: (1) descripción del estado actual del sistema; (2) acercamiento a la idea del poder, enfoque neorrealista de las relaciones internacionales y su aplicación en el sistema internacional; (3) modelo de análisis para la comprensión de la relaciones de poder entre agentes del sistema; (4) aplicación del modelo en el caso de Colombia y el contexto latinoamericano; y (5) conclusión.
Palabras clave. Teoría de la polaridad, relaciones internacionales, neorrealismo, relaciones de poder.
Abstract
Analyzing the Colombian case represents a challenge for understanding power relationships in the international system. Given the limitations of a state like Colombia, classical approaches to polarity are insufficient, because they would overlook the particular characteristics that surround the participation of this agent of the Latin American regional system. If we keep in mind only the power resources recognized by Kenneth Niel Waltz (1988), most of the States in the American continent would eclipse Colombia, and it would not develop its participation recognized in practice. Therefore, treating the case of Colombia is a good reason to raise the necessary changes demanded by this polarity theory within the complex dynamics that currently surround the world order and the neorealist approach which dominated the International Relations discipline. The proposal developed here has a practical nature designed to frame the case study, based on a theoretical construct that seeks, based on the idea of power, the right way to approach the polarity. The paper is divided into five parts: (1) a description of the current state of the system; (2) an approach to the idea of power, neorealism of international relations and its application in the international system; (3) an analysis model for understanding power relationships among system agents; (4) an application of the model to the Colombian case, and to the Latin American context; and (5) conclusion.
Keywords. Polarity Theory, International Relations, Neorealism, Power Relationships.
Résumé
L'analyse du cas de la Colombie représente un défi pour la compréhension des relations de pouvoir dans le système international. Étant données les limitations d'un Etat comme le colombien, les approches classiques de la polarité sont insuffisantes, car elles ne tiendraient pas compte les caractéristiques particulières qui entourent la participation de l'agent du système régional d'Amérique latine. Si seulement nous avions compte les ressources de pouvoir reconnus par Kenneth Niel Waltz (1988), la plupart des États du continent américain éclipserait à Colombie et elle ne pouvait pas développer sa participation reconnue dans la pratique. Par conséquent, traiter le cas de la Colombie, c'est une bonne raison pour faire les changements nécessaires exigés par cette théorie de la polarité, dans les dynamiques complexes qui entourent actuellement l'ordre mondial et l'approche néoréaliste dans la discipline des relations internationales. La proposition développée ici, c'est de nature pratique visant à encadrer l'étude de cas, basée sur une construction théorique qui cherche, basé sur l'idée du pouvoir, la meilleur façon d'aborder la polarité. Le document est divisé en cinq parties: (1) une description de l'état actuel du système; (2) L'approche à l'idée de pouvoir, perspective néoréaliste des relations internationales et sa application dans le système international; (3) un modèle d'analytique pour appréhender les relations de pouvoir entre les agents du système; (4) L'application du modèle au cas colombien, et au contexte latino-américain; et (5) La conclusion.
Mots-clés. Théorie de la polarité, relations internationales, Néoréalisme, relations de pouvoir.
Resumo
O análise do caso colombiano representa um desafio para a compreensão das relações de poder no sistema internacional. Dadas as limitações de um estado como a Colômbia, as abordagens clássicas à polaridade são insuficientes, pois eles iriam ignorar as características particulares que envolvem a participação do agente do sistema regional latino-americano. Se tivermos em conta apenas os recursos de poder reconhecidos por Kenneth Niel Waltz (1988), a maioria dos estados do continente americano eclipsaria a Colômbia e ela não podia desenvolver a sua participação reconhecida na prática. Portanto, tratar o caso da Colômbia é uma boa razão para fazer as mudanças necessárias exigidas pela teoria da polaridade nas dinâmicas complexas que atualmente cercam a ordem mundial e a abordagem neo-realista na disciplina de relações internacionais. A proposta aqui desenvolvida tem uma natureza prática projetado para enquadrar o estudo de caso, com base em uma construção teórica que busca, com base na idéia de poder, a melhor maneira de abordar a polaridade. O trabalho está dividido em cinco partes: (1) descrição do estado atual do sistema; (2) aproximação à idéia de poder, abordagem neo-realista das relações internacionais e sua aplicação no sistema internacional; (3) um modelo de análise para a compreensão das relações de poder entre os agentes do sistema; (4) aplicação do modelo ao caso colombiano e ao contexto latino-americano; e (5) conclusão.
Palavras-chave. Teoria da polaridade, relações internacionais, neo-realismo, relações de poder.Introducción
La hegemonía global o momento unipolar, a la que estaba encaminado el mundo tras el colapso del proyecto soviético, se diagnosticó por algunos académicos como la expansión indefinida de la democracia, el capitalismo y el libre mercado (Fukuyama, 1992). Al no existir barreras que detuvieran el plan de los Estados Unidos para el mundo, la condición lógica era que los valores propios del estilo de vida americano, como grandes triunfadores de la guerra fría, coparan el globo. Sin embargo, en menos de una década fue evidente que las promesas de la libertad y el desarrollo no tendrían reflejo en la realidad (Palacios, 2011, 225-265).
Más que una incapacidad militar de imponer el orden liberal por vía de la fuerza, el reto de ocupar el lugar de la superpotencia fue mayor a la capacidad de Estados Unidos de seguir dándole un sentido y rumbo al mundo (Ladi, 1997). La era post soviética desnudó la necesidad que tenía el proyecto estadounidense de generar un equilibrio entre la idealización de la libertad y la oposición de una figura rival que se constituyera como obstáculo para la consecución de los objetivos planteados. En el momento en el que el gran opositor se derrumbó, la armonía discursiva se rompió y las expectativas que fueron imposibles de alcanzar, erosionaron el poder de los EE.UU. ante el mundo.
Ricardo Méndez Gutiérrez, en El nuevo mapa geopolítico del mundo, diagnostica tres grandes procesos inalterados durante la era post-soviética que condujeron al debilitamiento del mensaje americano (Méndez, 2011). En primer lugar, la pobreza y las desigualdades continúan siendo un factor común entre amplios márgenes de la población mundial. Aunque en esta época de la humanidad es posible una generación de riqueza nunca antes vista, fenómenos de violencia estructural continúan afectando a un número enorme de sociedades. Las disparidades globales aumentan en vez de disminuir, generando situaciones de conflicto dentro de las órbitas norte-sur, que se entrecruzan con las tensiones socioculturales del supuesto choque de civilizaciones; en segundo lugar, las migraciones (intraestatales e interestatales), producto de condiciones socioeconómicas adversas, se han convertido en un factor de desequilibrio regional y global. Los desplazamientos masivos generan choques entre las poblaciones locales (que pretenden mantener sus condiciones de existencia) y los migrantes que, además de constituir entornos multiculturales, entran a disputar los espacios antes ocupados por los nativos. En tercer lugar, el distanciamiento tecnológico (brecha digital) está conduciendo al mundo a la generación de brechas insalvables en la incursión de las sociedades a las lógicas de la economía del conocimiento y la información. A cada momento resulta más difícil hablar de la posibilidad que los Estados, que se encuentran rezagados dentro de las dinámicas producidas por las tecnologías de la información y la comunicación, en algún punto lleguen a alcanzar o siquiera acercarse a los líderes en esta materia, especialmente por la notable incapacidad de generar el capital humano suficiente para incursionar en el campo.
A través de estos procesos, se crearon los espacios vacíos de sentido que hoy tratan de ser copados por otros Estados y agentes del sistema internacional, que intentan dar respuestas alternativas a las mismas problemáticas. Las denominadas potencias emergentes, o lo que en su momento Zbigniew Brzezinski dilucidó como los posibles jugadores geoestratégicos emergentes, tales como Francia, Alemania, Rusia, China e India (Brzezinski, 2003), tuvieron un real proceso de empoderamiento que los ha conducido a demarcar zonas de influencia propias, donde su capacidad se manifiesta en la limitación de la influencia estadounidense. A su vez, los nuevos actores no estatales del sistema han sabido posicionarse a través de las grietas dejadas por el fracaso de los EE.UU., garantizándose importantes niveles de intervención en las problemáticas globales. T.V. Paul, propone que las nuevas potencias y los actores no estatales han basado su estrategia de intervención mundial en maniobras de equilibrio de poder suave, que reconoce la preponderancia militar de EE.UU., pero busca la limitación de su capacidad de acción por medio de recursos diplomáticos alternativos (Paul, 2011, 95-116).
América Latina no escapó a la descomposición del discurso estadounidense y la fragmentación del poder. Los Estados y sociedades, considerados durante mucho tiempo zona primaria de influencia de los EE.UU., experimentaron los dos escenarios que desafiaron el momento unipolar.
El Consenso de Washington representó el centro del espíritu ideológico neoliberal de la postguerra fría en diez puntos claves, inspirados en el retroceso del Estado frente al mercado y la desregularización del comercio y las economías locales, se trató de llevar a la práctica lo propuesto por el sistema vencedor del orden bipolar (Méndez, 2011, 134). Sin embargo, las modificaciones propuestas desde EE.UU., como lo explica Josep Stiglitz Stiglitz en El malestar de la Globalización, se convirtieron en una herramienta útil, siendo la OMC, el BM y el FMI, el engranaje fundamental para crear relaciones asimétricas de beneficio económico entre Estados (Stiglitz, 2002). Se posibilitó la expansión económica de las grandes potencias y se relegó a las demás naciones a un crecimiento marginal, nulo o negativo. La propuesta económica del FMI y el BM (que en la práctica era una condición obligatoria si se quería hacer parte del crédito internacional) dio lugar a un paulatino debilitamiento de los sistemas económicos locales y a la consolidación de relaciones de dependencia absoluta entre Estados pobres y grandes potencias (ibíd.). Lo anterior degeneró en las grandes crisis económicas y sociales que vivieron países como Venezuela, Ecuador y Argentina, propiciando el crecimiento de la desigualdad, la pobreza y las migraciones indeseadas.
En cuanto a la disputa práctica del poder, varios son los Estados que están reclamando un comando regional. En este sentido, el continente vive el empoderamiento de los Estados que, dada su centralidad dentro de la geopolítica energética, tienen importancia global y de otros que tratan de consolidarse a partir del desarrollo paulatino de sus potencialidades. Los casos de Venezuela y Brasil son ejemplares, puesto que el primero basa su intervención regional (dentro del marco de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) y global (a través de la Organización de Países Exportadores de Petróleo), en las cuantiosas reservas petroleras que posee y, el segundo, en lo que sería su proyección como potencia regional primaria de Suramérica.
En 2010, la revista Newsweek incluyó a Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica (CIVETS), cuya sigla significa la inicial de cada uno de los países mencionados. Dicha lista resaltaba que este grupo de países poseían las características necesarias (crecimiento económico estable y sostenido, inflación baja, déficit y deuda externa controlada) para convertirse en potencias emergentes, que empezarían a cobrar importancia local, regional y global en los siguientes años (¿Qué son los CIVETS?, 2010). Los CIVETS se destacaban por su capacidad de crecer económicamente con tasas superiores, incluso a las de las potencias mundiales reconocidas (ibíd.).
Más allá de lo planteado por estas visiones fundamentalmente economicistas, Colombia se constituye como un caso paradigmático dentro de las realidades que se describieron antes, puesto que, a pesar de haber experimentado la crisis económica del neoliberalismo y llevar 50 años en una guerra propia de la era bipolar (Offstein, 2003, 99-142; Moreno, 2006, 595-645), su centralidad dentro de las realidades políticas de América Latina es significativa. Desde mediados de la década anterior el PIB del país crece a una tasa aceptable (Colombia es la segunda economía suramericana tras superar a Argentina, 2012). Colombia se ha convertido en un jugador geopolítico de importancia en su región, con participación central en los escenarios multilaterales (UNASUR y OEA), es reconocido como aliado central y estratégico de los EE.UU. en Suramérica y es el centro de la oposición a la expansión del, bolivarianismo (Sstraka, 2008 89-91; Torrijos, 2011, 46-60) continental (Godoy, Gonzáles, Orozco, 2011, 89-91, 325-335).
1. Sobre el estado actual del orden mundial
Durante la introducción se han fijado el agotamiento del discurso liberal democrático y la aparición de potencias emergentes, como dos de los procesos característicos del presente orden global. Sin embargo, resulta necesario perfilar dos adicionales. En primera instancia se explorará la forma en que los nuevos agentes del sistema, como jugadores centrales del mismo, se instalan dentro de la estructura de poder mundial y su papel con respecto a la preponderancia de los Estados. En segunda instancia, se llamará la atención sobre la forma en que la evolución tecnológica del sistema impacta el enfoque de las relaciones de poder. Antes de incursionar sobre estos dos elementos, se establecerán los fundamentos para entender la idea del orden mundial, como elemento central en el análisis de la polaridad global a lo largo de la historia.
1.1. Ideal del orden mundial
Luis Dallanegra Pedraza propone comprender el tiempo de la humanidad a través de dos marcos interpretativos diferentes (Pedraza, 2007, 9-32). En primer lugar, se tendrían unas macroetapas donde predominan las relaciones entre un tipo específico de actor y, a través de éstas, se configuran los elementos básicos de todos los procesos globales. En segundo lugar, las microetapas, las cuales están determinadas por las diferentes formas en las que se configuran las relaciones de poder entre los actores dominantes, a lo largo de la macroetapa. Dado el carácter dinámico de la distribución del poder dentro del sistema, en un mismo macroperiodo, se pueden presentar múltiples configuraciones globales.
