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Revista Científica General José María Córdova

Print version ISSN 1900-6586On-line version ISSN 2500-7645

Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.21 no.41 Bogotá Jan./Mar. 2023  Epub Jan 01, 2023

https://doi.org/10.21830/19006586.995 

Política y Estrategia

La primera guerra iraní-israelí: antecedentes e impactos estratégicos de la Guerra del Líbano (2006)

The first Iranian-Israeli war: background and strategic impacts of the Lebanon War (2006)

Janiel David Melamed Visbal1 
http://orcid.org/0000-0002-1127-8484

1 Es doctor en seguridad internacional de la UNED (España) y magíster en gobierno, seguridad nacional y contra-terrorismo de la Reichmann University (Israel). Es docente del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte. https://orcid.org/0000-0002-1127-8484 - Contacto: jmelamed@uninorte.edu.co


Resumen.

Este artículo explora las relaciones entre Irán e Israel desde su inicial alianza estratégica como países no árabes, gracias a la cooperación sobre intereses comunes, pasando por el deterioro de esta alianza y el surgimiento de la rivalidad en el contexto de la Guerra Fría, hasta la Guerra del Líbano en 2006. Se busca entender los antecedentes de este conflicto, sus impactos estratégicos y sus implicaciones en términos de la amenaza híbrida que ha representado el fortalecimiento de Hezbolá como ejército cuasiestatal con el respaldo de Irán. Pese a no compartir fronteras comunes ni tener, en consecuencia, disputas territoriales, la Guerra del Líbano en 2006 constituyó la primera guerra entre Israel e Irán, y ha sido determinante en la evolución de las amenazas híbridas en la región.

Palabras clave: guerra híbrida; Hezbolá; Medio Oriente; relaciones internacionales; terrorismo

Abstract.

This article explores the relations between Iran and Israel from their initial strategic alliance as non-Arab countries, thanks to cooperation on common interests, through the deterioration of this alliance and the emergence of rivalry in the context of the Cold War, to the Lebanon War in 2006. It aims to understand the background of this conflict, its strategic impacts and implications regarding the hybrid threat posed by the strengthening of Hezbollah as a quasi-state army with the backing of Iran. Despite not sharing common borders and, consequently, having no territorial disputes, the 2006 Lebanon War was the first war between Israel and Iran, and has been a determining factor in the evolution of hybrid threats in the region.

Keywords: Hezbollah; hybrid war; international relations; Middle East; terrorism

Introducción

La organización Hezbolá es probablemente uno de los mejores ejemplos para entender las nuevas lógicas de los conflictos armados asimétricos en clave de guerras híbridas. Por una parte, Hezbolá es considerada una organización armada no estatal exitosamente apadrinada por una potencia regional (Irán). Por otra parte, esta organización también es reconocida, dependiendo del contexto, como un partido político por su papel en el gobierno libanés; como una organización social por su involucramiento con agendas de apoyo a comunidades chiitas; como un actor criminal a partir de su vínculo con actividades de narcotráfico, lavado de activos y contrabando, y como un grupo terrorista transnacional, en virtud de múltiples acciones de violencia política en todo el mundo.

En este contexto, Hezbolá hace parte integral del llamado “eje de resistencia”, una red de diversos partidos políticos y grupos armados que cubren operativamente áreas de Palestina, Líbano, Siria, Irak, Afganistán e incluso Yemen, que están conectados ideológicamente por la lucha conjunta en contra de Israel, Estados Unidos y sus aliados, para lo cual cuentan con el apoyo operativo de la Fuerza al-Quds, el brazo externo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica del régimen iraní (Ezzedine & Azizi, 2022).

Para comprender la evolución de los conflictos armados asimétricos en clave de guerras híbridas, y los desafíos multidimensionales que pueden conllevar estos conflictos en el futuro, cobra importancia la guerra del Líbano de 2006. En este conflicto, sorpresivamente, Hezbolá logró ocasionar grandes reveses a una potencia regional como Israel, pero en el proceso también sufrió a su vez. ¿Cómo fue esto posible? ¿Cómo explicar la transformación de Hezbolá en una fuerza bélica cuasiestatal en medio de un conflicto híbrido?

Para lograr una adecuada ilustración al respecto, es necesario entender, a través de un enfoque metodológico historiográfico, los más relevantes antecedentes del proceso de transformación de las relaciones entre Irán e Israel, así como los condicionantes que transformaron esta relación desde la Revolución Islámica de 1979, pasando por las dinámicas generadas por la guerra civil libanesa, la creación de Hezbolá y la retirada del ejército israelí del sur del Líbano a inicios del nuevo milenio, hasta convertirse en uno de los antagonismos más significativos de la región.

Antecedentes de la relación entre Irán e Israel hasta la revolución de 1979

Aunque resulte difícil de imaginar, hubo una época en la que Irán e Israel tuvieron agendas muy alineadas a partir de una serie de elementos políticos, económicos y de cooperación en seguridad. Por ello, la aproximación al estudio de las relaciones políticas formales entre estos países debe partir de una primera etapa ubicada temporalmente desde la proclamación formal del Estado de Israel en 1948 hasta la Revolución Islámica iraní y el consiguiente derrocamiento en 1979 del sha de Irán Mohammed Reza Pahlavi. A partir de este último acontecimiento, el tono y la calidad de las relaciones diplomáticas cambiaron rápidamente y experimentaron un progresivo enfriamiento y deterioro, con el establecimiento teocrático de la República Islámica de Irán por el ayatola Ruhollah Jomeiní.

