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Revista Científica General José María Córdova

Print version ISSN 1900-6586On-line version ISSN 2500-7645

Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.18 no.32 Bogotá Oct./Dec. 2020  Epub Oct 01, 2020

https://doi.org/10.21830/19006586.643 

Educación y doctrina

Visiones de guerra justa en el marco del terrorismo global. Yihadismo versus Occidente

Visions of just war in the framework of global terrorism Jihadism versus the West

Eduardo Andrés Hodge Dupré1 

1Universidad de los Andes, Chile, https://orcid.org/0000-0002-4750-2986 ehodge@uandes.cl


Resumen.

La guerra contra el terrorismo global es un desafío complejo que no parece tener salida actualmente. Este artículo busca demostrar que tanto los yihadistas que atacan y amenazan Occidente, como los Gobiernos occidentales que los combaten y que han sido sus víctimas, tienen una visión de su causa como una causa justa, en contra de enemigos que, según la perspectiva de cada uno, los han atacado primero. Para esto, se hace un análisis de los discursos de algunos yihadistas, y luego de algunos presidentes de países occidentales, para mostrar cómo ambos se vinculan con la tradición de guerra justa. En últimas, esas concepciones absolutas que cada una de las partes tiene podría explicar por qué no se vislumbra aún un posible final para el conflicto.

Palabras clave: conflicto religioso; extremismo; guerra justa; islamismo; terrorismo; yihad

ABSTRACT.

The war against global terrorism is a complex issue that seems to have no end at present. This article analyzes of some jihadists' dialogues and some presidents' of Western countries to show their connection to the just war tradition. The intention is to determine whether the jihadists who attack and threaten the West and the Western governments that combat them and have been their victims view their cause as a just one. Especially given that these enemies see the other as the initial attacker. Ultimately, these parties' absolute conceptions could explain why a potential end to the conflict is undetermined.

Keywords: extremism; Islamism; jihad; just war; religious conflict; terrorism

Introducción

Tal como lo demostró Bellamy (2009), desde los tiempos de Cicerón hasta el día de hoy, las sociedades organizadas políticamente (imperios en la Antigüedad y Estados en la época moderna) han pensado que las causas por las que inician guerras son absolutamente justas. Basta con mirar la historia de la humanidad para darse cuenta de que todas las culturas han concebido que la defensa de sus intereses y la búsqueda de otros mejores son una legítima razón de justicia. Las preocupaciones de los Estados actuales siguen siendo las mismas que tuvieron los imperios, monarquías y repúblicas de antaño: mantener, resguardar y aumentar el poder adquirido. El problema radica en que ese poder, hoy en día, no lo ponen en riesgo solo otros Estados, lejanos o cercanos, sino también algunas amenazas que han adquirido con el tiempo la denominación de “no convencionales”, como el terrorismo, forma de violencia que durante las últimas décadas ha alcanzado sofisticados niveles de complejidad y eficacia.

Pero, además del terrorismo, la literatura especializada reconoce otros tipos de amenazas no convencionales, también llamadas “nuevas amenazas” o “amenazas emergentes”, en palabras de Benítez (2004). Entre estas se destacan el narcotráfico, el crimen organizado y la degradación del medio ambiente, que se caracterizan por: 1) no reconocer ni respetar las fronteras nacionales -las cuales transgreden permanentemente, en parte porque no tienen bases estatales, al menos en primera instancia-; 2) interactuar con otras formas delictivas, lo que demuestra que no se reducen a su propia naturaleza ni objetivos; 3) conformar, con el tiempo, verdaderas redes internacionales que no solo impiden identificar las raíces del problema, sino que también producen efectos cada vez más globales. En cuanto a esto último, la historia reciente ha demostrado que esas redes han sido capaces de formar sistemas tan extensos y poderosos que están en condiciones de afectar a sociedades completamente ajenas al lugar de origen de las amenazas (Bartolomé, 2013; Troncoso, 2017).

Todas las amenazas no convencionales son complejas en al menos dos sentidos: por una parte, debido a su nivel de composición y sistematización, y por otra, debido a la expansión que han alcanzado durante la globalización (Griffiths, 2009). Es evidente que se han transformado en fenómenos altamente peligrosos para la estabilidad tanto de los Estados como del sistema internacional; los últimos ataques terroristas o las dimensiones del narcotráfico demuestran que este tipo de amenazas tiene las cualidades necesarias para poner en jaque la soberanía de las naciones, la seguridad de las sociedades y la armonía internacional (Sampó & Alda, 2018)

Ahora, si bien es cierto que todas ellas son igualmente perjudiciales para la sociedad internacional, el terrorismo tiene a su vez dos particularidades que lo hacen un fenómeno único: además de tener claros objetivos políticos (pretensiones concretas de socavar al Estado) (Richardson, 2007) con marcados tintes ideológicos (o religiosos, según el caso), sus promotores están convencidos de que llevan a cabo una guerra absolutamente justa contra sus enemigos.

A pesar del marcado antagonismo que han experimentado siempre, los Estados y los grupos terroristas tienen un punto en común que los relaciona significativamente: con argumentos más bien similares, ambas partes manifiestan que sus causas son justas. Por un lado, los terroristas islámicos o yihadistas basan sus acciones en Dios y reclaman justicia por los ataques que han recibido de sus enemigos occidentales; por otro lado, los Gobiernos occidentales apelan a la defensa de sus intereses nacionales. Sin embargo, ¿qué sucede cuando los bandos que se enfrentan están totalmente persuadidos de que están impulsando causas justas? ¿En qué elementos se basan para demostrar esa posible justicia? ¿Qué tipo de solución pueden tener conflictos cuyas partes piensan por igual que están llevando a cabo actos de justicia? Tales preguntas ponen gris el escenario actual, por cuanto la tradición histórica ha sostenido que es fundamental que se cumplan algunos aspectos mínimos para que se hable de guerra justa.

En una de las obras recientes más importantes sobre el tema, Bellamy (2009) sostiene: “si no se establecen limitaciones éticas ni legales a la decisión de iniciar una guerra (jus ad bellum) y la manera de conducirla (jus in bello), esta no es más que el uso de la fuerza bruta” (p. 21). Eso quiere decir que una guerra justa es una empresa que se encuentra limitada por la moral y por el derecho, pues, de lo contrario, perdería toda esencia de legitimidad. Sin embargo, la historia reciente ha enseñado que los Estados occidentales y los grupos terroristas, al momento de combatirse mutuamente, no se han ajustado ni a la moral ni al derecho, lo que ha desencadenado una guerra basada más bien en una “fuerza bruta” que, según el mismo Bellamy (2009), “no se distingue, por lógica, de la matanza masiva” (p. 1). Los grupos terroristas lo han hecho asesinando por doquier a miles de personas inocentes, de las formas más inusitadas, y los Estados occidentales lo han hecho al aplicar medidas que también vulneran la vida de sujetos inermes (Rapoport & Alexander, 1983, p. 156).

En este sentido, los objetivos de este trabajo son fundamentalmente dos. En primer lugar, se busca exponer y analizar las visiones de guerra justa que se han engendrado en el interior de los grupos terroristas y de algunos Gobiernos occidentales, principalmente aquellos que han sido atacados por el yihadismo (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) durante los últimos años1. En segundo lugar, se intenta demostrar que, según la contraparte, ninguno de los dos bandos se ajustaría a lo que la tradición de guerra justa ha determinado como tal, puesto que no cumplen con las dos premisas básicas de este concepto, emergido en el lado occidental del mundo, razonado en cánones morales bien establecidos y con un apego absoluto al derecho internacional: lo referente al inicio del conflicto y el asesinato de civiles inocentes. Si bien los grupos islámicos no comparten esta definición -quizá, incluso, no tengan otra tampoco-, lo cierto es que este trabajo propone como justa aquella guerra que cumple con algunos preceptos mínimos.

Desde la Antigüedad en adelante, varios pensadores como Cicerón, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Francisco de Vitoria brillaron al reflexionar sobre el posible enfoque moral de la guerra. Bellamy (2009), siglos después, hizo un trabajo extraordinario al exponer esa larga tradición y conectarla con los problemas contemporáneos. En efecto, hay una considerable cantidad de trabajos, miradas y propuestas sobre la guerra justa, acumulados a través del tiempo. Sin embargo, a pesar de la multiplicidad de aportes relativos a este tema, las preguntas siguen siendo las mismas de siempre: ¿tiene un Estado derecho a atacar a otro? ¿Es legítima la intervención en conflictos ajenos, protagonizados por sociedades distintas a la propia? ¿En qué circunstancias es legal defenderse de fuerzas externas que amenazan con la ocupación? A decir verdad, estos interrogantes aparecieron en el marco de enfrentamientos convencionales; pero ¿qué sucede cuando las amenazas ya no tienen ese carácter? ¿Es factible hablar de guerra justa cuando los enemigos son terroristas que basan sus acciones y proyectos en el yihadismo islámico? Interrogantes como estos invitan a revisar el concepto.

