Más allá de las políticas de gobierno encaminadas a lograr el progreso del agro, en el entendido de que este lo conforman personas, empresas e instituciones en los diferentes territorios y encadenamientos productivos, la universidad tiene una responsabilidad innegable en su desarrollo. Es el ente que fomenta la generación de conocimiento y su aplicación por medio nuevos o significativamente mejorados procesos, servicios y productos que fortalecerán, en este caso, la enorme estructura del sector agropecuario colombiano en todas sus bases. En este sentido, no se puede desconocer que la viabilidad del sector agropecuario no se limita exclusivamente a alcanzar indicadores productivos óptimos. También, intervienen múltiples factores inherentes al territorio, que, en última instancia, es donde se establece el qué, cómo y cuánto se produce.

El agro colombiano, tanto en el contexto productivo como de territorio afronta muchos retos, entre otros, el adecuado uso del suelo, el acceso a insumos y equipos, la asistencia técnica de calidad y permanente; las estrategias de acercamiento al consumidor final de su encadenamiento. En relación con el territorio, se evidencian, en gran medida, necesidades básicas insatisfechas como el acceso a una vivienda digna, los servicios públicos y la educación, impactando de manera crítica el bienestar general de la población rural. Sumado a lo anterior, existe un recrudecimiento de la violencia causada por la disputa entre grupos armados por el dominio de algunos territorios de interés diverso, en su mayoría ilegal. Esto último surge como consecuencia de la falta de institucionalidad en zonas que debieron ser intervenidas de manera inmediata de acuerdo con lo dispuesto en las políticas de paz.

Sin incurrir en el debate acerca de la sobrediagnosticada realidad del agro colombiano y viendo a la universidad como un actor imprescindible del territorio y conocedor de la realidad de su entorno, podríamos pensar que es la llamada a jugar un papel protagónico que permita mitigar esta serie de factores críticos hacia el logro de un desarrollo rural muchas veces visto como lejano y tal vez utópico.

En gran medida, las empresas del sector agropecuario operan a través de modelos asociativos que cobijan a pequeños productores, quienes están a la espera de un acompañamiento integral en sus unidades productivas a través de proyectos e iniciativas pertinentes que puedan surgir desde la academia. Este acompañamiento podría capitalizarse por medio de la investigación y la extensión como áreas complementarias. Poco sirve la generación de conocimiento de calidad si no se definen las estrategias adecuadas para impactar directamente el sector productivo y viceversa. Los productores están esperando un acompañamiento en temas cruciales como la elaboración de nuevos productos e incursión en nuevos mercados.

En la actualidad, las tendencias de consumo son cambiantes tanto en mercados nacionales como internacionales e involucran atributos que antes no eran considerados como exigencias de mercado, tales como, sellos de comercio justo, productos orgánicos y bienestar animal. De otra parte, la necesidad de fortalecer competencias administrativas y financieras es fundamental para una adecuada planeación, definición e implementación de estrategias efectivas para el impulso territorial de los agronegocios. Asimismo, es una realidad el adelanto que se requiere en tecnologías de la información para facilitar el adecuado monitoreo de cultivos y unidades de producción pecuaria con márgenes de error mínimos: por medio de la simulación de escenarios futuros se favorece la toma de decisiones más acertadas. Todas estas, entre diversas necesidades tecnológicas del sector están a la espera de ser transferidas apropiadamente a los diferentes territorios, en los que se podrían construir iniciativas de negocio con capacidad de generar impactos positivos que potencien el desarrollo social y económico en la Colombia rural.