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Revista Científica General José María Córdova

Print version ISSN 1900-6586

Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.12 no.14 Bogotá July/Dec. 2014

 

Geopolítica sistémica aplicada: un modelo para entender las dinámicas cambiantes del sistema internacional*

Applied systemic geopolitics: a model for understanding the changing dynamics of the international system

Géopolitique systémique appliquée: un modèle pour comprendre l’évolution dynamique du système international

Geopolítica sistémica aplicada: um modelo para endender as dinámicas variantes do sistema internacional

Vicente Torrijos Rivera a, Andrés Pérez Carvajal b

* Artículo resultado del proyecto de Investigación No col 00 25 289, titulado “Tendencias Evolutivas del Terrorismo en Colombia: Las FARC 2010-2019”, vinculado al Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario.
a Politólogo y periodista con especialidad en opinión pública, postgrado en Altos Estudios Internacionales, Doctor en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y el Posdoctor en asuntos estratégicos, seguridad y defensa del Instituto General Gutierrez Mellado. Profesor titular de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia. Comentarios a: tutoriascontorrijos@yahoo.com
b Graduando en la Facultad de Ciencia Política y Gobierno. Becario en el programa de Historia de la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. Comentarios a: perez.andres@ur.edu.co

Cómo citar este artículo: Torrijos, V. y Pérez, A. (2014). Geopolítica sistémica aplicada: un modelo para entender las dinámicas cambiantes del sistema internacional. Rev. Cient. Gen. José María Córdoba, 12(14),36-36.

Recibido: 10 de agosto de 2014 - Aceptado: 1 de octubre de 2014.


Resumen

Encontrar un marco de análisis que permita comprender las complejas dinámicas del sistema internacional después del 11 de septiembre de 2001 se ha convertido en el reto principal de la disciplina de las relaciones internacionales. La corriente sistémica de la geopolítica ha abordado esta compleja tarea, planteando un mundo interconectado e interdependiente donde los agentes del sistema compiten en diferentes campos de acción, con miras a establecer relaciones de dominación que les permitan a unos influir sobre el comportamiento de los otros. Es así que, tomando como base los postulados de Gérard Dussouy en torno a la geopolítica sistémica y el subsistema suramericano como campo de pruebas, este artículo aborda esta discusión proponiendo un modelo de análisis complementario que permita abordar el papel de los agentes no estatales dentro del sistema internacional y la interconexión entre campos de acción como principio de empoderamiento dentro de las relaciones globales.

Palabras clave: Geopolítica, sistema, poder, discurso.


Abstract

Finding an analytical framework to understand the complex dynamics of the international system after September 11th, 2001, has turned to be the main challenge for the discipline of International Relations. The systemic current of the geopolitics has faced this complex task by stating an interconnected and interdependent world system where agents compete against each other in different arenas in order to establish dominant positions that enable some influence on others’ behavior. Thus, taking into account some tenets drawn from Gérard Dussouy about the systemic geopolitics and the South American subsystem considered as a testing ground, this paper addresses this topic by proposing a model for further analysis to approach the role of non-state actors in the international system, as well as the interconnection between fields of action as a principle of empowerment within global relations.

Keywords: Geopolitics, system, power, discourse.


Résumé

Trouver un cadre analytique pour comprendre la dynamique complexe du système international après le 11 Septembre, 2001 est devenu le principal défi de la discipline des relations internationales. Le courant systémique de la géopolitique a déjà examinée cette tâche complexe, sur un modèle d’un monde interconnecté et interdépendant où les agents du système affrontent dans différents domaines d’action, en vue d’établir des relations de domination qui leur permettent une certaine influence sur le comportement des autres. Alors que, sur la base des principes de Gérard Dussouy sur la géopolitique systémique et le sous-système d’Amérique du Sud comme un test, cet article aborde ce débat en proposant un modèle d’analyse complémentaire pour traiter le rôle des acteurs non étatiques dans le système international et l’interconnexion entre les domaines d’action comme un principe d’autonomisation dans les relations internationales.

Mots clés: discours, geopolitique, pouvoir, système.


Resumo

Encontrar um quadro analítico para a compreensão da dinâmica complexa do sistema internacional após o 11 de setembro de 2001 tornou-se o principal desafio da disciplina de relações internacionais. A corriente sistémica da geopolítica têm-se prendido esta tarefa complexa, para responder aos desafios de um mundo interconectado e interdependente, onde os agentes do sistema agentes competem em diferentes campos de ação, a fim de estabelecer relações de dominação que lhes permitem alguma influência sobre o comportamento dos outros. De modo que, com base nos princípios de Gérard Dussouy sobre geopolítica sistêmicas e do subsistema Sul-americana como um teste, este artigo aborda essa discussão, propondo um modelo de análise complementar para abordar o papel dos actores não estatais no âmbito do sistema internacional e a interligação entre campos de ação como um princípio de autonomia nas relações globais.

Palavras chave: discurso, geopolítica, poder, sistema.


Introducción

La segunda posguerra fría (desde el 11-s hasta el día de hoy), con su característico desorden y ausencia de liderazgos definidos, ha precipitado la búsqueda de nuevos marcos explicativos que den alcance a las complejas realidades que se han configurado en los últimos 10 años en todo el mundo. En un periodo aparentemente corto, puesto que en nuestro días el tiempo y su disposición serán siempre relativos, el mundo pasó de una configuración de poder bipolar, a una supuesta unipolaridad, para luego terminar en la indeterminación de la multipolaridad, la apolaridad o, incluso, la no polaridad.

El problema de fondo no está en la búsqueda de contingencias conceptuales a la redistribución del poder, sino en la necesidad manifiesta de formular nuevos modelos de análisis, que sean capaces de percibir y entender los rápidos cambios que se presentan en las condiciones globales. Luis Dallanegra Pedraza, en Cambios en el sistema mundial, ofrece un parámetro sobre el cual es posible trabajar y entender el cambio en las dinámicas fundamentales del sistema. El autor propone la existencia de dos medidas diferentes para entender la evolución de los procesos globales (Dallanegra, 2007).

En primer lugar, se plantea una serie de macroetapas, cuya composición y cambio están determinados por el tipo específico de actor que predomina en el sistema, y de cuyas relaciones se configuran los elementos básicos de todos los procesos globales. En segundo lugar, en cada macroetapa se desarrollarían unas microetapas que se forman por medio de las diferentes formas en las que se organizan las relaciones de poder entre los actores dominantes del sistema (Dallanegra, 2007).

A través de los postulados de Dallanegra, resulta posible suponer que la inestabilidad del sistema internacional se encuentra apoyada en un posible cambio de macroetapa y en una segura transformación de la microetapa imperante. En este sentido, en la actual configuración del marco general de los procesos globales, resulta claro que el Estado ya no es el único jugador de importancia dentro del sistema, sin que esto signifique necesariamente que su posición no continúe siendo central en las dinámicas globales. La existencia de nuevos actores (organizaciones internacionales, ONG, transnacionales-multinacionales, el crimen organizado, los agentes armados no estatales y las personalidades mundiales), y nuevos temas dentro de sus agendas, cambia las reglas de interacción, especialmente si se tiene como telón de fondo el vertiginoso avance de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Ahora se hace imposible pensar los acontecimientos mundiales como realidades aisladas, cuyo desarrollo únicamente concierne a los directamente involucrados y sus entornos regionales y locales.