En una época controlada por el realismo en los estudios internacionales, Michael Walzer escribió Guerras justas e injustas (2001); sus aportes fueron tan significativos que la comunidad académica y política volvió a discutir sobre el sentido moral de los conflictos militares. Walzer (2001) propuso un punto que después Bellamy (2009) retomó con vigor: la guerra debe ser entendida por los motivos que tienen los Estados para iniciarla y por los mecanismos que emplean para desplegarla y mantenerla en el tiempo. Esto es lo que estos y otros autores han denominado el ius ad bellum y el ius in bello. Según el mismo Walzer (2001, p. 51), ese dualismo “se encuentra en el corazón mismo de lo que constituye la esencia más problemática de la realidad moral de la guerra”, puesto que las guerras tienen la particularidad de poder iniciarse de forma justa, pero rápidamente desenvolverse de forma injusta, o viceversa. Lo importante es que, para que una guerra sea justa, se requiere que su causa y su desarrollo se remitan por igual a las normas morales que toda guerra debe tener.

Walzer piensa que una guerra siempre será justa cuando un Estado se defienda de un ataque propinado por otro Estado que vulnere su territorio y soberanía política; para ello parte de la base de que toda sociedad, además de independencia, tiene el derecho a conformarse y existir sin que nadie la vulnere. A partir de este supuesto, Walzer provee una serie de ideas que sintetizan adecuadamente su planteamiento de guerra justa: 1) toda fuerza o amenaza de un Estado contra otro es una agresión, y por tanto un acto criminal; 2) la agresión, al ser criminal, activa el derecho no solo a la autodefensa, sino también a hacer la guerra contra el Estado agresor; 3) una vez repelido el Estado agresor, el Estado embestido puede descargar todos los castigos que considere convenientes, aunque siempre ajustados al derecho. Por tanto, no hay ningún otro motivo distinto a la agresión que pueda justificar la guerra. Como se verá, este es uno de los argumentos más recurrentes entre los yihadistas y los Gobiernos occidentales para legitimar sus causas.

Pero, más allá de la legitimidad que pueda tener un Estado para atacar a otro, Walzer insiste en los límites que toda guerra debe suponer. Aquí entra a jugar su teoría de la “convención bélica”, clave para discernir si una causa es justa o injusta. Es sabido que, por su naturaleza, la guerra tiene ciertas normas que permiten asesinar a otros sin ser juzgados a posteriori. Pero esa primacía no es absoluta, porque siempre estará el riesgo de vulnerar la vida de personas inocentes que, colateralmente, puedan verse afectadas por las acciones militares. Por tanto, esa teoría busca definir los deberes de quienes desarrollan el acto bélico, con el objetivo de distinguir combatientes de no combatientes. Según Walzer, esa distinción marcaría la diferencia entre una guerra legítima y una que no lo es. Es posible que el origen de un conflicto no sea lícito; pero si las partes respetan a los civiles, el enfrentamiento queda totalmente justificado. Ello se debe a que los civiles -que Walzer llama inocentes-, “no han hecho nada que implique algún daño y que acarree, por consiguiente, la pérdida de sus derechos” (Walzer, 2001, p. 205); en cambio, los soldados sí pierden sus derechos cuando han decidido enrolarse en un ejército que enfrenta o puede enfrentar una guerra.

Esto último motivó a Walzer (2010, p. 368) a sostener que el terrorismo es una forma absolutamente injusta de reivindicación, por cuanto “es el asesinato aleatorio de personas inocentes impulsado por la esperanza de producir un temor generalizado. Walzer destaca que esos no combatientes “no se hallan materialmente implicados en el esfuerzo bélico”, por lo cual atacarlos es de una injusticia total. Pero ¿qué sucede cuando los terroristas también apelan al mismo argumento para iniciar sus ataques contra Occidente? Esta pregunta no es menor si se considera que los grupos yihadistas estarían efectivamente desarrollando una guerra justa; no solo han acusado agresión, sino también el asesinato indiscriminado de civiles por parte de las fuerzas que ellos han etiquetado como “invasoras”. Ante esta disyuntiva, es necesario preguntarse, por ejemplo, cuál es el destino de una guerra protagonizada por dos bandos que creen ciegamente estar llevando adelante causas sustancialmente justas.

Las “justas” motivaciones para impulsar la yihad

El terrorismo islámico no es un fenómeno reciente. Durante los últimos cincuenta años ha ocurrido una serie de hechos causados por grupos violentos que creen seguir las enseñanzas de Mahoma. Al respecto vienen a la memoria los secuestros aéreos perpetrados por el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el asesinato de los atletas judíos en Múnich en los años setenta (Aubrey, 2004); el atentado a la Embajada de Estados Unidos en El Líbano en los ochenta (Rapoport, 2006), y los ataques a la sede diplomática israelí y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Argentina durante los años noventa (Danon, 2012). Sin embargo, es posible sostener que los atentados del 11 de septiembre del 2001 (11S) en Nueva York y Washington D. C. inauguraron una etapa en la que los yihadistas adquirieron un protagonismo global2. Godoy (2001) señala al respecto: “mi hipótesis es que los hechos terroristas del 11 de septiembre marcan un giro en la orientación de la historia”, lo que se sustenta en “la aparición de un escenario de guerra nueva” que se puede apreciar en “la crisis de la paz fundada en la supremacía de una superpotencia o en el equilibrio de los Estados más fuertes” (p. 47). Dicha “guerra nueva” era en contra de los yihadistas.

La yihad tiene varias acepciones que han surgido de las interpretaciones que se tienen del Corán, escrito en el siglo VII de la era cristiana (Suárez, 2016). Si para unos es una lucha interna, de tipo espiritual en contra del pecado personal, para otros significa un combate contra los infieles o no creyentes, sobre todo cristianos y judíos. El mismo líder de Estado Islámico planteó alguna vez que “el islam nunca fue una religión de paz”, sino más bien una “religión de la lucha” (BBC Mundo, 14 de mayo de 2015). Este enfoque puede ser defensivo, pero también ofensivo, porque se aplica contra pueblos que supuestamente ponen en peligro a la religión por el solo hecho de ser distintos3. De acuerdo con ciertos autores (Godoy, 2001; Abdulla, 2007), la práctica de la yihad está regulada originalmente por normas que prohíben vulnerar a mujeres, niños, ancianos y soldados desarmados, condición que sin duda parece obvia. Pero, como la historia reciente lo ha demostrado, los yihadistas han hecho caso omiso de esa tradición al acoger “el uso de la violencia sin límites”, por medio de la “aniquilación nihilista” -término, por cierto, absolutamente cuestionable-, que no diferencia acciones defensivas de ofensivas, ni civiles de combatientes, ni espacios libres de beligerancia (Godoy, 2001, p. 39); (Ortiz & Caro, 2018).

Este mismo autor señala un aspecto importante para efectos de esta discusión: “el terrorismo fundamentalista aspira a algo difuso e inespecífico: la victoria sobre el mal, para reducirlo a la nada” (Godoy, 2001, p. 39). Quizá se deba al tiempo en el que fue escrito, pero todo indica que este aporte debe ser matizado. En lo particular, es posible sostener que el yihadismo no tiene pretensiones difusas y débilmente específicas; por el contrario, grupos como Al Qaeda, Estado Islámico y Boko Haram saben perfectamente lo que quieren (Staffell & Awan, 2016). Tienen objetivos claros, como la difusión, imposición y defensa de su cultura, religión e idiosincrasia (e incluso sus leyes a través de la Sharia). La muestra más patente podría ser la instauración de califatos regionales -como Boko Haram en el corazón de África- o bien globales -como ISIS, que pretende que todo el mundo sea musulmán (Roy, 2017) -. De todos modos, en cuanto a “la victoria sobre el mal” que señala Godoy (2001), este propósito tiene mucho sentido para la hipótesis que se busca defender en este trabajo: vencer ese mal implica un acto de justicia.

Entre los factores que hacen del yihadismo islámico un fenómeno complejo, está su matriz religiosa: la única fuente de todo bien y de toda justicia es Dios, creador del Cielo y de la tierra, fundamento de todo; esta fe le otorga al yihadismo el sentido sobrenatural que reconocen sus miembros, y es lo que lo hace más potente y apremiante entre quienes lo impulsan4. A modo de ejemplo, una vez muerto el máximo líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, el grupo difundió un comunicado a todo el mundo indicando que la nueva cabeza, el médico egipcio Ayman al-Zawahiri, asumía “la responsabilidad, guiado por Dios”. En el mismo mensaje, el sucesor de Bin Laden afirmaba:

[...] con la ayuda de Alá, buscamos elevar la religión de la verdad e incitar a nuestra nación a luchar, llevando adelante la yihad contra los invasores apóstatas, cuya cabeza es el cruzado Estados Unidos y su sirviente Israel, y contra cualquiera que los apoye. (BBC News, 16 de junio de 2011)

Una consigna similar levantó Estado Islámico cuando atacó Francia en el 2015:

Ataque bendito contra la cruzada Francia. [...] Francia y aquellos que siguen su voz deben saber que siguen siendo el principal objetivo del Estado Islámico y que continuarán oliendo el olor de la muerte por haber liderado la cruzada, por haberse atrevido a insultar a nuestro profeta, por haberse jactado de luchar contra el islam. (The Guardian, 14 de noviembre de 2015)

Pocos años después, el 26 de diciembre del 2015, el hasta entonces autoproclamado “califa” Abu Bakr al-Baghdadi, llamaba a sus seguidores a “ser pacientes, porque están en el camino derecho; ser pacientes, porque Dios está con ustedes” (Mickolus, 2016), p. 513). La principal cabeza de ISIS, apoyándose en la inspiración divina, alentaba a su gente a combatir a los “invasores” extranjeros, unidos en una alianza con Arabia Saudita y que congregaba a más de treinta países. En aquella oportunidad, Baghdadi llamaba a una guerra con fuertes tintes religiosos: “no tiene precedentes en la historia de nuestra Ummah [nación islámica] que todo el mundo se oponga a ella en una sola batalla, tal como está sucediendo hoy; es la batalla de todos los incrédulos, contra todos los musulmanes” (Karam, 2015).