A su vez, Juan José Palacios, quien entiende la noción de orden mundial como el conjunto de arreglos pactados, de forma implícita o explícita, entre las potencias regentes en un momento dado, propone entender el mundo a través de diferentes órdenes que se configuran a partir de una gran conflagración o una serie de acontecimientos significativos (Palacios, 2011). Cada nuevo orden mundial viene de la descomposición del anterior, en la que los actores principales, sobrevivientes de una relación competitiva, pautan las nuevas formas de comportamiento aceptadas dentro del sistema (ibíd.).
El orden mundial se configura a partir de una estructura (relación de poder entre los agentes), un tipo de gobernanza (instituciones internacionales) y forma de legitimación (patrones de comportamiento aceptados por las potencias) (ibíd.).
Dado el cambio en el primer elemento, los dos se modifican para dar lógica a la nueva disposición del poder, por lo que la brevedad del momento unipolar de los EE.UU. propició un orden, asimilable a la llamada Pax Americana, y su desvanecimiento está dando paso a otro, que Palacios define como:
Más generalmente, puede decirse en conclusión que el orden que se configure en el mundo, más allá de la década cero, se va a caracterizar por una multiplicidad y una diversidad sin precedentes de actores y de fuentes de autoridad con ámbitos de acción y jurisdicciones igualmente diversas, que por lo tanto se van a traslapar. De esta manera, apunta a ser un orden más propiamente multipolar con rasgos neomedievales en el que coexistirán megarregiones y entidades de corte neoimperial que estarán en la cúspide de la pirámide de poder y gobernanza globales. En todo caso, ese orden se encamina a ser menos jerárquico y menos centralizado, si bien más complejo y probablemente más inestable que la actual variante post-9/11 del orden de la post-Guerra Fría, y más aún que el orden bipolar de la Guerra Fría bajo la cual el mundo pudo disfrutar durante cuatro décadas de la tensa pero sostenida estabilidad que propició la 'pax estadounidense'.
(Palacios, 2011).
La propuesta de Palacios ayuda a comprender que es la estructura la que determina las pautas de comportamiento dentro del sistema, es decir que dada la distribución del poder es que los agentes adquieren un papel y las instituciones un parámetro de acción. Es entonces como se entiende el poder y su distribución dentro del sistema (no bajo unas normas que aplican de forma atemporal), la forma adecuada de acercarse a la comprensión del orden mundial en un momento dado.
1.2. Nuevos y viejos agentes: desafío y supervivencia al poder del Estado
Bajo el título ¿Menos Estados Vs. Más Estados?, Méndez Gutiérrez encuadra uno de los fenómenos más interesantes de los últimos 50 años (Méndez, 2011, 133-143), el autor propone que la multiplicación de los Estados, en lugar de generar el sostenimiento de su poder dentro de la macroetapa, ha supuesto la conformación de fenómenos que conducen a su debilitamiento. En otras palabras, se propone que más Estados no significa más Estado (Méndez, 2011, 133-143).
La fragmentación política es para Ricardo Méndez el resultado, sin importar el discurso sobre el cual se asienta, de la interacción entre la actuación estratégica de individuos y grupos, que reclaman para sí el acceso o la preservación de determinados beneficios o recursos, y la existencia de un reclamo identitario, que identifica como prioritaria la necesidad de crear una organización política independiente (Méndez, 2011, 143-179). Este tipo de proyectos necesitan de una o varias potencias, que aseguren un respaldo político internacional suficiente para constituir al Estado, como mínimo, en un hecho político sin reconocimiento internacional completo. La formación de nuevos Estados, alejándose de la idea de las reivindicaciones aisladas, sería el producto de la alineación de los intereses de varios agentes en propiciar un proceso de construcción estatal en el sistema (ibíd.).
Al aplicarse la lógica anterior, el crecimiento cuantitativo no se relaciona necesariamente con uno cualitativo, el nacimiento de Estados estaría mediado, ante todo, por la eventual conformación de estructuras políticas débiles, inviables económicamente, títeres de potencias más grandes, sin posibilidad de cumplir con sus funciones para con su sociedad y con la facilidad de convertirse en eventuales factores de desestabilización regional-global.
De igual forma, bajo la expansión de la propuesta de desregularización política y libertad de mercado, propia de la expansión de las ideas neoliberales, los Estados jugaron en su contra y recalcularon, a la baja, los espacios en los que les era posible intervenir. Esta idea de Godofredo Vidal de la Rosa (Vidal, 2010, 231-252), condujo a que se debilitaran las estructuras políticas de los Estados y se deterioraran los vínculos que unían a la sociedad con su organización política.
Por medio de estas dos vías, tanto para los nuevos como para los antiguos Estados, se construyeron los espacios vacíos en los que los agentes no estatales, dependiendo de su naturaleza y capacidad de acción, demarcaron sus zonas de influencia como vía a su empoderamiento. Multinacionales, ONG, movimientos sociales, actores armados no estatales, personalidades y organizaciones criminales y transnacionales encuentran nichos legales, o ilegales, dónde incorporarse en múltiples Estados, desarrollando actividades para-estatales o incluso contra-estatales. Sin las complicaciones propiciadas por los rígidos aparatos diplomáticos oficiales, pueden representar a los ciudadanos en todo su espectro de intereses y en una agenda internacional compleja.
El factor clave se encuentra en que son los grupos e individuos dentro las sociedades, los que en la práctica empoderan a los nuevos actores, ya sea porque estos les otorgan una oportunidad de solucionar sus necesidades económicas o por que visibilizan necesidades insatisfechas. Las debilitadas relaciones entre Estado y sociedad son las que convierten, en jugadores claves del sistema, a los actores no estatales, que por su capacidad de trabajar dentro y fuera de las fronteras, influenciando a los grupos, pueden eventualmente movilizar grandes masas y hacerse con la atención de lo global (Langhorne, 2005, 331-339).
Resulta evidente que los agentes no estatales, no poseen las herramientas necesarias para competir, dentro del plano militar, con los Estados o los organismos de seguridad de las organizaciones internacionales, sin embargo, su poder con respecto a factores económicos, sociales y culturales, puede ser determinante en el desarrollo de la agenda global de las potencias. Lo significativo es entonces, dimensionar con los Estados, como jugadores centrales del sistema, lo que son capaces de lograr los actores no estatales en su intervención en los asuntos globales, dada su capacidad de explotar las espacios dejados por el Estado, en sus sociedades y las transformaciones del poder, en un mundo liderado por las dinámicas de la información y el conocimiento.
1.3. Evolución tecnológica del sistema: las TIC, el poder y el territorio
Dallanegra Pedraza considera que el factor fundamental que propicia los cambios de la microetapa, son las grandes transformaciones científico-tecnológicas, puesto que estas modifican la forma en que se configuran las relaciones de poder dentro del sistema (Pedraza, 2007). La revolución de las TIC produjo una de las transformaciones más significativas de la historia de la humanidad, en cuanto que transmutó las formas de interactuar de los seres humanos y el papel del conocimiento y la información dentro de los grupos sociales (López D, 2007, 72-93).
El principal factor, sobre el que actúan las TIC, es la velocidad y los límites de la interacción. Muchos de los procesos elementales de la vida (aprendizaje, vida social, relaciones familiares, conocimiento del mundo, etc.) se han digitalizado y operan bajo las lógicas del ciberespacio, es decir, la deslocalización y la descentralización. La virtualidad, como principio de la interacción, permite que los agentes no estatales operen en forma de redes articuladas, sin centros ni ejes fundamentales de control, donde las jerarquías son relativas y todos los territorios y espacios son eventualmente ocupables. (López J, 2010, 195-204; Langhorne, 2005, 331-339).
De igual forma, la información y el conocimiento se vuelven herramientas de poder, básico en el sistema. Los antiguos centros neurálgicos del poder, tanto mundiales como intraestatales, se han debilitado gracias a la circulación abierta de la información y el conocimiento. Por un lado, la toma de decisiones en un mundo en el que ciudadanos y gobiernos viven en urnas de cristal, donde todo es potencialmente público y masificable, por medio de comunicación con alcance global, convierte las decisiones de gobierno en procesos con una relación costo-beneficio muy alta, especialmente para quienes le apuestan a sistemas democráticos de gobierno. Por otro lado, la producción de conocimiento, y, mediante éste, ubicarse a la cabeza del desarrollo tecnológico, otorga a los agentes la posibilidad de convertirse en polo de innovación en áreas militares, productivas, medicinales, energéticas y de todos los elementos que antes eran tarea exclusiva de la imaginación, y ahora se convierten en parte inalterable de la vida social e individual (Méndez, 2011, 192-194). Es en este punto, en el que multinacionales pueden convertirse en un factor de identificación más grande que los mismos Estados. Dallanegra Pedraza, refiriéndose a la cibernética, comenta que:
A partir de la década de 1980, el paradigma del desarrollo pasó a ser la producción y la transmisión de conocimiento. La globalización y la permisividad de los dirigentes políticos, favorecieron la profunda mutación del poder que ahora se encuentra en quienes controlan los mercados financieros, los grupos mediáticos planetarios, las autopistas de la información, las industrias informáticas y las tecnologías genéticas.
(Pedraza, 2010, 15-42)
A su vez, Ricardo Méndez propone:
Su aplicación al ámbito de la economía permite elevar la eficiencia y productividad del trabajo, impulsa la creación de sectores dinámicos vinculados a la llamada economía del conocimiento, favorece nuevas formas de organización en red sustentadas por las infraestructuras digitales y permite a estos países apropiarse el liderazgo tecnológico. El mundo asiste así a la profundización de la brecha digital y la brecha cognitiva entre los diferentes países y regiones, que es la base de nuevas formas de desigualdad y jerarquización […] Esa es la clave del cambio del poder (power shift) que nos espera y explica el porqué la batalla por el control del conocimiento y los medios de comunicación que se está incrementando por todo el mundo
(Méndez, 2011, 194)
Sin embargo, como el mismo Ricardo Méndez Gutiérrez lo señala, es prudente llamar a la calma con respecto a la valoración de la información y el conocimiento como factor de poder (ibíd.). Aun con la evolución de las TIC, los Estados regularmente dominantes, siguen a la cabeza explotando este factor a su conveniencia, aunque su adaptabilidad a la nueva realidad ha sido más lenta que la de los demás agentes, seria desproporcionado hablar de un movimiento masivo que descomponga los patrones regulares de la estructura del sistema. A lo que si se podría apostar, con cierto grado de confiabilidad, es que la penetración de las TIC y la virtualización de las relaciones humanas, se profundizarán con el paso del tiempo, abriendo el camino a nuevas formas de concebir la realidad.
1.4. El poder como raíz de la polaridad
En esta sección se abarcarán tres cuestiones fundamentales: primero, en función de plantear una revisión de la polaridad a partir de un modelo propio, se buscará en la raíz de la idea del poder, el fundamento de la propuesta teórico-práctica que se pondrá en diálogo con los postulados básicos de Waltz. Segundo, se va a realizar una aproximación a los principales elementos del neorrealismo y la teoría de la polaridad, desde sus inicios hasta las últimas aproximaciones radicales. Tercero, al final del apartado se expondrá el modelo de análisis propuesto en el presente artículo.
2. Idea del poder
Caracterizar un concepto central de las ciencias sociales, como lo es el poder, demanda para el investigador la complicada tarea de darle forma a una noción polisémica (Méndez, 2011, 184-186), cuya identificación es, en sí misma, un compromiso con una u otra determinada corriente de pensamiento. Al darle luz a ciertas aristas y ocultar otras, la forma que obtiene el poder en esta aproximación, se constituye como funcional para el enfoque realista, en detrimento del uso que se le podría dar en otro marco interpretativo. En este mismo sentido, se opta por tener como brújula la caracterización del poder y no su definición, puesto que lo que se busca, es perfilar una noción descriptiva (y no normativa) del término, que sea aplicable a un modelo analítico de las relaciones que se forman entre los agentes del sistema internacional.
Delimitado lo que en esta sección se busca en cuanto al poder, es también necesario establecer cuál es la utilidad del esfuerzo. Desde sus particularidades, el neorrealismo (base de la polaridad) se preocupa por cuál es el sentido de la acumulación y maximización del poder, y la forma como esto demarca las diferencias de jerarquización entre las unidades del sistema (Sodupe, 2003, 79-95). Las propuestas conceptuales neorrealistas, enfilan sus esfuerzos hacia la adecuada forma de buscar el poder como medio para la seguridad, o, como fin en el realismo clásico (la competencia por el poder como fin) (ibíd.). Sin embargo, este esfuerzo central se va a ver debilitado por una delimitación del concepto, que en la base de la teoría es exageradamente básico, y a lo largo de su desarrollo ha ido evolucionando de manera fragmentada. La delimitación del poder de Waltz (como se expondrá más adelante) como una capacidad definida a través de factores puramente físicos, que sin lugar a dudas ha sido el enclave donde se han parado sus críticos, fue incluso en su momento demasiado tímida, por lo que rápidamente el concepto se debilitó y tuvo que ser replanteado y reforzado por las contribuciones particulares de otros autores neorrealistas o cercanos (Sodupe, 2003, 79-95). Es por esto que el enfoque ha trabajado desde una plataforma débil, a la que se le han adicionado soportes de diferentes características y valores (Salomón, 2001, 7-52). La funcionalidad, dentro del presente texto, de acercarse al poder en sus aspectos más básicos, es la de tratar de compilar múltiples aportes al concepto, para luego ser llevados a la teoría propiamente dicha.