El mundo se configura entonces como una gigantesca red donde todas las unidades interactúan y compiten en la búsqueda por alcanzar sus objetivos dentro del sistema. En esta realidad, a los actores no estatales ya no se les puede considerar como simples espectadores, puesto que el principio de interdependencia hace que las acciones que emprende cualquier actor afecten de forma radical a las demás partes y modifique en escala acumulativa el orden y el estado general del sistema. En este sentido, aunque es posible que la preponderancia del Estado impida hablar de un cambio total de macroetapa, sí es posible suponer que el mundo se encuentra a las puertas de la reconfiguración general de los procesos internacionales.

En cuanto al cambio de microetapa, por la reconfiguración de las relaciones de poder entre los agentes, la transformación resulta mucho más evidente si se lee a través de dos factores fundamentales: primero, el agotamiento del proyecto de sentido que los Estados Unidos impulsaron en el mundo durante la primera posguerra fría (1991-2001). Segundo, el ascenso vertiginoso de nuevos agentes con la intención de establecer círculos de influencia y liderazgo alternativo.

Al respecto del agotamiento de sentido, como primer factor, las promesas de la democracia, el desarrollo y la libertad, que con tanto entusiasmo se defendieron durante la segunda parte del siglo XX, ahora son poco más que la expansión del liberalismo económico inspirados en el retroceso del Estado frente al mercado y la desregularización de las economías locales. Estas ideas, que sin mayor trasfondo político no están en capacidad de dar respuesta a las problemáticas que enfrentan las sociedades en el mundo, precipitan el agotamiento de una propuesta que se entendía únicamente refrenada por el poder soviético.

El problema radica en que la ausencia de discursos, como ideas fundamentales (libertad vs. igualdad) en competencia por darle sentido al mundo, deslegitima el orden establecido y hace que las partes menos favorecidas del sistema reclamen la reconfiguración de las reglas de juego. Por eso, y así se configura el segundo factor, no resulta extraño que los que en su momento Zbigniew Brzezinski dilucidó como posibles jugadores geoestratégicos emergentes (Francia, Alemania, Rusia, China e India) (Brzezinski, 2003) estén creando sus propias zonas de influencia ante las grietas que Estados Unidos deja en su retroceso mundial. Las viejas disputas por la preponderancia mundial se hacen nuevamente vigentes en lugares como Siria o Corea del Norte, donde el respaldo de las potencias en crecimiento impide a los Estados Unidos y a las organizaciones internacionales operar en función de los valores que supuestamente eran la base del mundo postsoviético.

En el mismo caldo de cultivo, los nuevos agentes del sistema internacional se aprovechan de la imposibilidad de los Estados para crear verdaderos lazos de identidad con las personas, planteándoles agendas personalizadas (medio ambiente, derechos humanos, salud, información, etcétera) con objetivos y triunfos palpables, de los cuales se puede hacer parte con más eficiencia que de las banderas y valores nacionales. Esta creciente disputa por el poder abre todo un panorama de escenarios posibles y de realidades probables, a las que los modelos de análisis tienen que alcanzar. Es en esta dirección que han avanzado los postulados de la geopolítica contemporánea, que tratan de entender las complejas realidades globales a través del establecimiento de un gran marco explicativo por medio del cual se puedan entender las interacciones que se presentan entre los agentes del sistema internacional, de múltiples naturalezas y en diferentes campos temáticos.

Dentro de este esfuerzo de la disciplina de la geopolítica por dar cuenta de los fenómenos globales, la corriente sistémica encabezada de Gérard Dussouy ha tenido gran acogida debido a su entendimiento de las relaciones de poder. El autor armoniza la fuerza y el discurso como herramienta de dominación, al platear diferentes campos de lucha desde los cuales seguir el movimiento de los procesos mundiales (Dussouy, 2010). En este sentido, la geopolítica sistémica viene a dar forma a un constante proceso evolutivo del pensamiento geopolítico, en el que la combinación entre la teoría y la práctica han nutrido una serie de postulados en torno al carácter complejo y dinámico de las relaciones entre los agentes del sistema internacional.

Es en esta dirección, el presente artículo pretende trabajar las realidades geopolíticas partiendo del análisis y la comprensión de las dinámicas de comportamiento e interacción que se han configurado en Latinoamérica desde el inicio de la segunda posguerra fría. Se toma esta zona como área de trabajo puesto que la región suramericana ha sido especialmente sensible al agotamiento del metadiscurso norteamericano, la aparición de poderosos agentes no estatales con capacidad de influir en las realidades regionales y la presencia de Estados con ambición de empoderamiento local y global.

En función de lo anterior, este documento se divide en tres grandes partes. En primer lugar se realizará un breve acercamiento a la reconfiguración de la idea del espacio y el poder como variable fundamental dentro del desarrollo del pensamiento geopolítico, enfocado en las características centrales de las corrientes clásica, crítica y sistémica. En un segundo momento, partiendo de la propuesta sistémica de Gérard Dussouy, se plantea una ampliación conceptual basada en la interacción entre campos de acción y la presencia de actores no estatales. En tercer lugar, se aplicarán los elementos teóricos propuestos en el caso América Latina, entendiendo al subsistema como una zona de lucha simbólico-discursiva por el ejercicio de una dominación regional con perspectiva global.

De las visiones geopolíticas

En el siguiente apartado se identifican las características fundamentales de la evolución del pensamiento geopolítico, a través de las diferentes corrientes por medio de las cuales los analistas, los académicos, los políticos y los militares han comprendido la conexión fundamental entre espacio y poder. En función de esto, esta sección se dividirá en tres partes, a saber: primero, aproximación a la evolución de las teorías geopolíticas hasta la primera posguerra fría; segundo, la geopolítica sistémica de Gérard Dussouy, y tercero, las dinámicas de canalización y el aprovechamiento de energía en el sistema internacional.

De la fuerza al significado

Pensar la geopolítica respecto a la evolución que han presentado sus componentes fundamentales requiere observar con detenimiento las diferentes maneras en las que los teóricos han entendido el vínculo entre el poder y el espacio, desde una plataforma común de compresión de la política como una actividad principalmente conflictiva, determinada por la contraposición de voluntades que buscan imponerse una sobre la otra (Weber, 2002).

A partir de esta concepción de la naturaleza de la política, han evolucionado los postulados de la geopolítica clásica y sus revalidaciones modernas, pasando por las reinterpretaciones provenientes de la corriente crítica, y llegando a las concepciones sistémicas recientes, lo cual le permite a la disciplina mantener su relevancia gracias a la receptibilidad que sus variables fundamentales (poder y espacio) tienen a los cambios que se presentan en los patrones de interacción dentro del sistema internacional.

Y es que aunque nominalmente sea Rudolph Kjellén, en 1916, el primero en hablar del término geopolítica, la estrecha conexión que existe entre el espacio y los comportamientos políticos de los pueblos ha sido materia de interés entre los grandes líderes políticos-militares del pasado. Conocer la disposición del propio territorio, y el del enemigo, en muchos casos significó, y significa, la diferencia entre una campaña de conquista exitosa y una fracasada. En realidad se puede decir que desde sus inicios la geopolítica posee una innata tendencia a ser un conocimiento de naturaleza teórico-práctica (Dallanegra, 2010).

La geopolítica clásica

Los primeros intentos por desarrollar aproximaciones rigurosas a la geopolítica se dan a finales del siglo XIX e inicios del XX, en el marco de las turbulencias generadas por el inicio de la industrialización y la aparición de las primeras guerras en las que los desarrollos científico-técnicos determinaron el curso de la historia humana.

