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Revista Científica General José María Córdova

Print version ISSN 1900-6586On-line version ISSN 2500-7645

Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.19 no.35 Bogotá July/Sept. 2021  Epub Dec 02, 2021

https://doi.org/10.21830/19006586.793 

Dossier

Los escritos de Daniel Riquelme como corresponsal chileno en la Guerra del Pacífico (1880-1881)

The writings of Daniel Riquelme as Chilean correspondent in the War of the Pacific (1880-1881)

Patricio Ibarra Cifuentes1 
http://orcid.org/0000-0002-7696-6173

Claudio Véliz Rojas2  * 
http://orcid.org/0000-0001-6855-6660

1 Centro de Estudios Históricos, Universidad Bernardo O'Higgins, Santiago, Chile patricio.ibarra@ubo.cl

2 Universidad de los Andes, Santiago, Chile cveliz@uandes.cl


RESUMEN.

Los despachos de Daniel Riquelme para El Heraldo de Santiago de Chile durante la campaña a Lima en la Guerra del Pacífico (1880-1881) representan el trabajo de uno de los corresponsales más importantes de ese conflicto, que se transformaría luego en un referente para la literatura chilena de la primera mitad del siglo XX. Este artículo analiza dichos escritos con base en lo que define Gaston Bouthoul como aspectos etnológicos, es decir, la transformación del imaginario social durante los conflictos y su tendencia hacia un maniqueísmo retórico patriótico. Así, se estudian las caracterizaciones sobre el comportamiento de los soldados chilenos, que se exalta, y la alteridad de los peruanos, que es despreciada, y el despliegue de una retórica nacionalista alineada con los intereses del Estado chileno durante la contienda.

PALABRAS CLAVE: Chile; conflicto internacional; corresponsal de guerra; estereotipo nacional; periodismo

ABSTRACT.

Daniel Riquelme's dispatches for Santiago de Chile's El Heraldo during the campaign to Lima in the War of the Pacific (1880-1881) represent the work of one of the most important correspondents of that conflict, who would later become a reference for Chilean literature in the first half of the twentieth century. This article analyzes these writings based on what Gaston Bouthoul defines as ethnological aspects: the transformation of the social imaginary during the conflicts and its tendency towards a patriotic rhetorical Manichaeism. It examines the characterizations of the exalted behavior of Chilean soldiers and the despised Peruvian] otherness, as well as the deployment of nationalist rhetoric during the conflict aligned with the interests of the Chilean State.

KEYWORDS: Chile; international conflict; journalism; national stereotype; war correspondent

Introducción

Durante la Guerra del Pacífico, que enfrentó a Chile contra el Perú y Bolivia por el salitre y el guano del desierto de Atacama entre 1879 y 1884, la prensa chilena difundió ideas e interpretaciones al respecto. Los periódicos informaron al frente interno sobre las operaciones de la Armada y el Ejército en el norte, así como sobre las negociaciones diplomáticas y la dirección política, bajo la experiencia de décadas de ejercicio periodístico (Rubilar, 2011, p. 46).

Los corresponsales que los periódicos enviaron a cubrir las operaciones militares, a la usanza de sus pares europeos y estadounidenses contemporáneos, se transformaron en el enlace directo entre el campo de batalla y la opinión pública. Con sus escritos, llevaron los acontecimientos del conflicto a miles de kilómetros de distancia, en los grandes centros poblados de Chile, desde donde se esparcieron, a su vez, a través de la circulación de los textos mediante la reproducción, total o parcial, en otros medios de comunicación en diversos territorios. Así nutrieron el extenso circuito de noticias y, con ello, la experiencia de lectura del último cuarto del siglo XIX (Caimari, 2018, p. 83).

Sobre esto, siguiendo a Durkheim y Nietzsche, el fundador de la polemología, Gaston Bouthoul, plantea que la transformación de la mentalidad es uno de los primeros y más impresionantes efectos del fenómeno bélico. Este "nuevo universo moral" (Bouthoul, 1971, p. 69), al que se accede a través de la guerra, es fomentado, sin duda, por las representaciones que generan los bandos en disputa. Así, los medios de comunicación colaboran en la edificación de lo que el mismo Bouthoul llama la "mentalidad maniqueísta del conflicto", vale decir, la acentuación de variables limitadas al binomio amigo/enemigo (1971, p. 70). Al respecto, si bien lo escrito por Bouthoul sobre este punto, "la etnología del conflicto", es atractivo por cuanto busca otras vías para analizar la guerra, no rebasa el propósito de este texto, ya que se pretende explorar una ruta no revisada por Bouthoul: la potencial interrelación de la polemología con la labor de los corresponsales de guerra.

Entre quienes acompañaron a las tropas, en calidad de periodistas-literatos o reporters, estuvieron Eduardo Hempel (de El Ferrocarril de Santiago), Julio Chaigneau y Ricardo González y González (La Patria de Valparaíso), Eloy Caviedes (El Mercurio de Valparaíso), Javier de la Isla (El Coquimbo de La Serena) y Daniel Riquelme (El Heraldo de Santiago). En general, estos reporteros cumplieron con el envío sistemático de información a la redacción de su medio, declarando la búsqueda del prurito de la objetividad. Asimismo, acercaron las experiencias de las tropas a la opinión pública mediante sus despachos, que coincidían con la emergencia de la prensa industrial en el último cuarto del siglo XIX, por lo cual estaban destinados al consumo de noticias en masa, con el objeto de sustentar el proyecto editorial a través de la venta de ejemplares y avisos. Esto causó un impacto en la opinión pública, pues informaban lo que encontraban al visitar el campo de batalla e informarse de los detalles de la guerra a través de testigos (Durán, 2014, p. 165).