En este orden de ideas, es relevante traer a colación un fragmento del trabajo de Freddy Cante Maldonado:
En los sistemas sociales o en las diversas formas de interacción social, se pueden observar pugnas por el poder entre diversos individuos y colectividades. Las fronteras de posibilidades de una persona (o colectividad) son amplias, mediocres o muy estrechas, debido a las decisiones y al poder que ejerce otra persona y otros grupos u organizaciones. Un conflicto podría surgir cuando un cambio en la frontera de las posibilidades entre dos o más partes, reduce en cierta medida el poder de una(s) y aumenta el de la otra(s). Los conflictos surgen cuando hay diversidad de fines (deseos, preferencias) y rivalidad en torno a los medios (oportunidades factibles para hacer realidad lo deseado).
(Maldonado, 2009, 81-109)
El autor parte de precisar las condiciones elementales de las colectividades y los individuos, en sus procesos de interacción. Del fragmento se extrae que las formas y comportamientos de las unidades, dentro de las interacciones en las que se ven envueltos, están limitadas en diferentes grados y le permiten a cada una de ellas tener mayores o menores espectros de acción. Las restricciones se presentan debido a la misma conexión entre las partes, donde el accionar y poder de unas, condiciona y limita el de las otras. También se propone que eventualmente los agentes buscarían mejorar ese margen de maniobra, aumentando su propio espectro de posibilidades de actuación (aumentar su poder), con el fin de impulsar sus deseos y preferencias de mejor forma. En la competencia por el poder, donde el comportamiento de las partes conduce a que uno obtenga lo que el otro pierde, se genera un conflicto entre quién y en qué grado se redistribuyen los márgenes de acción. Naturalmente, estos límites de acción se representan en la capacidad de actuar del agente sobre el sistema, es decir, sobre las demás unidades.
El poder, desde esta perspectiva, se puede asimilar como un medio dirigido hacia una ganancia dentro del espectro de acción, que se traduce en una mejor capacidad para impulsar los fines propios, incluso contra la oposición de las demás partes.
También se recalca la necesidad de que existan unas metas diversas (posiblemente opuestas) y rivalidad con respecto a los medios con lo que se quiere llegar a los objetivos.
Propuesto el poder como medio en una competencia por espacios de acción, el paso lógico es tratar de entender cuáles son las características del poder (conceptualización descriptiva) y la forma como este interviene en la competencia. A continuación se destacan cuatro elementos a través de las cuales se va a comprender el poder como factor de relación entre las unidades. Primero, el poder como concepto relacional, que se basa en la formación de un vínculo entre las partes, donde una o varias se imponen a la otra. Segundo, es multiescalar y pluridimensional. Tercero, se basa en la existencia de una determinada agenda u objetivo que se persigue en el sistema social. Cuarto, se deben poseer ciertas características, reales o percibidas, que los influenciados o controlados estiman de gran valor, ya sea porque se consideran amenazantes o se valoran como justificantes del poder ejercido.
Max Weber, autor clásico en esta materia, entendió al poder como la "probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad" (Weber, 2002, 43). Se entiende el poder como una probabilidad de obediencia dentro de una relación, entre una o varias partes, en la que se imponen unos deseos y preferencias sobre otros. El punto está en que, dentro del marco de acción propio, le es posible al agente imponer su voluntad sobre otras. No sería entonces el poder, una condición propia o innata de un agente existente, sino la expresión, aparentemente medible, de los patrones de comportamiento en una relación (Méndez, 2011, 184). En este caso el vínculo, si bien es unidireccional en cuanto a la imposición de la voluntad, se torna de doble vía, pues, siguiendo también la aproximación Weber a la idea de la dominación (según Weber un tipo específico de poder) como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato (Weber, 2002), tanto el poder, como la dominación, se basan en que una serie de comandos (como manifestaciones de la voluntad del dominador) sean obedecidos, en un vínculo bilateral donde las partes esperan un comportamiento determinado, que de no presentarse, condice a la descomposición o pérdida de la relación de comando obediencia. En su condición relacional, la competencia por espacios de actuación, está determinada por las fronteras en las cuales un agente puede ejercer dominación sobre los demás, y en relación a esto, los demás ven su actuación condicionada por la voluntad del primero.
En cuanto a las razones que sostienen el vínculo, Ricardo Méndez recuerda que la imposición de la voluntad puede estar motivada "mediante la amenaza y el recurso a la violencia directa y/o mediante la construcción de significados que guían el comportamiento de los agentes y permiten la persuasión". (Méndez, 2011, 184) En este sentido, recordando lo propuesto por Weber, se configura el uso de la fuerza como una herramienta que garantiza la obediencia, más, sin embargo, no puede ser una manifestación de poder relacional, pues la violencia seria el recurso mediante el cual se subsana el quebranto de la relación bilateral de obediencia, lo que garantiza la fuerza es el control de la no contestación u obediencia de un comando (Méndez, 2011, 185). En esa dirección la fuerza hace parte del poder, como elemento latente, pero no es él en sí mismo. Las unidades tratarían de consolidar su dominio a través de elementos inmateriales que vinculen a las partes en una relación de legitimidad (entendida como obediencia, por algo más allá que la fuerza).
(ibíd.).
Por otro lado, el mismo Méndez Gutiérrez plantea que:
Cuando la relación es aceptada por quienes están sujetos a la misma, que valoran los beneficios o la conveniencia de seguir los dictados del otro, el poder alcanza su máxima expresión […] eso significa que cuando se habla de relaciones de poder se está aludiendo a una combinación de poder sobre los otros actores, que aparecen como subordinados, y de poder para conseguir determinados fines, aspectos ambos interrelacionados de forma dialéctica.
(ibíd.)
El poder como vínculo, y su manifestación en la dominación entre agentes, tendría a la construcción de una serie de significados, para que las partes sometidas completen el vínculo con él o los dominantes y se dé la conexión de comando obediencia, porque estos, ya sea voluntario o no, así lo ven como mínimo necesario, entonces, el poder es un vínculo sostenido a través de imaginarios y asegurado por el recurso latente de la fuerza.
Dado que tanto la existencia de una persona, como la de una colectividad, no se limita a un solo campo o esfera de interacción, no puede tampoco poseer un solo tipo de relación con los agentes con que se interacciona, o un campo único sobre el cual se disputa la posibilidad de actuar. Tanto en lo económico, político, social, cultural y religioso; como en la familia, la sociedad, el Estado y el sistema internacional; se establecen diferentes tipos de relación, que dan como resultado diferentes configuraciones en los vínculos de poder (ibíd.). El que en un nivel y sobre una dimensión se tenga la posibilidad de imponer la voluntad, no significa necesariamente que se posea en otro. De igual forma, los involucrados, la estructura de la relación y el tipo de comportamientos posibles, cambian de caso en caso, pues los insumos con lo que se trabaja (el tipo de significados y la violencia posible de ejercer) son diferentes.
En relación con lo anterior, nuevamente conviene traer a colación lo expuesto por Freddy Cante Maldonado:
El poder, en general, es la capacidad que un individuo o grupo de individuos tienen para conseguir, directa o indirectamente, lo que quieren. El poder supone unos fines (deseos o preferencias) y unos medios (información, creencias y conjuntos de oportunidades factibles); estos últimos hacen que el poder no se quede en meras intenciones. Existen diversas formas de poder que se pueden clasificar en un amplio espectro, desde la destrucción hasta la construcción.
(Maldonado, 2009).
La aproximación de Maldonado nos presenta los dos elementos complementarios del poder: los medios y los fines. Por un lado, quien ejerce el comando en la relación necesita de una serie de medios reales o percibidos por las otras partes, sobre los que se asienta la conexión. Estos elementos son los insumos que permiten tanto la posibilidad de apelar a la fuerza, como la posibilidad de construir significados conjuntos mediante herramientas de comunicación masiva.
En cuanto a los fines, como elemento transversal de la explicación de este apartado, se le adiciona una característica primordial. Las relaciones de poder no se sostienen a perpetuidad. En un momento un agente impulsa sus intereses sobre los demás y obtiene los objetivos que se planteó. Sin embargo, al agotarse la agenda (objetivos y preferencias) tiene que aparecer otra, ya sea porque el dominador puede generar una nueva, o porque éste es remplazado por otro, que ahora cuenta con la posibilidad de imponer su voluntad a los otros (Galtung, 2011, 50-64). Es necesario que el poder tenga un sentido, que exista un horizonte o propósito, pues de lo contrario la relación bilateral se fragmentaría, porque el lado dominante deja de cumplir con su parte, dando espacio para que los vínculos se reactiven (Galtung, 2011, 50-64).
2.1. Teoría de la polaridad: bases y replanteamientos
Godofredo Vidal de la Rosa, en su artículo ¿ser o no ser? El realismo y el multipolarismo del siglo XXI, ve al realismo como un ave fénix que es capaz de resurgir de sus cenizas, cada vez que parece ser superado como propuesta teórica (Vidal, 2010). El centro de la longevidad realista, según este autor, estaría en siempre recordar que la naturaleza anárquica del sistema, empuja a los Estados a garantizar su propia supervivencia a través de la maximización de sus recursos de poder (ibíd.), para Vidal de la Rosa, aunque sean acusados de justificar la inmoralidad, el cinismo y la obsesión por el poder, el enfoque realista propone enfrentar la realidad a través de la sensatez que otorga el no confundir la realidad con el ideal, partiendo del análisis de la relación que existe entre los medios de que se dispone y de los objetivos que se quieren conseguir (poder y seguridad) (ibíd.). El autor demarca al neorrealismo como un enfoque o paradigma que supera la enunciación de medidas y decisiones políticas, por la sistematizan de la comprensión de las relaciones internacionales (ibíd.).
Por su parte Kepa Sodupe, en La teoría de las Relaciones Internacionales a comienzos del siglo XXI, propone como aporte básico, propio de los autores del neorrealismo, el haberse acercado más a la teoría económica que a la historia y la sociología, con el fin de enfocar su visión de nivel sistémico sobre el poder, como medio para garantizar la seguridad de los agentes estatales (Sodupe, 2003). Se identifica como gran marco de diferencia, entre el realismo clásico y el neorrealismo, el que el segundo se propuso sistematizar empíricamente , con miras a establecer una teoría real, varios de los elementos que fueron postulados por los autores clásicos (ibíd.).
Pero es Vidal de la Rosa quien trata de reavivar la pertinencia de la interpretación neorrealista del sistema, a partir del siempre útil debate entre neorrealistas y neoliberalistas. El autor propone que el estado de paz que ha imperado en el sistema, durante el último tiempo, no obedece a la interdependencia entre los Estados o la consolidación de organizaciones internacionales, sino a la distribución del poder en la post guerra fría y la momentánea pax americana (Vidal, 2010). Vidal de la Rosa formula el retorno del realismo político y su método de análisis, dada la inevitable exaltación de la condición anárquica del sistema en la reconfiguración multipolar de la estructura (ibíd.). Desde esta perspectiva, organizaciones internacionales como la ONU, no se convierten en prenda de garantía o seguridad para los Estados, dada su incapacidad de enfrentar o dar solución a las problemáticas globales. Tanto desde el realismo clásico, como desde la perspectiva neorrealista, no se pretende sobredimensionar el carácter de las organizaciones internacionales como garantes de la paz, pues esto conduciría a que los Estados debilitaran su posición relativa frente a los otros y facilitaran su propia destrucción.
El realismo como enfoque analítico, sin embargo, es una teoría de la balanza del poder y sus patrones estructurales de cambio y estabilidad, que nos recuerda la importancia de la política y el poder nacional en las relaciones internacionales, para prevenir agresiones y para construir coaliciones, especialmente cuando el antiguo orden ya no lo es y el nuevo aun no surge
(ibíd.).
Con el mismo entusiasmo que demuestra Vidal de la Rosa en su artículo, pero con la prudencia que él mismo reclama como propia del enfoque, es menester reconocer, desde el principio, que si se pretende reavivar el neorrealismo se debe partir de reconocer que sus postulados necesitan ser objeto de revisión. Kepa Sodupe propone que la teoría originalmente planteada por Waltz ha logrado sobrevivir en el tiempo a partir de las críticas que sobre ellas se han hecho (ibíd.). Al buscar las grandes falencias de la interpretación de Waltz del sistema, los críticos, próximos al realismo y el neorrealismo, han logrado plantear las herramientas a través de las cuales se llenan muchos vacíos de la construcción teórica.
Mónica Salomón Gonzales, al reconstruir los pormenores de los grandes debates en la historia de las relaciones internacionales, propone que el gran valor y longevidad del diálogo que establecieron neorrealistas y neoliberales (y el que ahora establecen racionalistas y reflectivistas) ha estado en su capacidad de crear un verdadero debate con intercambio y reajuste de propuestas conceptuales (Salomón, 2001). La autora ve en la flexibilidad que han tenido los autores de ambas corrientes para reajustar sus posturas, atendiendo las críticas que se les formulan, el elemento que alienta a ambas fórmulas a plantear nuevos mecanismo para entender los fenómenos internacionales. (ibíd.).
Presionando los límites de la teoría de Waltz, se pueden obtener réditos útiles para el mismo enfoque. El gran reto de tomar esto como un presupuesto válido, está en saber presionar y traspasar, de ser necesario, los límites del neorrealismo para traer y armonizar nuevos elementos de trabajo. Si como lo propone Vidal de la Rosa el propósito es entender la realidad en toda su complejidad (Vidal, 2010), como sin duda se ha venido haciendo por los críticos de la propuesta, el trabajo está en buscar nuevas variables y factores que acerquen la teoría al escenario practico del sistema.