Pero la referencia a Dios también se hace presente cuando se perpetran los ataques suicidas en contra de personas inocentes. Esto significa que no es solamente una tentativa teórica, un supuesto axiológico o una alusión teológica, sino más bien la motivación principal que motiva sus actos. De hecho, una de las frases más recurrentes entre los terroristas islámicos al momento de llegar al martirio es “Allahu akbar”, cuya traducción al español es “Dios es grande”. Esto se le escuchó decir a un miembro de ISIS mientras arrollaba a una serie de personas en una ciclovía en Nueva York en el 2018; a los atacantes del periódico francés Charlie Hebdo al momento de asesinar a los periodistas y policías que acudieron al lugar en el ataque de 2015, y a los hombres que en el 2013 atropellaron a un soldado británico a quien posteriormente asesinaron a machetazos5. En parte, eso explica por qué los musulmanes radicales etiquetan a los muyahidines como “guerreros santos”, puesto que estarían haciendo la voluntad de Dios hasta dar la vida si fuese necesario.6

A fines del 2018, el diario alemán Der Spiegel entrevistó a Mohammed Haydar, miembro de ISIS capturado por los kurdos en Siria, y con una amplia trayectoria en las guerras de Bosnia en los noventa y de Afganistan en la década siguiente. En esa oportunidad, el hombre reveló una serie de datos que dan cuenta de la justicia con la que creen estar luchando estos grupos. Cuando el periodista le preguntó por qué eligió unirse a ISIS una vez que había sido liberado, considerando que había pasado diez años en la cárcel siria, respondió:

En la cárcel, le pedí a Dios que me dijera a dónde debería ir. Él me escuchó y me hizo saber que podría permanecer en Siria sin temor. Fue terrible estar en la cárcel. Estábamos hambrientos. [...] ¡Siempre quise librar la yihad contra las injusticias cometidas contra los musulmanes! [...] ¿Qué fue lo que me llevó a renunciar a la buena vida y la buena comida allí? ¡La injusticia! [...] Una vez que estuve bien otra vez, uno de mis hermanos de la prisión, que se había convertido en el gobernador de ISIS en Alepo, me preguntó: “Haydar, Abu Adil, ¿quieres unirte a nosotros?” Por supuesto, quiero librar la yihad contra la injusticia, le dije. Así que prometí mi lealtad. (Kareb et al., 2018)7

Más allá de si tiene una base espiritual o material, el yihadismo es una forma de promover y defender el islam por medio de la violencia. Pero esa promoción religiosa también tiene un sentido político que se evidencia en los intentos de establecer teocracias panislámicas y califatos; al menos esa es la intención que grupos como Al Qaeda y Estado Islámico han propuesto durante las últimas décadas. Entonces, el islamismo radical debe ser entendido de esa forma: no se trata solo de una religión; es además un sistema social, político y económico, comprometido en combatir a otros sistemas o cosmovisiones, como, por ejemplo, Occidente. Por tanto, la ecuación tiene sentido en la realidad: el yihadismo produce actos de violencia intencional, cometidos contra personas, Gobiernos u organizaciones culturalmente distintas, con el fin de que estas se abstengan de realizar actos que podrían ser contrarios a los mandatos de Alá. Así, como en Occidente y otros lugares, como Israel, todo es diferente a lo estipulado por el islam, para estos grupos radicales son culturas que deben ser destruidas. El mismo Corán señala: “combate por Alá y sabes que Alá todo lo oye y todo lo sabe” (El Corán, sura 2, v. 244).

En efecto, si se van sumando las variables, es posible sostener desde esa perspectiva que la lucha contra Occidente es justa porque es una obligación divina, entendiendo a Dios como fuente de toda justicia. Para ellos, es el mismo Dios quien invita a sus fieles a ir en contra de todos los que ponen en riesgo la fe8. Si bien esta asociación no es recurrente dentro de la literatura especializada, lo cierto es que hay algunos autores que defienden la yihad como un medio de oponerse a Occidente, al que muchos musulmanes consideran “decadente” (Arciszewski et al., 2009). Y en ese contrapeso, el califato es determinante9. En una reciente investigación realizada por el International Center for the Study of Violent Extremism, que entrevistaba a yihadistas encarcelados, es posible apreciar esa relación entre voluntad divina, fe y política. Umm Mohammed, un holandés-marroquí de 32 años, sostuvo:

[...] cada musulmán tiene la obligación de vivir donde pueda practicar su islam. [...] Cuando ISIS, que era muy fuerte, conquistó la mitad del territorio iraquí en tres o cuatro días, me pregunté si tal vez este era el Estado que el profeta predijo que vendría. (Speckhard & Shajkovci, 2018)

Otro elemento de esta justicia, bastante recurrente en la retórica de los terroristas, es la venganza. Sin ir más lejos, El Corán exhorta a sus fieles de manera categórica: “cuando estéis de viaje, no hay inconveniente en que abrevies la azalá [oración], si teméis un ataque a los infieles. Los infieles son para vosotros un enemigo declarado” (sura 4, v. 1010)10. Para grupos como Al Qaeda, ISIS y Boko Haram, los infieles son precisamente los países occidentales, aunque los más impopulares entre ellos son Estados Unidos, Israel y uno que otro país europeo. Gorka (2016) hizo un barrido histórico de las principales obras yihadistas y llegó a la conclusión de que los autores coinciden en que “la infiel nación de los Estados Unidos” no solo es la responsable de que la comunidad musulmana haya perdido relevancia, sino también de haber “infectado las mentes y almas de musulmanes en todo el mundo” (p. 33). Por esa razón, “debe ser destruida para librar al mundo de la jahiliyyah”, es decir, de la ignorancia que representa.

Más allá de si es un tema islámico o preislámico (Matos, 2004; Orlando, 2010), los grupos yihadistas piensan que es justo vengarse de sus enemigos, más aún cuando estos los han agredido primero. Anwar Al-Awlaki, uno de los instigadores más reconocidos de la yihad y cabecilla de una célula de Al Qaeda (Gorka, 2016, p. 28), subía videos a internet llamando a los jóvenes a castigar a los infieles, reivindicar la cultura musulmana y contribuir al califato que, según su perspectiva, se estaba gestando alrededor del mundo. En Inspire, uno de los medios que promovía por la web, este hombre, nacido y criado en Estados Unidos, señaló en el año 2010: “América fue mi hogar. Yo era un predicador del islam involucrado en el activismo islámico no violento, pero con la invasión estadounidense de Irak y la agresión continuada contra los musulmanes, no pude reconciliarme entre vivir allí y ser musulmán”. Luego agregó: “finalmente llegué a la conclusión de que la yihad contra Estados Unidos es obligatoria para mí, como lo es para todos los demás musulmanes que se encuentran capacitados” (Gorka, 2016, pp. 28-29).

Awlaki aconsejaba a los musulmanes que vivían en países no islámicos, como Estados Unidos, ser fieles a la religión y actuar siempre basándose en la Al Wala. Esta, cuyo significado literal es “amor”, “apoyo”, “ayuda” o “seguimiento”, incitaba a todos los creyentes, sin importar su procedencia, a estar de acuerdo, siempre y en todo lugar, con los dichos, hechos y creencias agradables a Dios y a los hermanos en la fe. Apelando a los sentimientos, Awlaki escribía: “para los musulmanes en América, esto tengo que decir”:

¿Cómo puede su conciencia permitirles vivir en convivencia pacífica con una nación responsable de la tiranía y los delitos cometidos? ¿Contra tus propios hermanos y hermanas? ¿Cómo puedes tener tu lealtad a un gobierno que está liderando una guerra contra el islam y los musulmanes? Por lo tanto, mi consejo para ti es este: tienes dos opciones: hijra [migración] o yihad. O te vas o peleas; te vas y vives entre los musulmanes; o te quedas atrás y luchas con tu mano, tu riqueza y tu palabra. Invito específicamente a los jóvenes a luchar en Occidente o unirse a sus hermanos en los frentes de la yihad: Afganistán, Irak y Somalia. (Gorka, 2016, pp. 28-29)