Así, ellos contribuyeron a satisfacer la demanda de información respecto de lo acaecido en batalla. Además de eso, a causa del discurso y la retórica presente en sus escritos, sirvieron de sustento de un imaginario patriótico, nacionalista y guerrero -el maniqueísmo bélico- durante un momento clave para la construcción de las instituciones republicanas y la identidad chilena, a partir de un conflicto armado externo contra dos naciones a la vez. Ello dotó de sentido, contenido, significado y objetivos a la causa de la guerra (Ibarra, 2020, p. 148), y así perfiló y legitimó la alianza vertical y horizontal de distintos actores sociales en torno a los ideales de la modernidad decimonónica y el Estado Nación, cruzados por el discurso bélico (Uribe, 2004, p. 14). De este modo, la reportería de guerra fue parte de la organización, la autoridad política y la movilización de recursos materiales, financieros y humanos necesarios para llevar adelante el esfuerzo de la guerra (Centeno & Enríquez, 2016, p. 188).

En este sentido, los despachos de los corresponsales, en especial los de Daniel Riquelme para El Heraldo de Santiago, traslapan elementos de la crónica y la literatura; los relatos se esmeran por reconstruir fielmente lo acaecido, aunque ello va unido con la necesidad de narrar con estilo y creativamente de acuerdo con un proyecto editorial determinado (Lluch-Prats, 2015, p. 50). A este respecto, Julio Ramos (2003) indica lo siguiente:

A primera vista la antítesis entre el periodismo y la literatura hoy podría parecemos un lugar común. En la década de 1880, sin embargo, esa diferenciación entre la literatura y un uso del lenguaje específicamente periodístico era relativamente nueva. La antítesis registra la fragmentación de las funciones discursivas presupuesta por la emergencia del sujeto literario moderno: el "campo de la fantasía", la "elegancia de las formas". Es decir, en el sistema anterior, el intelectual era un "publicista" y el periódico era el lugar de las letras, operando en función de la extensión del orden de la escritura. Pero ya en la década de 1880, aquella indiferenciación comienza a cuestionarse a medida que las letras y la escritura estallan en prácticas a veces antagónicas que compiten por la autoridad en el interior de una nueva división sobre el trabajo de la lengua. (p. 135)

Este artículo analiza el discurso que albergan los despachos de Daniel Riquelme durante la denominada campaña de Lima (diciembre de 1880 - enero de 1881), que trajo como consecuencia la ocupación por las tropas chilenas de la capital del Perú, tras las batallas de San Juan y Chorrillos (13 de enero de 1881) y Miraflores (15 de enero de 1881). La estructura argumentativa de esos escritos pone énfasis en la caracterización de los chilenos y de los peruanos, en la transmutación de valores señalada por Bouthoul, sus impresiones respecto de la ciudad de Lima ocupada por los chilenos, así como en factores económicos de relevancia para la sociedad de la época en el contexto de la guerra. En síntesis, estos textos resaltan la alteridad de la ecúmene y del teatro de operaciones, además de aspectos cotidianos de la campaña que en su momento contribuyeron a fomentar el interés del público sobre el conflicto y estimularon el consumo de noticias, para lo cual utilizan una narrativa ágil, que detalla personas y territorios desconocidos para la mayoría de la población, valiéndose de las posibilidades retóricas de la prosa en clave guerrera y nacionalista. Al respecto, Riquelme se distingue de otros corresponsales en cuanto ocupó un lugar destacado en el campo literario chileno que se consolidó hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX.

La prensa chilena y la Guerra del Pacífico

Durante la Guerra del Pacífico, el discurso nacionalista y unificador desplegado desde los medios de comunicación permitió mantener el frente civil en concordancia con los objetivos de Chile en el conflicto. Intelectuales y periódicos trabajaron arduamente para enaltecer una imagen transversal de nación, tanto para los soldados como para el público no combatiente. Publicistas y escritores tales como Benjamín Vicuña Mackenna, Eusebio Lillo, Ramón Pacheco, entre otros, pusieron sus plumas al servicio de la causa chilena. Al hacer eso, olvidaron su americanismo de cuño liberal de décadas pasadas, en especial contra los afanes hegemónicos de los Estados Unidos y el intento colonialista de España en la guerra de 1866, y concentraron su objetivo en la derrota de la alianza peru-boliviana (Ubilla, 2020). Empero, la crítica al actuar del Gobierno y las instituciones del Estado fue la constante durante el desarrollo de las hostilidades (McEvoy, 2011, pp. 138-139). Por esta razón, la victoria se convirtió en una misión que debía cumplirse de forma contundente y definitiva, y que solo hasta enero de 1881 fue refrendada por el desarrollo de la campaña militar.

En el contexto de la época, ¿qué relevancia se puede atribuir a los lectores en el conocimiento y apoyo al conflicto? Hacia el año de 1880 existía un público alfabeto cercano al 32 % de la población, la mayoría de sexo masculino (Santa Cruz, 2010). Con todo, el acceso a la información e interpretación de la guerra incluyó otros soportes. Por ejemplo, la Lira Popular permitió el consumo de noticias a partir de un lenguaje transversal como los versos octosílabos que eran dispuestos en uno o dos pliegos y se acompañaban por dibujos que explicaban el contenido de lo escrito (Rodríguez, 2014; Orellana, 1996). A su vez, también se encontraba la prensa de caricaturas participando en el debate de la época. El Ferrocarrilito, editado por Juan Rafael Allende durante esos años, llegó a un tiraje de 11 000 ejemplares en 1881 (Cornejo, 2018, p. 430). Además, sus grabados fueron exhibidos en comercios de diversa índole y de alta concurrencia (Palma & Donoso, 2002, p. 138). A ello debe sumarse la práctica de difusión oral de las noticias materializada en la lectura pública de periódicos, que le permitió a una audiencia heterogénea conocer acerca de las diversas acciones de la guerra (Benavides, 1967, p. 13).