En términos generales, Waltz quiere explicar las continuidades de la política internacional primando por una perspectiva sistémica, en la que se le da máxima importancia a las interacciones que se presentan entre un conjunto de unidades (cuya composición política interna es irrelevante)(Waltz, 1988). Dadas las relaciones entre los pocos detentores de la mayor cantidad de recursos de poder, se configura la estructura jerárquica donde las unidades se ubican, unas sobre otras, según la posesión de un mayor o menor número de estos recursos estratégicos (ibíd.). Desde la perspectiva Waltz, el factor de subordinación está en la capacidad de garantizar la seguridad propia a través de los recursos que se posee (ibíd.). Una vez los actores centrales configuran la estructura, en lo que Kepa Sodupe entiende como una condición ambivalente de la teoría (Sodupe, 2003), es esta última la que pasa a condicionar el comportamiento de sus creadores. A través de la socialización, por la que las partes crean pautas de comportamiento aceptadas o rechazadas, y la competencia, por la que se generalizan en el sistema unos comportamientos que se entienden como exitosos y necesarios de replicar, la gama de acciones que las unidades pueden desarrollar, se limitan por la misma estructura (Waltz, 1988).
Dentro de la propuesta de Waltz, se entiende a las unidades centrales como polos o grandes potencias y bajo la idea de que el poder y los recursos que lo determinan, son posibles de acumular o perder, estos agentes primordiales deben actuar tal forma que maximicen sus recursos y mejoren su seguridad (Ether, 2010, 21-50). El principio de la autoayuda expone que el sistema premia las políticas correctas y castiga los comportamientos inadecuados a la realidad anárquica (Waltz, 1988).
Es así que el cambio en la posición jerárquica de las partes se constituye como una condición natural, puesto que como elemento primario las partes van a tratar de mejorar su posición relativa frente a los otros. Es clave recordar que para Waltz el equilibrio de poder, como el conjunto de maniobras destinadas a limitar la capacidad de un agente preponderante, es una condición a la que tiende el sistema de forma más o menos espontanea, después de un periodo de cambio jerárquico (Sodupe, 2003); el número de potencias que se configuran en cada momento demarcan la estructura (unipolar, bipolar o multipolar) y las relaciones que se establecen entre ellas condicionan la forma en la que los demás actores interactúan entre sí y con las potencias (unilateral, minilateral, multilateral y plurilateral) (Ether, 2010).
Ether Barbe Izuel, en Multilateralismo: adaptación a un mundo con potencias emergentes, retoma el trabajo de Waltz con miras a explorar la necesidad del multilateralismo en mundo de creciente multipolaridad (ibíd.). Al inventariar los principales componentes de la polaridad de Waltz, Barbe Izuel identifica grandes problemas dentro de la aproximación conceptual, que la llevan a declarar que es una teoría huérfana de concepto (ibíd.). Con un enfoque similar al de Kepa Selupe, Barbe Izuel reconoce la trascendental importancia de la teoría y la nutre por medio de las críticas que sobre ella se plantean, tratando de reforzar un armazón debilitado con el tiempo, recordando la necesidad de actualizar sus bases (ibíd.).
La autora parte registrando la ausencia de una dinámica relacional en la concepción del poder de Waltz, puesto que este lo identifica únicamente como una capacidad que se deriva de la posesión de factores eventualmente estratégicos, que otorgan el poder sin importar sus contrapartes (ibíd.). Con esto como referente, la autora recuerda que el vínculo relacional, es decir, el que los demás jugadores del sistema identifiquen a la potencia como tal y modifiquen su comportamiento en referencia a esto, es igual, o incluso más importante, que la eventual capacidad de un actor para explotar unos recursos que posee (Ether, 2010).
En este mismo sentido, recordando los aportes de Joseph Nye, Gutiérrez del Valle, enfila su análisis de este tópico, demarcando la doble naturaleza del poder. Si bien la importancia de los clásicos recursos físicos del poder (población, territorio, recursos militares, etc.) continua siendo significativa como factor de jerarquización dentro de la estructura, el autor recuerda la forma en que las unidades estatales han desplazado, de forma paulatina, su interés desde los recursos materiales hacia los inmateriales, enfocándose en la capacidad de un agente, de hacer que otros deseen lo que él quiere y no de imponerlo por la fuerza (Méndez, 2011, 192-194).
Adicional a las limitaciones conceptuales del poder dentro de la teoría, Ether Barbe Izuel plantea tres carencias adicionales con efectos negativos sobre la capacidad explicativa de la polaridad (Ether, 2010). Primero, al ser un enfoque fundamentalmente Estado céntrico, difícilmente puede asimilar el empoderamiento de los actores no estatales y el debilitamiento de los límites territoriales por los flujos trasnacionales (económicos, culturales, sociales y políticos). Segundo, la polaridad clásica no diferencia entre niveles de análisis, ni identifica los diferentes espacios sobre los cuales puede ejercer control una potencia. La necesidad de identificar las diferentes órbitas en las que se constituyen las relaciones de poder (sistema-región) y las múltiples formas en que dentro de ellas se distribuye, escapa a la propuesta original por su naturaleza sistémica. Tercero, recordando la noción de tablero tridimensional de Nye (económico-financiero, político-militar y cultural), se plantea la complejisación de la agenda internacional y los diferentes sectores en los que se ubican las conexiones entre los agentes. Una eventual potencia debería tener la capacidad de demarcar su poder en todas las dimensiones y no solo en lo referente a las relaciones político-militares (ibíd.).
Ether Barbe Izuel, esta vez en Relaciones Internacionales, llama la atención sobre las diferentes tipologías que se le han dado al conjunto de las potencias (Ether 1995, 186-187). Bajo denominaciones como superpotencia, potencia hegemónica, gran potencia, potencia regional, potencia media y potencia emergente, se trata de dimensionar de forma adecuada el tipo de recursos de poder y el alcance del Estado (ibíd.).
Alberto Rocha Valencia y Daniel Efrén Morales Ruvalcaba, en El Sistema Político Internacional de post-Guerra Fría y el rol de las potencias regionales mediadoras, adicionan, bajo la idea de Potencia Mundial (Estados centrales), Potencias medias-coadyuvadoras (Estados centrales) y Potencias Medias (Estados semi-periféricos y de desarrollo medio), la posibilidad de una diferencia no solo de capacidad y alcance, sino también funcional (Valencia & Morales, 2008, 23-75). Los autores combinan postulados del neorrealismo y elementos de la teoría de la dependencia de Raul Prebisch, para combinar nociones de recursos de poder y lugar en el orden económico internacional (ibíd.). En una aproximación similar, Dallanegra Pedraza ingresa la idea de potencias repartidoras (repartidoras de potencias -se puede-e impotencias -no se puede-) y organizaciones internacionales reguladoras, como agentes creadores y protectores de un régimen internacional particular (Pedraza, 2008, 79-121).
Méndez Gutiérrez diagnostica un problema adicional, si partimos de la idea de que existen unos actores de poder que determinan la jerarquización de los Estados, la comparación entre estos factores se convierte en una tarea sumamente complicada, pues cada Estado se destaca en algunas cosas y es sobrepasado en otras (Méndez, 2011, 208). El autor recuerda que sin importar las grandes diferencias que existen entre los miembros de los BRIC, todos son identificados como eventuales potencias emergentes (ibíd.). En este punto no está claro que recursos estratégicos son los más importantes, ni qué pasa si un Estado cumple con varios de estos elementos con creces y fracasa en otros.
Kepa Solupe contribuye en la crítica constructiva del neorrealismo, enfatizando la necesidad de diferenciar de manera certera entre las ideas de sistema y estructura (que según el autor son confundidas por Waltz). (Sodupe, 2003). Tomando como referencia el trabajo de B. Buzan, se pone en discusión la necesidad de delimitar el sistema como un conjunto de interrelaciones entre unidades, en las que se necesita una conexión tal, que el comportamiento de una de la partes afecta a las otras, y se reconoce que el sistema, como concepto y no como escala de análisis, depende del vínculo entre unidades, interacciones y estructura (ibíd.).
Las unidades, con el reconocimiento de los jugadores no estatales, no necesariamente cumplen las mismas funciones dentro del sistema (pues en una visión estadocéntrica, los Estados responden únicamente a la idea de la supervivencia) y los niveles en los que se ejecutan sus relaciones son, como ya se comentó, multidimensionales y pluriescalares (ibíd.).
En cuanto a la estructura se aportan dos ideas. Primero, que dentro de las interacciones de las unidades en el sistema, se debe tener en cuenta la capacidad, posibilidad y facilidad con la que se da la interacción entre los agentes, partiendo del hecho que el nivel de interacción entre todas las partes no es igual (ibíd.).
En segundo lugar aparece la idea de entender ciertos fenómenos como modificadores estructurales (por ejemplo las TIC), que impactan sobre ciertos parámetros del comportamiento de las unidades, por su modificación de los elementos de la estructura (factores de poder) (ibíd.).
Como se ha visto, desde el planteamiento original, ha sido necesario adaptar varios elementos y cubrir nuevas necesidades, esto conduce a replanteamientos radicales que pretenden explicar la relación sistema-estructura, desde la creación de nuevas variables o la adaptación de las ya existentes.
En cuanto a la introducción de nuevas variables, se destaca la propuesta de identificar como diferencia fundamental en las interacciones de las unidades, su capacidad ofensiva y defensiva. R. Jervis, teniendo presente que el dilema de la seguridad (por el que la acumulación de recursos de poder que conducen a mejorar la seguridad de un actor, recae en el debilitamiento del mismo factor en los otros), establece la necesidad de diferenciar entre el carácter defensivo y ofensivo del empoderamiento de un agente (Sodupe, 2003). Las ventajas defensivas conducen a una mayor estabilidad dentro de la estructura, mientras que el predominio de una condición ofensiva, que conduce al empoderamiento de unas unidades y al debilitamiento de otras, facilita el emprendimiento de estrategias de ataque preventivo para la seguridad (ibíd.).
En materia de replanteamientos radicales, L. Schweller, cuestiona, desde el realismo clásico, la propuesta neorrealista de la seguridad, por el retorno a la competencia, por el aumento de los recursos de poder y el mejoramiento de la posición dentro de la jerarquización del sistema (ibíd.). El autor critica el aparente conformismo que (desde el neorrealismo) tendrían las unidades, por un estado de las relaciones de poder que no los beneficiará (ibíd.). Schweller propone, bajo la idea del equilibrio de intereses, que un Estado que asegura su seguridad y supervivencia, buscaría mejorar su posición relativa en el sistema, mientras que quienes están en la cima de la estructura, tratarán de mantener el statu quo que los beneficia (ibíd.). La estabilidad del sistema estaría en la forma como se relacionan las ambiciones revisionistas de las unidades en crecimiento, y la capacidad de control de quienes, en un momento dado, se ubican en la posición dominante.
También vale la pena llamar la atención, sobre el problema de las relaciones cooperativas entre Estados y el tipo de ganancias que se esperan. Desde el neoliberalismo se ha propuesto que las unidades estarían dispuestas a cooperar entre sí, dada la existencia de una seria de beneficios que se perciben de establecer una conexión de esta naturaleza. En el caso del enfoque neoliberal, el solo hecho de obtener ganancias, sería un estímulo para establecer los vínculos de cooperación.
Para el neorrealismo el problema se haya en la relación de beneficios entre las partes, puesto que se propone que los Estados no van a participar de una relación, en donde, en comparación, una de las partes obtenga mucho y la otra poco. Lo anterior bajo el entendido que la unidad que obtiene mayores ganancias puede convirtiese eventualmente en una amenaza para su contraparte (Sodupe, 2003).
Para finalizar esta revisión general de la propuesta de la polaridad neorrealista, habría también que mencionar algunas de las propuestas, que dado el estado actual del orden mundial, tratan de acomodar las variables para proponer la mejor manera de acercarse a la comprensión de la estructura del sistema.
La uni-multipolaridad, propia de la aproximación de Samuel Huntington al sistema, plantea la posibilidad de reconocer una superpotencia militar de alcance global, que, ante el crecimiento de las potencias emergentes y como mecanismo para el mantenimiento del orden en los entornos regionales, necesita ceder algo de su preponderancia en favor de estos jugadores en acenso. Desde esta visión, se reconocen diferentes escalas de aproximación, que permiten diferencias entre las disposiciones del poder (Huntigton, 1999, 35-49).
La propuesta neopolar habla de la eventual existencia de una superpotencia cuyo poder es claramente superior al de los demás jugadores, vistos como unidades, pero en conjunto, estas lo rebasan, constituyendo una condición en la que ésta no podría controlar el mundo en su totalidad por sí misma. Al igual que en la perspectiva uni-multipolar, no se le concede a un solo jugador la capacidad global total, cosa que en la realidad se entiende como impracticable (Palacios, 2011).
Por su parte, quienes defienden una eventual apolaridad del sistema (no polar), sostienen que el empoderamiento de los agentes no estatales y la rápida evolución de las potencias emergentes, ha conducido a un estado en el que ningún actor es capaz de actuar por sí solo. En este caso, los diferentes poderes se solapan entre sí y no se destaca ninguno como preponderante. El poder se difunde y dispersa de tal forma que se diluye sobre todos los actores, rompiendo el principio de jerarquización de las unidades a partir de sus recursos de poder y, a partir de esto, la jerarquización superior de un conjunto minoritario (ibíd.).
El denominado neomedievalismo se concentra en establecer un símil entre la situación actual y el mapa europeo medieval. La idea general es que en la actualidad existe una cantidad enorme de actores de múltiples naturalezas que compiten en un mundo de poderes fragmentados y jurisdicciones sobrepuestas, que buscan establecerse sobre los demás a modo de neoimperios flexibles (entendido como entidad política en expansión) (Palacios, 2011).
2.2. Repensar la polaridad: un modelo de análisis alternativo
Una vez se han repasado los elementos fundamentales del poder, lo que ha sido la evolución del neorrealismo y la teoría de la polaridad, en este apartado se planteará un modelo de análisis, en el que se aúnan postulados básicos y críticas para la comprensión de las relaciones de poder entre los agentes del sistema internacional.
