A propósito de la situación actual en Colombia y la inevitable descarga mediática que con ella se ha suscitado, se encuentra uno todo tipo de posiciones, algunas informadas, otras no tanto, que cuestionan de manera directa o indirecta la legitimidad del estallido social. Ante ello y la necesaria interacción en las redes sociales que abruman la cotidianidad de todos, la semana anterior se me hizo un planteamiento público que hoy quisiera abordar en esta editorial: y vos, ¿qué haces por tu país?

La respuesta que di, fue sencilla pero profunda: “Soy un firme convencido de que educarse es la mejor manera de resistir”. Como docente creo en la filosofía de Rudolf Steiner, que promulga que uno no es capaz de enseñar aquello que no ha conquistado para sí mismo. Por ello a mis estudiantes les enseño el valor del trabajo honesto, a generar sus propias oportunidades y a no depender de un estado paternalista. Les enseño a pensar y actuar críticamente para que siempre den prioridad al argumento por encima de la emoción, sin olvidar que la emoción ayuda a validar muchas veces el argumento. Promuevo como fundamento innegociable el respeto por la vida y por la diferencia, y a no actuar desde la indiferencia. Busco que mis alumnos sean empáticos, que estén a la altura del discurso y que defiendan con vehemencia su futuro y sus ideales. Desde mi conocimiento asesoro e incido en las políticas territoriales y a salvaguardar el agua, la ruralidad y los bosques como equilibrio de la vida. Diseño y recupero espacio público para la ciudadanía y ayudo a establecer las bases de una sociedad justa y equilibrada.

En el inicio de mi ejercicio docente, hace casi 20 años, tuve el privilegio de meterme un año en las selvas del Urabá antioqueño con una comunidad que decidió sustituir los cultivos ilícitos por agricultura, ganadería y especies forestales. Allí codo a codo con ellos, con sus mismas carencias y haciendo del cooperativismo un estandarte de vida, fui más que su docente, su mentor, psicólogo, amigo, y cuantas cosas más se imaginen. Viví en sus casas, comí en sus cocinas y me alimenté de lo que ellos cazaban y cosechaban. Viví la realidad colombiana desde su profunda raíz. Sentí el abandono absoluto del Estado y el gobierno ilegal de una zona, pero también me llené de humanidad, y creo que este fue el punto de quiebre en mi vida, allí validé con argumentos mi firme creencia en la educación como medio para alcanzar grandes cosas, tal y como me lo enseñaron mis padres. En aquel momento, al terminar mi ciclo en ese ejercicio les dije:

“Quiero que sus manos sean un tenue viento de verano, una cálida brisa que nazca en la oscuridad del silencio, un céfiro destinado a triunfar, una simple inspiración que haga que el mundo se abra a sus pies. Quiero que sus ojos vean soluciones donde otros no ven más que miseria, que sus labios conforten y hablen para contribuir a un estado libre, democrático y pacífico. Quiero que sus mentes reemplacen los fusiles y sean las armas para derrotar el desequilibrio social, que las ideas que de allí surjan graben en el alma de este amado suelo colombiano el estigma del deseo de triunfar, de salir adelante. Quiero que nos decidamos a luchar por lo que deseamos, para no tener que resignarnos a contemplar el paso de los triunfadores”

Hoy más que nunca creo en esas palabras con una convicción absoluta desde lo vivido, y que se alinea perfectamente con el postulado de la Universidad CES, y que me hace muy orgulloso de pertenecer a esta gran institución, y que reza: “solo a través de la educación, como herramienta transformadora, podemos promover un pensamiento crítico que construya un mejor país”.

Finalmente, quiero cerrar con una hermosa frase de Eduardo Galeano: “Libres son quienes crean, no copian, y libres son quienes piensan, no obedecen. Enseñar es enseñar a dudar.” A lo cual solo me queda por agregar, con mucho amor por la labor docente, hoy más que nunca: “Educarse es Resistir”.