Durante los últimos años han surgido algunos escritos referidos a los corresponsales de guerra. Ejemplo de ello es la compilación de Piero Castagneto (2015), quien reúne un conjunto de extractos periodísticos chilenos sobre el conflicto, o el estudio de Patricio Ibarra (2020) sobre la labor específica que dichos enviados cumplieron en el frente (2020). En todo caso, su abordaje general no permite enfatizar sus cualidades y su contribución tanto a fortalecer un discurso triunfal de las armas chilenas como, en casos determinados, a construir un imaginario del actuar del soldado chileno en la guerra; ideas transversales, mayoritarias y ampliamente difundidas en la prensa y opinión pública chilena contemporáneas al conflicto (Rubilar, 2011). En esos trabajos, Riquelme se erige con un rol fundamental para la construcción del imaginario del roto -como se denominaba a las personas de origen popular que integraron el grueso de las tropas en esa guerra- en campaña, así como su caracterización frente al enemigo. Sin embargo, no existen estudios, hasta el momento, que hayan analizado el rol de Riquelme como corresponsal en el conflicto, para conectar la construcción de este discurso con el posterior impacto de su obra canónica en el siglo XX. Ese es el vacío que pretende llenar este artículo.

El estilo de Riquelme

La obra de Riquelme es parte fundacional de la literatura chilena de fines del siglo XIX. Como ya se mencionó, su producción para el gran público inicia con sus reportes sobre la guerra aparecidos en El Heraldo de Santiago. En ese contexto, la campaña de Lima narrada por Riquelme era la que, según la opinión pública chilena, debía finalizar con la guerra, y así la ocupación de la capital del Perú sería el momento que culminaría el conflicto de 1879, tras la exitosa incursión a Moquegua, que finalizó con la conquista de Tacna y Arica.

Al término del conflicto, esos escritos fueron adaptados por el autor bajo la estructura de relatos breves y publicados con el título Chascarrillos militares (Riquelme, 1885), los cuales buscaban representar la vida de los soldados chilenos en la guerra. Bajo la mixtura literaria entre los cuadros de costumbres y el cuento, Riquelme exploró sus vivencias de corresponsal en campaña y su reflexión sobre el comportamiento de los rotos en su periplo al norte. Los Chascarrillos militares aumentaron en 1890 con nueve cuentos más, y tomaron el título de Bajo la tienda. Recuerdos de mis campañas contra Perú i Bolivia 1879-1884 (Riquelme, 1890). Esta obra tuvo diversas reimpresiones durante el siglo XX, que reafirmaron el lugar de Riquelme en el parnaso chileno como una de las voces canónicas de la identidad nacional. En este sentido, para Mariano Latorre (1931), esos textos resumen la esencia del ser chileno. Según Raúl Silva Castro, es a través de Riquelme que puede leerse la inauguración del verdadero cuento chileno, así como la representación fidedigna del soldado en campaña (Silva, 1966, p. 24). A su vez, Carmen McEvoy (2011, p. 246) asegura que Riquelme colaboró a hacer popular el conflicto en un contexto de crisis sociopolítica de Chile a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Para Eduardo Aguayo (2017, p. 125), Riquelme escribe su propia historia de Chile.

El estilo de Riquelme se manifiesta como un proceso de desarrollo continuo que, no obstante, adquiere matices distintivos ya desde sus inicios como corresponsal de guerra. En sus reportes, el autor asume una narrativa que deambula por las conversaciones de los soldados, que recuerda los cuadros de costumbres de Mariano Larra, y que le permite contemplar la atmósfera del conflicto tanto a nivel gubernamental como individual.

Asimismo, su descripción de los rotos como soldados que oscilan entre la inocencia, la valentía y una actitud ladina, que tiene su origen en sus textos para el El Heraldo de Santiago, hace de la escritura de Riquelme un modelo para la literatura chilena del siglo XX (Silva, 1966).

Este artículo estudia los doce escritos publicados en El Heraldo durante la campaña mencionada. Su primer despacho, fechado el 14 de diciembre de 1880, fue publicado en la edición de El Heraldo del 25 de diciembre de 1880. El último fue elaborado el 12 de febrero de 1881 y vio la luz el 5 de mayo de 1881. El análisis de los documentos es holista e integral respecto a los fenómenos analizados. Mediante un análisis descriptivo e inductivo se señalan las regularidades del discurso escrito, a partir de la reproducción de sus elementos más representativos en el lenguaje propio de los sujetos, y se sistematizan y categorizan según la temática a la cual se refieran (Martín, 1995, p. 45; Sanz, 2005, p. 102).

Riquelme representa la chilenidad precisamente en la génesis del campo literario chileno (Catalán & Bruner, 1985), cuando la literatura comenzó a separarse de la prensa para fundar una propia esfera de textos, autores, públicos y crítica; una esfera que, para mediados de siglo XX, habrá establecido claras delimitaciones entre ambos campos. De esta forma, como periodista y literato, Riquelme representa una expresión ejemplar de lo que fue la formación de un campo y las nuevas textualidades que este permitió. Entonces, su obra colinda entre lo imaginario y lo factual, como un producto original de su tiempo (Ossandón, 1998). Sus textos dan cuenta de la difusión de una representación de la realidad invadida por la retórica literaria. Esta invasión de la retórica literaria en historias e informativos también ha sido caracterizada como un intento por reescribir la historia. El análisis de Aguayo (2015) a la obra de Riquelme posterior a su participación como corresponsal de guerra señala:

[...] nos parece que la fuerte presencia del pasado y sobre todo del registro historio-gráfico nacional en la prosa de Riquelme responde, antes que a sus falencias como "literato", a un proyecto crítico y creativo: fundar -en la intrascendencia de la lectura diaria- una escritura conmemorativa capaz de conciliar en el imaginario el pasado y el presente nacionales, conjurando así la incertidumbre del tiempo futuro. (p. 50)

De esta forma, a juicio de Aguayo, la escritura de Riquelme se presentaría como una reconciliación del pasado refrendado desde el presente.