Se conserva como punto de partida la idea de la anarquía, como principio fundamental del sistema, y la configuración de una estructura jerarquizada a partir de las interacciones que se dan entre las unidades. Dentro de la estructura, los Estados se posicionan a partir de sus recursos de poder, que se convierten en un medio para preservar su existencia y seguridad. Esta seguridad se define en órbitas defensivas y ofensivas, pues una vez asegurada su supervivencia, el agente tratará de influir en el sistema para sostener el statu quo que lo beneficia (dentro de un marco ofensivo). Los recursos de poder no se conciben exclusivamente en propiedades físicas, factores inmateriales como la cultura y la ideología política, pueden convertirse también en herramientas que se exploten en función de la seguridad del Estado.
La idea base (aplicable a cada escala), siguiendo la acotación hecha de la idea del poder, se centra en proponer que el reconocimiento de la potencia cae sobre la existencia de un vínculo relacional, sostenido sobre la posesión de una cantidad significativa de recursos de poder, que le permiten al Estado desarrollar una agenda internacional.
El Estado, considerado como jugador preponderante de la estructura del sistema, es reconocido por los demás como tal y estos configuran su comportamiento y expectativas, según sus predicciones del comportamiento de la potencia. Bajo la lógica de diferenciar las potencias por el tipo de recursos de poder que poseen y el alcance de los mismos, al establecer análisis a diferentes escalas, aparecerán unos Estados preponderantes a nivel sistémico y otros que se destacan a nivel regional, siendo regular que los primeros tengan un espacio de preponderancia regional, para sostener sus interés de alcance global. Si se enfoca el nivel sistémico, EE.UU., China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, llamarían la atención de forma inmediata, mientras que enfocando Asia Pacífico, como un sistema regional, entrará a ser considerado Japón, Corea del Norte y Corea del Sur de manera directa. Al comparar la escala global y regional se pueden repetir o introducir actores, que en su respectivo contexto (posiblemente por una cantidad limitada de recursos que obligue a una agenda de proyección regional) tengan dinamismo y reconocimiento de los demás Estados.
Para soportar el estatus de potencia, el Estado respaldará sus actuaciones, y en especial su propia supervivencia, dentro de una órbita defensiva, por una serie de recursos de poder en que apoya la intención de operar en las diferentes escalas. Las acciones de las potencias se enmarcan dentro del desarrollo de una agenda encaminada a mejorar su seguridad y configurar o sostener un orden mundial o regional conveniente a sus intereses. Los recursos de poder se dividen entre los materiales (recursos militares, económicos, poblacionales, territoriales, etc.) y los inmateriales (liderazgo político, influencia cultural, capacidad de persuasión y producción de conocimiento e información).
Como se señaló en el contexto, es necesario también ubicar a los agentes no estatales del sistema dentro de las relaciones de poder, sin perder de vista la preponderancia de los Estados dentro del orden mundial. Recordando que la estructura se forma a partir de la interacción entre potencias, la intervención de estos nuevos agentes del sistema se da en relación a los vínculos que se forman entre los Estados.
Los agentes no estatales son unidades independientes, con interés y objetivos propios, que suelen actuar en dimensiones específicas y sobre varias escalas de análisis. Pueden tomar múltiples formas, con diferentes grados de organización y niveles de actividad internacional.
Es fundamental reconocer como base de su papel en el sistema, la diferencia funcional entre Estados y agentes no estatales. Los primeros, quienes tienen como referencia de acción el salvaguardo de su seguridad, a través de la acumulación de recursos de poder, poseen un mismo orden funcional, dada su obligación de garantizar su supervivencia, mientras que los segundos, al no estar obligados a la misma condición de autoprotección, puesto que de su existencia no depende la conservación de un grupo social, pueden desarrollar un papel flexible dentro de las relaciones de poder en el sistema, adaptado a las temáticas sobre las cuales decide intervenir (medio ambiente, derechos humanos, etc.).
Dentro del espectro de acción, en su intervención en las relaciones de poder, se caracterizan por configurarse como potencializadores, facilitadores u obstáculos.
En el primer caso, el agente no estatal y el Estado desarrollan una conexión en la que, de manera consiente, se entiende por ambas partes que el mejor posicionamiento del segundo redunda en beneficios para el primero. Dada esta condición de relación, el agente no estatal emprenderá acciones beneficiosas para su aliado oficial, entendiéndolas como indirectamente beneficiosas para sí mismo.
En el segundo tipo de relación, el agente no estatal en el desarrollo de su agenda propia, de forma indirecta y casual, puede llegar a beneficiar a un determinado Estado.
No siempre sus acciones serán útiles para la potencia, pero el agente estatal puede explotar la actividad en beneficio de él.
En el tercer tipo, el agente no estatal se convierte en obstáculo, incluso opositor a las actividades de una determinada potencia. Este tipo de relación se suele fundar en una perspectiva ideológica opuesta, donde el Estado se rechaza a partir de los principios o elementos fundamentales que este defiende en el sistema. (Véase Figura 1.)
Los medios de comunicación, las redes diplomáticas, el derecho internacional y las organizaciones internacionales, median en las relaciones de poder, afectado las dinámicas de estas, actuando como modificadores estructurales (Sodupe, 2003). (elementos que eventualmente pueden influir en la distribución del poder) o facilitadores de interacción entre las unidades partes del sistema (ibíd.).
Para finalizar, es necesario reconocer dos factores fundamentales del orden mundial actual, que se constituyen como el contexto en el que interactúan las potencias. En primer lugar, la agenda sobre la cual operan los agentes se ha vuelto compleja, tanto en las temáticas que se abordan, como en la forma como estas se entrecruzan. En segundo lugar, la interconexión a la que ha llegado el sistema, hace que todos los procesos estén sometidos a un estado constante de cambio, en el que perturbaciones en un área del globo, pueden tener consecuencias en el resto del mundo.
Estos dos elementos determinan un estado de cosas en la que las diferentes dimensiones interconectadas (política, económica, social, cultural, militar, etc.) se equiparan en importancia dentro del marco del principio de seguridad y supervivencia. Esta lógica de equiparación de las temáticas, no impide que en determinados momentos un hecho o tópico capte de forma prioritaria el interés de los agentes dentro del sistema. En este mismo sentido, se debe reconocer que las potencias desarrollan acciones estratégicas (de auto-ayuda) tendientes a mejorar su posición jerárquica en la estructura, tratando de maximizar sus recursos de poder en todas las áreas. Aquí se aplicaría la lógica del premio-castigo a los tomadores de decisión que puedan interpretar de forma correcta el estado de la estructura en cada dimensión. Es evidente que los agentes difícilmente podrán dominar todos los campos, pero si necesitan tomar en cuenta su posición y estado con respecto a todas las áreas de interés. En cada dimensión se lucharía por los recursos de poder que jerarquizan a los agentes dentro de cada área temática, tomando como base lo cultural, económico, social y político-militar. En cada espacio aparecen elementos centrales. (Véase Figura 2.)
La forma y el nivel de interacción entre las unidades cambia, dependiendo de la escalas (sistema, región y bilateral) sobre las cuales es posible analizar las relaciones globales. Los temas o hechos que en un momento se ubican como prioritarios a nivel global, por ejemplo la crisis económica, en cada una de las regiones y relaciones bilaterales (vecinal-global) tienen una velocidad e impacto diferente. Si se toma como parámetro el nivel regional, se tendrá, por ejemplo, que para Europa occidental las temáticas relacionadas con el cambio climático resultan más significativas que si ese tema fuese llevado a la agenda de los países del África subsahariana. Al hilar delgado sobre las características de cada nivel se desarrollan un conjunto propio de áreas y factores relevantes para los actores.
3. Neorrealismo y polaridad: latinoamérica como un espacio en disputa
Al descomponer los elementos centrales del orden regional se halla que dicho orden está (al igual que en el resto del mundo) en proceso de construcción. Bajo la aparición de nuevas potencias (dentro del contexto regional y algunas con aspiraciones globales), la distribución de poder se está reconfigurando con miras a establecer un nuevo orden regional, en el que se determinen los comportamientos y marcos de decisión, permitido por la distribución de capacidades entre las unidades centrales del sistema latinoamericano. (Palacios, 2011, 225-265). La nueva composición de poder está basada, atendiendo las aproximaciones de autores como Dallanegra Pedraza (Pedraza, 2008), Carlos Alberto Patiño (Patiño, 2011, citado en Restrepo, 2012, 15-55), Roberto Miranda (Miranda, 2011, 41-72), Luis Schenoni (Schenoni, 2012, 31-48) y Roberto Gonzáles Arana (Godoy, González, Orozco, 2011, 325-335), en las aspiraciones hegemónicas de Brasil, la propuesta contra el sistema de Venezuela y el proyecto colombiano de impulso del libre mercado. En el primer apartado se trataran los casos de Brasil y Venezuela, mientras que Colombia será objeto de estudio de la última sección.
La evolución de la competencia regional por la acumulación de recursos de poder, deja hasta el momento una manifiesta debilidad de la institucionalidad regional y de los espacios para el desarrollo de la gobernabilidad Latinoamericana. Lo anterior permite proponer, que en la situación actual, se mantiene un marco de transición donde predominan las actuaciones unilaterales, basadas en los presupuestos de la seguridad y los comportamientos de autoayuda.
En las siguientes secciones se desarrollan dos propuestas fundamentales: primero, en Latinoamérica se sostienen las condiciones de anarquía y competencia por recursos de poder dentro del sistema regional. Estas dos condiciones validan y permiten realizar un análisis desde los postulados del neorrealismo y la polaridad.
Segundo, Colombia se constituye como una potencia dentro del marco suramericano, reconocida por otros agentes, a partir de una serie de recursos de poder físicos propios, bajo el respaldo de los Estados Unidos, y la utilización de temas críticos (en especial la lucha contra las drogas y el terrorismo) que adecuadamente posicionados dentro de la agenda Latinoamericana, buscan desarrollar relaciones de solidaridad y apoyo entre los Estados de su entorno (manifestación de poder inmaterial).
En razón de lo anterior, en los siguientes apartados se propone que Colombia hace parte de una competencia con Brasil y Venezuela, por la estructuración de un orden regional en el que el Estado colombiano, asentándose como predominante en la estructura jerárquica Latinoamericana, pueda en el futuro proyectarse a nivel global.
Colombia cuenta con las herramientas materiales e inmateriales, además de una agenda regional clara, necesarias para ser catalogado como potencia en el sistema regional.
4. Estados en empoderamiento y nuevas propuestas
Atendiendo a las necesidades del modelo planteado, en esta parte se comprobarán las dos condiciones sin las cuales sería imposible hablar de un análisis adecuado a los parámetros del neorrealismo: anarquía, como característica fundamental de las relaciones en el sistema internacional y, competencia; por acumular recursos de poder como vía para garantizar la seguridad de los agentes centrales del sistema.
Como punto de partida se toman cuatro condiciones cuya comprobación permitirá afirmar los elementos antes señalados, a saber: primero, los diferentes proyectos para constituir marcos institucionalizados de integración regional, han sido débiles o fracasados. Segundo, a pesar de predominar la idea de la dominación continental (o unipolaridad constante) desde los EE.UU. hacia el resto de la zona, en la práctica, el poder de este agente ha sufrido un paulatino proceso de debilitamiento y concentración dentro del entorno Latinoamericano. Tercero, el retroceso de los Estados Unidos ha creado un vacío de poder, que pretende ser capitalizado por potencias emergentes con proyección regional y/o global. Cuarto, dada la existencia de importantes agentes no estatales que actúan dentro del continente, su participación en el sistema puede ser vista como potencializadora o facilitadora de proyectos ideológicamente afines.
La primera y segunda condición a comprobar, pone sobre la mesa la imposibilidad de mitigar la anarquía del sistema a través de la configuración de instituciones y organismos regionales, o la presencia de un actor superior, que imponga el orden en la zona y mitigue la condición de vulnerabilidad de los Estados.
En primera instancia, teniendo como referencia el otrora armonioso proyecto europeo de unión continental, la aspiración de integrarse como bloque a las dinámicas económicas post guerra fría (Bizzozero, 2011, 29-43) y un discurso clásico dentro de los círculos intelectuales y políticos Latinoamericanos, varios han sido los intentos por constituir un bloque de cooperación o incluso unión continental en Latinoamérica.
Sin embargo, el alcance de estos proyectos, en el mejor de los casos, ha sido limitado en términos de generación de interdependencia entre las unidades del sistema sub continental. Roberto Miranda, en Cambios en la política latinoamericana. La nueva realidad de Argentina, propone como explicación a este fenómeno, las grandes asimetrías que se presentan entre el desarrollo y carácter de los Estados de la región, la falta de consenso en torno al tipo específico de regionalismo que se quiere construir, la ausencia de proyectos de largo plazo con institucionalidad estable, la primacía de los intereses nacionales y las disparidades en el grado y la forma como los Estados podían y querían integrarle internacionalmente (Miranda, 2011). Roberto Gonzales Arana, en Colombia y el nuevo panorama de la integración regional, suma al diagnóstico la volatilidad y personalización de la política exterior de varios de los países y el uso de las plataformas integracionistas dentro de disputas ideológicas, como elementos de quiebre al integracionismo. (Godoy et ál., 2011).
Adicionalmente, Dallanegra Pedraza, en Tendencias políticas en América Latina en el contexto mundial del siglo XX. Hacia una teoría política realista sistémica estructural sobre América Latina, junto con Miranda y Arana, diagnostica el intervencionismo de agentes extra regionales (oficiales y privados) como uno de los factores que ha desencadenado el pobre desarrollo de la integración regional. (Pedraza, 2008).