El espíritu de esta primera geopolítica, denominada clásica, parte desde una visión orgánica de los Estados, en la que se busca constituir los recetarios del poder que permitan a este organismo social alcanzar su mayor grado de desarrollo y evolución posible. Aquí resulta clara la presencia de ideas evolucionistas, que dentro de los marcos del determinismo ambiental-bilógico se proponían explicar y justificar el expansionismo de la primera parte del siglo XX.

El espacio fue visto según los réditos en recursos y mano de obra disponible que se podían obtener de él, entendiendo a la posibilidad de expansión de una sociedad como condición natural de su grandeza. La ubicación y extensión geográfica de los territorios nacionales resultaba fundamental, puesto que los pueblos cuyo desarrollo demandaba ocupar un lugar más grande y con mayores recursos debían exigir o tomar por la fuerza lo que les correspondería como parte de una selección natural entre sociedad: fuertes y débiles.

En esta corriente, el entendimiento del poder se centra en el uso de la fuerza y en cómo los recursos disponibles permiten el crecimiento o debilitamiento de ese poder coercitivo. La preocupación por la seguridad del organismo viviente estatal se constituía como el factor clave de análisis, por lo que las consideraciones seudocientíficas sobre la naturalidad de la dominación como mecanismo de defensa eran materias comunes entre académicos y analistas. En este paquete se destaca el trabajo de Friedrich Ratzel y Karl Haushofer, como los impulsores fundamentales de la corriente alemana de la geopolítica clásica.

La fórmula del predominio global de los geopolíticos clásicos entendía al espacio como fuente de cursos, con la esperanza y la necesidad de expandirse y dominar por medio de la fuerza cada vez más territorio, justificado este comportamiento por la natural superioridad que tienen los organismos más fuertes y su obligación de aumentar la longevidad del ser viviente estatal. En este caso conviene también destacar a tres pensadores adicionales que van a hacer hincapié en la ubicación, en la relación contención-superioridad y en las posibilidades que permiten la movilidad terrestre y marítima. Halford Mackinder, Alfred T. Mahan y Nicholas J. Spykman, cada uno desde su perspectiva, se enfocaron en la forma como la disposición del territorio continental y marítimo euroasiático permitía a los imperios y Estados prevalecer sobre los demás. En ese aspecto, los autores, compartiendo macroideas similares sobre el espacio, componían verdaderos recetarios de la dominación global.

Los postulados fundamentales de la geopolítica clásica determinaron el comportamiento de las potencias a lo largo de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, en desarrollo de la ya mencionada conexión teórico-práctica. Para la primera posguerra fría, en lo que Dallanegra Pedraza entiende como parte de los postulados clásicos, pero sin duda en reevaluaciones contemporáneas, aparecen autores como Zbigniew Brzezinski, Francis Fukuyama y Samuel Huntington (Dallanegra, 2010). Estos autores revalidan las concepciones orgánicas y estado-céntricas del sistema internacional, al entender al mundo como idea de grandes bloques zonales en confrontación, por el predominio global de una civilización o los Estados, además de propender a la defensa activa de sistemas de ideas y creencias en que se sustentan sus estructuras de poder y el statu quo. Estas recomprensiones dan cabida a la entrada del poder inmaterial, aunque continúan identificando las relaciones globales en función de la dominación y la expansión territorial.

La geopolítica crítica

Desde este núcleo central, durante los años sesenta y ochenta, las aproximaciones teóricas dieron un giro fundamental en su entendimiento de las dinámicas discursivas del poder en relación con el espacio. Con la denominada geopolítica crítica se abandonó el examen de las condiciones materiales que conducían al poder, y se optó por entender a la geopolítica como un discurso encaminado a la construcción de saberes y prácticas en torno a los espacios. Se desplazó la atención académica, “desde los hechos hacia sus representaciones y las narrativas que pretenden justificar las políticas del poder” (Méndez, 2011, p. 14).

Dentro de las conceptualizaciones de la geopolítica crítica, se entendió que el poder y el espacio no se relacionan en torno a los recursos o la ubicación material donde se encuentra, sino en la forma como los individuos entienden y valoran los lugares. Este proyecto analítico se basa en entender la forma como saberes construidos por medio de los medios masivos (el cine, la televisión, la radio, etcétera) se convierten en prácticas y acciones concretas con respecto a los hechos discursivos naturalizados sobre los espacios y las personas. En este sentido, la capacidad de constituir imaginarios en torno a las características y elementos fundamentales de los espacios se traduce en la posibilidad de generar legitimidad para las propias acciones e influir en el comportamiento de los demás para con los espacios construidos discursivamente.

Este enfoque, al igual que el clásico, responde a un cambio fundamental en las dinámicas globales determinado por la consolidación del potencial nuclear y la imposibilidad, propia de la Guerra Fría y su equilibrio nuclear, de desarrollar confrontaciones interestatales de alto nivel entre las potencias que no signifiquen la total destrucción mundial. Según este parámetro de entendimiento, la capacidad de un agente de imponer su voluntad a los otros depende de su capacidad de constituir significados que justifiquen sus políticas encaminadas a ejercer dominación sobre los otros.

Las dos posturas sobre la geopolítica convivieron durante el desarrollo de la Guerra Fría, entre el debate sobre ideas que legitimaban el proyecto de cada bloque y los intentos de expansión militar tanto para contener al enemigo, como para tener una posición privilegiada en un ataque primario o respuesta a una agresión. Como se explicó en la introducción, el desgaste de ambas propuestas se hizo claro en los últimos años debido al cambio de las condiciones de interacción y comportamiento internacional. Desde la perspectiva de Ricardo Méndez Gutiérrez, la geopolítica se ha ubicado en un punto convergente entre la geográfica política y las relaciones internacionales, desde el cual se observan los procesos y los actores internacionales, con la vista centrada en la interacción entre las dinámicas espaciales y su impacto en la relaciones de poder (Méndez, 2011).

Este autor plantea al espacio como un todo en el que interactúan los elementos físicos (tamaño, ubicación, recursos naturales, deposición geográfica, etcétera), el potencial humano (lugar de desarrollo de procesos políticos, económicos, sociales, culturales, etcétera) y las construcciones simbólicas (significación que se le otorga a una zona), que en su relación con lo político, se convierte en factor determinante de la posibilidad del latente uso de la fuerza, dentro de las relaciones de poder determinadas entre los agentes de un sistema social (Méndez, 2011). En este marco aparecen las nuevas corrientes en la interpretación geopolítica, cuyo enfoque pretende abarcar de manera general las dinámicas de interconexión global.

De la geopolítica sistémica

Entre los nuevos enfoques geopolíticos, el desarrollado por Gérard Dussouy en “Systemic Geopolitics: A Global Interpretation Method of the World”, se destaca como uno de los más completos y significativos en el campo. Para Dussouy, los procesos globales se pueden entender como un sistema en el que las unidades interactúan en una relación de interdependencia que permite que las acciones que emprende cada uno de los agentes tengan un impacto sobre los demás (Dussouy, 2010).

Atendiendo su cardinal importancia, a continuación se describirán los componentes principales de la propuesta teórica de Dussouy, comenzando por su concepción de la jerarquización de la relaciones de poder entre las unidades del sistema internacional, para terminar con su visualización de los campos acción o arenas de competencia en los que se enfrentan los actores sistémicos.