Riquelme: el corresponsal de guerra

En términos generales, Riquelme cumple con el perfil de corresponsal planteado antes. En primer lugar, fue contratado por El Heraldo de Santiago y remitió sus despachos con regularidad a ese medio. Acompañó al Ejército describiendo la campaña de los chilenos a Lima en diciembre de 1880 y enero de 1881. No obstante, el relato de Riquelme no alcanzó el prurito de la objetividad debido a su constante apoyo y justificación de la causa chilena durante la guerra (Bouthoul, 1971, p. 32). Asimismo, los textos de Riquelme fueron reproducidos por la necesidad de su periódico de informar sobre la coyuntura bélica, así que contribuyeron a sustentar el proyecto del periódico en el competitivo mercado de noticias chileno de inicios de la década de 1880. Cabe señalar que el trabajo como corresponsal de Riquelme solo se circunscribió a la campaña de Lima en la Guerra del Pacífico.

Por otra parte, Daniel Riquelme, testigo privilegiado de la campaña de los chilenos hacia Lima, forma parte de un fenómeno que tiene larga data en la historia occidental. Desde el relato de Tucídides respecto de la guerra del Peloponeso hasta nuestros días, los protagonistas y observadores de diversos hechos considerados trascendentes en su época han sido esenciales para reconstruir y comunicar los fenómenos sociales y culturales asociados a la guerra (Dosse, 2004). Las anotaciones de Riquelme eran publicadas varios días luego de producidos los hechos narrados, que ya habían sido anunciados por el telégrafo u otros medios al momento de la publicación. En todo caso, de dichas anotaciones se extrae información diversa en torno a la conquista del territorio peruano; por ejemplo, el número de hombres movilizados de un lugar a otro, así como la suerte de ellos tras el final de los encuentros armados. Describiendo los nuevos territorios que ocupaba el Ejército, desconocidos para la mayoría de la audiencia, y por lo tanto imaginados como exóticos, el corresponsal Riquelme, así como tantos otros corresponsales chilenos (Caviedes, Hempel, entre otros), exponía su justipreciación sobre el conflicto argumentando en favor de la guerra y alabando el desempeño de los chilenos en ella.

Respecto de la orientación ideológica de El Heraldo, desde su primer número declaró su línea editorial en sintonía con el Partido Radical, una de las variantes del liberalismo chileno de la segunda mitad del siglo XIX, que defendió ideas vinculadas con la laicización de la sociedad, la libertad electoral y la reforma para restar influencia al Poder Ejecutivo. En su primera edición, del 12 de agosto de 1880, indicó que este grupo político "necesitaba de un diario para influir más directamente en la opinión y para servir de vínculo de unión a todos los radicales del país" (El Heraldo, 12 de agosto de 1880). Su redactor fue Abraham Kónig, conspicuo dirigente radical que en ese momento ocupaba un escaño en la Cámara de Diputados representando a la ciudad de Chillán (Valencia, 1986, p. 277). En este medio colaboraron grandes personajes de la época como Valentín Letelier, Augusto Matte, Benjamín Vicuña Mackenna, Federico Puelma, Miguel Luis Amunátegui, entre otros intelectuales de renombre, todos ellos vinculados con el liberalismo y el radicalismo del siglo XIX chileno.

El Heraldo ocupó el formato y diseño estándar para los periódicos del siglo XIX, esto es, una diagramación de seis columnas por hoja con un máximo de cuatro páginas. La primera comprendía una lectura de las noticias internacionales relativas a la guerra y otros temas de interés general, que eran traducciones realizadas por los editores usualmente desde medios europeos y estadounidenses de la época. Allí se publicaron los despachos de Riquelme bajo el título "Cartas de nuestro corresponsal en Campaña". La segunda página contenía la columna editorial, así como la reproducción de las opiniones de diversos medios, incluida la prensa peruana y boliviana, respecto del conflicto y otros temas de actualidad. La tercera compendiaba temas relativos al funcionamiento interno de Chile, como información de las provincias, reproducción de escritos de otros diarios y avisos económicos varios. La última página incluía información comercial relativa a bonos y operaciones bursátiles, así como un folletín literario, apartado de común publicación en la prensa latinoamericana de la época.

Los chilenos en los despachos de Riquelme

Como se mencionó líneas más arriba, uno de los aspectos presentes en los despachos de Riquelme para El Heraldo es la valoración superlativa respecto de los soldados chilenos, que coincide con una "prensa oficiosa" al servicio de la causa nacional, cercana a la propaganda, tanto en sus intenciones como acciones durante la guerra (Schulze, 2001). Esta defensa de la nacionalidad durante la guerra se vio favorecida por los constantes resultados positivos en el desarrollo de la campaña militar, lo cual posibilitó la justificación del uso de la fuerza, la creación de héroes y la sublimación de sus virtudes combativas y ciudadanas. Esto se hallaba en sintonía con la apreciación general de los chilenos respecto de los rotos, glorificados por la prensa y la sociedad en general por su proceder valiente en combate (Cid, 2009).