En esta primera etapa, conformada por un marco de referencia temporal de poco más de treinta años, son numerosas las ocasiones en que la cordialidad y los intereses comunes guiaron la interacción de estos dos Estados no árabes en un entorno regional predominantemente árabe. Ahora bien, desde la perspectiva israelí, buena parte de esta alianza estratégica se fundamentaba en la llamada “Doctrina de la Periferia’”, formulada e implementada por el entonces primer ministro de Israel, David Ben-Gurion. En términos simples, esta doctrina establecía tres categorías de relaciones en el perímetro ampliado de la región. La primera, con aquellos países no árabes y no musulmanes fronterizos con Estados árabes. La segunda, dirigida al grupo de personas no árabes y no musulmanes que vivían dentro de los países árabes. Finalmente, la tercera categoría comprendía aquellos Estados alejados geográficamente de Israel que se sentían amenazados por el nacionalismo árabe militante o que tenían razones domésticas o regionales para buscar lazos con Israel (García, 2018).

Por ende, esta doctrina aspiraba a poder compensar o, si se prefiere, equilibrar las malas relaciones y la hostilidad imperante que Israel experimentaba con sus vecinos árabes inmediatos, en un entorno desbordado de antagonismo y enfrentamientos bélicos, mediante posibles alianzas con actores de relevancia que se encontraran más allá del primer anillo de proximidad territorial israelí. En este orden de ideas, para la alta dirigencia política israelí, cobró relevancia estratégica el establecimiento de relaciones al norte con Turquía y las comunidades cristianas maronitas en el Líbano; en el nororiente con Irán, los kurdos y los drusos, y en el sur con Sudán, Etiopía y sus comunidades cristianas.

En este contexto, para Israel, Irán se convirtió en un punto focalizado de interés diplomático con expectativas muy favorables, al menos por tres razones. Una primera razón puede ilustrarse a partir de que, tras la primera guerra árabe-israelí de 1948, las autoridades iraníes no ejecutaron acciones que amenazaran, afectaran o presionaran de alguna manera a su población de cien mil judíos iraníes a salir apresuradamente de su territorio, como sí ocurrió en la vecina Irak. En este país, con el doble de población judía, tras la derrota de los ejércitos árabes en la guerra de 1948, la entonces monarquía hachemita iraquí implementó acciones sistemáticas para perseguir, arrestar, enjuiciar y en algunos casos sentenciar a muerte a miembros de la comunidad judía, luego de que la simpatía con el sionismo fuera declarada una grave ofensa criminal (Bialer, 1985).

Una segunda razón se derivaba de las enormes riquezas energéticas iraníes de petróleo y gas. Por ello, Irán era una importante ficha para que Israel pudiese romper el cerco de aislamiento diplomático y energético promovido por importantes actores estatales desde el mundo árabe y, con ello, también asegurar un porcentaje sustancial del suministro de combustible requerido para mantener en marcha su economía y su incipiente industrialización.

Finalmente, una tercera razón es que en el periodo de posguerra, con la consecuente caracterización geopolítica del sistema internacional a partir de las dinámicas propias de la Guerra Fría, ambos Estados se empezaban a convertir en piezas fundamentales para los intereses norteamericanos de contener la penetración y consolidación del comunismo en la región, por lo menos hasta 1979 cuando se dio la Revolución iraní (Furlan, 2022).

En el ámbito geopolítico regional, varios elementos también aportaron a este acercamiento inicialmente soterrado entre Israel e Irán. Por ejemplo, resulta pertinente recordar que en Egipto, tras el derrocamiento del rey Faruk en 1952 a manos de un grupo de oficiales del Ejército, la figura de Gamal Abdel Nasser, uno de los líderes golpistas, se fue consolidando progresivamente como la de mayor relevancia en todo el mundo árabe. Parte de ello se puede asociar a su postura antiimperialista frente a las principales potencias occidentales y la promoción de una política regional que apuntaba al panarabismo como noción nacionalista de unidad política y cultural entre los pueblos árabes.

Adicionalmente, casi paralelamente al golpe de Estado en Egipto, en 1953 en Irán, el primer ministro Mohammed Mossadegh fue objeto de un golpe de Estado tras la nacionalización del petróleo. Este golpe de estado, auspiciado por potencias occidentales en asociación con la monarquía, logró restablecer el poder absoluto del sha de Irán Mohammed Reza Pahlavi. Por lo tanto, tras el golpe de estado y la reinstalación de una monarquía plena, mucho más poderosa, no árabe y claramente alineada con las potencias occidentales, se incrementaron las tensiones con un Egipto árabe, sin monarquía, antiimperialista y no alineado con las principales potencias occidentales durante la Guerra Fría (Soltaninejad, 2018).

Ahora bien, el año 1979 fue particularmente convulso y de profundas alteraciones en materia de acontecimientos y realineamientos geopolíticos a nivel mundial y regional. Por ejemplo, en marzo de ese año se firmó un acuerdo de paz entre Israel y Egipto, lo cual lo acercó al grupo de aliados proestadounidenses durante la Guerra Fría, aunque al tiempo sufrió la expulsión temporal de la Liga Árabe. Así mismo, en noviembre de 1979, la gran mezquita de La Meca en Arabia Saudita fue asaltada violentamente por extremistas, en aras de provocar una revolución islamista en contra del régimen monárquico de la casa Saud, por considerarlos apóstatas. Finalmente, en diciembre de 1979, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) invadió Afganistán, lo que inició una larga confrontación que potenciaría el discurso extremista y radical del yihadismo transnacional (Ansari & Aarabi, 2019).