Estructuración de las relaciones de poder en el sistema internacional

Como resulta natural, debido a la distribución desigual de los recursos de poder material e inmaterial entre los diferentes agentes, las conexiones entre las unidades no son equivalentes por lo que algunos de los participantes del sistema se ubican en una mejor posición debido a las ventajas que poseen sobre los demás, permitiéndoles ejercer relaciones de dominación y control. En este contexto, y así lo expresa el modelo de Dussouy, todas las acciones de las unidades se presumen como estratégicas y en función de mejorar su posición frente a las demás. Las posibilidades de las unidades dependen de su intención de actuar sobre el cambio o el sostenimiento del statu quo, de la disposición de otros a buscar un movimiento sistémico y, en último término, de su capacidad (recursos) para operar efectivamente (Dussouy, 2010).

Este estado de cosas desigual se sostiene sobre un componente simbólico que legitima las relaciones de control, en este sentido, sobre macroideas que dan forma a la realidad de dominación y condicionan los comportamientos que están dispuestos a desarrollar los agentes con los demás participantes del sistema. Este condicionamiento, tanto estructural por la posición en la que se ubica cada unidad dependiendo de sus recursos, y mental, por la constitución de una forma aparentemente naturalizada en la que se sostiene el statu quo, crea patrones regulares de comportamiento a los que los agentes responden. Entender estas lógicas de comportamiento es en último término el objetivo del modelo de geopolítica sistémica que propone Gérard Dussouy (Dussouy, 2010).

Es clave entender entonces que cuando las lógicas simbólicas que sostienen al sistema entran a ser disputadas, se crea brechas que permiten el desarrollo de nuevas lógicas. El intento por instituir un cambio de parámetros se convierte en una lucha por el poder y la capacidad de imponer un determinado sentido en la configuración de la realidad.

Campos de acción o arenas de competencia

En este contexto el espacio adquiere una connotación basada en su relación con los procesos que en él se desarrollan, derivados de las lógicas económica, social, política, militar y cultural, que en cada momento imperan dentro del sistema. Gérard Dussouy entiende el desarrollo de las lógicas de poder a partir de cinco grandes campos, cada uno de ellos con una variable determinante, en los que se generan las disputas entre los agentes del sistema internacional: primero, el campo físico que se encuentra determinado por los cambios en la distribución de los territorios y los recursos que en cada espacio se encuentran; segundo, la demografía basada en el crecimiento o disminución de la población asentada en cada lugar; tercero, el campo diplomático-militar, en el que las dinámicas se basan en la continuidad o retroceso en el papel del Estado como jugador central del sistema; cuarto, lo socioeconómico, fundado en la estabilidad de las dinámicas económicas globales; y quinto, el campo simbólico-cultural, que está dispuesto por las luchas ideológicas por dar sentido a los procesos globales (Dussouy, 2010).

Cada campo de acción obedece a sus propias lógicas de estructuración, por los recursos que posee en específico cada actor para posicionarse, y la interacción entre los diferentes espacios que constituyen las lógicas de configuración del poder en el sistema en general. Sobre esta materia, un aporte interesante es el que realiza Modelski con su teoría de los ciclos hegemónicos dentro de la geopolítica de perspectiva dinámica. El autor, al entender la evolución del sistema internacional por medio de la consolidación y el declive de las potencias, entiende el desarrollo de las interacciones entre los agentes por medio de la demanda y satisfacción del orden global, como control del uso de la fuerza dentro de los patrones regulares de comportamiento entre los diferentes actores (Rozov, 2012).

Los ciclos hegemónicos se componen de cuatro estadios centrales que pasan por la composición de un orden estable (etapa 2), en el que uno o un grupo de agentes son capaces de mantener y satisfacer una demanda creciente de orden por parte de las unidades del sistema, después de una conflagración de importancias de la que se constituye el liderazgo (etapa 1). Sustento y provisión de estabilidad en el uso de la fuerza permiten el desarrollo de comportamientos estables, que pasa después del agotamiento del statu quo a la deslegitimación del liderazgo que está siendo ejercido (etapa 3), y concluye con la apertura de espacios para la disputa del poder en un nuevo conflicto en el que la violencia no es controlada (etapa 4) (Rozov, 2012).

Con este complemento, se puede entender que los vacíos de poder forman parte de la condición dinámica de los sistemas, en los que se presentan paulatinos ciclos de liderazgo y agotamiento de las condiciones de dominación. En este caso resulta factible considerar la posibilidad de que este principio se constituya como parte central dentro de la competencia en cada uno de los campos de acción y dentro de las condiciones generales sistémicas.

Dinámicas de canalización y aprovechamiento de energía en el sistema internacional

Con el ánimo de complejizar y armonizar las propuestas que pretenden crear un marco efectivo para el entendimiento de las complejas lógicas globales, en esta sección se propone una aproximación que, partiendo del enfoque sistémico de Gérard Dussouy, se concentra en las dinámicas de empoderamiento de los espacios, y la forma como estas potencialidades de enriquecimiento de recursos de poder (materiales e inmateriales) pueden ser capturadas y utilizadas como herramientas de fortalecimiento para los agentes que cuenten con la suerte de ubicarse en medio de los espacios enriquecidos, o tienen la movilidad para explotar recursos de forma transnacional.

El punto de arranque, como lo propone Gérard Dussouy, es entender que la configuración del sistema está basada en la cantidad de recursos materiales e inmateriales que se poseen, y bajo este racero se posicionan los agentes dentro una estructura jerarquizada de poder, cuya sostenibilidad dependen en último término de la existencia de meta discursos legitimadores que le den un sentidoa los procesos globales y al lugar que cada agente ocupa en ellos (Dussouy, 2010). Únicamente cuando la mayoría de los participantes no aceptan la composición del sistema, o siguiendo palabras de Modelski, la necesidad de orden es creciente y su provisión es decreciente (Rozov, 2012); se entra en una recomposición general de las relaciones sistémicas, que no es otra cosa que el establecimiento de una lucha de significados por dar sentido a la realidad.

Teniendo lo anterior como principio constitutivo de las relaciones sistémicas, es necesario dar un paso adelante al material teórico existente, proponiendo un lugar y forma de actuación para los nuevos agentes del sistema, siendo esta precisamente una materia regularmente olvidada en cuestiones geopolíticas. Resulta también fundamental entender la forma como los diferentes campos de acción interactúan entre sí, dando cabida no a una jerarquización de ámbitos de acción, sino a una complementariedad que solo es funcional si desde el posicionamiento en una esfera se puede hacer un salto al empoderamiento en las demás y la mejora dentro de la estructura general.

Flujos y acumuladores de energía

Como base metodológica, y para facilitar la comprensión de la propuesta, se optó por entender los campos de acción como flujos constantes de energía que se mueven a través del globo, por medio de las conexiones del sistema y pueden ser aprovechados por los diferentes actores para mejorar sus recursos de poder (figura 1).

En este sentido, y a modo de ejemplo, las cadenas de extracción, transporte, trasformación y comercialización de metales preciosos, que dependen de múltiples actores, son flujos de energía que comienzan en un punto del campo físico, que ha sido empoderado por las dinámicas de necesidad derivadas del comportamiento del campo socioeconómico, y que en el proceso productivo se mueve a través del globo permitiendo que varios actores se beneficien del movimiento, extrayendo energía de los puntos enriquecidos de la cadena sistémica.