Al igual que sucedió con los corresponsales de otros periódicos, durante la guerra se acentuó el binomio amigo/enemigo como si fueran facciones totalmente opuestas. Si bien durante el periodo de paz la noción de amigo/enemigo tenía "matices", en el plano de la guerra, el término de enemigo volvía a retomar su significado original en cuanto "hueste" (Bouthoul, 1971, p. 70). Para el caso de Riquelme, sus escritos fueron más allá de lo establecido por los códigos contemporáneos al comparar la conducta de los chilenos con el actuar de otros ejércitos, lo que, finalmente, servía para remarcar su superioridad intrínseca sobre peruanos y bolivianos.

Un ejemplo de lo señalado se apunta el 20 de diciembre de 1880 desde Pisco, al sur de Lima, donde Riquelme destacó la "extraña generosidad con que se procede en los pueblos ocupados", por cuanto, para los vecinos de la zona en que operaron los chilenos, "No es figura decir que la guerra y la invasión no son absolutamente una calamidad para nuestros enemigos, sino un don de los cielos", pues "Se paga no sólo hasta la última sandía que consume la tropa, sino que además se paga también el alza fabulosa que la avidez de los traficantes impone a sus artículos". Del mismo modo, Riquelme argumenta que "no es el caso de lamentar los horrores de la guerra, pintando campos destruidos, aldeas incendiadas y familias arruinadas, como ve en los cuadros de la guerra franco-prusiana, al menos en los sitios que me ha tocado ver". En definitiva, según el reporte de Riquelme, en las tropas chilenas predominó el buen comportamiento, incluso por encima de ejércitos europeos, y el respeto a la propiedad privada, debido a que

Chile, tratando de vencer a un enemigo que le ha jurado guerra sin cuartel, cuida con empeño de que, al tiznarlo al suelo, no se rompa la levita ni se le caigan las monedas del bolsillo a su porfiado contrincante. (El Heraldo, 5 de enero de 1881)

En ese mismo sentido, la anotación del 5 de enero en el campamento de Lurín, lugar de acantonamiento de los chilenos al sur de Lima antes de la incursión contra esa ciudad, relata lo acaecido con los soldados peruanos tomados por los chilenos tras el combate de El Manzano el 27 de diciembre de 1880. Allí Riquelme recalca que "los prisioneros recibieron magnífico trato", pese a que el jefe de la unidad capturada, el coronel Sevilla, escribió al mandatario del Perú Nicolás de Piérola: "Los soldados chilenos son unos ladrones y los jefes y oficiales lo son más" (El Heraldo, 25 de enero de 1881).

En una línea muy similar a la anterior, la correspondencia de Riquelme menciona cómo la población y militares aliados, en este caso peruanos, descalificaban a los chilenos. Los peruanos, debido a la rivalidad producto de la guerra, distinguían a los soldados chilenos por su irrespeto a las personas y la propiedad privada. Escribiendo desde Arica el 3 de diciembre de 1880, antes de embarcarse para participar de la invasión a Lima, Riquelme señaló que, ante la llegada de los chilenos a Pisco, los lugareños fueron advertidos de que estos "eran peores que los cosacos y que serían saqueadas y ultrajadas según la usanza cosaca, y a mayor abundamiento, pasadas a cuchillo" (El Heraldo, 15 de diciembre de 1880). El 6 de enero de 1881, desde el Campamento de Lurín, a propósito de una patrulla chilena que deambulaba en las cercanías, el corresponsal afirmó que, ante la presencia de dichas fuerzas, el contingente peruano huyó "a gran prisa sin atreverse a avanzar un palmo de tierra"; empero, "los gritos de chilenos ladrones, rotos y otros que se callan por decencia estuvieron a la orden del día" (El Heraldo, 25 de enero de 1881).

Por otra parte, luego de las batallas de San Juan, Chorrillos y Miraflores el 13 y 15 de enero de ese año, Riquelme intensificó su retórica a favor de sus connacionales al indicar que, con la llegada y desfile de los chilenos por la "Ciudad de los Reyes", los peruanos podían observar por sí mismos la razón de su derrota. La carta fechada el 21 de enero de 1881 apunta: "El enigma de nuestras victorias ha sido descifrado en un minuto por el pueblo limeño. Ha visto desfilar todos los datos del problema y la solución la ha encontrado sin esfuerzo de cerebro". Y agrega:

Estaba pues a la vista la razón abrumadora, el gran secreto de nuestros triunfos en esas tallas robustas, en esas caras sucias que no conocieron afeites, ni regalos; austeros, viriles, viajando sin más capa que el polvo de los caminos y la gloria de sus triunfos, de jefe a soldados. (El Heraldo, 4 de febrero de 1881)

Así, entonces, Riquelme centró la razón de la victoria de Chile en sus soldados enfatizando el carácter cívico y patriótico de quienes formaron parte de los cuadros del Ejército; aquellos que, merced a su temple y sacrificio, hicieron posible conquistar la principal ciudad enemiga. Con todo, los chilenos sabían de su superioridad. En palabras de Riquelme, al entrar a Lima, las tropas mostraron:

[...] el aire fiero de los conquistadores, ni gravedad estudiada para las circunstancias; verdad que en esto debe influir la ya larga costumbre de entrar vencedores que ha adquirido en dos años de campaña y de gloriosos triunfos [el Ejército], desde Antofagasta hasta el pie del San Cristóbal. (El Heraldo, 4 de febrero de 1881)

A su juicio, lo ocurrido era la consecuencia lógica del mayor valor de sus compatriotas.

La alteridad peruana y la Ciudad de los Reyes

Tal como en otros testimonios contemporáneos, entre los que se cuentan cartas, diarios, memorias, entre otros escritos, la correspondencia de Riquelme a El Heraldo construyó la alteridad peruana a partir de la negación de su valor y de condiciones similares a las de chilenos, con base en apreciaciones subjetivas y prejuicios nacionales y étnicos, provenientes en su mayoría de los paradigmas de la modernidad ilustrada, e incrementados por el ambiente belicista predominante en las sociedades involucradas en la guerra (Ibarra, 2019).