Por lo tanto, es posible afirmar que el ambiente regional a lo largo de ese año estuvo sometido a profundas turbulencias. De acuerdo con Trita Parsi (2005), la caída del sha iraní representó un retroceso importante para Israel al debilitar su entorno de seguridad regional, pero no significó una alteración fundamental en sus objetivos geoestratégicos.

La Guerra Civil en el Líbano (1975-1990)

¿Cómo se puede explicar la relevancia del Líbano en medio del creciente antagonismo entre Irán e Israel? La respuesta puede obtenerse de los principios básicos de la geopolítica: por su localización y por su tamaño. Primero, el Líbano está en medio de dos grandes órbitas de tradicional conflictividad en la región: las guerras árabe-israelíes y el conflicto palestino-israelí. Segundo, debido a su reducido tamaño de apenas unos diez mil kilómetros cuadrados, las tensiones políticas, étnicas y religiosas se hicieron sentir con efecto multiplicador y desencadenaron un tinglado de enfrentamiento bélico indirecto entre estos actores.

Un buen punto de partida para aproximarse a estas circunstancias requiere entender que, a pesar de que el Líbano tuvo poca participación en las guerras árabe-israelíes, el resultado de estas sí tuvieron un impacto profundo en la realidad sociopolítica del país. De acuerdo con Joseph Chamie (1977), el importante número de refugiados palestinos que progresivamente fueron llegando al territorio libanés y la inusitada relevancia que este nuevo grupo poblacional adquirió en los acontecimientos políticos y sociales del país desequilibraron el frágil balance existente entre otras fuerzas vivas de la política libanesa que, a su vez, tenían importantes antecedentes de hostilidad entre sí.

La razón de ello subyace en la historia de sectarismos y múltiples fracturas étnico-religiosas promovidas desde el periodo colonial libanés a manos de los franceses, y la intención de estos de proporcionar condiciones favorables a las comunidades cristianas maronitas situadas alrededor del Monte Líbano antes que proyectar y promover una agenda de unidad nacional. En este caso se dio una pragmática materialización del viejo adagio: “Divide y vencerás”.

Posteriormente, tras la obtención formal de su independencia, en 1943, las bases de la frágil estabilidad política libanesa se establecieron con un pacto nacional que asignó la presidencia del país a los cristianos maronitas, el cargo de primer ministro a los musulmanes sunitas y la presidencia del Parlamento a los musulmanes chiitas.

En este ambiente doméstico, las tensiones y diferencias étnicas han propiciado tradicionalmente pugnas discursivas por definir la identidad nacional. Por una parte, con las aspiraciones políticas de la comunidad cristiana maronita, que visionaban un Estado soberano, cercano a la identidad europea y en el cual su momentánea mayoría poblacional les garantizaría una clara preeminencia de sus derechos políticos y económicos. Por otra parte, un sector árabe musulmán sunita, que no se sentía representado por los anteriores y que procuraba proyectar una identidad nacional árabe e islámica, ya no asociada a Europa, sino de cara a su integración regional en Medio Oriente e influenciada por narrativas panarabistas.

Con el tiempo, la realidad demográfica de estas tensiones étnicas empezó a alterarse. La comunidad cristiana maronita dejó de ser mayoría en el interior del país, lo cual motivó la alteración del equilibrio de poder diseñado y ajustado a las circunstancias de 1932, que ya no eran las mismas desde mediados de la década de los setenta. Por ende, con la llegada masiva de refugiados palestinos, las tensiones étnicas no se hicieron esperar.

Por un lado, surgió una alianza político-religiosa mediante la cual muchos palestinos se alinearon con sectores musulmanes libaneses y grupos de izquierda afines a su ideología revolucionaria, lo que iba en franco detrimento de los intereses de otras comunidades árabes, pero cristianas maronitas, y añadió mayor volatilidad a unas relaciones históricamente exacerbadas. Adicionalmente, a inicios de la década de los setenta, la dirigencia política de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se asentó en Beirut y muchas de las milicias de su brazo armado se desplegaron a lo largo y ancho del país. Con ello, rápidamente la capital libanesa se convirtió en el nuevo centro de comando de operaciones de la OLP a nivel regional, luego de ser expulsada de su antiguo centro de operaciones en Jordania, tras una pequeña guerra civil con las fuerzas armadas leales al rey Hussein.

Tal como lo explica Thomas Michalak (2013), en esta nueva etapa, la OLP obtuvo importantes logros y avances en sus actividades políticas y militares. Por una parte, en 1974, consiguió el reconocimiento formal como la única representante legítima de la causa palestina por muchas organizaciones internacionales, como la Liga Árabe, el Movimiento de Países No Alineados y la Organización de Cooperación Islámica.

Así mismo, el consecuente despliegue de milicias palestinas de Jordania al sur del Líbano, en proximidades con la frontera del norte de Israel, permitió que esa zona fuera usada permanentemente como plataforma de lanzamiento de múltiples ataques contra objetivos israelíes, mayoritariamente civiles. Adicionalmente, la OLP logró consolidar un control territorial casi absoluto en amplias regiones del sur del país, especialmente entre las ciudades de Tiro y Sidón. Eran, prácticamente, un Estado dentro del Estado libanés.