Partiendo del principio de interdependencia, como lógica básica de la articulación de los procesos dentro del sistema, de la misma forma como las acciones que emprenden las unidades afectan su relación y el estado de los demás, los campos de acción interactúan con los mismos parámetros, creando y destruyendo condiciones de empoderamiento en los diferentes espacios del mundo. Es en esta lógica que por sí solo el dominio de un ámbito no representa el empoderamiento de un agente, ni la mejora inmediata de su posición relativa frente al resto de los actores. El punto se encuentra en la capacidad de los agentes de aprovechar los embudos de energía como herramientas para el desarrollo de estrategias con el fin de mejorar su posición estructural dentro del sistema (figura 2).

Estos conductos de energía no son otra cosa que espacios que cobran o pierden importancia dependiendo de la forma como interactúen las lógicas políticas, económicas, sociales, culturales y militares que predominan en un momento. Establecida la lógica de acumulación de energía, como base de los procesos de escala global, el siguiente punto es determinar la forma como los agentes, en sentido amplio, son capaces de aprovechar los flujos y acumuladores de energía que pasan por sus territorios o están dentro de su espectro de acción.

Nuevos agentes del sistema geopolítico

Es fundamental entender, desde el inicio, que la introducción de los nuevos participantes del sistema internacional alteró las lógicas de funcionamiento de las unidades dentro del sistema. Al tener disímiles naturalezas, los agentes cumplen diferentes papeles dentro de las relaciones de interdependencia. Todos intentan desarrollar sus agendas en las materias y campos en los que tienen mayor grado de acción, pero las lógicas de intención y capacidad de acción conducen necesariamente a pensar que al no poseer el mismo tipo de responsabilidad, ni las misma posibilidades de actuación, su comportamiento funcional tenderá a ser diferente.

Los Estados, al tener que responder a un principio mínimo de autoconservación, se ven obligados a sostener un criterio fundamental de actuación basado en la acumulación de recursos de poder en función de su propia supervivencia. Los actores no estatales desarrollan lógicas de comportamiento flexibles, en tanto que de ellos no depende la existencia de un conjunto social, propenden al desarrollo exitoso de los procesos y realidades en los que se enfocan sus agendas individuales.

Ahora que es clara la diferencia funcional entre Estados y nuevos agentes, hay que pasar a la forma diferenciada en la que las unidades reaccionan y aprovechas las condiciones sistémicas de acumulación. Para el primer grupo, el factor central es la posición material en el globo, y para el segundo, su capacidad de movilidad transfronteriza. Para los Estados el aprovechamiento de los embudos energéticos depende de forma exclusiva de que los flujos y acumuladores de poder se ubiquen de dentro de sus fronteras, mientras que la naturaleza no estatal de los demás actores les permite la movilidad necesaria para actuar dentro y fuera de las fronteras estatales, mediante el trabajo en red de sus miembros o subunidades fácilmente posicionales alrededor del globo, aprovechando diferentes acumuladores y flujos de energía en varios lugares a la vez.

El punto se encuentra en que al desarrollar sus agendas de trabajo y aprovechar la energía disponible, los actores no estatales influyen de manera radical en las relaciones de poder sobre las que se mueven los Estados dentro del sistema. Este fenómeno se desarrolla en dos vías que pueden ser complementarias: acciones o acumulación de recursos. En el primer caso, las acciones del agente no estatal tienen un impacto sobre la posibilidad de un Estado para posicionarse frente a los demás, en tanto que su comportamiento facilita su acceso a recursos o debilita la posición frente a sus competidores. En el segundo caso, a través de sus propios procesos de explotación y acumulación de energía, los recursos que obtienen van a parar a sus lugares de origen, donde indirectamente entran a formar parte de los sistemas internos de los Estados, favoreciendo su empoderamiento y cantidad de recursos disponibles. En este sentido, la relación entre agentes estatales y no estatales puede tomar tres tipos básicos de disposición frente a las condiciones de interacción e interrelación estatal: potencializadores, facilitadores u obstáculos.

Los potencializadores, dada una paridad de intereses que se configura entre los dos agentes (estatal y no estatal), desarrollan una relación de mutualismo en la que el beneficio de uno redunda en el bienestar y posicionamiento del otro. Ambos desarrollaran comportamientos útiles a sus intereses y objetivos comunes en el sistema internacional. Los agentes no estatales de tipo facilitador actúan como catalizadores para los Estados, puesto que sus actividades, incluso sin desearlo, facilitan la operación de las potencias en el mundo. Por su parte, quienes operan a modo de obstaculizadores emprenden operaciones con el propósito definido de afectar a un agente estatal determinado y contribuir a la reducción de su influencia o capacidad de acción dentro del sistema.

Siendo estos los procesos y agentes que toman lugar dentro del sistema, se constituyen las lógicas de dominación y escalonamiento que determinan la posición general de los agentes en cada campo y dentro de las interacciones globales.

Del sistema geopolítico suramericano: la disputa por dar un sentido a las realidades regionales

Teniendo presente el marco teórico expuesto en la sección anterior, el objetivo de este apartado es aplicar los postulados elaborados por Dussouy, además de la ampliación conceptual aquí propuesta en la canalización y administración de energía por los agentes del sistema internacional, dentro del contexto del subsistema regional latinoamericano. El enfoque de esta sección armoniza las propuestas conceptuales de Dallanegra Pedraza y Gérard Dussouy en el análisis del cambio en la distribución de poder entre los principales Estados de la región suramericana, y la búsqueda de estos por influir en la construcción de los metadiscursos constructores de sentido que guiarán el tipo de desarrollo imperante en la zona durante la segunda posguerra fría.

Es así que en la primera sección (“Del estado actual del orden suramericano”) se identifica la forma en la que el retroceso del poder de los Estados Unidos en Suramérica intenta ser cubierto por medio del alzamiento de tres agentes (Colombia, Venezuela y Brasil) que pretenden consolidar sus propios tipos de liderazgo en la región. Por su parte, en la siguiente sección (“En busca de un sentido: la competencia discursiva en América Latina”) se diagnostica la ausencia de macrodiscursos constructores de sentido, por la decaída de la propuesta estadounidense y la búsqueda de los mismos jugadores en empoderamiento por llenar el vacío existente, mediante el uso estratégico de sus principales espacios de acción colectiva regional.

El propósito que encierra este análisis es proponer la existencia de una paridad material entre los tres agentes en crecimiento, debido principalmente a la política de empoderamiento asistido de Colombia, el armamentismo petrolero venezolano y el poderío multidimensional del Brasil, que trata de ser dirimida a través de una disputa discursiva como forma de creación de realidades y condicionamientos comportamentales para las unidades, que les resulte útil en la configuración de la estructura de poder regional.

Esta competencia entre sentidos, sobre el deber ser del desarrollo regional, se materializa en la configuración de organizaciones regionales utilizadas a modo de marcos de acción colectiva estratégica para el impulso de una serie determinada de ideas, en la cuales se funda el propósito de creación y unión de dicha organización, que favorecen la perspectiva política e ideológica de cada agente en competencia.

Del estado actual del orden suramericano

La región suramericana no ha sido ajena a la recomposición de las lógicas globales desde el 11-S, especialmente al deterioro manifiesto del liderazgo de los Estados Unidos en el mundo, que desde el comienzo de la guerra global contra el terrorismo concentró su atención en Medio Oriente, dejando a América Latina por fuera de las prioridades de su política exterior (Patiño, 2012). En este sentido, Washington se desconectó con rapidez de las lógicas geopolíticas latinoamericanas, pasando a concentrarse exclusivamente en mantener sus vínculos comerciales e intereses económicos en la zona, y las alianzas estratégica que compuso con Colombia para que este último se convirtiera en un jugador regional determinante en materia económica, política y militar.