En primer lugar, los identificó como cobardes, endilgándoles la intención de evitar a toda costa el combate. El 28 de diciembre de 1880, cuando el Ejército chileno se preparaba para amagar la "Ciudad de los Reyes", el corresponsal aseguró que el coronel Sevilla, ya individualizado, advertía que los limeños "se batirán hasta derramar la última gota de sangre. Hay la firme resolución de morir antes que entregarse". A renglón seguido, con ironía, Riquelme agregó: "Eso debe ser en Lima, seguramente, porque los que vienen de otras partes no piensan en tal cosa" (El Heraldo, 25 de enero de 1881), con lo cual aludía a la escasa resistencia que hasta el momento habían presentado las fuerzas peruanas ante la invasión. Días más tarde, el 6 de enero de 1881, insistía en su idea relativa al temor de los peruanos hacia los chilenos, al satirizar con un encuentro a la distancia entre ambos contendores: "Ahí están las primeras avanzadas de los peruanos, las que se replegaron a paso de vencedores al ver avanzar a los buines" -como se denominó coloquialmente a los efectivos del regimiento chileno Buin- "que iban a tomar posiciones como a mil quinientos metros" (El Heraldo, 26 de enero de 1881).

Sus escritos también caracterizan a los peruanos como incivilizados y bárbaros. Utilizando como ejemplo a las tropas derrotadas tras la batalla de Miraflores, Riquelme describe a una fracción de este ejército como bandoleros que, entrando a Lima, provocaron un conato revolucionario que se manifestó violentamente contra los tenderos chinos. El 21 de enero de 1881, ya en la capital del Perú, aseveró:

Los disparos de la batalla llegaron aquí como si hubieran entrado a Santiago, sin Dios ni ley. Robos, incendios, persecuciones, asesinatos en la calle pública, nada faltó al desborde de las más bajas pasiones, que durante una noche, como oleada de cieno y fuego, corrió por toda la ciudad. (El Heraldo, 4 de febrero de 1881)

Los desórdenes fueron contenidos por fuerzas desembarcadas desde los buques extranjeros surtos en El Callao. Luego, el alcalde de Lima y el cuerpo diplomático solicitaron la entrada de las fuerzas chilenas a la urbe, hecho que, según Riquelme, fue fundamental para restablecer el orden. En efecto, en su misiva del 12 de febrero de 1881, el corresponsal afirmaba: "Si hoy mismo saliera el Ejército, no dudo que la bacanal del 16 [de enero] se repetiría más brutal y sangrienta" (El Heraldo, 5 de mayo de 1881).

Al respecto, reflexionando ante el estado político y moral de Perú, escribe: "está, pues, en el caso de aquellos enfermos que, desahuciados por la ciencia, apelan a las aguas milagrosas, a las mandas y reliquias para recuperar la salud"1. El fragmento alude, en forma particular, al escape de Nicolás de Piérola, quien, tras la derrota a las puertas de Lima, huyó a la Sierra intentando establecer allí un gobierno para resistir a la invasión. Sobre esto mismo, el corresponsal asegura: "Mucha gente cuerda lamenta de veras lo que ocurre"; empero "desgraciadamente no son muchos, y contra ellos está la masa apelmazada y cruda de la turba y todos los intrigantes políticos, de esta política peruana que encuentra buenas todas las ocasiones para pescar en río revuelto". Al final de su escrito, Riquelme señala que cualquier solución, ante la postración y levedad de la élite peruana, pasaría por la firme acción y resolución ejecutada desde Santiago, debido a que "la autoridad que se levante tendrá que ser sostenida por las bayonetas chilenas, o no hay nada estable ni medianamente garantido [sic]" (El Heraldo, 5 de mayo de 1881). De estas palabras se desprende que, en ese momento, la tranquilidad en el otrora orgulloso Virreinato del Perú dependía de los rotos de Chile.

Similar fue el juicio de Riquelme hacia otras nacionalidades con las cuales los chilenos compartieron sus actividades cotidianas durante la expedición al Perú. El caso más llamativo son los comerciantes chinos, que habían arribado al Perú como mano de obra semiesclava y, luego de trabajar en las salitreras, la agricultura o la línea del ferrocarril, habían recuperado su libertad escapando de sus faenas o tras cumplir con su contrato (Rodríguez, 1999; Paroy, 2012, p. 138). Otro caso son los chinos de Pisco, quienes, a la llegada de los invasores, intentaron hacer pingües ganancias a partir de cobros excesivos y usura. El corresponsal, en su despacho del 20 de diciembre de 1880, aseguraba que "los chinos de Pisco han realizado casi todas sus existencias en ese género, subiéndolas a medida de la demanda hasta llegar a precios increíbles" (El Heraldo, 5 de enero de 1881). De esa manera, Riquelme repara en el carácter estafador de los chinos, grupo sobre el que los chilenos tenían un desprecio racial (Tinsman, 2018, p. 442).

Este juicio se acentúa al referirse a la comunidad italiana, por cuanto, según Riquelme, serían ellos los principales responsables de intentar timar a los chilenos: "son aquí otra ralea semejante a la de los chinos, y que nos profesan un odio muy cordial, que lo manifiestan con mil hostilidades mal encubiertas". Por ejemplo, por la venta de pisco a las tropas chilenas, "en Tacna piden por la botella de este licor tres pesos, y en este puerto, al llegar la expedición, costaba el canco [vasija, en el habla coloquial] de 16 botellas 4 pesos, de excelente calidad" (El Heraldo, 5 de enero de 1881).