Resulta también significativo en esta materia, la característica inoperancia que espacios como la OEA, UNASUR, MERCOSUR y el ALBA han tenido para dar solución, o incluso tener intervención alguna, en crisis intraestatales (el caso de los presidentes Zelaya o Lugo) (Congreso hondureño ratifica destitución en Zelaya, 2012) o interestatales (tensiones bélicas entre Colombia y Venezuela) (Waisberg, 2009, 476-488) de alta gravedad para el continente. La debilidad de las organizaciones regionales anula cualquier oportunidad de configurar pactos de comportamiento, incluso si, como lo propone el neorrealismo, estos no sean prenda de seguridad para la supervivencia de los Estados. Al no existir vínculos de interdependencia entre los agentes, la obligación de los Estados para con los demás jugadores es mínima, la amenaza de expulsión o perdida de preferencias no resulta ser un factor determinante. En 2008, cuando Colombia y Venezuela sostenían vínculos comerciales históricos, problemas políticos llevaron a la suspensión de sus relaciones comerciales, bajo la amenaza del Presidente Chávez de llevar a cero la relación de intercambio comercial. (Comercio colombo-venezolano alcanzó cifra récord, 2012).
En segunda instancia, como se señaló en la introducción, desde el fin de la guerra fría, en el denominado momento unipolar, Estados Unidos ha venido sufriendo un paulatino proceso de declive, que en Latinoamérica se ha manifestado en la pérdida de influencia política y económica frente a potencias emergentes con diferentes grados de proyección. Carlos Alberto Patiño, en De la bipolaridad al fracaso de la unipolaridad, expone el complejo panorama al que se vio sometido Estados Unidos después de la guerra fría, y el dilema generado por el retorno al aislacionismo o el asumir los costos del intervencionismo. (Patiño, 2011, citado en Restrepo, 2012)
Para Patiño, al concentrase la atención de los gobiernos de Washington en los problemas internos y en sus desafortunadas intervenciones en Medio Oriente, Latinoamérica dejó de ser una prioridad, y sus relaciones diplomáticas perdieron dinamismo ante otras propuestas locales (ibíd.). La desconexión de los EE.UU. con las realidades Latinoamericanas, permitió la introducción de nuevas propuestas, que remplazaron un ya debilitado proyecto de libre comercio continental (ibíd.). En la actualidad, después del naufragio del ALCA (como proyecto bandera de libre mercado para el continente), EE.UU. ha empezado un proceso de establecimiento de Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales, aplicando, según lo propuesto por José Alberto Pérez en Estados Unidos y Brasil en el Orden Hemisférico. Cooperación y Globalización, una lógica basada en el apoyo exclusivo a Estados amigos que acepten, compartan y apoyen su política exterior (Pérez, 2007, 459-479).
El debilitamiento del intervencionismo no significa desaparición del mismo, tanto Carlos Alberto Patiño (Patiño, 2011, citado en Restrepo, 2012) como Roberto Miranda (Miranda, 2011) proponen el establecimiento de un sistema de apoyo concentrado y preferente. Al optar por no realizar intervenciones de amplio espectro, Estados Unidos prefirió intervenir de manera indirecta (mediante estímulos económicos y apoyo político-militar) en favor de los gobiernos que consideraba amigos. Roberto Miranda expone la forma como la inestabilidad de Argentina lo llevo a perder el apoyo de Washington, en favor de Colombia. (ibíd.).
La tercera y cuarta condición, prestando atención a lo ya comentado en la segunda, se encamina a comprobar el establecimiento de una competencia por la acumulación de recursos de poder y la determinación de la estructura jerárquica regional.
Al debilitarse la presencia de EE.UU. (como hecho significativo que descompone las relaciones de poder que constituían la estructura en el primer momento post guerra fría) (Palacios, 2011, 225-265), se modifica el orden regional establecido, y se entra en una etapa de transición en la que las posibles potencias emergentes tratan de instaurar una nueva distribución de poder, orden institucional y forma de legitimación. Roberto Miranda, observando este fenómeno, plantea que la instabilidad y proceso de transición conlleva un paulatino crecimiento de la seguridad de las relaciones entre Estados (manifestado en el crecimiento del gasto militar, la creciente presencia de temas relacionados con la seguridad en la agenda regional y la renovación o adquisición de equipamiento militar), alimentado por la presencia de potencias extra continentales como proveedores de armas (Miranda, 2011).
La característica fundamental de la activación de estas nuevas potencia regionales, está en que ven (en su ambición por determinar la distribución de poder dentro del nuevo orden regional, posicionándose de forma ventajosa dentro de la estructura) las bases para el desarrollo de una proyección global. Su comportamiento y el desarrollo de su agenda regional (como manifestación del poder relacional), dada su posesión de importantes recursos de poder físico e inmateriales, tiene máxima importancia en la determinación de la forma como el resto de los agentes del sistema configuran su política y comportamiento, pues tratan de maximizar su influencia en el resto de los Estados de la zona.
Un fragmento del trabajo de Lincoln Bizzozero puede resultar clarificante en cuanto a la forma como los agentes latinoamericanos han enfrentado sus procesos de integración:
América Latina ha heredado en el siglo XXI, las oposiciones y los condicionantes estructurales de la década de los noventa, que se traducen en distintas orientaciones de política exterior atinentes a la posición en la estructura del sistema internacional por parte de los Estados y diferentes concepciones de desarrollo. Como en definitiva, en interés nacional está en función de la posición del país en la región y el mundo, lo que importa para definir si un proceso regional es (o intenta ser) estratégico, tiene que ver con las definiciones de política exterior
(Bizzozero, 2011).
A continuación se llamará la atención sobre dos de los llamados a empoderarse en el contexto regional: Brasil y Venezuela. El caso de Colombia, cuya particularidad inspira este artículo, será tratado en el apartado final.
El regularmente llamado a establecer su autoridad en la zona suramericana es el gigante Latinoamericano Brasil. Juan Albarracín, en Buscando el liderazgo en la región. La política exterior brasilera hacia Sudamérica, estudia, a través de la idea del liderazgo, la forma en que Brasil se ha instalado en las dinámicas de poder regional (Albarracín, 2011, citado en Godoy, 2011, 401-421). Albarracín exhibe como gran objetivo central de Brasil el proyectarse a nivel global, cimentando su control sobre Sudamérica, bajo los parámetros de una diplomacia de nivel profesional, el respeto irrestricto a la soberanía nacional (no intervencionismo) y la apertura de espacios para el multilateralismo global y regional. (Albarracín, 2011, citado en Godoy, 2011). José Alberto Pérez, en el mismo sentido que lo hace Albarracín, propone como característica principal de la proyección brasileña, marcando una notoria diferencia con los Estados Unidos, la preferencia por los marcos bilaterales y multilaterales de apoyo y cooperación como vía de influencia (Pérez, 2007).
Albarracín también plantea que las mayores debilidades de Brasil en su política exterior, han estado en la dificultad que ha tenido el Estado para relacionarse con los demás agentes del continente, integrarse a profundidad con las economías americanas y su reticencia a asumir los costos políticos del liderazgo (Albarracín, 2011, citado en Godoy, 2011). Sobre este último factor, el autor anota que Brasil presenta una negativa a aceptar el desarrollo de una "política de liderazgo basada en la capacidad de influir en la toma de decisiones, presentando propuestas o contra-proyectos, precisa de un aparato administrativo capaz de producir estas ideas; el uso de la fuerza requiere costear un aparato militar significativo; sobornar otros Estados como medio de persuasión, implica tener una economía capaz de financiar dichos sobornos (Albarracín, 2011, citado en Godoy, 2011)".
Sin lugar a dudas, y así lo reconoce Albarracín, la posesión de recursos de poder físicos hace de Brasil el llamado a tomar las riendas del continente (ibíd.). Sin embargo, sus diferencias políticas y culturales con los países de la región anulan en gran medida la posibilidad de impactar e influir bajos las herramientas del soft power. Siendo el multilateralismo y la construcción de un orden más participativo, sus proyectos para el continente (agenda), nunca han tenido la claridad de otros agentes para proyectarlo y comunicarlo a los demás, sin contar con la ambivalencia de implementar plataformas de regionalismo estratégico, que le confieren la desconfianza de otros Estados. En todo caso, el poder de sus plataformas de influencia continental, MERCOSUR y UNASUR, continúa siendo una incógnita por su despliegue (influencia real) y viabilidad a largo plazo (desarrollo de una institucionalidad y organización estable).
El cazo venezolano resulta sumamente interesante, pues configura su proyección continental bajo un discurso antisistema, siendo su poder el resultado de las condiciones creadas por el mismo sistema al que ataca. La necesidad incesante de EE.UU., Europa y ahora Asia, por hidrocarburos, crea un estado de cosas en el que un país con importantes reservas petroleras, como Venezuela, esta inmediatamente llamado a ser un jugador internacional. Además de contar con la OPEP como foro permanente para sus intereses, las capacidades físicas del gobierno bolivariano de Venezuela son el resultado de proyectar su riqueza petrolera hacia una influencia económica, política, social y militar.
El gobierno encabezado por Nicolás Maduro, sucesor designado del carismático líder Venezolano Hugo Chávez, ha explotado su poder petrolero para establecer alianzas estratégicas con potencias extracontinentales como China, Rusia e Irán, en intercambios de materias primas por armamento de primer nivel (Patiño, 2011, citado en Restrepo, 2012; Miranda, 2011). El Estado Venezolano sostuvo polémicas continentales por las visitas de líderes iraníes y el desarrollo de operaciones de entrenamiento con la armada rusa (Venezuela niega acuerdos en materia nuclear con Irán, 2012). Através de la denominada alternativa bolivariana para las Américas (ALBA), Venezuela ha proyectado su influencia regional consolidando un bloque con otros gobiernos bajo el discurso bolivariano. Carlos Alberto Patiño comenta la participación de Venezuela:
Venezuela, por el contrario, ha pasado por un escenario de compleja transformación política que se inició con el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 y llegó a un punto de éxito político importante cuando el líder de dicho golpe asumió el poder luego de una elección convencional, en 1998. A partir de esta elección se produjo la consolidación de un escenario de ruptura política y transformación geopolítica, en la que apareció lo que el presidente Hugo Chávez ha denominado en diferentes momentos la 'alternativa bolivariana', en la que se encuentran países como Ecuador desde la elección de Rafael Correa, Evo Morales desde su elección en nombre del MAS en Bolivia, y Nicaragua desde la elección de Daniel Ortega, además de la Cuba gobernada por los hermanos Castro.
(Patiño, 2011, 35-36).
Explotando su potencial petrolero Venezuela pudo emprender una carrera armamentista (EE.UU. se siente preocupado por armamentismo en Venezuela, 2009) que le permitió modernizar sus fuerzas armadas y consolidar sus recursos de poder físico. Sin embargo, el factor central de su empoderamiento continental se encuentra en la capacidad persuasiva de su proyecto anti sistémico, que le ha permitido a Estados inconformes con la distribución de poder global constituir un bloque de trabajo mancomunado en la denominada Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Esta organización, cuyo futuro depende de la capacidad del gobierno venezolano de mantener la estabilidad interna la proyección externa después de la muerte de Hugo Chávez, reúne a múltiples agentes bajo un proyecto político en el que organizaciones no estatales intervienen de manera activa en los procesos regionales a modo de potencializadores y facilitadores.
La incógnita se centra ahora en la destreza de Nicolás Maduro para Mantener alineados a múltiples actores con diversos intereses, mientras se posiciona dentro de su país como el nuevo conductor del socialismo del siglo XXI.
En este punto conviene introducir la cuarta condición, puesto que la existencia de actores armados no estatales, con la capacidad de perturbar la seguridad de varios Estados, se convierte en una amenaza interior o exterior que justifica el desarrollo de políticas defensivas y armamentismos, incluso en tiempos de aparente paz. Es necesario entender a estos agentes como partícipes de las relaciones de poder regional, que interactúan y conforman redes de mutuo apoyo con los actores estatales.
Dadas las dinámicas permitidas por las TIC, los agentes armados no estatales se convierten en jugadores regionales capaces de actuar en múltiples dimensiones (Torrijos, 2011, 46-60).
En anteriores artículos se ha expuesto la forma en que las redes constituidas por agentes como las FARC-EP, el ELN, Sendero Luminoso y diferentes ONG pueden ser leídos como un proyecto político -armado para la expansión del bolivarianismo (ibíd.). Desde la propuesta del terrorismo simbiótico transversal (TST) (ibíd.) se conciben alianzas entre agentes estatales y organizaciones armadas como un recurso de poder y desestabilización. El Estado actúa como promotor o patrocinador del agente armado no estatal, en un vínculo que los beneficia a ambos en sus respectivos proyectos. Dentro de las lógicas del movimiento continental bolivariano, se puede desarrollar una lucha armada irregular no vinculada directamente al actor estatal Venezuela, mientras se mantiene un movimiento político regular y oficial desde el gobierno bolivariano (ibíd.).
La comprobación de estos cuatro elementos permite delimitar las condiciones ideales para el establecimiento de un análisis neorrealista.
En primera instancia, es posible afirmar que la condición de anarquía dentro del sistema se encuentra latente dentro de la región. Por un lado, resulta claro que en la actualidad, y por lo menos en un futuro cercano, no existiá una organización internacional u orden normativo, cuyo despliegue institucional o dinámicas de relacionamiento permita suponer una mitigación de las condiciones de vulnerabilidad de los Estados. Por otro lado, dadas las condiciones que se presentan en la actualidad, tampoco se puede suponer que las relaciones que se establecen entre EE.UU. y los Estados de la región, posicionen al primero como un eventual mitigador de las relaciones conflictivas subcontinentales, aunque este pueda actuar como potencializador (o patrocinador) de alguno de los agentes en competencia.