Anteriormente, el Acuerdo de El Cairo (1969) había otorgado permiso a la OLP para ejercer el control de los campos de refugiados palestinos en Beirut. Así mismo, la OLP se comprometía a obtener un consentimiento previo del Gobierno de Beirut frente a cualquier acción armada que pudiese realizar contra Israel. Sin embargo, con el tiempo, estos permisos o consentimientos previos rápidamente fueron quedando en el olvido y, a partir de 1970, el ciclo de ataques de milicias palestinas a ciudades y pueblos de Israel se hicieron cada vez más frecuentes y, con ello, más frecuentes también las represalias israelíes a estas milicias que operaban en el Líbano, lo que afectó no solo a sus combatientes, sino también a muchas poblaciones chiitas del sur del país.

Ahora bien, muchos en el Líbano interpretaban estos avances políticos y militares de la causa palestina, de su dirigencia política y de las milicias de su brazo armado como contrarios a sus intereses nacionales. No era para menos: en lo militar criticaban quedar en medio de un fuego cruzado, en un conflicto que ellos no avivaban, pero sí padecían; en lo político, muy pronto los residentes de la capital libanesa comenzaron a referirse a Yaser Arafat, líder de la OLP, como el “alcalde de Beirut Occidental”.

De acuerdo con Schwartz y Wilf (2020), justamente el Líbano fue el país de la región que tomó las medidas más duras con respecto a la población de refugiados palestinos, impidiéndoles acceder a la nacionalidad y beneficiarse del seguro social nacional, relegándolos principalmente a trabajos que requerían mano de obra no cualificada, especialmente en la agricultura y la construcción, y también restringiendo fuertemente su acceso a la justicia y su capacidad para comprar propiedades y heredarlas.

De un momento a otro, muchos libaneses, especialmente en sectores cristianos maronitas, empezaron a renegar de que la dirección política y militar palestina se comportara como dueña del territorio y no como una invitada. Adicionalmente, con el tratado de paz entre Israel y Egipto en 1979, este último se retiró del frente de resistencia palestina contra Israel. En su lugar, el Irán posrevolucionario se volvió un pilar de apoyo a esta causa.

Por ello, el Líbano, con una considerable presencia de comunidades chiitas históricamente marginadas y la presencia de milicias palestinas con una agenda de antagonismo contra Israel, se convirtió para Irán en una plataforma fundamental en sus objetivos estratégicos a nivel regional.

Por lo tanto, desde sus inicios en 1975, y hasta su finalización en 1990, la Guerra Civil libanesa pasó por dos etapas fundamentales. La primera etapa estuvo determinada por el accionar de comandos palestinos contra el sur de Israel y las consecuentes operaciones militares que promovieron la invasión israelí en 1982 y la expulsión de Yaser Arafat y sus milicias palestinas de Beirut. La segunda etapa la constituyó la ocupación militar de Israel en una zona de protección al sur de Líbano y la creación de la milicia chiita de Hezbolá con el apoyo de Irán, como un movimiento de resistencia a los intereses norteamericanos e israelíes en la región (Hirst. 2010).

La creación de Hezbolá bajo el auspicio iraní

Según la investigación de Bassedas (2009), la presencia de una importante comunidad musulmana chiita en el Líbano resultó determinante para atraer la atención del gobierno posrevolucionario iraní. Por ello, Irán aprovechó la identidad religiosa transnacional, con base en la cual aportó los medios políticos, financieros y logísticos requeridos para crear, apoyar y empoderar un movimiento islámico que haría avanzar sus intereses en materia de política exterior.

Por ello, se puede afirmar que los orígenes de la organización Hezbolá, denominación transliterada al español de su pronunciación en árabe Hizbu-Allah -Partido de Alá o Partido de Dios-, están claramente ligados a la Guerra Civil libanesa y la agenda de influencia y vínculos que la Irán posrevolucionaria quería desplegar en la región a través de diversas comunidades chiitas, en un claro método de contrapeso frente a los intereses norteamericanos e israelíes.

El nombre de esta organización está asociado a una frase del Corán que alude a que los partidarios de Alá serán los victoriosos. Las raíces de Hezbolá son claramente descritas por El-Husseini (2010) a partir de la creación del “Movimiento de los Desposeídos” en 1974, por Musa al-Sadr, un clérigo iraní que había llegado al Líbano a finales de la década de los cincuenta por invitación de líderes religiosos locales de la ciudad de Tiro.

Posteriormente, a mediados de la década de 1970, al-Sadr estableció un brazo militar en esta organización a raíz de lo que consideraba una necesidad imperante frente a la inminente y sectaria guerra civil que se desenvolvía en el país. Este brazo militar fue denominado Afwaj alMuqawama al-Lubnaniyya (Brigadas de Resistencia Libanesa), también conocido por sus siglas: AMAL, que en árabe significa esperanza. Finalmente, a partir de la invasión israelí al Líbano en 1982, un grupo de estos clérigos y militantes se distanciaron de AMAL y establecieron la nueva milicia de resistencia conocida como Hezbolá.

En aras de contextualizar esta coyuntura y sus implicaciones regionales, vale la pena tener en cuenta, de acuerdo con Lieberman (2012), que en aquel momento Israel invadió parte del sur del Líbano con el propósito de eliminar la amenazante ofensiva de las milicias de la OLP, que, tras haber sido expulsadas de Jordania, habían convertido este país en su teatro de operaciones por excelencia. En este sentido, el objetivo de Israel era claro: se proponía lograr la efectiva expulsión de estas milicias de un territorio con proximidad fronteriza, que servía de plataforma para proyectar sus acciones violentas. Adicionalmente, Raphael Marcus (2018) documenta la movilización de más de 50 000 efectivos de las Fuerzas de Defensa de Israel para este propósito.