De esta forma, la preocupación de los Estados Unidos para con la región se centró primero en su intento por lograr la consolidación de una zona de libre comercio, el ALCA, y luego de su fracaso, en tratados de libre comercio que le permitieran influir en las relaciones comerciales de la zona. En cierto sentido, los TLC se convirtieron en herramientas políticas reservadas exclusivamente para aquellos Estados con los que se compartieran perspectivas e ideas sobre el adecuado desarrollo de la región, es decir, un sistema en el que el libre comercio se manejó a modo de beneficio agregado para aquellos Estados que se alienaran con los intereses de Washington (Pérez, 2007).

En materia político-militar, la primera adaptación de los Estados Unidos a una menor presencia en América Latina estuvo atravesada por entablar un proceso de “National Building” en Colombia. Aquí, mediante el Plan Colombia (originalmente concebido como una herramienta de lucha contra el narcotráfico), Estados Unidos se convirtió en patrocinador del gobierno colombiano, como su aliado tradicional, asegurando su sostenibilidad y proyección regional en términos militares y económicos, en una estrategia de intervencionismo regional indirecto (en una relación asimétrica) para sostener un statu quo que le favorecería (Rojas, 2011). Es clave entender que esta estrategia se basa en el beneficio mutuo que logran las partes, al entablar un vínculo que le permite al país receptor empezar un proceso sostenido de empoderamiento y proyección, y al patrocinador influir en un espacio concreto de forma indirecta a través de su aliado estratégico (Rojas, 2011).

Esta conexión le permitió a Colombia pasar de una situación crítica durante los años noventa, que lo llevó de ser considerado por algunos como un Estado fallido, a presentarse en los últimos años como una nación en empoderamiento multidimensional. Esta trasformación interna de Colombia estuvo caracterizada principalmente por recomponer la presencia gubernamental en la mayor parte del territorio nacional, y hacerse de unas fuerzas armadas altamente especializadas y con gran experiencia en el desarrollo de operaciones de todo tipo y, sobre todo, capaces de mantener un sostenido proceso de debilitamiento de las fuerzas insurgentes presentes en su territorio. El repotenciamiento militar de Colombia empujó a las guerrillas asentadas en su territorio, en lo que se denominó política de seguridad democrática, a un proceso de negociación que en la actualidad se desarrolla en La Habana (Cuba).

Esta estrategia de empoderamiento asistido forma parte de un proceso de interacción entre campos de acción dentro de la región, que es posible gracias a múltiples centros de acumulación de poder que naturalmente le permiten a más de un agente aprovechar el vacío de poder sucedido por el retiro de los Estados Unidos, tratando de incrementar su propio marco de influencia regional (decrecimiento en la provisión de orden). En este sentido, al ser una región rica en materias primas, la principal fortaleza de la región suramericana está en el ámbito físico, puesto que se tienen y explotan los recursos naturales suficientes para impulsar economías en crecimiento, y con la intención constante de constituir poderosas industrias, abasteciendo mercados internos proyectados hacia todas partes del mundo. Adicionalmente, las lógicas económicas globales que demandan con insaciable rapidez el aprovisionamiento de recursos energéticos, como el petróleo y los recursos mineros, empoderan a escala global a los agentes que tienen esta clase de recursos en la región dentro de sus fronteras.

Es también clave identificar que al posicionarse dentro de los campos físico y socioeconómico, los agentes del sistema latinoamericano han invertido recursos significativos en el ámbito diplomático-militar, lo que ha llevado a crear durante el fin de la primera década del siglo XXI una carrera armamentista en medio de tensiones regionales por la presencia constante de las guerrillas colombianas en los territorios de Venezuela y Ecuador (BBC Mundo, 2009; EFE, 2010). Al existir una cierta paridad en las disposición de los campos de acción, y la posibilidad de varios Estados de trabajar en ellos y explotarlos, es posible identificar por lo menos dos actores que están llamados a disputar a Colombia su posibilidad de heredar el liderazgo norteamericano: Brasil y Venezuela.

Brasil, como gigante continental con claras perspectivas de consolidación como potencia emergente global, está llamado a consolidar una zona regional de respaldo que le sirva de trampolín para alcanzar sus objetivos internacionales. En este sentido, la posesión de importantes recursos de poder físicos hace de Brasil el llamado a tomar las riendas del continente, una vez Estados Unidos debilitó su presencia; sin embargo, la distancia que generan elementos como el idioma, hacen de Brasil un jugador tímido a la hora de buscar proyectar su fuerza sobre el resto de los Estados de la región. De esta forma, Brasil ha preferido, con algunas falencias, coordinar un poder e influencia menos directos, con la idea de árbitro regional, dando solución a controversias regionales en los procesos políticos centrales de los Estados latinoamericanos. Adicionalmente, Brasil cuenta con unas fuerzas armadas bien dotadas que le permiten asegurar en buena medida su supervivencia a través de la posibilidad de controlar su amplio territorio, contando con los factores de poder físico necesarios para buscar imponer por su voluntad el orden regional.

Una visión que resulta interesante a propósito del papel de Brasil en la región, y en relación con el papel que ocupa Colombia en esta, es la desarrollada por María del Pilar Ostos, que recurriendo a los siempre valiosos aportes de la geopolítica clásica, entiende a Brasil como el gran heartland de la región suramericana, que tiende a lograr la supremacía física sobre sus competidores inmediatos. De igual forma, el empoderamiento asistido de Colombia se compone como una estrategia de Estados Unidos para crear un rimland de contención para las pretensiones de control territorial y proyección global de Brasil (Ostos, 2011). Estas visiones dan cuenta de las complejas realidades que se manejan en torno al control e influencia sobre las dinámicas políticas de la región, especialmente con un agente con significativa proyección como lo es el Brasil.

Por su parte, el poderío venezolano es la manifestación clara de la explotación por parte de un agente estatal de los centros de acumulación de energía presentes en su territorio. Las dinámicas globales han puesto al petróleo y los combustibles fósiles en el centro de las dinámicas del campo socioeconómico, empoderando a agentes que antes no pasaban de ser simples espectadores de las dinámicas mundiales. Los réditos de la explotación petrolera son la base del sostenimiento de un aparato estatal y militar en crecimiento, abastecido, a falta de apoyo de Estados Unidos en esta materia, por centros extracontinentales como Rusia, China e Irán. De esta forma Venezuela se ha posicionado como el agente anti sistémico que opera en red a lo largo del continente (Patiño, 2012). Esta naturaleza desafiante, pero al mismo tiempo condicionada al funcionamiento del sistema al que se critica, configura un estado de cosas en el que el Gobierno bolivariano de Venezuela es para muchas potencias (como los Estados Unidos) un molesto vecino, pero un necesario proveedor.

Aun cuando el gobierno que lideró Hugo Chávez, y que ahora se encuentra en cabeza del controvertido Nicolás Maduro, se encuentra en un periodo de transición debido al crecimiento sistemático de otras posiciones y perspectivas políticas en Venezuela, la posibilidad de un cambio radical de posición en cuanto a su relación diplomática con los Estados Unidos parece improbable. Incluso puede llegar a radicalizarse el rechazo a Washington debido a la necesidad de Nicolás Maduro de consolidarse al frente del movimiento continental bolivariano.