Los comentarios de Awlaki son una muestra más de la percepción general de estos grupos terroristas: Occidente en general, y Estados Unidos en particular, deben pagar por los supuestos abusos causados a sus pueblos durante generaciones. De hecho, en una de sus primeras apariciones públicas, Osama Bin Laden declaró en un medio que la potencia norteamericana era “injusta, criminal y tiránica”; que habían “establecido un doble estándar, llamando terrorista a cualquier persona que estuviera en contra de su injusticia”. Esta, según el otrora líder de Al Qaeda, se traducía en ocupaciones militares, “robo de nuestros recursos” e imposición de “agentes que nos gobiernan”. Bajo sus criterios, esos tres argumentos bastaban para iniciar acciones de represalias: “luego quiere que estemos de acuerdo con todo esto. Si nos negamos a hacerlo, dice que somos terroristas” (Arnett, 1997). La entrevista continúa así:

[Estados Unidos] ha cometido actos que son extremadamente injustos, horribles y criminales, ya sea directamente o por medio de su apoyo a la ocupación israelí en Palestina. Los israelíes disparan a los árabes. Y creemos que Estados Unidos es directamente responsable de los que murieron en Palestina, el Líbano e Irak. Estados Unidos nos recuerda ante todo a esos niños inocentes que fueron desmembrados, con sus cabezas y brazos cortados en la reciente explosión que tuvo lugar en Qana (Líbano). Este gobierno estadounidense abandonó incluso los sentimientos humanitarios por estos horribles crímenes. Transgredió todos los límites y se comportó de una manera no presenciada antes por ningún poder o cualquier poder imperialista en el mundo. [También] hemos declarado la yihad porque en nuestra religión es deber nuestro hacerla para que la palabra de Dios sea exaltada a las alturas y para que alejemos a los estadounidenses de todos los países musulmanes. (Arnett, 1997)

En esa misma entrevista, Osama Bin Laden declaraba que su blanco principal eran los soldados norteamericanos, aunque no descartaba la posibilidad de que fueran afectados civiles que visitaran los lugares santos como La Meca y Medina, arguyendo que su religión no permitía que los no musulmanes permanecieran en esas zonas. “Por tanto, aunque los civiles estadounidenses no son objetivos de nuestro plan, deben irse”; no garantizaba su seguridad en un territorio con más de mil millones de islámicos, dispuestos a reaccionar a causa de los supuestos abusos cometidos por Estados Unidos, responsables de haber ejecutado “a más de seiscientos mil niños musulmanes en Irak, al evitar que los alimentos y los medicamentos llegaran a ellos”. Bin Laden continuaba: “[Estados Unidos] es responsable de cualquier reacción, porque extendió su guerra contra los civiles. [...] El pueblo estadounidense no está exonerado de responsabilidad, porque eligieron a este gobierno y lo votaron a pesar de conocer sus crímenes” (Arnett, 1997).

A los pocos meses del 11S, la administración del presidente George W. Bush difundió la falsa noticia de que Bin Laden estaba muerto. A modo de respuesta, uno de los líderes talibanes más importantes, Mohammed Omar, desmentía la campaña del gobierno norteamericano afirmando que él estaba vivo en Afganistán. Omar, que recordaba la ayuda de Osama “durante la guerra con los rusos”, aseguraba que “no los dejaría ahora”. Aprovechó los medios para sostener categóricamente que “la guerra santa apenas [estaba] comenzando”, y que “el fuego de esta guerra llegará a Estados Unidos y quemará la capital que lanzó un ataque injusto en contra de los musulmanes” (Los Angeles Times, 2002). La posición de este miembro de Al Qaeda no distaba mucho de lo señalado por el mismo Bin Laden cuando le preguntaron sobre unos ataques explosivos en Arabia Saudita:

Tengo un gran respeto por las personas que hicieron esta acción. Yo digo que son héroes. Los vemos como hombres que querían levantar la bandera de “No hay más Dios que Alá”, y poner fin a los no creyentes y al estado de injusticia que trajeron los Estados Unidos. También digo que lo que hicieron es un gran trabajo y un gran honor en el que me perdí la participación. (Arnett, 1997)

Esa noción de venganza se fue traspasando de grupo en grupo, de generación en generación. Durante el 2015, el líder de ISIS declaraba: “¡Por Alá nos vengaremos! Incluso si toma un tiempo, nos vengaremos, y cada porción de daño contra la Ummah será respondida con más fuerza contra el perpetrador”. En referencia al maltrato que habrían recibido los musulmanes a través de la historia por parte de los “invasores”, Baghdadi planteaba: “con el permiso de Alá, llegará el día en que el musulmán caminará a todas partes como maestro, teniendo honor, siendo venerado, con la cabeza en alto y su dignidad preservada”. En alusión a enemigos particulares, dejaba claramente establecido cuáles eran los objetivos del grupo a fines del 2015:

Cualquier persona que se atreva a ofenderlo [a Dios] será disciplinado, y cualquier mano que lo intente para hacerle daño será cortada. Entonces, hágale saber al mundo que vivimos hoy en una nueva era. Quienquiera que no prestara atención ahora debe estar alerta. Quienquiera que estuviera durmiendo ahora debe despertar. Los cruzados y los judíos no se atreven a venir porque fueron derrotados en Irak y Afganistán. Judíos, pronto oirán de nosotros en Palestina, que se convertirá en su tumba. (Howell, 2015)

Pero esa venganza también contemplaba otras dimensiones. De acuerdo con la mentalidad yihadista, Occidente no solo había atacado militarmente a esos pueblos, asesinando a miles de inocentes, sino que también se había entrometido en sus asuntos políticos con claros fines económicos, alterando la cultura y explotando sus recursos naturales. En la citada entrevista de 1997, Osama Bin Laden declaraba acerca del petróleo: “[es] un producto que estará sujeto al precio del mercado según la oferta y la demanda”. Argumentaba que los importes en aquel entonces no eran realistas, “debido a que el régimen saudí desempeña un papel de agente de Estados Unidos”, que, a su vez, “presionaba sobre el gobierno para aumentar la producción e inundar el mercado [internacional]”. El efecto que él veía era “una brusca disminución en los precios” (Arnett, 1997). Si bien esta es una dimensión importante, cargada de injusticia, lo cierto es que la cuestión religiosa es el motor fundamental de todas sus iniciativas:

Se sabe que cada acción tiene su reacción. Si la presencia estadounidense continúa, y eso es una acción, entonces es natural que las reacciones continúen contra esta presencia. En otras palabras, las explosiones y asesinatos de los soldados estadounidenses continuarán. Estas son las tropas que abandonaron su país y sus familias y vinieron aquí con toda arrogancia para robar nuestro petróleo y deshonrarnos, y atacar nuestra religión. (Arnett, 1997)

Estados Unidos es visto como el responsable de los problemas del mundo, por lo cual, según los yihadistas, es digno de ser castigado. El mismo Osama Bin Laden declaraba que “donde quiera que miremos, los encontramos”; para él, este país es el “líder del terrorismo y la delincuencia del mundo”. Con agudeza continuaba: “[Estados Unidos] no considera que sea un acto terrorista lanzar bombas atómicas a naciones que se encuentran a miles de kilómetros de distancia, cuando sería imposible que esas bombas impactaran solo a tropas militares”. Y aludiendo a los hechos que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial, señaló: “esas bombas fueron lanzadas a naciones enteras, incluyendo mujeres, niños y ancianos, y hasta el día de hoy, las huellas de esas bombas permanecen en Japón” (Arnett, 1997).

En general, la literatura ha menospreciado el fundamento teológico de los terroristas y de sus nociones de guerra justa. Bellamy (2009, p. 224) incluso señaló que “uno de los problemas principales del mandato divino es la imposibilidad de negarlo”. El autor argumenta ese punto planteando que cualquier persona puede exponerlo y emplearlo para justificar cualquier acto, puesto que “no hay límites para lo que Dios quiera”. Recurriendo a Vitoria, Bellamy propone que no existen precedentes ni evidencias de que Dios mandase la guerra. Sin embargo, con esto se ignora que las tradiciones teológicas son distintas entre sí, y que el profeta que reveló la palabra del Dios islámico efectivamente invitaba a sus seguidores a la guerra, que no era precisamente espiritual11. De hecho, El Corán invalida lo propuesto por Bellamy (2009, p. 224): “pero quienes invocan un mandato tal, deben demostrar su existencia mediante algo más que la fe”.