Ahora bien, tras la invasión israelí, cerca de 1500 efectivos de los comandos al-Quds, fuerza adscrita a los cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, se desplegaron desde el campo de batalla de la guerra entre Irán e Irak para posicionarse en la región del Valle de Bekaa, en Líbano. Su misión también era clara: consistía en proporcionar apoyo material, entrenamiento militar y adoctrinamiento ideológico a lo que entonces era una desigual mezcla de militantes y clérigos chiitas que se habían desarticulado de organizaciones militantes activas en Líbano como AMAL y el Partido Da’wa, también conocido como Partido de la Prédica del Islam (Clarke & Smyth, 2017).

La nueva dinámica de la confrontación armada pronto se empezó a desenvolver, entre otras cosas, a causa de la presión violenta y asimétrica que este grupo de militantes chiitas ejercía una vez transformado en Hezbolá. De acuerdo con Kramer (1998), su desempeño militar pronto se tradujo en significativos golpes a objetivos de alto valor estratégico, tanto de Israel como de otros actores armados occidentales (ataques suicidas, secuestro de aviones, ejecuciones extraoficiales, etcétera).

En este sentido, este nuevo modelo de lucha bélica se ajustaba más a la guerra asimétrica, nombre surgido de una realidad evidente: el enfrentamiento de un oponente más débil contra uno más fuerte, la disparidad en términos de tamaños y fuerzas, y el uso de técnicas de guerra muy diferentes a las tácticas militares tradicionales (Caforio, 2012).

Conforme a estas circunstancias, DeVore y Stahli (2015) argumentan que, desde sus inicios, Hezbolá disfrutó de una cercana relación con el alto establecimiento político y religioso del Irán posrevolucionario. En primer lugar, esto se debe a que muchos de los clérigos fundadores habían estudiado en Qom y Nayaf, bajo la guía de quien se convertiría en el supremo líder de la revolución, el ayatola Ruhollah Jomeiní, un líder religioso a quien reconocían como suprema autoridad política. A través de él, los fundadores de Hezbolá buscaron y obtuvieron ayuda, que luego se traduciría en apoyo económico, técnico y armamentístico para la materialización de sus objetivos estratégicos.

En segundo lugar, DeVore y Stahli (2015) llaman la atención sobre los sorprendentes niveles de efectividad y destreza de Hezbolá en su lucha contra Israel y otros actores estatales en sus primeros años de conformación, pues produjo un significativo número de bajas a las fuerzas de mantenimiento de paz euroamericanas desplegadas en el Líbano, lo cual forzó su salida del país. De la misma manera, obligó a Israel a retirarse de la mayor parte del territorio que había invadido en Líbano con el deseo de erradicar la amenaza de milicias palestinas allí apostadas, y conservó tan solo una pequeña franja a modo de zona de seguridad al sur del país, hasta su eventual retirada a inicios del nuevo milenio.

Desde entonces y por casi cuatro décadas, Hezbolá ha demostrado gran efectividad en el desarrollo de operaciones militares y ataques en contra de enemigos mucho más poderosos desde el punto de vista militar, lo que ha hecho evidente un inusitado alcance transnacional, que supera ampliamente su inicial desempeño focalizado en Líbano.

Implicaciones del fortalecimiento operativo de Hezbolá en la Guerra del Líbano de 2006

La guerra del Líbano, ocurrida durante 34 días del verano de 2006, ha sido referenciada de múltiples maneras dependiendo del marco cronológico e, incluso, ideológico. Puede afirmarse que no existe propiamente un consenso en cuanto a su denominación final. Una denominación es “la segunda guerra del Líbano”, en consideración del previo despliegue militar que Israel desarrolló en ese país desde 1982 hasta el 2000. Otra caracterización de la guerra, especialmente entre analistas del mundo árabe, es “la sexta guerra árabe-israelí”, en alusión al complejo entramado de conflictos bélicos que previamente mantuvieron Israel y varios de sus vecinos árabes a lo largo de los años (1948, 1956, 1967, 1973 y 1982).

Sin embargo, resulta más ilustrativo y apropiado referirse a ella como “la primera guerra iraní-israelí”. Así lo afirman tanto Ben Smith (2007), en su intervención en la Cámara de los Comunes, y el profesor Eyal Zisser (2011), prestigioso investigador del Moshe Dayan Center for Middle Eastern and African Studies y, a su vez, encargado de la cátedra de Historia de Medio Oriente en la Universidad de Tel-Aviv. La razón para referenciar este conflicto como la primera guerra iraní-israelí se justifica en que, por primera vez, las capacidades militares de Irán e Israel se enfrentaban cara a cara de manera directa, lo que marcó un hito en el desarrollo de las dinámicas geopolíticas de la zona.

Si bien el cubrimiento mediático que las principales cadenas de noticias le dieron al conflicto era el de una nueva escalada bélica entre Hezbolá y las Fuerzas de Defensa de Israel, debido a la emboscada que el 12 de julio de 2006 había sufrido una patrulla israelí, la consecuente muerte de ocho de sus efectivos y el secuestro de dos soldados reservistas (Eldad Regev y Ehud Goldwasser), había, sin embargo, una realidad subyacente diferente. En el trasfondo se desarrollaba un complejo antagonismo bélico y una rivalidad por la hegemonía regional gestados desde años atrás, y que, como consecuencia del fortalecimiento militar de Hezbolá con apoyo de Irán, rápidamente se saldría de los parámetros habituales de enfrentamientos militares anteriores.