De esta forma, Venezuela cuenta —o puede adquirirlos en un plazo razonables— (AP, 2009) con los recursos de poder físico y económico para ser el jugador regional principal, y a diferencia de Brasil, presenta un proyecto político atractivo para otros Estados, con una agenda de unificación expresada en proyectos como la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de nuestra América, el Banco del Sur y Petrocaribe.

El factor fundamental en el análisis de Venezuela se centra en su habilidad de coordinar, como liderazgo visible, un proyecto político altamente persuasivo que atrae a otros Estados, organizaciones internacionales y agentes no estatales (ONG, agentes armados no estales, personalidades y movimiento sociales), para que actúen como potencializadores o facilitadores. Adicionalmente, dentro del sistema latinoamericano funcionan poderosos agentes no estatales cuya labor ha actuado en favor y en contra de los intereses de los Estados en empoderamiento. De este modo, han proliferado grupos armados de varias naturalezas, con tendencia a la desestabilización regional. Los más comunes se constituyeron por organizaciones revolucionarias de izquierda durante la Guerra Fría, y que fueron financiadas por la urss, y ahora diversifican sus fuentes de recursos para lograr un mínimo de supervivencia.

Aunque muchas de las organizaciones armadas ilegales desparecieron desde los ochenta, tanto por negociaciones, acceso al poder o derrota militar, desde la aparición del proyecto bolivariano de Venezuela muchas han retomado su vigor, como es el caso de Sendero Luminoso, o han repotenciado sus capacidades, como le sucede a las FARC y el ELN. Al tomar parte en favor de un determinado Estado, los agentes armados no estatales se convierten en potencializadores de una serie de proyectos que se configuran como acordes a sus postulados ideológicos, mientras que son obstáculo para otros.

La presencia de amenazas hibridas, por su conexión irregular con aparatos estatales conservando su accionar ilegal dentro de su propio territorio, genera la inestabilidad adecuada para que el sistema demande la necesidad de sostener un constante estado de alerta contra riesgos externos, internos o mixtos, que puedan presentar desafíos a la supervivencia y sostenibilidad de las unidades estatales. Adicionalmente, la ya comentada presencia de diversos centros de acumulación de energía hace de la región un centro de interés para multinacionales y transnacionales dedicadas a múltiples negocios rentables para su propia proyección global. Estos actores pueden pasar con relativa facilidad de una situación de potencialización u obstaculización dependiendo de la situación, pero regularmente son facilitadores de sus Estados receptores para no entrar en conflicto con las agendas particulares que ellos desarrollan.

De igual forma, las condiciones de pobreza y desigualdad generalizadas en la región la convierten en plataforma de trabajo para las ONG y para las organizaciones internacionales con planes de trabajo, que suelen implicar la defensa de los derechos humanos y el patrocinio de proyectos sociales de alto costo. Estos actores se acostumbran a comportarse como obstaculizadores, en su papel como agentes de denuncia, o como facilitadores, en su papel de patrocinadores.

En busca de un sentido: la competencia discursiva en América Latina

El problema fundamental que enfrentó la región al final de la Guerra Fría fue la incapacidad del neoliberalismo, como discurso imperante durante la primera posguerra fría, de cubrir las expectativas que se habían generado en la zona durante el momento bipolar. Al haber sido un campo fundamental de los conflictos periféricos entre soviéticos y norteamericanos, resultó natural que la desaparición de uno de los bandos se interpretara como el inminente avance indefinido de los proyectos del desarrollo, la consolidación democrática y el progreso para la región. Sin embargo, el rápido agotamiento de este proyecto y el ya comentado desinterés de los Estados Unidos en mantener una presencia activa en la región, condujo a que rápidamente se agrietaran las bases simbólicas y los imaginarios que sostenían el estado de cosas imperante, lo que condujo, como resulta apenas natural, a que los agentes inconformes con su posición dentro de la estructura sub-continental tratasen de entrar en un proceso de empoderamiento y transformación.

La cuestión está en que al ser una región donde las condiciones materiales de los actores son equiparables, la lucha se ha configurado en una disputa ideológica y política entre los tres actores que han logrado representar un tipo específico de perspectiva sobre el desarrollo continental. La forma más eficiente para percibir este tipo de relaciones se encuentra en la paradójica integración continental. En América Latina se han desarrollado múltiples espacios de integración regional, cuyo alcance es siempre limitado y fragmentario. Al espacio que se intentó conformar en la Organización de los Estados Americanos (OEA), se le han sumado esquemas propiamente suramericanos como UNASUR, MERCOSUR y el ALBA, que se debaten entre ser simple estructuras de intercambio comercial o plataformas ideologizadas de trabajo para el empoderamiento de sus Estados patrocinadores.

Aquí es posible ver la competencia por el poder regional y las múltiples propuestas de unión latinoamericana, en los denominados regionalismos estratégicos (Bizzozeroi, 2011). En este tipo de regionalismo, visto desde la perspectiva de las potencias emergentes, se entiende que la conformación de bloques regionales otorga la posibilidad de adquirir ventajas derivadas de representar a una zona concreta y disponer de una plataforma para la potencialización de los recursos propios (Bizzozeroi, 2011). Aun cuando las plataformas de acción no sean exitosas, a través de ellas y de su disposición se pueden leer con claridad las bases de la disputa ideológica y simbólica. El caso que resulta más evidente sin duda alguna es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Esta organización, que surge como oposición a la presencia de Estados Unidos en el continente mediante el ALCA, se constituye como la propuesta del bolivarianismo continental para la región, liderados desde el binomio Venezuela-Cuba.

En “La paradiplomacia de las FARC-EP” (Torrijos y Pérez, 2012) y “Seguridad y defensa en las Américas: el terrorismo simbiótico transversal, TST” (Torrijos, 2011) se ha explorado la forma en que las guerrillas colombianas se han convertido en un factor determinante dentro de los apetitos de empoderamiento del proyecto bolivariano de continental. Las FARC, el ELN, Sendero Luminoso y diferentes ONG pueden ser leídos como parte de un proyecto político en el que la lucha mancomunada contra el imperialismo de los Estados Unidos y las doctrinas del socialismo y el bolivarianismo se configura como la base de una relación de mutuo apoyo, en el que el agente armado no estatal se convierte en potencializador del proyecto que generan los Estados vinculados al movimiento liderado por Venezuela. La estrategia combina las acciones públicas de los Estados, las ONG y los movimientos sociales con los movimientos ilegales y de presión armada de las organizaciones narcoterroristas, en una peligrosa figura de desestabilización que pretende el debilitamiento sistemático de Colombia, como uno de sus más significativos competidores continentales.

En el caso de Colombia se presenta una situación particular, puesto que en su alianza estratégica con los Estados Unidos ha desarrollado la propensión a trabajar desde los espacios de integración tradicionales de la OEA y la ONU, además de sostener una política económica de apertura a los mercados internacionales y la inversión extrajera. En este sentido, Colombia tomó las banderas que abandonaban los norteamericanos, y las convirtió en un continuo proceso de crecimiento y desarrollo interno, que se derivó en el incremento sostenido de sus potencialidades, para ubicarse como un actor con posibilidades de acción y maniobra dentro de la región. Colombia ha consolidado una economía con gran dinamismo, que desde la perspectiva del estímulo a la inversión extrajera y la explotación de los recursos energéticos sostiene aceptables niveles de crecimiento en medio de la crisis económica global (EFE, 2012a; Semana, 2010). Por otro lado, su función como proveedor energético y de productos básicos le ha valido un papel en económicas vecinas, lo que convierte al país incluso en un aliado incómodo pero necesario para sus principales contradictores ideológicos (Semana, 2011; Redacción Política Semana, 2011; AP, 2011).