El Corán contiene varios preceptos que impulsan a sus adherentes a tomar las armas contra los enemigos. Relativizar o matizar esta condición es subestimar a una religión que no gusta, que no desea, que no ve como alternativa la separación de los asuntos celestiales con los terrenales. Si estos y otros designios de Dios contenidos en el libro sagrado no son una demostración “mediante algo más que la fe”, es porque no se ha sabido entender este fenómeno como corresponde. Los yihadistas están convencidos de que se encuentran haciendo la voluntad de Dios, y que los frutos que obtendrán de ello, claramente no están en este mundo. La fuente misma de su fe establece esto: “¡Creyentes! ¿Qué os pasa? ¿Por qué, cuando se os dice ‘id a la guerra por la causa de Dios', permanecéis en la tierra? ¿Preferís la vida de acá que la otra? ¿Qué es el breve disfrute de la vida de acá comparado con la otra, sino bien poco?” (sura 9, v. 38). Sin ir más lejos, el fundador de Al Qaeda había señalado en una oportunidad:

Los Estados Unidos no lo consideran terrorismo cuando cientos de miles de nuestros hijos y hermanos murieron en Irak por falta de alimentos o medicinas. Por tanto, no hay un sustento para lo que dicen. Pero eso no nos afecta, porque nosotros, por la gracia de Dios -¡de quien dependemos, alabanza y gloria, somos con Él!-, obtenemos su ayuda para ir en contra de los Estados Unidos. [...] Estamos cumpliendo con un deber que Dios decretó para nosotros. Miramos a esos héroes, aquellos hombres que se comprometieron a matar a los ocupantes estadounidenses en Riyadh y Khobar, y los describimos como héroes. Han derribado la desgracia y la sumisión de su nación. Le pedimos a Alá que los acepte como mártires. (Arnett, 1997)

Al mismo tiempo que ISIS estaba siendo atacado por las potencias occidentales y sus aliados regionales, su autoproclamado “califa” hacía un llamado a todas sus huestes. Reconocía que, debido a las “sediciones y dificultades” propinadas por los enemigos, el grupo había retrocedido “desde muchas áreas que había tomado y controlado”. Sin embargo, los exhortaba a “estar tranquilos, porque su Estado sigue siendo bueno”. Baghdadi aprovechaba la instancia para asegurarles que, “cada vez que aumentaba la conspiración de las naciones contra él [ISIS], más seguro será el apoyo de Alá”. La máxima autoridad del grupo estaba convencido de que “librar esta batalla es un deber para todos los musulmanes, del cual nadie está excusado”, y prometía que “cualquier persona que participe en la guerra contra ISIS pagará un alto precio y lo lamentará”, aludiendo a Estados Unidos, Europa y Rusia (Mickolus, 2016, p. 514).

Los yihadistas están tan comprometidos con sus ideales que no están dispuestos a ceder ante nada; es más, la única salida que atisban en el horizonte es la muerte, a la cual tampoco temen porque es el momento más esperado de todo musulmán comprometido con la causa: estar más cerca de Dios y así alabarlo con toda la gloria12. Para ellos, la rendición no constituye ninguna opción, puesto que no es solo deshonor, sino ante todo una traición a Dios, a los hermanos, a la religión; es algo que no harían bajo ninguna circunstancia13. Por ejemplo, en determinado momento, el gobierno saudí amenazó a Osama Bin Laden de congelar todos sus bienes y de quitarle la ciudadanía y el pasaporte. Sabiendo de esta campaña que habían iniciado en su contra, respondió con desdén: “piensan que un musulmán puede negociar con su religión. Les dije que hicieran lo que quisieran”. Luego prosiguió:

Con la generosidad de Alá, nos negamos a volver. Estamos viviendo en dignidad y honor quienes agradecemos a Alá. Es mucho mejor para nosotros vivir debajo de un árbol, aquí en estas montañas, que vivir en palacios en la tierra más sagrada de Alá, mientras estamos sujetos a la desgracia de no adorar a Alá, incluso en la tierra más sagrada de la tierra, donde la injusticia está tan extendida. No hay fuerza excepto con Alá. (Arnett, 1997)

Como lo ha demostrado este acápite, los yihadistas creen estar llevando una causa justa en contra de los “infieles” e “incrédulos” de Occidente. Para ellos, la fuente de esa justicia es el mismo Dios, a quien sirven con entrega y compromiso. Si las potencias del mundo no logran entender que estos grupos operan basándose en variables fundamentalmente sobrenaturales, probablemente cualquier causa que dirijan en su contra resultará estéril. Y el que piense que la fe no es un sustento plausible para desplegar movimientos como el yihadismo no solo se equivoca, sino que también desconoce (y desecha la posibilidad) que una buena parte de los habitantes del mundo sigue basando sus acciones en prodigios divinos que la sociedad moderna actual se ha encargado de soslayar.

Occidente y la “guerra justa” contra el terrorismo

Si los grupos yihadistas han levantado la bandera de justicia para atacar a Occidente, los gobiernos han hecho lo mismo para defenderse y enfrentar a los terroristas islámicos en todos los escenarios posibles. Por cierto que la mayoría de las administraciones occidentales no solo refutan la posibilidad de que la causa yihadista sea justa, sino también niegan que ellos sean responsables de las acusaciones que los líderes de esos grupos han proferido en su contra. No existe ninguna evidencia que demuestre que los Gobiernos de Estados Unidos, Francia, Inglaterra u otros hayan reconocido alguna culpabilidad en los hechos que les imputan. Por el contrario, mantienen firmemente que sus proyectos contraterroristas son justos y válidos en la medida que están respondiendo a una agresión previa. Sin ir más lejos, acudiendo al coraje y optimismo de las víctimas y ciudadanos norteamericanos, el presidente Bush planteaba en un discurso bastante beligerante:

Nunca olvidaremos todo lo que hemos perdido, y todo por lo que luchamos. La nuestra es la causa de la libertad. Hemos derrotado a los enemigos de la libertad antes, y los derrotaremos de nuevo. No podemos saber cada turno que tomará esta batalla. Sin embargo, sabemos que nuestra causa es justa y nuestra victoria final está asegurada. Nos enfrentaremos a nuevos retos. Pero tenemos nuestras órdenes de marcha: mis compatriotas, vamos a luchar. (Bush, 2001, p. 1365)

El 16 de julio de 2002, Bush declaraba a través de la prensa que su gobierno había diseñado una serie de proyectos legislativos y jurídicos destinados al fortalecimiento de la nación ante cualquier atentado terrorista. Esas iniciativas venían a endurecer lo que él mismo había llamado la “guerra contra el terrorismo”, que implicaba varios esfuerzos en materias de seguridad y defensa nacional. Por un lado, abarcaba acciones militares preventivas en contra de todas las agrupaciones terroristas, independientemente de si estas estaban dentro o fuera del territorio nacional14; de hecho, el proyecto implicaba contener a los terroristas en sus lugares de origen. Por otro lado, incluía la fundación de instituciones como el Departamento de Seguridad Nacional, con carácter ministerial y estructura especializada. El objetivo principal del presidente Bush no era otro que lograr que “cada grupo terrorista de alcance global sea encontrado, detenido y derrotado”.

Para los Gobiernos occidentales, los terroristas violan la primera y más importante consigna de cualquier causa justa: el asesinato deliberado e indiscriminado de personas civiles. A los pocos días del 11S, Bush expresaba: “he dejado claro que la guerra contra el terrorismo no es una guerra contra los musulmanes, ni tampoco una guerra contra los árabes. Es una guerra contra personas malvadas que cometen crímenes contra personas inocentes” (2001, p. 1129). El presidente Hollande señalaba lo mismo después del atentado de París, a fines del 2015: “los terroristas creen que las personas libres se dejarán intimidar por el horror, pero este no es el caso, pues la República Francesa ha superado muchos otros juicios”; “los ciudadanos no se resignarán”, y si “uno de sus hijos es derribado, el resto se levanta”. Al terminar, indicó: “aquellos que querían destruirlos apuntando deliberadamente a inocentes son cobardes que dispararon contra una multitud desarmada”; por eso aseguraba que esta no era una “guerra de civilizaciones, ya que estos asesinos no representan una” (Hollande, 2015).

Los terroristas no solo asesinarían a personas inocentes, sino también transgredirían un principio inherente a la justicia: la libertad (Hollande, 2015). Cuando a Bush le preguntaron sobre los vínculos entre Al Qaeda y el gobierno de Sadam Husein, no dudó un instante en decir que “cualquiera que albergue terroristas debe temer a los Estados Unidos y al resto del mundo libre”. Luego prosiguió: “cualquiera que aliente el terrorismo será responsabilizado. Estamos reuniendo toda la evidencia sobre este crimen en particular y otros delitos contra personas amantes de la libertad”. Añadiendo otras variables al respecto, el presidente Hollande declaró a fines del 2016 que “la democracia, la libertad, los derechos sociales, incluso la paz se vuelven vulnerables, reversibles” ante la amenaza terrorista. Dichos argumentos bastarían para perseguir a los terroristas en todos los escenarios posibles (Euronews, 2017)15; por eso, no es extraño que, en el mismo contexto, David Cameron proclamara los valores liberales del país como el “arma más fuerte” para combatir el extremismo islámico (citado por Grierson, 2015).