Para una adecuada comprensión de lo anterior, es importante entender las razones que motivaron el proceso de apoyo iraní para el fortalecimiento de Hezbolá en el sur del Líbano. Fundamentalmente, existen al menos tres motivos básicos. El primero se relaciona con la salida unilateral de Israel de sus posiciones en el sur del Líbano en el año 2000. Tras década y media de ocupación militar israelí, el gobierno iraní procuró capitalizar ese vacío de poder y optó, no solamente por continuar su tradicional apoyo a Hezbolá, como ya lo venía haciendo desde el momento de su creación, sino también por afianzar sus relaciones con la población chiita de la región a través de programas de desarrollo social, cultural y religioso.

Este fue un modo de paliar los daños en infraestructura ocasionados por la ocupación militar israelí durante década y media, ante las enormes limitaciones financieras del propio Gobierno libanés. De este modo, la ayuda recibida por estas comunidades pudo servir de garante para la aceptación social, no solo de Hezbolá como actor local, sino también de Irán como su principal auspiciante político e ideológico. El segundo motivo de Irán era su propósito de convertir el Líbano en una vanguardia, a modo de punta de lanza, de su avanzada geopolítica. Es decir, el Líbano era la pieza fundamental en su proyecto de expansión y consolidación regional en un ambiente de turbulencia regional, de manera que le fuese posible mantener una influencia hegemónica desde las inmediaciones de Irán en el centro de Asia hasta el mar Mediterráneo, pasando por Irak, Siria, Líbano y la Franja de Gaza, en lo que se denomina el “eje de resistencia”.

Finalmente, transformar el Líbano en el más robusto frente de lucha en contra de Israel y tener a su disposición un amplio número de fuerzas aliadas capaces de ejercer presión militar contra los intereses norteamericanos y de sus aliados regionales podía favorecer a Irán como ficha de negociación en su objetivo estratégico de avanzar en su programa nuclear.

Por supuesto, este objetivo requería fortalecer las capacidades operativas de Hezbolá. Por ende, Irán se embarcó en un ambicioso programa de fortalecimiento táctico y operativo, que incluía no solo el amplio acompañamiento iraní en asesoría y entrenamiento, sino también una generosa financiación económica y abundante aprovisionamiento de los mejores y más avanzados equipos de armas, vigilancia, minas antitanques, morteros y cohetes de largo alcance de su robusta industria militar.

Esta transferencia de conocimiento y capacidades operativas está ligada al propósito de proporcionar el debido know how para la producción de armamento de manera independiente por parte de Hezbolá, pero también al objetivo de aumentar la disponibilidad de unidades de cohetes, drones y misiles listos para ser lanzados hacia Israel, mejorando su calidad, precisión y rango de cobertura. Esto resulta particularmente importante. Con el abastecimiento de mejores misiles y cohetes de fabricación iraní y siria, o proporcionados por ellos aunque fueran de fabricación rusa, china o norcoreana (como aliados estratégicos), se buscaba superar la limitada capacidad de penetración e impacto de los cohetes lanzados anteriormente por Hezbolá hacia Israel, que tradicionalmente golpeaban a las comunidades israelíes ubicadas al norte del territorio.

Diversos analistas han estimado que la tarea de exportar las capacidades iraníes de acuerdo con sus intereses geopolíticos regionales fue encomendada al emblemático General Qassem Suleimani, comandante desde 1998 de las fuerzas al-Quds (Jerusalén). Esta estructura militar de élite, adscrita al Cuerpo Revolucionario de la Guardia Islámica, es la encargada, precisamente, de desarrollar operaciones especiales extraterritoriales y tareas de penetración regional en favor de los intereses iraníes. De acuerdo con Dexter Filkins (2013) y Adil al-Salmi (2019), la participación de Suleimani en la Guerra del Líbano de 2006 está plenamente soportada. De hecho, en una entrevista realizada en una cadena de televisión nacional iraní, el propio General Suleimani reconoció abiertamente su participación como consejero de Hezbolá durante la guerra.

Por lo tanto, la guerra del Líbano en 2006 no fue exclusivamente un tinglado entre las fuerzas armadas israelíes y Hezbolá como actor armado no estatal. También representó una dura prueba para las capacidades operativas de ambos países en su objetivo de contrarrestar y enfrentar las mejores capacidades militares de su adversario.

En el informe Lessons of the 2006 Israeli-Hezbollah War, desarrollado con el auspicio del Center for Strategic and International Studies, se señalan varios elementos interesantes para considerar al respecto. En primer lugar, de acuerdo con las estimaciones de los organismos de inteligencia israelíes, cerca de cien oficiales iraníes ejercieron funciones de asesoramiento y acompañamiento en centros de comando conjuntos con Hezbolá durante la guerra. En segundo lugar, las mismas fuentes de inteligencia también señalan que uno de esos centros operaba justamente en las instalaciones subterráneas de la embajada de Irán en Beirut, desde donde el líder de Hezbolá Hassan Nasrallah y sus más altos asesores militares, incluyendo a Imad Mughniyeh, se resguardaban y coordinaban acciones con oficiales iraníes (Cordesman et al., 2007).

Por lo tanto, si bien la guerra se desarrolló a mediados del 2006, se podría afirmar que este enfrentamiento se empezó a preparar y consolidar desde la retirada unilateral de Israel en el año 2000. De acuerdo con Dalia Kaye (2003), durante los años en que las fuerzas de seguridad israelíes mantuvieron su presencia en el sur del Líbano, esa zona de amortiguamiento había, para muchos, garantizado condiciones de seguridad, no solo a las distintas comunidades asentadas en el norte de Israel, sino al país en general. En este periodo de tiempo, solo nueve incursiones de guerrillas palestinas lograron llegar a la frontera con Israel. Tan solo dos de ellas lograron penetrar efectivamente en el territorio israelí, y los milicianos palestinos fueron neutralizados en ambas ocasiones antes de poder materializar actos de violencia o terrorismo contra la población civil. Así mismo, durante el mismo periodo, la milicia de Hezbolá lanzó alrededor de cuatro mil cohetes Katyusha, de los cuales resultaron siete civiles siendo víctimas fatales.