Es necesario entonces recordar la forma en la que Colombia se opuso durante largo tiempo a la expansión del bolivarianismo continental, y denunció en múltiples frentes la alianza irregular de los Estados del ALBA con los grupos narcoterroristas que se asientan en su territorio. Llevando a cabo operaciones de alto riesgo internacional, tomó el liderazgo y asentó su autoridad al dar de baja a uno de los líderes de las FARC en territorio ecuatoriano, proceso del que salió intacto en materia política, diplomática y comercial (Waisberg, 2009). Del mismo modo, ha liderado el debate mundial en materia de antinarcóticos, con respaldo de los Estados involucrados en la cadena productiva, proponiendo el replanteamiento de las lógicas de la lucha contra este flagelo mundial (EFE, 2011, 2012b).

Por su parte, Brasil enfrenta graves dificultades en su posicionamiento de realidades simbólicas, pues su timidez en materia de liderazgo y las diferencias culturales e idiomáticas que lo separan del resto de la región actúan como un factor naturalmente obstaculizador de su posicionamiento como líder regional. El origen de este problema, según Juan Albarracín, se podría encontrar en el tipo de poder que esta potencia emergente está tratando de ejercer sobre el resto de los actores del continente (Albarracín, 2011). La propuesta de Brasil, a diferencia del favoritismo comercial (Pérez, 2007) o la dominación clásica por medio de la fuerza, se basa en la búsqueda de influir en el comportamiento de los demás por medio de un liderazgo persuasivo. Trata de modificar el accionar de las otras unidades aplicando diplomacia de alto nivel, la búsqueda de un sistema multipolar (posible de ver desde el impulso de los brics) y el control no intervencionista de controversias regionales (Albarracín, 2011).

En este sentido, Albarracín expone que un líder de estas características debería contar con cinco elementos prevalentes para dar uso de una real capacidad de influencia. En primer lugar, debe manifestar su intención clara de ejercer liderazgo; segundo, a través de iniciativas y acciones en el entorno regional y eventualmente internacional se manifiesta la intención de influencia; tercero, se necesita contar con la aceptación de los demás agentes del sistema, sin ser objeto de rechazo por principios o valores; cuarto, el líder debe tener las capacidades materiales para respaldar su accionar; y quinto, la capacidad de influir en el comportamiento de los demás debe ser discernible de su accionar regular (Albarracín, 2011).

El punto está en que, por su misma naturaleza persuasiva, el liderazgo brasileño ha mostrado grandes carencias en su posicionamiento regional. Un fragmento del trabajo de Albarracín puede resultar esclarecedor en la comprensión de las debilidades del sistema de empoderamiento simbólico de Brasil en la región:

La política de liderazgo basada en la capacidad de influir en la toma de decisiones, presentando propuestas o contra-proyectos, precisa de un aparato administrativo capaz de producir estas ideas; el uso de la fuerza requiere costear un aparato militar significativo; sobornar otros Estados como medio de persuasión, implica tener una economía capaz de financiar dichos sobornos. (Albarracín, 2011, p. 405)

La reticencia de Brasil a asumir los costos del ejercicio constante de dominación —parte central derivada de las diferencias en materia de distribución de recursos de poder con sus vecinos—, prefiriendo la búsqueda de simple influencia por persuasión, limita de forma radical la capacidad del Estado de llevar a cabo su intensión de rebalancear las relaciones hemisféricas en su beneficio, especialmente en una zona en proceso de disputa. En cierto sentido, se podría pensar que el rimland que separa a Brasil del resto del continente se construye en términos culturales e idiomáticos y no solo políticos (Ostos, 2011).

Las diferencias derivadas de esta distancia cultural e idiomática anulan en gran medida la capacidad de Brasil para constituir macrodiscursos constructores de sentido para la región. Es necesario tener en cuenta que sus principales competidores y contradictores, en contravía a la política no intervencionista que él representa, sostienen constantes polémicas por su intervención o injerencia en los asuntos internos de los diferentes Estados, manifestando de forma clara su contraposición a la postura esgrimida por Brasil en materia de política exterior. En este sentido, sus plataformas de acción continental, UNASUR Y MERCOSUR, suelen tener papeles secundarios en las controversias regionales. Dentro del orden del regionalismo estratégico, Brasil tiene mucho por probar en materia de control zonal, puesto que incluso en el proceso de negociación y diálogo entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, factor central en la estabilidad de la región, su papel de liderazgo es absolutamente inexistente.

Las tres posiciones configuran una lucha simbólica, con vistos de confrontación abierta entre Colombia y los potencilizadores no estatales de Venezuela, en un campo en el que la falta de provisión de un orden, pero la demanda creciente de él, abre espacios de confrontación para quienes buscan ejercer un mayor liderazgo. La definición final de esta lucha no se puede determinar por ahora. Factores como la muerte de Hugo Chávez o la firma de un acuerdo para el fin del conflicto en Colombia pueden cambiar todo el panorama en el mediano o largo plazo, pero lo que se debe dilucidar es la forma como los procesos de interacción e interdependencia global hacen que estos eventos, aparentemente del orden interno, se proyecten y afecten a los demás jugadores del subsistema.

Conclusiones

El principio fundamental sobre el cual se elaboró este documento estuvo en la identificación de una necesidad elemental: encontrar un marco teórico conceptual capaz de explicar el estado general del desorden en el que se encuentran los procesos globales, a través de un modelo explicativo sobre la forma en la que se comportan los agentes del sistema internacional. Dicho desorden, producido por la descomposición del sistema de sentido (discurso) imperante durante la Guerra Fría y su primera posguerra, se basa en la apertura de espacios competitivos entre los diferentes agentes en empoderamiento, por influir en la forma como se constituyen los patrones de legitimación dentro del sistema y así crear un nuevo orden simbólico con ellos a la cabeza regional.

En ese sentido, teniendo como referencia los postulados de la geopolítica sistémica de Gérard Dussouy, aquí se propuso entender las competitivas relaciones globales como un constante proceso de generación de flujos energéticos, que dadas la condiciones políticas, militares, sociales, económicas y culturales que se presentan en el sistema, crean espacios de acumulación energética donde conviven los factores esenciales de los campos físico, demográfico, diplomático-militar, socioeconómico y simbólico cultural.

Partiendo de esa base conceptual, se escogió la región latinoamericana como campo de comprobación y experimentación, puesto que se identificó que al existir una paridad en términos materiales por parte de los Estados que pretenden ocupar el papel de hegemonía regional, la disputa se ha trasladado a los diferentes intentos por otorgar un sentido discursivo a la región.

Al entrar en el análisis casuístico, se identificó, usando como indicador base la fragmentaria e ideologizada proyección integracionista de la región, a Colombia, Brasil y Venezuela como agentes dadores de sentido al interior de Suramérica. De igual forma, resulta esclarecedora la manera como la paridad material se convierte en el caso latinoamericano en una lucha simbólica y de sentido, en la cual lo que está en juego son los condicionamiento mentales de los agentes para actuar con respecto al sistema y sus unidades. Con esta propuesta se dieron luces sobre la capacidad de los agentes de sustentar su proyecto en función de los factores de poder físicos y la búsqueda de elementos inmateriales de legitimación que completaran sus respectivos panoramas de empoderamiento regional.


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