Estos puntos permiten levantar una hipótesis que tensiona las visiones de los yihadistas y los Gobiernos occidentales: si los primeros basan su causa justa en los preceptos emanados de Dios, los segundos lo hacen apoyándose en la humanidad16. El presidente Bush señaló a comienzos del 2002 que “cada nación civilizada tiene una parte en esta lucha, porque cada nación civilizada tiene un interés en su resultado”. Para él, era imposible que hubiera paz en un mundo “donde las diferencias y quejas se convierten en una excusa para atacar a los inocentes por asesinato”, y que la lucha contra el terrorismo se hace “por las condiciones que harán posible una paz duradera”, “por un cambio legal contra la violencia caótica”, “por la elección humana contra la coerción y la crueldad”, y “por la dignidad y la bondad de cada vida”. Bush cerró este discurso, que conmemoraba los seis meses del 11S, planteando lo siguiente:

[...] todas las naciones deben saber que, para Estados Unidos, la guerra contra el terrorismo no es solo una política, sino una promesa; no voy a ceder en esta lucha por la libertad y la seguridad de mi país y del mundo civilizado. (Bush, 2002)

Según esto, Occidente libraría una guerra justa en la medida en que los países occidentales fueron agredidos primero por el yihadismo internacional. En el fondo, es el mismo argumento que enarbolan los grupos islámicos en contra de los países que consideran sus enemigos. Una vez sucedido el asesinato de Bin Laden, Obama recordaba los sucesos del 11S como “nuestro tiempo de dolor”, donde “ofrecimos una mano a nuestros vecinos y nuestra sangre a los heridos”, “reafirmamos nuestros lazos entre nosotros y nuestro amor por la comunidad y el país”, y “nos unimos en nuestra determinación de proteger a nuestra nación”. Al Qaeda cobraba cierto protagonismo porque “había declarado abiertamente la guerra a Estados Unidos y se había comprometido a asesinar a inocentes en nuestro país y en todo el mundo”, razón por la cual Estados Unidos fue “a la guerra, para proteger a nuestros ciudadanos, amigos y aliados” (Obama, 2011). Ese recordado discurso sintetiza claramente cuál es la mentalidad occidental en estas materias: ante la agresión, es justo y necesario arremeter con fuerza contra los atacantes; de esta manera se apela a la legítima defensa.

A causa de los atentados terroristas, los Estados occidentales han diseñado e implementado sistemas de seguridad sin paralelos en la historia. Saben que los enemigos pueden atacar en cualquier momento, de las formas más variadas e inesperadas (explosiones, tiroteos, atropellos); están conscientes de que la amenaza está latente17. Todo esto los ha llevado a cultivar un sentimiento de protección permanente, pues se conciben a sí mismos como las víctimas de esta guerra global, y no como los victimarios, pues este es el lugar que les correspondería a los terroristas. El presidente Bush indicó en una oportunidad que “el terrorismo no conoce fronteras, no tiene capital, pero tiene una ideología común, y es que odian la libertad y odian a las personas que aman la libertad. Y particularmente odian a América en este momento” (2001, p. 1131). Y sobre el resguardo, prosiguió: “nuestra nación debe hacer todo lo posible para proteger a la patria, y lo estamos haciendo”. En octubre de 2001, Bush dejaba entrever que los perjudicados no eran los otros, sino ellos:

Es difícil para los estadounidenses imaginar cuán malvadas son las personas que están haciendo esto. Tenemos que ajustar nuestro pensamiento. Somos una nación amable, somos una nación compasiva, somos una nación de valores fuertes y valoramos la vida. Y estamos aprendiendo que las personas en este mundo quieren aterrorizar a nuestro país tratando de quitarle la vida. (Bush, 2001, p. 1293)

Una década más tarde, su sucesor, el presidente Obama, aseguraba que Bin Laden había “planeado ataques contra nuestro país, nuestros amigos y aliados”. Su muerte, señaló, era “el logro más significativo hasta la fecha en el esfuerzo de nuestra nación por derrotar a Al Qaeda”, lo cual evidencia que la lucha contra el terrorismo no es más que una propuesta de guerra justa en contra de un enemigo que atacó primero. El asesinato del líder yihadista no era “el final de nuestro esfuerzo”, indicaba Obama, quien no descartaba que el grupo continuara “realizando ataque contra nosotros”; por esa razón, “debemos -¡y lo haremos!- permanecer vigilantes en el país y en el extranjero” (Obama, 2011).

Los Gobiernos occidentales aseguran que sus causas son justas en la medida que sus acciones se ajustan a la normativa internacional, a diferencia de sus enemigos, que funcionan fuera de todo límite legal. En otra ronda de prensa, el presidente Bush aseguró que Estados Unidos atacaría las fuentes de financiamiento del terrorismo hasta vencerlos. Sin embargo, esa medida no sería ilegal, afirmaba; por el contrario: “quiero asegurarle al mundo que ejerceremos este poder de manera responsable”. Y dirigiéndose a sus conciudadanos, afirmó: “quiero asegurar al pueblo estadounidense que, al tomar esta acción y publicar esta lista, actuamos sobre la base de pruebas claras” (Bush, 2001, p. 1150). Es menester indicar que la guerra se libraría también de acuerdo con las leyes internacionales. Por eso, Bush y su secretario Colin Powell18 apelaban a organismos que velaran por eso:

Los Estados Unidos han firmado dos convenios internacionales, uno de los cuales está diseñado para establecer estándares internacionales para la congelación de activos financieros. Pediré a los miembros del Senado de los Estados Unidos que aprueben la Convención de las Naciones Unidas para la Supresión del Financiamiento del Terrorismo y una convención relacionada sobre los atentados terroristas con bombas; y trabajar conmigo en la implementación de la legislación. (Bush, 2001, pp. 1150 y ss.)19

En el lado occidental, los argumentos teológicos de la yihad son inconcebibles; no tienen asidero en la realidad, por lo cual sus máximos representantes desechan toda posibilidad de que sea factible atacar a civiles abrazando la religión. En una de sus visitas al FBI, Bush planteaba que los terroristas “planifican, promueven y cometen asesinatos, llenando las mentes de los demás con odio y mentiras. Y, por su crueldad y violencia, traicionan cualquier fe que defienden” (2001, p. 1576). Más adelante proseguía: “nuestra guerra no es contra una religión. Nuestra guerra es contra el mal”, sosteniendo que había “miles de estadounidenses musulmanes que aman Estados Unidos tanto como yo”; a ellos, el presidente norteamericano les prometía asegurar sus derechos. Obama, en la misma línea, aclaraba un punto que hace pensar que una forma para deslegitimar rápido a los yihadistas es minando las bases islámicas en las que sustentan su lucha:

Debemos reafirmar que Estados Unidos no está, y nunca estará, en guerra con el islam. Dejé en claro que nuestra guerra no es contra el islam. Bin Laden no era un líder musulmán; fue un asesino en masa de musulmanes. De hecho, Al Qaeda ha matado a decenas de musulmanes en muchos países, incluido el nuestro. Por eso, su desaparición debe ser bienvenida por todos los que creen en la paz y la dignidad humana. (Obama, 2011)

Es interesante ver que Bush también cuestionaba otros aspectos de la cultura musulmana, y no tan solo la yihad. Después de asegurar que Estados Unidos era “el objetivo de los enemigos que se jactan de querer matar a todos los estadounidenses, a todos los judíos y a todos los cristianos”, señalaba que la única respuesta ante esas amenazas era “enfrentarlas y derrotarlas”. Ese enemigo buscaba “destruir nuestra libertad e imponer sus puntos de vista”, mientras que ellos, los norteamericanos, se concebían a sí mismos como quienes “valoran la vida” y “la educación”; grupos como Al Qaeda, sin embargo, “no creen que las mujeres deban ser educadas o que deban recibir atención médica”, algo distinto a lo propuesto por la cultura norteamericana. Si Bin Laden acusaba a los occidentales de asesinar a mujeres y niños, Bush empleaba el mismo recurso retórico20, y de paso se apropiaba la lucha contra el terrorismo como un proyecto propio:

Para los terroristas, la libre expresión puede ser motivo de ejecución. Respetamos a las personas de todos los credos y damos la bienvenida a la práctica libre de la religión; nuestro enemigo quiere dictar cómo pensar y cómo adorar incluso a sus compañeros musulmanes. Este enemigo trata de esconderse detrás de una fe pacífica. Pero aquellos que celebran el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes no tienen religión, no tienen conciencia y no tienen piedad. Luchamos una guerra para salvar la civilización. No lo buscamos, pero debemos combatirlo, y prevaleceremos. (Bush, 2001, p. 1361)

Pero con el tiempo, este cuestionamiento derivó en otras dimensiones, que potenciaban aún más el supuesto de guerra justa: “nos enfrentamos a un enemigo de una ambición despiadada, sin restricciones legales o morales”, señalaba Bush, argumentando que no solo “desprecian a otras religiones”, sino que también “han profanado la suya”. El presidente norteamericano pensaba que Al Qaeda estaba decidido a incrementar sus escalas y alcances, llegando incluso a “golpear a cualquier centro de civilización”, por lo que pensaba que, contra esos enemigos, no había “inmunidad ni neutralidad”. Esa declaración permite arribar a una idea clave para comprender la noción de guerra justa en contra del terrorismo internacional: que la amoralidad con la que actúan estos grupos se había transformado en un problema global. El conflicto se torna, así, en el enfrentamiento de dos cosmovisiones, donde cada una arguye que sus proyectos son del todo justos. Alimentando la idea de estar frente a una amenaza planetaria, “donde muchas naciones y muchas familias han vivido en las sombras del terrorismo durante décadas, soportando años de asesinatos sin sentido y sin piedad”, Bush exhortaba a las naciones del mundo a seguir sus pasos:

El 11S no fue el comienzo del terror global, sino el comienzo de la respuesta concertada del mundo, [...] cuando el mundo civilizado se convirtió en ira y acción. [...] Una poderosa coalición de naciones civilizadas está ahora defendiendo nuestra seguridad común. […] Un régimen terrorista ha sido derrocado del poder. Los complots terroristas se han desentrañado, desde España hasta Singapur. […] Hoy estamos con representantes de muchos de nuestros socios en este gran trabajo, y estamos orgullosos de mostrar sus banderas en la Casa Blanca esta mañana. [...] El poder y la vitalidad de nuestra coalición han sido probados en Afganistán. Más de la mitad de las fuerzas que asisten ahora a los heroicos combatientes afganos [...] provienen de países distintos a los Estados Unidos. Hay muchos ejemplos de compromiso. (Bush, 2002)21

En ese mismo discurso, el presidente norteamericano señalaba que “las naciones de nuestra coalición han compartido las responsabilidades y los sacrificios de nuestra causa”, que, a partir de ese momento, pasaba a ser una causa de sus aliados occidentales. Meses después del 11S, Estados Unidos dejaba de presentarse como la nación víctima, y se posicionaba como la potencia que libraría al mundo del yihadismo. No por nada, el mismo Bush planteaba: “parte de esa causa fue liberar al pueblo afgano de la ocupación terrorista, y así lo hicimos”. De esa liberación, las escuelas afganas estarían abiertas, y “muchas jóvenes [irían] por primera vez en sus vidas”. La guerra justa que libraban contra los terroristas también había “evitado la hambruna masiva”, “comenzado a limpiar los campos de minas”, “reconstruido carreteras” y “mejorado la atención médica”. En otras palabras, con justicia había que luchar por “un mundo mejor” (Bush, 2002).