Así, los escritos de Riquelme presentan tanto la desconfianza hacia los italianos, igualados al estereotipo sobre los chinos, así como las "malas prácticas comerciales" de ambas comunidades. El énfasis en torno al nivel de usura, a su vez, también presupone una operación de doble ofensa, pues se compara a los habitantes de una nación europea civilizada, en este caso los italianos, con una población como la china, infravalorada por su procedencia, raza y condiciones de vida peores respecto al resto de las otras comunidades. Bajo estas consideraciones, Riquelme prosigue con su diatriba: "[...] tanto aquí como en Arica y Tacna, donde la llegada de nuestro ejército para esos esquilmados negociantes ha sido y continúa siendo una lluvia de oro que explotan con la mayor deslealtad y judería" (El Heraldo, 5 de enero de 1881). Al utilizar la palabra_/Wer/a como adjetivo, presenta un maniqueísmo discursivo que posicionaba al comerciante desleal como antónimo del buen ciudadano. Esto denota su desprecio respecto del judaísmo en cuanto prejuicio generalizado de su época (Sater, 1987, p. 318).

Los despachos de Riquelme también se construyen a partir de la comparación de los recursos económicos de los territorios invadidos con los de Chile. En este sentido, el corresponsal no se impresionó con el aspecto de Lurín, pues lo caracteriza como "un pobre caserío más triste que cualquiera de nuestras aldeas, con sus casas de quincha y barro sin blanquear, lo que alteraría, si les dieran algún color, la horrible monotonía de este tinte plomizo como la piel de los burros" (El Heraldo, 7 de enero de 1881). Sin embargo, en contraste, el paisaje natural de los arrabales de Lurín le pareció de mayor interés:

[...] el valle de Pachacamac y parte del de Lurín son lindísimos, notándose [en] ellos el principio de ese desorden y profusión de las selvas tropicales. Esta tierra fecunda y lujuriosa sólo pide agua, y agua hay en abundancia, que corre ¡recuerdo de la patria! en acequias grandes, ruidosas, cristalinas. (El Heraldo, 7 de enero de 1881)

Este ejercicio responde a una forma de exhibir el potencial económico de los territorios, así como una manera de ejercer el dominio de la mirada sobre los lugares conquistados2. De esta forma, el texto no solo evoca el valle central de Chile como objeto nostálgico, sino que a la vez muestra el potencial de una zona que bien podría servir para la producción agrícola y, de esta forma, acrecentar el poder económico del país conquistador. El valle de Lurín, con su desborde tropical, con su abundancia de fertilidad y agua, responde a la búsqueda de Riquelme de una zona que es tan hermosa como potencialmente prolífica. Esto se da en el contexto de una interpretación en la que Chile representa el orden y la bondad, ante el desorden de la alteridad peruana, que se materializa en esta exuberancia sin control. Los textos de Riquelme, desde esta perspectiva, muestran caracterizaciones contrapuestas de los territorios en disputa, al tiempo que remarcan su potencial económico.

Por su parte, Lima, objetivo predilecto de la opinión pública chilena durante el desarrollo de la contienda, fue percibida en esa época como una urbe de grandes proporciones, llena de lujos y ostentación (Rubilar, 2011, p. 52). A pesar de las expectativas, los escritos del corresponsal delatan su decepción luego de entrar a la capital enemiga. El 24 de marzo, Riquelme anota: "Es verdad que por lo pronto la ciudad de los virreyes no corresponde del todo a la fama que siempre tuvo". Sin embargo, el corresponsal reconoce que "ha tenido ese picante atractivo de la manzana del paraíso", merced a las descripciones de sus palacios, "casi feudales todavía; su vida espiritual y galante; sus mujeres tropicales; su cielo azul con arreboles de oro; su amable, perfumado y tibio como el seno de sus coquetas". Más aún, asegura que "En Chile he oído decir frecuentemente a muchos entusiastas, que preferían pasearse un día por sus calles que un mes por las de París". Acto seguido, exclama: "¡Y cuántos más fervorosos no han repetido lo que la juventud ateniense decía de Espacia: verla y morir!". Finalmente comenta: "Verdad que muchos cumplieron sus deseos a pata de la letra" (El Heraldo, 13 de abril de 1881), en alusión a los soldados que murieron durante la guerra.

Con todo, la conquista y el disfrute de las cualidades de la capital de Perú serían el premio que los chilenos merecieron por su esfuerzo. En su carta del 8 de abril, Riquelme recrea una anécdota en la cual narra cómo los soldados chilenos se comportaron en Lima, mostrando su seguridad y superioridad respecto de lo que la ciudad les podía ofrecer. Según el corresponsal, los soldados se paseaban por la ciudad con "cierta indolencia de buen tono y esa fatiga del gran señor que todo lo ha visto". Sumado a esto, se detalla cómo estos hombres se transportaban en carruajes de arriendo como si fueran propios: "En días pasados, un cochero se permitió advertirle a uno de sus favorecedores que iba sin pagarle. El soldado lo miró de alto abajo, diciéndole al muy admirado: -Te figurai que no nos ha costado naa venir aquí" (El Heraldo, 1.° de mayo de 1881). Verdad o no, el relato exhibe cómo los chilenos, según la pluma de Riquelme, merecían ser recompensados por las penurias sufridas en la campaña frente a un adversario que los despreció, mas nunca estuvo a su altura en el momento de presentar batalla.

Conclusión

Durante la guerra, en Chile y Perú, los periódicos más importantes satisficieron la necesidad de información sobre el desarrollo de las acciones militares y la vida de las tropas en campaña, y así se convirtieron en un importante insumo para la creación y expansión de imaginarios y representaciones asociadas a un conflicto que modificó las fronteras de Latinoamérica.