De acuerdo con las cifras del Ministerio de Defensa de Israel (Kaye, 2003), desde el momento en que se consolidó una zona de seguridad en el sur del Líbano en 1985 hasta su retirada en el 2000, 265 soldados resultaron muertos en combate y 891 más resultaron heridos. Diversos grupos de presión política contra este despliegue militar terminaron condicionando una agenda crítica respecto a los costos y beneficios de esta acción. De esta manera, la situación fue ganando relevancia en la discusión pública del país hasta convertirse en una agenda prioritaria entre varios sectores políticos y, finalmente, afianzarse como un tema central en la campaña política de 1999 para elegir al siguiente primer ministro (Sontag, 1999). La promesa de regresar las tropas a casa se materializó con la victoria del exgeneral y candidato Ehud Barak.

Las implicaciones de esta retirada, esto es, el despliegue de capacidades operativas iraníes en la zona y el consecuente fortalecimiento operativo y militar de Hezbolá en el sur del Líbano, resultaron sorprendentes. Para ilustrar esto con mayor detalle, conviene recordar que la presencia de las fuerzas militares israelíes durante 18 años en el sur del Líbano (1982-2000) dejó cerca de 300 soldados muertos, mientras que en tan solo 34 días de combates en el verano de 2006 perdieron la vida 119 efectivos, 34 de ellos tan solo en los últimos 2 días del enfrentamiento.

Al inicio de los combates, según Shaikh y Williams (2018), investigadores del Center for Strategic and International Studies, se estimaba que Hezbolá tenía cerca de un arsenal de 15 000 rockets de mortero y cohetes de mediano alcance. Durante los 34 días de combate, lograron lanzar aproximadamente 4000 de estos cohetes hacia Israel. Esta inusitada capacidad operativa causó enormes estragos, como la destrucción de infraestructura, la muerte de alrededor de medio centenar de civiles y la amenaza para cerca de un millón de ciudadanos de Israel que se encontraban al alcance de las plataformas de lanzamiento de Hezbolá, lo que ocasionó el desplazamiento de cerca de 250 000 ciudadanos hacia refugios y zonas en el centro del país (Rubin, 2006), algo realmente extraordinario hasta esa fecha.

Además, de acuerdo con información brindada por las Fuerzas de Defensa de Israel, también citada en un informe de Human Rights Watch (2007), los principales tipos de cohetes disparados por Hezbolá contra Israel durante el conflicto de 2006 incluyeron algunos de fabricación iraní y siria, no solo con una amplia capacidad de carga de explosivos, sino también con un preocupante rango de cobertura territorial hacia Israel.

Ahora bien, el escenario de adversidades estratégicas israelíes también tuvo su contraparte en las enormes repercusiones para el otro bando. Pese al golpe reputacional sufrido por Israel, su desempeño en el campo de batalla también produjo enormes reveses operativos a Hezbolá e Irán. Por ejemplo, buena parte del arsenal que no fue lanzado contra Israel terminó siendo impactado por los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel. Así mismo, la infraestructura al servicio de Hezbolá en el sur del Líbano y Beirut, construida y financiada por Irán, también sufrió grandes daños.

Estos acontecimientos no estuvieron libres de tensiones y, a su vez, evidenciaron otro de los desafíos que implica este tipo de enfrentamientos, al desarrollar buena parte de sus operaciones hacia o desde zonas urbanas de alta concentración demográfica. Las Fuerzas de Defensa de Israel rápidamente entendieron que Hezbolá no estaba lanzando sus cohetes desde zonas abiertas, donde podrían ser más vulnerables. La evaluación de las dinámicas en la contienda hecha por el Coronel Gregory Parsons (2008) concluye que el posicionamiento de estas plataformas de lanzamiento en entornos urbanos y en medio de la población civil no era accidental. Hacía parte de un muy bien calculado plan de combate de Hezbolá, que buscaba sacar los mayores provechos operativos.

En este sentido, Hezbolá determinó esa ubicación a propósito, infringiendo las disposiciones normativas que en materia del Derecho Internacional Humanitario obligan a no utilizar civiles como escudos humanos ni usar plataformas de lanzamiento desde infraestructuras civiles protegidas, como poblados, villas, calles adyacentes a escuelas, colegios, mezquitas, hospitales y, en general, cualquier sitio que pudiera desincentivar la respuesta de las fuerzas israelíes, ante el riesgo adyacente de ocasionar daños colaterales, daños que Hezbolá podría capitalizar en la guerra mediática que se desarrollaba a la par de las operaciones militares. Rápidamente, esta estrategia serviría de modelo a replicar en el teatro de operaciones que empezaba a gestarse desde Gaza.

Pese a ello, la respuesta israelí fue decidida. El propio secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, expresó meses después de la contienda que, de haber sabido la magnitud de las represalias israelíes que provocó la emboscada a la patrulla militar israelí y el secuestro de dos de sus soldados, la organización no habría conducido tal emboscada (Rory McCarthy, 2006).