Existe un último punto que conecta con los anteriores, y que es igualmente importante para comprender la noción de guerra justa que han cultivado los países occidentales en los últimos tiempos: pagar con la misma moneda a quienes los agredieron primero, pero de forma proporcional. En el discurso sobre la muerte de Bin Laden, Obama aseguraba que su pueblo entendía bien los costos de la guerra. Aprovechó la instancia para prometer que su administración no iba a tolerar ninguna amenaza a la seguridad nacional, y que jamás miraría esas amenazas con pasividad: “seremos implacables en defensa de nuestros ciudadanos y de nuestros amigos y aliados”, aseguró. Sin embargo, en esa oportunidad dejaba claro que su principal propósito era el mismo que los terroristas tenían hacia ellos, eso sí, apelando a un argumento de sólida ecuanimidad: “fieles a los valores que nos hacen quienes somos, podemos decirles a aquellas familias que han perdido a sus seres queridos por el terror de Al Qaeda: se ha hecho justicia”. El presidente Hollande aportó una idea similar tiempo después:

Quienes ordenaron los ataques de París deben saber que, lejos de socavar la determinación de Francia, fortalecieron aún más nuestra determinación de destruirlos. […] Esta organización [ISIS] debe ser destruida, […] para salvar a las poblaciones de […] todos los países vecinos. Y para protegernos, para evitar que los combatientes extranjeros vengan a nuestro país, como fue el caso el viernes, a cometer actos terroristas. (Hollande, 2015)

En esta segunda parte, es posible encontrar dos elementos que han complejizado fuertemente la guerra contra el terrorismo. En primer lugar, para los Gobiernos occidentales, el combate contra los yihadistas es un acto fundado, por cuanto estos violentan todos los principios de la guerra justa, comenzando por el asesinato indiscriminado de civiles. Pero en segundo lugar aparece un elemento que se distancia radicalmente de la cosmovisión de los terroristas: si ellos piensan que su causa es legítima y necesaria, las naciones occidentales han respondido tipificando al terrorismo como un delito penal. A los pocos meses del 11S, el mismo Bush señaló que “el primer objetivo” de su política de seguridad era “llevar a la justicia” no solo a los terroristas, sino también a las “organizaciones y gobiernos que los albergan” (2001, p. 1134). Tiempo después decía sobre los terroristas: “tratan de operar en las sombras, de esconderse. Pero vamos a hacer brillar la luz de la justicia sobre ellos. [...] El terrorismo tiene una cara, y hoy lo exponemos para que lo vea el mundo” (2001, p. 1212). El presidente Hollande, en esta misma línea, insistió a fines del 2015:

Y dado que la amenaza continuará y participaremos en la lucha contra Daesh durante mucho tiempo en el extranjero y en el país, también decidí fortalecer sustancialmente los recursos disponibles para el sistema de justicia y las fuerzas de seguridad. En primer lugar, los servicios de investigación y los jueces antiterroristas deben, dentro del contexto de los procedimientos judiciales, recurrir a toda la gama de técnicas de inteligencia que ofrece la nueva tecnología, cuyo uso está autorizado, en un contexto administrativo, a través de la ley de inteligencia. Los procedimientos penales también deben, en la medida de lo posible, tener en cuenta la naturaleza específica de la amenaza terrorista. (Hollande, 2015)

Conclusiones

Este trabajo ha intentado demostrar que, a pesar de todas las diferencias que puede haber entre los yihadistas y sus enemigos occidentales, ambos tienen un elemento en común: ambos bandos están convencidos de que están llevando a cabo guerras totalmente justas; al menos eso reflejan los discursos de algunos yihadistas y de algunos gobernantes de las naciones atacadas por el terrorismo global. En la primera parte se evidenció que los yihadistas creen que su lucha es legítima en la medida que están defendiéndose de agresores, “asesinos” de inocentes, usurpadores de riqueza e invasores de la soberanía local; en la segunda parte se demostró una dinámica similar: los Gobiernos occidentales piensan que la impiedad de los terroristas contra personas inocentes es razón suficiente para repelerlos con fuerza, puesto que, además de atacar con violencia deliberada y descontrolada, violan el principio número uno de luchas como esta, esto es: el ataque indiscriminado de no combatientes.

El problema propuesto por este trabajo se complejiza aún más cuando ambas partes creen terminantemente que son víctimas de la injusticia expresada por sus enemigos. ¿Qué sucede, entonces, cuando los dos bandos en cuestión piensan que su deber es establecer la justicia corrompida por un adversario que agredió y asesinó primero? Esta es una primera cuestión. La segunda es, quizás, bastante más oscura: ¿cuál es el destino de una guerra impulsada por una de las partes que asegura estar cumpliendo un mandamiento de Dios? ¿Será esta la causa de lo que Carl Schmitt llamaba en la década de los treinta el totaler Feind (enemigo total) y la totaler Krieg (guerra total) (Seifert, 1985)? Si bien, para varios especialistas, esta no es una explicación sustantiva, por cuanto carece de “rigor” y de “sentido”, este trabajo invita a volver a revisar el tema, por cuanto la historia reciente ha demostrado que los grupos que actúan motivados y compelidos por Dios lo hacen no solo a gusto, sino también convencidos y esperanzados de que cumplen obligaciones sobrenaturales que, para el mundo de hoy, no son más que razones “ilógicas”.

Agradecimientos

El autor agradece al Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara de México por su patrocinio posdoctoral en Ciencia Política.

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1De acuerdo con Samuel Huntington (2011, p. 46), “Occidente” estaría formado por Europa Occidental, donde se ubican Reino Unido, Francia, España, Austria y Alemania, entre otras naciones, y por América del Norte, con Estados Unidos a la cabeza. De todos modos, incluye otros países, como Australia y Nueva Zelanda. Si bien este trabajo excluye otras realidades como España, Bélgica o Alemania, que igualmente han sido víctimas del terrorismo yihadista, lo cierto es que emplea el término “Occidente” para referirse a la comunidad de naciones de la cual forman parte los tres casos abordados acá: Estados Unidos, Francia y Reino Unido.

2Ciertos autores aseguran que Al-Qaeda fue determinante en la globalización del terrorismo, al establecer un frente islámico internacional para la yihad contra Estados Unidos, Israel y todos sus aliados. Chandra (2006, p. 258) señaló que el frente creado por Bin Laden coordinó sus actividades con varias organizaciones terroristas basadas en el extremismo islámico, como Hamas y otros grupos, con los cuales tenían enemigos en común. Tiempo después aparecieron nuevas agrupaciones en la escena internacional, conformando lo que Lutz y Lutz (2013) llaman la “yihad global”. En la actualidad, ISIS se ha convertido en el grupo más representativo de este terrorismo global porque, entre otras razones, ha cumplido con uno de los patrones que los autores identifican como clave de esta nueva modalidad, a pesar de las mermas que ha sufrido desde el año 2018 en adelante: pretensiones globales, uso de los medios de comunicación y la capacidad de haber congregado a miles de personas provenientes de todos los rincones de la Tierra. En efecto, como este grupo es yihadista y encarna lo que es el terrorismo global, este trabajo pone ambos conceptos en la misma línea.

3Sin ir más lejos, Osama Bin Laden señaló en 1997: “el apogeo de esta religión [el islam]; es la yihad. La nación ha tenido una fuerte convicción de que no hay manera de obtener fuerza fiel sino regresando a esta yihad. [...] Hoy, la nación está interactuando bien al unir sus esfuerzos a través de la yihad contra los Estados Unidos, que, en colaboración con el gobierno israelí, lideró la feroz campaña contra el mundo islámico para ocupar los lugares sagrados de los musulmanes. En cuanto a los jóvenes que participaron en la yihad, su número, por la gracia de Dios, era bastante grande -alabado y agradecido a Él-, extendiéndose en todos los lugares donde la injusticia de los no creyentes se perpetúa contra los musulmanes” (Arnett, 1997).