Adicionalmente, la presencia activa de agentes armados no estatales y redes continentales que responden a las lógicas del TST (Torrijos, 2011), permite que se desarrollen acciones indirectas de desestabilización entre los agentes, sin que esto signifique una confrontación abierta entre ellos. La presencia de amenazas irregulares y la anarquía del sistema conllevan la necesidad de sostener, por parte de los Estados, un constante estado de alerta contra riesgos externos, internos o mixtos. En la situación actual, ningún Estado en condiciones regulares puede abandonar una lógica de política exterior donde predomine el interés por la seguridad político-militar propia.
En segunda instancia, el debilitamiento de los EE.UU. (fin del momento unipolar) se configura en un paulatino ascenso de potencias emergentes, que permite observar el desarrollo de una competencia entre diferentes Estados de la zona. El vacío de poder generado por el retiro de la potencia se configura a través de dos procesos interconectados, en los que interactúan Brasil y Venezuela. Por un lado, los Estados con proyección buscan ampliar y acelerar la pérdida de influencia de EE.UU., delimitando una zona independiente sobre la cual sean capaces de ejercer control, y por el otro, se enfrascan en competencias por configurar un orden regional favorable al desarrollo de sus proyectos.
5. Colombia: potencia por reconocimiento y capacidad
Darle un lugar adecuado a Colombia dentro de las dinámicas de poder del sistema Latinoamericano, requiere examinar sus recursos de poder (tanto físico como inmaterial), en relación con la agenda que quiere desarrollar, tratando de determinar el grado en que los demás agentes lo reconocen como un jugador central y modifican, o, como mínimo, tienen en cuenta su comportamiento en la determinación de sus propias conductas. En razón de lo anterior, en primer lugar se analizarán los recursos de poder del Estado colombiano en relación a su agenda de posicionamiento continental, para luego dar paso, en un segundo momento, a exponer la forma en que los agentes del sistema reconocen la capacidad de Colombia como un jugador principal en America Latina.
Antes de iniciar la comprensión de Colombia dentro del modelo, es necesario enfocar la atención sobre un reto doble que se presenta a la hora de tratar el caso colombiano dentro de las dinámicas del neorrealismo. Ambos obstáculos surgen de la alianza existente entre Estados Unidos y Colombia. En primer lugar, resulta ineludible sopesar la relación de ganancias que se deriva de este vínculo, buscado determinar el beneficio relativo que ambas partes obtienen del sostenimiento de la conexión interestatal. En segundo lugar, teniendo en mente a Godofredo Vidal de la Rosa en su propuesta de enfrentar la realidad, desde el análisis de la relación que existe entre los medios de que se dispone y de los objetivos que se quieren conseguir (Vidal, 2010), es una obligación observar el vínculo entre los dos Estados desde la comprensión del impacto que este tiene en la búsqueda de Colombia por asegurar su propia supervivencia. Es fundamental desligar cualquier tipo de aproximación valorativa que se sostenga sobre los ideales y las ilusiones que resultan de los proyectos de unión continental antiamericanos o antiimperialistas (basados muchas veces en la idea de la solidaridad de los oprimidos), pues dichas propuestas resultan contrarias, no solo a la realidad continental expuesta en el apartado anterior, sino también a la diagnosticada falencia de atribuir a las alianzas internacionales (en este caso regionales) la capacidad de reducir la condición anárquica del sistema internacional (ibíd.).
Diana Marcela Rojas, en Análisis de la intervención de Estados Unidos en Colombia (1998-2008) inicia su reflexión sobre el reconocimiento de lo nocivo que ha resultado, dentro de la comprensión de fenómenos como el Plan Colombia, el establecimiento de posturas casi dogmáticas que rechazan por principio o aprueban incondicionalmente cualquier relación entre EE.UU. y Colombia. (Rojas, 2009, citada en Godoy, 2011, 375-400). Proponiendo un acercamiento desapasionado de un proceso trascendental para todos los ámbitos de la realidad colombiana, se pueden rastrear los elementos fundamentales del vínculo. Tomando el Plan Colombia como inicio de la especialización y concentración (Patiño, 2011) de la intervención de EE.UU. en América Latina, hay que partir de la descomposición del Estado colombiano durante los años 90, como episodio detonante del patrocinio directo de Estados Unidos al gobierno colombiano (Rojas, 2009, citada en Godoy, 2011).
Diana Rojas propone que la introducción de las ideas neoliberales, el conflicto armado interno, el narcotráfico, la debilidad institucional, las economías de depredación (legal e ilegal), la pérdida de control territorial ante actores ilegales y la debilitada integración al entorno económico internacional, fueron el combustible que convirtió a Colombia en un factor de desequilibrio regional y posible Estado fallido (ibíd.).
En este contexto, el Presidente Andrés Pastrana logró internacionalizar la situación de Colombia, mediante el establecimiento de una relación directa entre el peligro regional generado por Colombia y la lucha contra el narcotráfico, que en ese momento, eran prioridad para los Estados Unidos (ibíd.). Dada la participación generalizada de los grupos guerrilleros colombianos en la cadena de producción de drogas ilegales, el paso lógico de la lucha contra el narcotráfico fue extender el razonamiento al combate directo de las organizaciones insurgentes. La conexión narcotráfico-guerrillas introdujo al Ejército Colombiano y su fortalecimiento, en las prioridades de los EE.UU. en el continente (ibíd.). El desarrollo de este proceso, materializado en una política ofensiva hacia el interior (Seguridad Democrática) patrocinada desde el exterior (Plan Colombia), permitió al Estado colombiano recuperar parte del control territorial que había perdido, y asegurar su propia existencia ante la amenaza interna.
Diana Rojas propone que este tipo especial de intervencionismo puede enfocarse bajo la idea del National Building, donde se constituye una relación que entrelaza los procesos políticos de ambos actores, en una relación asimétrica que permite a EE.UU. tener enorme influencia en los procesos políticos internos de Colombia y al gobierno colombiano mantener vínculos privilegiados con Washington (Rojas, 2009, citada en Godoy, 2011, 375-400). La idea de fondo se enmarca en que las élites políticas de Colombia valoran y reclaman la participación de la potencia en sus problemas internos, de ahí la búsqueda primaria de internacionalizar el conflicto, en una condición que si bien limita la capacidad de maniobra interna de los líderes colombianos, asegura la existencia del Estado bajo una sistemática inversión (aún existente pero venida a menos por la crisis económica y la concentración del presupuesto de los EE.UU. en Medio Oriente) y apoyo político - militar (ibíd.).
Hacia el final de su análisis, Dina Rojas hace un balance de los resultados del Plan Colombia, y en general del sistema de intervencionismo por National Building, destacando que si bien el combate al narcotráfico, al igual que en todo el mundo, ha sido un absoluto fracaso, en el caso de Colombia, el intervencionismo permitió generar el debilitamiento sistemático de las guerrillas, dar un campo para que el Estado colombiano estabilizara su organización político militar y mejorara su aparato de respuesta a las necesidades de la sociedad (ibíd.). La autora propone una relación en la que Estados Unidos ve como prioritaria la construcción y reconstrucción de ciertos Estados, en este caso Colombia, en tanto estos estén relacionados con la estabilidad de los intereses norteamericanos en el mundo (ibíd.).
Asegurada la existencia del Estado Colombiano y establecida la conexión Bogotá-Washington, resulta necesario ver como ésta actúa en relación a las dinámicas de poder Latinoamericanas. Una fracción del trabajo de Roberto Miranda, permitirá diagnosticar las características de la relación que se configura entre los dos Estados y, al mismo tiempo, crea el espacio para acercar la comprensión de las características de los recursos de poder del Estado colombiano:
Tanto la disfuncionalidad de Brasil y Venezuela con algunos de los objetivos norteamericanos, como la relación especial de México con los Estados Unidos, empujaron a Washington a catapultar a Colombia para interceder los liderazgos brasileño y venezolano. La ilusión norteamericana se basó en que Colombia se proyectara a nivel subregional como ariete de un modelo discrepante del brasileño y venezolano, buscando contrarrestar las políticas de ambos y erigiéndose en opción posible, sensible para la imitación de otros países latinoamericanos. Fue la práctica del hegemón de asignarle poder prestado al país periférico, como cuando lo hizo con Argentina durante los años noventa a través de los gobiernos de Carlos Menem, los cuales respondieron mediante el alineamiento político con Washington […] Estados Unidos no sólo alimentó esta opción relacionándola con la seguridad a través del Plan Colombia-Iniciativa Regional Andina, también lo hizo mediante una inyección económica y un respaldo político. Desde el punto de vista económico, debemos considerar que la ubicación de Colombia entre los cuatro países que concentraron 90% del crecimiento de la Inversión Extrajera Directa en América Latina, fue por el aumento inversionista de Estados Unidos. Desde el punto de vista político, debemos tener en cuenta que Washington sistemáticamente eludió tratar aspectos y situaciones que en más de una ocasión pusieron a Colombia cerca de lo que en términos teóricos se define como 'Estado fallido', recurso al que la Casa Blanca ha apelado para cuestionar a países que no le eran afines, o bien que eran estratégicamente irrelevantes. El cuidado por evitar involucrar a Colombia en esta categoría, reflejóel amplio apoyo político que Estados Unidos le prestaba a ese país, principalmente para no deslegitimar el acuerdo profundizado con el presidente Álvaro Uribe.
(Miranda, 2011).
De esta cita se pueden extraer por lo menos tres ideas importantes. En primer lugar, se plantea la ya mencionada competencia entre tres agentes principales: Brasil, Venezuela y Colombia. En segundo lugar, Miranda pone la rivalidad regional en términos de una disputa por establecer un liderazgo regional, basado en modelos discrepantes entre sí. En tercer lugar, EE.UU. al debilitar su influencia en la zona, concentró sus intereses en impulsar a Colombia como potencia regional, en lo económico, político y militar, para proyectar de forma indirecta su influencia en América Latina.
Es posible reforzar el sentido del fragmento anterior, con parte del trabajo de Carlos Alberto Patiño, en su aproximación a la reconfiguración de las dinámicas geopolíticas latinoamericanas:
Las políticas norteamericanas, especialmente en el período del Gobierno de Bush, se estancaron, toda vez que sólo consiguieron tener un único aliado en la región para la discutida Guerra de Irak: Colombia; a la vez que mantuvieron una posición de desconexión de las tendencias geopolíticas que se presentaban en la región, especialmente las introducidas por dos países antagónicos en muchos sentidos: Venezuela y Colombia […] En este contexto Estados Unidos parece haber concentrado gran parte de su capacidad de acción geopolítica en Colombia, a través de una estrategia de cooperación directa para el restablecimiento del Estado y su control político y militar del territorio, desde el llamado Plan Colombia, negociando desde los gobiernos de Bill Clinton en los Estados Unidos y de Andrés Pastrana en Colombia.
(Patiño, 2011).
Patiño adiciona dos elementos nuevos a esta reflexión: primero, Colombia como parte de una reconfiguración de las dinámicas geopolíticas de América Latina y voz de respaldo a la política exterior de Estados Unidos en el mundo. Segundo, el establecimiento de una contraposición de origen entre la propuesta contra sistema bolivariana y los postulados del libre comercio defendidos por Colombia dentro de la zona.
A partir de esto se pueden rastrear las condiciones de ganancia de la relación interestatal. Como se advirtió en la reconstrucción de la propuesta neorrealista, los Estados al establecer alianzas buscan una condición de beneficio en la que su ganancia sea mayor que la de su contraparte, incluso por encima de las ganancias absolutas que resultan de su conexión.
Hasta el momento, de la conexión Bogotá-Washington, el primero logró estabilizar una situación que al final de los años 90 lo conducía a ser considerado un Estado Fallido, con nula participación en el entorno internacional, el reequipamiento y fortalecimiento de un ejército que estuvo sin capacidad de reacción ante una amenaza externa o interna (con posibilidades de verse derrotado contra el enemigo interno), puso en situación de retirada a las poderosas guerrillas de los años 90 (incluso se podría considerar que las obligó, por supervivencia, a emprender un proceso de diálogo con el gobierno) y obtuvo el respaldo político suficiente para emprender acciones regionales en pro de su posición en la estructura. El segundo (Washington), logra mantener una presencia indirecta en el continente, aún si la región no es prioridad en su agenda, sostiene una situación de contención, por vía de Colombia, de la expansión del bolivarianismo y establece una relación económica que le permite a sus transnacionales operar con libertad, si no ventaja, en Colombia.
Del inventario de ganancias, visto desde las prioridades lógicas de un Estado en el neorrealismo, Colombia obtuvo un beneficio superior al garantizar la supervivencia del Estado ante la amenaza interior y la creación de una fuerza militar capaz de otorgarle un lugar en la distribución de poder regional, además de un respaldo político-militar de significativa importancia. Si bien es cierto que EE.UU. obtiene significativas ganancias económicas de su relación con Colombia, lo que visto desde enfoques críticos se enmarcaría en una relación centro-periferia de dominio bajo la estructura del capitalismo internacional, no se puede minimizar las ganancias de Colombia dentro de la relación, especialmente si a largo plazo se puede convertir en una potencia regional con proyección global.