En cualquier caso, las capacidades operativas de Hezbolá en 2006 demostraron ser de considerables proporciones. Así lo plantea Stephen Biddle (2011) al señalar que Hezbolá se enfrentó a una enorme ofensiva de las fuerzas militares de Israel, un actor estatal en plena forma. En el proceso, en todo caso, Hezbolá tuvo la capacidad de mantener sus posiciones en el sur del Líbano, gracias a un equipamiento bélico moderno y abundante que les permitió ocasionar grandes daños en la capacidad militar israelí. Se podría decir que el final de la guerra no resolvió de plano las amenazas a la seguridad nacional que Israel enfrentaba; simplemente representó el fin de un primer enfrentamiento entre muchos más por venir, que escalarían progresivamente los niveles de beligerancia entre los bandos involucrados.

Por ejemplo, Ernie Regehr (2015), una de las voces más reconocidas en material de desarme y resolución de conflictos, señalaba que, tan solo dos años después de la contienda, el propio Ehud Barak, desempeñándose como ministro de Defensa, afirmó en una intervención ante al Parlamento de Israel que Hezbolá había logrado triplicar el número de cohetes a su disposición. Es decir, tenía un estimado de 42 000 unidades, frente a las 14 000 que se creía que tenían durante la guerra del 2006. De esta forma reconocía lo que ya era un secreto a voces: Hezbolá tenía un gran arsenal con capacidad de impactar pueblos y ciudades al sur del país, como Ashkelon y Beer-Sheva.

Estas señales de alarma advertían un escenario preocupante: el próximo enfrentamiento contra Hezbolá (apoyada por Irán y Siria) se caracterizaría por mayores niveles de intensidad y elementos de naturaleza híbrida, que incluyen, entre otros, ataques terroristas contra objetivos civiles; emboscadas a patrullas; posibles secuestros de soldados; guerra de movimientos; ataques de baja intensidad para el despliegue estratégico de desgaste en la respuesta del enemigo, y uso de redes de túneles para mayor sorpresa y desplazamiento en el terreno. Al mismo tiempo, en ese escenario se desplegarían capacidades tácticas y operativas propias de una guerra convencional, que incluirían minas antitanques, rockets de mortero, cohetes, misiles y hasta vehículos no tripulados (drones) de corto, mediano y largo alcance, con una amplia capacidad de cargas explosivas. Finalmente, este escenario también incluye nuevas formas de conflictividad como ciberataques, manipulación de información a través de internet y uso de redes sociales para campañas de desinformación.

Conclusiones

Los resultados de las operaciones de la Guerra del Líbano de 2006 sentaron las bases para que la dirigencia política y militar de Israel focalizara más su atención en lo que consideraban como una amenaza fundamental a su seguridad. La principal fuente de apoyo político y militar para Hezbolá, así como de suministros económicos y logísticos, provenía de la República Islámica de Irán y su red de alianzas regionales (Hamás y la Yihad Islámica Palestina), que pronto replicarían modelos de actuación en otros frentes sensibles (Gaza) para el territorio israelí.

Durante décadas, las Fuerzas de Defensa de Israel habían logrado sortear grandes desafíos, ya fuesen convencionales, como las amenazas provenientes de los ejércitos árabes (Egipto, Jordania, Siria) durante las guerras árabe-israelíes, o no convencionales (tiroteos, artefactos explosivos, terrorismo suicida o levantamientos armados, como la primera y segunda intifadas). Con el paso del tiempo, todo indicaba que la posibilidad de una nueva guerra convencional de gran proporción en contra de un vecino regional era cada vez más remota, por lo que descuidaron las capacidades operativas requeridas para ello.

Al menos dos circunstancias apoyaban esta presunción. En primer lugar, los éxitos israelíes en el campo de batalla, además de sus históricos e ingentes esfuerzos diplomáticos, permitieron cerrar sendos acuerdos de paz con dos de sus máximos antagonistas estatales: Egipto y Jordania, lo cual dejó a Siria en desventaja y aislada. En segundo lugar, la mayoría de las guerras ocurridas tras el fin de la Guerra Fría se habían desarrollado entre las fuerzas convencionales de un actor estatal en contra de actores armados no estatales, es decir, un escenario particularmente afín a las amenazas provenientes de los territorios palestinos y del sur del Líbano.

Sin embargo, al mismo tiempo, Hezbolá había venido incrementando aún más su arsenal y el rango de penetración de sus rockets y cohetes, pasando de ser una milicia chiita de resistencia proiraní a transformarse en un ejército cuasiestatal. De hecho, se convirtió en un actor armado mucho más poderoso que el propio ejército libanés.

Esta circunstancia no ha cambiado después la guerra del Líbano, razón por la cual cualquier conflicto futuro entre las partes promete ser más devastador que el ocurrido en 2006, ya que además vendrá acompañado de amenazas híbridas. Así, se tratará de un conflicto con características afines a una agresión subversiva, pero que también contará con la capacidad de ejecutar acciones militares propias de un Estado que, en este caso, comparte, entrena y abastece a un ejército subordinado, listo a cumplir sus órdenes.

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Citación APA: Melamed Visbal, J. D. (2023). La primera guerra iraní-israelí: antecedentes e impactos estratégicos de la Guerra del Líbano (2006). Revista Científica General José María Córdova, 21(41), 71-86. https://dx.doi.org/10.21830/19006586.995

Declaración de divulgación El autor declara que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo. Este artículo es resultado del proyecto de investigación “Dinámicas geopolíticas de antagonismo en Medio Oriente” del grupo de investigación Agenda Internacional de la Universidad del Norte.

Financiamiento

El autor no declara fuente de financiamiento para la realización de este artículo.

Recibido: 20 de Mayo de 2022; Aprobado: 08 de Noviembre de 2022

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