4En febrero de 2019, The New York Times publicó una entrevista a dos mujeres estadounidenses que habían viajado hasta Siria para enrolarse en Estado Islámico. Una de ellas sostuvo, al momento de explicar los motivos que tuvo para dejar su país y tomar parte en esta causa: “Estaba llorando porque pensé que estaba haciendo un gran sacrificio por Dios y estaba renunciando a mi familia, mi hogar, mi comodidad, todo lo que sé, todo lo que amaba. Pensé que estaba haciendo lo correcto” (Callimachi & Porter, 2019).

5En el mismo discurso del 26 de diciembre del 2015, el líder de ISIS señalaba a su gente: [los norteamericanos] no se atreven a venir, porque sus temores son miedo total de los muyahidines” (Karam, 2015).

6El 5 de julio del 2014, en el discurso que profirió para autoproclamarse profeta, Baghdadi, líder de Estado Islámico, señaló con énfasis que “Dios le dio la victoria a sus hermanos muyahidines después de largos años de yihad y paciencia”, refiriéndose a todos los que ofrecían su vida a Dios (Chulov, 2014).

7Todas las citas textuales provenientes del inglés son traducciones propias.

8Sin ir más lejos, cuando en 1997 se le preguntó a Bin Laden cuál era su posición sobre Arabia Saudita, él comentó que “las críticas al régimen gobernante en Arabia Saudita y la península de Arabia es su subordinación a los Estados Unidos [...] Al ser leal al régimen de los Estados Unidos, el régimen saudí ha cometido un acto contra el islam. Y esto, basándose en la Sharia, arroja al régimen fuera de la comunidad religiosa. [...] El régimen ha dejado de gobernar a las personas de acuerdo con lo que Dios reveló; alabado y glorificado a Él. [...] Cuando se violó esta fundación principal, se produjeron otros actos de corrupción en todos los aspectos del país, los servicios económicos, sociales, gubernamentales, etc.” (Arnett, 1997).

9De hecho, Brian Jenkins (2014, p. 7), a propósito de Estado Islámico, cuando este vivía sus momentos de gloria, señaló la probabilidad de “que más voluntarios se inspiren en la ideología yihadista y tomen la oportunidad de vivir en lo que ven como un Califato musulmán auténtico”.

10Bin Laden afirmaba que era “deber de los musulmanes preparar tanta fuerza como sea posible para aterrorizar a los enemigos de Dios” (Mowatt-Larsen, 2010, p. 2). Esa misma noción de “deber” la dejó plasmada en la entrevista de 1997: “El viaje a Bosnia, Chechenia, Tayikistán y otros países no es más que el cumplimiento de un deber, porque creemos que estos Estados son parte del mundo islámico. Por lo tanto, cualquier acto de agresión en contra de cualquiera de estas tierras implica un deber de los musulmanes enviar un número suficiente de sus hijos para luchar contra esa agresión” (Arnett, 1997).

11“Si no vais a la guerra, os infligirá un doloroso castigo. Hará que otro pueblo os sustituya, sin que podáis causarle ningún daño. Alá es omnipotente” (El Corán, sura 9, v. 39). “Son creyentes únicamente los que creen en Alá y en Su Enviado, sin abrigar ninguna duda, y combaten por Alá con su hacienda y sus personas. ¡Esos son los veraces!” (sura 49, v. 15). “Creed en Alá y en Su Enviado, y combatid por Alá con toda vuestra hacienda y vuestras personas. Es mejor si supierais. [...] Así os perdonará vuestros pecados y os introducirá en jardines por cuyos bajos fluyen arroyos y en viviendas agradables en los jardines del Edén. ¡Ese es el éxito grandioso!” (sura 61, vv. 11 y 12).

12En abril del 2019, Baghdadi confirma este juicio al señalar: “los estadounidenses y los europeos fracasaron cuando felicitamos a nuestros hermanos en Sri Lanka por su lealtad al califato. Y les aconsejamos que se adhieran a la causa de Dios y de la unidad, y que sean una espina en el cofre de los cruzados. Le pedimos a Dios que acepte su martirio y ayude a los hermanos a cumplir el viaje que comenzaron” (First Post, 2019).

13Aquí está un extracto de la entrevista de Osama Bin Laden ya citada en este mismo párrafo: “Ver que vamos a morir en la causa de Alá es un gran honor deseado por nuestro Profeta. Él dijo en su Hadith: ‘Juro por Alá, deseo luchar por la causa de Alá y ser asesinado; lo haré de nuevo y seré asesinado, y lo haré de nuevo y seré asesinado'. Ser asesinado por la causa de Alá es un gran honor alcanzado solo por aquellos que son la élite de la nación. Amamos este tipo de muerte por la causa de Alá, tanto como te gusta vivir. No tenemos por qué temer. Es algo que deseamos” (Arnett, 1997).

14No es posible sostener que todos los países occidentales hayan replicado este enfoque, pero sí es plausible demostrar que otras naciones han proyectado la lucha contraterrorista más allá de sus fronteras. Después de los ataques producidos en Niza durante julio del 2016, el presidente Hollande afirmó: “Nada nos hará rendirnos en nuestra voluntad de luchar contra el terrorismo. Seguiremos fortaleciendo nuestras acciones en Irak y en Siria. Continuaremos atacando a los que nos atacan en nuestro propio suelo” (The Guardian, 15 de julio de 2016).

15Ya en noviembre del 2015, después de los ataques en París, el mismo Hollande señaló en Naciones Unidas: [los ataques] fueron llevados a cabo por un ejército yihadista, por Daesh, que lucha con nosotros porque Francia es un país de libertad, porque somos el lugar de nacimiento de los derechos humanos” (Hollande, 2015).

16Aunque este punto se puede matizar, sobre todo si se tienen en cuenta las palabras del presidente Obama el mismo día que cayó Bin Laden: “Recordemos que podemos hacer estas cosas no solo por la riqueza o el poder, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos” (Obama, 2011).

17Después del atentado en Niza durante el 2016, el ministro del interior francés, Bernard Cazeneuve, declaró: “estamos en guerra con los terroristas que quieren atacarnos a toda costa y que son extremadamente violentos” (The Guardian, 15 de julio de 2016).

18En la misma ronda de prensa, Powell indicó: “vamos a llevar esta iniciativa a las Naciones Unidas e intentaremos obtener resoluciones adicionales que servirán para propósitos similares. Estamos trabajando con la Unión Europea. Estamos trabajando con el G-7 y el G-8. [...] Vamos a trabajar con el Congreso, como lo mencionó el Presidente, para obtener la ratificación de estas dos convenciones de la ONU y la implementación de la legislación” (Bush, 2001, p. 1150).

19Después de los atentados de París registrados en noviembre de 2015, el presidente Hollande declaró: “estamos en guerra. Pero esta guerra es un tipo diferente de guerra, nos enfrentamos a un nuevo tipo de adversario. Se necesita un esquema constitucional para hacer frente a esta emergencia”. Más adelante señaló: “sé que se han hecho otras propuestas para fortalecer la vigilancia de ciertas personas, especialmente las que están archivadas. El gobierno, en un espíritu de unidad nacional, pedirá al Consejo de Estado que examine si estas propuestas están de acuerdo con nuestros compromisos internacionales y nuestras leyes básicas. Esa sentencia se hará pública y sacaré todas las consecuencias” (Hollande, 2015).

20Un recurso similar empleó Hollande a fines del 2015: “Hoy, nuestro país está de luto. Pensamos en los inocentes que fueron asesinados en París y en las afueras de la ciudad por asesinos armados. Pensamos en sus familias que están experimentando el dolor más inconsolable. Pensamos en los cientos de jóvenes, hombres y mujeres jóvenes, que fueron golpeados, heridos, traumatizados por este terrible ataque. Mientras hablo, algunos de ellos todavía luchan por sus vidas” (Hollande, 2015).

21El presidente Bush enumeró: “nuestro buen aliado, Francia, ha desplegado casi una cuarta parte de su armada para apoyar la Operación Libertad Duradera, y Gran Bretaña ha enviado su mayor fuerza de tarea naval en veinte años, [...] junto a equipos de Australia, Canadá, Noruega, Dinamarca y Alemania. En total, diecisiete naciones han desplegado fuerzas en la región. Y no podríamos haber realizado nuestro trabajo sin el apoyo crítico de países, particularmente países como Pakistán y Uzbekistán” (2002).

Sobre el autor

Eduardo Andrés Hodge Dupré es licenciado, magíster y doctor en historia de la Universidad de los Andes, y magíster y candidato a doctor en relaciones internacionales de la Universidad Nacional de La Plata. Es graduado en terrorismo y contraterrorismo del William J. Perry Center for Hemispheric Defense Studies (2009-2011). Profesor de la Universidad de los Andes, Chile.

Citación: Hodge Dupré, E. A. (2020). Visiones de guerra justa en el marco del terrorismo global. Yihadismo versus Occidente. Revista Científica General José María Córdova, 18(32), 721-745. http://dx.doi.org/10.21830/19006586.643

Declaración de divulgación El autor declara que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo.

Financiamiento El autor no declara fuente de financiamiento para la realización de este artículo.

Publicado en línea: 1.° de octubre de 2020

Recibido: 22 de Junio de 2020; Aprobado: 30 de Agosto de 2020

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