De lo anterior, se desprende la comprensión de varios de los recursos de poder materiales a disposición de Colombia, puesto que la capacidad militar colombiana y su elevado gasto militar (Colombia el país de A. Latina que más detiene su PIB a gasto militar, 2010), vienen de las bases del plan Colombia, aunque en la actualidad, ante la crisis económica y el debilitamiento de la ayuda extrajera, los recursos son remplazados y complementados por la capacidad fiscal de Colombia (Aprueban impuesto para financiar combate contra narcotráfico y guerrilla, 2009). El crecimiento económico del país se ha sostenido a lo largo de los últimos años, valiéndole el reconocimiento dentro del ya mencionado grupo de los Civets y mejorando su condición en la región (Colombia es la segunda economía suramericana tras superar a Argentina, 2012).
Probablemente el factor de mayor debilidad del Estado Colombiano está en sus capacidades inmateriales. La persuasión de sus aparatos de comunicación internacional, además de estar concentrado exclusivamente en canales diplomáticos tradicionales, no ha sido efectivo para convencer a los otros Estados Latinoamericanos de compartir su enfoque interno y externo. Entre Estados con culturas similares e historias en común, las ideologías y propuestas políticas se convierten en factor de disuasión, en el caso de Colombia, la ideologización y personalización de la política exterior de varios países, anula toda posibilidad de acercamiento por vías inmateriales, en la que no esté involucrado un cambio drástico de perspectiva frente a EE.UU. o el modelo económico del Libre Comercio. Al asegurarse el apoyo material de Estados Unidos, Colombia dificulta la recepción de sus ideas en un entorno altamente ideologizado por el antiamericanismo. En 2010, La Misión de Política Exterior en Colombia señaló la gran desconfianza que existe entre varios Estados de la región, especialmente los permeados por el bolivarianismo, por la cercanía del gobierno colombiano con Washington y, a su vez, cómo el gobierno Colombiano no se ha sentido cómodo con la cercanía de organizaciones como las FARC-EP, a los Estados participantes del ALBA (en especial Venezuela). (Misión de Política Exterior en Colombia. Bogotá, Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Banco de desarrollo de América Latina (CAF), La Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo (Fedesarrollo) y Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE), 2010) Estas diferencias de naturaleza ideológica torpedean, los de por sí, pobres esfuerzos de Colombia para explotar factores inmateriales como recursos de poder.
Adicional a esta dificultad, Luis Fernando Vargas, en Una aproximación a la irregular Cancillería colombiana, ha señalado la ausencia de una política exterior de Estado que se mantenga en el tiempo, como una dificultad dramática en el desarrollo de las relaciones exteriores colombianas. (Vargas, 2009, citado en Godoy, 2011, 335-357). Al explorar el paso de Carolina Barco, Consuelo Araujo, Fernando Araujo y Jaime Bermúez por la Cancillería Colombiana, el autor identificó la falta de un horizonte claro en la conducción de la política exterior colombiana (ibíd.). En el mismo sentido, la Misión de Política Exterior en Colombia señaló la necesidad de establecer un consenso sostenido en el tiempo sobre "una visión integral que precise los fines e intereses nacionales, y los medios y metas de política exterior", (Bell et ál., 2010) teniendo presente el entorno cambiante en el que se está reconfigurando el orden internacional y regional (ibíd.).
La llegada al poder de Juan Manuel Santos es una muestra significativa de la realidad ambivalente del Ministerio de Relaciones Exteriores colombiano. En cuanto se posesionó el Presidente Santos, y llegó a la Cancillería María Ángela Holguín, el carácter de la política exterior cambió de manera drástica hacia el establecimiento de una política de no confrontación con los gobierno de Venezuela y Ecuador (Santos: "Chávez es un factor de estabilidad en Venezuela",2011), en el que se dejaron atrás las denuncias sobre la presencia de las guerrillas colombianas en sus territorios y se hizo caso omiso a cualquier mención de este tipo de comportamientos en los Estados vecinos (Santos dice que acordó con Chávez ignorar a los enemigos de la buena relación bilateral, 2011). En la actualidad, con el inicio de un proceso de negociación entre guerrillas y gobierno colombiano, la presencia constante de los miembros del bolivarianismo continental en las dinámicas de negociación, es un elemento sistemáticamente ignorado por las autoridades colombianas (Venezuela participa en diálogos: Maduro, 2012). Si bien María Ángela Holguín despersonalizó la política exterior desde una perspectiva institucional, la concertación sobre los intereses de Colombia en el mundo, con miras a un cambio de gobierno en 2014 o 2018, es todavía una tarea por realizar.
Una vez que se han señalado los recursos de poder material e inmaterial, el reconocimiento de otros Estados se puede rastrear a través del desarrollo exitoso de una agenda regional y el papel especial que juega Colombia en la determinación de las dinámicas de la zona.
Es de advertir que la política de no intervencionismo de Brasil, dificulta rastrear sus comportamientos más allá de su pasiva participación en los limitados espacios multilaterales, como factor de presión en el juego activo que desarrollan Venezuela y Colombia. Durante las tensiones que se han vivido en la región entre diferentes Estados, Brasil no ha logrado darle participación verdadera a sus foros de diálogo. En los episodios que se registrarán a continuación, Brasil no ha pasado de ser un observador, con negativa a tomar la dirección o tratar de intervenir por establecer su liderazgo.
En primer lugar, Colombia logró posicionar el tema de las relaciones entre el gobierno de Venezuela, y posiblemente el de Ecuador, como un tema de la agenda regional e internacional (Colombia mostró pruebas de presencia guerrillera en Venezuela y Chávez decidió romper relaciones, 2010). A pesar de haber tomado un riesgo enorme al realizar el ataque en el que fue dado de baja alias Raúl Reyes (Weisberg, 2009, 476-488), en general, salvo un efímero proceso de aislamiento, las consecuencias del mismo no resultaron nocivas para el Estado colombiano, especialmente con la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia. Colombia logró exhibir las conexiones de Venezuela con las FARC-EP (que en varias oportunidades han dado paso a que el gobierno de Hugo Chávez se vea en la obligación de cooperar con Colombia como no lo hacía antes (Ministro de defensa destaca colaboración de Venezuela en lucha contra las Farc, 2011), con una posterior reactivación de los vínculos comerciales y diplomáticos con Venezuela, sin mayores sacrificios para Colombia. (Venezuela y Colombia impulsan nueva relación comercial, 2011).
En segundo lugar, como parte de los Estados involucrados en la cadena productiva del narcotráfico, el gobierno colombiano ha liderado un reclamo porque se revise el actual sistema de lucha contra las drogas (No podemos seguir poniendo los muertos en la lucha contra las drogas: Santos, 2010), encontrando el apoyo e interés en otros gobiernos (Con cuestionamientos de Santos a estrategia contra drogas avanza cumbre en Tuxtla, 2010). Liderando un proceso de estas características, aunque sea exitoso o no, se pueden generar espacios de interacción y solidaridad para con sus proyectos regionales. Explotar la vocería y liderazgo de una lucha alternativa contra las drogas, le puede ayudar a ganarse la simpatía de otros gobiernos con problemas similares (Santos pidió a la ONU asiento para Colombia en el Consejo de Seguridad, 2010).
En tercer lugar, gracias al dinamismo de su economía y la perspectiva pro integración económica internacional, Colombia se mantiene como un mercado atractivo para varios Estados extra regionales (pretende establecer nuevos Tratados de Libre Comercio con países de Asia pacifico y centro América) e intrarregionales. Su papel central como proveedor de productos hacia Venezuela y Ecuador estimuló la reactivación de las relaciones comerciales y políticas. De igual forma, Colombia ha tratado de posicionarse como potencia energética, generando vínculos estratégicos en materia de provisión de electricidad en la región (¿Potencia energética?, 2010).
En cuarto lugar, dándole cabida a las dinámicas de relación entre Estados Unidos y Colombia, cabe traer a colación el episodio en que se propuso permitir el uso de siete bases militares colombianas a tropas de los EE.UU. en el momento de mayor tensión entre Colombia y Venezuela, la propuesta de permitir el acceso de fuerzas militares norteamericanas a Colombia, visto dentro de la posibilidad de una confrontación militar, mantuvo en tensión a la región, sin que la intervención de espacios multilaterales o presión regional modificara el comportamiento de Colombia. En este episodio, impedido dentro de un proceso interno colombiano, se puso nuevamente sobre la mesa el respaldo político-militar de los EE.UU. hacia Colombia. (EE.UU. debe dialogar con UNASUR sobre bases militares en Colombia, 2010).
De estos cuatro episodios se destacan dos procesos conexos, en los que se proyectan los intereses de Colombia y el reconocimiento de los agentes del sistema a su comportamiento e importancia regional. En primer lugar, en su interacción con Brasil como jugador preponderante pero pasivo en Latinoamérica, Colombia ha logrado posicionar sus intereses dentro de la agenda regional, a la par que trata de acumular recursos de poder que le permitan equiparar el desequilibrio generado por las capacidades superiores del Estado brasileño, explotando al máximo las ventajas que se derivan de las dificultades que tiene este actor para ejercer un liderazgo claro en la región. En la política de no intervencionismo y rechazo a los costos del liderazgo de Brasil, Colombia encuentra las grietas por las que actúa con libertad en la región, sin estorbar al gigante pero desafiando su primacía.
En segundo lugar, la estrategia utilizada por Colombia, contra Venezuela y el bloque bolivariano como opositores activos, combina el explotar al máximo su vínculo con los Estados Unidos y generar espacios ambivalentes, de conflicto y asistencia, con los Estados que le hacen oposición. Al combinar estrategias de contención, con espacios de cooperación e intercambio condicionado, Colombia logra sacar réditos de su relación con sus detractores, estorbando el desarrollo de sus proyectos e impulsando los propios.
Conclusión
Sin lugar a duda el enfoque realista y neorrealista han sido parte central del desarrollo de las relaciones internacionales y, a su vez, los aportes de Kenneth Waltz a la comprensión del sistema internacional continúan siendo un motor de avance para tal disciplina, tanto para quienes critican sus postulados como para quienes pretenden defenderlos. En las páginas anteriores se retomaron los postulados básicos del neorrealismo, con énfasis en la teoría de la polaridad, comprendiendo desde el comienzo que el desgaste natural del enfoque implicaba, para la viabilidad de análisis, una búsqueda de nuevos elementos que permitieran refrescar los postulados primarios propuestos por Waltz.
Tomando como punto de partida la revisión de la idea del poder, en este artículo se apostó por re-comprender este elemento como fuente de la teoría y plantear que la definición de una potencia se debe basar en el principio relacional del poder. En razón de lo anterior, para ser considerado como una potencia (en cualquier escala de análisis) un Estado debe contar con el reconocimiento de otros Estados, manifestado en el condicionamiento del comportamiento y expectativas de los demás agentes del sistema, dada su preponderancia y las perspectivas que genera su actuación. La existencia de este vínculo relacional se funda en la posesión de una serie de recursos de poder (materiales e inmateriales) que le permiten al Estado asegurar su supervivencia e influir, a través del desarrollo y posicionamiento de una agenda, en el sistema para asegurar un orden mundial o regional conveniente a sus intereses.
La aproximación propuesta reconoce el papel de los agentes no estatales, que actuando dentro de las dinámicas de poder que se desarrollan entre las unidades estatales, cumplen un papel potenzializador, reforzador u obstaculizador de las acciones de los Estados, dependiendo de la forma como se relacionan con estos. De igual manera, se conciben como características primarias del sistema en la actualidad: la complejidad de las relaciones globales y un estado constante de cambio donde todas las esferas se interconectan y modifican entre sí.
Al aplicar el modelo dentro del contexto Latinoamericano, se demarcó un estado regional basado en un proceso de transición entre el orden generado después del fin de la guerra fría, y la nueva relación de poder derivada de la concentración de la influencia de Estados Unidos en Colombia, la propuesta contra-sistema Venezolana y la proyección global brasileña. La relación entre Bogotá y Washington se introdujo como el punto partida que permitió entender a Colombia como una potencia en asenso dentro del marco suramericano, debido a los recursos de poder físico que obtuvo desde la entrada del plan Colombia y la proyección de una agenda en el entorno regional. A través de cuatro episodios fue posible delimitar las relaciones de reconocimiento que sostiene con Brasil y Venezuela, como parte de la competencia regional por establecer una zona de control regional. En el primer caso, Colombia trata de recabar recursos de poder y posicionar sus intereses sin entrar en conflicto con el competidor preponderante, pero explotando las ventajas derivadas de las debilidades de su liderazgo. En el segundo caso, se explotan paulatinos procesos de conflicto y cooperación condicionada, en una competencia directa por la influencia regional de proyectos contradictorios.
Notas
1 T.V. Paul entiende el equilibrio de poder suave, como los compromisos y estrategias diplomáticas sostenidas en el tiempo, con el propósito de equilibrar o reducir el poder de un Estado o agentes dominantes, que eventualmente se pueden convertir en una amenaza. Paul, T. V., (2011, Noviembre-Febrero) Las Potencias en ascenso y el equilibrio del poder en el siglo XXI. Revista Mexicana de Política Exterior. México. DF. (94), 95-116.
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74. Santos dice que acordó con Chávez ignorar a los enemigos de la buena relación bilateral. (2011, agosto 4). Publicaciones Semana. Documento disponible en: http://www.semana.com/nacion/santos-dice-acordo-chavez-ignorar-enemigos-buena-relacion-bilateral/161694-3.aspx. Fecha de Consulta: 29 de Octubre de 2012. [ Links ]
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81. Venezuela y Colombia impulsan nueva relación comercial. (2011, mayo, 25) Publicaciones Semana. Documento disponible en: http://www.semana.com/nacion/venezuela-colombia-impulsan-nueva-relacion-comercial/157367-3.aspx. Fecha de Consulta: 29 de octubre de 2012. [ Links ]