Uno de los más importantes fue Daniel Riquelme por cuanto su producción como corresponsal tuvo un correlato en su obra posterior, debido a su impacto como narrador canónico del conflicto durante el siglo XX chileno. Su obra Bajo la tienda fue recuperada en distintas oportunidades durante el siglo pasado (1910, 1931, 1937, 1953, 1955, 1958, 1961 y 1975), y dio nuevo comienzo a la Biblioteca de Autores Chilenos, en 1931, promovida por Mariano Latorre, así como fue parte de las lecturas escolares durante la década de 1950 (Véliz, 2015, p. 12).

Por su parte, sus reportes enviados a El Heraldo de Santiago constituyen documentos a través de los cuales se puede acceder a información fáctica de las hostilidades, así como a diversas reacciones culturales derivadas del desarrollo del conflicto. De este modo, sus impresiones al respecto dieron forma a la guerra en progreso para la opinión pública y determinaron la textura de sus experiencias propias y las de los combatientes, mediada por su narrativa impetuosa y patriótica, en clave épica, a partir de una celebración estilizada de lo que narró como las glorias de Chile, anticipándose a la entrada de las tropas chilenas a Lima.

La obra de Bouthoul explica este aspecto etnológico del fenómeno bélico por el cual las representaciones sociales cambian y dan paso a un nuevo universo moral que, a su vez, promueve el desarrollo de un maniqueísmo psicológico en las sociedades de los países involucrados en la guerra. En el caso de Chile durante la Guerra del Pacífico, dicho cambio fue fomentado por las narrativas de este grupo de hombres en el que Daniel Riquelme tuvo un rol destacado. Como testigo privilegiado del conflicto, Riquelme escribe sobre lo que ve, pero sin dejar de lado una posición crítica ante las acciones y la representación de la alteridad del enemigo.

En este sentido, la representación de los chilenos y de los "otros" ocupó un espacio privilegiado para el autor. Chile como vencedor y Perú como enfermo son la idea fuerza de sus escritos. Los rotos se transformaron en el ícono más representativo de los chilenos: valientes, alegres y fuertes ante la adversidad. Por otro lado, el discurso de la alteridad se robusteció tanto en la imagen que se creó del Perú y los peruanos como en la imagen de comunidades con las que Riquelme se encontró en su periplo por Lima. Así, chinos e italianos fueron enjuiciados por su pluma debido a sus actitudes frente a las fuerzas de ocupación. Esa escritura permite reconocer los dispositivos argumentativos presentes en este tipo de textos, pues en los escritos de Riquelme se muestran mercados, comunidades, intercambios y territorios que pronto se integrarían, aunque temporalmente, a la administración chilena. Con su mirada crítica respecto de la ecúmene y los territorios ocupados, Riquelme relató la adquisición de paisajes nuevos, desconocidos y profusos en riquezas, además de exóticos para el gran público chileno.

Daniel Riquelme trasciende al resto de los corresponsales enviados por los periódicos chilenos (Eloy Caviedes, Eduardo Hempel, Ricardo González y González, Julio Chaigneau o Javier de la Isla) porque al finalizar la guerra creó su propia narrativa a partir de la recuperación de su experiencia bélica, que se constituyó como parte importante de su obra costumbrista y de relato histórico. Así, Riquelme se hizo parte de la victoria de Chile tanto en ese momento, en cuanto corresponsal que reportó a su medio de comunicación e informó a sus contemporáneos de los logros de las tropas expedicionarias, como una vez terminado el conflicto, al recrear parte de sus historias rescatándolas del olvido y del paso del tiempo.

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1Es interesante notar, en este sentido, el recurso retórico de comparar el cuerpo de la nación peruana con un enfermo y a Chile como el doctor a su cuidado. El uso de este tipo de metáforas revela el campo cultural tras el cual se tejen los escritos de Riquelme, imbuidos en un naturalismo que asemeja las sociedades al cuerpo de los seres humanos y somete todo conocimiento al rigor de la ciencia médica. Esta reflexión está presente en Bernardo Subercaseaux (2010). También se sugiere revisar el texto "Escenas patológicas: el cuerpo enfermo y nación moderna en la estética moderna" de Andrea Kottow (2015).

2 Mary Louise Pratt (2010), en Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, explica esta apropiación del paisaje por parte de los viajeros europeos a través del uso de retóricas estetizantes que exhiben una naturaleza salvaje, al tiempo que muestran las materias primas y su potencial explotación a mano de comunidades más industrializadas.

Citación: Ibarra Cifuentes, P., & Véliz Rojas, C. (2021). Los escritos de Daniel Riquelme como corresponsal chileno en la Guerra del Pacífico (1880-1881). Revista Científica General José María Córdova, 19(35), 741-757. http://dx.doi.org/10.21830/19006586.793

Publicado en línea: 1.° de julio de 2021

Declaración de divulgación Los autores declaran que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo.

Financiamiento Los autores no declaran fuente de financiamiento para la realización de este artículo.

Sobre los autores

Patricio Ibarra Cifuentes es doctor en historia por la Universidad de Chile. Es investigador del Centro de Estudios Históricos de la Universidad Bernardo O'Higgins (Santiago, Chile). https://orcid.org/0000-0002-7696-6173 - Contacto: patricio.ibarra@ubo.cl

Claudio Véliz Rojas es doctor en literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Trabaja en la Universidad de los Andes (Santiago, Chile). https://orcid.org/0000-0001-6855-6660 - Contacto: cveliz@uandes.cl

Recibido: 16 de Enero de 2021; Aprobado: 23 de Mayo de 2021

*CONTACTO: Claudio Véliz Rojas cveliz@uandes.cl

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